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El Catoblepas, número 55, septiembre 2006
  El Catoblepasnúmero 55 • septiembre 2006 • página 13
Artículos

El lastre de la Leyenda Negra para la conformación de una política con plataforma en el continente Iberoamericano

Antonio Sánchez Martínez

Texto base de la comunicación presentada en los XI Encuentros de Filosofía de Gijón, donde se expone la dificultad que supone para la formación de la unidad iberoamericana (con identidad hispánica) el mantenimiento de la Leyenda Negra

Para entender la dinámica política actual (desde el punto de vista de España) en la que, según pensamos, hay peligro de que nuestra patria se fraccione, o de que en Iberoamérica se pronuncie aún más su actual división, hay que tener en cuenta diversos factores, entre los que cabe destacar el Fundamentalismo Democrático (unido estrechamente, también, a los movimientos indigenistas) o el Pensamiento Alicia (con claras tendencias gnósticas). Pero, además, hay que destacar un factor, de sobra conocido, que se combina con los anteriores: la Leyenda Negra sobre la historia de España.

Con la asunción o rechazo de la Leyenda Negra sobre España, nuestra patria, ocurre algo similar a lo que se manifiesta respecto al honor de nuestros progenitores y antepasados más cercanos. A la hora de enjuiciarlos uno puede dejarse arrastrar por sentimientos más o menos confusos o puede tratar de entender su comportamiento atendiendo a todas las fuentes disponibles y evitando caer en anacronismos facilones, frutos de la pereza o la pasión, que pretenden juzgar sobre su pasado desde normativas actuales. Así, cuando uno considera que sus padres o abuelos son personas dignas entonces asume con orgullo sus acciones. Si averigua que eran unos golfos entonces suele renegar de sus progenitores. Pero el asunto se complica cuando hay por medio multitud de proyectos enfrentados, más aún si éstos son de naturaleza política. Entonces la propaganda enemiga puede oscurecer y confundir el comportamiento de sus adversarios, de tal manera que se corre el riesgo de que juzguemos nuestra historia atendiendo principalmente a los chismes y falsedades propaladas por sus enemigos. El porvenir de España (o la Hispanidad) depende en gran medida del prestigio y buen nombre de la misma. Ahí está una de las principales claves para entender por qué en muchos países iberoamericanos están ladeados los proyectos políticos que apelen al Imperio Español, que intenten reasumirlo desde el presente con vistas al porvenir{1}.

Para entender esquemáticamente dicho factor, expondremos los siguientes puntos: En primer lugar veremos en qué consiste la Leyenda Negra de manera general. A continuación nos centraremos en los acontecimientos y aspectos de la historia de España en los que más ha incidido dicha Leyenda: el papel jugado por la Inquisición Española y el modo en que se llevó a cabo la Conquista de América. Además intercalaremos una comparativa general de la política imperial de España con la de otros países en ambos aspectos. También trataremos de exponer cómo arraigó dicha Leyenda en el mundo, en nuestro propio país y en Hispanoamérica. Y, por último, añadiremos algunas consideraciones generales para el porvenir («¿Qué hacer?»).

Introducción del tema

Empezando por el primer punto, diremos que la Leyenda Negra es el conjunto de relatos basura (falseadores) que sobre la historia de España han difundido una serie de personajes, nacionales y extranjeros, que, aunque no siempre se lo propusieran, han contribuido de hecho a menoscabar nuestra reputación y poder (en tanto que españoles).

Dichos cuentos o leyendas consisten básicamente en exageraciones, tergiversaciones y falsificaciones sobre la obra política de España y sus gobernantes, sobre todo en la época en que con mayor poderío internacional se desplegó su Imperio (con Carlos V y Felipe II).

La Leyenda Negra, como podemos comprobar hoy día por doquier, ha pasado de ser una amenaza a ser un peligro para España y un lastre fundamental para la posible conformación de una política con plataforma en el Continente Hispano o Iberoamericano{2}. Era una amenaza en la medida en que con sus relatos basura nuestros enemigos pretendían menoscabar la fortaleza de España (con intenciones semejantes a los de la historiografía basura de los nacionalistas: divide y vencerás ). Pero ha pasado a ser un peligro porque se la han tragado una importante masa de españoles, y de «hispanos» que, precisamente por eso (entre otros factores), no parecen preocuparse por la Defensa de la Hispanidad (como pedía Quevedo, Saavedra Fajardo, Vasconcelos, Ramiro de Maeztu y tantos otros).

Pero, ¿por qué surgió la Leyenda Negra sobre España? La mayoría de los autores reconocen, para explicarlo, el hecho de que España fuera un Imperio con influencias políticas en multitud de países. Pero no era un imperio sin más, sino un Imperio «generador» de civilidad, es decir, que pretendía extender, en la medida de sus posibilidades políticas, su forma de vida (su lengua, sus costumbres, su moral, su religión,… sus instituciones) al resto de los países, y en especial a los territorios americanos recién descubiertos.

Los dos frentes principales de la Leyenda Negra

1. La Inquisición

Sobre la Inquisición Española hay que decir, sumariamente, que se instituyó para mantener el orden público en una época en la que la moral estaba íntimamente unida a la religión (terciaria ). En 1478, cuando la reconquista estaba casi terminada, los Reyes Católicos piden al papa la instauración en España de un Tribunal «propio» de dicha institución{3}. La iniciativa partió, en gran medida, de los cristianos nuevos (conversos del judaísmo), que querían evitar las presiones que sobre ellos ejercían los judíos no convertidos y que pagasen justos por pecadores en las revueltas cada vez más numerosas. Hay que tener en cuenta, además, que España había recibido israelitas previamente expulsados de otros países, por lo que el «problema judío» se hizo aún mayor aquí. Dado que la mayoría de los judíos no quisieron convertirse (y muchos lo hacían «falsamente»), la única solución digna fue la expulsión de 1492, ya que, en vías de desaparición de los fueros feudales (aún dentro del Antiguo Régimen) en toda Europa se buscaba la homogeneidad para evitar que ciertas diferencias morales, canalizadas entonces a través de la religión, fueran constantes fuentes de conflictos sociales para estados cada vez más centralizados{4} y, muchas veces, expansionistas.

Con los moriscos ocurrió otro tanto, pero con el agravante de que buscaban alianzas con el turco (y con el cristiano –traidor– francés) para reconquistar la Península, por lo que al final fueron expulsados por Felipe III, como dice Ricote, el vecino de Sancho en El Quijote, que entiende las razones del rey a su pesar.

La Inquisición, en sus 356 años de existencia, ajustició en la hoguera a unos 2.000 individuos (algunos archivos se han perdido{5}), la mayoría de los cuales fueron judaizantes, y en los primeros años. También se ejecutó (dejando de lado los quemados en efigie) a unos 280 moriscos, 150 protestantes, 130 acusados de sodomía o bestialismo y tan solo a una treintena de brujas (superstición).

Sobre los procedimientos de acusación, detención y enjuiciamiento hay que decir, entre otras muchas cosas (tal como recoge Jean Dumont en su obra Proceso contradictorio a la Inquisición Española ) que, en contra de lo que se sugiere en las exposiciones que sobre la Inquisición se hacen hoy día, donde suelen aparecer aparatos de tortura diversos, la mayoría de tal maquinaria pertenecía a los tribunales civiles, utilizada contra criminales ordinarios. La inquisición era, en su contexto, exquisita en el trato de los acusados. Y sólo en casos muy graves se aplicaba tortura (potro principalmente), con atención médica. Y si, en estos casos, los encausados no «cantaban», entonces no se les juzgaba.

Pero lo más destacable es que la Inquisición Española evitó que aquí estallasen guerras de religión, que asolaron otros países.

Veamos lo que se hizo en otros lugares:

El destierro de los judíos en Inglaterra, como nos cuenta Juan Sánchez Galera, comienza cuando al rey John, necesitado de dinero, se le ocurrió detener a un acaudalado judío de Bristol y venderle su libertad a cambio de diez mil marcos. El rey comenzó a arrancarle un diente por cada día que se retrasase en la «compra de su libertad». A la sexta mañana la cantidad ya estaba abonada.

Vistos los resultados, las sucesivas necesidades de liquidez de la Corona fueron provistas de fondos con similar sistema, hasta que en 1290 –202 años antes que España– Eduardo I acabó por expulsar de muy mala manera a cuantos judíos quedaban en Inglaterra, unos dieciséis mil.

En Francia expoliaban a los judíos, después los expulsaban, y posteriormente les dejaban entrar de nuevo para volver a expropiar sus pertenencias, como hizo Felipe Augusto en 1181, Felipe el Hermoso o Luis X, en tres ocasiones.

En Europa, en contra de lo sucedido en España, se expulsó a los judíos sin buscar integrarlos previamente. Pero veamos también algunos datos relacionados con las «guerras de religión», que aquí se evitaron gracias a la institución de la Inquisición Española. En la Francia de las luchas entre hugonotes y católicos murieron unos 15.000 protestantes el día de San Bartolomé. Con Luis XIV se persiguió sin tregua a los calvinistas, a los que se les quitaban los hijos para educarlos en el catolicismo. Unas 50.000 familias, como describe el mismo Voltaire, huyeron de Francia a distintas ciudades europeas. Luis XV no le fue a la zaga, y a los protestantes se les castigaba a galeras a perpetuidad.

Según Juan Sánchez Galera, sólo en Inglaterra, en apenas 35 años, desde que Enrique VIII decidiera hacerse «Papa» y obligar a sus súbditos a convertirse al protestantismo{6}, se calcula que se mató a unas 200.000 herejes católicos (50 veces más que todos los ajusticiados por la Inquisición Española, con garantías procesales, en un periodo de tiempo diez veces mayor). Por no hablar de las masacres que mandó cometer el afamado Cronwell, que redujo la población irlandesa a la esclavitud (¡y algunos pretenden comparar a Irlanda del Norte con el País Vasco!).

