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El Catoblepas, número 96, febrero 2010
  El Catoblepasnúmero 96 • febrero 2010 • página 13
Artículos

¿Simone de Beauvoir, una escandalosa?

Lourdes Otero León

Un yo construido narrativamente y ficcional

Simone de Beauvoir (1908-1986)

[Este artículo ofrece una reflexión filosófica sobre la actualidad y las aportaciones de la autora al memorialismo, como género literario y filosófico, un año después del centenario del nacimiento de la autora (1908): una celebración no exenta de polémicas, en la que se ha juzgado a la filósofa por su «escandalosa» vida, reflejada precisamente en sus obras autobiográficas (memorias, cartas y diarios...). En este artículo aparecen constantes referencias a estos aspectos autobiográficos y a las polémicas que ya suscitaron en su momento, p.e. en Memorias de una joven informal de Lamblini (exalumna de la autora y protagonista de uno de los tríos que formó la pareja Sartre-Beauvoir) y que acusó a esta, tras la publicación de los diarios, de pederastia y de un cínico inmoralismo. También se tratan en el artículo las referencias al colaboracionismo, y la falta de libertad y de autenticidad de la autora, que aparecen en dos obras recientemente publicadas y todavía no traducidas: Beauvoir en todos sus estados de Ingrid Galster y Castor de Guerra de Danièle Sallenave. Como alternativa a este planteamiento moralista, en el artículo, se afirma que las memorias en Simone de Beauvoir no sólo integran los diferentes géneros autobiográficos sino que se convierten en un método filosófico: una hermenéutica de la existencia humana, real y situada.]

El género autobiográfico ocupa una zona fronteriza entre los géneros ficcionales y no ficcionales, lo que convierte el autobiografismo en un eje sobre el que se dirimen nociones que fundamentan el conocimiento occidental: realidad, referencia, sujeto, esencia, historia, memoria, imaginación{1}. En la actualidad es imposible abordar el género autobiográfico sin recurrir a las teorías psicoanalíticas (Lacan) o decostructivistas (Derrida, De Man...) sobre la identidad del yo y los supuestos autobiográficos. Aunque las memorias parecen ser historia, pues se caracterizan por intentar trascender la vida individual: «Así el interés del escritor de memorias se sitúa en el mundo de los acontecimientos externos y busca dejar constancia de los acontecimientos más significativos.»{2} El pasado del escritor confluye con la historia y se desliza como un pasado colectivo y social. Pero no hay que olvidar que, a pesar de todas estas referencias históricas, las memorias reflejan una conciencia que se nos muestra y que habla en primera persona. Pero una conciencia que no es un artefacto psicológico sino una construcción literaria, y que puede responder a dos modalidades diferentes en función del grado de implicación del yo en la historia: cabe centrarse más en los acontecimientos y en los hechos externos que en la persona que escribe, o bien, cabe centrarse en la conciencia del autor, como testigo de unos hechos de los que quiere dar testimonio personal. En ninguno de los dos casos se da una referencialidad del yo como algo fiable y objetivo. Esta problemática la resume Pozuelo Yvancos{3} sintetizando las dos posibilidades extremas, la de Lejeune, que defiende la referencialidad autobiográfica y, por el otro, Paul de Man que afirma que no son más que una forma de ficcionalización.

En el primer caso, se daría un pacto entre autor y lector por el que se establecería la identidad entre autor empírico, narrador y personaje. Este es el caso de los que acusan a Beauvoir de inmoralista, identificando a la autora, como personaje público, con su voz narrativa y con el personaje protagonista de su relato. El autor, con su nombre propio, parece garantizar que los hechos narrados son reales y el lector los acepta como tal. Pero este tipo de pacto autor-lector hoy es sometido a una deconstrucción radical pues, tras los ataques al logocentrismo, las nociones de sujeto ser y lenguaje están bajo sospecha. Esto lo recoge Pozuelo, siguiendo a Bajtin, que entiende que en la autobiografía el autor inventa un yo ficcional, una identidad que no es la copia o duplicado mimético de la suya, y además justifica este yo, que no es el suyo, frente a los otros{4}.

