Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas • número 85 • marzo 2009 • página 24
«Ciertamente, la verdad es norma de sí misma y de lo falso, al modo como la luz se revela a sí misma y revela las tinieblas» (Espinosa, Ética, págs. 152-153.)
1. La idea de España que todavía permanece en buena parte de la historiografía, teniendo además gran influjo en otros ámbitos (políticos, periodísticos, literarios, cinematográficos), circula derivada directamente de lo que la personalidad que en este libro se revela, Julián Juderías y Loyot (Madrid, 1877-1918), denominó con expresión que ha hecho gran fortuna «leyenda negra antiespañola».
Así, según el juicio sumarísimo (y hasta «final») de muchos, empapados de este verdadero ídolo (en sentido baconiano), es precisamente la identidad negra de España el único fundamento que justifica su realidad histórica, de tal manera que, sobre la base de la tiranía, la segregación, el expolio, la tortura y, en definitiva, la muerte, España termina por constituirse, en efecto, como sociedad política, pero una sociedad política en cuya base se encuentran, sin más, el odio y la violencia fanática.
En este sentido hay sobre todo dos hitos temáticos que, a modo de lugares comunes, alimentan recurrentemente esta idea negro-legendaria, echando el cerrojo ideológico sobre la misma, siendo así que, en cualquier discusión o controversia acerca de España y su historia, aparecen presentadas, de un modo o de otro, y al margen de cuál fuera el origen de la conversación, como «pruebas» terminantes en contra de España. Nos estamos refiriendo, naturalmente, al «sojuzgamiento» de América, y a la segregación de «Sefarad» (a través de su expulsión e inquisición). Pruebas infalibles, incontrovertibles, inapelables hasta el punto de ser, y al margen de la interpretación que se haga de las mismas, arrojadas como acusación sobre aquel que ose cuestionar tales evidencias: es suficiente mencionar ambos «hechos» para condenar a España y, por supuesto, a aquellos que la «entiendan» o justifiquen en algún sentido{1}.
Así la identidad negra de España se produce, y habla Blas, en cuanto que la constitución de su unidad, decimos, se lleva a cabo, bien por el sojuzgamiento sobre los pueblos que recubre (América), bien por la segregación de las «minorías» religiosas que no absorbe y expulsa (judíos y moriscos). Ambos hechos representan pruebas indiscutibles de ese «ser» odioso de España, de su identidad negra casi atávica, que evidencian, a modo de experimentum crucis, el carácter oscuro de su desarrollo histórico. Algunos incluso, dando un paso más, extienden su ilegitimidad como poder político también al origen, no solo a su ejercicio, al representar España ab origen la destrucción de «Al-Andalus».
El metafísico «odio al Otro», en definitiva, es el único verdadero fundamento, se dice, de la constitución de España, llegando a ser concebida en el presente, desde diversos ámbitos, y con las consecuencias prácticas de todos conocidas, como quintaesencia del «mal político». Un mal con el que, desde luego, hay que acabar, al ser el ejercicio que justifica la historia de España –plenamente identificada con la «España inquisitorial»– del todo incompatible con la tolerancia y respeto propios de una sociedad «moderna y democrática». España, cuyo poder político carece de legitimidad pues, tanto de origen como en ejercicio, resulta completamente incompatible con las sociedades democráticas «avanzadas» (incompatible con la «civilización», se decía en el XVIII; incompatible con «Europa», en el XIX).
No hace falta buscar mucho para encontrar, insistimos, este tipo de opiniones y juicios en los ámbitos más variados: literarios, periodísticos, turísticos, por supuesto historiográficos, pero también en los órganos representativos de la soberanía popular española (corporaciones municipales, autonómicas y hasta en sede parlamentaria) en los que se oyen con muchísima frecuencia opiniones de este tipo sobre España.
Ya antes de que en 1782 el célebre Masson de Morvilliers arremetiera contra España, se venían sucediendo estos tópicos ofensivos que hablan de la incompatibilidad de España con la civilización y el progreso. Masson de Morvilliers en la entrada «España», que formaba parte de la Enciclopedia Metódica, venía a decir que nuestro país, a pesar de sus virtualidades, no sólo era insignificante en el concierto internacional, sino que Europa no le debía nada. Por supuesto los españoles respondieron a las invectivas del galo llegando a formarse una cierta tradición literaria muy importante (Forner, Sempere...{2}) que, sea como fuera, buscaba restaurar un prestigio que venía siendo difamado insistentemente desde entonces. En esta línea se mueven, por ejemplo, tanto la respuesta de Cadalso (o por lo menos a él se le atribuye) a la Carta Persa nº 78 de Montesquieu, en la que el autor de Del Espíritu de las Leyes se había «despachado a gusto», si se nos permite la expresión, en sus invectivas contra España{3}, hasta las respuestas de Gumersindo Laverde, Menéndez Pelayo, Valera ... ante la polémica de la «ciencia española» suscitada tras el eco alcanzado en España por las tesis del famoso libro de Draper, Historia de los conflictos entre la religión y la ciencia (traducido al español en 1876{4}) y que venía, más o menos, a insistir en las tesis de Masson.