Lutero, en Alemania, después de incitar a los campesinos a la rebelión igualitarista y anarquista, clama a los nobles para reprimirlos. En Frankenhausen mueren unos cinco mil campesinos reprimidos. En Suabia, Turingia, Franconia y Alsacia mueren más de 100.000 personas. En Munster los anabaptistas de Juan de Leyde implantan un régimen de terror comunal, donde se permitió la poligamia. Pero una de sus dieciséis esposas, que se cansó de la vida de harem y pretendía huir de dicho régimen, fue decapitada por su marido.

El régimen de Calvino en Suiza no fue menos despótico, y se vigilaba minuciosamente la vida privada de los nuevos súbditos. Desde Ginebra, Calvino escribía al rey de Inglaterra: «Quien no quiere matar a los papistas es un traidor; pues salva al lobo y deja inermes a las ovejas.» Calvino mismo mandó a la hoguera a más de 500 personas (incluido Miguel Servet, que se había dejado seducir por la «libertad» protestante). En dos semanas en Holanda el calvinismo, extendido desde Suiza, ejecutó a los curas y monjes de más de 400 conventos e Iglesias.

Respecto a represión de la brujería, hay que resaltar que del siglo XVI al XVIII en Europa se quemó a un número infinitamente mayor de brujas que en España. Los progresistas europeístas deberían saber que España, a través de sus instituciones, nunca llegó al grado de irracionalidad que se alcanzó en otros lugares, pues la Inquisición española enseguida vio superstición y locura donde los «europeos» sólo apreciaban posesiones demoníacas.

Según datos recogidos por Juderías, en Bamberg (Alemania) se quemaron seiscientas personas, en Wurzburgo (Alemania, también) novecientas, y en Ginebra (Suiza) quinientas. En Lorena un solo juez se vanaglorió de haber condenado a muerte a ochocientas brujas. Con estas ejecuciones se suponía que mejoraría el clima y disminuirían las enfermedades que tantas muertes provocaban en personas y animales. Además los reformadores fueron, al menos, tan irracionales como sus víctimas: el iluminado de Lutero{7} confesaba que disputaba con Satanás acerca de asuntos teológicos (Juderías, pág. 393).

Según Julián Juderías, en la época que va de María Tudor (llamada «la sanguinaria» por los anglicanos) hasta Jacobo I fueron quemadas por brujería 17.000 personas en Escocia y 40.000 en Inglaterra. Y ya con Jacobo I (que, por cierto, escribió un tratado de demonología) se calculan en 500 víctimas al año (pág. 395).

Algo parecido ocurrió en Francia, donde el Parlamento de Toulouse quemó de una vez a 400 brujas, y un juez (Remy) confiesa haber quemado a 800 (J395).

En Flandes las quemas y decapitaciones despoblaron comarcas enteras (J396). Y otro tanto puede decirse de los demás países europeos.

Recordemos también la epidemia de brujería que sacudió ciertos lugares de EE.UU., donde los puritanos de Salem (Nueva Inglaterra) llegaron a desconfiar de los propios jueces ejecutores, y hasta del gobernador del estado y su familia.

Como contrapunto, repitamos que la Inquisición española sólo ejecutó a unas treinta personas por brujería en 356 años, sobre todo en la primera época de su funcionamiento, y a unos 150 protestantes o iluminados . Evidentemente estas cifras poco tienen que ver con las más de doscientas mil brujas quemadas en el norte de Europa o los trescientos mil católicos eliminados en los países protestantes.

2. La conquista de América

El segundo frente de ataque de la Leyenda Negra contra España ha sido el papel jugado por los gobiernos españoles en la Conquista de América. Aquí ocurre otro tanto. SE pinta a España como abominable, a pesar de que las potencias que nos han criticado han practicado una política simplemente depredadora, cuando no el simple exterminio de la población autóctona, como puede comprobarse en Estados Unidos, aunque pretendan ampararse en la «espontaneidad» del pueblo . Pero tal justificación es absurda políticamente, pues tiene mucho más mérito el poder evitar revueltas, masacres o guerras de religión (por ejemplo a través de la Inquisición) que la incapacidad para atajar tales fenómenos (o la permisividad con ellos). Lo paradójico, además, es que tal argumento eximente sobre la supuesta espontaneidad del pueblo no es admitido por nuestros enemigos cuando se trata de España, por ejemplo en los primeros años de la Conquista de América. La cuestión es que nuestros enemigos (protestantes principalmente) consiguieron propagar que los malos de la película eran los españoles.

Para entender la Conquista española en su contexto hay que tener en cuenta, entre otras cosas, que en los templos aztecas, por ejemplo, cada año se sacrificaba a miles de individuos, a muchos de los cuales se los cebaba como a cerdos antes de ser consumidos ceremoniosamente, tal como lo relata el mismo Bernal Díaz del Castillo en el capítulo 78 de su Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España (Col. Austral, 1968, pág. 157). A estos individuos los sacerdotes mexicas les arrancaban y devoraban el corazón, y tiraban el resto del cuerpo, que rodaba por los escalones de la pirámide, para que fuese repartido por la multitud que atendía en la base. La salvaje esclavitud a la que estaban sometidas muchas tribus fue un factor importantísimo, si no fundamental, que permitió a Cortés o Pizarro conquistar tan vastos y poblados territorios con tan pocos medios humanos y materiales. Más que conquistar tal cual, lo que hizo España fue canalizar las rivalidades entre las tribus enemigas, dirigiendo la rebelión de las tribus indígenas sometidas. Por eso mismo Hernán Cortés conquistó Tenochtitlán, capital de un «imperio» de unos diez millones de individuos, con unos 500 españoles (el 90% de su ejército lo componían aliados totonacas, cempoal o tlaxaltecas). También es importante saber, contra la Leyenda Negra sobre las masacres causadas por los españoles, que lo que causó más bajas entre los nativos fueron los virus y bacterias: la gripe, la peste, o la viruela. Pero también las enfermedades tropicales o la sífilis causaron muchas bajas entre los españoles.

Otro dato destacable, en contra de los que hablan de la crueldad de Felipe II, es que dicho rey llegará a prohibir, en 1573, la conversión por las armas, confiando sólo en misioneros, lo que a veces fue contraproducente para los propios indígenas (como se vio en las «reducciones» de los jesuitas en Paraguay).

Pero, digamos algo de lo que hicieron los conquistadores anglosajones, de cuyos crímenes casi nadie habla.

Hay que destacar, de entrada, que los aztecas o los incas eran bastante más desarrollados política y técnicamente que los indios de Norteamérica que, sin embargo, no fueron conquistados y «asimilados», sino, sobre todo, exterminados.

Como relata Juan Sánchez Galera los conquistadores anglosajones contaron desde un principio con armas de fuego de ignición instantánea y cañón rallado de alta precisión, y más tarde –en el siglo XIX– con armas semiautomáticas Colt o Remington. Por contra, apenas llegaba al 2% el número de conquistadores españoles que podían permitirse el lujo de poseer un rudimentario mosquete de mecha que precisaba no menos de cinco minutos para poder entrar en servicio, y con el que era imposible acertar a más de cien metros. Además, los conquistadores anglosajones lucharon con una ventaja de dos a uno para ocupar América del Norte en doscientos años. Los conquistadores españoles sometieron el triple de territorio en cuatro veces menos tiempo, con menores medios técnicos, y con una inferioridad numérica de trescientos a uno, por lo menos (como recuerda también Philip W. Powel –Miguel Molina, pág. 226–).

¿Cómo se explica esta diferencia? Es la que media entre la resistencia a los anglosajones y la colaboración con los españoles de la mayoría de los indígenas, que algo tendrá que ver con los diferentes proyectos conquistadores.

Los conquistadores anglosajones apenas asimilaron o crearon algo. En la mayoría de los casos simplemente aniquilaron a los indios y todos sus restos culturales (donde pudieron), para reocupar losterritorios, a los que trasladaron susformas de vida europeas (o, en el mejor de los casos, impusieron «gobiernos indirectos» que mantenían indefinidamente en situación de inferioridad a los indígenas, como sucedería también en Asia o en África). No es de extrañar que no tuvieran muchos problemas para desarrollarse económicamente, pues no tuvieron que afrontar la tarea de asimilar y convertir a millones de personas de sociedades muy distintas. Y aún así, los virreinatos hispanos no tenían nada que envidiar a las colonias de otros países, y en algunos casos a la misma metrópolis.

Frente a la leyenda, favorecida por fray Bartolomé De Las Casas, de que los españoles sólo buscaron depredar y expoliar las riquezas indias, cabe decir que las cifras no expresan eso, tal como afirma el historiador Guillermo Céspedes del Castillo:

«Es falsa, pues, la imagen de una Nueva España como colonia de explotación, puesto que la minería de metales preciosos no ocupa más del 0,5% de la mano de obra, ni rinde más del 11,9% del valor total de su producción»{8}. Más datos: el año en el que se batió el récord de importación de metales preciosos de América, su montante total no llegó a cubrir el 16% del presupuesto de la Corona española, el resto del presupuesto recayó, una vez más, sobre las sufridas espaldas de los pecheros castellanos, que eran quienes verdaderamente mantenían con sus tributos el Imperio (del que también se valían para vivir), pero no el oro de los indios. Es por ello que el mismo Quevedo afirma por esos años, en uno de sus versos satíricos: «Solo Castilla y León y el noble reino andaluz llevan a cuestas la cruz». También Ricardo Levene expone cómo el tipo de comercio entre España y sus virreinatos no era de tipo «colonial» –factorías– (págs. 92 y cap. VIII, págs. 116-124).