En este proceso el autor inevitablemente asigna significado a unas experiencias y no otras, utilizando estrategias como el énfasis, la yuxtaposición, el comentario, la omisión{5}. Como dice Gusdorf, la autobiografía muestra «el esfuerzo de un creador para dotar de sentido a su propia leyenda»{6}, y es así como debemos entender el esfuerzo de Beauvoir, a través de los cientos de páginas de sus memorias. La autora reconstruye el personaje Simone a través de la pluralidad de trayectorias que ha sido su vida, no olvidemos que el primer volumen, Las memorias de una joven formal, es una obra escrita por una mujer de mediana edad, que ha logrado el éxito como novelista, que ha triunfad y también escandalizado con su obra, El segundo sexo, y que es un hito en la vida pública de los intelectuales franceses y, en general, un referente para las mujeres, que tras la guerra empiezan a cuestionar su papel y la conciencia domeñada que el patriarcado las ha asignado. Simone que ha sido tachada muchas veces por el París más conservador (incluso en sus primeros años como profesora, por sus alumnas) de escandalosa{7}, nos propone una alternativa a la concepción sentimental y rosa de lo que debiera ser la vida de una joven o, en el segundo volumen, a la supuesta plenitud de una abnegada esposa y madre nos opone la plenitud de la vida. También, frente a la fuerza de la tendencia a acumular de la burguesía, utiliza Beauvoir, en La fuerza de las cosas, una lógica de la repetición de personajes y paisajes, que no busca ahondar en las historias de su juventud, sino que las debilita y las pone a prueba hasta casi vaciarlas de sentido. Tampoco teme afrontar el tema de la vejez, y de su vejez en particular, en Final de cuantas; ni las despedidas a sus seres queridos –especialmente, su madre y Sartre–, sin sentimentalismos, intentando ahondar en la dimensión comunitaria, antropológica y social, de la vejez y de la muerte; por ejemplo, en Una muerte muy dulce{8} o en La ceremonia del adiós{9}. Con todo ello, efectivamente, Simone nos construye ficcionalmente una justificación de su propia leyenda: al estilo del existencialismo y de la moral de la ejemplaridad, nos propone un modelo alternativo al burgués y patriarcal, una vida vivible para las mujeres que anteriormente no tenían nada que hacer más allá del entorno de la familia, ni ninguna capacidad de influencia social. Pero las vivencias, posiblemente escandalosas para la sociedad de su tiempo y al parecer del nuestro, no son omitidas en ninguno de estos volúmenes.

En su constructo memorialista, Simone deliberadamente no omite muchas de las experiencias por las que ahora se ataca su figura. Efectivamente, Simone y Sartre no fueron una pareja tan abierta, no fueron tan resistentes, y no fueron tan libres, –pero, como intentaremos hacer ver, no lo ocultaron–. También son denostados porque el modelo de pensamiento unívoco vigente en su momento, la dialéctica marxista, parece definitivamente superado, con lo que sus filiaciones políticas en el momento, sus manifiestos y su compromiso político, no sólo parecen obsoletos, sino reprochables. En última instancia, sus teorías filosóficas existencialistas parecen hoy sólo parte del decorado del París del Flore, de las cavas de jazz en las que tocaba B. Vian, antros tan emblemáticos como el Tabou, en los que bailaban jóvenes vestidos de negro –con la moda de los niños bien, que pasaban sus vacaciones en Capri: de negro, el color de los uniformes fascistas–{10}. Con respecto a todo esto cabe decir:

1. Las memorias de una joven informal de Bianca Lamblini: ¿Cínico inmoralismo?

¿En qué consistiría este cínico inmoralismo? En mantener la apariencia de una moral de la autenticidad donde, sin embargo, lo que mueve a la autora son los celos (A), y en la supuesta manipulación de sus alumnas y del propio Sartre, cuyo objetivo habría sido mantener una cercanía vicaria con el cuerpo de su amado, a través de la mediación de sus propias alumnas y amantes. De esta forma, a la vez que controlaba y seleccionaba las víctimas del donjuanismo sartreano, podía también defender sus privilegios, como el único amor «necesario» del filósofo, vigilando de cerca que las historias de Sartre con estas «mujercitas» no llegaran a ser un verdadero peligro para ella. Con este objetivo, según sus detractores, Simone de Beauvoir no habría dudado en ridiculizar y cosificar a sus víctimas, sus supuestas amigas, intentando desencantar a Sartre y acabar con sus ensoñaciones románticas (B).

