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El Catoblepas, número 43, septiembre 2005
  El Catoblepasnúmero 43 • septiembre 2005 • página 9
Polémica

Descubriendo aberraciones indice de la polémica

Luciano Miguel García

Réplica a la respuesta de Iñigo Ongay a mi segundo artículo sobre la izquierda
y la derecha política, en la que también se contraponen las dos distinciones
entre la izquierda y la derecha política que se han incluido en la polémica:
la de Gustavo Bueno y la mía

Introducción a la polémica

La polémica que originó la publicación en noviembre de 2004, en El Catoblepas, de mi artículo «La distinción entre la izquierda y la derecha política como un problema de racionalidad inmanente» ha sido llevada por Iñigo Ongay, miembro del consejo de redacción de esta publicación, al grado cero del debate, un punto en el que la posición propia se atrinchera como inalterable y la ajena se desprecia ostentosamente, recurriendo incluso a burlas y ridiculizaciones, pero sin aportar argumentos aceptables. Como en la última intervención de Iñigo Ongay sólo encuentro desatinos insultantes y tergiversaciones tramposas, me veo obligado a rescatar mis tesis y mi nombre. Si no lo hiciera, quedarían injustamente denigrados, inundados de luz negra por alguien que ha optado por la vía de la negación fácil, cuya visión ha alcanzado hasta donde llegan sus rígidos prejuicios. Acepto que el debate haya concluido, porque no percibo ningún indicio de que pueda continuar, pero reclamo la intervención que me corresponde en el acto de clausura. Si a alguien, por algún raro motivo, se le ocurriera retomarlo, tendría que empezar, desde el principio, otro debate nuevo.

La polémica consta hasta ahora de cuatro episodios, que enumero sumariamente. En el artículo inicial expuse a partir de la noción de «racionalidad inmanente» dos cursos que entendía necesarios para distinguir la izquierda y la derecha política: el curso de autolimitación del poder político y el curso de la compatibilización entre la izquierda y la derecha. Intenté así solucionar algo que considero problemático: conjugar las distinciones sobre la izquierda y la derecha política que se recogen en dos obras en las que Gustavo Bueno se ocupa de este asunto (primer episodio, El Catoblepas, nº 33, pág. 1).

Este artículo fue respondido en el número siguiente de El Catoblepas. Iñigo Ongay trató de «corregir» el diagnóstico que en el primer artículo yo había efectuado de las distinciones de Gustavo Bueno. Claro que también –según ha contado después, «in oblicuo»– lanzaba la sospecha del carácter «metafísico» de mi propuesta, en tanto no le parecía que pudiera dar cuenta del «material fenoménico» de partida sin desfigurarlo (segundo episodio, El Catoblepas, nº 34, pág. 12).

El objetivo de mi segundo artículo, publicado algunos meses después, fue precisamente probar que sí era posible «regresar» a los fenómenos desde las tesis que yo había defendido. Expuse, a partir de los supuestos establecidos en el primer artículo, un sistema conceptual en el que se definían los principales géneros de izquierda y de derecha en la Europa continental de los siglos XIX y XX. A mi modesto entender, ya era insostenible sospechar que mi propuesta fuera metafísica. No volví en detalle sobre las distinciones entre la izquierda y la derecha de Gustavo Bueno, porque consideraba que mi diagnóstico al respecto no estaba equivocado, y porque me parecía haber cumplido suficientemente el objetivo del artículo (tercer episodio, El Catoblepas, nº 39, pág. 9).

La respuesta de Iñigo Ongay fue casi inmediata, tanto que apareció en el mismo número de El Catoblepas. En esta ocasión insistió en que yo no había entendido «nada en absoluto de las afirmaciones realizadas por Gustavo Bueno» acerca de la izquierda y la derecha política. Calificó mis tesis como un «retorno a la caverna». Y lejos de desechar sus sospechas, me clasificó, aplicando una terminología definida por el propio Gustavo Bueno, como un caso de «metafísica climacológica» y de «fundamentalismo democrático» (cuarto episodio, El Catoblepas, nº 39, pág. 20).

Está claro que en esta disputa mover a Iñigo Ongay de donde está exigiría un gran esfuerzo, que yo no estoy dispuesto a acometer. Creo preferible evaluar críticamente el alcance de cada una de las propuestas implicadas: mi distinción entre la izquierda y la derecha, la distinción de Gustavo Bueno, y el ataque de Iñigo Ongay a la primera saliendo en defensa de la segunda.

La autoevaluación que ha esbozado Iñigo Ongay, aunque no sea del todo inteligible, puede servir como anticipo para perfilar en qué pueden ser semejantes o diferentes las dos posiciones extremas:

«yo he hecho la experiencia filosófica de la que hablaba Kant: quien ha gustado una sola vez el sabor de la verdadera crítica, detestará para siempre de [sic] toda la palabrería dogmática. Y precisamente en razón de tal experiencia (por la que, por cierto, siempre estaré en deuda con Gustavo Bueno), me resulta directamente imposible quedarme callado ante «análisis» como los de don Luciano.»