Y ¿Qué decir de las Leyes de Indias y de las instituciones que se crearon para regular la conquista y evangelización? Estas leyes explican, en gran parte, la diferencia entre la conquista Española y la anglosajona. Guillermo Céspedes del Castillo afirma (en la línea de lo explicado por Jean Dumont en El amanecer de los derechos del hombre. La controversia de Valladolid):

«Representa un hecho único en la historia que un pueblo someta a dura autocrítica su propia conducta y que aplique a sus mayores éxitos políticos y militares el más severo escrutinio moral.»

Por su parte, Ramiro de Maeztu escribe también al respecto:

«El debate de Valladolid, en 1552, y las disposiciones reales que se derivan de él, constituyen la primera ocasión en que un gran poder expansivo hace alto para resolver problemas de justicia y de conciencia que el hecho le plantea.»

Otro tanto cabe decir respecto a la mezcla interracial. Ya en 1503 Nicolás de Ovando escribe a los reyes recomendando el fomento de los matrimonios interraciales, muy en contra de lo que han hecho otros estados. Para muchos colonos protestantes, por ejemplo, los indios no eran almas esperando recibir la fe, sino unos ingratos pecadores que no habían sabido rentabilizar las tierras y talentos que Dios les había dado, y que el Creador, dolorido por tan ingrata actitud, había decidido readjudicarlas a sus fieles hijos anglosajones.

En esta línea de pensamiento el mismo Theodor Roosevelt afirmaba: «Si se hubieran dejado a los indios, por humanitarismo, sus terrenos de caza, ello hubiera significado abandonar amplios contingentes de tierras a disposición de los salvajes; cosa inconcebible. No quedaba otra alternativa; había que desplazarlos».

Por su parte el general Sheridan (que sometió a los Siux)se ahorra tantas justificaciones y lacónicamente sentencia: «Los únicos indios buenos son los que están muertos». Las creencias religiosas de los protestantes se vieron más tarde reforzadas con las teorías del darwinismo social, al ver a los indios como inadaptados e inferiores. Y lo cierto es que Hitler tomó buena nota de la colonización norteamericana para sus planes imperiales.

Como hemos dicho, los países protestantes aplicaron el exterminio cuando pudieron. Por ejemplo en las campiñas de Rohil Kund,en la India, no era sencillo aplicarlo, pero más de 100.000 personas abandonaron sus hogares y huyeron hacia los peligros de la selva con tal de no soportar el desprecio despótico de los ingleses (Juderías, 409). Y no digamos nada de otros estados en los que, en algunos casos, se mantuvo el apartheid hasta finales del siglo XX.

Los españoles, por el contrario, y a pesar de todo, dejaron en América una herencia muy distinta. Desde los primeros tiempos se tradujo la Biblia a doce Idiomas indígenas (hay que tener en cuenta que había más de ochocientos, lo que convierte en ridículos los proyectos indigenistas que intenten encontrar algún tipo de unidad con tales bases). Los españoles transplantaron a América técnicas, instituciones civilizatorias, ciudades con sus respectivas leyes, edificios, audiencias, escuelas, hospitales, universidades, incontables obras de arte, vías de comunicación, &c.

¿Cómo surge la Leyenda Negra?

Visto lo visto, ¿cómo surge la Leyenda Negra? Tal como expone Rómulo Carbia, el personaje que más contribuyó a la consolidación y pujanza de la Leyenda Negra fue fray Bartolomé de las Casas, quien publica su Brevísima historia de la destrucción de las Indias en 1542, donde se relatan macabras historias de crímenes y atropellos que, por su factura, manifiestan un claro influjo de una imaginación reiterativa, aunque había algo de verdad en la denuncia (abusos y desaguisados propios de los primeros años de la Conquista de La Española y Panamá: Pedrarias, Ayora, Moratos…). La obra adolece de una imperdonable imprecisión respecto a los lugares y los personajes, lo que demuestra que estaba escrita para impresionar a Carlos V y moverle a patrocinar sus proyectos.

Bartolomé de las Casas fue uno de los primeros colonos, maltrató a muchos indios y años más tarde, ya como sacerdote arrepentido, introdujo la Inquisición en América, en contra del parecer del emperador Carlos V (aspecto que, por cierto, no tienen en cuenta quienes alabando al dominico aborrecen, a la vez, de dicho tribunal). Además fue el inventor de la esclavitud moderna cuando, compadecido de la debilidad de los indios del Caribe, convenció al emperador de que sería conveniente traer negros de África, más resistentes, para sustituir a los indios en las tareas más pesadas (hecho que también olvidan quienes lo consideran patrón de los Derechos Humanos).

Otros personajes que contribuyeron de manera eficaz a la creación de la Leyenda Negra fueron Antonio Pérez, secretario de Felipe II, y el príncipe Guillermo de Orange, su hombre de confianza en los Países Bajos. Ambos, traicionaron a su señor, y publicaron sendos libros para perjudicarlo.

El denominador común de sus obras, cuyos relatos acabaron confluyendo (no por casualidad) con los de Las Casas, es una cruel y despiadada crítica a la persona de Felipe II, a quien se acusa, falsamente, de ser el responsable de la muerte de su peculiar hijo, y primogénito, Carlos, y de estar también tras el fallecimiento (con supuesto envenenamiento) de su mujer Isabel de Valois, así como de una multitud de crímenes, y de una vida lasciva (cuando, por el contrario, era bastante ascético).

Pero en la formación de la Leyenda Negra fue fundamental el papel jugado por los impresores protestantes, que tradujeron y cambiaron el título a la obra de fray Bartolomé. Sus intenciones eran manifiestas, como demuestra el hecho de que de otro protagonista de entonces, Bernal Díaz del Castillo,no publicaran nada.

De dichos editores hay que destacar a B. Picart y, sobre todo, a Teodoro de Bry, artista grabador flamenco, que montó en Frankfurt su propia editorial, y entre 1590 y 1625 publicó la colección de grandes y pequeños viajes por las Indias de autores principalmente protestantes, muchos de ellos piratas a las órdenes de las naciones enemigas de España. A la obra de Las Casas se le añadieron unos grabados que supusieron una auténtica revolución en los sistemas de comunicación y conocimiento de entonces (algo parecido a lo que supuso el cine, tan bien aprovechado por la propaganda yanqui, siglos después). Grandes masas de personas que no sabían leer, y de distinta condición social, pudieron «ver» lo que hacían los españoles en América.

Son herederos directos de los impresores protestantes alemanes los ilustrados y masones de la Francia del siglo XVIII{9}. Personajes como Voltaire, Montesquieu o Raynal dedican buena parte de su vida a editar obras en las que la crítica a la Iglesia católica, asociada especialmente con España, es preponderante.

Schiller también escribirá en 1783 su Don Carlos tragándose tal cual la versión de Guillermo de Orange y la petición de «libertad de pensamiento» para flamencos y holandeses. Como recoge Juderías, multitud de obras de teatro se escribieron con la temática de la supuesta crueldad de Felipe II y su inquisición (J244).

En la época de Carlos IV y de su valido Godoy buena parte de la burguesía española, desilusionada por el triste aspecto que van tomando los acontecimientos, o bien por su pertenencia a logias masónicas, termina adoptando como propias las ideas sobre España de los ilustrados franceses, y acaba por colaborar de manera activa con ellos facilitándoles apoyo material cuando en su momento Napoleón decide invadir España{10}. España venció a Napoleón, pero ya no volvió a ser la misma (y no sólo porque se transformase en «nación política»), porque –parafraseando a Julián Marías– la Leyenda Negra se metió entre nosotros, y quedamos divididos en una lucha que perdura hasta nuestros días. Dicha Leyenda negra es asumida por muchos españoles americanos y peninsulares (incluidos muchos liberales de los que lucharon contra los franceses en la Guerra de la Independencia y forjaron la Constitución Nacional de 1812). En buena parte eran anticatólicos y antipapistas, pero acabaron siendo antiespañoles por su identificación simplista entre «oscurantismo», «Iglesia» y «España», a lo que hay que añadir que las doctrinas de muchos de estos «ilustrados» (masones muchos de ellos) son propias de un gnosticismo más oscuro e idealista que el de la dogmática católica. Recordemos al afrancesado Juan Antonio Llorente, sacerdote y Secretario General de la Inquisición al servicio a José Bonaparte, que reeditó a Las Casas, se burló de los papas, y escribió en 1822 La Historia de la Inquisición, escogiendo los datos que le interesaban y exagerando el número de víctimas de la Inquisición (pero cuyos datos son reproducidos alegremente, o a propósito, por multitud de historiadores, como ha demostrado Jean Dumont).

Muchos liberales de Cádiz, como el sacerdote Muñoz Torrero, Ruiz de Padrón, o el mismo Conde de Toreno (según el cual los Austrias mataron las libertades y fueros de Aragón y Castilla) ensalzaban a Cromwell o arremetían contra la Inquisición basándose en los relatos de Montesquieu, Voltaire o Raynal{11}. Manuel José Quintana, poeta de aquella generación (1772-1857), empapado de filosofía sobre la «tolerancia ilustrada», fue biógrafo de Las Casas e hizo una encendida defensa de los Comuneros («oda a Juan Padilla»), menospreciando las obras del Imperio, tal como expresa en su rechazo al panteón de El Escorial{12}, al que considera «infamia del arte y de los hombres» (Juderías 301). Los nacionalistas fraccionarios antiespañoles del siglo XX y XXI no se quedarán atrás en este sentido. Quintana también expresa su «amor a la humanidad en roncas maldiciones contra la antigua España, contra su religión y contra sus glorias» (Carbia 154), aunque parece que luego rectificó.

La Masonería fue un importante instrumento al servicio de la desmembración del Imperio, católico, español (Vidal, cap. IX, págs. 115 y ss.). Y lo peor del asunto, desde nuestro punto de vista, no es la independencia misma, la formación de nuevas naciones políticas, sino la propagación de la Leyenda Negra sobre el Imperio Español, y la difusión de principios humanistas que bloquean los posibles proyectos de unificación o coordinación de las naciones iberoamericanas con bases hispanas.