En cualquier caso desde aquella España defendida de Quevedo, ya a principios del s. XVII, una importante tradición literaria vino a «denunciar» los excesos de esa corriente difamatoria antiespañola, prácticamente convertida en género literario, a la que Julián Juderías terminará denominando, precisamente con ese mismo ánimo denunciatorio, «leyenda negra antiespañola».
2. Pues bien, la obra de Luis Español Bouché, Leyendas negras. Vida y obra de Julián Juderías, aborda este asunto empezando por el principio.
En efecto, la expresión leyenda negra comienza a hacer fortuna, como es sabido, a partir de la publicación, en 1914 en su primera edición, del libro La leyenda negra y la verdad histórica de Julián Juderías{5}. Un principio este que, curiosamente, se convierte, en manos de Luis Español (quien por cierto no duda en mostrar sorpresa ante este hecho), en un verdadero filón historiográfico: y es que la vida y la obra de Julián Juderías permanecían, hasta ahora, yaciendo vírgenes y prácticamente ocultas bajo ese mismo manto ideológico negrolegendario que el propio Juderías contribuyó, decisivamente, a definir. Así, dice Luis Español,
«cuando inicié mi investigación, a finales de abril de 2003, me llamó poderosamente la atención el hecho de que no solo la trayectoria vital e intelectual de Juderías no hubiese merecido ningún trabajo, sino que tampoco se hubiese molestado nadie en reflexionar acerca del proceso que le llevó a acuñar tan interesante concepto. Las ideas, todavía más que las personas tienen genealogía, y convenía –creía yo– esclarecer la ascendencia de las de Juderías.»
Porque, continúa Español,
«si la vida del autor ha sido sometida al cruel destino del olvido, su obra ha sufrido más severas ofensas todavía: hay una leyenda negra de La Leyenda Negra, y casi diríamos que del propio Juderías.» (pág. 17.)
Digamos que Juderías, principal responsable de la propagación de la expresión (seguido después por otros, Carbia, Arnoldsson, Maltby, Powell...), fue enterrado por el éxito del concepto por él acuñado, siendo esto una prueba más, que aunque irónica muy elocuente, de que no se trata de un mero flatus vocis retórico, sin referencia real como pretenden algunos.
3. En efecto, es muy frecuente interpretar el término como un resultado expresivo del puro resentimiento decimonónico, padecido por los españoles, derivado del «desastre» sobrevenido tras la pérdida, por parte de España, de las «últimas provincias de Ultramar». La «leyenda negra» es así un término falsario, falaz, que proyecta sobre determinada historiografía una intención deliberada y sistemática de dibujar una imagen odiosa sobre España: el término sugiere, según esta perspectiva, una conspiración literaria antiespañola, que no es sino en realidad un espejismo, producto de la manía persecutoria, generada por, digamos, la opinión pública española sobre todo tras la caída, definitiva, del Imperio; espejismo, casi psicopatológico en los españoles, que termina cristalizando en la obra de Juderías.
Esta es la perspectiva de, por ejemplo, García Cárcel en su obra La Leyenda Negra, en donde el término acuñado por Juderías queda completamente impugnado por falsario, no haciendo referencia esa «mítica», dice Cárcel, leyenda negra sino a un «estado de ánimo» en el que recaen los españoles recurrentemente al sobrevenirle situaciones de crisis{6}. Así afirmar la existencia de la «leyenda negra antiespañola» es una pura coartada psicológica, diría Cárcel, para excusar una historia que, en efecto, no tiene justificación posible siendo así que hablar de conspiración contra España es la estrategia, digamos, tranquilizadora del mal perdedor, que descarga su culpa y responsabilidad sobre los demás, convirtiendo la historia, realmente negra, en una invención deliberada procedente, bien de la traición de los propios, bien de la hostilidad de los ajenos. La «leyenda negra» pues, según esta perspectiva de García Cárcel –presente en muchos otros autores, decimos-, no se puede justificar historiográficamente, sino que es más bien un concepto, digamos, «conspiranoico» con el que se buscaría colorear de un modo más amable la, sin duda, negra historia de España. Y es que, como es el caso de García Cárcel, se puede hablar de «leyenda negra» desde la propia leyenda negra{7}.
4. Nuestra interpretación, sin embargo, es bien distinta, y sigue la otra vía posible (tertium non datur) que afirma su verdad, la verdad historiográfica del concepto, en cuanto que suponemos{8}, huyendo además de la psicología como fuente explicativa, que la clave de la «trasformación» que Juderías produce sobre esa expresión, que por otra parte ya venía encarrilada en tal sentido tanto por Blasco Ibáñez (el primero en utilizarla, aunque sin definirla adecuadamente) o Unamuno{9}, como por Valera, Gumersindo Laverde, Menéndez Pelayo, etc... en el contexto polémico sobre «la ciencia española» que ya hemos mencionado, no es psicológica, sino gnoseológica, entendiendo por nuestra parte que lo que hace Juderías es convertir de modo sistemático ese término en un concepto historiográfico cuya verdad se prueba, con un alcance y profundidad sin precedentes, y siempre en relación al corpus historiográfico sobre España, al reducir documentalmente a ficción falsaria determinados relatos que pasaban –y aún pasan– por verdaderos{10}.
