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El Catoblepas, número 27, mayo 2004
  El Catoblepasnúmero 27 • mayo 2004 • página 5
Voz judía también hay

Freud analiza a Amenofis

Gustavo D. Perednik

El último libro de Freud se refiere a la génesis del monoteísmo

Los dos eximios exponentes de las letras alemanas, Goethe y Schiller, se iniciaron en el movimiento literario romántico Sturm und Drang, cuyo precursor fue Johann Gottfried Herder, un impulsor de los estudios hebraicos, traductor del Cantar de los Cantares, y amigo personal de Moisés Mendelssohn.

Herder opinó que valía la pena dedicar diez años al estudio del idioma hebreo, aunque más no fuera que para leer en su original el esplendor del salmo 104, un himno ecológico denominado Barji Nafshi («que mi alma bendiga»), representante de lo que Herder calificaba de «la poesía más antigua, simple y sincera del mundo».

Otro ejemplo del estilo escueto y directo de la lengua bíblica, se lee en el primer capítulo del libro del Éxodo, cuando en apenas diez palabras se nos informa de un cambio histórico fundamental: el fin de la gloriosa decimooctava dinastía en Egipto.

En un versículo de treinta letras la Biblia narra el ascenso al trono de un «faraón nuevo que no recordó a José», sugiriendo que el nuevo monarca no mantuvo las buenas relaciones que los descendientes de aquél, los hebreos, habían entablado con los egipcios nativos. El enfrentamiento entre la nueva casta reinante y los judíos empeoró hasta estallar la rebelión de los esclavos y el celebérrimo éxodo.

Los historiadores no concuerdan acerca de la identidad del monarca que regía Egipto en esos días. Por lo menos cinco faraones compiten al respecto, y las alternativas cronológicas son de los siglos XV, XIV y XIII a.e.c. Los ejemplos respectivos de faraones serían, en el primer caso Tutmosis III, en el segundo Amenofis IV o Tutankamón, y en el tercero, Ramsés II o Mernefta.

Sigmund Freud, quien optó por los sucesores de Amenofis, adjudicó a la identidad del faraón enormes consecuencias sobre la génesis de los judíos y sobre la naturaleza del monoteísmo.

Entre Tutmosis y Mernefta

De las alternativas esgrimidas para identificar al faraón del éxodo, la más temprana es pues Tutmosis III, y la más tardía Mernefta. Si se tratara del primero, un conquistador de varias ciudades cananeas, entonces los israelitas conducidos por Moisés serían los descendientes de una clase social de dependientes y protegidos llamados Habiru. Incluso el nombre de hebreos podría derivar del de aquéllos. En documentos antiguos, los Habiru aparecen en algunos casos como fugitivos, y en otros como bandas guerreras.

Mernefta, por su parte, es quien por primera vez menciona a Israel en la historiografía no-israelita, en una famosa tableta en la que se anuncia la destrucción de los judíos. Las hipótesis sobre Tutmosis y Mernefta, ambas fueron descartadas por sendos eruditos: Moshé Greenberg, de la Universidad Hebrea, y el historiador alemán Eduard Meyer.

Nos quedamos con las posibilidades intermedias, y con una jugosa polémica acerca de la identidad del faraón. Sigmund Freud planteó en su último libro, El hombre Moisés y la religión monoteísta (1937), que el éxodo se produjo durante el interregno entre Amenofis IV y Tutankamón, un período de anarquía que acompañó el declive de la dinastía décimooctava. Fundamentado en esa predilección cronológica, Freud construye una singular hipótesis acerca los orígenes de la religión en general, y del judaísmo en particular. La clave para explicarla puede reducirse a la función de Amenofis IV.

Éste nació alrededor del año 1400 a.e.c. y reinó durante diecisiete años bajo el nombre de Akenatón, el que es útil a Atón (el dios sol). Su padre, Amenofis III, había gobernado por casi cuatro décadas y hecho construir los templos de Tebas (la capital) de los cuales aún puede admirarse el de Luxor.

