Nódulo materialistaSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org


 

El Catoblepas, número 38, abril 2005
  El Catoblepasnúmero 38 • abril 2005 • página 25
Ante la República Popular China

Impresiones del enviado espacial
de El Catoblepas a la República Popular China

Iñigo Ongay

Comentarios a propósito de un viaje al «Centro del Mundo»

«Hasta los trusts, hasta los bancos en el imperialismo moderno, siendo igualmente inevitables en el capitalismo desarrollado, no son idénticos en su forma concreta en diferentes países. Tanto más diferentes son, a pesar de su homogeneidad en lo fundamental, las formas políticas en los países imperialistas avanzados, EEUU, Inglaterra, Francia y Alemania. La misma diversidad, aparecerá en el camino que recorrerá la humanidad desde el imperialismo de hoy hasta la revolución socialista de mañana. Todas las naciones llegarán al socialismo, esto es inevitable, pero llegarán de un modo no del todo igual; cada una aportará cierta originalidad en tal o cual forma de la democracia, en tal o cual variedad de la dictadura del proletariado, en tal o cual ritmo en las transformaciones socialistas de los diversos aspectos de la vida social. No hay nada más pobre en el aspecto teórico y nada más ridículo en el aspecto práctico, que 'en nombre del materialismo histórico', imaginarse el futuro en este terreno, pintado de un uniforme color grisáceo: eso no sería más que un pintarrajo de Súzdal.» (V. I. Lenin, Sobre la caricatura del marxismo y el economismo imperialista.)

«¿Pueden darse por acabados los efectos de la Revolución cultural, o al menos puede predecirse que ellos quedarán anegados por el desarrollo de una sociedad del bienestar, o bien cabe pensar que la Revolución cultural podrá asimilar los «efectos devastadores» del capitalismo? 'Un enigma encerrado en un secreto y envuelto en un misterio: esto es China' decía Winston Churchill.» (Gustavo Bueno, El mito de la Izquierda.)

1. Presentación: China y la «izquierda china»

En calidad de «enviado espacial» de El Catoblepas, revista crítica del presente, he tenido ocasión, durante el invierno de 2004, de realizar un viaje por el «Celeste Imperio», que me ha dado la oportunidad de conocer tanto Pequín, la capital de la República Popular China, como la provincial ciudad de Changsha (capital, a su vez, de la meridional provincia de Hunan, que viera nacer al Presidente Mao). Un viaje, en efecto, al mismísimo centro del mundo tal y como advertimos en el subtítulo de este trabajo, al menos si hemos de fiarnos del rótulo tradicional con el que los propios chinos han venido denominando a su patria a lo largo de la historia. Sin embargo, no creemos tampoco, que el «chovinismo» chino pueda sin más quedar reducido a eso, a una pura seña del «chovinismo» o de la «xenofobia» del «alma oriental» (y que conste que todas estas cosas se han dicho y escrito alguna vez) que aparecería –cuando es visto desde fuera, desde Europa por ejemplo, o desde Estados Unidos– como enteramente injustificado e incluso «insoportable»; y creemos que el rótulo «Centro del Mundo» no puede ser objeto de semejante reducción psicologista (la «psicología de los pueblos» de la que empezó a hablar Guillermo Wundt a finales del XIX), dado, precisamente, que la República Popular China cuenta, sin duda ninguna, con buenas razones objetivas para poder ser considerada en efecto como el «centro» de la tierra, o al menos, como uno de sus «centros» imperiales (el otro estaría, en nuestros días, ocupado sin duda alguna por los Estados Unidos de América del Norte).

Y efectivamente, si China aparece desde el punto de vista geográfico como el país habitable más extenso del planeta (el tercero en términos territoriales, pues las superficies heladas bajo soberanía de Rusia y Canadá ocupan lo suyo), no es menos importante la circunstancia de que sea además justamente el más poblado (1.300 millones de habitantes según el censo oficial, aunque se calculan varios cientos de millones más de chinos no censados, sin contar con los habitantes de Formosa, los chinos de las colonias de ultramar, &c.), ni tampoco el hecho de que constituya acaso, el único estado de la tierra, en el que «conviven»{1}, en cantidades significativas, todas las religiones terciarias del presente –ante todo Islam y Budismo, pero también hay varios cientos de millones de católicos chinos, además de cristianos ortodoxos{2}, protestantes evangélicos, judíos e incluso taoístas o sectarios del Falung Gong–. Desde el punto de vista económico se viene reconociendo, por parte de todos los analistas, que el crecimiento del «socialismo de mercado» que ha venido regulando la economía de la República Popular (dicho sea de paso: todavía más del cincuenta por ciento del tejido basal del cuerpo político chino permanece sin privatizar, ajeno a las reformas económicas) ha llegado a desbordar en la última década los índices de crecimiento de las naciones más desarrolladas del presente –incluidos los Estados Unidos, incluidas por supuesto también las naciones europeas, Japón, &c.–. Baste decir por último, ya desde el punto de vista militar, que el ejército chino –uno de los más poderosos del planeta{3}–, mantiene un argumento que en nuestro presente en marcha se presenta como casi definitivo: la «bomba atómica». Precisamente esta circunstancia (disponer de la «bomba» y ser libre para lanzarla contra cualquier eventual amenaza exterior) ha permitido a China mantener su puesto permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas con derecho de veto, con lo que, por lo demás, la soberanía de la nación queda servida enteramente, &c., &c.

Sin embargo, y por si todo ello fuera poco, la República Popular China presenta, desde la perspectiva del Materialismo Filosófico, otro punto del mayor interés que exige un tratamiento detenido. Precisamente en China, a lo largo del siglo pasado, pudo formarse una de la generaciones de izquierda definida –concretamente el sexto género– consignadas por Gustavo Bueno en su obra El Mito de la Izquierda: nos referimos efectivamente, a la denominada «izquierda asiática» o «izquierda maoísta».

