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El Catoblepas, número 100, junio 2010
  El Catoblepasnúmero 100 • junio 2010 • página 10
Artículos

Política y creencias

Sigfrido Samet Letichevsky

Para el número centenario, he procurado reunir en este artículo lo que me parece fundamental de mis cincuenta colaboraciones anteriores

Política y creencias

«Ser responsable en política no es responder a lo que la gente quiere, sino a lo que se necesita hacer a corto, a medio y a largo plazo.» Juan José Linz

La Política, además de su importancia específica, sirve también para clarificar la relación de las creencias con la realidad. Para terminar comento brevemente un libro reciente que en mi opinión es realmente importante, y enuncio las tesis que he defendido.

Precisar los conceptos

Frecuentemente se sobreentiende que una ideología tiene que ser «de izquierda» o «de derecha». Pero E. H. Carr (ref. 1) nos dice que «la izquierda ha perdido la esencia de su doctrina y sigue repitiendo fórmulas que ya han perdido su credibilidad».

Por su parte, Alvin Toffler (ref. 2) considera obsoletas ambas denominaciones, y lo atribuye al «nuevo sistema de creación de riqueza».

En cambio Koestler (ref. 3) escribió en 1956: «Socialismo y Capitalismo», «Izquierda y Derecha» están perdiendo su significado, y que mientras Europa «permanezca presa de estas falsas alternativas, que obstruyen un pensamiento claro, no podrá encontrar una solución constructiva a sus problemas. (…) En pocas palabras, el término «izquierda» se ha convertido en un fetiche verbal que desvía la atención de los temas verdaderamente importantes».

Por una parte parece considerar «Socialismo/Capitalismo» e «Izquierda/Derecha» como categorías análogas. Por otra parte, podrían ser «falsas alternativas» aunque no hubieran perdido significado.

Zeev Sternhell (ref. 4) puntualiza que el 9 de Junio de 1919, cuando los cuadros fascistas se reunieron en la Porta Romana de Milán, «en este momento se consideraba que los Fasci milaneses, pertenecen a la izquierda, de ahí que hombres como De Ambris, Panunzio y Mussolini se sientan próximos a ellos».

Ortega (ref. 5) es tajante y lacónico: «Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil; ambas, en efecto, son formas de la hemiplejia moral».

Y para von Mises (ref. 6) «Es importante comprender que el fascismo y el nazismo fueron dictaduras socialistas».

Finalmente, Paxton (ref. 7) dice que «Resulta difícil emplazar al fascismo en el mapa político izquierda-derecha».

Los autores no definen los términos «izquierda» y «derecha». Generalmente en el diálogo se sobreentiende el significado de las palabras y el contexto ayuda a precisarlo.

Pero, como se ve en las citas anteriores, el significado de estas es tan impreciso que resulta difícil utilizarlas, salvo como insulto. En estos días, los terroristas de ETA, al quedar excluidos de las elecciones de la Comunidad Vasca, organizaron manifestaciones con carteles en que llamaban «fascistas» a los partidos constitucionalistas. Como veremos más adelante, es muy frecuente que los verdaderos fascistas llamen así a los que se les oponen.

Kolakowsky (ref. 8) dice: «Fascista» es alguien con quien no estoy de acuerdo, pero no me veo capaz de polemizar por culpa de mi ignorancia, de modo que le asesto un puntapié».

A raíz del abuso delirante de esta palabra durante la II República, Ossorio y Gallardo (ref. 9) dijo: «El «Frente Popular» fue creado para combatir el fascismo, pero por el camino que llevan las cosas en España, el único fascismo va a ser el del Frente Popular».

Según Payne (ref. 10): «El antifascismo era muy fuerte en la izquierda desde 1932, pero fue precisamente esta última la que registraba, como comentaba irónicamente Ledesma {Ramiro Ledesma Ramos, el introductor del fascismo en España}, la única actividad verdaderamente «fascista» en España por lo que se refiere a la acción directa y a la violencia».

José Calvo Sotelo, el Jefe de la derecha española, cuyo asesinato (13-7-1936) señaló el inicio del alzamiento militar (no de la guerra civil, que fue iniciada por el PSOE en 1934) leyó, el 30 de Septiembre de 1935 ante la Academia Nacional de Jurisprudencia y Legislación, un trabajo titulado «El capitalismo contemporáneo y su evolución». (Ed. Cultura Española, Valladolid 1938). Como comentó Ignacio Sotelo (ref. 12): «Las consideraciones críticas sobre el marxismo que aporta Calvo Sotelo, recopilando las opiniones de la derecha europea de entonces, parecen hoy obvias hasta para la izquierda más recalcitrante, a la vez que la propuesta que hace de un capitalismo controlado por el Estado supera por la izquierda ampliamente las posiciones actuales de socialistas y sindicalistas».

Tal vez se pueda creer que estas «inversiones de roles» –que los antifascistas son más fascistas que los fascistas, que los izquierdistas están a la derecha de los derechistas– es cosa del pasado. Sin embargo, eso sigue sucediendo tal cual. En ref. 13a nos enteramos con detalles cómo «Medio millar de jóvenes que participaban en un acto antifascista sembraron ayer el caos en Barcelona». En ref. 13b «11 personas detenidas tras una manifestación antifascista». Cosas similares relata Hermann Tertsch en su columna «Antifascistas» (ref. 13c).

Pero si los jóvenes tienden a ser violentos (sobre todo los «izquierdistas»), no menos grave es la actitud de algunos adultos que, además, son juristas. En ref. 13d leemos que la Asociación Catalana de Juristas Democráticos (ACJD) expresó ayer «sorpresa e inquietud ante la radicalidad con que se trata a determinados grupos y la tolerancia, rayana en la confabulación, con los skin-head, fascistas y grupos similares». Estos juristas parecen olvidar que la policía no actuó contra la expresión de creencias (por parte de los seguidores de Saenz de Ynestrillas, por desagradables que estas sean) sino contra hechos violentos (protagonizados por los «antifascistas»).

