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El Catoblepas, número 39, mayo 2005
  El Catoblepasnúmero 39 • mayo 2005 • página 20
polémica

Las izquierdas, las derechas
y el fin de la Historia: ¡Abrazaos millones! indice de la polémica

Iñigo Ongay

Respuesta a la respuesta de Luciano Miguel García

0. Presentación de la polémica

En el número 39:9 de El Catoblepas, revista crítica del presente (correspondiente al mes de mayo de 2005), Luciano Miguel García, con el texto titulado «Las izquierdas y las derechas políticas de Europa continental en los siglos XIX y XX», ha tenido a bien responder a los comentarios contenidos en mi artículo «Las izquierdas, la derecha y la racionalidad» (El Catoblepas, nº 34:12, diciembre de 2004). Unos tales comentarios los hacía yo, en relación a otro trabajo de don Luciano, aparecido así mismo en El Catoblepas,{1} en el que mi interlocutor efectuaba un diagnóstico «crítico» sobre las doctrinas de Gustavo Bueno en torno al problema de la distinción ente la izquierda y la derecha política. En este sentido, como aclaré en su momento, mi respuesta a don Luciano no iba dirigida directamente tanto a recusar la propia conceptualización que nuestro interlocutor se hacía del asunto (aunque también emprendiera entonces esta tarea, pero sólo,diríamos, in oblicuo), cuanto a «corregir», o acaso también a «rectificar» el mismo diagnóstico que Miguel García había podido formarse sobre dos trabajos de Bueno tales como el artículo «En torno al concepto de izquierda política» (El Basilisco, nº 29) y el libro El mito de la Izquierda (Ediciones B, Barcelona 2003) cuyos contenidos doctrinales no nos parecía entonces –y por supuesto siguen sin parecérnoslo ahora– que hubieran quedado «completamente recubiertos» por el análisis de nuestro interlocutor. Además –y añadiendo así mordiente polémica a nuestra respuesta– exponíamos a don Luciano las razones por las cuales el análisis llevado a cabo por Bueno permitiría a nuestro juicio, el arrostramiento de una tarea que difícilmente podría ser llevada adelante de la mano de las propias propuestas presentadas al respecto por el señor Miguel, a saber: la reconstrucción –según la línea del progressus– del material fenoménico de referencia en su integridad, respetando naturalmente la abundancia de sus ensortijamientos lógico materiales. En esa medida justamente (es decir, en la medida en que desde la instancia a la que don Luciano arribaba como término ad quem de su peculiar regressus no fuera posible a su vez, tal y como nosotros pretendíamos en ese momento demostrarlo, retornar al plano fenoménico sin pagar por ello el precio de desfigurar enteramente la fisionomía que le es propia al mismo material de partida), el análisis de Miguel García en torno a la «racionalidad inmanente» en la que, bajo la forma de las democracias parlamentarias, acabarían embebidas las «derechas» y las «izquierdas» políticas, podrá empezar a ser visto como una doctrina meramente formalista, y además enteramente metafísica.

Pues bien, en su respuesta, don Luciano, con el objeto por así decir de «criticar mis críticas», ha dibujado un muy particular retorno a los fenómenos que sin duda ninguna nosotros le agradecemos en todo lo que vale. En particular, el análisis progresivo que ahora nos diseña nuestro interlocutor muestra efectivamente una inaudita «potencia» en la medida en que aparece como capacitado para «discriminar» modulaciones tan diversas de la izquierda política como las siguientes: izquierda jacobina, izquierda leninista, izquierda socialdemócrata, izquierda de los movimientos sociales, izquierda liberal e izquierda anarquista. Frente a ellas, don Luciano también distingue –y todo ello, dicho sea de paso, con una enorme «claridad»– los correspondientes géneros de la «derecha política» (derecha bonapartista, bismarkiana, taylorista, neoliberal, &c). Por si ello fuera poco, entre las izquierdas políticas, descubre don Luciano también una generación roturada bajo la rúbrica de «izquierda crítica»; lo que no nos aclara nuestro autor (que suponemos debe considerar al resto de las izquierdas –y por supuesto a todas las derechas– como acríticas) son los parámetros que califican a una tal izquierda como «crítica», es decir, ¿de qué es crítica esta izquierda crítica?.. ¿de la «realidad» quizás? Más aún, cabría preguntarse en este contexto con toda legitimidad qué sea lo que por «crítica» pueda entender don Luciano. Pero en fin, de semejante reconstrucción llevada a cabo por nuestro autor, nos ocuparemos más adelante con algún detalle.

Sin embargo creemos que merece la pena destacar lo siguiente: si en nuestro anterior trabajo ofrecíamos, con actitud beligerantemente pedagógica, a nuestro autor una reexposición de algunas de las líneas de fuerza que sostienen los contenidos filosóficos de las obras de Bueno a las que don Luciano había aludido, ello se debía, según se recordará, a que resultaba muy fácil darse cuenta de que nuestro contrincante había entendido muy poco (más bien no había entendido nada en absoluto) de las afirmaciones realizadas por Gustavo Bueno en tales lugares de su obra. Y bien, así las cosas, lo primero que consideramos necesario añadir ahora es que su nueva aportación al problema que nos ocupa, no nos ha obligado a modificar en modo alguno nuestro primer diagnóstico sobre el «entendimiento» de Luciano Miguel García (si acaso,todo lo más, a radicalizar nuestro enjuiciamiento acerca de sus «entendederas»{2}). Sólo que ahora, como podrá fácilmente comprender el lector, no nos es posible emprender –al menos tan in extenso como en aquella ocasión– una nueva enmendación de su intelecto.

