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El Catoblepas, número 173, julio 2016
  El Catoblepasnúmero 173 • julio 2016 • página 5
Voz judía también hay

Las patrias y la música

Gustavo D. Perednik

El compositor Handel y una festividad judía de la libertad.

Retrato de Handel

En esta época del año tiene lugar la serie de conciertos clásicos Proms de la BBC, durante los que los ingleses entonan el himno Tierra de Esperanza y Gloria (1902), cuya música es de su compositor nacional: Edward Elgar. Lo cantan sin complejos y haciendo flamear banderas, a pesar de que la letra de Arthur Benson, políticamente incorrecta, destila una oda al imperialismo que augura a la patria que «Dios, que te ha hecho poderosa, te haga más poderosa aún». Su texto completo e impúdico explicita el anhelo de que «tus límites sean más y más amplios».

No hay solicitudes de que Albión renuncie al himno, ya que se asume que las canciones patrias simbolizan las aspiraciones de una nación en un momento perdurable de su historia. Se espera que los británicos canten «Dios salve a la reina» independientemente de si son agnósticos o disgustan de Isabel II; y que entre los holandeses perdure el himno de ya medio milenio aun si no se sintieran a sí mismos Guillermo I de Orange, y que los polacos celebren la Mazurka de Dabrowski también si no admiran a Napoleón.

Los himnos son símbolos, y la permanencia de los símbolos no suele impugnarse, norma que pareciera registrar una excepción con respecto a la canción patria de Israel. Como podría preverse en el caso de un país cuya mismísima existencia es cuestionada, también a su himno se le ha encontrado objeción.

El Hatikva, el poema La esperanza (1878) comienza así: «Mientras en lo profundo del corazón palpite el alma de un judío.». Sus versos celebraban así el establecimiento de israelitas en el terruño que hoy en día es la ciudad de Petaj Tikva, a la sazón ubicada en la Palestina otomana.

Su autor, el poeta Naftalí Herz Imber, secretario de un sionista cristiano del siglo XIX, complementaba así el verso: «.no habrá de perderse nuestra esperanza de ser un pueblo libre en nuestra tierra» (el texto original de hace un siglo y medio atrás rezaba: «nuestra esperanza de retornar a nuestra tierra»; y a partir de la consumación del retorno al hogar ancestral, el verbo fue sustituido).

Los cuestionadores del Hatikva sostienen que debe considerarse que no todos los habitantes de Israel son israelitas, y por ello resulta excesivo exigirles identificación con «el alma de un judío».

La crítica saltea lo principal: que Israel nació como Estado del pueblo judío, y como tal obviamente honrará la judeidad de su origen, una identidad que no alude a cuestiones específicamente confesionales, sino nacionales.

Tal condición es frecuentemente incomprendida: suele suponerse que los judíos constituyen una religión, aunque en su autodefinición sean un grupo nacional disperso en el mundo.

«El alma de un judío» aludida en el Hatikva no es pues un alma religiosa -no lo era su autor- sino la de quien se siente miembro del pueblo judío y asume como propia una historia cuatro veces milenaria.

El segundo dato que saltean quienes objetan una supuesta falta de representatividad en los versos del Hatikva, es que los símbolos de las otras naciones son respetados intactos, en tanto representan los valores de una nación.

Los no cristianos de los países escandinavos no impugnan sus banderas aunque lleven la cruz, ni los de Colombia o de Panamá callan su himno por ese mismo motivo.

Dado que las canciones patrióticas no tienen por qué reflejar el sentimiento de un individuo en una situación específica, La Portuguesa puede entonarse sueltamente sin sentir especial apego por el mar, y «el cántico de los soldados» irlandés sin vestir uniforme militar, o la mayoría de los himnos del mundo aun si quien canta es ateo o pacifista.

El género de los himnos, además, no procura enfrentamientos con lo foráneo sino una contribución a la humanidad desde lo propio. A menudo la lírica o música extranjeras precisamente forjan la materia prima para el himno propio.

El conmovedor himno islandés se inspira en el salmo hebreo 90 para exaltar su milenio de historia y, en el caso del himno israelí, su melodía se basa en la del poemario sinfónico checo Mi patria de Bedrich Smétana. En efecto, el segundo poema de la serie (El Moldava) fue compuesto unos pocos años antes que Hatikva, y dio vida a la canción hebrea a partir de arreglos musicales de Samuel Cohen y la orquestación de Paul Ben-Jaim.

