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El Catoblepas, número 107, enero 2011
  El Catoblepasnúmero 107 • enero 2011 • página 5
Voz judía también hay

Desde la sinagoga Jurva

Gustavo D. Perednik

El autor revisa el vínculo de los judíos y su tierra. Sobre este tema, y sobre la influencia de la Biblia hebrea en la civilización, versa su decimoquinto libro, recientemente publicado por la Universidad ORT de Uruguay:
La patria fue un libro

Gustavo Daniel Perednik, La patria fue un libro, Universidad ORT de Uruguay 2010 En un área específica, el diccionario de la Real Academia Española persevera en una grosera semántica medieval. Así, en su definición de «sinagoga» explica peyorativamente que se trata de una «reunión para fines que se consideran ilícitos».

Con todo, algunas visitas a sinagogas tuvieron trascendente importancia, como la de Juan Pablo II a la de Roma (13-4-86), que inauguró una nueva etapa de las relaciones judío-cristianas. Se dijo de ella que habían sido necesarios dos milenios para recorrer esos doscientos metros.

O la de los Reyes de España a la de Los Ángeles (1-10-87), que rompió un hielo histórico entre la Diáspora sefardita y la Corona.

También visitas personales a sinagogas tuvieron efectos perdurables. Vayan dos notables ejemplos de hace un siglo, uno de la historia de la filosofía y otro del mundo de la literatura. Ambos derivaron del Día del Perdón (Yom Kipur), el más solemne del calendario judaico, en 1913 y 1912 respectivamente.

El ingreso de Franz Rosenzweig a la sinagoga ortodoxa de Berlín (11-10-13) lo motivó a escribir su obra magna, que eventualmente devino en un pilar del pensamiento judío contemporáneo: La estrella de la redención.

En la misma festividad del año anterior, otra ópera prima, que en su forma dista mucho del ensayo filosófico aunque se le acerca en la índole de su mensaje, fue inspirada no ya por concurrir a la sinagoga sino, curiosamente, por ausentarse de ella. Así, Franz Kafka había faltado por primera vez a las plegarias de Yom Kipur, y la noche siguiente (22-9-12) produjo un cuento que discurre sobre la culpa, y constituye una de sus narraciones más notables, incluso considerada su obra seminal: La condena.

Los dos mentados tipos de visitas, la del significado histórico y la de la experiencia personal, tienen una forma intermedia. Una buena candidata para albergar una vivencia de esta tercera categoría es la sinagoga Jurva de la Ciudad Vieja de Jerusalén, en la que quien escribe estos párrafos acaba de pasear con emoción (31-12-10).

Najmánides Después de una década de remodelación y dilaciones, el milenario edificio fue reinaugurado el 15 de marzo de 2010, y se yergue en el centro del Barrio Judío hierosolimitano. Colinda con una de las sinagogas activas más antiguas: la que fuera establecida en 1267 por el insigne Najmánides (Rambán). El médico gironés se radicó en Jerusalén ya septuagenario, después de huir de la notoria Disputa de Barcelona.

En mi caminata pude revivir una evocación de Najmánides, después de que el pasado mes de junio me tocara circular por las callejuelas del Call de Gerona y su Ciudad Vieja. Desde allí partió el Rambán a Jerusalén, y su sinagoga fue la más importante de la ciudad desde la época del Segundo Templo de dos mil años. Está cimentada a tres metros bajo el nivel de la calle, según lo impusieron las normas islámicas de superioridad sobre los dhimmies (éstos deben asegurarse de que en ningún caso sus casas de plegaria sean más altas que las mezquitas).

Uno de sus muros, accesible por vía de la vecina sinagoga Jurva, exhibe en gran tamaño la misiva que Najmánides enviara a su primogénito en Cataluña, y en esos párrafos describe la desolación de la Ciudad de David debido a diversas invasiones foráneas.

Rambán (1194-1270), también llamado Moshé Ben Najmán Gerondi, o en catalán Bonastruc da Porta, fue el más importante de los Rishonim («primeros», como se denomina a los sabios talmúdicos de entre los siglos XI y XV, a partir de que decayera la influencia de las academias de Babilonia).