Con todo, no queremos dejar tampoco de señalar que al volver a responder a don Luciano con toda la contundencia que nos sea posible, no nos mueve en absoluto un prurito de celosa ortodoxia materialista que nos llevase, por hipótesis, a «golpear a los infieles» o algo parecido, y menos todavía una dogmática voluntad de dar un cerrojazo al materialismo filosófico que nos permitiera sustituir la Teoría del Cierre Categorial por el Cierre Categórico de la Teoría (por decirlo con las palabras que emplea nuestro crítico, componiendo así un juego de palabras cuyo ingenio estimamos verdaderamente insuperable). Ciertamente creemos que se nos podrá acusar de casi cualquier cosa menos de dogmatismo; y ello hasta el punto de que realmente entendemos muy mal que nuestro autor detecte dogmatismo alguno en nuestro proceder, teniendo en cuenta al menos, precisamente que su artículo original fue respondido inmediatamente por nosotros, intentando refutar sus tesis (acaso equivocadamente, pero en fin eso es otra cuestión distinta). Queremos decir, que lo que en efecto hubiera resultado dogmático –es decir no-crítico– habría sido por ejemplo «negarnos a contestar» el texto de Luciano Miguel acantonándonos, por caso, en la coartada de que «águilas no cazan moscas». Tampoco habría sido demasiado crítico por mi parte haber respondido –con un escepticismo inadmisible– en términos laudatorios a las afirmaciones de nuestro autor, aduciendo por ejemplo que «aunque nuestras posiciones sean diametralmente opuestas y enteramente incompatibles, pues ¡qué caramba!, al final los dos tenemos razón». Ningún dogmatismo pues –al contrario: toda la dialéctica de la que soy capaz– en mis posiciones, y si don Luciano así lo detecta, le rogaríamos que demostrase exactamente (dado que estas cosas –salvo, ahora sí, grave dogmatismo– no basta sólo con afirmarlas) por qué lo detecta así. En fin, yo no creo que merezca la pena continuar dando vueltas a este asunto, pero sí que quisiera añadir que por mi parte, yo he hecho la experiencia filosófica de la que hablaba Kant: quien ha gustado una sola vez el sabor de la verdadera crítica, detestará para siempre de toda la palabrería dogmática. Y precisamente en razón de tal experiencia (por la que, por cierto, siempre estaré en deuda con Gustavo Bueno), me resulta directamente imposible quedarme callado ante «análisis» como los de don Luciano.

1. Lo que don Luciano sigue sin comprender de El mito de la Izquierda

Pues bien, como decimos, no podemos en esta ocasión volver sobre los asuntos que ya desgranábamos en nuestra primera respuesta a Luciano Miguel García. Sin embargo, en atención al hecho de que nuestro interlocutor sigue sin moverse de sus erróneos asertos (bien que, ahora ya, afirmando que nunca sostuvo lo que en su primer artículo se sostiene y además «con todas las letras»{3}), nos parece necesario recordar algunas cosas. Vamos a ello:

En primer lugar, el Materialismo Filosófico comienza por dar beligerancia crítica a la tesis de la conexión interna entre las ideas de «izquierda política» y «racionalidad»; sin embargo, y en vistas de que la propia idea de «racionalidad» –que para empezar por sí misma nos devuelve en el regressus a una situación antropológica genérica, es decir sólo materialmente política– no es sin duda alguna ni «clara ni distinta» (al contrario, por sí misma no podía resultar más «oscura» ni tampoco más «confusa», e incluso infantil y hasta ridícula si tuviéramos que juzgar por algunas de sus representaciones ilustradas{4}), bien puede comprenderse que tratar de definir a la «izquierda», tomando como criterio proporcionado para tal tarea la «razón» sin más matizaciones aparece como una operación análoga a la de procurar definir lo «oscuro» por medio de lo «más oscuro». En este sentido, se trataría más bien de llevar a efecto una rigurosa reconstrucción del nexo entre la «izquierda» y la «racionalidad» que nos permitiese clarificar para empezar, de qué se está hablando cuando se alude a la idea de «razón», en qué consiste la «racionalidad» que atribuimos a la «izquierda política» con preferencia a la «derecha política».

Pues bien, en el artículo de El Basilisco antes citado, el autor de El animal divino, delimita esta idea de «racionalidad» que consideramos ajustada a las requisitorias de la «izquierda», en oposición polémica al gnosticismo entendido como la posición característica de aquellos planteamientos políticos fundados en una revelación recibida «de lo alto». Esta revelación (sea católica, sea protestante, sea musulmana) cuyos contenidos avinieran por vía supra racional o prater racional a sujetos privilegiados, resultaría según los criterios que, suponemos, definen la racionalidad proporcionada a la idea de izquierda, sencillamente inadmisible por lo que, al cabo, una tal racionalidad comparecerá como comprometida con un antignosticismo (es decir, no meramente con un agnosticismo) negador de las pretensiones –ellas mismas irracionales– gnósticas (y por supuesto teístas del dios terciario) que han venido siendo propias de todas las corrientes de la «derecha absoluta» (el llamado «pensamiento reaccionario» orientado hacia la defensa del trono al través de la apología del altar). Cuando un tal racionalismo antignóstico se reinterprete desde la perspectiva de la ontología, se aproximará hasta confundirse con la misma negación del dios terciario del que provenían las revelaciones de la derecha (es decir, con el ateísmo). Por lo demás, y positivamente, la racionalidad así considerada, no la hacemos residir tanto en una instancia por así decir, «intracraneana» o «mentalista» –propia de un sujeto puro o de una unidad trascendental de apercepción– cuanto en la misma escala característica de un sujeto corpóreo dotado de músculos estriados, de manos prensoras, de pentadactilia, pero también de glotis, de un sistema nervioso complejo &c, cuyas operaciones analíticas (separar) y sintéticas (unir) se realizan en un contexto apotético-distal, de signo beta operatorio.

