El Catoblepas · número 210 · enero-marzo 2025 · página 5

La fase egipcia de los hebreos
Gustavo D. Perednik
En estos días cercanos a la Pascua hebrea, que celebra el Éxodo de Egipto, Perednik discurre sobre esa época
En algún momento de su embate para deslegitimar a Israel, el antisionista habitual se ve en la necesidad de anular de un plumazo la rica historia del pueblo hebreo en la antigüedad. La primera parte de esa historia puede enmarcarse en las andanzas de los israelitas entre Sion y Babilonia. La marcha inicial, desde el Éufrates al Jordán, inaugura el período clásico, que concluye con el destierro que revirtió el camino: desde el Jordán al Éufrates. Una vez exiliados en Babilonia, los hebreos lograron mantener su identidad gracias al mensaje de los profetas clásicos sobre el glorioso retorno al que estaban destinados: “en los ríos de Babilonia, lloramos al recordar Sion… si te olvidare, oh Jerusalén”.
Siempre en el contexto de sus típicas migraciones, mencionemos las tres de la Edad del Bronce que conformaron la singular génesis del pueblo judío: de Sumeria a Canaán, de aquí a Egipto, y finalmente el célebre Éxodo a la Tierra de Israel. En otro artículo nos hemos referido a la primera de la terna: el surgimiento de la notable tribu que, desde la cuna de la civilización en el sur de la Mesopotamia, emprendió el camino hacia el Oeste.
En los párrafos que siguen, abordaremos la segunda de las mentadas migraciones: el descenso de los israelitas a las riberas del Nilo, espoleado por una endémica sequía y consecuente hambruna que les impuso más de dos siglos de residencia en Egipto (siglos XVI-XIV aec). Tal experiencia los consolidó como pueblo distintivo, y dotó a su conciencia de un contenido filosófico primordial: la percepción de su propia historia como reflejo del afán por liberar al ser humano. Este es el tema central de la Torá: el descenso a la esclavitud y la lucha por la libertad, que se plasma tanto en la historia como en la cosmovisión judaicas. Tales eventos, seminales para los judíos,fueron también registrados por la egiptología, si bien con muy menor énfasis.
En vista del paralelo, vale enmarcar la antigua historia hebrea en la egipcia que se extiende a lo largo de los tres reinos: el Reino Antiguo (las diez primeras dinastías, hasta el año 2500 aec); el Medio (las dinastías 11ª a 17ª, hasta el 1587 aec), y el Nuevo (las tres últimas dinastías, hasta 1100 aec). A partir de entonces, imperios foráneos dominaron el país.
Durante el “período oscuro” del Reino Medio se produjo la invasión de los hicsos, “reyes pastores” provenientes del desierto arábigo, que penetraron durante la decadencia del siglo XVII aec. Los hicsos inauguraron, en su capital Tavaris (la bíblica Zoan), dos siglos de estabilidad, que concluyeron con su paulatina expulsión del país.
Mientras rigieron Egipto, y concretamente durante la 18ª dinastía, los reyes hicsos acogieron a una tribu llamada “Habiru”, un término acadio que se aplicaba a forajidos o rebeldes. En las fuentes egipcias hay referencias a los Habiru que fueron esclavizados y, como ocurre con la palabra “hebreos”, los Habiru aluden inicialmente a una categoría social y posteriormente definen a un grupo étnico. Eran nómadas arameos, ya mencionados en un cuento egipcio de 1440 aec: La toma de Yapu (hoy el puerto israelí de Yafo), que narra la conquista de la ciudad por el militar Dyehuty.
Un extranjero de nombre Yuya devino en poderoso oficial de Amenofis III (1390-1352 aec), y podría vincularse al José bíblico, quien ascendió en la burocracia egipcia. Es decir que uno de los reyes hicsos podría haber designado asesor al tal José, quien personifica, en el Tanaj (Biblia Hebrea), el ascenso social de su pueblo.