No sé muy bien en qué consiste esa «experiencia filosófica»{1} que dice haber «hecho» Iñigo Ongay, en «razón» de la cual lo que el llama mi «análisis» se convierte en un estímulo irreprimible para que el verbo desatado impida disfrutar los beneficios de su silencio. Tal vez hubiese corrido mejor suerte si hubiese calificado el conjunto de mis afirmaciones como una síntesis; tampoco lo sé. Hasta ahí no soy capaz de sacar casi nada en limpio. No obstante, me complace estar de acuerdo con el autor de tan solemne declaración en lo que creo más importante: yo también detesto la palabrería dogmática, que es incompatible con la crítica. Pero soy consciente de que tengo que asumir dos inconvenientes en este enfrentamiento. Por una parte, no recuerdo haber saboreado la «verdadera crítica»; y esa adversidad podría lastrar mi incursión en estas lides en las que con tanta soltura y ligereza se mueve Iñigo Ongay. Por otra, no he recibido nunca un saber que haya valorado tanto como para sentirme «en deuda» con el que me lo ha transmitido; y por esa carencia, que tal vez sea consecuencia de mi carácter excesivamente irreverente, tendré que valerme con lo que he ido acumulando de diversas procedencias.

El descubrimiento de aberraciones como límite de la crítica

Como la situación exige contundencia, trataré de llevar mi exposición crítica hasta el límite, que es concebible como el descubrimiento de aberraciones. Si la crítica consiste en juzgar realidades o conceptos sin violentarlos, determinando cuál es su verdadero valor en relación a otras realidades y conceptos a los que están vinculados, ha de permitir, en su versión más radical, descubrir lo que pierde valor porque tiende a romper los vínculos en los que se soporta; o lo que es lo mismo, descubrir aberraciones. La crítica kantiana de la razón pura permite descubrir como aberraciones las ideas cosmológicas, que son ilusorias porque no pueden unirse con los fenómenos. La crítica marxista de la economía política permite descubrir como una aberración el régimen de Luis Bonaparte porque es contrario a los intereses de cualquier clase social.

Revisando las tres acepciones que en el idioma español tiene la palabra «aberración» puede establecerse con mayor precisión el significado de las posibles aberraciones de la crítica:

Aberración óptica

«Imperfección de un sistema óptico que produce una imagen defectuosa» (D.R.A.E.)

Las aberraciones ópticas pueden ser cromáticas, cuando producen defectos en los colores, o esféricas, cuando producen defectos en la disposición de los puntos. Ambas son ineludibles, puesto que ninguna lente produce una imagen perfectamente fiel de un original. Cada lente está asociada a una mayor o menor cantidad de aberración.

Aberración biológica

«Desviación del tipo normal que en determinados casos experimenta un carácter morfológico o fisiológico» (D.R.A.E.)

Las aberraciones biológicas pueden ser cromosómicas, orgánicas, o específicas. Estas últimas fueron definidas por Darwin como «formas que han sido vencidas por competidores más afortunados, quedando un corto número de representantes que se conservan todavía en condiciones extraordinariamente favorables» (El origen de las especies, pág. 513). Cualquiera de las tres aberraciones es accidental y poco probable. Cuando se produce altera las cualidades del ser vivo al que afecta, pero la mayoría de los seres vivos no son aberrantes.

Aberración humana

Que puede ser contraria a la moral:

«Acto o conducta depravados, perversos o que se apartan de lo aceptado como lícito» (D.R.A.E.)

O contraria al pensamiento: «Grave error del entendimiento» (D.R.A.E.)

Las aberraciones del pensamiento y de la moral son relativas. En cada momento histórico y en cada agregado social la delimitación de lo aberrante es distinta; vendrá definida por los consensos vigentes{2}. Pero este carácter relativo en ningún caso permite transigir con lo que se considere aberrante. La aparición de un acto o de un pensamiento aberrante provoca reacciones de desaprobación, que deberán apoyarse en criterios con pretensiones de validez universal para revalidar o redefinir lo consensuado socialmente.

La revisión de estas acepciones permite concluir que cualquier aberración no es sino un resultado acabado y fallido de un proceso reproductivo. La aberración óptica es un fallo en la reproducción de la imagen de un original. La aberración biológica es un fallo en la reproducción de una especie que se adapta al medio ambiente. La aberración humana es un fallo en la reproducción de una sociedad regulada por normas, pero que permite la libertad. La continuación de un proceso reproductivo desde cualquier producto aberrante se iría separando del origen y propiciaría su propia degeneración.

Dado que la crítica es una reproducción especulativa de lo criticado, para adecuarlo a su verdadero valor, no una mera devaluación, también pueden definirse las aberraciones propias de la crítica. Las aberraciones de tipo óptico, o de la imagen, son ineludibles, porque la crítica no proporciona una imagen exacta de lo criticado; pero llegarán a invalidar la crítica cuando la imagen proporcionada desfigure el original hasta hacerlo irreconocible. La aberraciones de tipo biológico, o de adaptación, son accidentales, porque habitualmente la crítica tiende a adaptarse a distintos saberes constituidos en disciplinas diferenciadas y ejercidos por distintas comunidades insertas en una estructura reticular de comunicación. Acaecen cuando el efecto de la crítica se reduce a refuerzo dogmático de los saberes compartidos por un grupo sectario. Las aberraciones humanas, o normativas, son actos contrarios a lo socialmente aceptado y no justificables mediante principios racionales. No es que todas las normas sociales tengan que estar fundamentadas en la razón; pero cuando es oportuno condenar una conducta ha de recurrirse a la racionalidad.