«Conviene [dice Juderías] estudiar la leyenda antiespañola y oponer la verdad histórica a las apariencias de verdad, y esto es lo que vamos a hacer en las páginas siguientes.»{11}
Y esto es lo que hace en efecto en La Leyenda Negra, ofreciendo, en el primer capítulo, titulado la «obra de España», un retrato fiel de la historia de España (la verdad) para a continuación, en los siguientes, contrastarlo con su deformación caricaturesca (apariencia de verdad); una deformación operada, a través de varias vías, por esa metodología caricaturesca («omisión de aquello que nos favorece, exageración de aquello que resulta odioso») que cristaliza, tanto en su aspecto político como social, en forma de «leyenda negra antiespañola».
Es así que, a partir de esta transformación de Juderías, por la que se desenmascara la caricatura para mostrar el retrato, aparecen nuevos fenómenos en el campo histórico, nos referimos al propio relato ficticio negrolegendario que, sea como fuera, no puede arrojarse fuera de la categoría histórica, sino que necesariamente, en tanto que trámite gnoseológico necesario de la propia ciencia histórica (verum est factum), tiene que reacomodarse en ella. Por decirlo con Marc Bloch, «una mentira, como tal es, a su manera un testimonio»{12}. En este sentido, lo que hace Juderías es mostrar, a la vez que la destapa, el origen y desarrollo de la metodología negrolegendaria aplicada contra España, no solo en razón de una rivalidad entre naciones (que nunca explicaría la cristalización de una «leyenda negra» como tal), sino en razón de la rivalidad teológico-política, de mayor alcance doctrinal y propagandístico, derivada de la pugna entre Reforma y Contrarreforma. Es la identidad católica de España, vinculada al carácter imperial de su constitución, lo que la sitúa, sugiere Juderías continuamente, en el disparadero como blanco de las críticas reformistas. Críticas difamatorias que, en razón de este impulso teológico metafísico –maniqueo– que las realimenta, no se agotan en el siglo XVI, sino que desbordando ese ámbito, y poniendo precisamente la historia entre paréntesis (de ahí su carácter legendario, in illo tempore), todavía llegan hasta la actualidad. Y es que un componente esencial de la «leyenda negra», tal como la define Juderías (y que no acertó a hallar Blasco Ibáñez), es su recurrencia y perduración, más allá de la rivalidad política circunstancial, de tal manera que aún ante una España históricamente acabada, o más bien vencida, como imperio («sin pulso», que decía Silvela), la leyenda continúa propagándose en su contra:
«En una palabra, dice Juderías, entendemos por leyenda negra, la leyenda de la España inquisitorial, ignorante, fanática, incapaz de figurar entre los pueblos cultos lo mismo ahora que antes, dispuesta siempre a las represiones violentas; enemiga del progreso y de las innovaciones; o, en otros términos, la leyenda que habiendo empezado a difundirse en el siglo XVI, a raíz de la Reforma, no ha dejado de utilizarse en contra nuestra desde entonces y más especialmente en momentos crítico de nuestra vida nacional.
Los caracteres que ofrece la leyenda antiespañola en nuestros días son curiosos y dignos de estudio. No han cambiado a pesar del transcurso del tiempo. Se fundan hoy, lo mismo que ayer, lo mismo que siempre, en dos elementos principales: la omisión y la exageración. Entendámonos; la omisión de lo que puede favorecernos y exageración de cuanto puede perjudicarnos.»{13}
5. Pues bien, y sea como fuera, ¿cuál es la perspectiva seguida aquí, en Las leyendas negras. Vida y obra de Julián Juderías, por Luis Español al abordar la biografía y labor intelectual del principal artífice responsable de esta idea?
Luis Español parece asumir el término, desde el principio, como un concepto verdadero y no falsario. Es decir, existe verdaderamente una leyenda negra antiespañola que se proyecta de modo difamatorio sobre España, deformando su historia y su realidad presente. Ahora bien, la perspectiva en la que se sitúa Español al realizar la genealogía del concepto es más bien, digamos, psico-antropológica que gnoseológica, concibiendo la leyenda negra como una noción apotropaica, que surge de la rivalidad entre los grupos humanos en general. Así, según Español, todo grupo humano tendría su leyenda negra, proyectada por un grupo rival que busca al parecer, con la leyenda, debilitar «simbólicamente» a su oponente al no poder vencerlo en la realidad. Es pues la impotencia, según Español, lo que explica el origen de la leyenda negra, siendo esencial en ella su carácter prejuicioso y, por tanto, falso.
«En consecuencia [dice Luis Español] hay un aspecto muy interesante de las leyendas negras y es su esencial falsedad: las leyendas negras son la contrapartida, en términos de propaganda negativa, del éxito y de la fama de sus víctimas, son la negación por tanto de lo evidente y de lo real, y siempre falsas en su esencia. En este sentido la Leyenda Negra no es más que el reflejo del temor del débil respecto del fuerte, similar a las pantomimas que los grupos humanos más primitivos siguen realizando para conjugar el poder del animal o del enemigo superior: matar simbólicamente a quien no se puede vencer en la realidad.» (pág. 190.)
De este modo, se puede extender su sentido, piensa Español siempre bajo este enfoque, a otros contextos y arrojar luz sobre ellos, no solo al español, siendo esta la razón por la cual el autor, como figura en el título, comprende un uso en plural del término.
Así, en esta línea interpretativa, y sea como fuera, Luis Español se propone, según anuncia en la introducción, responder, con tal propósito genealógico, a las siguientes cuestiones:
«—¿Quién era Julián Juderías?