Pues bien, siguiendo precisamente el análisis que delinea Gustavo Bueno en su libro, cabe afirmar que el comunismo chino, sin perjuicio de su carácter marxista y aun marxista-leninista{4}, muy lejos de constituir un epígono del comunismo «occidental» tal y como este se pudo desarrollar en la Unión Soviética (la quinta generación de la izquierda definida), pudo comenzar a organizar su propia holización racionalizadora en una dirección diferente, precisamente en la medida en que la Sociedad Política sobre la que la Revolución de 1949 comenzará a operar sus proyectos de holización socialista, aparecería justamente como un contexto político y cultural pautado por unas tradiciones históricas, religiosas, &c., bien diversas a las que habían modelado el Imperio de los Zares que Lenin y su «organización de revolucionarios profesionales» sacaron de los quicios en 1917. Así, el Partido Comunista Chino se funda en 1921 en la ciudad de Shangai{5}, justamente diez años después de la conversión –a su modo ya holizadora, en sentido liberal– del Imperio Manchú en la República de China de la mano del Kuomintang del doctor Sun Yan Sen. Bajo una intensa influencia (imperial) del PCUS y de la KOMINTERN{6}, los comunistas chinos, a través de una serie de avatares históricos en los que aquí no nos podemos demorar (incluidos hitos tales como puedan serlo el «frente unido antijaponés», la guerra civil, la larga marcha, &c.), pudieron expulsar al ejército nacionalista de Chang Kaishek de la China continental (aunque eso mismo determinaría la secesión de Formosa por parte de los «piratas» –tal y como al Presidente Mao gustaba llamarlos– nacionalistas liderados por Chang) y comenzar a organizar a las ingentes masas chinas –especialmente campesinas como suele advertirse convencionalmente– en la dirección de un proyecto, de una prolepsis evidentemente dibujada al calor de la propia revolución leninista. Ahora bien: ¿de qué combustibles tuvo que alimentarse la propia prolepsis planteada por el «gran timonel» de la China Comunista, Mao Tse Tung? Pues, evidentemente, de las mismas anamnesis tal y como estas se habían venido desplegando al través de una tradición varias veces milenaria como era la propia del Celeste Imperio. Una tradición, por cierto, tan diversa a la que había caracterizado el desenvolvimiento de la historia de occidente, como diversas eran las figuras más señeras de ambas «civilizaciones»: Lao Tse sí, pero ante todo Confucio o Mencio, frente a Platón o a Aristóteles.

«(...) una tradición construida sobre el supuesto de la inmanencia de la vida social que ve en la sociedad política (el Estado) una continuación con la familia como el Supremo Bien{7}. Una tradición que, por tanto, predica el amor a los hijos como garantía del Bien Superior. Y ello, por encima de cualquier tendencia a volcarse en los bienes exteriores, que sólo interesarán en la medida en que sean bienes instrumentales, necesarios para entretener la vida colectiva como un Bien Supremo. Por ejemplo el cultivo de arroz o la edificación de viviendas serán, sin duda, bienes instrumentales indispensables, que será preciso atender cuidadosamente; pero también será necesario, cambiando los tiempos, tener bajo control, con lo menos cuidado, como bien instrumental defensivo o apotropaico , la bomba de hidrógeno, que el presidente Mao hizo detonar en 1967, en plena Revolución cultural (...)» (Gustavo Bueno, El Mito de la Izquierda, Ediciones B, Barcelona 2003, pág. 227.)

En este sentido, mientras que el comunismo soviético –la izquierda de quinto género–, habría proyectado incorporar a los ciudadanos de la URSS a un «estado de bienestar» basado en el «consumo», individual e igualitario, de todo un caudal de bienes extrasomáticos (lo que sin duda alguna implicaba la previa «producción» planificada de tales bienes, la elaboración de planes quinquenales, &c.), la principal especificidad política del comunismo chino –de la izquierda asiática– residirá, en cambio, en que los planes y programas diseñados por las confucianas autoridades de la República Popular, empezaron muy pronto (especialmente tras el primer plan quinquenal, todavía nacido al calor de una evidente inspiración filosoviética) a orientarse, más bien, hacia la cooperación comunitaria en la «producción» de tales bienes y no tanto en su «consumo» individual, por más que igualitario. En estas condiciones, y ateniéndonos a las pautas heredadas de la propia tradición china, el consumismo soviético{8}, no menos que el occidental, no podría interpretarse más que como el síntoma del más decadente individualismo burgués. Ahora bien, si esto es así, ¿no cabrá interpretar de este modo, una tal «cooperación en la producción» como una verdadera puesta en ejercicio de la holización racionalizadora tal y como esta se abre camino al través de los principios de la Revolución China?, ¿no podría aducirse que es precisamente por mediación de la «producción comunitaria» de los bienes extrasomáticos (una producción por cierto, sacada adelante las más de las ocasiones, en condiciones ciertamente draconianas) como el maoísmo pudo hacer justicia a la pulverización de las diferencias entre las partes anatómicas de la sociedad política pre-revolucionaria? Y ello en la medida justamente en que es la misma República Popular (vista ahora como una familia, como una «Gran Familia»), la que haría las veces –para decirlo con metáfora hegeliana– de una suerte de noche del comunismo asiático en la que todos los gatos son pardos, esto es, en la que quedan anegadas las diferencias habidas entre los distintos productores, ya sean estos campesinos o emperadores{9}. Así, en efecto, lo sostiene Gustavo Bueno:

«Pero la igualdad entre los hombres fundada en Occidente, ante todo en la producción progresiva y en la justa distribución igualitaria del disfrute epicúreo (política defendida en tiempos en España, ingenuamente, a nuestro juicio, por Manuel Sacristán) de los bienes materiales, o si se prefiere, de los bienes propios de la cultura extrasomática creados por la civilización industrial, ahora se reformulará, 'desde el confucianismo', como igualdad de los desiguales en la cooperación en la gran familia comunista. El sumo bien consistirá en esa cooperación comunitaria de todos los individuos, y no en la codicia por el disfrute, aunque sea igualitario, de los bienes instrumentales. Lo que importa dejar bien claro, es que 'los principios del racionalismo marxista', incluidos los del marxismo leninismo asumidos por el presidente Mao, podían interpretarse 'dualmente', tanto al 'modo soviético' (inundación de bienes materiales extrasomáticos, capaces de instaurar un Estado del Bienestar universal) como al 'modo asiático' (la subordinación de la producción de bienes materiales extrasomáticos al Bien Supremo, y no menos material de la comunidad humana).» (Gustavo Bueno, op. cit., pág. 228.)

Y precisamente a esta luz encuentran acomodo algunos de los «planes y programas» dibujados por el politburó del Partido Comunista Chino durante los años cincuenta y sesenta, y que aparecerían de cualquier otra manera como imposibles de reinterpretar, directamente ininteligibles. Nos referimos, concretamente, al «Gran Salto Adelante», puesto en marcha por el Gran Timonel, con desastrosos resultados, el año 1958. Para corregir el fracaso que una tal campaña supuso en su momento, Mao Tse Tung y los dirigentes del Partido Comunista, desataron la Revolución cultural, un proceso tendente, tal y como lo analizamos nosotros procurando aprovechar las categorías manejadas por Gustavo Bueno en su libro, a culminar la misma ejecución de la holización socialista china (el socialismo con características chinas), anulando ahora las más mínimas diferencias entre los habitantes del «Centro del Mundo» en lo tocante a la cultura subjetiva –también, y acaso principalmente, las relativas a la indumentaria, las profesiones, &c.– y reaplicando los propios principios del «racionalismo izquierdista asiático» a los empoltronados burócratas del Comité Central –«abrid fuego contra el Comité Central», fue la consigna de Mao a los jóvenes revolucionarios–. Muchos de estos burócratas –empezando por el propio camarada Deng Xiaoping– fueron represaliados o «reeducados», y en esta medida, pudo, justamente, la holización –de acuerdo ahora a los principios de la crítica y de la autocrítica, &c.– ser llevada más lejos que nunca: más allá incluso que la misma Revolución Soviética, cuya marcha había terminado por arrojar una «Nomenclatura» pequeñoburguesa, tan corrupta, a ojos de Mao, como revisionista (y esta circunstancia la empieza a advertir el presidente Mao, sobre todo, a partir de los años sesenta, con la puesta en ejercicio de la «desestalinización» bajo la administración Krushev, la retirada de los misiles de Cuba a la que China se opuso, &c., &c.).