En los lenguajes naturales todas las palabras son ambiguas (por eso los científicos tuvieron que crear los lenguajes artificiales) y es el contexto lo que les otorga alguna precisión. No podemos cuestionar el significado de todas, porque las palabras se explican con otras palabras, lo que nos haría caer en una regresión infinita. Pero cuando nos encontramos con palabras tan vacías de significado (derecha/izquierda, fascista /antifascista, progresista/reaccionario) si pretendemos usarlas, deberíamos primero definirlas. Sin embargo, hay al menos dos dificultades para hacerlo. Tomemos como ejemplo la palabra «socialista», y supongamos que llegamos a ponernos de acuerdo en que: 1) «Socialista» es quien desea (¿o quien lucha por?) una sociedad socialista. 2) «Sociedad socialista» es aquella en la que no existe propiedad privada de los medios de producción. 3) Los socialistas quieren la sociedad socialista porque es más «justa». Al no haber patronos que se apropien de la mayor parte de los beneficios, los trabajadores recibirán más por igual trabajo: su nivel de vida mejoraría notablemente.

De la sociedad capitalista, tenemos una experiencia de siglos. Sabemos que tiene muchos defectos, pero que, aún así, no sólo lleva funcionando desde hace mucho tiempo en casi todo el mundo, sino también que, desde la Revolución Industrial hasta hoy permitió que la población se multiplicara por 50. Y que los trabajadores vivieran en los países industriales con una calidad de vida que habrían envidiado los antiguos emperadores.

Del socialismo sólo sabemos que en los países que llegó a gobernar prometiendo el paraíso en la tierra, trajo en realidad el infierno. El único país socialista que aún dura es Cuba, subvencionada primero por la URSS y ahora por Venezuela. Aún así, la gente vive en la miseria. China tiene, ciertamente, una economía propia y pujante. Pero de socialismo, sólo el nombre (sin embargo, seguir su evolución en los próximos años, va a ser muy interesante).

Es claro que del fracaso de la URSS podemos culpar a Stalin, y de Camboya a Pol Pot. Esos no eran «verdaderos» socialismos. (También se podría decir que al actual no es el «verdadero» capitalismo). ¿Es posible un «verdadero» socialismo? En lo económico y en derechos políticos, ya se ha superado, dentro del capitalismo, lo que Marx entendía por «socialismo». Hay motivos para pensar que la «sociedad socialista» no es alcanzable por vía política. (Lo demostraron Böhm-Bawerk, Hayek y von Mises, pero no es nuestro tema en este momento). El problema consiste en que si el socialismo no fuera posible por vía política, el «socialista» lo sería por sus deseos, (como uno podría ser partidario de volar agitando los brazos) pero no por sus realizaciones. Kolakowsky (ref. 8) nos recuerda que se trata de un asunto bien conocido: «Así pues, hemos vuelto a la clásica distinción de Max Weber entre la ética de las intenciones y la ética de la responsabilidad. Las buenas intenciones de un político no cuentan entre sus logros; en un político valoramos la capacidad de prever las consecuencias previsibles de sus actos, y, en la práctica, solemos pasarle factura también por las consecuencias imprevisibles». (Por eso un político no debe introducir de una vez cambios irreversibles. Debe probar de a poco; y si las consecuencias son indeseables, puede retroceder. Al revés de lo que dijo Stalin, en política, para no equivocarse, no hay que ser revolucionario, sino reformista).

En los fenómenos complejos, como son los sociales, , los cambios de alguna magnitud tienen siempre consecuencias imprevisibles. Tal vez por eso, San Bernardo de Clarval dijo: «El camino del Infierno está empedrado de buenas intenciones».

Vemos entonces que Koestler tenía razón al decir que «socialismo» y «capitalismo» son falsas alternativas, sobre todo porque no son opciones: el capitalismo existe. El «socialismo» ha fracasado en la práctica, pero incluso en el plano teórico se demuestra imposible por vía política.

Para los ignorantes, el análisis político es muy fácil. Todo consiste en clasificar un discurso, decir si es de «derecha» o de «izquierda». Si uno es de izquierda, simplemente rechazará al discurso clasificado como de derecha y aprobará el de izquierda.

Pero hay una razón adicional, que incluso nos puede ahorrar el enredarnos en definiciones. Hasta ahora estamos razonando (nosotros y los autores citados) como si izquierda/derecha y socialismo/capitalismo, fueran categorías políticas. Si, como hemos dicho, el socialismo es imposible, esa imposibilidad lo excluye de la política. Por otra parte, izquierda/derecha no son opuestas, dado que son asimétricas. La izquierda se basa en una ideología (más o menos marxista). La derecha no tiene ideología, es pragmática. En cierto modo se puede decir que la derecha es «conservadora». Pero como, en beneficio de las empresas, fomenta y utiliza toda innovación técnica o científica, es «revolucionaria» de hecho. Crick y Watson, Bill Gates y Craig Venter (y muchos otros) han hecho más por la transformación de la sociedad, que todos los izquierdistas del mundo juntos.

El fin de la política no es «transformar el mundo», sino negociar los intereses de individuos y grupos, para que la sociedad funcione y se minimicen los roces o las colisiones. Siendo así, «derecha» e «izquierda» no son categorías políticas. No es, a mi juicio, que «no existan» o que hayan «perdido significado». Existen en la metapolítica y tal vez en la moral. Cuando Owen pagó buenos salarios (ganando igual mucho dinero), ese hecho tuvo carácter moral. Pudo hacerlo porque era una época de ascenso económico. Y tal vez podríamos decir que sus colegas que no lo imitaban, eran de derechas con respecto a él. Henry Ford pagaba también muy buenos salarios, además de bajar tanto los costos (con la invención de la «cadena de ensamblaje»), que estaba seguro de que sus propios trabajadores serían compradores del Ford T (lo cual fue un hecho revolucionario pues la movilidad que ganaron fue muy útil para su ocio y también para no limitar sus opciones de trabajo por razones geográficas). Ford no era idealista ni socialista utópico (no hay otro socialismo). No tuvo «intención» de hacer el bien, pero lo hizo en gran escala, al igual que muchos otros, como mencionamos en el párrafo anterior.