—¿Qué es una leyenda negra?, en qué consiste?, ¿cómo funciona? ¿existen otras leyendas negras, además de la antiespañola?
—¿Existe una leyenda negra antiamericana [quiere decir norteamericana]?, ¿desde cuándo?» (pág. 12.)
6. En cuanto a la pregunta por el quién, el libro de Español representa todo un hito historiográfico porque, decíamos, saca de las tinieblas de los archivos una valiosísima documentación acerca de la personalidad del madrileño políglota, funcionario del Estado, traductor, bibliotecario, sociólogo, y muchas cosas más que representa Julián Juderías y Loyot. Se aclaran además, definitivamente, puntos fundamentales de su obra, como es el hecho -que ha generado numerosas confusiones- de las circunstancias en el que aparece por primera vez la obra, en el contexto del concurso literario en el que resulta premiada, y de las diferencias entre la primera edición del 14 y la segunda, corregida y aumentada, del 17; además se estudia pormenorizadamente la extensa y variada, sobre todo al ponerlo en relación con una biografía tan breve, bibliografía producida por esta polifacética figura.
Lo más interesante, a nuestro juicio, además de los descubrimientos documentales que aquí aparecen, es que desde el principio se ofrece un contraste, por parte de Luis Español, entre lo que la creencia, comúnmente extendida, quiso ver en este autor (y de la que él mismo ya nos previno al respecto, por cierto{14}), según la cual se presentaba a Juderías como un energúmeno reaccionario y fanático (muy acorde con la interpretación psicologista de la leyenda negra de la que antes hablábamos), y lo que la nueva documentación presentada por Español (en un nutrido apéndice) arroja efectivamente sobre su figura.
Se pone aquí en ejercicio, pues, por parte de Español, lo que el propio Juderías ha puesto en evidencia con su obra: situar documentalmente sobre sus quicios los hitos fundamentales, evitando justamente la omisión y la exageración interesadas, que jalonan su biografía y labor intelectual y que sitúan a Juderías lejos de donde acríticamente se le había colocado. Español entiende que nos encontramos no precisamente ante un «reaccionario», como quieren algunos, sino más bien, y este es su diagnóstico, ante un «regeneracionista puro» (ver pág. 19 y pág. 36).
En este sentido, hay que decir, la obra de Luis Español Bouché nos parece definitiva y cumple perfectamente con las expectativas de convertirse en una biografía sobre el autor, única hasta el momento, convirtiéndose a su vez, añadimos nosotros, en referencia inexcusable para hablar de la leyenda negra y, desde luego, de Juderías.
Así pues Español pasa a revelar asuntos de la vida de Juderías hasta ahora no tocados: su vida familiar, sus escritos juveniles sobre la clase obrera en Rusia (a la que viajó trabajando como intérprete en la embajada española en vísperas de un momento decisivo para la historia de este país, 1905, y de la que hace un análisis que, en buena medida, prefigura ya el concepto pero aplicado a Rusia), su compromiso con el maurismo (que quizás fuera el motivo principal que le llevó a abordar el asunto), su labor como bibliotecario en el Ateneo, su labor humanitaria en el Instituto de Reformas Sociales, su muerte precoz... son todos ellos aspectos analizados, ágil y sabiamente, que siempre aparecen vinculados, como leit motiv de fondo, a los propósitos genealógicos acerca de la idea de leyenda negra (en este sentido es memorable, en la p. 65, la explicación por Español de la muerte de Juderías de broncopneumonía, llamada negrolegendariamente gripe española).
De esta manera, el análisis va recorriendo las posturas de Juderías ante determinados acontecimientos de los que es coetáneo (la Semana Trágica, la Primera Guerra Mundial), así como ante determinadas personalidades o movimientos políticos e ideológicos (Maura, Ferrer y Guardia; ante el regeneracionismo...) hasta llegar a la forja en él de la Idea de Leyenda Negra, sin duda, la parte central de la exposición de Luis Español (pp. 104-177).
Como precedentes de Juderías, en cuanto a esta idea se refiere, señala Español a varias figuras (Baroja, el propio Blasco Ibáñez –curiosamente apenas se menciona a Unamuno, nada más que de paso–) en cuya literatura se pone de manifiesto que la idea ya está, desde luego, en el ambiente. Seguramente «el caso Ferrer», y la reacción que sobre este affaire se tuvo en el extranjero, precipitó el que la cuestión relativa a la imagen de España en el exterior recobrase nuevos bríos. En cualquier caso el precedente, en cuanto al tratamiento conceptual de este asunto por Juderías, según Español, es con toda claridad Juan Valera: entre otras cosas, además de porque el propio Juderías así lo confiesa, unido a la similitud de ambas personalidades (ambos políglotas, diplomáticos, viajeros en Rusia...), Español ofrece abundantes pruebas textuales que hablan de la afinidad doctrinal de ambos autores, y que, a nuestro juicio, también en esto, creemos resultan definitivas.