Muy bien, pero es claro que esta racionalización comunista no podía tampoco quedar circunscrita a los límites de una nación política determinada –aunque ésta representase por sí misma el «centro del mundo»–; antes al contrario, el proyecto mismo exigía su extensión revolucionaria al resto del género humano, al menos en la medida en que el «racionalismo» que vinculamos inextricablemente a todos los géneros de la izquierda definida , exige a su vez su «universalización» por medio del arrostramiento del trámite «imperialista» (si se quiere: bonapartista) de la misma holización revolucionaria. Su extensión, por ejemplo, a través, como decimos, de la prominencia bélica propia de un Imperio Generador «muy poco pacifista», allende las fronteras de la República Popular, a Vietnam, también a Kampuchea Democrática, a Nepal, y por supuesto (ya desde 1959) al Tíbet, &c., &c. En este contexto, según mantiene Gustavo Bueno, puede entenderse perfectamente el «sorprendente» hecho de la colisión entre dos Imperios Generadores, ambos además «comunistas», durante la guerra fría, lo que suele denominarse «el conflicto Chino-Soviético». Un tal enfrentamiento, que sólo muy confusamente podrá ser roturado desde las coordenadas marxistas tradicionales, que habrían venido a subordinar la dialéctica de estados a la dialéctica de clases, podría ser conceptualizado precisamente bajo la férula de la dialéctica entre estados: concretamente entre dos estados continentales, imperialistas y fronterizos (en las ciudades fronterizas –de Mohe a Kashi– fueron frecuentes durante casi dos décadas los tiroteos y las escaramuzas diarias entre las fuerzas armadas de la Unión Soviética y el Ejército de Liberación Popular) enfrentados «a muerte» por sus estrategias políticas, aunque ambos quisieran lo mismo (por hipótesis Vietnam, &c., &c.). Sea de ello lo que sea, lo cierto es que las consecuencias de semejante enfrentamiento no pueden pasarse fácilmente por alto, en tanto que el conflicto entre ambas potencias, determinó a la altura de la década de 1970 (1972: visita del presidente Nixon a China) el «acercamiento» de la República Popular a los Estados Unidos de Norteamérica y la puesta en ejercicio de la posterior cooperación de ambos Imperios, solidarios frente al Imperio del Mal (a la URSS) en el contexto de la guerra fría.

Sin embargo, y a partir de la muerte del Presidente Mao en 1976, el XI Congreso del PCCh con el «Pequeño Timonel» Deng Xiaoping a la cabeza, pudo, una vez convenientemente cortada la cabeza de la propia viuda del «Gran Timonel», introducir en la marcha del ortograma maoísta un vigoroso «golpe de timón» que reajustara el curso de la nave. Estas «reformas» que comenzaron a ponerse en marcha en los años setenta, difícilmente podrán ser interpretadas como una mera «reintroducción del capitalismo» en la Sociedad Comunista China (como si pudiera «reintroducirse» algo que nunca existió en China, ni siquiera antes de la Revolución), y ello, en la medida en que semejante análisis, en su grosería, exige literalmente «tragarse» la especificidad del programa tal y como los dirigentes chinos han venido –al menos en la representación, in actu exercitu– anunciándolo: se trataría más bien, de una manera –y particularmente prudente a efectos políticos– de continuar, incluso a plena máquina, con el itinerario del Estado más poblado de la tierra hacia la consumación de la holización revolucionaria por medio de una «economía socialista de mercado» apta a la hora de arrostrar el trámite –cada vez más perentorio, e incluso terminante– de garantizar a tantos cientos de millones de chinos una posición «modestamente acomodada», para decirlo con la fórmula de Jian Zeming. Y en estas condiciones, ¿cómo disimular el hecho de que la importancia políticamente definida que en nuestros días pueda conservar la misma idea del «comunismo marxista» –una vez desestructurada la Unión Soviética– residirá precisamente en su reestructuración a la escala del segundo Imperio del Presente? Lo que con esto queremos decir es, ante todo, lo siguiente: si alguna importancia puede mantener hoy el «comunismo» y el modelo de «racionalidad» a él vinculado, ésta importancia solamente podrá definirse a la luz del vigoroso Cuerpo Político de la República Popular.

En lo que resta, el propósito del presente trabajo no será otro que documentar, en la medida de nuestras posibilidades, las a nuestro juicio certeras tesis de El Mito de la Izquierda que hemos desarrollado resumidamente en la primera parte, haciendo uso para ello, de las «impresiones» recibidas durante nuestro viaje por el «Imperio del Centro».

2. Lo que hemos visto en Changsha

Acaso la impresión más llamativa que la provinciana ciudad de Changsha (habitada, para noviembre de 2004, por una «población flotante» de tres millones de almas) reserva al viajero, resulte ser las numerosas muestras que en la capital de Hunan se conservan del «culto a la personalidad» dedicado durante décadas a la figura de Mao Tse Tung. Efectivamente, conviene recordar en este sentido que precisamente fue Hunan –y en concreto la ciudad de Shaoshan–, aquella que vería nacer al «Gran Timonel» de la China Comunista. Raro resulta, en este sentido, pasearse por las avenidas y callejuelas de Changsha sin encontrar, al paso, innumerables «reliquias» de la megalómana glorificación de que el Presidente Mao fue objeto durante las décadas de 1960 y 1970{10}. No en vano en esta ciudad residió el «Marx asiático» durante algunos años, y también aquí (en la Universidad de Hunan), realizó sus estudios de magisterio.

En esta dirección estimamos oportuno reseñar la impresionante «Pagoda» levantada en mitad de la «Isla de las Naranjas» (un islote en mitad del río Xiang, afluyente del Yan Tsé, que divide en dos partes la capital de Hunan), un monumento adornado con muestras, lujosamente esculpidas, del «arte caligráfico» de Mao. Justamente a esta isla –y según relata la hagiografía revolucionaria, «a nado»– solía acudir Mao Tse Tung a «relajarse» contemplando la privilegiada vista de Changsha que se avizora desde la cabeza del islote{11}. Tampoco, creemos, está de más mencionar la gigantesca estatua de Mao que, ajustada a todos los cánones del famoso «realismo socialista», recibe al visitante en las mismas puertas de las instalaciones de la Universidad de Hunan. Una tal Universidad, por lo demás, conocida como Academia Yuelu, tiene un indudable interés añadido: precisamente en este centro cumplimentaría Mao su formación universitaria. Sin embargo, lo que en este sentido reviste mayor importancia, es el hecho de que la moderna Universidad de Hunan guarda una continuidad innegable (incluso geográfica, &c.) con la histórica Academia Yuelu{12} instituida durante la dinastía Song con el objeto de ofrecer la necesaria formación confuciana al funcionariado imperial. Todavía en nuestros días la biblioteca de este centro Universitario –bastante mermada en la actualidad como consecuencia de los salvajes bombardeos japoneses que dejaron ardiendo la ciudad de Changsha durante dos semanas– conserva una estupenda colección de volúmenes clásicos de contenido «filosófico» y «político».