Por lo que respecta a mi propuesta, reiteraré en este artículo que no incurre en aberraciones que la invaliden, ni con respecto a las tesis de Gustavo Bueno, ni con respecto a las distintas opciones reales de izquierdas y derechas políticas de las que dan cuenta. Descubriré como una aberración humana la izquierda genocida, que no es criticable desde de la conceptuación de Gustavo Bueno. Y también descubriré que la segunda intervención de Iñigo Ongay es una aberración crítica en todas las acepciones definidas.

La esencia y la existencia de la distinción entre la izquierda y la derecha

Mi propuesta sobre la distinción entre la izquierda y la derecha política se construye como el seguimiento de los cursos tanto de su esencia como de su existencia. Niega la posibilidad de que los conceptos de izquierda o de derecha política puedan definirse como estáticos, desatendiendo las modificaciones históricas a las que ha sido sometida la actividad política.

En el primer artículo expuse que la esencia de la izquierda y la derecha política exige como primer requisito la consumación del proceso de autolimitación del poder político, para que la autoridad se adquiera por elección periódica de los representantes por subordinados soberanos, dotados de libre iniciativa, y para que la ley acorde a criterios universales sustituya al privilegio. Esta circunstancia se logra en la democracia, tras constituirse la sociedad política en el caudillaje y reforzarse en el poder absoluto. También expuse que, como segundo requisito, la esencia de la izquierda y la derecha política exige que ninguna de las dos opciones pueda proponerse como única opción racional que aspira a la anulación de la contraria. Esta circunstancia se logra en los Estados plurales, tras las victorias históricas de la izquierda y la derecha.

En el segundo artículo me ocupé del curso existencial de la izquierda y la derecha en Europa continental en los siglos XIX Y XX «como opciones compatibles que surgen en el proceso de autolimitación del poder político». Nada comenté sobre qué ha mejorado o qué ha empeorado el resultado de este curso la situación política anterior. Nada hay por tanto que justifique la calificación de mi propuesta como «metafísica climacológica» o ejercicio de «fundamentalismo democrático». Hacer balance de la historia es una tarea, cuando menos, compleja. A lo largo de la historia las sociedades han ido incorporando una inmensa multitud de variadas aportaciones que han criticado prejuicios establecidos y han posibilitado por distintas vías la racionalización de algunos ámbitos de pensamiento y acción. Ninguno de los avances logrados por la crítica y por la razón ha sido concluyente, sino que ha generado oportunidades para nuevos despliegues racionales, y también para nuevos prejuicios y obcecaciones susceptibles de ser criticados. Los ejemplos que se pueden citar son bastante variados. Algunos son bien conocidos entre los materialistas: los mitos critican los númenes de la «religión primaria», apegados a las entidades reales, y son a su vez objeto de la crítica de la «religión terciaria», que los hace aparecer como delirios fantásticos. Otros son menos notorios. La introducción de cualquier innovación tecnológica puede mejorar un proceso productivo, pero el proceso puede rutinizarse, generando estructuras de sometimiento y bloqueando el paso a otras innovaciones.

El curso existencial de la distinción entre la izquierda y la derecha política en Europa continental, cuyas fases no son sino la concreción de su curso esencial, debe entenderse como una sucesión de críticas:

En la primera fase de la oposición entre la izquierda y la derecha política, la construcción oligárquica de Estados de derecho, que corresponde al triunfo de la izquierda, se constituye, tal y como ha apuntado Gustavo Bueno, la Nación política como totalidad de partes atómicas. Habría que entenderla como una totalidad atributiva, puesto que la condición de ciudadano (átomo) no puede mantenerse fuera de la pertenencia a la Nación. Esta innovación critica la falta de reconocimiento del individuo en la sociedad estamental del Antiguo Régimen. Pero al limitarse a las reformas legales que promueve una minoría oligárquica, deriva en formalismo; concreta la forma jurídica, no el contenido económico.

En la segunda fase, la construcción aristocrática de Estados de bienestar, que corresponde al triunfo de la derecha, la Nación se transforma en una totalidad atributiva de partes anatómicas. Surgen una nueva aristocracia de propietarios y dirigentes y una nueva plebe de proletarios asalariados que se complementan entre sí y que están avaladas por el entramado jurídico ampliado de la Nación. Esta innovación critica el formalismo de la fase anterior. Pero la usurpación del liderazgo por la nueva aristocracia deriva en totalitarismo; impone decisiones a ciudadanos formalmente libres.

En la tercera fase, la construcción democrática de Estados plurales, que corresponde a la compatibilización entre la izquierda y la derecha, la Nación, sin dejar de ser una totalidad atributiva, se transforma hacia una totalidad distributiva, que a su vez participa en otras totalidades supranacionales. Se defienden intereses y propuestas morales particulares, que tratan de equilibrarse entre sí en un contexto de relaciones nacionales desbordadas. Esta innovación critica el totalitarismo de la fase anterior. Pero no lleva a la sociedad a un estado de perfección insuperable. En Europa vivimos en un mundo sin crisis graves, pero que ha derivado en relativismo, que en gran medida no es sino una regresión a un estadio de confusión generalizada y de lucha de todos contra todos, en la que casi nunca gana quien lo merece.