Por otro lado la cuestión del origen de la expresión en sí, «leyenda negra», que Español aborda a continuación, vendría inspirada en Juderías (ver pág. 117 y ss.), y aquí tenemos un nuevo hallazgo, por la confluencia de varias fuentes que el libro pone sobre la mesa (Froude, Gennep...), ofreciendo así, sin ser terminante al respecto, un abanico de posibilidades con las que, de nuevo, agota el campo. Es aquí también en donde se estudia la idea de ciencia histórica que defiende Juderías, y su relación con el mito y la leyenda: Español descubre (pág. 124) un texto de Froude, en donde Juderías pudo leer (puesto que lo menciona el propio Juderías) lo siguiente: «The mythic element cannot be eliminated out of history». Esto da pie a rectificar una errata, que figura desde la publicación de la segunda edición de La Leyenda Negra en 1917, en donde Juderías diría «Froude, entendiendo que el elemento místico no puede eliminarse de la historia por ser inseparable de ella...»{15}. Obviamente no tiene aquí sentido, o si lo tuviera, sería muy distinto, decir «místico» por «mítico» (que es lo que debiera decir, según demuestra Español ya indiscutiblemente a partir de ese hallazgo). De una observación gnoseológica que hace Juderías al decir «mítico», observación esencial que recuerda a aquella de Bloch que mencionamos anteriormente, Juderías pasaría a encontrarse en una posición muy distinta, por su interpretación de la historia, si la errata no se corrigiese y ahí se leyese «místico» (¿qué querría decir Juderías con eso de que no se puede eliminar el componente «místico»?, ¿sería una observación acaso teológica, providencialista?...). En fin, el descubrimiento de Español, vuelve impertinentes tales cuestiones, y vuelve gratuito el alineamiento de Juderías con una visión (tipo Maeztu, por ejemplo) providencialista de la historia de España.
Esta parte termina (pág. 154 y ss.) con un recorrido sobre los «usos y abusos» de una expresión que, ahora con vida propia, va a ser recogida por distintas corrientes ideológicas -Español insistirá especialmente en aquellas que él denomina como «antiliberales»- que utilizarán la expresión, hasta su abuso (y menciona aquí precisamente a Maeztu, entre otros), con sentidos ya distintos del que Juderías le imprimió, acabando así por enterrar al autor definitivamente bajo el éxito de su propio concepto (Español responsabiliza, quizás con exceso, a Menéndez Pidal en su monografía sobre Las Casas de este enterramiento).
8. Hay que decir, con todo, en este punto, que esta es la parte, la dedicada a la forja de la idea, además de central, más comprometida del libro Leyendas negras. Vida y obra de Julián Juderías en cuanto que es en ella en donde su autor, Español, se retrata de una manera más clara desde el punto de vista ideológico. En efecto, aquí aparecen, como en salpicadura, consideraciones y observaciones, es verdad que puestas en práctica desde el principio, que se van ahora alineando poco a poco, y como sin avisar, bajo la perspectiva liberal en la que el autor se sitúa confesadamente. Consideraciones y observaciones, afortunadas algunas, otras no tanto, pero que sin duda preparan el enfoque acerca de los temas que serán abordados por Español en las siguientes dos partes de su obra.
Así, por ejemplo, Español (págs. 156-159) utiliza como test para evaluar lo acertado (o desacertado) del juicio histórico de Juderías su posición ante la que es, sin duda, la institución más controvertida de la historia de España: la Inquisición. Aquí, observa Español, Juderías llega a justificar «lo injustificable», refiriéndose al Santo Oficio, llegando Español a enmendarle la plana a Juderías por tachar a Juan Antonio Llorente de «traidorzuelo». Parte aquí Español, a nuestro juicio, de una evidencia acrítica acerca del tribunal inquisitorial por la que este debe ser condenado sin más, siendo obligado al hablar de la Inquisición, parece exigir Español, hacer confesión de denuesto sobre la misma. Más juicioso, por prudente, nos parece en esto Juderías cuando dice, en unas cuartillas inéditas sobre la Inquisición (según nos revela de nuevo el propio Español), que «hasta ahora la verdadera historia del Santo oficio está por hacer. No tenemos de él más noticias que las debidas al traidorzuelo Lorente [sic]».
Hoy, en efecto, cuando las noticias que tenemos sobre la actividad del Santo Oficio ya no se reducen a lo aportado por el que fuera secretario de la Suprema, Juan Antonio Llorente, sino que parten del estudio de los documentos que se conservan procedentes de las sedes de los distintos tribunales, podemos perfectamente reafirmar el juicio de Juderías acerca de Llorente (por muy liberal que fuese). En efecto, buscando su abolición, Llorente ha contribuido de manera decisiva a mantener un juicio negativo acerca del tribunal sobre la base de unos «cálculos» de víctimas por su parte tan fantásticos como exagerados{16}. Tales especulaciones, dirigidas de modo difamatorio a denigrar la actividad del Santo Oficio, dieron pie, por supuesto, a que la metodología negra operase en base a ellos contra el propio el tribunal, pero también y sobre todo contra España{17}.
9. Y es que más discutibles son, sin duda, como ya hemos apuntado, las otras cuestiones que aborda el libro, relativas a la definición del concepto y, sobre todo, a la extensión de su sentido.
