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El Catoblepas, número 39, mayo 2005
  El Catoblepasnúmero 39 • mayo 2005 • página 9
polémica

Las izquierdas y las derechas políticas
de Europa continental en los siglos XIX y XX indice de la polémica

Luciano Miguel García

Respuesta al artículo de Iñigo Ongay del nº 34 de El Catoblepas,
en el que respondía mi artículo del nº 33 de El Catoblepas

Introducción

En el artículo sobre la distinción entre la izquierda y la derecha política publicado el pasado mes de noviembre en El Catoblepas califiqué como metafísicas las distinciones entre la izquierda y la derecha que había efectuado Gustavo Bueno en dos publicaciones, «En torno al concepto de 'izquierda política'» y El mito de la Izquierda, porque en ninguna de ellas afirmaba simultáneamente la unidad y la racionalidad de las dos alternativas. Cuando hacía énfasis en la unidad racional de una de ellas, la otra quedaba fragmentada e incapaz de consumar un proyecto racional. Para evitar esta aparente contradicción, redefiní los conceptos de izquierda y derecha atendiendo al «curso esencial» seguido por su oposición, cuyo desarrollo es posible a su vez por la consumación del «curso esencial» de la sociedad política. Esta redefinición adquiere inevitablemente carácter crítico al insertar racionalidades generadoras de estructuras tendentes a permanecer estáticas en el curso dinámico de su sucesión. Pero no implica por sí misma una crítica a los supuestos del materialismo filosófico. El propio Gustavo Bueno expone el desarrollo de la sociedad política en las fases de su «curso esencial»{1}.

«El cuerpo se comporta, respecto del curso, como la estructura (o el sistema) que segrega, como impertinente, la génesis o la Historia. Por ello el curso se comporta, a su vez como una crítica de la intraestructura del cuerpo de la sociedad política, en lo que esta tiene de intemporal o de inmóvil» (Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', pág. 234)

Iñigo Ongay de Felipe ha respondido a mi artículo cuestionando mi atribución de carácter metafísico a las definiciones de Gustavo Bueno y sospechando el carácter metafísico de mi propuesta:

«... nos atrevemos a preguntar a don Luciano Miguel García si él estima de su lado, que sus propias rúbricas analíticas aparecen ellas mismas, como capaces de discriminar pongo por caso la «izquierda leninista» de la «izquierda liberal», la «izquierda maoísta» de la «izquierda libertaria», la «izquierda socialdemócrata» de la «izquierda heideggeriana» de la que hablan Juan Vattimo o Félix Duque.
En la medida en que tal discriminación fuera impracticable, como nos parece efectivamente que lo es desde una instancia como lo es la «racionalidad inmanente de la democracia parlamentaria» hacia la que don Luciano regresa, este regressus quedaría calificado como un regreso sin vuelta, un regressus... hacia el formalismo más enérgico entre cuyos límites los propios contenidos de los que es preciso dar razón resultan sencillamente inasimilables. Acaso esta circunstancia explique perfectamente el hecho de que, a la postre, Luciano Miguel García aboca en su análisis a una caracterización tan grosera de la «izquierda» como la que descansa en determinaciones de índole psico-etológica, ético-moral o meramente metafísica («conservadores» frente a «progresistas», «competencia» frente a «solidaridad», «racionalidad reconciliadora con la realidad» frente a la «racionalidad individulizadora»)»

A esta conclusión llega Iñigo Ongay apoyándose en dos afirmaciones falsas acerca de las pretensiones y los contenidos del artículo. Me atribuye al principio de su respuesta el propósito de tratar de «dibujar los criterios necesarios y suficientes para reconstruir la distinción entre los conceptos de izquierda y derecha política». Y más adelante interpreta que mi exposición muestra las dos propuestas de Gustavo Bueno como «incompatibles entre sí». Debería haber reparado en que los conceptos que yo he definido son funcionales, y como tales requieren los pertinentes parámetros para alcanzar su significado pleno. Sí son necesarios porque se refieren a la esencia de la izquierda y la derecha, pero no suficientes porque no dan cuenta de su existencia{2}. También debería haber reparado en que en las conclusiones de mi artículo se consideran las propuestas de Gustavo Bueno como compatibles, al hacerlas corresponder con las fases primera y segunda del curso esencial de la oposición entre la izquierda y la derecha política{3}.