La vida y obra de Amenofis IV han sido vastamente estudiadas debido a que promovió una transformación radical en la vida religiosa del país. El arqueólogo norteamericano James Breasted (redactor del primer diccionario de egipcio antiguo) llegó a denominarlo el primer individuo de la historia humana. Akenatón estableció al dios sol (Atón) como único objeto de culto permitido y, por primera vez en Egipto, no hurgó para sus nuevas ideas linaje en la vieja tradición. Se le opuso abiertamente, y lanzó una campaña contra los sacerdotes del viejo culto en Tebas. Éstos lo obligaron a trasladar la capital, que estableció en Aket-Atón, horizonte de Atón. Las ruinas de esa ciudad, a más de doscientos kilómetros al sur de El Cairo, se denominan hoy Tel-el-Amarna, y es donde en 1887 se hallaron unas famosas cartas que habían sido enviadas al faraón por sus súbditos los príncipes canaaneos, que le solicitaban protección contra los invasores hebreos liderados por Josué (referidos con el mentado nombre de Habiru).

La revolución de este «primer individuo» Sumo profeta de Atón, ulteriormente fracasó. Poco después de su muerte, sus sucesores, Haremhab y Tutankamón, restablecieron las antiguas deidades, y los sacerdotes de la vieja religión recobraron sus privilegios. La historiografía egipcia posterior denigra a Akenatón con epítetos como hereje y criminal, pero no logró menoscabar su originalidad.

El libro de Freud lo rescató pródigamente, y transmutó el fracaso de Akenatón en una victoria póstuma descomunal. Según la tesis, Akenatón habría sido el faraón previo al éxodo, que se habría producido durante un interregno entre dinastías. Cuando el culto iniciado por Akenatón fue finalmente depuesto, un noble egipcio partidario del derrotado, habría decidido enseñar la nueva doctrina a un grupo de esclavos, con los que creó una nación contestataria. Freud arguye que aquel egipcio habría sido nada menos que Moisés, su Atón habría pasado a ser Adonai (el modo hebreo de denominar a Dios), y la nación surgida vendría a ser el pueblo hebreo.

El error de Freud

De acuerdo con la hipótesis, el monoteísmo no habría sido iniciativa de los judíos, sino del faraón que impulsó «el episodio monoteísta de la historia de Egipto». Su seguidor Moisés habría sido ulteriormente asesinado por los israelitas, y este parricidio habría provocado un sentimiento inconsciente de culpa perpetuado en las generaciones, que constituiría según Freud la base de la religión.

El tema de la psicogénesis general de la religión merece un ensayo separado, y aquí nos contentamos con la primera parte de la sugerencia freudiana: la histórico-teológica.

Si bien la hipótesis de Freud ya fue refutada en el mundo académico, en su momento sorprendió, pero no porque fuera especialmente original, sino porque Freud atribuía un alcance excesivo a la faceta teológica de las modificaciones de Akenatón. Aunque es verdad que el monarca eliminó los aspectos zoomórficos de la divinidad, y así se elevó por sobre la teología de su época, también es obvio que no puede considerárselo monoteísta sobre el único fundamento de que el sol fue su único dios.

Esto es así, primeramente, porque en el culto que ideó Akenatón, él mismo y su esposa Nefertiti seguían siendo objeto de idolatría como todos los faraones. En segundo lugar, y principalmente, porque el monoteísmo no es una mera cuestión aritmética (que difícilmente justificaría la abarcadora influencia que tuvo en la historia) sino que se trata de una visión que presenta a Dios fuera de la naturaleza y de sus leyes. Como explica Shalom Rosenberg de la Universidad Hebrea «el judaísmo genera una revolución de ideas, no simplemente numérica: plantea un Dios trascendente, al cual ya no puede apelarse a través de la magia, sino por medio de la ética».