(A). Las referencias a los celos de Simone ante Olga o Védrine no sólo aparecen en los diarios, son explícitas y repetidas en el segundo tomo de las memorias. Por ejemplo, respecto a Olga: «Me apliqué a reducirla a todo lo que siempre había sido para mí; la quería con todo mi corazón, la estimaba, me encantaba; pero no era dueña de la verdad, no pensaba abandonarle ese lugar soberano que yo ocupaba en el centro exacto de todo»{11}. Los celos que Simone pudo sentir toda su vida con respecto a Sartre, no nos son escamoteados por la autora en su obra; más bien, a pesar del pacto de total sinceridad que había entre ambos, Simone le escamotea esta realidad de su relación a Sartre, para quien resultan muy fastidiosos y sobe todo ajenos a su ética de la autenticidad y de la absoluta libertad. Comenta la biógrafa de la pareja, Hazal Rowlwy, que Sarte, en su relación con Simone Jolivet, una prostituta pero culta y con ambiciones intelectuales y artísticas, con la que el autor había mantenido relaciones en su época de estudiante, antes de conocer a Simone, con ella conoció la emoción de los celos{12}:

A partir de ese momento, Sartre evita los celos como una forma de histerismo, falta de control de sí mismo y de libertad, y no los tolera tampoco en su entorno. Simone emula a Sartre, rechazando racionalmente este tipo de sentimientos a los que, sin embargo, emocionalmente sucumbía. Beauvoir adscribía, en sus relatos, este tipo de emociones sólo a las mujeres que viven desde la mala fe, que intentan coartar la libertad de sus amantes, incapaces de asumir su propia libertad. No obstante, las crisis de celos van a repetirse a lo largo de su vida, pero la autora disimuló estos estados, inaceptables para Sartre, ante los amigos que la rodeaban:

«Ante los múltiples amoríos de su compañero conservaba una aparente serenidad. Tal serenidad alimentaba en mí una imagen idealizada de mi amiga. Mucho después diversas lecturas me revelaron que la seguridad afectiva de la que el Castor alardeaba tenía sus fisuras, que varios episodios relativos a Olga o Wanda, y más adelante a Dolores Vanetti y tal vez incluso mi aventura con Sartre, los vivió con angustia y nerviosismo. Sin embargo, durante mi juventud yo nunca hubiera imaginado ese desasosiego interior.»{13}

No obstante, Simone admite estos celos:

«Sartre también se dejaba ir al desorden de sus emociones; sentía inquietudes, furores, alegrías que no conocía junto a mí. El malestar que yo sentía iba más allá de los celos: por momentos me preguntaba si mi felicidad no descansaba toda entera sobre una enorme mentira.»{14}

Con respecto a Olga Kosakievicz, ya vimos que es el personaje real en el que se inspira la Xavière de La Invitada. Pero, como aparece en su autobiografía, en el momento en que escribe la obra, Olga ha dejado a Sartre, enamorada de Bost. Y Sartre, despechado se dedica a la seducción de su hermana Wanda, la pequeña de las Kosakievicz, de la que llega a estar muy enamorado, que detesta a Simone de Beauvoir, y por la que ésta siente unos celos terribles. El asesinato final y las escenas de antipatía hacia Xavière de la novela, están más inspirados en esta relación que en la anterior. En esa misma época Sartre mantuvo relaciones con una actriz y con Vèdrine, una estudiante de Filosofía, exalumna de Simone de Beauvoir. Este último puede ser el caso más doloroso para Simone de Beauvoir, porque a diferencia de las alocadas Olga y Wanda, Védrine, como dijimos, es una intelectual brillante y prometedora, una auténtica rival. Más adelante, cuando Sartre viaja a Estados Unidos, surge el caso el caso de Dolores, la actriz, tal vez el que más preocupó a Simone, pues Sartre llegó a pensar en el matrimonio con esta mujer.

A pesar de su promesa de autenticidad, de que a pesar de las infidelidades iban a contárselo siempre todo, los celos conllevaron mentiras, a Olga a Vèdrine, a Sorokine, a Wanda, a todos los personajes de la familia, como los llamaban: Simone durante la guerra, en los permisos de Sarte, era la primer a la hora de compartir su tiempo, lo que conllevaba mentir a Wanda con descaro. Lo mismo ocurría con Olga, con respecto a su amado Bost, del que estaba también enamorada Simone en la época de la guerra: en los permisos compartía los primeros días con Simone y sólo después se reunía con Olga, lo que conllevaba también muchas estudiadas mentiras por parte de ambos. Además Simone mentía con descaro a sus amigas y también amantes, Vèdrine y Sorokine, para obtener tiempo, más allá de sus exigencias, cuando se reunía con sus soldados de permiso.