Lo que sean la la izquierda o la derecha política en el presente es el resultado de la acumulación de las transformaciones acaecidas a lo largo de su existencia. Obviamente, el recorrido por la historia de la izquierda y la derecha en mi segundo artículo podría haber sido bastante más exhaustivo, reduciendo la aberración de la imagen. Pero la pretensión no era completar algo así como una enciclopedia de las opciones políticas, sino determinar sistemáticamente el sentido de la sucesión de las principales opciones políticas de izquierdas y de derechas hasta el presente; limitándome además al ámbito geográfico de la Europa continental.

La fijación de la «izquierda prístina»

El concepto de izquierda política propuesto por Gustavo Bueno es adecuado para entender el programa de izquierda jacobina en la primera fase. Pero al elevar la izquierda jacobina a «izquierda prístina», que aplica el mismo «modelo canónico» de racionalidad que la ciencia, deja la esencia de la izquierda fijada en el momento de su surgimiento. Quedan desatendidas las transformaciones previas del poder político que permitieron la existencia de la izquierda; y quedan desatendidas las determinaciones esenciales de la izquierda por las críticas de generaciones posteriores. La consecuencia de esta fijación es que, una vez cumplido el programa de la izquierda jacobina, según las tesis de Gustavo Bueno a día de hoy una nueva generación de izquierda no encuentra encaje en Europa, inundada de «izquierdas indefinidas», pero puede encontrarlo en alguna otra plataforma «suficientemente homogénea» (El mito de la Izquierda, pág. 297). Se dice mucho contra los extravíos de las izquierdas europeas, «extravagantes» o «divagantes» pero nada contra los de las aberrantes izquierdas genocidas fuera de Europa.

Incluso sin tener en cuenta tal consecuencia, en la lectura atenta de los textos de Gustavo Bueno se perciben síntomas de la necesidad de esclarecimiento, ya mencionados en mis dos artículos previos. Las dos distinciones entre la izquierda y la derecha política publicadas por Gustavo Bueno aparecen, al menos en una primera impresión, como opuestas entre sí. El problema que plantean es si hay alguna manera de conciliarlas sin que resulten contradictorias. La crítica que se desencadena al intentar resolver este problema no tiene como finalidad dejar los contenidos expuestos por Gustavo Bueno «completamente recubiertos», sino determinar su validez. Si un geógrafo se sitúa en distintos momentos frente a dos caras opuestas de un mismo monte y permanece estático puede realizar descripciones de su orografía muy pertinentes y muy detalladas, pero opuestas entre sí. Será necesaria la intervención de una tercera descripción desde una posición que compatibilice las dos perspectivas para que las primeras descripciones no acaben siendo contradictorias y provocando malentendidos. No es necesario que esta nueva descripción invalide las anteriores, ni siquiera que sea de la misma calidad, bastaría tal vez una sencilla fotografía enviada desde un satélite lejano para saber cuál es el espacio cubierto desde cada posición.

En un primer artículo Gustavo Bueno definió el concepto de izquierda como función racionalizadora universalista y el concepto de derecha como la función correlativa, que identificaba, negativamente, con los conceptos de «intuicionismo preater-racional» y «particularismo» («En torno al concepto de 'izquierda política'», pág. 16). Estas definiciones provocan perplejidad, por dejar la racionalidad fuera de la esencia de la derecha. La consecuencia más llamativa es que, tomándolas al pie de la letra, no se puede asumir que la democracia parlamentaria contemporánea sea un modo de gobierno racional, porque sitúan la racionalidad del lado de una de las dos principales opciones políticas. La definición de la derecha parece válida para una derecha reaccionaria, no para una derecha democrática. Desde mi apreciación, en El mito de la Izquierda se abre la posibilidad de reconocer la racionalidad de la derecha política, que conceptuada ahora, positivamente, como «voluntad de apropiación», sí que puede identificarse con una función racional. Entendida la racionalidad como logos (ensamblaje) el entramado institucional estable que exige el mantenimiento de propiedades adquiridas por particulares y respetadas por toda la sociedad ha de considerarse como racional{3}. Sopesando el alcance de esta racionalidad, Gustavo Bueno otorga a la derecha, en relación a la izquierda, «prioridad en el terreno lógico» porque entiende que la izquierda sólo puede constituirse negando lo afirmado previamente por la derecha. De esta manera la racionalidad de la izquierda queda relegada en esta segunda distinción a una racionalidad sobrevenida y efímera, que aspira a la universalidad, frente a la eterna lógica universal de la «voluntad de apropiación».

Contrariamente a Gustavo Bueno he sostenido que en el presente ni la racionalidad de la izquierda ni la de la derecha pueden priorizarse, y que su imposición sólo ha sido posible en un momento histórico. La izquierda, racionalidad constituyente reconciliadora, sólo niega eficazmente lo afirmado previamente por la derecha, racionalidad constituida individualizadora, cuando se dan las condiciones adecuadas. No opera ex-nihilo. Los objetivos de la izquierda surgen de las contradicciones que niegan las afirmaciones de la derecha y que son producto de su propia dinámica. En palabras de Marx: «la humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, pues, bien miradas las cosas, vemos siempre que estos objetivos sólo brotan cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización» [léase «la izquierda» por «la humanidad» para neutralizar el exceso de optimismo de Marx] (Prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política).