Varias perspectivas de José
Desde dos perspectivas adicionales, amén de la mentada egiptología, es posible abordar la trascendental crónica de José en Egipto: el arte y el Tanaj. En el arte, dos importantes obras, separadas por dos siglos, portan por título José y sus hermanos: el oratorio de Georg Handel (1743) y la novela cardinal de Thomas Mann (1942). El Tanaj, por su parte, exhibe en ese relato el máximo logro de su género narrativo-histórico, que se extiende a lo largo de sus primeros nueve libros (el Pentateuco y los Primeros Profetas).
Una vez encumbrados en Egipto, los hebreos alcanzaron prosperidad en el período denominado “marniense” (1353-1336 aec), un nombre derivado del paleo-hebraico “Tel-Amarna”, el solar al que el célebre Akenatón trasladó la capital. Las Cartas de Tel-Amarna (s. XIV aec), descubiertas en 1887, son unas trescientas misivas enviadas por vasallos cananeos a los faraones egipcios, en las que solicitaban protección contra los hebreos (Habiru) que los invadían.
El reinado de Akenatón, décimo faraón entre los quince de la 18ª Dinastía, sobresalió porque, por primera vez en la historia, se impulsó una cabal reforma religiosa, que expropió los bienes del clero y allanó el camino a la monolatría y a la supresión de los credos previos. Sus reformas afectaron la iconografía y la arquitectura; el arqueólogo James Breasted llegó a denominarlo “el primer individuo de la historia humana”. Muy focalizado en la transformación interna, el imperio exterior egipcio se deterioró en esos años, y gran parte de sus posesiones territoriales fueron conquistadas por el otro imperio dominante: los hititas. La revolución de Akenatón fue interrumpida por un movimiento político que resultó en un cambio de dinastías y en la expulsión de los hicsos, labor de Amosis I y los tres faraones subsiguientes.
Al “rey herético" Akenatón sucedió el período “ramésida” de restauración, que abarca dos dinastías (19ª y 20ª) y ocho faraones. El tercero de ellos, Ramsés II (1290-1223 aec), suele ser considerado el protagonista de la opresión de los hebreos.
Una vez que los hicsos abandonaron el país, emergió una corriente nacionalista que también fue limitando a los hebreos. Asimismo, los faraones de las dinastías 18ª (1587-1350 aec) y 19ª (1350-1200 aec) requirieron de una cuantiosa mano de obra para emprender la construcción de esplendorosos monumentos. En ese contexto, los hebreos se despeñaron desde ser la gran comunidad floreciente del delta Oriental del Nilo (Goshen) a ser siervos reales. Sólo cuando se debilitó el impulso de las construcciones, ergo se atenuó el control sobre los esclavos, ocurrió, para los israelitas, el momento propicio de rebelión y marcha a la conquista de su propia tierra. Los reyes posteriores a los hicsos destruyeron sus vestigios.
Ya el historiador judío Yosef Ben Matitiyahu (Flavio Josefo, m. año 100) identifica al Éxodo hebreo con la expulsión de los hicsos, y cita de este modo: “Con sus familias y posesiones, cruzaron el desierto hacia Siria. Temiendo a los asirios, que en esa época dominaban Asia, construyeron una gran ciudad en Judea llamada Jerusalén” (Contra Apión 1:14). También el egiptólogo Donald Redford (m. 2024) vincula a los hicsos con el relato del Éxodo. Hay un símil reconocible entre el Poema de Qadesh egipcíaco y el bíblico Cántico del Mar (Éxodo 14-15).
El altibajo social de los israelitas es referido en el Tanaj en un estilo típicamente escueto. En apenas diez palabras se informa que “se plantó un nuevo monarca que no conoció a José” (Éx. 1:8), es decir: un faraón que se desvinculó de los hicsos e inició su expulsión. Candidato a ser quien “desconoció a José” fue Amosis I (m. 1525 aec), que inauguró el Reino Nuevo y la 18ª dinastía, y destronó a los hicsos.