En El mito de la Izquierda, Gustavo Bueno, reconociendo que la propia idea de «racionalidad» carece por sí misma como decíamos, de un alcance formalmente político, procede a ofrecer una recomposición de los parámetros precisos que serían necesarios para re-definir una tal idea en sus conexiones con la noción –política– de izquierda. Esta recomposición, la lleva a término el filósofo español mediante la incorporación de un concepto gnoseológico fundamental que servirá por lo demás, de «canon» de la racionalidad característica de la izquierda política: la holización{5}.

Una vez la primera generación de la izquierda cumplimente el trámite de la destrucción analítica de las partes anatómicas que definían el estado político de cosas previo a la Gran Revolución holizadora de 1789 (el Reino Absoluto conformado por tres estamentos), la propia Revolución, habrá de progresar sobre las fronteras de la Totalidad de referencia{6} (es decir, presuponiendo de algún modo según el dialelo político, estas mismas fronteras), reconstruyendo así el Reino (absoluto) a una escala históricamente inédita: a la escala de la Nación Política. Ahora bien, esta escala –y con ella el dialelo que lleva aparejada– servirá a Gustavo Bueno a título de criterio contra el que modular la idea misma de «izquierda» si es que esta ha de aparecer en tanto que «izquierda definida». A la luz de tales planteamientos no nos parece en modo alguno descabellado concluir de la siguiente manera (aunque somos conscientes de que en este punto estamos inevitablemente simplificando la doctrina de una obra a cuya sutileza no podemos ahora hacer justicia): tras el cumplimiento de la primera holización revolucionaria a cargo de la izquierda prístina, la «derecha absoluta» desaparecerá del horizonte{7} sin que ello tampoco quiera decir que la «derecha política» se haya disipado absolutamente. Lo que con esto queremos señalar es ante todo, que dado que la holización efectuada por la izquierda radical no puede decirse en todo caso, que agotara exhaustivamente las requisitorias de la «racionalidad univeralista» vinculada a la izquierda política (como lo pudo advertir desde muy pronto Carlos Marx), se hará inevitable que posteriores generaciones de la izquierda definida traten de sacar adelante sus particulares lisados sobre las anomalías que empezarán a dibujarse ya no en la sociedad política del Antiguo Régimen, si no sobre el terreno de las sociedades políticas capitalistas. En este sentido vale efectivamente decir, que los dos primeros géneros de la izquierda definida irán necesariamente adoptando tonalidades derechistas en ocasiones muy intensas. Pero no sólo ellas: en general todas las generaciones de la izquierda definida qua talis (queremos decir, en la medida en que se mantengan políticamente definidas) aparecerán, en algún sentido, como defensoras de la «apropiación» –derechista– que caracteriza a la misma Nación Política que es el fruto de la Gran Revolución. En la medida en que cualquier género de izquierda «se desentienda» de este decisivo componente de derechas en el diseño de sus ortogramas holizadores, la generación de referencia correrá el riesgo de «perder el pie», de disolver el dialelo definidor de su nihilismo revolucionario; es decir, una tal generación de izquierda definida correrá en ese momento el peligro de aventurarse por las sendas de la indefinición política (y este es el caso a nuestro juicio de muchas de las corrientes de la izquierda libertaria, pero también el del trosquismo con su tesis de la «revolución mundial y permanente»).

Pues bien, así las cosas carecerá enteramente de sentido salvo acaso retórica, propagandísticamente, el acusar de «derechismo» a los partidos y grupos políticos que en nuestro día suelen clasificarse bajo la rúbrica del «centro» Y si decimos que carecerá de sentido efectuar una tal acusación como suelen hacerlo una y otra vez los partidos y grupos políticos de la izquierda fenoménica (en realidad ellos mismos muy cercanos, las más de las ocasiones, a la izquierda indefinida), ello, es ante todo en atención a la circunstancia de que tales representantes de la «derecha» (es decir, de la derecha fenoménica) aparecerán en realidad- cuando se los contempla desde el plano esencial- como situados «a la izquierda», por ejemplo a título de actuales representantes de la segunda generación de la izquierda definida (y muchas veces además con una carga «socialdemócrata» muy superior a la de los partidos socialistas fenoménicos que, por obra de la ecualización, han venido moviéndose vigorosamente hacia el neoliberalismo); como los representantes en fin, de una izquierda liberal que desde luego ha roto definitivamente amarras con el gnosticismo propio de la derecha sin perjuicio de que en su seno, permanezcan operando sin duda grupos «religiosos» y «clericales» de cuyo carácter reaccionario nosotros por nuestra parte, no vamos a dudar aquí. Pero la cuestión que en todo caso, quedaría por responder es la siguiente: ¿no están tan o más –y seguramente mucho más– infectados de gnosticismo (cristiano o mahometano) los partidos de izquierda fenoménica que aglutinan a corrientes tales como los cristianos por el socialismo, los musulmanes por el socialismo o nosotros somos iglesia?, ¿no debería ello hacernos sospechar de su pretendido izquierdismo?, ¿no sería –a la luz de las premisas que acabamos de presentar– sencillamente contradictoria la fórmula «izquierda cristiana»?

En fin, como puede verse son muchas y verdaderamente finas, las conclusiones críticas que pueden extraerse de los trazados filosóficos delineados por Gustavo Bueno en su libro. Ahora bien lo que más nos interesa aquí, es la fecundidad mostrada por El mito de la Izquierda a la hora de ofrecer, desde sus premisas, una clasificación de las diferentes modulaciones de la idea de «izquierda definida» apta de cara al arrostramiento del material fenoménico del que se trataba de dar razón; una clasificación que, por otro lado, muy lejos de «forzar» los fenómenos a la manera de un lecho de Procusto doctrinal, oferta una taxonomización de los mismos a la luz de la cual el propio material fenoménico aparece «cortado», «dividido» siempre por sus junturas naturales. En nuestra primera respuesta nos permitíamos en duda en cambio, poner en duda que desde el análisis ofrecido por don Luciano, pudiera arrojarse en modo alguno, un progressus semejante hacia el plano fenoménico. Ahora bien, en su último trabajo, el señor Miguel García, ha tratado de retornar a la caverna y sobre un tal retorno nosotros tenemos algunas cosas que decir.