No parece casual que fueran masones el cura Hidalgo, José San Martín, Simón Bolívar (aunque parece que acabó rectificando y prohibiendo las sectas masónicas –Vidal 123–), Bernardo O'Higgins, José Rizal o José Martí. Otro tanto puede decirse de William Brown o Pedro I de Brasil (Vidal, 121). Y no parece simple azar el que la bandera de Argentina y de Cuba (Vidal, 121 y 227) contengan claras referencias masónicas (sol, triángulos, estrellas, número de franjas).

En España son también destacables los casos de Moratín, de Tomás de Iriarte, del duque de Rivas o de Núñez de Arce. De políticos como Ruiz Zorrilla, Moret, Prim (que alzó al trono de España al también masón Amadeo de Saboya), Manuel Becerra, Sagasta (Gran Maestre), Martos, Pi Margall o Emilio Castelar{13}, todos ellos protagonistas políticos de las Cortes de 1868 y de la I República. La mayoría detestaba la España imperial, y Castelar, en el más famoso de sus discursos (tal como recogerá Ramiro de Maeztu en Defensa de la Hispanidad) llegó a decir:

«No hay nada más espantoso, más abominable, que aquel gran imperio español que era un sudario que se extendía sobre el planeta. No tenemos agricultura porque arrojamos a los moriscos…; no tenemos industria, porque arrojamos a los judíos… No tenemos ciencia, somos un miembro atrofiado de la ciencia moderna… Encendimos las hogueras de la Inquisición, arrojamos a ellas nuestros pensadores, los quemamos y después ya no hubo de las ciencias en España más que un motón de cenizas» (Juderías 305, Carbia 155).

Con esta mentalidad «revolucionaria» y humanitarista de la Gloriosa de 1868 (plagada de masones) se construyó la I y la II República, y algunos buscan la III, aunque sea a costa de España.

Como precisa Rómulo D. Carbia, la Leyenda Negra fue profusamente difundida en Hispanoamérica. Con la Ilustración caló en las mentes de muchos «libertadores» como San Martín, Bolívar o Martí (cap. III de la segunda parte de su obra, p. 157). Esta lucha «liberadora» contra una España que impediría el «progreso» la expresa también el poeta ecuatoriano José Joaquín Olmedo (1772-1847) que, como contrapartida, ensalza a Las Casas y a los Incas (Carbia 240). De poco sirvieron las advertencias de Alcalá Galiano contra esta corriente de «desespañolización». El antihispanismo no sólo renegaba de todo lo que hizo el Imperio (en Colombia llegaron a destruir conventos enteros –Miguel Molina, pág. 177–), sino que muchos buscaban, cuando había pasado el tiempo suficiente para oscurecer más fácilmente la realidad del pasado, la vuelta al supuesto Paraíso de la Pachamama, a pesar de que tales corrientes contribuyen a romper la identidad hispánica, incentivando la multiplicación de naciones, como buscan sus enemigos (divide y vencerás). No le vendría mal a algunos indigenistas actuales, como Evo Morales, que conocieran mejor dicho pasado y, además, supieran diferenciar lo que forjó España de lo que hicieron los gobernantes de las nuevas naciones independientes, muchas veces con el apoyo de ingleses y norteamericanos. Echarnos en cara el «expolio de 500 años» no sólo significa endosarnos casi 200 años más de gobierno, sino caer en el megarismo armonista más infantil{14}. Con todo, si España hubiera sido como pretende Don Evo, él mismo no sería ahora presidente de Bolivia. Y si no, que se lo pregunte a los indios de los EE. UU. (los que quedan).

En la medida en que la Leyenda Negra ha ido fortaleciéndose, los enemigos de una España supuestamente retrógrada y oscurantista son vistos con buenos ojos, no sólo por parte de los extranjeros, sino también de nuestros compatriotas, como podemos comprobar actualmente en los proyectos para recuperar las «raíces islámicas» de Andalucía (a pesar de que Andalucía, como parte de España, se conformó políticamente contra el Islam).

Según Juderías, que ofrece una amplísima Bibliografía, de los aproximadamente 1000 libros escritos por extranjeros sobre «viajes por España» en el siglo XIX, sólo 100 son mínimamente serios. Algunos autores, como Santiago Aragó, ni siquiera había pisado España para escribir su obra.

Una de las que más influencia tuvo fue La Biblia en España, de George Borrow, traducida por el mismísimo Manuel Azaña. En el islamismo encontraba Borrow muchas similitudes con el protestantismo que él mismo difundía por España{15}. Él mismo nos cuenta que el cónsul inglés tuvo que desengañarle acerca de su visión idílica y favorable del Islam (Borrow 610). La obra del británico fue contestada en su día por Juan Varela, que también lo hizo con las obras del norteamericano John William Draper, un auténtico sectario antiespañol.

Draper dijo cosas como éstas:

«España, se ha convertido con razón en un esqueleto rodeado de naciones vivas y en una lección para el mundo. La Humanidad tendría derecho a decir: 'No habría recompensa, no habría Dios, si España no hubiese sido castigada'.»

Los Románticos con su visión «moruna» de España hicieron mucho daño (sobre todo por que se la tragaron muchos nacionales, como podemos comprobar hoy día en algunos proyectos ligados a la ideología de Blas Infante (Goytisolo, Garaudy), y una vez que los políticos andalucistas han decidido reconocer la «realidad nacional» de Andalucía, es muy posible que busquen en el Islam sus señas de identidad, aunque sólo sea para dar sentido a su diferenciación artificiosa del resto de España. Muchos «intelectuales» regeneracionistas que no buscaban europeizarnos, nos querían convertir al Islam, tal como sigue ocurriendo hoy día.

También se puede citar a Gener, Mallada, y a Costa (que hablaba de echar 7 llaves al sepulcro de El Cid), Pío Baroja, Azorín, &c. –J316-. Unamuno, por el contrario, hablaba de una ridícula literatura regeneracionista, porque los países europeos le deben a España muchas cosas, más que a ningún otro país, empezando por la defensa frente al Islam (muchos no recuerdan Lepanto, o las traiciones de los franceses), y continuando por el descubrimiento y conquista de América que abrió el paso a la modernidad y al capitalismo (del que presumen los países protestantes).

Más de 400 títulos del siglo XIX sobre el tema de España asociados a la Leyenda Negra recoge Juderías. Y comenta, acertadamente, que la exigencia de europeizarse es como desaparecer y empezar de nuevo, renegando de nuestras raíces históricas (J355){16}.

Y en pleno siglo XX, interpretada por muchos sólo a través de la «lucha de clases», también se aprecia perfectamente la influencia de dicha Leyenda Negra, oscureciendo la «dialéctica entre estados». Buena muestra fueron las manifestaciones que en Europa se prodigaron a favor del pedagogo anarquista y masón Ferrer y Guardia en 1909, al que Unamuno consideraba, con acierto, un energúmeno, un fanático ignorante{17}. Guardia, maestro del anarquista Mateo Morral que atentó contra Alfonso XIII, fue acusado de ser el instigador de los disturbios que desembocaron en la Semana Trágica. Dicho personaje, fundador de la Escuela Moderna (a la que la LOGSE-LOE, con claras resonancias masónico-krausistas, le debe mucho), sin embargo fue, y aún es, reivindicado en España por la mayoría de intelectuales progres {18}. Es significativo que en las Cortes Constituyentes españolas de 1931 el número de masones fuese de unos 185, repartidos principalmente en los partidos que se consideraban de izquierdas, incluido el PSOE. En Acción Republicana, por ejemplo, había casi un 70% de diputados masones (19 de 28). Y no cabe duda de que multitud de leyes acabaron teniendo un claro sello masón («isológicamente», y en muchos casos «sinalógicamente»). Merece la pena mencionar cómo orientaba la masonería los debates sobre las leyes de la Constitución{19}. Vidarte, socialista y masón, lo explica en sus memorias (como recoge César Vidal. pág. 256 y siguientes). Las reservas de Francisco Franco ante tal organización no eran infundadas (su hermano Ramón fue masón en dicha época), a pesar de que sus detractores las vean descabelladas o exageradas.

Al final de la guerra civil hubo masones como el coronel Casado, Martínez Barrio o Azaña (Vidal, 295), que prefirieron rendirse al católico Franco antes que entregarse al ateo y soviético Stalin. Con todo, pensamos que el humanismo ingenuo de las doctrinas masónicas favorece el que la mayoría de «los hijos de la viuda» reniegue de España como plataforma de sus acciones políticas, a lo que hay que añadir la identificación simplista de España con el catolicismo religioso (error en el que también caen algunos buenos compatriotas, que asumen, sin más, el lema «Por el Imperio hacia Dios»{20}

Para terminar este apartado expondremos dos ejemplos de la distinta perspectiva{21} con que se interpreta al imperio español: la que mantuvo Lewin Hanke (desde un realismo político, en la línea del pluralismo dialéctico, que implícitamente ve en España algo «Transcendental») en polémica con Benjamín Keen (desde un humanismo megárico y armonista, muy cercano al Pensamiento Alicia de la Alianza de Civilizaciones).

Keen nos dice:

«La verdadera gloria de España reside no en el esfuerzo de sus reyes –que aceptaron, impusieron y se beneficiaron sin excepción del sistema de opresión colonial– por «descubrir cuál era la manera de tratar con justicia a los pueblos nativos sometidos a [su] jurisdicción», sino en aquel pequeño grupo de españoles que lucharon en vano por la abolición de ese sistema. Entre esa pequeña minoría, la figura más brillante es la de Bartolomé de Las Casas, quien, pasando por encima de los siglos, proclamó ya en el XVI la unidad de la raza humana, el principio de la autodeterminación y el derecho de todo hombre a satisfacer sus necesidades elementales materiales y culturales. Nuestro tiempo, testigo de la liquidación del colonialismo, es una época de reivindicación plena de Las Casas y sus ideales.» (Miguel Molina Martínez, La leyenda negra, pág. 196.)