Muchos políticos tienen buenas intenciones (lo que, como vemos, no es suficiente para obtener buenos resultados).Y es probable que haya otros que mienten a sabiendas, pues sólo buscan votos para tener el poder, para lo cual no vacilan en prometer toda clase de beneficios presentes y futuros.

Las recientes elecciones en Israel dejaron la decisión en manos de Avigdor Lieberman. El diario ABC (ref. 14) dice en pág. 8: «Avigdor Lieberman, el dirigente del partido ultraderechista Israel Beitenu». Pero en pág. 29, la columna de Rafael Bardají, llama a Lieberman «ultrarradical». El mismo día, El Mundo lo llama «ultranacionalista» y «derechista». En la misma página publica un reportaje a Shlomo Ben Ami, quien dice: «Definiría a Lieberman como una especie de izquierda xenófoba postpaz».

La política, guiada por una ideología a priori, conduce al fracaso, porque la realidad es imprevisible y hay que encararla con elasticidad. La política manejada para adquirir o conservar el poder (populismo) conduce al fracaso porque implica necesariamente despilfarro de bienes y sacrifica el futuro. Cuando a Disraeli le preguntaron si era radical o conservador, respondió: «Soy conservador con lo bueno y radical con lo malo.»

Ideología

La ideología es un sistema de creencias; cuando es rígido o está muy estructurado, se la llama sistema de prejuicios. Políticos, filósofos, ensayistas, son los que habitualmente crean ideologías. Cierto número de personas, seducida por lecturas de estos intelectuales, adoptan la ideología de alguno de ellos. Hitler era un orador explosivo y tenía muchos seguidores, sobre todo después del «putsch» de 1923 junto al general Ludendorff (cuyo «socialismo de guerra» inspiró también a Lenin). Pasó varios meses en la cárcel, y los aprovechó para escribir Mein Kampf. Pero el triunfo del nazismo comenzó cuando logró entrar en la Universidad. Heidegger fue uno de los más destacados filósofos del Siglo XX, y Carl Schmitt uno de los más destacados juristas: ambos nazis.

Las personas corrientes no llegan a asimilar teorías completas; sólo algunos puntos específicos. Algunos tienen prejuicios antisemitas, anti-negros, &c. Otros están convencidos de que hay pobres porque hay ricos. O que los africanos viven en la miseria porque los blancos los explotan (o explotaron). O que algunos países (como EE. UU. es «imperialista», porque explota a todo el mundo.

Hannah Arendt (ref. 17) escribió: «Lo que convence a las masas no son los hechos, ni siquiera los hechos inventados, sino la consistencia del sistema del que son presumiblemente parte (…)».

«Lo que las masas se niegan a reconocer es el carácter fortuito que penetra la realidad».

Hacia 1986, la perestroika de Gorbachov era una novedad que intrigaba a muchas personas. En el Instituto Cultural Hispano-Soviético, se realizó un acto en el cual dos intelectuales españoles y el agregado cultural soviético, intentaron explicarla. Al final, se invitó al público a hacer preguntas. Se produjo un espeso silencio, hasta que un joven alzó la mano, y preguntó compungido: «¿Y el marxismo?».

No le importaba lo que sucedía en la realidad de la URSS, sino en que quedaba la ideología. Y creo que expresaba la desazón de la mayoría de los presentes.

Que el socialismo haya fracasado en todos los lugares en los que se implantó (salvo en China, en su sector capitalista) no tiene mayor importancia. Se deberá a la crueldad de Stalin o a la ineficacia de Gorbachov; los próximos intentos seguramente tendrán éxito. Lo mismo sucede con el nazismo, por eso hay «neonazis». Por otra parte, nazismo y comunismo derivan de los milenarismos, que datan al menos de los Apocalipsis, y su versión moderna comienza en el siglo XII con Joaquín de Fiore, y tomó el poder en el siglo XVI con los anabaptistas de Münster (que fue el primer fracaso evidente). Todos los milenarismos se caracterizan por centrarse en la distribución, a costa de la producción (imposible de organizar eficientemente sin mercado, sin formación de precios, que son los índices que guían la asignación eficiente de recursos).

Incluso en las ciencias, aunque los hechos sean verificables en la realidad (con la dificultad inherente a fenómenos muy rápidos o muy lentos), no son aceptados hasta que lleguen a formar parte de una teoría, de la cual los casos particulares sean instancias consistentes con ella. Dos ejemplos: En 1847, Semmelweiss (ref. 18) obligó a los médicos a lavarse las manos con una solución de cloruro de calcio antes de tocar a los pacientes. La frecuencia de la fiebre puerperal descendió drásticamente. «Cuando Hungría se rebeló contra Austria en 1849, los médicos austriacos se valieron del origen magiar de Semmelweiss para forzarle a abandonar su puesto. La práctica de lavarse las manos se abolió, y la incidencia de la fiebre puerperal volvió a aumentar». Diez y siete años después, Lister estableció la costumbre de utilizar soluciones de fenol para lavarse las manos y el instrumental, con lo que la tasa de mortalidad postoperatoria cayó de golpe. Semmelweiss había tratado de introducir esas prácticas con anterioridad, pero sin la justificación de la teoría de Pasteur {de los gérmenes patógenos}, por lo que los médicos se negaron a escucharle».

En 1912, Alfred Wegener propuso la teoría de la «deriva continental». Se basó en los perfiles coincidentes de los continentes y también en observaciones geológicas y biológicas en las costas concordantes. La teoría fue recibida con enorme escepticismo.

Recién en la década de 1960 se desarrolló la teoría de la «tectónica de placas», en virtud de la cual era totalmente verosímil la idea de que los continentes se desplazaban horizontalmente por la superficie terrestre, «algo que durante décadas había sido rechazado o ridiculizado».