Desvelados estos errores, respondo afirmativamente a la pregunta de Iñigo Ongay sobre la capacidad de mis «rúbricas analíticas» para discriminar entre las izquierdas y las derechas que han existido. Ejercicio éste que debería disipar las sospechas sobre el carácter metafísico de la «racionalidad inmanente». Efectivamente, los conceptos de izquierda y derecha que propongo serían metafísicos si no permitieran una representación ordenada de los distintos fenómenos a los que se refieren. Si por el contrario, a partir de estos conceptos y principios fuera posible clasificar las izquierdas o las derechas en distintos géneros, o generaciones, relacionados entre sí, merecería la pena repensar la propuesta de Gustavo Bueno.

Cabe la posibilidad de llevar a cabo este propósito como reconstrucción a lo largo de su curso existencial de la totalidad del cuerpo político –«holización»– previa identificación y combinación de sus componentes elementales –«atomización»–. Tomando como punto de partida la propuesta conceptual expuesta en mi artículo anterior, los tres principios de la racionalidad inmanente han de traducirse en axiomas fundamentales de la investigación empírica, orientada por la hipótesis establecida de la génesis de la izquierda y la derecha como opciones compatibles que surgen en el proceso de autolimintación del poder político.

Los componentes elementales del cuerpo político

Como componentes del cuerpo político modificados en el proceso de autolimitación del poder político y que producido distintas opciones políticas se distinguen: un entramado jurídico, un programa de acción y unos criterios de gestión. Todos ellos se han formulado históricamente de acuerdo a dos principios opuestos, la igualación y la diferenciación.

a) El entramado jurídico legal delimita la acción del gobierno como un miembro más de la sociedad, fijando obligaciones y prohibiciones. Este entramado se enriquece a partir de episodios y reflexiones pasados. Puede formularse deductivamente como en países de civil law, atendiendo a un código legal único al que se refieren todos los casos por igual. O puede formularse inductivamente como en países de common law, atendiendo a casos diferentes.

b) El programa de acción define los objetivos del gobierno como factor de transformación social. Este programa intenta aproximar la sociedad real a la utópica sociedad futura. Puede formularse promoviendo la integración de las partes de la sociedad en una totalidad, orientándose entonces hacia la sociedad masa. O puede formularse favoreciendo la diferenciación por el desarrollo de los intereses particulares, orientándose entonces hacia la sociedad civil.

c) El conjunto de criterios de gestión más allá de la aplicación de la ley y de la transformación de la sociedad, tiene como objetivo evitar con justicia los desórdenes sobrevenidos. Orienta la acción del gobierno como un modo de toma de decisiones cotidianas que restauren la convivencia amenazada. Puede formularse como justicia igualadora 'que regula o corrige los modos de trato' (Aristóteles, Libro V, 2). O puede formularse como justicia diferenciadora 'que se practica en las distribuciones de honor, dinero o cualquier otra cosa' (Aristóteles, Libro V, 2). Son las posibles formulaciones en este componente y no en los anteriores las que proporcionan un concepto que permite distinguir la izquierda y la derecha. La izquierda, en el cumplimiento de su función de racionalización constituyente reconciliadora, aspira a la justicia como igualdad. La derecha, en el cumplimiento de su función de racionalización constituida diferenciadora, aspira a la justicia como proporción.

El curso existencial del cuerpo político

En Europa continental el curso de autolimitación del poder político desde la Revolución francesa ha seguido tres fases, que se corresponden con la modificación de cada uno de los componentes elementales del cuerpo político. Dentro de estas fases, cada generación de izquierda y de derecha se define, de acuerdo al siguiente esquema, como una combinación de las posibles formulaciones del programa de acción y de los criterios de gestión, dentro de la orientación generalizada al mantenimiento de un entramado jurídico de civil law{4}.