Freud trae como paralelo entre la religión de Atón y la de Moisés, el hecho de que las imágenes del salmo 104 aludido al comienzo de esta nota son similares a las del Himno a Atón. Este símil, empero, es insuficiente para asignar monoteísmo al faraón. La religión egipcia que describe Freud es una simple monolatría, en la que la única deidad es el sol. El monoteísmo hebreo, por el contrario, es trascendental y ético.

Parecidas limitaciones podrían señalarse en los supuestos «monoteísmos» helénicos. A pesar del politeísmo muy desarrollado de los griegos, Iosef Klausner enseña que sus filósofos (no el pueblo) tendían a la idea del monoteísmo, aunque ésta se redujera meramente a un principio natural, unitario del ser. Desde los tiempos del primer filósofo conocido, Tales de Mileto, los cosmológicos se dedicaron al estudio de la naturaleza para tratar de descubrir un principio único que sustentara todo. Por ese camino arribaron a una especie de monoteísmo, especialmente desde Anaxágoras en adelante. Pero se trataba de una concepción intelectual y no ética, y por ende enteramente distinta de la religión conocida en el mundo occidental.

En el caso de Akenatón, la innovación no fue teológica sino social.

Como consecuencia de la expansión del imperio, había surgido entre los funcionarios una incipiente clase media que enfrentó a la aristocracia y la casta sacerdotal, principalmente dentro del ejército egipcio. Los generales Pakhuru y el mentado Haramhab le permitieron a Akenatón imponer su voluntad en lo referido al culto.

De esta transformación social, Freud infirió una campaña teológica que habría derivado en el judaísmo y en sus religiones hijas. La inferencia fue errónea. En su obra clásica Moisés, Martín Buber se lamenta de que «un erudito tan importante en su propio campo como Sigmund Freud, se haya permitido publicar una obra tan poco científica, basada en hipótesis sin fundamento». El mismo Freud admite en su libro que su tesis «carece de pruebas objetivas» y plantea el brete de que un judío intente «privar a su pueblo del más grande de sus hijos».

Lo más aceptado hoy es que el faraón del Éxodo fue Ramsés II. Durante la decadencia del reino medio (siglo XVII a.e.c.) un grupo de beduinos del desierto arábigo invadió Egipto. Eran los hicsos, reyes pastores, que establecieron su capital en Tavaris (Zoan en la Biblia) e iniciaron dos siglos de estabilidad. Introdujeron caballos y carros de combate, y abrieron las puertas del país al asentamiento y desarrollo de los hebreos. Pero los hicsos fueron eventualmente expulsados del país. Cuatro faraones (Ahmes y sus sucesores) emprendieron la expulsión y fundaron el segundo imperio tebano durante la mentada décimooctava dinastía, que llevó a cabo una férrea política nacionalista que terminó incluyendo a los israelitas en su hostilidad.

El tercer faraón de la siguiente dinastía, la décimonovena, fue Ramsés II (1290-1223 a.e.c.), protagonista del éxodo. La Biblia alude a dos aspectos de la nueva dinastía, conocida como Ramsesana: la localización de la casa real en Per-Ramsés, por él edificada, y el hecho de que los nuevos gobernantes (aquellos que «no conocieron a José») utilizaron los caballos que habían importado los hicsos, para deshacerse de éstos con sus hebreos y todo (capítulo 15 del libro del Éxodo).

La fiesta judía de la libertad, Pésaj o Pascua, es la más antigua de las ceremonias religiosas practicadas ininterrumpidamente. Fue la celebrada durante la Última Cena de Jesús y sus dicípulos, y la que memora año a año, durante más de tres milenios, la historia del fin de la opresión en Egipto. Se combinaron así un humilde origen de servidumbre y la proclamación de la liberación, para inspirar los contenidos más sublimes del monoteísmo.

 

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