Español busca, desde esa perspectiva psico-antropológica de la que hemos hablado, la generalización del concepto, para reaplicarlo, más allá de España y su historia, a otros contextos en los que determinadas instituciones aparecen acompañadas, en el «imaginario» de algunos grupos, de una «leyenda negra» con las mismas características que la «antiespañola». Una generalización que hace que, a nuestro juicio, su especificidad como tal concepto historiográfico, según lo contempló Juderías, termine por disolverse hasta convertirse, por su significado, y a base de estirar su sentido, en algo así como «prejuicio» u «opinión infundada» sin más, pudiendo hablar según Español de la existencia de una «leyenda negra» norteamericana (semejante al concepto de Juderías, como ya vieron Maltby{18} o Marías), pero también de una leyenda negra sobre las mujeres, los homosexuales, los musulmanes, el Opus Dei, los masones, los negros, la derecha, los judíos... el Real Madrid..., por las que el concepto se aleja denotativamente del sentido dado al término por Juderías. Por decirlo con Platón, buscábamos una definición de «leyenda negra» y nos hemos encontrado en el libro de Luis Español con un «enjambre».
Y es que, sin menoscabo del interés que suscitan los análisis de Español, reduciendo a prejuicios falsarios determinados tópicos que circulan en torno a tales instituciones, no creemos que tales «opiniones» cristalicen en forma de «leyenda negra» tal como esta ha sido definida por Juderías en referencia exclusiva a España.
Español, desde luego, reexpone la definición de Juderías (págs. 190 y ss), profundizando de un modo muy preciso y matizado sobre sus componentes esenciales. Así, valorando las posiciones de García Cárcel, de Chaunu o de Henry Kamen al respecto, aborda la cuestión, crucial, de la existencia de la leyenda negra, su mecanismo metodológico fundamental, los motivos que la realimentan así como su persistencia, aunque estos motivos desaparezcan, poniendo ejemplos muy pertinentes y significativos de su vigencia actual («guerra del fletán» y el uso de la leyenda negra por Canadá contra España a mediados de los 80; crisis argentina y recurso a su enemiga contra España...).
Pero es, sin embargo, en este punto en donde, a fuerza de su generalización, el concepto creemos se desvirtúa, precisamente al convertirlo en un mecanismo psico-antropológico genérico (digamos nomotético) por el que, creemos, se pierde su singularidad histórica (ideográfica) ligada a la historia de España. Dice Español, hablando de la persistencia de la leyenda negra y del sujeto responsable de la misma,
«este es uno de los puntos fundamentales de la Leyenda Negra: que la Leyenda Negra es autónoma, funciona sin un sujeto activo definido; cualquiera puede contribuir a la Leyenda por acción u omisión, de palabra o por escrito. La Leyenda se sustenta realmente en el sujeto pasivo, echa raíces en su víctima –España y los españoles «hoy, ayer y siempre». Es como si España y los españoles estuvieran en la picota y cualquiera que pasara por allí, de apetecerle, pudiera, por la razón que fuese, golpear cuanto, como y cuanto quisiera.» (pág. 198.)
España es así representada por la leyenda, según los principios maniqueos que la alimentan, como la mismísima encarnación del Mal que, recayendo sobre el siglo siempre de forma perniciosa, obstaculiza invariablemente el seguro camino de la civilización y el progreso. Así, bajo este prisma, la metodología negrolegendaria («omisión de lo que puede favorecernos y exageración de cuanto puede perjudicarnos»), procede a la suspensión de la historia que, puesta entre paréntesis y sustituida por la leyenda, reaparece ideológicamente pero desfigurada de modo caricaturesco, deformando sus líneas principales en función de las conveniencias políticas del Presente. La Historia, en este sentido, nunca es obstáculo para la Leyenda siendo el regreso recurrente a ese plano metafísico maniqueo, impulsado en el caso singularísimo de España por la Reforma, lo que permite la persistencia de la leyenda en la historiografía y en otros ámbitos; una persistencia, y esto es lo esencial al concepto, que se ha hecho secular en razón del propio desarrollo y decaimiento del Imperio español. Y es que lo característico de la leyenda negra antiespañola es esa persistencia secular que, precisamente, la hace tan singular siendo esta la razón principal que impide, a nuestro juicio, la extensión, como quiere Español, de su concepto a otros contextos tanto nacionales como institucionales.
Para decirlo de una vez, creemos no se puede extender el concepto a otros ámbitos, precisamente en razón de esta persistencia secular como requisito necesario para la cristalización del concepto que singulariza la leyenda negra antiespañola: ni siquiera se puede aplicar a los Estados Unidos de Norteamérica (quizás la entidad política que más se pueda asimilar a España como victimaria de una leyenda negra), pues no se puede hablar, por lo menos todavía, de una persistencia secular en los prejuicios maniqueos que, sin duda, acompañan al imperio norteamericano. Sobre España y su historia, aún tras su decaimiento como Imperio y su transformación contemporánea en nación política, persiste la leyenda; sobre los EEUU nada se puede decir en este sentido porque el conjunto de prejuicios que giran en su entorno no han cristalizado secularmente (y puede que no lo hagan).
No se trata pues, por nuestra parte, con este correctivo sobre la obra de Español en cuanto a la extensión del concepto, de defender apologéticamente la propiedad en exclusiva de la Leyenda negra para España por razones arbitrarias o caprichosas, sino de introducir un criterio gnoseológico que, creemos, ineludible: no es la antropología, o por lo menos esta no es suficiente, aquello que explica la aparición de la leyenda negra antiespañola, sino, más bien, la teología política, en concreto el conflicto reforma-contrareforma, lo que explica la fijación sub specie aeternitatis de las antipatías dirigidas contra España.