Las izquierdas comprometidas en la construcción de una sociedad masa han asumido su implicación en el gobierno como un factor eficaz de transformación social. Las derechas, cuando han mantenido el proyecto de construcción de una sociedad masa, se han inhibido de la acción de gobierno. Han tratado de que el gobierno asuma unos principios morales constitutivos de la sociedad diferenciada. Las derechas que han asumido la construcción de una sociedad civil se han implicado en la acción de gobierno para reforzar las diferencias que se generan en la sociedad. Las izquierdas que han defendido proyectos de sociedad civil se han inhibido de la acción de gobierno. Su actividad política ha consistido en exhibir unos principios morales reguladores de una convivencia igualitaria que la acción de gobierno no puede violentar. Cuando las opciones políticas han tratado de no ser excluyentes, han asumido la responsabilidad del gobierno sin tomar la iniciativa de liderazgo social. Su función ha sido prioritariamente administrativa.

Luciano Miguel García, Las izquierdas y las derechas políticas de Europa continental en los siglos XIX y XX, El Catoblepas 39:9, 2005

A lo largo de estas tres fases se ha ido ampliando el alcance de la acción política desde el núcleo político (capa conjuntiva) a las relaciones sociales (capa basal) y finalmente a la periferia marginal (capa cortical). Para caracterizar a cada una de ellas puede recurrirse a los tres tipos de mérito que distingue Aristóteles como criterios de justicia distributiva{5}: la primera correspondería a una política oligárquica, la segunda a una aristocrática y la tercera a una propiamente democrática.

La construcción oligárquica de Estados de derecho

En la primera fase de la autolimitación del poder político se consuma la sustitución de distintos derechos privados (privilegios) por un derecho único cuando una oligarquía parlamentaria, que aspira al respeto general a la privacidad, dota a la Nación de un derecho público fijado en la Constitución.

La izquierda jacobina en Francia se propone una transformación radical del orden social que exige la desaparición de las instituciones del Antiguo Régimen. Se plantea de manera coherente como una opción igualadora en los tres componentes del cuerpo político. En el derecho implanta un sistema de 'civil law' apoyado en la «Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano». El proyecto de fortalecimiento de la Nación mediante la inversión pública tiene como objetivo construir una sociedad que haga efectivos los derechos reconocidos, acogiendo por igual a todos sus miembros. Y el sistema de decisiones que impone iguala a todo el territorio ante un poder centralizado, que elimina la interferencia de instituciones locales.

La derecha napoleónica comparte con la izquierda jacobina el apoyo a un sistema de 'civil law' y el proyecto de una Nación fuerte por la igualdad, pero al tratar de extenderse a otras Naciones no es igualadora, en tanto respeta la diversidad nacional.

Como reacción al imperialismo napoleónico surgirán en Naciones fronterizas con Francia dos movimientos políticos profundamente transformadores, pero en un sentido distinto al de los jacobinos y al de Napoleón. Se trata de la izquierda liberal española y de la derecha imperial alemana. Ambos tratan de modernizar la sociedad sin ruptura revolucionaria, apoyándose en las tradiciones propias de cada Nación. Aunque implantan sistemas de 'civil law', no proponen un proyecto político igualador.

En la constitución liberal española de 1812 apelando a los derechos históricos se establece un sistema administrativo para el desarrollo de la Nación común a todo el territorio, pero descentralizado. Los ayuntamientos desempeñan un papel activo en el cuidado de escuelas, hospitales e infraestructuras y en el fomento de la actividad económica (Art. 312) mientras que al Gobierno sólo se le encomienda la felicidad de la Nación (Art. 13)

El canciller Bismarck trató de unificar bajo una misma constitución los Estados que se incluían en la tradición común de la lengua alemana. Su proyecto no fue igualador, en tanto tuvo como principal objetivo el desarrollo de un capitalismo de Estado apoyado en grandes corporaciones. Tampoco fue igualador el sistema de toma de decisiones, que favorecía a Prusia por encima de los otros Estados.

La construcción aristocrática de Estados de bienestar

En la segunda fase se emprenden, más allá de los ámbitos de acción política regulados por el derecho, proyectos de transformación social en los que surge una aristocracia no hereditaria liderando la acción colectiva, que aspira al bienestar. Se trata de proyectos que requieren la implicación de toda la sociedad, toda vez que lo público se presenta como condición de posibilidad de lo privado. De hecho los clásicos de la Sociología predefinieron las direcciones que iban a seguir las distintas orientaciones políticas.