Dicho discurso está en la línea de los aduladores del «pueblo» (como ocurrió en el bando «rojo» de la guerra civil española –ver El Catoblepas 35:1–). Pero, ¿Qué es el pueblo, o un «pequeño grupo» de hombres, sin la canalización política o ideológica de sus acciones por parte de sus dirigentes, que también se valen de la herencia de múltiples instituciones? Estas instituciones (técnicas, como las que permitieron el descubrimiento del nuevo mundo, su desarrollo y persistencia económica; religiosas y sociales –como las de la Iglesia española, defendida y dirigida por los reyes, en gran medida–; o políticas –como las promovidas por la Monarquía hispánica: Consejo de Indias, Patronato, Virreinatos, Audiencias, Cabildos, Encomiendas, Reducciones, &c.–) fueron un medio imprescindible para desarrollar el ortograma imperial español.

Entre las distintas generaciones de izquierdas se ha reproducido de manera exagerada esta tendencia a identificar a España y a su Imperio con algo rechazable, por el simple hecho de que se desarrolló en el Antiguo Régimen. Como decimos, y salvo honrosas excepciones, en la guerra civil se puso de manifiesto que lo que separó a los bandos rojo y nacional fue, en gran medida, su desigual aprecio por España, por su pasado, como plataforma desde la que asumir el presente y afrontar el futuro. Pero, ¿Acaso romper con los poderes del Trono y el Altar, reconociendo la soberanía de la Nación Española, implica que tengamos que avergonzarnos de nuestro pasado, aunque se desenvolviese en el Antiguo Régimen?¿Es que no fue dicho pasado mucho más digno que el de otros países que, sin embargo, no renuncian al mismo? ¿Acaso los estados actuales (no La Humanidad, inexistente como agente político) podrán evitar la utilización de políticas similares a las que puso en marcha la España Imperial?

Hanke, por su parte, no sólo recoge las ironías del pintor mejicano José Clemente Orozco contra el anacronismo armonista de los indigenistas (p. 175), sino que además apoya el siguiente dictamen de Edgard G. Bourne (cuyas palabras, con todo, deben ser matizadas en muchos aspectos):

«¿Qué intentó en realidad España en el Nuevo Mundo y cómo lo hizo? Emprendió la enorme, si no imposible, tarea de llevar a toda una raza de millones de personas a la esfera del pensamiento, la vida y la religión europea... [aquí el género de Europa se come a la especie: España]. Y si el intento fue en cierto modo un fracaso, fue un fracaso del tipo del de Alejandro Magno en su idea de instituir un imperio asiático permanente, un fracaso que ha dejado una huella imborrable en épocas sucesivas... Aún así, la idea era grandiosa, y el esfuerzo para llevarla a cabo apeló a lo mejor de cada uno de los hombres que, consciente o inconscientemente, trabajaron en su realización. Como todos los grandes acontecimientos de la historia humana, tiene aspectos oscuros y, por desgracia, esos aspectos han sido proyectados habitualmente a un primer plano por escritores no españoles, debido a la influencia de los celos nacionales y del prejuicio religioso. El hecho importante y duradero sigue siendo, sin embargo, al margen de juicios de valor, que durante el período colonial [ya hemos comentado que los virreinatos no eran «colonias»] la lengua, la religión, la cultura y las instituciones políticas de Castilla fueron trasplantadas a una zona veinte veces mayor que la del Estado progenitor... La obra de España en el Nuevo Mundo, con todos sus defectos y adulteraciones debidas a intereses egoístas, ofreció un campo extraordinario para el despliegue del carácter nacional e individual... La legislación colonial del reinado de Felipe II revela, aparte de sus deficiencias, un interés profundo y humano por la civilización de sus dominios ultramarinos... El largo brazo del rey se extendió para proteger al débil y al desamparado de la opresión y del error. No siempre lo logró, pero no se le puede negar el honor de ese esfuerzo.» (Del libro de Miguel Molina, pág. 178.)

Sugerencias para el porvenir

Las izquierdas definidas tienden a recaer en la indefinición como consecuencia de sus propios fracasos, como explica Gustavo Bueno en El mito de la Izquierda. Dada la complejidad y la falta de claridad de los proyectos, y las dificultades para desarrollarlos, sus agentes suelen ser propensos a la Utopía y el iluminismo o, lo que es peor, al Pensamiento Alicia, que da como prácticamente realizado aquello que proyecta{22}. Entre otras cosas dicho tipo de pensamiento da por supuestos los medios y los planes (respecto a los sujetos para llevarlos a cabo) necesarios para desarrollar los programas (más o menos realizables en función de tales medios). Es decir, partiendo de una inexistente igualdad de todos los seres humanos, presuponen que, por arte de magia, «todo el mundo» participará espontánea y voluntariamente en la realización los fines proyectados, aunque éstos tengan como «programa» genérico el convertir en persona a todo individuo existente. Dicho programa, además, es inasumible de manera global o totalizadora por nadie (salvo por Dios, que no existe, o por un imbécil…), por lo que, comúnmente, se suele repartir dicha tarea en múltiples programas específicos desarrollados a través de múltiples instituciones heredadas en las que confiamos prudentemente{23}. Pero asumiendo que el éxito no está garantizado, como ya nos sugirió Platón en el Protágoras, al hablarnos de las dificultades para alcanzar «la virtud» (de ser «persona» a través del tortuoso aprendizaje de las múltiples virtudes «herméticas»). No sólo no está garantizado que dicho programa alcance a todas las personas (extensionalmente), sino que tampoco está garantizado que se complete (intensionalmente) en cada una de ellas. Más aún, si se alcanzasen dichos límites los sujetos resultantes no serían «personas», sino algo distinto, quizá parecido a los autómatas.

Pero eso no implica, como decimos, que se pueda dar por supuesta la tarea correspondiente, o que quepa confiar en la oscura «espontaneidad» de cada individuo (en el «poder» genérico al que algunos llaman «libertad») la misión de formarse como persona. Y esto, precisamente, es lo que pretenden quienes reniegan insensata y alegremente de las tradiciones e instituciones que han mostrado, dentro de límites prudenciales, su solvencia y eficacia durante mucho tiempo (garantizando la persistencia del grupo en cuestión{24}).

Como decimos, muchos pánfilos confunden sus deseos de englobar a toda la humanidad en sus programas políticos con la creencia de que es la misma humanidad la plataforma que les permitirá alcanzar sus fines. Pero la humanidad no existe como plataforma (humanismo) para la realización de ningún proyecto, y los planes son absurdos si no se atienen a una estructura mínimamente consistente (cuyas entrañas, heredadas, son desconocidas en gran parte, objetivamente «inconscientes». Por esto mismo es imprescindible la enseñanza de la historia (anámnesis) y la reproducción o modificación prudente de las instituciones ya existentes. La ausencia de estos principios conduce a muchos políticos al gnosticismo, al irracionalismo, a la hora de solucionar los múltiples problemas que se encuentran (como el «retraso» del tercer mundo, la inmigración descontrolada, o el «final del terrorismo»), tal como se manifiesta en la facilidad con que muchos personajes de izquierdas {25} se asocian a doctrinas irracionalistas sostenidas por sectas variopintas y ocultistas (mormones, adventistas, testigos de Jehová, Teosofía, Cienciología, Ku klus klan, New Age, &c.), muchas de ellas con evidentes conexiones sinalógicas o isológicas con la masonería, tal como expone César Vidal en la cuarta parte de su obra (págs. 141-198).

Los peligros que suponen para España el «europeísmo progresista» (no olvidemos que Giscard D'Estaing, uno de los principales impulsores de la Constitución Europea –con acento francés–, es masón) y el nacionalismo fraccionario, se ven reproducidos, con otras variantes, en Iberoamérica a través del humanismo ingenuo (teñido de democraticismo, de Fundamentalismo Democrático, con acento inglés, monroísta) y del indigenismo, disolvente poderoso de lo que queda de España en América. Tales movimientos indigenistas pueden contribuir ingenuamente a fortalecer otros ortogramas políticos, como los del Imperio yanqui que, paradójicamente, pretenden combatir.

Apéndices

I. La masonería en México

Dada la intensa labor de la masonería en México, nos parece oportuno reproducir parte de lo tratado por César Vidal al respecto:

«La masonería en la Revolución mexicana.
En un capítulo anterior, ya analizamos el papel esencial de la masonería en el proceso de emancipación de España y de configuración del poder posterior. Aunque esa presencia fue considerable en todo el continente, al respecto, el caso de México iba a resultar verdaderamente paradigmático. Masón fue el emperador de México Agustín de Iturbide y, desde luego, la situación no cambió al proclamarse la República. Durante el período de la primera república federal (1824-1835) fueron masones los presidentes Guadalupe Victoria (1823-1824 y 1824-1829), Guerrero Saldaña (1829), Bocanegra (1829), Alamán y Escalada (1829), Bustamante (1830-1832, 1837-1839 Y 1839-1841), Múzquiz (1832), Gómez Pedraza (1832-1833), Gómez Farías (1833-1834, 18461847), Santa Anna (1833, 1834-1835, 1839, 1842, 1843, 1844, 1847, 1853-1855, en total, 2.134 días, 5 años, 10 meses y 9 días), es decir, la totalidad. Durante la denominada república centralista de México (1836-1846), los presidentes masones fueron Barragán (1835-1836), Corro (1836-1837), Bravo (1836, 18421843, 1846), Echeverría (1841), y Paredes y Arrillaga (1846) . No lo fueron, sin embargo, Canalizo (1843-1844) y Herrera (1844, 1845, 1848-1851).
Benito Juárez –cuyo gobierno se convirtió en una innegable dictadura republicana– fue iniciado en la masonería en 1827, cuando era aún estudiante de leyes, y mantuvo la relación con la logia. También fue masón el dictador Porfirio Díaz, al que derribó una revolución encabezada por el masón Francisco Madero. Con esos antecedentes, la Revolución mexicana no significó, en absoluto, el final del poder de la masonería en la política. Una vez más el elenco de presidentes de los llamados gobiernos de la revolución (1910-1940) no puede ser más revelador. Fueron masones Álvaro Obregón (1920-1924), Plutarco Elías Calles (19241928), Abelardo Rodríguez (1932-1934) o Lázaro Cárdenas.
Naturalmente, esa abrumadora mayoría de los «hijos de la viuda» no careció de consecuencias. Con seguridad, el episodio más terrible derivado de la cosmovisión masónica fue el de la guerra cristera que a lo largo de tres años (1926-1929) ensangrentó México y se tradujo en el asesinato de millares de católicos, especialmente sacerdotes y religiosos, no pocos de los cuales han sido canonizados en los últimos años. Sin embargo, sus antecedentes se hallaban en la promulgación de la Constitución de 1917 –muy inspirada por políticos y principios masónicos–, que más que consagrar la separación de la Iglesia y del Estado, prácticamente, condenaba a la Iglesia católica y a otras confesiones a la muerte civil. De hecho, el art. 130, f. IV negaba la personalidad a las iglesias, así como los efectos civiles derivados de esa circunstancia. En paralelo, el Estado de la Revolución llevó a cabo un esfuerzo encaminado a arrojar a las iglesias de la enseñanza. Al fin y a la postre, en diciembre de 1926 comenzaron a producirse levantamientos de católicos de extracción muy humilde en contra de lo que consideraban, no sin razón, una verdadera persecución religiosa.
La guerra cristera resultó de extraordinaria dureza y transcurrió en paralelo a una cruentísima persecución del catolicismo que ha quedado reflejada en obras como El poder y la gloria de Graham Greene. Se enfrentaban frontalmente dos cosmovisiones y mientras que el gobierno era apoyado explícitamente por las logias –que se sentían totalmente identificadas con el carácter laicista del texto constitucional– a los rebeldes se sumaron partidas no católicas pero sí profundamente desengañadas por la realidad política posterior a la Revolución. Finalmente, el conflicto terminó con un acuerdo querido e impulsado por la propia jerarquía católica, incluido el papa. El 21 de junio de 1929, ambas partes firmaron los documentos siendo representadas por Portes Gil, presidente de México, y por Leopoldo Ruiz y Flores, en calidad de delegado apostólico y arzobispo de Morelia. La persecución más dura había concluido, aunque la Constitución se mantuvo vigente sin ninguna variación y el peso de la masonería continuó siendo espectacular en la administración. Hasta 1958, todos los presidentes –Manuel Ávila Camacho (1940-1946), Miguel Alemán (1946-1952) y Adolfo Ruiz Cortines (1952-1958)– serían masones, comenzando entonces un cambio que llevaría a reformas constitucionales ya a finales del siglo XX, un siglo precisamente concluido con Ernesto Zedillo (1994-2000), otro presidente masón.
La guerra cristera, apenas unos años posterior a la civil rusa, iba a tener un enorme peso en el pensamiento de los católicos de todo el mundo, ya que había puesto de manifiesto que la persecución era todavía posible, que la masonería podía formar parte esencial de la misma y que no era nada absurdo, por desgracia, plantearse que la única salida para sobrevivir fuera el recurso a las armas. Tan sólo un lustro después, para muchos, España iba a correr el riesgo de sufrir un proceso similar.» (César Vidal, páginas 236-238.)

II. La masonería y la Institución Libre de Enseñanza

También nos parece oportuno reproducir el siguiente cuadro de la obra de Pedro F. Álvarez Lázaro y José Manuel Vázquez-Romero (eds.):

Accionistas de la Institución Libre de Enseñanza
en 1877 que fueron masones

Nombre y apellidosProfesión / cargoResidenciaIncardinación
Miguel AlcarazPropietario Ex DiputadoAlmansaLogia Rosa de Almansa
Antonio María PicazoAbogadoAlbaceteLogia Humanidad de Albacete
Manuel Ausó ArenasCatedrático de institutoAlicanteLogia Alona de Alicante
Manuel Ausó MonzóMédicoAlicanteLogia Alona de Alicante
Adolfo Fáes IzaguirreComercianteAlicanteLogia Alona de Alicante
José Guardiola y PicoArquitectoAlicanteLogia Alona de Alicante
Eleuterio Maisonnave CutuyarAbogado Ex MinistroAlicanteLogia Alona de Alicante
José Vicent LópezComercianteAlicanteLogia Alona de Alicante
Fernando AcedoPropietario Ex Director de institutoLinaresLogia Moralidad de Linares
Faustino CaroPropietarioLinaresLogia Moralidad de Linares
Guillermo EnglishPropietarioLinaresLogia Pirámides de Linares
José MarínLinaresLogia Legalidad Lusitana de Linares
Gregorio CabreraPropietarioMálagaLogia Fraternidad de Málaga
Santiago CasitariPublicistaMálagaLogia Fraternidad de Málaga
Eduardo Palanca AsensiAbogado Ex MinistroMálagaLogia Menova de Vélez-Málaga
Juan Antonio Pérez VillalobosAbogadoRondaLogia Fiat Lux de Ronda
José de los Ríos PinzónMilitarRondaLogia Fiat Lux de Ronda
Joaquín Enríquez GarcíaComercianteSevillaLogias Numantina y Numancia de Sevilla
Manuel Pastor y LanderoIngeniero Ex DiputadoSevillaLogia Tolerancia y Fraternidad de Cádiz
Vicente SantolinoEmpleadoSevillaLogia Fraternidad Ibérica de Sevilla
Federico de LuqueMilitarSevillaLogia Numantina de Sevilla
Celestino PárragaAbogadoCádizLogia Fe y Abnegación de Cádiz
Francisco de Paula Díez ÁlvarezMédicoSan Lucar de BarramedaMiembro de una logia del Gran Consejo General Ibérico
Félix DelatteAgente comercialCórdobaLogia Patricia de Córdoba
Ángel de Torres y GómezAbogado Ex DiputadoCórdobaLogia Patricia de Córdoba
Eufemiano Jurado DomínguezPropietarioLas PalmasLogia Afortunada de Las Palmas de Gran Canaria
Rubén Landa CoronadoAbogadoBadajozLogia Pax Augusta de Badajoz
Montero TelingeEx SenadorLa CoruñaLogias Herculina y Brigantina de La Coruña
Segundo Moreno BarciaAbogadoRibadeoLogia Brigantina de La Coruña
Maximino TeijeiroCatedrático de MedicinaSantiago de CompostelaLogia Luz Compostelana de Compostela
Luis Felipe AguileraAbogadoMadridLogia Antorcha de Madrid
Florencio Alguacil CarrascoAbogadoMadridLogia Pax Augusta de Badajoz
Antonio Aura BoronatEx DiputadoMadridLogia Alona de Alicante
Salvador Calderón AranaCatedrático (suspenso) del Instituto de Las PalmasMadridAtestiguado como masón por A. Jiménez Landi
Antonio Luís CarriónPublicista Ex DiputadoMadridLogia Fraternidad de Málaga
José CarvajalAbogado Ex MinistroMadridLogia Antorcha de Madrid
Francisco Casalduero ContesAbogado Ex DiputadoMadridLogias Caballeros del Silencio y Lealtad de Madrid
Eduardo ChaoEx Ministro de FomentoMadridAtestiguado como masón por M. Morayta
Antonio Elegido LezcanoAbogadoMadridLogia Caridad de Málaga
Eduardo García CabreraCoronel de InfanteríaMadridLogia Libertad de Granada
Manuel García PeñaMarino retirado CapitalistaMadridLogia La Razón de Sevilla
Hermenegildo Giner de los RíosCatedrático suspenso del Instituto de OsunaMadridPerteneció a una logia del Gran Oriente Español, atestiguado también como masón por A. Jiménez Landi
Bernardo Giner de los RíosJefe de Negociado de HaciendaMadridAtestiguado como masón por A. Jiménez Landi
Manuel Gómez MarínAbogado Ex Subsecretario de Ultramar Ex DiputadoMadridLogia Libertad de Madrid
Edmundo GommésComercianteMadrid ParísLogia Osiris de Madrid
Manuel de Dano y PersiEx DiputadoMadridLogia Mantuana de Madrid
José Lledó FernándezProfesor privadoMadridAtestiguado como por A. Jiménez Landi
Augusto Manzano y VillaAbogadoMadridLogia Comuneros de Castilla de Madrid
Sergio Martínez del BoschCapitán retirado y ex Maestro de CadetesMadridLogia Mantuana de Madrid
Segismundo Moret PrendergarstEx catedrático de la CentralMadridLogia El Progreso de Madrid
Francisco Pi y MargallAbogado Ex Presidente del EjecutivoMadridMiembro de una logia desconocida del Gran Oriente de España
Cándido PieltainTeniente GeneralMadridAtestiguado como masón por M. Morayta
Francisco de Paula PovedaProfesor libreMadridLogia El Porvenir de Madrid
Fernando Rodríguez PridalRegistrador de la PropiedadMadridLogia 5 de abril del 88 de Madrid
Federico RubioDoctor en medicina Ex Ministro Plenipotenciario de España en LondresMadridAtestiguado como masón por M. Morayta
Manuel Sánchez MartínMadridLogias Caballeros del Silencio y 5 de Abril de 1888 de Madrid
Enrique Pérez de Guzmán, Marqués de Santa MartaMadridLogia Luz de la mañana de Madrid
José SorníAbogado Ex MinistroMadridAtestiguado como masón por M. Morayta
Vizconde de Torres SolanotAbogadoMadridLogia Obreros de Barcelona
Manuel BecerraEx Ministro de FomentoMadridLogia Mantuana de Madrid
Anastasio García LópezMédicoMadridLogia Matritense de Madrid
Manuel Ortiz de PinedoAbogadoMadridLogia Ibérica de Madrid
Luis SimarroMédicoMadridLogia Antorcha de Madrid
Antonio Atienza MedranoAbogadoMadridLogia El Porvenir de Madrid
Juan Quirós de los RíosProfesor privado Ex Gobernador provincialMadridLogias Caridad de Antequera y Acacia de Valencia
Jaime González GarcíaMarinoPegoLogias Eco del Progreso y Firmeza de la Unión
José Manteca OniolsAbogadoMurciaLogia Vega Florida de Murcia
Antonio Tarazona BlanchAbogado PropietarioValenciaLogia Severidad de Valencia
José Villó y RuizCatedrático de UniversidadValenciaLogias Unión Valentina, Acacia y Federación Valentina de Valencia
Laureano ÁlvarezComerciante Ex DiputadoValladolidLogia la Reforma de Valladolid
José Muro LópezCatedrático de Instituto Ex MinistroValladolidLogias la Reforma de Valladolid y Matritense de Madrid
Manuel Ruiz ZorrillaAbogado Ex Presidente de las Cortes y del Consejo de MinistrosParísLogia Mantuana de Madrid
Laureano Calderón AranaEx Catedrático de la Universidad de SantiagoParísAtestiguado como masón por A. Jiménez Landi