El Reino Nuevo constituyó el zenit de Egipto: expandió al máximo sus límites y construyó los monumentos más perdurables. En ese lapso tuvieron lugar dos grandes batallas: Meguido (1457 aec) y Qadesh, (1274 aec). La de Meguido fue el primer enfrentamiento relatado de la historia, con detalles de armas utilizadas y recuento de bajas. Por su parte, Qadesh,fue el evento más conocido del mundo antiguo; la primera batalla campal registrada y la mayor batalla de carros de guerra jamás librada (unos 5000). En Meguido, los egipcios vencieron a una coalición cananea rebelde y aseguraron su dominio en Canaán y la expansión de su imperio. La vencida Qadesh se transformó en centro administrativo de los faraones. En la Batalla de Qadesh, esta ciudad y Meguido se aliaron al imperio hitita contra las tropas faraónicas de la 19ª dinastía. Fue el último gran acontecimiento militar de la Edad del Bronce y, debido a que se llegó militarmente a un punto muerto, Ramsés II y Hattusili III firmaron el primer tratado de paz de la historia (1259 aec), que estabilizó las relaciones entre las dos potencias de marras. Ramsés II escribió sobre ello en tablas que aún se exhiben en los muros del templo de Karnak.
La edad oscura
En general, hay varias teorías sobre las respectivas identidades de los faraones de la esclavización y el Éxodo. Hemos visto que el primero pudo haber sido Ramsés II; el del Éxodo, podría haber sido su hijo Mernefta, en cuya famosa tabla (1206 aec; descubierta en 1896) aparece, por primera vez en fuentes exógenas, el nombre “Israel”. El faraón enumera las naciones derrotadas en su campaña al Levante: “Israel no existe más y su simiente ha cesado”.
El Tanaj también alude a la dinastía Ramsesana con la localización de la casa real en Per-Ramsés, y con el hecho de que los nuevos gobernantes (“que no conocieron a José”) utilizaron los caballos importados por los hicsos, para deshacerse de los hebreos (Éx.15). El Tanaj menciona más de 150 veces al Éxodo, que aparece en fuentes externas como Hecateo de Abdera y Manetón de Sebennitos. La historiografía egipcia lo saltea, y las evidencias arqueológicas sobre los hebreos en Egipto son escasas, por cuatro motivos: 1) los registros egipcios en general soslayan las propias derrotas y defectos. Incluso la conquista de los hicsos, uno de los sucesos más importantes de su historia, no es mencionada en sus monumentos, focalizados a la autoglorificación; 2) casi todos los papiros de esa época se perdieron; 3) los egipcios no diferenciaban entre las diversas etnias extranjeras del Oriente; generalizaban a “los asiáticos”; y 4) la arqueología se focaliza en construcciones, no en nomadeos, y por ello tampoco abunda en remanentes de las migraciones de celtas en Asia Menor o de la conquista anglosajona de Gran Bretaña. Junto a los exiguos registros, el otro inconveniente es la discordancia de fechas entre las fuentes egipcias y las hebreas.
Quien se propuso conciliar la historia bíblica con la egiptología fue un colorido personaje: Emanuel Velicovsky (m. 1979). Como primer psicoanalista en Éretz Israel, escribió en 1930 un innovador tratado sobre la epilepsia. Velicovsky fue asimismo un políglota desde la niñez, y un activo fundador de la Universidad Hebrea. Con todo, lo que lo lanzó a la fama fue su libro Mundos en Colisión (1950), considerado catastrofista y pseudocientífico, en donde propone que la Tierra sufrió en la antigüedad una peligrosa cercanía a otros astros, supuestamente revisable en mitologías comparadas. Para ello, Velicovsky examinó las antiguas cronologías de Egipto, Grecia e Israel, en un intento por arrojar luz en la llamada "edad oscura" del Mediterráneo oriental (1100-750 aec), que pudo haberse inaugurado bastante antes, a partir de la invasión de los “pueblos del mar” que habría hundido la civilización micénica y el imperio hitita.
A fin de reafirmar la historicidad del Éxodo, Velicovsky encontró insinuaciones de las plagas bíblicas en el Papiro de Ipuur (o Lamentos de Ipuur, c. 1800 aec), un poema que afirma que “el río es sangre”. Velicovsky adelantó la datación del Éxodo dos siglos, hasta la caída del Reino Medio, para compatibilizarlo con el papiro. Tuvo numerosos seguidores durante las décadas de 1960 y 1970, y luego la influencia de su obra empezó a decaer. No así el interés por la policromática historia de Israel, antiguo y moderno.