Los dos principales clásicos de la Sociología europea del Siglo XIX, Comte y Marx, propusieron el trabajo industrial como fundamento de la integración de las masas; Comte sometiéndolos a la dirección de los ingenieros; Marx organizando la sociedad desde los dictados del proletariado. Ninguna de las dos propuestas tuvo éxito en Europa. Sin embargo, los experimentos de Taylor en Estados Unidos y de Lenin en Rusia pueden entenderse como la realización de las soluciones ideadas por Comte y Marx, pero en Naciones en las que las masas tenían una integración social mucho más débil que en la Europa industrializada. Estos logros fueron finalmente importados a la Europa de los Estados de derecho generando dos bloques opuestos de países.

Taylor, probablemente sin conocer la obra de Comte, disciplinó a los trabajadores norteamericanos haciéndoles cumplir normas rígidas en sus tareas productivas. Su esfuerzo se compensaba con un aumento de salario, que podía costearse por una mejora en la productividad. Diferencia claramente la tarea de los trabajadores, meros ejecutores, de la de los jefes, directores aplicando normas científicamente establecidas. Su aportación fue completada por Ford en el taller mecanizado de la cadena de montaje y por Roosevelt y Keynes en el Estado protector del New Deal y de la legislación reguladora de las relaciones laborales en el ámbito de la Nación. Lenin, recurriendo a la doctrina marxista, implicó a los trabajadores rusos en la transformación revolucionaria del Estado zarista en un Estado proletario. Exigió a todos los trabajadores obediencia al partido y disciplina Taylorista, a cambio de su participación en la sociedad igualitaria que garantizaba el bien común. Su aportación pudo ser completada por la doctrina trotskista de la Revolución Permanente, pero acabó desvirtuada por la autocracia estalinista recluida en el ámbito nacional soviético.

Los dos principales clásicos de la Sociología europea de la primera mitad del Siglo XX, Weber y Durkheim, influidos por Kant, anhelaron una sociedad civil integrada y diferenciada, pero diagnosticaron que ésta era una posibilidad contraria a las causas que explicaban la realidad social de su época. Weber creía que el exceso de normas sociales racionales imponía comportamientos mecánicos igualadores, impidiendo cualquier iniciativa libre. Durkheim afirmaba que la complementariedad de funciones diferenciadas empobrecía la vida social, hasta el extremo de la anomia.

El anarquismo y el fascismo compartieron con Weber y Durkheim el anhelo de una sociedad diferenciada e integrada, pero lejos de caer en el pesimismo trataron de crear una sociedad nueva, fracasando en el intento por no encontrar encaje en el Estado de derecho. Los anarquistas confiaron en la vuelta a una idílica comunidad natural originaria, en la que la bondad surgiría espontáneamente, sin necesidad de convenciones artificiosas. Los fascistas emprendieron la marcha hacia la consumación del destino de un pueblo elegido.

La construcción democrática de Estados plurales

En las sociedades democráticas plurales la reclusión del poder político en la administración del Estado, consumando su autolimitación, ha provocado la aparición de nuevas actividades políticas en los márgenes del Estado. Como consecuencia es necesario distinguir entre una actividad política intraestatal y otra extraestatal. Recurriendo a Engels podría caracterizarse esta fase como la de la administración de las cosas, por encima del gobierno de los hombres. Importa que los problemas cotidianos se resuelvan sin violentar la pluralidad de modos de vida de una sociedad instalada en el bienestar.

En la actividad política intraestatal la aparición de los partidos de centro parece difuminar la distinción entre la izquierda y la derecha. Cualquier partido que aspire a gobernar mediante la victoria en unas elecciones democráticas debe garantizar la equidad de sus propuestas y el respeto a la autonomía de las relaciones sociales diferenciadoras. Ha de compatibilizar los dos tipos de justicia. Es posible, no obstante, mantener la distinción entre partidos de izquierda y partidos de derecha por metonimia con respecto a las fases previas al comprobar los proyectos políticos que se proponen. Como partidos de izquierda pueden concebirse, en este sentido, aquellos que defiendan un proyecto de sociedad masa que refuerce el desarrollo de los bienes comunes. En este tipo encajarían los partidos socialdemócratas. Por el contrario, como partidos de derecha pueden concebirse aquellos que defienden un proyecto de sociedad civil que refuerce los intereses particulares. En este tipo encajarían los partidos neoliberales.