Fuente: Base de datos del ILKM, Pedro F. Álvarez Lázaro, págs. 166-169.

Bibliografía:

Hemos utilizado, principalmente, las obras de Julián Juderías Loyot (1877-1928), La leyenda Negra. Estudios acerca del concepto de España en el extranjero (1914) (reeditada muchas veces, recientemente por la Junta de Castilla y León, 2003), Juan Sánchez Galera (Complejos históricos de los españoles, Libroslibres, octubre 2004), Rómulo D. Carbia (1855-1944), Historia de la leyenda negra hispano-americana (1943) (reeditada por la Fundación Carolina, Marcial Pons, Madrid 2004), Miguel Molina Martínez (La Leyenda Negra, Nerea, 1991, en el que incluye la interesante polémica entre Lewis Hanke y Benjamin Keen), Jean Dumont (Proceso contradictorio a la Inquisición española, Encuentro 2000, en la que desmonta en gran medida los argumentos de autores como Lea, Kamen, Pérez o Prescott), Henry Kamen (La Inquisición española, RBA 2005), Joseph Pérez (Breve Historia de la Inquisición en España, Crítica, 2003), Ricardo Levene (Las Indias no eran colonias, Austral 1060, 1973, págs. 92 y 93, 144 y 147 especialmente), César Vidal (Los masones, Planeta 2005), Armando Hurtado (Nosotros los masones, Ed. Edad, 2005), Pedro F. Álvarez Lázaro y otros (Krause, Giner y la Institución Libre de Enseñanza. Nuevos Estudios, Universidad Pontificia de Comillas, 2005).

También cabe apuntar los libros de José María Iraburu (Hechos de los Apóstoles en América, editado inicialmente en Razón Española, y accesible en http://www.members.tripod.com/~hispanidad/hechos.htm), y de Hugh Thomas (El Imperio Español, RBA 2004) y, por supuesto, la obra de D. Gustavo Bueno, a la que debemos lo que tenga de razonable el presente escrito.

Notas

{1} Como advertía, creemos que con pesar, Ismael Carvallo en su conferencia del lunes 10 de julio de 2006 (dentro de los XI Encuentros de Filosofía de Gijón).

{2} En el sentido que se le da a la expresión «continente» en la convocatoria a los XI Encuentros de Filosofía de Gijón (en http://www.fgbueno.es/act/act019.htm)

{3} Sobre la idea de «Institución» es imprescindible tener en cuenta lo dicho por Gustavo Bueno en «Ensayo de una teoría antropológica de las instituciones», publicado en El Basilisco, nº 37.

{4} Ver «Totalidades centradas/totalidades no centradas» en el Diccionario Filosófico del Proyecto de Filosofía en Español. ¿Cabe expansionismo sin centralización? ¿Y viceversa?

{5} Sobre estos asuntos son imprescindibles las obras de Jean Dumont. Ver los excelentes artículos de Atilana Guerrero y Pedro Insua sobre estas cuestiones, en http://nodulo.org/ec/2003/n015p12.htm Pedro Insua impartió dos clases magistrales sobre este asunto en los Cursos de Santo Domingo de la Calzada de 2006.

{6} El «cesaropapismo» es propio de países protestantes que, paradójicamente, presumen de separar religión y política frente a los países católicos.

{7} Ver el interesantísimo artículo de Juan Antonio Hevia Echevarría sobre «Lutero y sus mentiras», en http://nodulo.org/ec/2006/n052p15.htm.

{8} Tomado de Juan S. Galera, pág. 101.

{9} Para entender el papel de la masonería en el hundimiento del Imperio Español es muy recomendable la obra de César Vidal sobre Los Masones, de la que hemos extraído muchos datos para este escrito. Y no lo es tanto por el hecho de que muchos «libertadores» (Martín, Bolivar, Martí, Rizal) fueran masones, sino por la ideología de fondo gnóstico que transmite dicha secta, y cuya influencia recorre la moderna historia de España, hasta nuestros días. El Pensamiento Alicia de José Luis Rodríguez Zapatero, está repleto de rasgos propios de la masonería y el krausismo más idealista. Lo que es indiscutible es que la ideología predominante hoy día en coaliciones políticas como Izquierda Unidad (que gobierna en muchos pueblos «obreros» de Madrid, como el de Rivas-Vaciamadrid, en coalición con el PSOE) tiene multitud de doctrinas cercanas al humanitarismo krausista y la masonería. A los políticos actuales (como Gaspar Llamazares) que defienden que «todos los hombres son legales», por ejemplo, hay que recriminarles no tanto por su improbable pertenencia a la masonería, sino por lo absurdo de sus principios, que conllevan actuaciones políticas tremendamente imprudentes, rayando con la imbecilidad en algunos casos. La masonería de hoy día, por tanto, no sería criticable tanto por su secretismo sectario (de hecho parece que su influencia social hoy día es muy limitada), sino por su impúdica oscuridad y confusión. Lo vergonzoso es que aún queden políticos que se crean de izquierdas y que sostengan doctrinas completamente ridículas. Por cierto, uno de los abuelos del presidente Zapatero (el único que menciona y admira, al parecer) fue militar y masón (Vidal, pág. 288). Y el masón José Marchesi (uno de los padres de la LOGSE –¿familiar de Álvaro Marchesi?–) propugnaba el que la masonería se implicara en la participación política para la creación de leyes de todo tipo, como las educativas de la II República (Vidal, 252). No parece casual, por ejemplo, que el Director General de Enseñanza, Rodolfo LLopis, fuera masón. También es curioso (aunque en este caso probable casualidad) que el nuevo escudo de la localidad de Rivas-Vaciamadrid (Madrid) tenga claras resonancias masónicas. Consiste en un diagrama en el que dentro de un triángulo aparece un sol (formado por triángulos –rayos– alineados circularmente).

{10} Ver al respecto el interesante artículo de Fernando Álvarez Valbuena (El catoblepas, 54:17, en http://nodulo.org/ec/2006/n054p17.htm

{11} Ver la obra de Pedro F. Álvarez (y otros) sobre Krause, Giner y la I.L.E., especialmente las págs. 158-166 donde se nos habla de los masones sevillanos (como el abuelo del también masón Antonio Machado) y en Cádiz, herederos de las corrientes que iniciaron Napoleón y su hermano en España. La cuestión es que aún asumiendo la necesidad de algunos principios revolucionarios para conseguir la caída del Antiguo Régimen, sin embargo era mucha la paja irracionalista que iba mezclada con el grano «holizador», de tal manera que en nuestros días los partidos de izquierdas (sobre todo a partir del hundimiento de la URSS) son presas fáciles de las doctrinas más extravagantes, siempre cercanas a la masonería. Tal grado de irracionalismo, como decimos, podía ser entendido a principios del siglo XIX, pero hoy día es inadmisible. Y sin embargo el Pensamiento Alicia, muy emparentado con estas tendencias, está en todo su esplendor.Como hemos sugerido, aunque dejemos en suspenso la influencia directa de la masonería en la vida política a través de sus propios miembros (sinalógicamente), lo que está claro es que dicha doctrina tiene multitud de conexiones doctrinales (isológicas) en diversas generaciones de izquierdas, que acabaron siendo poco racionales (por sus tendencias gnósticas) y universalistas (por su particularismo, y por la ingenua creencia en un universalismo con plataforma en una inexistente Humanidad unitaria). La tendencia de algunos partidos de izquierdas (como el PSOE o IU) a la indefinición política, la claudicación de sus exigencias racionales y universalistas, conlleva una creciente ecualización con la derecha.

{12} Algo similar harán los militantes de ERC al hablar de El Escorial, tal como recogimos en El Catoblepas, nº 35, pág. 1.

{13} En el ilustrativo Prólogo a la obra de Fernando Garrido, La República Democrática Federal Universal, disponible en edición digital del Proyecto Filosofía en español, puede verse lo peculiar de su ideología. Ver también Vidal, capítulo XVI, pág. 218 y sgts. De Castelar no está demostrado que perteneciera a la masonería, aunque su ideología «panfilista» es muy cercana a la de ésta.