Pero, a pesar de todas estas mentiras de la pareja «necesaria» hacia sus acólitos «contingentes», nos quedaría pensar que entre Sartre y Simone realmente sí que se cumplió su promesa de autenticidad. Es famosa la carta en la que Simone le confiesa a Sartre su relación incipiente con Bost{15}, o las de Sartre, en las que de la manera más amorosa y tierna le confiesa al Castor su amor por Wanda{16} o su completa sincronía vital con Dolores{17}. En líneas generales, podríamos decir que sí fueron bastante sinceros entre sí, excepto en el caso de la aludida relación con la estadounidense Dolores, por la que Sartre obliga a Simone a alargar su estancia en EEUU cuando Dolores está, a su vez, en París; para más tarde pedirle a Simone que regrese a París, cuando Dolores no acude a una de sus citas transoceánica en esta ciudad –para después finalmente aparecer–. Nuevamente Sartre le pide a Simone que vuelva a EEUU, para que las cosas entre Dolores y él resulten más fáciles. Simone, de manera semejante a la protagonista de La mujer rota, accede a estos draconianos repartos de tiempo, renuncia a los planes de vacaciones que ha hecho con Sartre o a los tan deseados reencuentros. Pero además, como la protagonista de su novela, se ve obligada a aceptar las mentiras de éste, cuando le pide matrimonio a la actriz, e incluso planea quedarse una larga temporada de dos años como Profesor en una Universidad americana. Simone reaccionó ante la angustia que este abandono la producía cobijándose en el amor de Algren, pero a su vez mintiéndole sin darle las verdaderas razones de sus cambios de planes{18}, por lo que Algren, cuando se entera después de la publicación de La fuerza de las cosas, le guardará rencor toda la vida.

(B) Respecto a la acusación de manipular a Sartre y a sus jóvenes alumnas, ejerciendo de jefa de esa extraña familia que formaban en los años de Rouen y más tarde en París.

Es cierto, como explica Védirine, pseudónimo de Bianca Lamblini, autora como dijimos de Las memorias de una joven informal, que hay una diferencia de tono entre La plenitud de la vida, Las cartas a Sartre y Los Diarios. Al respecto citamos a Lamblini:

«Cuando se dirige directamente a Sartre manipula y disfraza los hechos, sobre todo en lo que a mí se refiere; los exagera, quiere que lo entretengan, que lo interesen. Forja para que él disfrute con ellas imágenes vulgares o caricaturescas.»{19}

Es Lamblini y no I. Galster, como se ha dicho, quien ya en 1993 comparó a la pareja Sartre-Beauvoir con la pareja Valmont y Merteuil en Las amistades peligrosas{20}, merece la pena recoger a cita completa:

«Ahora me doy cuenta de que fui víctima de los impulsos donjuanescos de Sartre y del amparo ambivalente y turbio que el Castor les daba. Había entrado en un mundo de relaciones complejas que desembocaban en embrollos lamentables, cálculos mezquinos, mentiras constantes con las que ambos debían tener mucho cuidado para no hacerse líos. He descubierto que Simone de Beauvoir buscaba entre sus alumnas carne fresca que probaba personalmente antes de traspasársela a Sartre, o quizás haya que decir, de forma más vulgar, antes de levantarle la caza. Tal es, en todo caso el guión que permite hacerse cargo tanto de la historia de Olga Kosakievicz como de la mía. Ambos ocultaban cuidadosamente su perversidad: Sartre, tras su aspecto bonachón; el Castor, tras una apariencia de seria austeridad. De hecho, están repitiendo de modo vulgar, el modelo literario de Las amistades peligrosas.»{21}

Supuestamente, Védrine en la época del trío (1939) creía que la unión con ambos era indestructible, que su amor era correspondido por los sentimientos y el compromiso de ambos, mientras que para ellos era una historia trivial, una imitación desvaída del triángulo de Rouen con Olga. Según nos refiere la autora la ruptura con ambos fue muy dolorosa y humillante, pero durante años mantuvo su amistad con Simone. Lo que la mueve a hablar y darnos su versión del asunto fue la publicación en Nueva York en 1990 de una biografía de Simone de Beauvoir, escrita por Deirdre Bair, en la que Simone da el apellido de soltera, el apellido de casada y hasta la clave de su pseudónimo en las memorias: Védrine. Esto la escandalizó sobre manera y fue el detonante de su versión de la historia en Las memorias de una joven informal.