Por eso Asimov (ref. 18), comentando que Darwin creía que las pruebas de su teoría eran tan abrumadoras que dejarían fuera de lugar toda discusión, dice: «Con lo cual demostró su ingenuidad, pues no contaba con la persistencia con que los seres humanos pueden dar la espalda a los hechos para arrojarse en los brazos de la superstición».

Siempre se ve la realidad a través de teorías previas. Como dice Gellner (ref. 20): «Los conceptos preceden y no siguen al reconocimiento». (Lo mismo dice Hayek en «La contrarrevolución de la ciencia»: «Percibir es asignar a una categoría (o categorías) conocida; no podríamos percibir nada completamente diferente a cualquier cosa que hubiéramos percibido antes»). Esta idea tiene, por supuesto, fuerte influencia platónica. O quizá su observación pragmática sugirió a Platón su «teoría de las ideas».

Gellner tiene razón cuando dice: «Actualmente las sociedades industriales desarrolladas se presentan de dos modos, liberal e ideocrático». Estas son las alternativas y las demás (socialista, comunista, fascista, nazi, &c.) son variaciones de la ideocracia socialista. La «ideocracia» encorseta a las sociedades y dificulta su desarrollo (hasta llegar a hacerlas implotar, como sucedió con la URSS). El modo liberal es pragmático, y en manos de políticos hábiles y honestos, que cumplan la indicación de Linz que encabeza este artículo, puede resultar muy fructífero.

Como el modo liberal está muy ligado a la democracia, permítaseme otra hipótesis:

La tendencia espontánea del hombre (yo diría «termodinámicamente favorecida» es el fascismo (o el comunismo, que también es un fascismo).

Por el contrario, actuar como ser social, como demócrata, implica fuertes controles culturales y morales, que pueden romperse en las épocas de crisis política y económica.

Etzioni (ref. 21) dice algo que parece apuntar a lo anterior: «Buscar los medios más eficientes para avanzar en los propios objetivos, es decir, actuar racionalmente, conlleva esfuerzo. (…) Igualmente, actuar impulsivamente, siguiendo los propios prejuicios, necesidades o hábitos, descuidando la información, y sin análisis o deliberación, requiere poco esfuerzo».

Cada niño que nace experimenta la euforia de percibir día a día el aumento de su fuerza física y de su capacidad intelectual. Hasta que, en la adolescencia, en la cumbre de sus capacidades, pero falto de experiencia de vida, agudiza los conflictos con su padre –que es quien le pone límites– y después los proyecta en la sociedad. Tiene la sensación de que el mundo funciona mal, y que deberá reiniciarse con el y sus colegas desde cero. Tardará en aprender que, no sólo no es posible destruir el pasado, la tradición, sino que es absolutamente indeseable, pues toda mejora se apoyará en ellos. Hablar es una de las más frecuentes maneras de crear, la más democrática. Usamos el lenguaje creado por todos, pero a la vez cada hablante está creando al variar con cada palabra el peso relativo de su polisemia y al introducir nuevos pliegues semánticos (por elipsis, metáfora, metonimia, &c.) que hace de cada hablante de la misma lengua un enriquecedor del idioma.

Fernández Armesto (ref. 22) escribió: «Alguien dijo una vez que la mayoría de los libros tratan de otros libros…». Y Clyde Stephen Lewis (ref. 23) escribió:

«Sentimos la tentación de decir que la creatividad típica del autor medieval casi consistía en retocar cosas que ya existían, como Chaucer retocó a Bocaccio y Malory narraciones francesas en prosa que, a su vez, habían retocado narraciones en verso anteriores, como Lazamon rehizo la obra de Wace, que rehizo la de Geoffrey, quien, a su vez, rehizo nadie sabe qué. No podemos por menos de preguntarnos cómo podían ser aquellos hombres tan originales, que no había predecesor que utilizasen al que no infundiesen nueva vida, y tan poco originales, que raras veces hiciesen algo absolutamente nuevo…».
«Consecuencia de ello es el hecho de que, al estudiar la literatura medieval, en muchos casos debamos abandonar la unidad obra-autor, fundamental para la crítica moderna. (…) se deben considerar algunos libros, más que nada como esas catedrales en las que se combina el trabajo de muchas épocas diferentes y produce un efecto total verdaderamente admirable, pero nunca previsto ni pretendido por ninguno de sus sucesivos constructores. Muchas generaciones, cada una con su mentalidad y estilo propios, han contribuido a la elaboración de la historia de Arturo. Constituye un error considerar a Malory como un autor en nuestro sentido moderno y colocar todas las obras anteriores en la categoría de «fuentes»…».
«Este tipo de trabajo habría resultado imposible a hombres que hubieran tenido una concepción de la propiedad literaria mínimamente parecida a la nuestra…».
«…La originalidad que nosotros consideramos señal de riqueza a ellos les habría parecido confesión de pobreza».

En el medioevo, los pueblos y las ciudades tenían poca población y comunicación. La «propiedad literaria» no tendría ningún sentido para ellos, ninguna utilidad. Además no se había afirmado aún el concepto de «ficción» y se suponía que los relatos se referían a hechos «verdaderos». También en la actualidad los escritores se influyen mutuamente en los temas y en el estilo, pero como ahora hay muchos más escritores que en la Edad Media y mucha más comunicación, la influencia es más sutil. Hace varias décadas, una publicación de una empresa norteamericana, decía que copiar de una patente es plagio, pero copiar de diez patentes es investigación. Y recordemos que Borges daba más importancia a lo que leía que a lo que escribía.

Lo mismo sucede con la filosofía. Cada filósofo asimila partes y aspectos de los anteriores y refuta otras partes y aspectos; la evolución de la filosofía es una continua reelaboración.