{14} Ver lo expresado con justeza por Íñigo Ongay en su artículo en El Catoblepas 54:11 «Análisis materialista de la ideología de los movimientos indigenistas en Hispanoamérica». En la misma línea se mueve Ismael Carvallo, en su artículo de la pág. 4 del mismo número, «Antropologismo político e historicismo político», cuando denuncia el «Antropologismo político» que pretende negar la dialéctica histórica, particularmente en Mexico. Podríamos decir que el papel que juega el monroísmo y el indigenismo en iberoamérica (confundiendo al personal con ideologías democraticistas y pánfilas) lo desarrolla en España (contra España) el «europeísmo progresista» y el «nacionalismo fraccionario». Las corrientes indigenistas, y algunas nacionalistas, suelen asumir tesis racistas para configurar sus proyectos, atribuyendo a la etnia las virtudes necesarias para su desarrollo. Pero son las normas e instituciones las que canalizan los proyectos políticos asumidos por el poder político en una determinada dirección, sin que la raza tenga apenas peso en su posible éxito.

{15} En la obra de Borrow aparece el siguiente relato, que es muy ilustrativo sobre la «libertad» que apreciaban algunos gobernantes españoles (como Istúriz) en otros países:

«Pocos días después, en efecto, tuve una entrevista con Istúriz en su despacho de Palacio; para ser breve, sólo diré que le hallé muy bien dispuesto en favor de mis planes. «He vivido mucho tiempo en Inglaterra –dijo–; la Biblia es allí libre y no veo razón para que no lo sea en España. No quiero aventurarme a decir que Inglaterra debe su prosperidad al conocimiento que, más o menos, todos sus hijos tienen de la Sagrada Escritura; pero estoy cierto de una cosa, y es que la Biblia no ha causado daño en aquel país ni creo que pueda producirlo en España. No deje usted, pues, de imprimirla y difúndala por España todo lo posible.» Me retiré muy satisfecho de la entrevista; si no un permiso escrito de imprimir el libro sagrado, había obtenido algo que, en cualesquiera circunstancias, consideraba yo casi equivalente: el tácito convenio de que mis empeños bíblicos serían tolerados en España; abrigaba la firme esperanza de que, cualquiera que fuese la suerte del Ministerio, ningún otro, y menos uno liberal, se atrevería a ponerme obstáculos, sobre todo porque el embajador inglés era amigo mío y conocía todos los pasos dados por mí en el asunto.

Dos o tres cosas relacionadas con mi entrevista con Istúriz me impresionaron como muy dignas de nota. Primero, la extremada facilidad con que obtuve audiencia del primer ministro de España. El portero me hizo pasar de buenas a primeras sin necesidad de anunciarme y sin hacerme esperar. Segundo, la soledad reinante en aquel lugar, tan distinta del bullicio, ruido y actividad observados por mí mientras aguardaba a ser recibido por Mendizábal. Ya no había allí afanosos pretendientes en espera de una entrevista con el grande hombre; Si se exceptúa a Istúriz y al empleado, a nadie vi. Pero lo que me produjo impresión más profunda fue la actitud del ministro, quien, cuando yo entré, estaba sentado en un sofá con los brazos cruzados y los ojos clavados en el suelo. Era extremada la depresión del tono de su voz, melancólico el aire de sus morenas facciones, y, en general, tenía todo el aspecto de una persona que, para librarse de las miserias. de esta vida, medita el acto de suma desesperanza: el suicidio.

Pocos días bastaron para demostrar que, en efecto, a Istúriz le sobraban motivos para entristecerse: menos de una semana después estalló la llamada revolución de La Granja» (Borrow, La Biblia en España, Alianza 1970, pág. 178)

Si Istúriz supiera las masacres que los ingleses cometieron con los católicos, y especialmente con los irlandeses (Juderías 388 y418–424), muy probablemente hubiera matizado sus afirmaciones sobre «la libertad de pensamiento» en Inglaterra (frente a España).

{16} Idea que recoge, poéticamente, Manuel Machado frente a su hermano Antonio que pretende que «se hace camino al andar».

{17} Ver César Vidal, Los masones, págs. 224 y ss.

{18} En este sentido son muy interesantes los apéndices 11 y 12 de las obras de César Vidal sobre Los Masones (págs. 361 y ss.), y de Pedro F. Álvarez Lázaro (y otros) sobre Krause, Giner y la Institución Libre de Enseñanza (cuadro de la pág. 166, que hemos reproducido en estas páginas).

{19} Puede verse un resumen de tal asunto en el artículo de César Vidal «¿Fue de inspiración masónica la constitución de la segunda república?», publicado en la Revista de Libertad Digital.

{20} Ver nuestro artículo sobre «La Antiespaña y las Izquierdas Satisfechas, con el Quijote al fondo», El Catoblepas 35:1. En los masones del bando nacional (como Queipo de Llano) parece claro que no habían calado lo suficiente las doctrinas humanistas disolventes de toda plataforma política idiográfica, histórica. Este confusionismo se produce cuando los principios éticos (como los expuestos en la Declaración de los Derechos Humanos) son tomados de manera absoluta frente a los de la moral o la política. Franco no se dejó embaucar por tales proclamas. Lo mismo se puede decir de Stalin o Mao, que nunca renegaron de la plataforma histórica heredada para construir sus proyectos políticos.

{21} A la hora de interpretar y juzgar la labor del imperio español y su «ortograma» fundamental caben distintas perspectivas ideológicas, que pueden sintetizarse en tres: I) el Etnocentrismo, que niega la posibilidad de considerar que los «hombres» de otras regiones conquistables sean personas, o que puedan llegar a serlo a través de las medidas integradoras pertinentes; II) el pluralismo armonista del Multiculturalismo, que presupone que cualquier hombre es persona desde un principio, o que puede llegar a ser persona a través de mecanismos cercanos al «diálogo» intercultural, sin violencias, por arte de magia (como pretende el Pensamiento Alicia), porque «en el fondo» todos los hombres son iguales; III) El pluralismo dialéctico, que aunque reconoce que no todos los «hombres» son «personas», sin embargo asume que para que se produzca tal transformación hay que llevar a cabo procesos pedagógicos y políticos que pueden pedir la implantación de métodos coactivos, violentos, direccionales (en contra de una pedagogía «no dirigista», o de una política que apele a la absurda «Alianza de Civilizaciones»). Ver, al respecto, los artículos de Gustavo Bueno «Etnocentrismo cultural, relativismo cultural y pluralismo cultural», en El Catoblepas, nº 2, pág. 3, y «Pensamiento Alicia (sobre la Alianza de Civilizaciones)», en El Catoblepas, nº 45, pág. 2.

{22} Ver la distinción entre fines, planes y programas de un proyecto en el artículo de Gustavo Bueno «Principios de una teoría filosófico política materialista» (en http://filosofia.org/mon/cub/dt001.htm), así como el revelador artículo «Psicoanalistas y epicúreos…», publicado en El Basilisco, nº 13, primera época). Se pueden distinguir tres tipos de «objetivos intencionales»: fines, planes y programas. Los fines son los objetivos en su relación con el sujeto proléptico que los propone. Así puede ser un fin el «aprobar las oposiciones para inspector fiscal» (finalidad no atribuible a todos los hombres). Un político plantearse el fin de «conseguir que la mayoría de los españoles, incluidos los de la propia familia, coman todos los días…». Hay fines asignables a más o menos hombres (en el límite a todos y a uno), pero que siempre parten de materiales heredados, más o menos conformados normativa e institucionalmente. Los planes son los objetivos en relación con los sujetos a quienes afecta su desarrollo y realización. Un padre de familia tiene el plan de tener hijos y luego sacarlos adelante con la cooperación de su mujer y familiares, con las retribuciones del jefe para el que trabaja (según normas e instituciones muy variadas)… También los gobernantes romanos, como sujetos agentes y a través de las instituciones de su estado, se proponían regir a todos los pueblos, como sujetos pasivos en principio). Y los reyes españoles siguieron el ortograma de «recubrir al Islam» y, posteriormente, de extender su poderío a todos los pueblos para hacerlos «cristianos» (equivalente a «personas» en el siglo XVI). Los programas son los objetivos considerados en relación con los contenidos propuestos. Por ejemplo el programa específico de conseguir que hablen español, inglés o esperanto, bien sean los habitantes de América del Sur (con plan particular, que afecta sólo a una parte de los hombres), bien sea la totalidad de los hombres (con plan universal). Pero también caben, en principio, programas genéricos, como los de «conseguir que los individuos se salven» (o que se conviertan en personas).

No parece casual, como nos sugiere Gustavo Bueno, que, tras los fracasos de ciertos proyectos políticos, con planes universales y programa general, muchos individuos (sobre todo de «izquierdas indefinidas») acabe ingresando las filas de sectas ocultistas variopintas, buscando la formalidad absurda de «buscarse a sí mismo» tras haber roto, insensatamente, con las «ataduras» moldeadoras de la personalidad heredadas históricamente. Aunque tal «rotura» nunca es total, y siempre parte de arquetipos y normas establecidas.

{23} Quienes buscan la felicidad caen en un error similar, pues ésta es sólo propia de dioses o de imbéciles, como nos decía Aristóteles, y nos ha explicado Gustavo Bueno en El mito de la Felicidad.

{24} Instituciones como el «matrimonio monogámico» (formada por un hombre y una mujer), que no es un simple invento de los «reaccionarios de siempre» (sobre todo si son españoles o franquistas), tal como parecen interpretar algunos consejeros adelantados de Zapatero, como el Sr. Zerolo.

{25} En España mantienen principios similares sobre todo personas que se suelen identificar políticamente con IU, el PSOE o partidos «revolucionarios». En el PP suele ser más extraño encontrar personajes de este tipo, quizá por que sus creencias «católicas» (aunque irracionales en muchos aspectos dogmáticos), que les preserva de tales derivas iluministas por las raíces filosóficas de la religión católica. Aunque cada vez son más los personajes que se declaran católicos, pero que, en realidad, son «poco católicos», incluso en términos religiosos, y se dejan embaucar por doctrinas de corte protestante o, incluso, por el Islam.

 

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