Para la transformación de la sociedad desde la izquierda no basta con que el modelo de racionalización se haya ensayado con éxito en la indagación científica. El modelo no tiene pertinencia universal. Cuanto menos adecuadas sean las condiciones sociales para el surgimiento de la izquierda, cuanto menos avanzado esté el proceso de autolimitación del poder político y de refuerzo de la iniciativa privada, requisitos esenciales de la distinción entre la izquierda y la derecha política, mayor será el terror que provocará el intento de imponer un programa de izquierda. El terror que provocó la izquierda jacobina es limitado porque venció una oposición debilitada{4}. El terror que ha provocado la izquierda en Asia ha llegado a ser generalizado, por ejemplo en el genocidio de Camboya, porque ha tenido que vencer la resistencia no debilitada de los pequeños campesinos propietarios, apegados a tradiciones y a instituciones seculares. Entre las «muchas y verdaderamente finas», conclusiones críticas que según Iñigo Ongay pueden extraerse de «los trazados filosóficos delineados por Gustavo Bueno en su libro», la mencionada es impracticable.

Aunque las condiciones sociales sí hayan sido adecuadas para la aplicación de un modelo de racionalización ensayado en la indagación científica, el programa de la izquierda ha de redefinirse atendiendo a las condiciones sociales transformadas. La fijación de la esencia, según el concepto de Gustavo Bueno, condena a la izquierda a la nulidad, siguiendo una trayectoria paralela a la de la atribulada vida del monstruo del doctor Frankenstein. Ambos se presentan como producto de «artes impías» derivadas de la ciencia, ejercen como benefactores del pueblo en su lugar de origen sin conseguir su afecto, y acaban anhelando asentarse fuera de Europa{5}. Pero si el monstruo de Frankenstein no puede mutar, la izquierda sí puede sobreponerse a los fracasos replanteándose medios y objetivos. Por ejemplo, en una Europa donde la tasa de fecundidad, 1,5 hijos por mujer, no llega al nivel mínimo de reposición, 2,1 hijos por mujer, es oportuno reclamar la retribución del trabajo doméstico del «ama [o del amo] de casa», «reivindicación propia de la izquierda de nuestro presente», según concede Gustavo Bueno (El mito de la Izquierda, pág. 291). Es cierto que, de momento, en Europa ningún partido de izquierda administrativa que gestione el gobierno va a asumir esta reivindicación. Sólo es previsible que la iniciativa provenga de alguna corriente de las que Gustavo Bueno clasifica como «izquierdas indefinidas», y que desde ahí acabe teniendo reconocimiento jurídico y social.

Cuando no existen las condiciones adecuadas para la izquierda han de crearse, si es que se quiere poner en funcionamiento un programa de izquierda. Este fue el arriesgado objetivo de Lenin y Trotski al intentar completar una revolución de izquierda en Rusia a partir de la iniciativa de los obreros asalariados encuadrados en los soviets, llegando incluso a vislumbrar horizontes que iban más allá de los logros de las izquierdas oligárquicas de la primera fase. En una formulación de la «revolución permanente» escrita en 1906, con la que estaba de acuerdo Lenin, Trotski proponía que la revolución no se parase en la conquista y refuerzo dictatorial del poder, sino que se transformarse aceleradamente desde el poder absoluto hasta el bienestar en un marco formalmente democrático{6}: «La Asamblea constituyente será convocada por las fuerzas del pueblo mismo liberado. La labor que tendrá que realizar la Asamblea constituyente será colosal. Esta deberá transformar el Estado sobre la base democrática, es decir, del poder absoluto del pueblo, deberá organizar una milicia popular, realizar una grandiosa reforma agraria, instaurar la jornada de ocho horas y el impuesto progresivo sobre la renta» (La revolución permanente, pág. 72). La falta de condiciones adecuadas para el proyecto de izquierda y el fracaso en su consecución facilitaron que Stalin sustituyera la iniciativa de los obreros por la iniciativa del Estado y se fijara como objetivo prioritario la consolidación de la nueva Nación. El recurso al terror era imprescindible para completar este proyecto, porque había contrariado el sentido de la dictadura provisional de la vanguardia proletaria, degenerándola en poder absoluto estable. Gustavo Bueno estima «interesante» la aportación de Stalin porque entiende que recuperó «el sentido originario de la izquierda» (El mito de la Izquierda, pág. 218). Desde mi punto de vista fue el punto de partida de los aberrantes genocidios perpetrados por la izquierda en Asia{7}.

Las aberraciones en las que incurre Iñigo Ongay

De lo que haya podido aportar Iñigo Ongay a la propuesta conceptual de Gustavo Bueno nada se puede decir, puesto que la ha asumido íntegramente. De la crítica de Iñigo Ongay a mi propuesta hay que decir que combina los tres tipos de aberración con inusitada pericia.

La segunda intervención de Iñigo de Ongay se construye sobre la base de distintas aberraciones de imagen que van, más allá de lo ineludible, hasta lo impresentable. Iñigo Ongay ha destrozado mi segundo artículo y ha mostrado los fragmentos atribuyéndoles el sentido que le ha convenido. Conviene a sus acusaciones de «metafísico» y «fundamentalista» que yo defienda el fin de la Historia; pues manos a la obra. Toma una parte del último párrafo de mi artículo:

«Esta situación puede ser entendida como el fin de la Historia, consagrando la democracia parlamentaria como logro definitivo de la Humanidad. Pero el proceso ha sido creativo.»