También la ciencia y la tecnología progresan sobre la base de las realizaciones anteriores, que en parte asimilan y en parte refutan. El conocimiento no es como una montaña que crece continuamente por agregación de nuevos materiales. Los tipos móviles de arcilla los inventó en China Pi Sherp en el año 1040 (ref. 24). «Algo más tarde se empezaron a usar los tipos móviles de madera (…). Finalmente se desarrollaron los tipos móviles de metal fundido, habiéndose hallado en Corea ejemplares de fundición del 1430. Los libros impresos con estos tipos datan de 1409». Cuando Mergenthaler inventó la linotipo (1884), hizo un extraordinario aporte a la industria gráfica por la rapidez en la composición. Cien años después, la composición electrónica ahorra aún más tiempo, no compromete la salud de nadie (los linotipistas morían jóvenes debido a los vapores de plomo fundido), es barata, no requiere la inversión de capital que significa una linotipo, y además puede enviarse instantáneamente a cualquier lugar del mundo. (Sin dejar de mencionar que el ordenador es tan barato que casi todas las familias tienen uno, con el cual pueden expresar sus opiniones a periódicos, hojas web, blogs, &c. Esta participación cada vez más masiva, esta revolucionando ante nuestros ojos la política y muchas otras cosas).

Probablemente se atribuyó a Gutenberg la invención de los tipos móviles porque lo aplicó a un mercado ya ávido de material de lectura barato, por lo cual tuvo gran trascendencia.

En el siglo V se percibió la conexión entre la malaria y los mosquitos. En Perú se usaba la quina contra la malaria (paludismo) antes del descubrimiento de América, pero Europa tardó mucho en reconocer su eficacia. Y recién en 1820 Charles Louis Alphonse Laveran, descubrió la presencia del plasmodio en las células de los infectados.

Ibn-al-Nafis (1210-1288) criticó a Galeno, mostrando que el Septum no tiene poros, de modo que la sangre no puede pasar de uno a otro ventrículo, sino que debe circular a través de los pulmones. Fue el antecedente de Harvey, quien no pudo comprobar la circulación completa, pero la supuso impulsado por la ideología de la época: «Así pues –ref. 25– la teoría de la circulación de la sangre y la doctrina de la supremacía del corazón en el cuerpo humano constituían aplicaciones particulares de la nueva concepción del siglo dieciséis de que tanto el microcosmos como el macrocosmos estaban regidos por un Gobernante Absoluto y en los que todas las demás entidades del mundo grande y pequeño gozaban de una condición paritaria bajo el Poder Supremo».

También ideas falsas se apoyan en antecedentes. La «ley de la recapitulación embriológica» fue propuesta en 1793 por Kielmeyer, y luego Ernst Haeckel le dio una forma darwinista. Posteriormente tuvo una fuerte influencia en las teorías de Freud (ref. 26)

Cosas muy similares dice Nicholas Wade («El instinto de fe: Como la religión evolucionó y por qué sobrevive», según comentario en El Mundo, 24/12/09, pág. 27):

«(…) la posibilidad, cada día más confirmada empíricamente, de que el nacimiento y desarrollo de la religión esté relacionado con la evolución de la especie en términos biológicos, con la idea de que el hecho religioso, la consolidación de unas creencias en lo sobrenatural y la aparición de rituales, jerarquías, &c., que apoyaran la naciente cosmogonía, haya sido fundamental en el progreso del hombre. (…) la creencia en el más allá se ha transformado en instinto natural merced a la selección natural».(…) la religión ha expresado los deseos colectivos de la sociedad, pasados y presentes, en cuanto a como sus miembros deben comportarse a fin de garantizar la supervivencia de la propia sociedad».

Bobbio (ref. 36) dice que es utópico hablar de igualdad absoluta y en todo. Pero también dice que «el elemento que mejor caracteriza las doctrinas y los movimientos que se han llamado «izquierda», y como tales además han sido reconocidos, es el igualitarismo, cuando esto sea entendido, lo repito, no como la utopía de una sociedad donde todos son iguales en todo sino como tendencia, por una parte, a exaltar más lo que convierte a los hombres en iguales, respecto a lo que los convierte en desiguales, por otra, en la práctica, a favorecer las políticas que tienden a convertir en más iguales a los desiguales.»

Lo que para Bobbio es «izquierda», Platón llamaba democracia, que «distribuye la igualdad a los iguales y desiguales por igual.» Pero Bobbio da por sentado que la igualdad es deseable. ¿Es así?

La igualdad ante la ley sí (aunque no siempre es fácil en la práctica). La ley es un conjunto de normas que no se refieren a una persona en particular, sino a todos. Pero los derechos que protege son derechos negativos. Todos tenemos derecho a trabajar y a tener una vivienda digna. Nadie nos lo puede prohibir, pero tampoco garantizar. En este momento hay en España cuatro millones de personas que siguen teniendo esos derechos legales, pero no reales (pues por la crisis faltan puestos de trabajo).

Ortega (ref. 5) escribió: «Contra la impunidad igualitaria es preciso hacer notar que la jerarquización es el impulso esencial de la socialización».

Los seres humanos multiplicaron su potencia cuando lograron actuar coordinadamente, en la caza de grandes animales, en la guerra y en las construcciones. Para ello se necesitó un planificador y coordinador, un jefe. Después hicieron falta jefes para organizar las reservas de cereales (para cuya recolección se hizo necesaria la escritura), para dirigir Bancos, grandes construcciones, canales de riego, &c. Para el progreso humano fue imprescindible la jerarquización, la desigualdad (y la nobleza fue constituida por caballeros, que protegían los reinos). El progreso social se debe a la desigualdad, malgré Bobbio.

Gellner (ref. 20) describe cómo estaba estructurada la sociedad medieval: «Cimentada en lo que los clérigos llaman la caritas, y el lenguaje cartesiano la «amistad», sostenida por la «fe», otra palabra clave que evoca una combinación de confianza y de fidelidad. Sobre esta relación afectiva, generadora de derechos y deberes, descansaba la cohesión de un edificio jerarquizado, hecho de hojas que se superponían; todo estaba en orden, de acuerdo con las intenciones de Dios, cuando los hombres (nadie prestaba una particular atención a las mujeres, que constituían otro género, sometido por definición), establecidos en este o el otro nivel, vivían juntos en concordia, servían fiel y lealmente, a aquellos que estaban inmediatamente por encima de ellos, y recibían un servicio conveniente de quienes estaban en un nivel inmediatamente inferior. El orden aparecía construido así sobre nociones de desigualdad, de servicio y de lealtad».