Que precisamente fuera también aquí donde se formara, en la primera mitad del siglo XX, el «emperador socialista», es algo que, creemos, habla «alto y claro» de la plena operatividad de la tradición asiática en la que efectivamente Mao permanecía, según la tesis de Gustavo Bueno, completamente inmerso. Además, ¿no es justamente la Academia Yuelu aquella de entre las numerosas Academias Confucianas de China que ha portado durante siglos como emblema el «pragmático» eslogan de: «busca la verdad desde la práctica»? En esta dirección no nos parece demasiado descabellado afirmar que es justamente esta tradición «pragmática», «prácticamente atea» y «antimetafísica»{13} en la que Mao se habría formado, la que habrá de servir al «Gran Timonel» como basamento para su perenne oposición al culto de los libros{14}.

Por otro lado sorprende también comprobar la impresionante magnitud del «desarrollo» y la potencia industrial, financiera y mercantil que ha alcanzado la ciudad de Changsha –cosa por cierto, al parecer, común a la mayoría de capitales del sur de China–; algo ciertamente palpable en los espectaculares rascacielos que sirven de sede a las multinacionales y bancos asentados en Hunan. Frente a ello destacan además las importantes bolsas de hunaneses (en su mayoría campesinos inmigrados a la capital) que no han podido quedar absorbidos, de momento, por el mercado pletórico en desarrollo que viene desenvolviéndose por China en las últimas décadas. Esta impresión se acrecienta en el caso de Pequín.

3. Lo visto en Pequín

La capital de la República Popular China es una impresionante megalópolis de quince millones de habitantes «fijos» (queremos decir que de ser contada además la «población flotante» probablemente habríamos de hablar de veinticinco o acaso treinta millones de pekineses) en la que la fórmula «Socialismo de Mercado» se hace enteramente palpable. En Pequín, en efecto, puede el viajero comprobar hasta qué punto da de sí la prudente mixtura de socialismo y mercado capitalista que los dirigentes del Partido Comunista Chino, con los secretarios generales Deng, Jian y Hu a la cabeza, han procurado ensayar durante las décadas posteriores al «golpe de timón» sobrevenido a la muerte de Mao Tse Tung. Y es que ciertamente, este «Socialismo de Mercado» –sólo un contrasentido para aquel que se mantenga preso del «culto de los libros»– constituye, en nuestros días, un contexto político en el que el Mercado Pletórico y la Tradición Confuciana han permitido la consolidación de una ciudadanía compuesta de «productores» y «consumidores» satisfechos muy semejantes, a primera vista, a los que habitan las megalópolis comprables del «Mundo Occidental» (con lo que, por cierto, ya podríamos comenzar a rectificar con toda contundencia tesis como las de Huntington, &c.). Nada impide a quien se entretenga paseando por las principales calles de Pequín tener la impresión (si exceptuamos naturalmente la escritura ideogramática de los neones en los que, en todo caso, se anuncia la Coca Cola, &c.) de estar en un gigantesco centro urbano, en el fondo nada distinto a Nueva York, a Los Ángeles o a París. En estas condiciones, y teniendo en cuenta los concurridos e impresionantes centros comerciales abarrotados de productos de todo tipo, queda claro que en la República Popular China, la «libertad objetiva»{15} queda garantizada para aquellos consumidores chinos que efectivamente participan del Mercado Pletórico, con lo que realmente se nos hace muy difícil entender que alguien pueda llegar a escribir a este respecto cosas como las siguientes:

«Desde entonces un mercado relativamente libre ha permitido a algunos chinos comprarse la independencia material, pero sin la libertad personal para disfrutar de ella. China continúa siendo un estado esencialmente autocrático en el que no se toleran las opiniones disidentes, y en el que los derechos de las minorías étnicas se violan continuamente (de manera más notable en el Tíbet, pero también entre los musulmanes de Xinjiang). Se ha permitido que florezca la religión, pero quienes la siguen se ven expuestos a sufrir acoso.»{16}

En este sentido la «denuncia» de Knowles podría ampliarse bastante más: no son sólo los «derechos culturales» de las «minorías étnicas» los que han sido «duramente reprimidos» (desde la perspectiva del racionalismo socialista habría que decir, más bien, que tales anomalías han sido más bien lisadas, holizadas de suerte que ya, podríamos añadir, no quedarían chinos han y otras etnias, sino solamente chinos, ciudadanos de la República Popular), así como los «derechos religiosos» (Knowles menciona a los musulmanes pero aquí podríamos también citar a los alucinados sectarios de Falung Gong{17}, o a los lamaítas) los que se han visto «gravemente sojuzgados» (por otro lado, ¿cómo iba a soportar la sexta generación de izquierda que unos tales oscurantismos se expandiesen a través de la ciudadanía?), tampoco los «derechos ecológicos», los «derechos» diríamos, de gaia parecen estar demasiado boyantes en China, teniendo en cuenta al menos los últimos proyectos planteados por el gobierno en lo que se refiere al curso del Río Amarillo o del Yan Tsé, entre otros Planes Hidrológicos Nacionales, &c.{18} De otro lado, ¿no es China una de las potencias que con más frecuencia aplica la «pena de muerte» contra los criminales horrendos?, ¿no es esto un residuo del más vil salvajismo que pone a la República Popular al lado de los bárbaros norteamericanos, más que del lado de la civilizada Europa que, sin embargo, parece preferir aliarse con China que con Estados Unidos? Y como es claro, si tomamos en consideración el escaso –o más bien nulo– respeto que el Partido Comunista Chino ha mantenido y mantiene en relación al «derecho de autodeterminación por secesión» de las «nacionalidades» que bajo la bandera China «conviven» (¿no es una muestra del más indecente nacionalismo e incluso patrioterismo el hecho de que la enseña nacional ondee por todos los rincones de las principales ciudades, empezando por la Plaza de Ti an Men?), parecería ahora que la sexta generación de la izquierda definida se mostraría más bien solidaria con los «valores de la derecha eterna», con los «valores» propios de la derechona, con lo que también el gobierno de Hu Jintao, resultaría ser, a la postre, un gobierno facha.