2. La metafísica climacológica de Luciano Miguel García

En efecto, si en su artículo anterior como el lector podrá recordar muy bien, don Luciano acometía un regressus hacia una supuesta «racionalidad inmanente» que nuestro autor consideraba como incorporada en las democracias parlamentarias de nuestros días; ahora parece que Miguel García, en actitud sin duda ingenua a carta cabal, ha tenido a bien emprender la operación de «poner las cartas boca arriba», afirmando que de acuerdo a sus premisas, el proceso conducente a la advenida de una tal racionalidad ha terminado por conducir a la propia Historia a su final definitivo. Sin embargo –nos advierte nuestro autor– el proceso, calificado además de creativo, que ha ocasionado la conclusión de la Historia, adopta la forma de una progresiva autolimitación del Poder Político. Para comprobar hasta qué punto llega Luciano Miguel en su compromiso con esta versión de la «hegeliana» (o mejor «kojeviana») metafísica de la historia debida al funcionario del Imperio USA Francisco Fukuyama, bastará, creemos, con dar la palabra a nuestro sociólogo en uno de los párrafos más significativos de su artículo. Veamos:

«Después de complementarse el triunfo de las propuestas de la izquierda jacobina con las de la derecha taylorista, las relaciones entre las opciones políticas de la Europa continental han dejado de ser agonales como consecuencia de la consumación del proceso de autolimitación del poder político. Esta situación puede ser entendida como el fin de la Historia, consagrando la democracia parlamentaria como logro definitivo de la Humanidad. Pero el proceso ha sido creativo.»

Ahora bien, este párrafo vale él solito como epítome certero de todas las limitaciones metafísicas (también, y acaso sobre todo, ideológicas) en las que don Luciano permanece enredado. Efectivamente, la misma fórmula «autolimitación del Poder Político», en cuanto deudora de la idea hipostática de Causa Sui, sólo puede mantenerse a través de una concepción que haga abstracción de la dialéctica real según la que los diversos «poderes» atribuibles a los Cuerpos Políticos del presente (y ello porque hablar sin más ni más del «Poder Político» es ya una sustantificación metamérica impresentable) se codeterminan unos con otros; es decir, ningún poder político puede autolimitarse (como tampoco puede autodeterminarse) y menos aun puede semejante «proceso de autolimitación» –aunque concediéramos completamente ad hominem que esta expresión tuviera algún sentido positivo{8}– ser considerado como una suerte de Progreso Global que condujese al «Género Humano» a una supuesta «racionalidad inmanente» de la que las actuales democracias de mercado estarían penetradas. Esta concepción exhibe un carácter plenariamente metafísico, aunque pueda muy bien suceder que a quien permanece reo de tales mallas esta circunstancia no le resulte «evidente» sólo que si efectivamente no se lo resulta, ello constituirá por sí mismo un nuevo «indicio» –y bien poderoso por cierto– de lo tupido, incontrolado y cegador de la masa de ideas oscuras y confusas que nuestro «hegeliano» sociólogo está manejando en su argumentación.

En concreto, los fundamentos que don Luciano ejercita en el párrafo mencionado, pensamos que pueden clasificarse con toda limpieza, entre los lindes de una categoría que Gustavo Bueno ha introducido en su libro Panfleto contra la democracia realmente existente {9}. Nos referimos a la noción de metafísica climacológica. En efecto, según defiende Gustavo Bueno:

«'Metafísica climacológica' (de clímax, acos, escala de grados, escalera) es cualquier concepción del mundo que considera sus diferentes contenidos no ya como una masa caótica o desordenada sino como un cosmos en el que los seres (átomos, moléculas, organismos, vegetales, animales, homínidos, hombres primitivos, hombres civilizados, ciudadanos del futuro) están ordenados según una escala jerárquica de grados de perfección y de valor creciente.» (Panfleto contra la democracia realmente existente, La Esfera de los Libros, Madrid 2004, pág. 58.)

En este preciso sentido, la metafísica propia de concepciones como las que en este contexto mantiene el señor Miguel García en la estela de «Kojeve-Fukuyama» –fin metapolítico de la Historia incluido– podrían ser exquisitamente encajadas bajo el alcance de esta rúbrica de Bueno. Y ¿cuál sería el «demiurgo», a cuyo paso irían alcanzándose los diferentes niveles de perfección a lo largo del proceso de autolimitación del Poder Político hasta la consumación del más alto grado de limitación posible bajo la forma de la «racionalidad inmanente» propia de nuestras «democracias parlamentarias» con las que la Historia toca a su fin? Este demiurgo, habríamos de contestar, sería efectivamente uno enorme (aficionado además como lo es don Luciano, buen metafísico él, a las solemnes inmensidades): la Humanidad nada menos. A esta Humanidad (con la que don Luciano suponemos, «se desayuna» a diario) le pertenece el logro definitivo de la democracia parlamentaria en cuyo seno quedan anegadas todas las diferencias «agonales» entre las «izquierdas» y las «derechas». La lástima en todo caso, es que el concepto de «Humanidad» que Luciano Miguel esgrime en este párrafo, es literalmente inaceptable en la medida en que presupone un tratamiento metamérico –y por lo tanto sustancialista– de una «realidad» que, cómo tantas otras, no se nos ofrece nunca en singular. Con ello, lo que queremos decir es que no queda, creemos, ni de lejos suficientemente claro a qué parte de la humanidad se refiere don Luciano (¿a los Estados Unidos?, ¿a la Europa Continental a la que alude en el título de su trabajo?, ¿a China?, a ¿Burundi?) a no ser, claro está, que lo que realmente quiera decir nuestro autor sea que la «democracia de mercado pletórico» supone un «logro» alcanzado por la totalidad de la Humanidad actuando de consuno (lo que evidentemente sería mucho peor). En todo caso, podrá comprenderse muy bien, que ante semejante hipóstasis metamérica, a nosotros sólo nos quede responder con la frase con la cual, según se dice, impugnó Schopenhauer la idea hegeliana de Espíritu Absoluto: no conozco a ese mozo. Pues eso, nosotros tampoco conocemos a esa señora.