10. Hay que decir, para finalizar, y fuera ya de estas consideraciones problemáticas acerca de su enfoque, que la obra de Luis Español, tiene mucho de, digamos, demanda de reconocimiento sobre la figura de Juderías. Una reclamación a la que acompaña, como a toda demanda, la indignación ante el «olvido» injusto, por negligente, de la trayectoria biográfica e intelectual de tan insigne personalidad. La obra de Español tiene mucho, en fin, de literatura de combate ante esa dejación de mucho tiempo practicada por los españoles. En efecto, podemos decir, que a Español le ha impulsado la misma indignación que impulsó a Juderías a escribir La Leyenda Negra, y la misma que impulsó a Quevedo en 1609 a escribir su España defendida{19}:
«Cansado de ver el sufrimiento de España, con que ha dejado pasar sin castigo tantas calumnias de extranjeros, quizás despreciándolas generosamente, y viendo que desvergonzados nuestros enemigos, lo que perdonamos modestos juzgan que lo concedemos convencidos y mudos, me he atrevido a responder por mi patria y por mis tiempos.»
Notas
{1} Un ejemplo de cerrojo ideológico, en relación a este asunto, lo tenemos en las páginas de esta misma revista. Es digno aquí de recordarse la polémica que se desarrolló al respecto en El Catoblepas entre Atilana Guerrero y Pérez Herranz (en el contexto de una polémica más amplia en la que también nosotros éramos partícipes). Ante el desarrollo argumental de Atilana Guerrero (bien razonado, al margen de su verdad) es de notar que Herranz, si bien en principio despreció a sus oponentes viendo innecesario el responder (seguramente por aquello de que, según su perspectiva, el águila no caza moscas), termina por hacerlo pero echando el cerrojo ideológico, llegando a calificar el artículo de Atilana Guerrero como de una «patética justificación de la decisión tomada por los reyes católicos de expulsar a los judíos, que me devolvía a la época a la que me refería antes [antes se refería, cómo no, al franquismo], pródiga en el antisemitismo que no cesa» (ver Pérez Herranz, en Filosofía y cuerpo, pág. 83). Antisemitismo y franquismo, es lo que da de sí Herranz para reducir la posición de Guerrero, sin, por supuesto, responder absolutamente a nada (si no es a través del argumento de autoridad) de lo que se le objetaba. Antisemitismo y franquismo le parecen plenamente satisfactorios, digamos que en esto no es muy original, para (des)calificar las explicaciones dadas por Atilana Guerrero.
{2} Ver en España Laureada, Madrid 1854, la compilación de esta tradición, hasta mediados del siglo XIX, reunida por el compilador Wenceslao Ayguals de Izco.
{3} Ver José Cadalso, Defensa de la nación española contra la Carta Persiana LXXVIII de Montesquieu.
{4} Traducciones promovidas en general desde ámbitos krausistas, ver Introducción de Diego Núñez de la edición facsímil del libro publicada por la Editorial Alta Fulla de Barcelona en 1987.
{5} En realidad la obra de Juderías se presenta en 1913 en un concurso cuyo tema era, precisamente, la imagen de España en el extranjero, organizado por la revista La Ilustración Española y Americana. Juderías logró ganar el premio, y tras publicarse por fascículos en cinco partes en la revista, entre 1913 y 1914, su trabajo apareció finalmente como libro en 1914 bajo el título de La Leyenda Negra. Estudios acerca del concepto de España en el extranjero. La edición más reciente, del 2003, que reedita la publicada por Juderías en 1917, también es debida a la Junta de Castilla y León.
{6} Ver García Cárcel, La leyenda negra, Alianza, Madrid 1992, pág. 14.
{7} Ver sino el Cap. 1 de la obra mencionada en el que se tacha por parte de García Cárcel a la sociedad española del siglo XVI de especialmente xenófoba y misoneísta; un capítulo lleno además de tópicos sobre la constitución de España: país «metafísico», «invertebrado»...
{8} Y así lo hemos mostrado en varias ocasiones desde esta misma revista, ver sino, por ejemplo, «España en Babia». Ver Antonio Sánchez, «El lastre de la Leyenda Negra...» y también José Manuel Rodríguez Pardo, «Henry Kamen, corrige y aumenta la Leyenda Negra».
{9} Ver si no el artículo de Unamuno, A propósito del caso Ferrer, publicado en el periódico argentino La Nación en 1909: «Esta hostilidad a España arranca del siglo XVI. Desde entonces se nos viene, en una u otra forma, calumniando. Nuestra historia ha sido sistemáticamente falsificada, sobre todo por protestantes y judíos, pero no sólo por ellos» (Unamuno, De Patriotismo espiritual, Ed. Universidad de Salamanca, pág. 193).
{10} Pedro Insua, «Sobre el concepto de ‘basura historiográfica’,» El Basilisco, 33, 2003, págs. 31-40.
{11} Juderías, La Leyenda Negra, pág. 27, ed. Junta Castilla y León, 2003.
{12} Bloch, Introducción a la historia, FCE, 1952, pág. 75.
{13} Juderías, La Leyenda Negra, pág. 24, ed. Junta Castilla y León, 2003.