Y es que, ciertamente, muy poco complaciente se muestra el gobierno de la República Popular China, principal representante de la sexta generación de la izquierda definida, con los «tics» característicos de los «valores de izquierda», de la izquierda indefinida extravagante, divagante o fundamentalista{19} que hace furor en las naciones de la Civilizada Europa{20} (desde la perspectiva China, habría que hablar más bien de la Decadente Europa). Para hacerse una idea cabal sobre todo ello, basta, creemos, mencionar la presencia prácticamente ubicua en las calles de Pequín de miembros de las Fuerzas Armadas Imperiales, velando por la «seguridad» y la eutaxia de la República Popular (en su mayoría, por cierto, jóvenes de ambos sexos realizando el Servicio Militar, en China, según se ve, completamente voluntario). Este militarismo –visto desde la izquierda indefinida– tan poco propenso a la solución dialógica de los conflictos, al buen talante, a la tolerancia, &c., resulta sin embargo imprescindible (como también lo es la conservación y puesta a punto de un «recurso» tan poco habermasiano como pueda serlo la misma «bomba»{21} atómica) de cara a mantener y apuntalar la Pax Pekinensis tanto en el interior (frente, por caso, al Tíbet) como en el exterior de las fronteras de China (frente a Taiwán, también a Japón, &c.)... y es que, como ya sabía Mao perfectamente, «las contradicciones entre nosotros y nuestros enemigos son antagónicas». Que la «pacifista» y «kantiana» Europa (es decir, que Francia, Alemania, la España de ZP, &c.) hayan, en cambio, decidido contribuir, en la medida de sus fuerzas, a alimentar un tal militarismo (a través por ejemplo del levantamiento del «embargo de armas»{22}, &c.), es otra cuestión muy diferente, como también lo es el hecho de que Francia, en función de unos intereses políticos muy determinados, haya venido, sin perjuicio de su «pacifismo»{23}, colaborando –y continúe haciéndolo– en el despliegue militar del Imperio China, y ello principalmente, claro está, frente al Imperio USA{24}. Pero nada de ello demuestra por sí mismo, en absoluto, que los planes y programas del Imperio Chino sean coincidentes y ni siquiera coordinables, componibles, con los que son propios de Francia o de Alemania (de hecho nosotros suponemos que no lo son en absoluto), sin perjuicio de que tales cuerpos políticos mantengan una enérgica solidaridad (frente a EUA); y mucho menos indicaría esta «colaboración», que la «Paz» europea (es decir, franco-alemana principalmente) sea puntualmente compatible con la «Paz» pequinesa.

Por otro lado, otra de las «lecciones» –si se nos permite decirlo directamente– que la indefinida izquierda europea (concretamente la izquierda española) debiera empezar a tomar de la definida izquierda asiática la haremos vincular al hecho de que curiosamente no parece tampoco el maoísmo muy propenso a pronunciar ahistóricas y anacrónicas declaraciones de condena –en todo caso, enteramente incompatibles con el materialismo histórico– contra la milenaria historia de China (y ello sea dicho con las imprescindibles matizaciones que habría que hacer a este aserto{25}). Y, desde luego, no podrían en China fácilmente ser derribadas las estatuas dejadas a su paso por las diversas dinastías, o el Mausoleo a Gengis Khan en Mongolia Interior, la Ciudad Imperial, &c.{26} Al contrario, precisamente unas tales «reliquias» del pretérito siguen operantes en el presente de China, e incluso más que nunca, generando las anamnesis (Mao como «nuevo Hijo del Cielo») de donde proceden las prolepsis Imperiales; tal y como se puede acusar muy bien en la película Héroe dirigida en 2003 por Zhang Yimou.

4. El cuerpo político chino visto desde cada una de sus capas

En lo que sigue procederemos a analizar el estado del Cuerpo Político de la República Popular a la luz de cada una de las capas (semánticas) que componen una Sociedad Política de acuerdo al «modelo genérico» ofrecido por Gustavo Bueno en su Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas' (Biblioteca Riojana, Logroño 1991); y vamos a proceder así, siempre en la sabiduría de que al emprender un análisis de este tipo corremos siempre el riesgo de recaer en alguna suerte de hipostatización del funcionamiento de cada capa, como si efectivamente los regímenes y los ritmos que son propios de estas pudieran separarse (y no sólo disociarse) entre sí y con respecto a las ramas del «poder político» establecidas, a su vez, según el eje sintáctico del Espacio Gnoseológico; puesto que, como advierte Gustavo Bueno:

«Así, por ejemplo, la capa conjuntiva y la capa basal interaccionan diagonalmente, interalia, por iniciativa del poder ejecutivo, encarnado en el Gobierno (aunque no identificado con él, como hemos dicho), que a través de los ministerios de Fomento, o de Tecnología, o de Educación, incide mediante reglamentos, órdenes, instituciones, circulares, &c., en la gestión de la capa basal; o por iniciativa del poder legislativo, cuando establece leyes que contienen planificaciones o programas de desarrollo energético o educativo, que afectan inmediatamente a la capa basal. Pero estas interacciones no borran las diferencias en el complejo de la systasis entre las líneas y ritmos propios de la capa conjuntiva y los de la capa basal.»{27}

Unas tales interacciones entre las capas basales, conjuntivas y corticales del poder político, se harán, si cabe, mucho más evidentes en el caso de una economía de mercado socialista sometida, como es el caso de la República Popular, a una rigurosa planificación. Todavía en nuestros días sigue hablándose en China de «planes quinquenales», &c. Vamos a ello:

Desde el punto de vista de la Capa Basal lo más llamativo, como hemos señalado ya en repetidas ocasiones, es el desarrollo verdaderamente extraordinario por sus ritmos que está adoptando el tejido industrial y comercial de la República Popular China bajo la férula de las «reformas» establecidas por Deng Xiaoping hace más de veinte años (y todavía más después de la entrada a fines de los noventa de China en la OMC, el brutal incremento de la inversión extranjera por parte de Europa o de los Estados Unidos de Norteamérica, &c., &c.{28}). De hecho, el mismo éxito de las reformas está ya comenzando a aparecer incluso como excesivo a los ojos de muchos planificadores que juzgan conveniente ralentizar el crecimiento del país a fin de evitar «morir de éxito». Sin embargo, y sin perjuicio del aumento del «poder adquisitivo» de muchos ciudadanos de la nación –y ello tanto en las áreas urbanas como en el campo–, puede también empezar a plantear problemas inéditos derivados, por ejemplo, de la creciente necesidad de combustibles fósiles, y muy destacadamente de petróleo, recurso como es bien sabido del que China no cuenta con reservas (lo que sin duda resulta un factor decisivo a la hora de entender muchas cosas{29}). Otro problema, sin duda de la mayor importancia tal y como lo han venido reconociendo las «fuentes oficiales», reside en la disimetría del crecimiento en las diversas áreas del país de suerte que, según parece, un tal «desarrollo desigual» (para decirlo con el título del famoso libro de Samir Amin) ha acabado por desequilibrar el mapa del «Centro del Mundo» hacia el sureste y, en concreto, hacia las zonas costeras donde se alojan las ciudades más importantes (de Tsing Tao a Cantón, pasando por Shangai, Hong Kong, &c.) con algunas excepciones{30} (Pequín, Hefei, Chunquin, Changsha). Y efectivamente, es la China más meridional la zona habitada por la mayoría de los mil trescientos millones, lo cual, hasta cierto punto, no deja de resultar incluso inevitable toda vez que más al norte está el Gobi, o las cordilleras de la Manchuria, el Tíbet, &c.