Entiende aquí «puede ser entendida» como «debe ser entendida»; y no menciona la continuación inmediata después del punto:

«...Ninguna generación de actividad política ha fijado las características de la izquierda o de la derecha, de tal manera que los momentos posteriores serían meras derivaciones. Cada generación ha constituido una aportación a la formación de la naturaleza de la izquierda o la derecha. No hay motivo para dudar que pueda emprenderse otra nueva con unas repercusiones insospechadas.»

La continuación se la ha dictado a Iñigo Ongay su alucinada imaginación. Ni tan siquiera ha resultado tan obvio como yo presuponía a la vista del título y del contenido del artículo que esas opciones políticas de las que me ocupaba eran «las izquierdas y las derechas en la Europa continental de los siglos XIX y XX». Iñigo Ongay ha interpretado con nula precisión que me refería a los «seis mil millones» de habitantes del planeta.

Conviene también a los propósitos de Iñigo Ongay mostrar que mi propuesta conceptual ha cortado el «material fenoménico» por sus «junturas naturales», o que lo ha sometido en un «lecho de Proscuto»; pues dicho y hecho. Descalifica de pasada el núcleo de la propuesta en la segunda nota a pie de página, pero lo excluye de su argumentación{8}. No le supone ningún problema comentar el resto del artículo desatendiendo ese núcleo, en el que se definen las distintas opciones de izquierdas y derechas en Europa continental como combinaciones de las formulaciones de los componentes elementales del cuerpo político. No se ha percatado de que sin esa referencia es absurdo debatir, como simula hacerlo, sobre si el imperialismo napoleónico ha de ser clasificado como una opción de derechas o de izquierdas, sobre si la dictadura de Stalin ha de entenderse como una generación de izquierdas, o sobre si significa algo hablar de las izquierdas y de las derechas europeas actuales. Por otra parte, resulta grotesco que sin esa referencia esté convencido de «poner en evidencia», en mi propuesta conceptual, «caracterizaciones emic» de las distintas opciones políticas. Creer que defino al anarquismo por «la vuelta a la idílica comunidad original», o al fascismo por «la marcha a la consumación del pueblo elegido», es como confundir el rábano con las hojas.

Estas necedades no son las únicas aberraciones de imagen que perpetra Iñigo Ongay. Perdido el respeto a la realidad, Iñigo Ongay no se ha quedado sólo en el destrozo de mi texto, también ha ignorado un hecho clave. Contra mi afirmación de que Napoleón trató de extender la izquierda jacobina a «otras Naciones» sostiene rotundamente que «antes de la expansión napoleónica no existía nación alguna». Provoca una enorme sorpresa que un desvarío tal venga de un discípulo aplicado de Gustavo Bueno. He de recordarle algo que ha puesto de manifiesto Gustavo Bueno. La Nación política, que inventa la Revolución francesa, es impensable sin otras acepciones previas del concepto de «Nación»: «La Nación política procede, sin duda, por evolución de las acepciones anteriores» («En torno al concepto de 'izquierda política'», pág. 18). ¿Quién ha sometido, no ya los fenómenos, sino los hechos en un «lecho de Proscuto»?

Aunque parezca difícil, las necedades han ido más lejos. Cometer aberraciones de imagen impresentables, podría llegar a ser subsanable. Peor arreglo tiene instalarse en ellas, como lo ha hecho Iñigo Ongay al aceptar confusas descripciones emic de la distinción entre la izquierda y la derecha política en la Europa actual. Según su opinión, que defienden como verdadera muchos partidarios de la derecha administrativa en Europa, «carece por completo de sentido distinguir en nuestros días entre «partidos socialdemócratas» y «partidos neoliberales», y no tanto porque las diferencias se hayan eclipsado, si no [sic] porque la ecualización ha sustanciado un completo viraje en las referencias: efectivamente, no sólo los partidos de «izquierda» van adoptando paulatinamente posiciones tan neoliberales o más como los del «centro» o la «derecha», si no [sic] que también los grupos políticos situados a la «derecha» (fenoménica) del espectro han terminado por arribar hacia posturas tan socialdemócratas, a la postre, como las que eran propias de los antiguos «partidos socialistas».» ¿Cuáles son entonces los bandos de la competición política actual en Europa? ¿Se han invertido por completo las posiciones? ¿O acaso hemos alcanzado el limbo histórico final en el que ya no hay competición política real, sino rotación ordenada en el gobierno?.

Perdido el fundamento de la realidad del texto y de los hechos, la crítica efectiva es inviable. Lo que Iñigo Ongay ha ejercido es crítica aparente, que al defender una obra previa provoca aberraciones de adaptación, dogmatismo sectario. Acerca de su primera respuesta advertí que favorecía el dogmatismo por apoyarse en «afirmaciones falsas acerca de los contenidos y pretensiones de mi artículo». En su segunda respuesta dice haber «entendido muy mal» esta advertencia, de la que se siente a salvo simplemente por haberme respondido, por lo que me ruega demuestre un porqué, que yo ya había explicitado. Creyéndose inmunizado de incurrir en dogmatismo, en su segunda respuesta Iñigo Ongay lo consuma por completo al reforzar los aberrantes sofismas ya comentados oficiando una ensimismada ceremonia de culto a la obra de Gustavo Bueno, a la que considera «contenido doctrinal». Cada uno de los participantes en la ceremonia recibe un trato bien diferenciado, en la manera de nombrarlo y en los histriónicos epítetos mediante los que es caracterizado. A Gustavo Bueno, tótem sagrado, siempre le nombra por su nombre y primer apellido, y le caracteriza en tono laudatorio («filósofo español», «autor de El animal divino»). A mí, espectro informe, por el contrario, me nombra de múltiples maneras (además de «Luciano Miguel», «don Luciano», «señor Miguel», «Luciano Miguel García») y me caracteriza en tono de mofa («mal carnicero como él sólo», «hermeneuta despistado»){9}. Y él mismo, oficiante místico, se nombra suntuosamente utilizando el plural mayestático («nosotros») y caracteriza su extraordinaria actitud en tono fantasioso y grandilocuente («beligerantemente pedagógica»). Para que no falte nada, la ceremonia incluye recursos escénicos abracadabrantes, como la explicación que aporta sobre la sostenibilidad de mi propuesta: «por mediación de una suerte de deus ex machina filosófico que reintroduzca de matute, los mismos fenómenos con los que en el progressus se había perdido todo contacto».