La referida obra de Smétana, a su vez, abrevaba de la Danza de Mantua (La Mantovana) compuesta hacia 1600 por el tenor italiano Giuseppe Cenci.

Tanto por su raíz musical cosmopolita, como por su contenido, los versos de Hatikva son aptos para quien quiera reconozca la importancia del renacimiento hebreo en su tierra. Alaba la esperanza y la libertad, y en ello contrasta con muchos cánticos que aclaman la victoria militar o la autoglorificación. No va en desmedro de nadie, y no hay razón para que un ciudadano no-judío del Estado de Israel (o de otros países) no pueda identificarse con él, a menos que se oponga a que el alma de un judío añore libertad en su tierra. Del mismo modo en que la sinergia de la canción patriótica Máter España (2005) de Joaquín Sabina puede inspirar en gente de todos los países el amor por la patria.

Así, la autoafirmación hebrea en la Tierra de Israel iluminó en el pasado grandes creaciones universales, como la operística de Verdi a mediados del siglo XIX o, un siglo antes aún, el oratorio Judá Macabeo (1746) de Georg Handel.

Los Macabeos, 1844

Handel y la antigua Judea

Handel, inglés por opción, se había propuesto rendir homenaje a la batalla de Culloden, la última que tuvo lugar en suelo británico. Singularmente, encontró su musa en la revuela de los macabeos de Judea contra el imperio helénico en el año 132 a.e.c.

Inglaterra libraba su guerra contra los jacobitas escoceses que intentaban restaurar en el trono a los Estuardo. Londres se hallaba al borde del derrumbe y el acecho de la restauración jacobita la perfilaba inevitable, lista para derrocar a Jorge II (sucesor del monarca que había invitado a Handel desde Alemania, y que se había transformado en el mecenas del compositor).

Pero los ingleses vencieron, y el 16 de abril de 1746 el príncipe Guillermo duque de Cumberland diezmó a las tropas jacobitas en Culloden.

Aliviado, Handel compuso un oratorio que festeja la liberación de la nación hebrea por parte de Judá Macabeo. El éxito de la obra estimuló al compositor a crear más oratorios con temática de la Biblia hebrea: Josué, Salomón, y varios otros.

La tercera y última parte del oratorio referido comienza con la consagración de un nuevo altar, y llega la noticia de que Judá Macabeo se acerca victorioso. El coro responde:

«¡Ved, aquí llega el héroe conquistador!
Tocad las trompetas, redoblad
los tambores. Preparad juegos, traed
el laurel, cantadle canciones triunfales... ¡Ved como avanza el joven adorable!
Acompañad el baile con el son de las flautas;
con coronas de mirto y rosas entretejidas
adornad la frente divina de nuestro héroe».

En efecto, la familia de los macabeos había guiado a los judíos en la reconquista de su libertad después de la dominación del rey Antíoco IV de Siria, que siguió a la muerte de Alejandro Magno. Los hebreos fueron libres, los ingleses se libraban, y Handel unió las gestas.

La celebridad de la obra trascendió las fronteras de Inglaterra, y fue exitoso también en Alemania. Cabe mencionar el dato de que la judeofobia de los nacionalistas alemanes los llevó a suplantar al personaje central: no fue ya Judá Macabeo sino, imprevisiblemente, Guillermo I de Nassau.

En lo que compete a Israel, en 1926 el autor infantil Levin Kipnis (1894-1990) puso letra hebrea a la melodía de Handel, y ésta fue adoptada como canción popular de la festividad de Januca, la que cada diciembre celebra la victoria israelita sobre los griegos.

El texto sigue entonándose hoy en día: «Levantemos estandarte y antorcha, para entonar la canción de Januca. Somos macabeos, presta la bandera se alzará. Guerreamos contra el heleno, y la victoria es nuestra. Flor a flor, hilemos un gran ramo para corona del vencedor, el héroe macabeo».

Así, en el Israel actual, el segundo más popular de los oratorios de Handel (después de Mesías) devino en una canción patriótica. La consagración de la lucha por la libertad pareciera así ser el núcleo del amor a la patria, a todas ellas.

 

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