{14} «Sabemos de antemano que este trabajo, advierte Juderías al que leyere, no nos granjeará, probablemente, las simpatías de los que militan en la extrema derecha y, en cambio, nos hará objeto de las críticas de los que luchan en el bando opuesto. Los primeros dirán que es insuficiente y poco entusiasta nuestra reivindicación, porque no es un panegírico. Los segundo nos llamarán reaccionario y patriotero, porque tenemos de la historia y de la crítica un concepto más sereno que ellos.. Si así ocurre, nos consolaremos pensando en que es difícil contentar a todos, y en que el justo medio es siempre menos estimado que los extremos, sobre todo entre nosotros» (Juderías, La Leyenda Negra, pág. 18, ed. Junta de Castilla y León, 2003).
{15} Juderías, La Leyenda Negra, pág. 23, ed. Junta de Castilla y León, 2003.
{16} Como muestra terminantemente Dumont en su obra Proceso contradictorio a la Inquisición española (ed. Encuentro, págs. 93 y ss) los «cálculos» de Juan Antonio Llorente son hasta ridículos. Ver para todo ello nuestro artículo, en esta misma revista, «El Mundo y su ‘Historia de España’: ‘licencia desbocada’ sobre la Inquisición española», en donde se pone sobre la mesa el juicio historiográfico actual sobre la Inquisición, mucho más favorable hacia la institución de lo que da a entender aquí Español.
{17} Vamos a tomar, por nuestra parte, como muestra, un botón relativo a esta operación metodológica negra, desarrollada por un autor (que tematiza el propio Juderías en su obra, por cierto) y que, si bien no es considerado como gran autoridad historiográfica, sí ha tenido y sigue teniendo una influencia extraordinaria en la difusión de la leyenda negra antiespañola. Habla en este texto, el célebre Draper, de las víctimas ocasionadas por la Inquisición española, así como de los métodos característicos llevados a cabo por la institución, y dice lo siguiente:
«En el primer año que funcionó la Inquisición, esto es, en el 1481, se quemaron dos mil víctimas en Andalucía; además miles de cadáveres fueron desenterrados y arrojados a la hoguera, y diecisiete mil personas castigadas o aprisionadas perpetuamente. La raza [judía] entera tuvo que huir para salvar la vida; Torquemada, nombrado inquisidor general de Castilla y León, adquirió fama por su ferocidad. Se recibían denuncias anónimas sin que jamás se carease con los testigos, y se acudía al tormento, que se aplicaba en mazmorras donde nadie podía oír los gritos de las víctimas, para obtener las pruebas que se deseaban. Con fingida conmiseración, estaba prohibido aplicar dos veces el tormento, y con horrible doblez se afirmaba que la tortura no había sido completa la primera vez, sino suspendida por caridad, hasta el día siguiente. Las familias de los procesados quedaban sumergidas en una ruina inevitable. Llorente, historiador de la Inquisición, calcula que Torquemada y sus colaboradores, durante dieciocho años, quemaron vivas diez mil doscientas veinte personas, seis mil ochocientas sesenta en efigie, y castigaron por otros medios noventa y siete mil trescientas veintiuna» (Draper, Historia de los conflictos entre la religión y la ciencia, págs. 123-124, Ed. Altafulla).
La fuente de la que bebe Draper es, naturalmente, Juan Antonio Llorente. Draper, a pesar de las fantasías de Llorente admite sus cifras, aparentemente tan precisas (10.220 relajados, 97.321 penitenciados), pero también pone algo de su cosecha, y aquí aparece actuando la metodología negrolegendaria: Llorente, basándose, a su vez, en Mariana, dice lo siguiente:
«Mariana, en la Historia de España, dice que los inquisidores de Sevilla condenaron en 1481 a relajación, es decir, a morir quemados, dos mil reos; que más de otros tantos lo fueron en estatua por ser ya difuntos o fugitivos, y que diecisiete mil fueron reconciliados. Ya se sabe que no lo eran sino con gravísimas penitencias y penas, entre las cuales eran seguras la infamia y la cárcel más o menos prolongada, y por entonces casi siempre la confiscación de todos los bienes.» (Llorente, La Inquisición, pág. 183, ed. Alba.)
Si cruzamos los textos vemos cómo Draper precisa ese «más de otros tantos» de Llorente –es decir, más de dos mil–, y convierte la cifra en un indefinido «miles», más fácil, por su ambigüedad, de hinchar a gusto; además la expresión «cárcel más o menos prolongada» de Llorente, queda convertida en el texto de Draper en «aprisionadas perpetuamente», convirtiendo, por arte de magia, la pena de prisión temporal en cadena perpetua.
Mariana, por cierto, en cuanto fuente del propio Llorente da la cifra de 2.000 para el año 1481 en Sevilla introduciéndola con un «dicen» que Llorente omite: es decir, Mariana no se basa ni en la clásica «autopsia» (que por otra parte tampoco garantiza veracidad), ni en ningún tipo de registro, censo... que podría ser más veraz: se basa, sencillamente en un incierto «dicen».
{18} William S. Maltby, La Leyenda Negra en Inglaterra, F.C.E., 1982, págs. 16-17.
{19} Quevedo, España defendida y los tiempos de ahora delas calumnias de los noveleros y sediciosos, en Obras Completas, obras en prosa volumen I, Ed. Aguilar 1986, pág. 548.