Todo el espectáculo viene precedido por un preámbulo en el que Iñigo Ongay anuncia, en la defensa de sus posiciones, «toda la dialéctica» de la que es capaz, como si fuese a demostrar que es capaz de alguna. Introduce así, desde el principio, la más grave de las tres aberraciones, la aberración humana en la que incurre por pervertir la crítica, haciendo pública por escrito, en un foro dedicado a la «crítica del presente», una bronca que debería haber servido a lo sumo como entretenimiento tabernario propio y de sus allegados. Iñigo Ongay produce basura crítica creyendo que filosofa y esclarece. Lejos de asumir que comparte la condición vulgar muy extendida descrita por Gracián, la de los «hombres de burlas, que todo lo hacen cuento, sin dar jamás en la cuenta» (El criticón, pág. 33) intenta hacer ver que los que no comulgan con el credo doctrinal que ha abrazado «regresan» al dominio de la caverna. De todo ello hay que deducir que él se siente habitante en el selecto reino de la luz, delimitado y protegido por murallas imperecederas. Allá él.

Referencias bibliográficas

Bueno, Gustavo. El mito de la Izquierda, Ediciones B, Barcelona 2003.

Bueno, Gustavo. «En torno al concepto de 'izquierda política'», El Basilisco, 2ª época, nº 29, 2001, págs 3-28.

Darwin, Charles. El origen de las especies, Austral, Madrid 1988.

Durkheim, Emile. La reglas del método sociológico, Orbis, Barcelona 1985.

Fernández Tresguerres, Alfonso. «De la burla. Acerca de burlas, bromas, desprecios, menosprecios y sarcasmos», El Catoblepas, número 32.

Gracián, Baltasar. El criticón, Espasa-Calpe, Madrid 1943.

Kant, Inmanuel. «De un tono distinguido, recientemente ensalzado en filosofía». En En defensa de la Ilustración, Alba Editorial, Barcelona 1999.

Marx, Karl. Contribución a la crítica de la economía política. Alberto Corazón, Madrid 1978.

Ongay, Iñigo. «Impresiones del enviado espacial de El Catoblepas a la República Popular China», El Catoblepas, número 38.

Tocqueville, A.: El Antiguo Régimen y la Revolución, FCE, México 1996.

Trotski, Leon: La revolución permanente, Ruedo ibérico, París 1972.

Notas

{1} Barrunto el extraordinario valor de esa experiencia, pero no la imagino plena sin que esté atravesada por cierto escepticismo ante cualquier propuesta filosófica, la de Gustavo Bueno incluida, toda vez que ningún sistema filosófico ha sobrevivido sin que haya sido adecuadamente cuestionado. En ningún caso, apelando a Kant, Iñigo Ongay está autorizado a cargar contra el pensamiento de nadie, por muy metafísico que le parezca, ni a otorgarse la distinción de haber ejercido alguna modalidad de filosofía. En palabras de Kant: «Que personas distinguidas filosofen, incluso si esto ocurre en las cimas de la metafísica, se les debe tener a honra, y merecen indulgencia en su (apenas evitable) falta contra la escuela porque condescienden a ésta en pie de igualdad civil. Pero que se distingan queriendo ser filósofos no se les puede perdonar de ninguna manera, porque se levantan sobre su gremio e infringen su inalienable derecho de libertad e igualdad en cosas de la mera razón» («De un tono distinguido recientemente ensalzado en la filosofía»; en En defensa de la Ilustración, pág. 367.)

{2} Durkheim recuerda que es inviable una sociedad sin delitos, precisamente porque la afirmación de un bien exige el correlato del mal: «El delito es, por tanto, necesario; se halla ligado a las condiciones fundamentales de toda vida social, pero por esos mismo es útil; porque las condiciones de que él es solidario son indispensables para la evolución normal de la moral y el derecho» (Las reglas del método sociológico, pág. 95.)

{3} En palabras de Gustavo Bueno: «La importancia política del concepto de apropiación se manifiesta, por tanto, en el momento en el que se introducen las relaciones entre el paso de la apropiación a la propiedad. Este paso tiene lugar precisamente a través del Estado, como categoría política fundamental, en función de la cual hemos establecido las seis generaciones de la izquierda definida» (El mito de la Izquierda, pág. 282.)