Pues bien, contemplando las cosas ahora desde la perspectiva de la capa cortical, lo primero que llama la atención políticamente es el grado tan notable de cooperación que el «Imperio Celeste» ha alcanzado no sólo con sus potencias aliadas (ante todo Francia, también Alemania, &c.), sino incluso con los EUA (con los que la propia Europa también coopera cuando le interesa, y le interesa muchas veces{31}) sin que ello pueda tampoco disimular, en ningún caso, el enfrentamiento abierto entre China y los USA en muchos tramos de sus relaciones mutuas. Creemos que este enfrentamiento –mediado tanto por la diplomacia como por la guerra, o al menos por la hostilidad militar explícita{32}– hace justicia, desde el punto de vista de la dialéctica entre estados, a la colisión entre dos Imperios generadores interesados en conformar políticamente las mismas áreas del planeta según sus respectivas normas{33} (sobre todo en Taiwán, en las dos Coreas, en el Sudeste Asiático en el que la influencia imperial china está penetrando a saltos agigantados a través de los tratados de cooperación Asia-Pacífico{34} –ASEAN por sus siglas en inglés– &c., pero también en el contexto iberoamericano{35} y muy especialmente en Cuba{36}).

Por último, y viendo las cosas desde el punto de vista del funcionariado imperial encastrado en la capa conjuntiva del Cuerpo Político Chino, hemos de subrayar el proceso de renovación entre los cuadros dirigentes inaugurado el 15 de marzo de 2003, cuando un jovencísimo (54 años) ex-secretario general del PCC de la Región Autónoma del Tíbet, es elegido, en sustitución de Jian Zeming, Presidente de la República Popular, y nuevo «timonel» de los destinos del pueblo más numeroso de la tierra; entre sus máximos colaboradores figuran varios comunistas represaliados durante la «Gran Revolución Cultural y Proletaria»{37}. Naturalmente, la rigurosa disciplina «búlgara» de los Congresos del Partido, así como la unanimidad con la que suelen ser tomadas las decisiones en la Asamblea Nacional (una unanimidad exquisitamente respetada también por los partidos no comunistas que componen esta Asamblea, según nos informaba El Catoblepas hace pocos meses) nos impiden pronunciarnos en torno al alcance que pueda tener la famosa dialéctica entre las diversas corrientes insertas en el PCCh (por hipótesis: unas más partidarias de acelerar las reformas económicas, otras partidarias más bien de ralentizarlas, &c.), evidentemente, dado ante todo que no tenemos ciencia de visión, tampoco nos atrevemos a arriesgarnos a especular sobre los cursos que adoptará en el futuro el ortograma holizador de la sexta generación de la izquierda definida representado por China. Lo que esperamos, en cambio, es que, después de la lectura de nuestro trabajo, haya quedado suficientemente claro el ritmo y la escala no sólo continental, sino también planetaria, que a este mismo ortograma (en su fase imperialista) le ha sido dado alcanzar en los comienzos del siglo XXI. Y es que «la coleta del chino», diríamos, «ya empieza asomar por los Urales»... y por los Andes.

Notas

{1} Para datos más precisos conviene consultar la información que al respecto de todos estos aspectos (demográficos, religiosos, &c.) ofrece la agencia de noticias Xinhua, en su página en Internet (también disponible versión en español). Así, por ejemplo, en lo tocante al capítulo religioso, Xinhua nos informa de la mermada «capacidad de convocatoria» que todos estos grupos mantendrían en el presente, a la hora de movilizar a las ingentes masas de ciudadanos de la República Popular. Y es que –suponemos por nuestra parte– tantas décadas de educación socialista, y «ateísmo científico» deben de pesar, y mucho –como también se ha comprobado en otras ocasiones: señaladamente en la Unión Soviética, tras la «caída del comunismo», &c.– sobre la actitud del «pueblo chino» ante el Prejuicio religioso.

{2} Naturalmente el culto ortodoxo se enuclea en China, en las zonas fronterizas con la Federación Rusa (por caso en ciudades como puedan serlo Mohe o Harbin), mientras que el Islam aparece más expandido por toda la nación. Así prácticamente todos los núcleos urbanos de alguna importancia cuentan con una «gran mezquita» apta para suministrar sus buenas dosis de «opio popular» a los chinos mauritos (el ejemplo más destacado es el de la «Gran Mezquita» de Xian). Empero, cabe detectar una mayor concentración sarracena en las zonas más occidentales de la República Popular, aquellas que harían la frontera con los estados musulmanes del Asia Central (Paquistán, Afganistán, &c.), también en la Manchuria, la Mongolia Interior, &c., &c. Y es que la «ruta de la seda» también sirvió al parecer para alimentar los avances de la expansión de Dar al Islam hacia el extremo oriente.

{3} Hay que tener en cuenta, además, el importante incremento del presupuesto armamentístico y militar chino, decidido en la III sesión de la X Asamblea Popular Nacional. Véase la entrega de «Ante la República Popular China» correspondiente al número 37 (marzo de 2005) de El Catoblepas.

{4} En efecto, todavía en las décadas de 1960 y 1970, la «Editora en Lenguas Extranjeras» de Pequín sacaba a la luz múltiples traducciones (también en lengua española) de las obras de Mao, pero también de las de Marx, Engels, Lenin, Stalin, &c., en ediciones, dicho sea de paso, verdaderamente magníficas, que nada tenían que envidiar a los estupendos catálogos bibliográficos de la editorial soviética Progreso. Es curioso comprobar, en cambio, cómo a la altura de 2004 de tales ediciones no quedaba en China ni los restos (al menos no los pudimos encontrar en las principales librerías de Pequín).

{5} Veamos como nos describe Esteban Uhalley Junior, biógrafo de Mao, el histórico congreso que marcó la constitución del Partido Comunista Chino: «El Primer Congreso del Partido Comunista Chino tuvo lugar en Shangai, iniciándose el 1 de junio de 1921. Asistieron trece personas que representaban al total de cincuenta y siete miembros marxistas. Se hallaban presentes dos representantes de cada uno de los seis grupos que entonces existían en China: Shangai, Pequín, Changsha, Wuhan, Cantón y Tsinan, y un representante del grupo chino de Japón. Se habían establecido grupos similares en París, Berlín y Moscú, pero no mandaron delegados al primer congreso del Partido chino. Mao fue uno de los delegados de Hunan que representaban al grupo individual más grande de China: dieciséis miembros. También estuvieron presentes dos extranjeros que representaban al KOMINTERN. Uno era un ruso llamado Voitinsky; el otro un alemán llamado Sneevliet también conocido como Maring.» Esteban Uhalley Junior, Mao Tse Tung. Una biografía crítica, Plaza y Janés, Barcelona 1976, págs. 42-43.

{6} De hecho Gustavo Bueno sostiene perspicazmente que la izquierda asiática procede de la comunista (la soviética digamos), como de su género generador.

{7} Y como confirmación de que estos «valores familiares» propios de la tradición confuciana siguen operando –y de modo particularmente contundente y poderoso– en la China del presente, podríamos mencionar aquí la celebración en diciembre de 2004, de la Cumbre Familiar Mundial, en la provincia de Hainan, en el sur de China. En su edición del jueves 9 de diciembre de 2004, el diario «oficial» China Daily daba cuenta de la clausura de este evento, bajo el titular «Nation aims to keep family perspective» («La Nación se propone mantener la perspectiva nacional»), en el que, como puede comprobarse, ya aparecen conjugadas, a su modo, las ideas de «familia» y «sociedad política» (o «Nación»).