La sociedad está estructurada, horizontalmente en redes y verticalmente en jerarquías. Por eso logra una productividad capaz de alimentar a miles de millones y de suministrar a las poblaciones de Europa, el norte de América, Japón y algunas otras, una calidad de vida que hace un par de siglos habría sido increíble. La desigualdad es imprescindible para el funcionamiento del aparato productivo. Y para el progreso económico, científico, artístico, es imprescindible la actividad de esas minorías, aristocracias en los campos científicos, tecnológicos y artísticos, que son la levadura que no obstante su relativamente pequeña cantidad, hacen fermentar a grandes masas. Finalmente dice:

«Las desigualdades profundamente interiorizadas, formalmente aceptadas y rigurosamente sancionadas, lejos de obstaculizar su funcionamiento, lo que hicieron fue favorecerlo claramente. Lo contrario es propio de la sociedad moderna».
«La sociedad moderna no es móvil porque sea igualitaria. Es igualitaria porque es móvil».

A mi parecer, es móvil por el aumento de riqueza y por la importancia que ha adquirido el conocimiento. Y el ordenador, que tanto ha contribuido al enriquecimiento social al disminuir los costos de todo, también fomenta las relaciones horizontales, debilitando las verticales (es decir, las jerárquicas).

Los pobres son cada vez menos pobres, pero eso no significa que haya desaparecido la desigualdad. Las personas más capaces, trabajadoras y creativas, que han hecho las mayores contribuciones a la Humanidad (como Einstein, Bill Gates o Craig Venter) es lógico que se vean retribuidas con más ganancias, poder y fama. Si no existieran estos estímulos, muy pocas personas harían el esfuerzo que permite a unos pocos lograr tales realizaciones.

Actualmente los niños aprenden poco, por falta de estímulos y exigencias, pues reciben igual trato quienes estudian y quienes no lo hacen. Y los trabajadores, al estar sujetos a convenios colectivos, no tienen ningún estímulo para esforzarse ni para aportar mejoras a su propio trabajo. Lo cual disminuye la productividad y por ello el nivel de vida de todos. Los convenios igualan el reparto de dinero, de papeles que valen cada vez menos.

La principal función del Estado es garantizar la seguridad de los ciudadanos y sus bienes (la policía controlaría las amenazas delictivas o terroristas, y las Fuerzas Armadas la agresión exterior). Es fundamental para la actividad del país. La función empresarial, en cambio, corresponde a la iniciativa privada. ¿Por qué? Los funcionarios estatales son personas, en general tan capaces como los empresarios y los trabajadores. Pero si una empresa privada da pérdidas, irá hacia la quiebra. Si la empresa es pública y tiene pérdidas, se cargan a los ciudadanos en los impuestos. Como los gobiernos son elegidos, tienen interés en «quedar bien» con el mayor número de personas (votantes) y toman más personal del necesario (en Argentina les llaman ñoquis). La eficacia, que es lo fundamental en la empresa privada, es algo secundario en la pública. Todos tendemos a cuidar lo propio y a no preocuparnos por lo «ajeno». Quienes acuchillan los asientos de los autobuses, o destrozan papeleras y teléfonos públicos, seguramente no lo harían si fueran de su propiedad. Esto ya lo sabían los escolásticos tardíos. Bartolomé de Albornoz dijo: «Asno de muchos, lobos lo comen» (ref. 38).

Explotación, sindicatos, especulación

Se dice frecuentemente que el trabajador es explotado, porque el patrón le paga parte de lo que él produce, y se queda con el resto (la «plusvalía). Esto es cierto… en el marco de la teoría marxista. Pero la Escuela de Viena, desde Carl Menger, demostró que el valor no depende del trabajo. Uno podría dedicar años de trabajo a la fabricación de un objeto, pero si la gente no lo encuentra útil o estético, no lo venderá. Las cosas «valen» lo que la gente (el mercado) acepte pagar. Si el beneficio de l patrón proviniera de lo que sustrae a los trabajadores, trataría de «explotar» al mayor número posible. Sin embargo, es al revés: el patrón fomenta la actividad científica y tecnológica y se provee de la tecnología necesaria para aumentar la productividad y disminuir el número de obreros. Como sucede con las materias primas, máquinas, energía, &c., los precios y salarios los fija el mercado. Estamos de lleno en la «era del conocimiento: : el mercado demanda trabajadores con alto nivel de educación y creatividad, a los cuales paga altos sueldos.

Los sindicatos, al asumir la representación de los trabajadores, adquieren fuerza, como, por ejemplo, imponer convenios colectivos. ¿Beneficia esto a los trabajadores? Si, a los haraganes (en Madrid hay 40.000 «liberados sindicales» que son los que concurren a las manifestaciones) o escasos de inteligencia y conocimientos. Y, sobre todo, a las cúpulas sindicales, que reciben grandes subvenciones (que pagan todos los ciudadanos) para mantener la «paz social». No a los mejor dotados que, en negociaciones personales, serían mejor pagados. Lo peor es que disminuyen la productividad del conjunto: si los salarios están prefijados, no vale la pena esforzarse. Y como más o menos lo mismo sucede en todas las empresas, la inflación será inevitable. Porque cuanto más dinero circula, habrá más demanda de productos, por lo cual su precio subirá. El dinero no tiene ningún valor por sí mismos; son papeles que se aceptan si hay confianza y cuyo valor depende de la productividad.

Suele atribuirse la inflación a los especuladores. En tiempos de guerra, todo el esfuerzo de la nación se dedica a combatir al enemigo. Si alguien retiene mercaderías para venderlas a más alto precio –sobre todo si se trata de alimentos– está saboteando el esfuerzo bélico y hambreando a sus conciudadanos. Por eso es frecuente que se aplique la pena de muerte a los especuladores.