Imposible no aludir a sus cartas, en especial las dirigidas a Sartre, publicadas después de su muerte por su hija adoptiva, Sylvie Le Bon, en las que parece que la autora, con una arrogancia típica del peor sexismo, según sus detractores, se burla de las amantes compartidas. Simone es acusada por sus detractores de querer equipararse con el hombre supuestamente querido, y ciertamente admirado, subiéndose a su mismo pedestal para observar desde arriba a esas pobres «mujercitas» a las que ambos despreciaban por su debilidad, creyendo ella salvarse así de la «condición femenina».

Sus observaciones están llenas de detalles humillantes sobre las características íntimas de esas mujeres deshumanizadas y vueltas objeto, unas observaciones que resultan casi patéticas, como si dibujaran por el reverso una verdad escondida que pugna por ser dicha. Por ejemplo:

«En cuanto a sus esperanzas con Védrine temo que sean vanas; la avidez sin fundamento es tan temible como la otra y la lleva en la médula; y cuando lo vuelva a ver se entusiasmará de nuevo, sobre todo con el sexo. Si quiere usted cortar la historia, quizás sea posible sin provocar un desastre, pero no sin que arme jaleo, y deberá mostrarse muy duro: ir disminuyendo poco a poco la pasión de las cartas, tener un primer encuentro frío...»{22}

La labor de zapa contra Védrine continúa:

«No sé si debo contarle del todo la velada de ayer, pues voy a acabar de hundirle a Védrine por simpatía; nunca me había resultado tan indiferente... Odio sus bromas, y su entusiasmo, y que pretenda imponer su autoridad como quien no quiere la cosa. No será ella quien me haga nunca una pregunta acerca, por ejemplo, de mis auténticos sentimientos hacia Kos (Olga) o por Sorokine...»{23}.

O también aún más:

«El párrafo de la carta de Védrine no le parece ni tan tibio ni tan vacío; seguro que está totalmente enamorada de usted, al menos a ratos... Siento haberle asqueado tanto de ella, pero es que yo también lo estoy bastante.»{24}

Finalmente, hacia finales del mes de febrero de 1944, Sartre sin previo aviso, la anuncia que entre los dos todo había acabado.

Este final, ciertamente, vino sugerido por Beauvoir, ante el malestar de Sartre por una reciente aventura con una actriz de la que se había enterado Wanda, por lo que se sentía muy arrepentido, queriendo dejar atrás el donjuanismo que le caracterizaba y que por entonces le hacía sentirse culpable. Una de las sugerencias de Simone es que rompa definitivamente con Védrine. Con un tono demasiado duro, Simone en una carta posterior le dice a Sartre: «Sólo le reprocho que haya reatado a Védrine un poco a lo bestia; pero no tiene importancia.»{25}

A raíz de esa ruptura y tras la ocupación nazi, Védrine, de origen judío, termina padeciendo una fuerte depresión nerviosa, que la condujo al psicoanálisis y de la que tardó en salir. Simone de Beauvoir, al respecto, es bastante insensible a los miedos de Védrine: «Hace pronósticos dignos de Casandra, para variar, y vacila entre el campo de concentración y el suicidio, con cierta inclinación por el suicidio: lo llama ser consciente de su destino. Me he alegrado de la ruptura de usted pues sola me siento mucho más libre hacia ella»{26}. Hay que reconocer también que en sus cartas posteriores a Sartre, Simone asume su culpabilidad al respecto y parece arrepentirse sinceramente.

1.1 Respecto al antisemitismo de Simone de Beauvoir, del que la acusa Bianca Lamblini

Podemos ver referencias como las siguientes en Los Diarios de guerra: Me doy cuenta del carácter de judía piadosa de Védrine y de que ella nunca ha sido una niña, siempre fue un pequeño adulto. Desde la infancia se ha dejado llevar [...] accedió enseguida con Sartre y conmigo a una vida amorosa de persona mayor, y no se ha preocupado más que de construirse una existencia cada vez más rica en el mundo de das man». Al respecto, Bianca Lamblini (Védrine) le responde en Memorias de una joven informal, acusándola de antisemitismo.