Y sea como sea, convendría también que don Luciano tuviese siempre presente que ni la democracia de mercado pletórico está, «por el momento», universalmente extendida (al contrario, el bienestar del mundo desarrollado se fundamenta de múltiples formas en el correlativo malestar de los países que permanecen en vías de desarrollo), ni tampoco cabe mantener que las diferentes plataformas políticas entre las que se distribuyen los demiúrgicos «seis mil quinientos millones», parezcan demasiado situadas que digamos en un riguroso «pie de igualdad». Por el contrario, unas plataformas (es decir, unos cuerpos políticos) con capacidad para ello, conforman imperialmente a las otras, según esquemas políticos muy determinados (sean depredadores, sean generadores). Y ante este panorama, ante una «totalidad» cuarteada en diferentes partes enfrentadas «a muerte» unas con otras (China frente a EUA, EUA frente a Francia, Japón frente a China, &c.) ¿quién –salvo, claro, que se llame Luciano Miguel García– se atreverá a diagnosticar que la Historia ha llegado a su venturoso final?; todavía más: ¿dónde reside la Humanidad que ha sido protagonista del proceso de acabamiento de la Historia?: ¿en las declaraciones de las Naciones Unidas tal vez?

Bien, pero si hasta metafísica climacológica regresa otra vez don Luciano, ¿podrá sostenerse entonces un progressus que efectivamente nos permita reasumir entre las reseñadas mallas argumentales los fenómenos políticos de partida? Sólo en este caso –en el caso de un regressus con vuelta– podría don Luciano evitar el cargo de formalismo. Efectivamente nosotros sostenemos que Miguel ha demostrado con entera habilidad su completa incapacidad efectiva para retornar a las «cosas mismas». Este progressus lo será tan solo en un sentido intencional y en cualquier caso si puede sostenerse, ello sólo será por mediación de una suerte de deus ex machina filosófico que reintroduzca de matute, los mismos fenómenos con los que en el progressus se había perdido todo contacto. Además, estos fenómenos no se recuperarán tampoco ad integrum –sin resto– si no que cuando reaparezcan en escena lo harán ya completamente «desfigurados» –tal la «potencia» del lecho de Procusto al que don Luciano, mal carnicero como él sólo, los somete– de suerte que ahora sólo podrán ser reconocidos a través de una petición de principio clamorosa. Vamos a corrobar estos extremos, tomando para ello como botones de muestra, algunos ejemplos entresacados de la «reconstrucción» misma que Miguel García nos ofrece.

2.1. «Izquierda jacobina» frente a «Derecha bonapartista»

En lo tocante a la primera fase de ese fantasmal proceso de autolimitación del poder político (que como ya hemos señalado no existe más que en la fundamentalista imaginación de nuestro demócrata avanzado) don Luciano distingue entre una «izquierda jacobina» y una «derecha bonapartista», caracterizadas de la manera siguiente:

«La izquierda jacobina en Francia se propone una transformación radical del orden social que exige la desaparición de las instituciones del Antiguo Régimen. Se plantea de manera coherente como una opción igualadora de los tres componentes del cuerpo político. En el derecho implanta un sistema de 'civil law' apoyada en la 'Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano'. El proyecto de fortalecimiento de la Nación mediante la inversión pública tiene como objetivo construir una sociedad que haga efectivos los derechos reconocidos, acogiendo por igual a todos sus miembros. Y el sistema de decisiones que impone iguala a todo el territorio ante un poder centralizado, que elimina la interferencia de instituciones locales. La derecha napoleónica comparte con la izquierda jacobina el apoyo a un sistema de 'civil law' y el proyecto de una Nación fuerte por la igualdad, pero al tratar de extenderse a otras Naciones no es igualadora, en tanto respeta la diversidad nacional.»

Como vemos, Luciano Miguel consigna a Napoleón como representante de una modulación de la derecha. ¿Y en razón de qué lo hace así don Luciano?, parece ser que en razón de su «imperialismo» que, sin perjuicio de permanecer soportado por bases muy parecidas a las de la «izquierda jacobina», deja de ser «igualitaria» al pretender «extenderse a otras naciones». Pues bien, nosotros no sabemos muy bien si don Luciano dice «en serio» todas estas cosas, pero en todo caso, consideramos obvio que para aceptar semejante diagnóstico, se haría preciso comenzar por concederle a don Luciano justamente lo que nos solicita: el principio. Lo que queremos decir, es que sólo aceptando de entrada que este «imperialismo» no puede ser «igualador» (lo que ya es, a buen seguro, demasiado conceder), tiene sentido negarle a continuación al «bonapartismo» su condición de momento determinado en el desenvolvimiento de la izquierda prístina. Un momento según el cual, y una vez reconstruidos los límites de la totalidad atomizada, pudo la Gran Revolución tratar de expandirse «hacia la Humanidad» a fin de holizar también las partes anatómicas de los restantes Reinos Absolutos (cosa que por cierto, aparece como una tarea sencillamente inexcusable según los propios principios del racionalismo ilustrado que atribuimos a la izquierda políticamente definida).Esta tentativa de conformar la «Humanidad», no se llevará a cabo ya tanto en el sentido utópico –metamérico como decimos– de las prédicas de don Luciano cuanto a través de la única plataforma al través de la cual podía la misma «Humanidad» hacerse diaméricamente accesible al Imperio Napoleónico en su momento: Europa. Sin embargo, no tiene sentido afirmar, como Luciano Miguel sin embargo afirma acaso sin hacerse cargo del alcance de sus asertos, que la Revolución pudo, a través del Imperio Napoleónico, «extenderse a otras Naciones». Ello, nos parece, presupone no haber caído en la cuenta de algo, a nuestro juicio, de importancia capital: antes de la expansión napoleónica no existía nación alguna; lo que hace imposible –salvo que, recayendo otra vez en una suerte de metafísica, en esta ocasión de signo megárico, supongamos que las naciones existen desde siempre– presuponer a las naciones como realidades políticamente dadas antes de la entrada en escena de la «izquierda radical».