Pero en tiempos de paz, las cosas son diferentes. En toda actividad hay competidores. Si alguien acaparara mercaderías, beneficiaría a sus competidores, que rápidamente las reemplazarían. Esto es así, salvo que se trate de un monopolio, como sucede con las usinas eléctricas. (Por eso el Gobierno fija las tarifas). Pero es muy difícil que actualmente puedan existir otros monopolios. Los especuladores operan con divisas y con acciones. Naturalmente, no comprarán acciones ni divisas que estén muy caras, puesto que es muy probable que pierdan valor. Seguramente comprarán títulos que estén a un precio bajo o medio, esperando la subida de su valor. Eso es ir contra la corriente (porque «caro» es lo demandado por muchos, y «barato» lo que tiene poca demanda) y requiere experiencia y un feeling especial para poder intuir qué va a subir y qué va a bajar. Y ese ir a contracorriente contribuye a suavizar las oscilaciones de los valores, lo cual es benéfico para el aparato productivo.

La clase creativa

Marx dividió la sociedad en «clases». Es un buen método para estudiar el sistema productivo. Pero no hay que creer que además de ser una clasificación útil (que podría hacerse en base a parámetros diferentes a los que usó Marx) corresponde a una realidad objetiva (creencia similar al «realismo» medieval). Lo que Marx llamó «proletariado» está en extinción y además los trabajadores tienen ahora pocos hijos. Los campesinos, mayoría en la época de Marx, son hoy una minoría insignificante. Las grandes empresas son Sociedades Anónimas, cuyos «dueños» son los accionistas (principalmente ahorristas de clase media y fondos de jubilación de trabajadores). Los accionistas son los «capitalistas», pero las empresas son manejadas por empleados de alto nivel (gerentes y directores). Las empresas pequeñas pertenecen a trabajadores autónomos, personas frecuentemente valiosas por su tesón, conocimientos y creatividad.

Richard Florida (ref. 39) estudió la distribución de actividades en las principales regiones norteamericanas. Concuerda con la importancia de los conocimientos, cosa aceptada unánimemente. Pero llega a la conclusión de que más importante aún es la creatividad y proclama la existencia de una «clase creativa», de la cual desglosa un «núcleo». Las regiones que más progresan, las más ricas, son las que tienen mayor proporción de miembros de la clase creativa. Pero lo más notable es que la clase creativa es muy numerosa, del orden del 30% del total, que la « clase servicios» es aún más numerosa, y que la «clase trabajadora» ocupa el tercer lugar.

Dice R. Florida (pág. 403): «Ahora, es necesario que los miembros de la clase creativa se den cuenta de que su función económica les convierte en los líderes naturales (de hecho, en los únicos líderes posibles) de la sociedad del siglo XXI. Sin embargo, como es muy reciente, la clase creativa aún no tiene la conciencia de clase necesaria».

Antes los profesionales se ofrecían a empresas que les parecían convenientes. Ahora es la empresa la que se radica en lugares donde hay personas creativas. Y las personas creativas se radican en lugares agradables, con calles llenas de vida, cafés, grupos musicales de vanguardia, y donde la gente es receptiva y abierta. Para sus evaluaciones utilizó varios índices, pero el que más llama la atención es el «índice gay». En los lugares en los que hay más gays, hay una alta proporción de gente creativa. No es que la creatividad tenga relación alguna con la homosexualidad, sino que la presencia de gays evidencia que la población es flexible y tolerante.

Muchos alcaldes tratan de modificar sus ciudades para que resulten atractivas a las empresas. Florida les recomienda hacerlas atractivas a la clase creativa (las empresas vendrán luego). Además les advierte que inversiones como construir grandes estadios, son un despilfarro: no interesan a los creativos, como tampoco los teatros de ópera. Hay que destacar que la clase creativa no está formada sólo por informáticos y científicos. Incluye otras profesiones y también músicos de vanguardia, pintores, dibujantes, periodistas y filósofos.

El mundo está cambiando rápidamente, y seguirá haciéndolo en el futuro. El libro de Richard Florida nos muestra lo que ya cambió en EE.UU. Su importancia reside en la posibilidad de hacernos abandonar teorías, categorías y criterios obsoletos y observar mejor la realidad.

A menudo leemos que antes la gente conocía a sus vecinos, con los que había una relación de ayuda mutua; las amistades eran intensas y duraderas. Eso cambió: ya ni conocemos a los vecinos y las relaciones son casi siempre superficiales.

La manera en la que las comunidades generan crecimiento económico se han transformado. Y R. Florida nos dice (pág. 358): «Lo que suele determinar la vida de las comunidades modernas es, en cambio, una gran cantidad de vínculos débiles. Y lo más interesante es que la gente parece preferirlo así. Los vínculos débiles nos permiten movilizar más recursos, nos ofrecen más posibilidades para nosotros mismos y para los demás, y nos exponen a las nuevas ideas que serán la fuente de la creatividad».

Esa antigua manera de relación, que solemos añorar, ya no es adecuada para la vida actual y, al igual que la moral, las religiones y otras creencias, cambia «darwinianamente».

Terminamos con unas palabras de Stephen Jay Gould (ref. 37), de cuyos libros siempre se aprende, y que han sido escritos con gran inteligencia y afecto: «Entonces la ciencia puede forjar verdaderas asociaciones con la filosofía, la religión y las artes y las humanidades, porque cada una de ellas ha de proporcionar un retazo de esta capa última multicolor, esta vestidura a la que llamamos sabiduría».

Tesis defendidas en este artículo

1. Las palabras más corrientes en el lenguaje político (derecha, izquierda, socialismo, capitalismo, progresista, reaccionario) son tan ambiguas que su uso no tiene sentido a menos que se definan primero.

2. Derecha/Izquierda no son opuestas, pues no son coplanares.

3. Derecha e Izquierda no son categorías políticas (sino metapolíticas)

4. El objeto de la política no es «transformar la sociedad» sino dirimir los conflictos entre personas y grupos.

5. La historia no sigue un curso predeterminado. Está muy influida por la actividad del conjunto de la Humanidad, pero tratándose de fenómenos muy complejos, sus consecuencias son emergentes; no coinciden con los deseos o intenciones de nadie (y a menudo son opuestos a esas intenciones).