{4} De acuerdo con Tocqueville, «La Revolución [francesa] fue cualquier cosa menos un acontecimiento fortuito. Cierto es que tomó al mundo desprevenido, pero sin embargo sólo fue el complemento de un trabajo más prolongado, la terminación repentina y violenta de una obra a la que se habían dedicado diez generaciones de hombres. De no haberse producido, igual se habría derrumbado el viejo edificio social, aquí más pronto, allá más tarde» (El Antiguo Régimen y la Revolución, pág. 105.)

{5} La tesis de que los avances científicos han sido la causa de la transformación de la sociedad adquiere distintas variaciones en autores como Daniel Bell o Bruno Latour. Todos ellos minimizan la importancia de las relaciones sociales y políticas.

{6} «Revolución permanente» no puede confundirse, como lo hace Iñigo Ongay, con «revolución mundial» que aboca a la indefinición política, puesto que propone la internacionalización de la revolución proletaria como continuación necesaria de la revolución nacional soviética.

{7} Mao Tse Tung después de fracasar en su intento de replicar los éxitos económicos de Stalin en los años de «El Gran Salto Adelante», fue más allá. Puso en marcha la Revolución Cultural intentando someter mediante un terror ampliado «costumbres, hábitos, cultura y modos de pensar» opuestos a su proyecto político. También fracasó. Deng Xiaoping tuvo que retirar al Estado el monopolio de la iniciativa económica y cultural, aunque se haya mantenido el monopolio de la iniciativa política. El resultado ha sido un considerable distanciamiento entre el Estado y los trabajadores, que como consecuencia del explosivo desarrollo económico no tienen garantizados muchos de sus antiguos derechos. Tal carencia sólo se podrá corregir cuando se habiliten vías de representación democrática, como las que se reclamaron en la plaza de Tiananmen. Sobre esta situación contiene abundante información el sitio de Internet www.china-labour.org.hk. Es bastante significativo que a Iñigo Ongay, en su viaje a China no le haya «impresionado» el sufrimiento de los asalariados y de los campesinos. Más bien todo lo contrario: «Y es que ciertamente, [según sus observaciones] este 'Socialismo de Mercado' –sólo un contrasentido para aquel que se mantenga preso del 'culto de los libros'– constituye, en nuestros días, un contexto político en el que el Mercado Pletórico y la Tradición Confuciana han permitido la consolidación de una ciudadanía compuesta de 'productores' y 'consumidores' satisfechos muy semejantes, a primera vista, a los que habitan las megalópolis comparables del 'Mundo Occidental'.» (Iñigo Ongay, «Impresiones del enviado espacial de El Catoblepas a la República Popular China».)

{8} Creo que debería ser evidente el paralelismo entre las relaciones a las que se refieren los ejes del espacio antropológico y las realidades modificadas en cada una de las fases del curso de la distinción entre la izquierda y la derecha. En la fase de construcción de Estados de derecho se modifican las tres ramas de la capa conjuntiva: el poder legislativo, el ejecutivo y el judicial. En la fase de construcción de Estados de bienestar, se modifican las tres ramas de la capa basal: el poder gestor, el planificador y el distributivo. En la fase de construcción de Estados plurales se modifican las tres ramas de la capa cortical: el poder militar, el federativo y el diplomático. También creo que debería ser evidente que no he sustanciado el concepto de «sociedad civil» [«sustantificado» dice Iñigo Ongay], puesto que entiendo que la realidad a la que alude no subsiste con independencia de la «sociedad política». Usar un concepto no es lo mismo que sustanciarlo.

{9} Alfonso Fernández Tresguerres, en esta misma publicación, ha expuesto que el efecto pretendido de la burla tiende a anular el debate: «Y nos encontramos entonces con que siendo la burla una forma de desprecio, su objetivo último es, no pocas veces, liberarse de aquél a quien se desprecia, es decir, menospreciarle» («De la burla», El Catoblepas, nº 32, pág. 3). Obviamente para que se cumpla tal efecto es necesario que los que asisten a una burla den crédito al juicio emitido por el burlador. No tengo ninguna duda de que el crédito del que dispone Iñigo Ongay entre los lectores de El Catoblepas es abundante, obviamente bastante mayor que el mío. Además de su presencia en el consejo de redacción y del bagaje de artículos en esta publicación, resulta ilustrativa la disparatada intervención en los foros de Nódulo de Eliseo Rabadán el día 8 de diciembre de 2004, destacando el «interés» de dos artículos: uno de Iñigo Ongay, su primera respuesta en esta polémica, y otro José Manuel Rodríguez sobre un libro de Héctor Ghiretti titulado Siniestra. Menospreciando por completo el origen de la polémica, me atribuye la pretensión de equiparar al materialismo filosófico al neotomismo metafísico; rechaza la noción de «racionalidad inmanente» como inadecuada a la obra de Gustavo Bueno, sin aportar justificación alguna; y por si fuera poco, me nombra incorrectamente tres veces, en una secuencia en la que me va aproximando a la nada, involuntariamente supongo: «Luciano M García», «Luciano García» y «L García». Por el contrario, felicita a Iñigo Ongay y Jose Manuel Rodríguez «por estos artículos tan interesantes y certeros en sus dardos»; e incluye los dos hipervínculos correspondientes para facilitar su lectura. Lo peor de todo es que Eliseo Rabadán concluye afirmando que «el debate está abierto», cuando él mismo acaba de cerrarlo. De hecho su intervención, comprensiblemente, no ha tenido ninguna respuesta.

 

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