De manera análoga a Napoleón Bonaparte, también Stalin pudo por su parte, hacer justicia a las exigencias universalistas de la holización bolchevique, llevando a puerto una suerte de momento «bonapartista» de la Revolución de Octubre al través de un ortograma imperialista de signo generador que asegurase la propia «expansión» del socialismo soviético. Esta expansión no puede, en modo alguno considerarse anulada por la tesis del «Socialismo en un solo país» en tanto que enfrentada al ideologema trosquista de la «Revolución Permanente». Lo que en este contexto nos parece decisivo es que de cara al cumplimiento de esta expansión internacionalista, Stalin, sólo pudo operar respetando las fronteras mismas de la plataforma (el Imperio de los Zares) que había dado lugar –tras la acción holizadora del Partido Bolchevique– a la Patria del Proletariado. Ahora será este mismo Cuerpo Político la plataforma positiva (es decir, no utópica) desde la que se acceda a la «Humanidad», y precisamente a la «Humanidad» a través de la conformación de terceros Cuerpos Políticos (la España del Frente Popular por ejemplo, después Polonia, Bulgaria, &c., tras la victoria en la Gran Gerra Patria, también China hasta la ruptura de Mao con la URSS, e incluso más aun: después de la muerte de Stalin, Cuba, Angola, Nicaragua, El Salvador, Vietnam, &c.). Por su parte, el trosquismo no pudo llevar a efecto en cambio, su anhelada revolución mundial (lo que dicho sea de paso, es tanto como decir que el trosquismo no es verdaderamente revolucionario más que en un sentido intencional, esto es: no lo es en absoluto), zambulléndose al través de esta idea, hacia una «indefinición política» bajo cuyos auspicios el dialelo político queda sencillamente disuelto, anegado por efecto del «internacionalismo proletario». Aquí adquiere pleno sentido la crítica stalinista a las tesis de Trotsky (aunque como sabemos Stalin tuvo en su momento que pasar también del arma de la crítica a la crítica por las armas,... por los piolets). Por lo demás, hemos de decir que justamente en El mito de la Izquierda, encontramos poderosos fermentos filosóficos capaces de «justificar» esta crítica de Stalin{10}; ahora bien si esto es así, si consideramos que el trosquismo nos saca directamente del ámbito propio de la «izquierda definida» a través de una hipostatización radical de la «dialéctica de clases», mal vamos a poder dar la razón a las afirmaciones –literalmente disparatadas por utópicas y metafísicas– de don Luciano cuando, sobre este punto, arguye que: «Su aportación (la de Lenin) pudo ser completada con la doctrina trotskista de la Revolución Permanente, pero acabó desvirtuada por la autocracia estalinista recluida en el ámbito nacional soviético.»

2.2. «Izquierda anarquista» y «derecha fascista»

Don Luciano también se arriesga a ofrecer una caracterización de la «izquierda anarquista» en su oposición a la «derecha fascista». Comprobemos exactamente cómo:

«El anarquismo y el fascismo compartieron con Weber y Durkheim el anhelo de una sociedad diferenciada e integrada, pero lejos de caer en el pesimismo trataron de crear una sociedad nueva, fracasando en el intento por no encontrar encaje en el Estado de derecho. Los anarquistas confiaron en la vuelta a una idílica comunidad natural originaria, en la que la bondad surgiría espontáneamente sin necesidad de convenciones artificiosas. Los fascistas emprendieron la marcha hacia la consumación de un pueblo elegido.»

Pues bien dejando al margen el hecho de que ambas corrientes políticas compartieran según Luciano Miguel «el anhelo de una sociedad diferenciada e integrada» (por cierto, ¿qué significa exactamente esto?, ¿conoce don Luciano alguna sociedad que no esté «integrada» en un cierto grado?, ¿conoce acaso alguna sociedad «indiferenciada»?, ¿es esto algo más que retórica?), creemos enteramente insuficiente tratar de definir al anarquismo en función de los pretendidos objetivos que los anarquistas pudieron «tener en mente» como fines de su actividad política, y evidentemente mucho más cuando es el caso de que tales objetivos son completamente utópicos. De otro modo, ¿conoce o cree conocer don Luciano una tal «comunidad natural originaria» que los «anarquistas» de los que nuestro sociólogo habla, «proyectaron» en su momento «para el futuro»? Además, nótese que ejercitando semejante criterio ni siquiera nos sería dado proceder a diferenciar unas corrientes anarquistas respecto de otras (anarco-colectivismo, anarco sindicalismo) ni tampoco las doctrinas de unos ideólogos respecto de las de los otros (Bakunin, Proudhon, Max Stirner, Tolstoi, &c),; en este sentido el anarquismo del que nos habla don Luciano desde sus peculiares «criterios» –y ya podrá comprenderse en estas condiciones que tales «criterios» no lo son verdaderamente– constituye algo así como una suerte de noche libertaria de la identidad en la que todos los ácratas son pardos. Es decir, que don Luciano nos muestra sin duda alguna –y hemos de agradecérselo claro está– cuál es la senda más directa para no entender absolutamente nada.