{8} «Ahora bien: si más de la mitad del género humano (y aquí habría que incluir a la Unión Soviética) estaba volcada –desde la perspectiva asiática– hacia la producción de bienes materiales externos, impulsada por la codicia capitalista del propietario o del consumidor, difícilmente podría esperarse una evolución hacia el comunismo. La misión de racionalizar el género humano del futuro por las vías del comunitarismo, sólo podría asumirla la República Popular China, dirigida por el Partido Comunista Chino. Este habría sido el gran proyecto de transformación que Mao, el 'Marx asiático', habría realizado a partir de la tradición china, orientada históricamente a una inmanencia determinada por sus fronteras, por su raza y por su cultura.» (cfr. Gustavo Bueno, op. cit., pág. 229.)

{9} Y no podemos olvidar que precisamente el último emperador de la dinastía manchú, el emperador Puyi, acabó sus días justamente holizado en calidad de empleado de mantenimiento del Jardín Botánico de Pequín, y escribiendo además, en sus memorias, cosas como estas: «Sólo hoy, con el Partido Comunista y la política de remodelar a los delincuentes, he aprendido el significado de esta magnífica palabra ('hombre') y me he convertido en un hombre de verdad.» (citado por Christopher Knowles, Explora China. Guía y mapa, Granica, Barcelona 2000, pág. 118.)

{10} Por más que, al parecer, esta fuera una circunstancia que quizás «desagradara» al propio timonel de la República Popular. A menos si hemos de conceder crédito al testimonio de su biógrafo Stepehen Uhalley: «Durante su conversación con Edgar Snow en 1970, el presidente Mao Tsé Tung habló de lo 'fastidiosos' que le resultaban los famoso Cuatro Grandes. Los Cuatro Grandes eran los epítetos que se le aplicaban a Mao –Gran Maestro, Gran Líder, Gran Jefe Supremo, Gran Timonel– durante el apogeo del culto a Mao, durante la Revolución Cultural, a finales de los años 60. Señaló que estos títulos tenían que ser eliminados tarde o temprano, y sólo se dejaría la denominación de 'maestro'. Mao había sido un maestro casi toda su vida, empezando como maestro de escuela primaria en Changsha antes de convertirse al comunismo. Él mismo considera que todavía está enseñando. Mao mostró también inquietud por el hecho de que otros pudieran depender demasiado de él. Al término de su conversación, cuando Mao conducía a Snow hasta la puerta, señaló que 'no era un hombre complicado sino realmente muy sencillo'. Mao resumió su autodescripción diciendo que 'no era más que un monje que recorría el mundo con un paraguas permeable'», cfr. Stephen Uhalley Jr., op. cit., pág. 9.

{11} Hacia 1925 Mao Tse Tung recogería todas estas «vivencias» en un poema titulado precisamente «Changsha». Puede consultarse en Mao Zedong, Poems, Foreing Languages Press, Pequín, págs. 2-5.

{12} En Hunan se habla en este sentido de «la Academia milenaria».

{13} Gustavo Bueno, El mito de la Izquierda, pág. 227.

{14} Nos referimos obviamente al trabajo titulado Oponerse al culto de los libros, una obra temprana (1930) en la que Mao comienza a perfilar con claridad uno de los ejes capitales de su doctrina: la oposición al «dogmatismo libresco». Veamos como lo resume José María Laso: «Partiendo del aforismo leninista de que 'el alma del marxismo estriba en el análisis concreto de las condiciones concretas', Mao ha combatido siempre el dogmatismo libresco. En su trabajo Oponerse al culto a los libros, Mao contrapone la investigación frente a la especulación libresca: 'El método de estudiar las ciencias sociales exclusivamente en los libros es peligroso en grado sumo... por supuesto que debemos estudiar libros de marxismo, pero este estudio debe integrarse en las condiciones reales de nuestro país. Necesitamos los libros , pero debemos superar la tendencia a rendirles culto lo que significa un divorcio de la situación real. ¿Cómo podemos superar el culto al libro? La única forma es investigar la situación real con una metodología adecuada'. Esta misma preocupación antidogmática se refleja en sus célebres Cuatro tesis filosóficas: Acerca de la práctica, Sobre la contradicción, Sobre el tratamiento correcto de las contradicciones en el seno del pueblo, ¿De dónde vienen las ideas justas?» (Véase José María Laso, «Mao Tsé Tung», en Miguel Ángel Quintanilla, Diccionario de Filosofía Contemporánea, Sígueme, Salamanca 1976, págs. 275-277). Más adelante Laso advierte, sin embargo, que: «Una constante en el pensamiento filosófico de Mao Tsé-Tung ha sido la lucha contra el dogmatismo. La Revolución cultural puede ser también interpretada –no obstante su complejidad– a la luz de esta preocupación antidogmática y antiburocrática característica de Mao. Empero la difusión masiva del Libro Rojo, con sus inevitables esquematismos, plantea el problema de si Mao no ha incurrido finalmente en los errores del culto que tan duramente criticó. O si, por el contrario, en las condiciones concretas de China, el Libro Rojo no ejercerá sobre su inmensa población un efecto pedagógico positivo muy coherente con la perenne vocación didáctica de su autor.», Ibídem, pág. 277.

{15} Véase Gustavo Bueno, Panfleto contra la Democracia realmente existente, La Esfera de los Libros, Madrid 2004, págs. 190-205.

{16} Christopher Knowles, Explora China. Guía y mapa, Granica, Barcelona 2000, pág. 47.

{17} Para ello debe consultarse, «¿Qué hacer con los estúpidos de Falung Gong?», en El Catoblepas, nº 16, pág. 25.

{18} No creo que sea preciso aclarar qué pasaría exactamente en China, si a algún gobernador provincial se le ocurriese oponerse a tales PHN con el «argumento» de que «el Yan Tsé es de Hunan o de Cantón». Las consecuencias que semejante «oposición» podría tener sobre la «carrera política» (y acaso también sobre la propia individualidad corpórea) de este supuesto «Maragall cantonés» o «Carod hunanés», no son en absoluto difíciles de imaginar para nadie mínimamente informado a estos respectos.

{19} Para todo ello, vid Gustavo Bueno, op. cit., págs. 236 y ss., particularmente nos interesan las páginas 243-244, donde Bueno analiza los criterios característicos de la izquierda fundamentalista según los tres ejes del Espacio Antropológico.

{20} Por más que en la propaganda estos «valores» (sobre todo el ecologismo, el pacifismo, &c.) tengan también su lugar como puede comprobarse ojeando el diario oficial, el China Daily. Insistimos: en la propaganda.

{21} Una «bomba», por cierto, también mantenida por Francia, en su perenne querencia imperial, y que incluso ha hecho explotar alguna vez... en Mururoa pongamos por caso.