6. Las ideologías, cuando se pretende forzarlas en el lecho de Procusto social, se vuelven religiones ateas, obstruyen el progreso, y pueden desencadenar desastres.

7. Toda ideología (por «revolucionaria» que pretenda ser), tienen antecedentes milenarios y resurgen periódicamente.

8. La tendencia espontánea de los seres humanos (sobre todo cuando forman parte de multitudes) es el fascismo.

9. Los hechos, tanto naturales como sociales, solo suelen ser reconocidos cuando se vuelven instancias de una teoría.

10. La «igualdad» a ultranza destruiría el tejido social.

11. Los valores de bienes y servicios dependen de la oferta y la demanda, no del trabajo invertido. Por lo tanto no hay «explotación» inherente.

12. Los sindicatos benefician a las cúpulas sindicales, no a los trabajadores.

13. Cada día habrá menos trabajo para personas no cualificadas y más para los de mayor nivel educativo y creativo.

14. La función de los especuladores en tiempos de paz, es positiva.

15. Mi justificación: H. Arendt dijo («Walter Benjamin») «un escritor cuyo mayor orgullo era que la escritura consistiera en su mayor parte en citas: la técnica de mosaico más extravagante que pudiera imaginarse (…) El trabajo principal consistía en arrancar los fragmentos de su contexto y darles una nueva disposición, de tal manera que se ilustraban unos a otros y probaban su raison d’etre en total libertad».

Referencias

1. E. H. Carr, De Napoleón a Stalin (1980). Ed. Crítica, 1983, pág. 318.

2. Alvin Toffler, El cambio de poder (1990). Plaza y Janés, pág. 292.

3. Arthur Koestler, En busca de la utopía (1980). Ed. Kairos, 1992, pág. 311.

4. Zeev Sternhell, El nacimiento de la ideología fascista (1989). Siglo XXI, 1994, pág. 279.

José Ortega y Gasset, La rebelión de las masas. Ed El País, 2002, pág. 32.

Ludwig von Mises, El Socialismo (1922). Unión Editorial, 2003, pág. 560.

Robert O. Paxton, Anatomía del fascismo (2004). Península, 2005, pág. 20.

5. Leszek Kolakowsky, Por qué tengo razón en todo (1999). Melusina, 2007, págs. 219, 323.

6. Stanley Payne, La primera democracia española (1993). Ed. Paidos, 1995, pág. 384.

7. Stanley Payne, El Fascismo (1979). Alianza, 1996, pág. 160.

8. José Calvo Sotelo, El capitalismo contemporáneo y su evolución, Cultura Española, Valladolid 1938.

9. Ignacio Sotelo, «La derecha de ayer y de hoy», El País, 27 junio 1996.

10 a. «Medio millar de jóvenes antifascistas causan graves destrozos en Barcelona», El País, 13 octubre 1999.

b. «11 personas detenidas tras una manifestación antifascista», El País, 22 noviembre 2004.

c. Hermann Tertsch, «Antifascistas», ABC, 10 diciembre 2008.

d. «Los skins mejor tratados que los antifascistas, según juristas», El País, 26 octubre 1999).

14. a) ABC, 20 febrero 2009: «Giro a la derecha en Israel» (pág. 8), «Israel: ¿Y ahora qué?» (pág. 29). b) «No habrá paz ni con Livni ni con Netanyahu», reportaje a Shlomo Ben Ami, El Mundo, 20 febrero 2009, pág. 23.

15. Hannah Arendt, La promesa de la política. Ed. Paidos, 2008, págs. 140, 182, 183.

16. Paul Johnson, Historia del cristianismo (1976). Ed. Vergara, 2004.

17. Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo (1951). Taurus, 1998, pág. 437.

18. Isaac Asimov, Historia y cronología de la ciencia y los descubrimientos (1989). Ariel, 2007, págs. 381, 400, 420.

19. P. J. Bowler & I. R. Morus, Panorama general de la ciencia moderna (2005). Crítica, 2007, págs. 296, 298.

20. Ernst Gellner, El arado, la espada y el libro (1998). Península, 1994, págs. 27, 60, 226, 291.

21. Amitai Etziani, La dimensión moral (1998). Palabra, 2007, pág. 203.

22. Felipe Fernández Armesto, Civilizaciones (2000). Santillana, 2002, pág. 30.

23. Clive Stephen Lewis, La imagen del mundo (1964). Ed. Península, pág. 160.

24. Stephen F. Mason, Historia de las ciencias, Alianza, 1984-1986, tomo I, págs. 106, 118, 126.

25. Id., tomo II, págs. 128.

26. Id., tomo III, págs. 126, 146.

27. Id., tomo IV.

28. Eduardo Gil Bera, Pensamiento estoico. Edhasa, 2002, pág. 113.

29. Entrevista a Richard Dawkins, El Mundo, 7 febrero 2009.

30. Frederich A. Hayek, La fatal arrogancia (1998). Unión Editorial, 1990, pág. 213, 214, 217.

31. Marcel Merle, Sociología de las relaciones internacionales. Alianza, 1978, págs. 36, 59.

32. Sigfrido Samet, «Bushido», El Catoblepas, 2006, 58:19.

33. «Historia del Pensamiento Económico». Murray N. Rothbard (1995). pág. 55. Unión Editorial, 1999.

34. C. P. Hill, British economic and social history. Edward Arnold Ed., pág. 220.

35. Sigfrido Samet, «Fustel de Coulanges y la religión», El Catoblepas, 2008, 82:24.

36. Norberto Bobbio, Derecha e Izquierda (1995). Taurus, 1996, pág. 156.

37. Stephen Jay Gould, Acabo de llegar. Ed. Crítica, 2003, pág. 287.

38. Alejandro Chafuen, Economía y Ética (1986). Rialp, 1991, pág. 57.

39. Richard Florida, La clase creativa (2002). Ed. Paidós 2010.

 

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