¿Y qué decir sobre esta «derecha fascista» que nuestro interlocutor nos describe con gran finura? Pues, para empezar tendríamos que poner en evidencia la enorme «confianza» que pone don Luciano, delatando el grosero carácter psicologista de sus presupuestos, en las caracterizaciones emic de cada proyecto político dado que ahora, el fascismo se nos «pinta» como «consumando el destino de un pueblo elegido». Y no dudamos que acaso algunos fascistas se representasen así su propia situación –habría que ver de todas formas, si esta «representación» es aplicable a todos los casos–, lo que ya nos parece más extraño es que Luciano Miguel –de quien no sabemos que sea él mismo fascista– de por bueno semejante «diagnóstico» (¿cree don Luciano en la existencia de «pueblos elegidos»?; y en todo caso, dado que la idea de «elección» sólo tiene sentido en contextos operatorios, podríamos preguntarnos, ¿quién elige a estos pueblos?). Sea como sea, además de erróneo por «psicologista», este proceder sería en todo caso demasiado amplio, dado que de acuerdo a estos criterios que don Luciano nos oferta no sólo Hitler o Mussolini aparecerían como situados dentro de la rúbrica «derecha fascista», también serían «fascistas» Sabino Arana, e incluso –y además del modo más literal– el propio judaísmo en cuanto también esta religión trata de «consumar el destino de un pueblo elegido». ¿Cree don Luciano Miguel García que el «judaísmo» es una religión asimilable a la «derecha fascista»? Confesamos que esto ya nos parece demasiado.

2.3. La «derecha» y la «izquierda» política de nuestros días

Pero donde más desbarra nuestro metafísico contrincante –y ya es decir– es sin duda ninguna ante el trámite de caracterizar a las «izquierdas» y a las «derechas» de nuestro presente en marcha. Se entenderá perfectamente nos parece, que en una situación como la actual, en la que la Historia tocando donosamente a su Fin desemboca en el dominio planetario de la democracia, tanto las «izquierdas» como las «derechas» quedarán por su parte, desactivadas en lo que se refiere a sus enfrentamientos agonales, embebidas ambas bajo los providenciales designios de la racionalidad inmanente encarnada en nuestras democracias. Ya podemos por lo tanto, empezar a «abrazarnos» los seis mil «millones» (aunque de momento claro, los «abrazos» se produzcan muchas veces más bien en los campos de batalla de las guerras preventivas del Imperio, o durante las intervenciones humanitarias de Francia en Haití o de Alemania en Kossovo &c.{11}).

Con todo, aduce el señor Miguel García, esto no quiere decir que las «izquierdas» y las «derechas» hayan dejado de existir en el presente. Al contrario, todavía cabe diferenciar a los partidos políticos de «izquierda» de los partidos políticos de «derecha». Del modo siguiente:

«Como partidos de izquierda pueden concebirse en este sentido, aquellos que defiendan un proyecto de sociedad masa que refuerce el desarrollo de los bienes comunes. En este tipo encajarían los partidos socialdemócratas. Por el contrario, como partidos de derecha pueden concebirse aquellos que defienden un proyecto de sociedad civil que refuerce los intereses particulares. En este tipo encajarían los partidos neoliberales.»

Parecería en este sentido, que aquí don Luciano está apelando a la distinción «público/privado», o bien a la oposición entre «sociedad civil» y «sociedad política». Ahora bien nosotros no vamos aquí a demorarnos en la trituración de un concepto como el de «sociedad civil» –un concepto por cierto, de formato meramente negativo cuya sustantificación siempre resulta completamente inaceptable{12}–, pero sí vamos a advertir el escaso alcance que cuadra a la descripción que don Luciano nos ofrece en el pasaje extractado. Y es que, diríamos, carece por completo de sentido distinguir en nuestros días entre «partidos socialdemócratas» y «partidos neoliberales», y no tanto porque las diferencias se hayan eclipsado, si no porque la ecualización ha sustanciado un completo viraje en las referencias: efectivamente, no sólo los partidos de «izquierda» van adoptando paulatinamente posiciones tan neoliberales o más como los del «centro» o la «derecha», si no que también los grupos políticos situados a la «derecha» (fenoménica) del espectro han terminado por arribar hacia posturas tan socialdemócratas, a la postre, como las que eran propias de los antiguos «partidos socialistas».

Sin embargo, donde don Luciano reconoce al verdadero «izquierdismo» del momento es más bien en «la actividad política extraestratal» (es decir, en lo que nosotros denominamos «izquierda indefinida»), en una panoplia de movimientos sociales, ONGs, y corrientes filosóficas postmodernas (el «postestructuralismo francés») que se mantienen vigilantes frente a los desmanes del Poder –e incluso, suponemos de la «microfísica del poder»–, exigiendo al Poder todo el respeto debido por formas de vida alternativas a las convencionales (¿a cuáles se referirá don Luciano?, ¿a la de los yanomani o a la de los talibanes afganos?, ¿a la de los cuáqueros o a la de los bonobos?, ¿es el Proyecto Gran Simio una de las plataformas de la izquierda de nuestros días? Seguramente) y de este modo, logran sostener, a pesar de los pesares, la antorcha de «la izquierda» en un mundo globalizado al Fin de la Historia, un mundo ya casi plenamente democrático (aunque naturalmente con déficits de democracia) en el que el proceso de autolimitación del Poder Político se aparece ya como casi definitivamente consumado.

Con todo ello según se ve, ya puede decir don Luciano con la «satisfacción del deber cumplido» que ha roturado completamente los fenómenos (sólo que de un modo gratuito pero ¿qué puede importarnos ya eso toda vez que estamos en el fin de la historia y «de aquí a cien años todos calvos») e incluso que ha encontrado un diáfano hilo de Ariadna válido para conducirnos al lugar donde se acomodan las verdaderas izquierdas de nuestro tiempo, a saber: al cubo de basura de la historia.

Notas

{1} «La distinción entre la izquierda y la derecha política como un problema de racionalidad inmanente», El Catoblepas, nº 33:1, noviembre de 2004.