En la actividad política extraestatal sí que pueden mantenerse las distinciones entre izquierda y derecha. Los movimientos sociales exigen un trato respetuoso para modos de vida alternativos a las convenciones vigentes, reclamando medidas eficaces para la evitar la concentración del poder. La Iglesia Católica ha vuelto a intervenir en la vida pública mediante la exigencia de respeto a un modo de vida acorde a sus valores apelando a la condición de los hombres como criaturas de Dios, y reclamando el cumplimiento de preceptos morales cristianos. La izquierda crítica, desde la Escuela de Frankfurt al postestructuralismo francés de inspiración heideggeriana, propone el cuestionamiento de los modos de vida convencionales, llamando la atención sobre la diferenciación renovadora que el poder oficial pretende abolir. Los grupos de interés han presionado para que la gestión de recursos públicos favorezca sus demandas, aduciendo la necesidad de reforzar las condiciones que sustentan modos de vida particulares.

Conclusiones

Después de complementarse el triunfo de las propuestas de la izquierda jacobina con las de la derecha taylorista, las relaciones entre las opciones políticas de Europa continental han dejado de ser agonales como consecuencia de la consumación del proceso de autolimitación del poder político. Esta situación puede ser entendida como el fin de la Historia, consagrando la democracia parlamentaria como logro definitivo de la Humanidad. Pero el proceso ha sido creativo. Ninguna generación de actividad política ha fijado las características de la izquierda o de la derecha, de tal manera que los momentos posteriores serían meras derivaciones. Cada generación ha constituido una aportación a la formación de la naturaleza de la izquierda o la derecha. No hay motivo para dudar que pueda emprenderse otra nueva con unas repercusiones insospechadas.

Referencias

Aristóteles. Etica a Nicomano. Instituto de Estudios Políticos, Madrid 1959.

Bueno, Gustavo. Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', Biblioteca Riojana, Logroño 1991.

Bueno, Gustavo. «En torno al concepto de 'izquierda política'», El Basilisco, 2ª Epoca, nº 29, 2001, págs. 3-28.

Bueno, Gustavo. El mito de la izquierda, Ediciones B, Barcelona 2003.

Miguel, Luciano. «La distinción entre la izquierda y la derecha política como un problema de racionalidad inmanente», El Catoblepas, nº 33, pág. 1, noviembre 2004. http://nodulo.org/ec/2004/n033p01.htm

Ongay, Iñigo. «Las izquierdas, la derecha y la racionalidad», El Catoblepas, nº 34, pág. 12, diciembre 2004. http://nodulo.org/ec/2004/n034p12.htm

Notas

{1} Es posible que la elección del entramado de relaciones generado por la actividad política como objeto del curso de la sociedad política sí que plantee discrepancias más de fondo con el materialismo filosófico. A este respecto hay que recordar que Gustavo Bueno se fija en el Estado para trazar el curso de la sociedad política (Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', pág. 235). Esta es una cuestión cuya discusión excedería el espacio de este artículo.

{2} Sería necesario pensar los requisitos de validez científica de la reconstrucción de la existencia de un curso esencial. Tal vez por esta vía podría descartarse el carácter metafísico de la representación. Esta tarea queda pendiente para posteriores reflexiones.

{3} Creo reprochable la precipitación de Iñigo Ongay por lo que tiene de contribución al aislamiento dogmático del materialismo filosófico. Si cundiera su ejemplo a esta doctrina habría que caracterizarla, más que por la teoría del cierre categorial, por el cierre categórico de la teoría.

{4} La sucesión de las distintas generaciones políticas en Gran Bretaña requiere un esquema distinto. El contexto jurídico diferenciador de common law generó una democracia parlamentaria asumiendo la representación de intereses diferenciados. Resultaría pertinente mostrar los paralelismos entre las racionalizaciones de Newton y Boyle y el sistema político que siguió a la Revolución Gloriosa, por una parte, y las racionalizaciones de Condorcet, Laplace y Lavoisier y el sistema político que siguió a la Revolución francesa, por otra.

{5} «Si bien no coinciden todos en cuanto al mérito mismo, sino que los democráticos lo ponen en la libertad, los oligárquicos en la riqueza o en la nobleza, y los aristocráticos en la virtud» (Aristóteles, Libro V, 3).

 

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