Recordemos que la publicación de la Guía de los Perplejos de Maimónides (1190) dio impulso a la filosofía greco-árabe que venía avanzando entre los judíos de España y Provenza, y que eventualmente los estimuló a una lectura alegórica de los relatos bíblicos. Najmánides fue uno de los que se impuso revertir esa tendencia. Yom Tov Ben Abraham de Sevilla (conocido como Ritbá, 1250-1330), admiró tanto a Maimónides como a Najmánides, pero opinó que éste carecía de suficiente formación filosófica.

La mentada Disputa de Barcelona tuvo lugar en el palacio real, en cuatro días entre el 20 y el 31 de julio 1263. Su tema fundamental fue la idea mesiánica, y Rambán debió defender al judaísmo ante los cuestionamientos del apóstata Pablo Cristiani, apoyado éste por el rey Jaime I de Aragón y los frailes Ramón de Peñaforte (dominico y confesor real), Pere de Génova, Arnal de Segura, Giles de Saragón, y Pere Verga.

El sábado posterior a la disputa, Peñaforte impuso su sermón a la sinagoga barcelonense, y al día siguiente Najmánides se presentó ante el rey, quien obsequió trescientos dinares al «maestro de Gerona». Éste emigró y se asentó inicialmente en Acre, donde concluyó su celebérrimo comentario al Pentateuco (1268), que destaca por la centralidad que otorga a la Tierra de Israel, prescribiendo la radicación de los judíos en ella como un precepto vigente en su época.

Rambán revivió la comunidad judía hierosolimitana, que había sido diezmada por los mamelucos en 1244, y su arribo marcó el comienzo de siete siglos de presencia judía ininterrumpida en la Ciudad Vieja, hasta 1948.

La casona de Najmánides es una muestra viva de la judaicidad de esta tierra y de su férreo vínculo con el pueblo judío a lo largo de la historia. Más aún lo es la Jurva, que en hebreo significa «destrucción». Se llama así porque, después de ser fundada en 1700 por Yehuda He-Jasid («Judá el piadoso», un líder místico que condujo de Polonia a Israel a varios centenares de sus seguidores), fue destruida por árabes en 1720.

Reconstruida, vuelta a destruir y a reconstruir una y otra vez, constituye un símbolo pétreo de las comunidades judías y de su destino mancomunado con la Tierra de Israel.

Un faro del tiempo

La sinagoga Jurva en 1930Un árabe en la sinagoga Jurva

La peor de las muchas desgracias que asolaron a la mansión ocurrió el 26 de mayo de 1948, durante la guerra por la independencia de Israel, cuando 200 litros de explosivos colocados por la Legión Árabe la hicieron estallar hasta sus cimientos. La sinagoga, que en su última época había venido funcionando durante 84 años, volvió a ser literalmente «jurva», y la bandera árabe fue izada sobre sus ruinas para señalar el triunfo (momentáneo) de los invasores.

El solar es emblemático no sólo por el mentado ciclo de arduas reconstrucciones, sino también porque desde su terraza pueden observarse los sitios más representativos de la historia de Jerusalén, tanto de la antigüedad (como el Monte del Templo) como de la modernidad (la Universidad Hebrea, la fortaleza del gobernador británico en la otrora Palestina, el hospital cristiano Augusta Victoria, y varios otros).

Todo ello es entusiastamente explicado a los visitantes por el colorido guía de la sinagoga, Yoel Freiman, quien fue hace algunos años un actor profesional y que pese a su nueva carrera no ha abandonado la vocación histriónica. Nos detalla cómo llegaron al lugar los discípulos del Gaón de Vilna, que inmigraron a Israel desde Lituania en 1810.