{2} Por ejemplo ampliándolo a otras obras de Bueno que nuestro autor tampoco ha leído (preferimos pensar que no las ha leído, aunque haya podido «hojearlas») o que sencillamente no ha comprendido suficientemente, sin perjuicio de lo cual, se permite «utilizarlas» con inenarrable alegría: nos referimos ante todo al libro Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas'. Para corroborar lo que decimos bastará citar un párrafo de su último artículo, en el que don Luciano, después de haber efectuado una clasificación de los componentes fundamentales del «cuerpo político» (distinguiendo entre un «entramado jurídico», un «programa de acción» que trataría de «aproximar la sociedad real a la utópica sociedad futura» –sociedad que, suponemos, se conocerá por dotes adivinatorias o algo parecido– y un «conjunto de criterios de gestión») y tras habernos puesto sobre aviso de las tres fases que han estructurado el «proceso de autolimitación del poder político» en Europa Continental, nos dice nuestro sociólogo: «A lo largo de estas tres fases se ha ido ampliando el alcance de la acción política desde el núcleo político (capa conjuntiva) a las relaciones sociales (capa basal) y finalmente a la periferia marginal (capa cortical)», Luciano Miguel García, «Las izquierdas y las derechas políticas de Europa continental en los siglos XIX y XX», El Catoblepas, nº 39, subrayados nuestros. Evidentemente a nosotros no nos es posible explicarle ahora a don Luciano en qué consisten los términos propios del Materialismo Filosófico que él utiliza con tamaña ligereza; no estaría de más en cambio, recomendar a nuestro hermeneuta despistado la atenta lectura del Ensayo sobre las Categorías de las CCPP o bien la consulta a las entradas correspondientes del Diccionario Filosófico de Pelayo García Sierra.

{3} Véamos: «El problema es que Gustavo Bueno ha realizado dos propuestas casi opuestas, en las que se concede racionalidad sólo a una de las dos partes de la oposición». Luciano Miguel García, «La distinción entre la izquierda y la derecha como un problema de racionalidad inmanente», El Catoblepas, nº 33. Y un poco más adelante, continúa diciendo nuestro consumado lector de Gustavo Bueno: «Gustavo Bueno ha corregido la propuesta anterior.» Pues bien, lo que nosotros tratábamos de mostrar en nuestra primera respuesta, era precisamente eso: que ni ambas propuestas aparecen como contradictorias, y que tampoco Gustavo Bueno ha corregido nada.

{4} Dice muy contundentemente Gustavo Bueno: «Pero la 'Razón' fue utilizada de un modo mítico, sustantivada de un modo alegórico, por no decir ridículo, personificada en una mujer con gorro frigio, exhibida en Nuestra Señora de París, en la época del Terror», Gustavo Bueno, El mito de la Izquierda, Ediciones B, Barcelona 2003, pág. 103.

{5} Ahora bien, la introducción de este «canon» no representa en absoluto una corrección de los criterios anteriores (más bien, en todo caso, una precisión de los mismos que tendería por otro lado, a su modo, a reforzarlos, a fortificarlos). Es decir, en El Mito de la Izquierda, y he aquí lo principal, no se recusa la conexión entre las ideas de «racionalidad» y de «izquierda política». Más bien al contrario, de lo que se trata es de dar cuenta de las razones que nos permiten mantener ese nexo. Y esto, que sin duda alguna nos parece capital en orden a una adecuada comprensión del libro de Bueno, es precisamente lo que don Luciano no había entendido en su primer artículo, y lo que continúa sin entender.

{6} Por vía del ejemplo: la primera holización revolucionaria efectuada sobre las partes anatómicas (gratuitas vistas desde la perspectiva de la izquierda prístina) que conformaban la orografía política del Reino Absoluto de Fernando VII, abocó a la reconfiguración del este mismo reino, por mediación de su transformación en la «Nación española» definida como la reunión de «los españoles de ambos hemisferios» (artículo primero de la Constitución de Cádiz), una Nación que sin perjuicio de mantener hasta cierto punto la vinculación con algunas de las instituciones del Antiguo Régimen tales como puedan serlo el «trono» (aunque ahora no entendido ya como absoluto) o incluso el «altar» (no conviene olvidar que la «Pepa» se promulgó «en el nombre de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo», y en su artículo 12 establece: «la religión de la Nación española es y será perpetuamente la católica, apostólica y romana, única verdadera. La nación la protege por leyes sabias y justas y prohíbe el ejercicio de cualquier otra»), no podrá ser confundida ya con un Reino por más que la revolución haya respetado los límites propios del mismo Reino («ambos hemisferios») claro que –y aquí la diferencia que consideramos esencial– re-dibujados según muy diferentes partes (en este caso átomas, individuales): artículo 4,, «La nación está obligada a conservar y proteger por leyes justas y sabias la libertad civil, la propiedad y los demás derechos legítimos de todos los individuos que la componen».

{7} Al menos salvo resistencias marginales y políticamente fracasadas una y otra vez, por más que puedan resultar en algunos tramos históricos tan potentes como lo atestigua la misma trayectoria del carlismo.

{8} Que sin duda no lo tiene.

{9} Que por cierto, don Luciano haría muy bien en leer, al menos por ver si tal obra, le sirve de antídoto contra las constantes dosis de «Fundamentalismo Democrático» que laten en sus presupuestos metafísicos e ideológicos.

{10} Es decir, no tanto de reír o de llorar (actitudes en todo caso que aquí desde luego no vienen a cuento) si no, más bien, espinosianamente, de interpretarla en lo tocante a su definición política, de comprenderla, de hacernos cargo de ella.

{11} Con lo que, suponemos concluirá hegelianamente don Luciano, si la realidad no se aviene a quedar encastrada en los esquemas de nuestro sociólogo, pues nada: peor para la relidad.

{12} El lector podrá encontrar una ejecución modélica de esta trituración leyendo el citado Panfleto contra la democracia realmente existente, La Esfera, Madrid 2004, págs 235-337.

 

El Catoblepas
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