{22} Cosa a la que, por supuesto, EUA, el Imperio rival de China, se opone. Advirtamos que ya para diciembre de 2004 China (a través de la figura de su Primer Ministro Wen Jiabao) mostraba su satisfacción por la «voluntad europea» (expresada en boca del Presidente del Consejo Europeo, Jan Peter Balkenende) de dejar atrás el «embargo armamentístico» impuesto a la República Popular después de los sucesos que tuvieron lugar en la plaza de Ti-an Men. Así lo anunciaba el China Daily en su edición del jueves 9 de diciembre de 2004: «EU moves to lift arms embargo: Co-operation agreements, declaration on weapons control signed at summit.»

{23} Como tampoco el «pacifismo» de ZP, ni tampoco su «talante» le ha impedido últimamente vender armas a Venezuela, pero también a Colombia (en el contexto del Plan Colombia, de las estrategias anti-insurgentes –antiterroristas– de Álvaro Uribe, &c.) y a otras muchas naciones de la tierra.

{24} Véase «China y Francia preparan la Paz y la Guerra», en El Catoblepas, nº 27, pág. 25.

{25} Habría que exceptuar, por ejemplo, algunas de las declaraciones que realizó Mao Tsé Tung durante la época de la «Gran Revolución Cultural y Proletaria», más en la línea de «la liquidación» nihilista (bien próxima al anarquismo) del pasado «Celeste» del Imperio. Como botón de muestra de esta actitud queremos citar aquí unos versos escritos por Mao en fecha temprana de febrero de 1936; con ellos se concluye el poema titulado «Nieve»: «(...) Ay los emperadores Shin de Ts'in y Wu de Han / apenas eran letrados. / T'ai Tsung de Tang y T'sai Tsu de Sung / ignoraban la poesía. / Gengis Khan el hijo mimado del Cielo / no sabía más que tender su arco contra las águilas. / Todos han pasado. / Tan solo nuestra época / conoce hombres valiosos.» (véase para la versión española que citamos nosotros Rafael Alberti & María Teresa León, Poesía China, Visor, Madrid 2003, pág. 221.)

{26} Para la actitud, en este sentido, de las izquierdas españolas conviene detenerse en el trabajo de Antonio Sánchez Martínez, «La Antiespaña y las izquierdas satisfechas con El Quijote al fondo», El Catoblepas, nº 35, pág. 1.

{27} Gustavo Bueno, Panfleto contra la Democracia realmente existente, La Esfera de los Libros, Madrid 2004, pág. 125.

{28} Precisamente mientras nosotros estábamos en Pequín se reunía Zen Peiyan, vice Primer Ministro de la República Popular, con el canciller Schröder –con cuyo coche, por cierto, tuvimos ocasión de cruzarnos al lado de la entrada de la Ciudad Prohibida, muy cerca de la Plaza de Ti an Men–, en el marco del Foro chino-alemán de cooperación económica; ese mismo día Schröder asistió también a la apertura de una nueva planta de la Volkswagen en la norteña provincia de Changchung («VW opens new auto venture in Northeast», China Daily, miércoles 8 de diciembre de 2004).

{29} Por ejemplo a la hora de entender la decidida oposición de China a la «Segunda Guerra del Golfo»; también sus estrechas relaciones diplomáticas con muchos miembros de la OPEP, su alianza con la Venezuela de Chávez, o con Cuba Socialista (precisamente en el Golfo de Méjico, y en zona cubana, acaban de encontrarse importantes reservas petrolíferas submarinas).

{30} Que sin embargo siguen estando bastante al Sur –salvo Pequín–.

{31} Y también en muchos lugares: en Irak (primera guerra del golfo), en Kossovo, en Afganistán, en Haití, &c., &c.

{32} No creemos que haga falta aportar demasiadas pruebas en torno a esta preocupación de los planificadores militares del Imperio yanqui hacia el despliegue de la potencia ofensiva del Imperio Chino. Por si acaso recomendamos la lectura del siguiente análisis de Michel Chossudovski, «Los planes de EEUU para la dominación militar global», disponible en línea: http://rebelion.org

{33} Es decir, que estaríamos ante la «Situación 4» de la que habla Gustavo Bueno en su texto «Principios de una teoría filosófico política materialista». En ese lugar, Bueno ejemplificaba una tal situación haciendo pie en el «enfrentamiento» (la «guerra fría») que durante las décadas centrales del siglo mantuvieron EUA y la URSS (la «tercera Roma»). Pero, ¿no estamos –como reconocen muchísimos analistas políticos (de «izquierdas» o de «derechas»)– a las puertas de una suerte de «nueva guerra fría», que vendría a involucrar en esta ocasión a EUA y la República Popular China?, y ¿no estaría la República Popular llamada a llevar adelante –para el siglo XXI– papeles muy análogos a los cumplimentados por la Unión Soviética –en el siglo XX– en tantas y tantas naciones de la Tierra (empezando por el Asia Central, por Corea del Norte, Vietnam, Cuba, &c.?

{34} Con todo, el finísimo analista norteamericano Roberto Kaplan, con las buenas dosis de perspicacia que le son habituales, señalaba en un reciente artículo publicado en el diario español El Mundo la «delantera» que en una tal región ha tomado EUA frente a China, con ocasión de las tareas de «reconstrucción» y «ayuda humanitaria» emprendidas por el Ejército de los Estados Unidos de Norteamérica (especialmente la Armada Yanqui) después del Tsunami indonesio, &c. Véase Robert Kaplan, «El rostro humanitario de la guerra contra el terror», El Mundo, 4 de marzo de 2005.

{35} De hecho resulta bien significativa y esclarecedora en este punto la «visita de estado» realizada por Hu Jintao en noviembre de 2004 a diversas repúblicas iberoamericanas (Brasil, Méjico y Chile incluidas, también Cuba, Venezuela, Argentina...). Véase para ello el siguiente informe publicado en nuestra revista, en la sección «Ante la República Popular China», «China toma posiciones en nuestra América», El Catoblepas, nº 34, pág. 25. Tampoco está de más acercarse de vez en cuando a los contenidos informativos que la agencia de noticias Xinhua desgrana diariamente en la sección «Latinoamérica» de su sitio web (también en la versión española de El Diario del Pueblo –igualmente disponible a la lectura «en línea»– pueden encontrarse multitud de contenidos específicamente «hispanos»).

{36} Cuba fue uno de los principales destinos del secretario general de la República Popular China durante su visita a la América que habla español. Para documentarse acerca de los frutos de ese viaje conviene consultar el magnífico dossier que sobre el tema mantiene el diario cubano Granma en sus páginas de Internet: http://granma.cu

{37} El propio Hu fue represaliado por aquella época y –según leemos en el compendio biográfico de los «nuevos líderes de la República Popular China» ofrecido por El Catoblepas en su número 14– fue enviado en 1968 a realizar trabajos manuales en Gansu, durante un año.

¡Viva el Partido Comunista de China! ¡Viva la República Popular China! ¡Viva la sexta generación de la Izquierda!

 

El Catoblepas
© 2005 nodulo.org