Dos eventos históricos del siglo XIX fueron catalizadores políticos de la esperanza en el retorno de los judíos a Israel. El primero: el ascenso al poder de Mujamad Alí de Egipto en 1831, quien arrebató Jerusalén al imperio otomano y se vio bien predispuesto ante las expectativas de restauración sionista. El segundo: la Guerra de Crimea de 1853, que nuevamente avivó el anhelo de liberarse del control turco sobre Palestina, y así anular el veto a la inmigración judía.

En la primera reinauguración, la piedra fundamental de la Jurva fue colocada el 22 de abril de 1856, en presencia de los notables de la comunidad hebrea en Palestina. Renovó la época dorada de la sinagoga, que se convirtió en la más importante de la Tierra de Israel durante ocho décadas.

La visitaron ilustres, desde Moisés Montefiore, a quien miles de judíos dieron la bienvenida en el lugar, hasta Herbert Samuel, el primer Alto Comisionado británico en Palestina, a veces considerado el primer judío en gobernar Israel en dos mil años, quien fuera honrado allí con la lectura de la Torá. Ese mismo año de 1921, fue proclamado en la Jurva el primer Gran Rabino del Israel moderno, el célebre Rabí Abraham Kuk.

Esta sinagoga encapsula casi toda la historia judía. Ojalá los muchos visitantes a Israel, en una época como ésta de incremento turístico sin precedentes, se interesaran más por estos palacios testimoniales, y no como los galardonados literatos antisionistas, que optan por esforzarse en conocer Ramala y Gaza, en vez de hurgar en el lazo indestructible que unió y une a los judíos con Israel.

Esfuerzos parecidos están volcando algunos gobiernos sudamericanos al reconocer Estados palestinos inexistentes, en lugar de estrechar vínculos con el Estado judío. La lucha de Israel por ser reconocido como tal continúa, a pesar de que se trata de una simple aplicación de la decisión de las Naciones Unidas de 1947 a favor de un Estado judío y un Estado árabe (nadie pedía un Estado palestino en esos olvidados días).

Hay una diferencia elocuente entre la judeofobia medieval y la moderna. Ambas divorcian a los judíos de sus ancestros, el antiguo pueblo hebreo. Pero mientras la primera aceptaba a éste pero rechazaba a los judíos de su época, la actual parece funcionar casi al revés: admite al judío de hoy en día, pero le cuestiona su identificación con el pueblo hebreo del pasado. A éste lo desdeñan, y por ello rechazan a Israel, que es su resurrección.

En efecto, un paseo por la Jurva puede impregnar al visitante de la profundidad de la presencia judía en la Tierra de Israel. Se han exhumado en ella vestigios arqueológicos hoy abiertos al público: restos de baños rituales judíos (mikvé) del siglo I, y una salida al «Cardo», la avenida principal de la ciudad de Jerusalén en la época romana, durante la que allí se levantaba la sinagoga del Rabí Judá Ha’Nasí, compilador de la Mishná. El principal exégeta de este antiguo código judío, Obadiah de Bartenura, inmigró a Israel en 1488, y registró a la de Najmánides como «la sinagoga construida sobre pilares».

Si se entendiera mejor el vínculo de los judíos con su tierra ancestral, mucho mejoraría la conciencia europea. Se llegaría incluso a percibir que las raíces judaicas del cristianismo, lejos de deslegitimar al segundo, lo validan.

La sinagoga Jurva en 2010

La Jurva fue recuperada en 1967 y reinaugurada festivamente en 2010. El líder palestino Khatem Abdel Khader llamó al festejo «una provocación» y advirtió a Israel de que «juega con fuego». El Hamás fue más lejos: su cabecilla Khaled Mashal llamó al restablecimiento de la sinagoga «una declaración de guerra». También la Conferencia Islámica anunció que la rehabilitación «arrastra a la región entera a una guerra religiosa», y el Ministerio iraní de Exteriores lo llamó «una catástrofe».

El lenguaje hiperbólico de los musulmanes permanece; también la reconstrucción del pueblo judío en su país. Ésta pareciera herir la sensibilidad de los primeros, a quienes la destrucción de los infieles deja frecuentemente apáticos.

 

El Catoblepas
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