Lamblini afirma que durante los tres años que duró su primera amistad, jamás le notó al Castor la menor señal de repugnancia debida al hecho de que ella fuera judía. Por otra parte, la propia Lamblini reconoce que ella nunca padeció de ninguna obsesión con respecto al antisemitismo generalizado de los demás. Por eso, le resultó tan duro descubrir en las cartas párrafos enteros en que el Castor insiste en su condición de judía, haciendo su retrato con una psicología de poca monta, llena de los tópicos trasnochados sobre los judíos:

«Volvemos a tener una larga conversación sobre la autenticidad. Me asombra de pronto la faceta de judía beata de Védrine, y hasta qué punto no ha sido nunca una niña, sino siempre una adulta pequeñita, arrastrada ya desde la infancia por la corriente de lo social, viviendo a favor de los social y no en contra.»{27}

En este momento , Simone de Beauvoir entiende la autenticidad heideggeriana como una forma de huida del se irreflexivo e impersonal, Simone de Beauvoir que vivir de plano la realidad social e histórica constituía un delito existencial. Sólo después de que Sartre regresara de la guerra la pareja comienza a optar por el compromiso político y social con el tiempo y las condiciones sociales que les toca vivir.

Pero más allá de la crítica anterior, Simone de Beauvoir incluso recurre al tópico de la usura propia de los judíos:

«Le explico (a Védrine) que ella siempre intenta «sacar partido», «hacer una buena inversión»; pero que, bien pensado, la vida sólo puede sacar partido a la vida misma (...) ésa es su forma de patetismo, uno con una mezcla de efusividad desesperada y de firmeza de carácter (...) Algo del viejo judío que llora de lástima por el cliente al que aboca al suicidio.»{28}

Le responde Lamblini que «estábamos en guerra y todo lo que se le ocurre decir de mí es que me gusta el dinero, como a todos los judíos»{29}. Lamblini hace responsable de ese tipo de cuestiones al antisemitismo del padre de Simone de Beauvoir, obsesionado con la cuestión judía: «El único tema que lo animaba aún (a su padre) era la implantación de los diversos organismos administrativos, pues esperaba que acabaran por liberar a Francia de los judíos, a los que tenía por responsables de todos los males que aquejaban al país»{30}.

Este tipo de imágenes, provenientes del antisemitismo del padre de Simone pasarían, a través de esta, a Sartre (siempre en opinión de Lamblini): expresiones que Simone de Beauvoir utiliza en sus cartas aparecen en La edad de la razón, donde el primer personaje judío que aparece es un medio que practica abortos y que no baja sus tarifas a pesar de los regateos{31}. La transfusión de imágenes y de vocabulario continúa en Le sursis: «El exilio a babilonia, la maldición sobre Israel, El Muro de las Lamentaciones, nada había cambiado para el pueblo judío»{32}. Prosigue la novela con consideraciones acerca del deseo de asimilación del pueblo judío. Por ejemplo, el judío Weiss, llamado a filas, personaje de la novela afirma: «Yo soy francés. ¿Tú te sientes judío?... ¿Qué es un judío? Un hombre del que los demás piensan que es un judío...?»{33}. Al respecto, Sartre, más tarde, en Reflexiones sobre la cuestión judía mantiene esta tesis, según reconoce en Las conversaciones con Benny Lévy:

«Benny Lévy: En la época de Las reflexiones sobre la cuestión judía, pensabas que el judío, digámoslo de manera provocadora, era un invento antisemita. Sea como fuere, no exista pensamiento judío...historia judía. ¿Has cambiado de forma de pensar?
Sartre: No sigue siendo válida como descripción superficial del judío tal y como es en el mundo cristiano, por ejemplo cuando lo atrapa y devora el pensamiento semita (...).
B. L.: Seguro que cuando escribiste Las reflexiones sobre la cuestión judía reuniste documentación.
S.: No escribí La cuestión judía sin ninguna documentación, si leer ni un libro judío.»{34}

Al respecto de este texto, citado por Lamblini, comenta la autora:

«Estas declaraciones son literalmente pasmosas. Revelan, entre otras cosas, la falta de seriedad de las tesis de Sartre que, después de la matanza de gran parte de los judío franceses y extranjeros que vivían en Francia, se pone a escribir un libro brillante para demostrar que el judío sólo existe en relación a la mirada el antisemita.»{35}

Para terminar, Sartre se permitiría introducir a la familia de Lamblini en Los caminos de la libertad: el apellido Birnenschatz se parece curiosamente al apellido Bienenfeld. El nombre de Ella es el de su hermana, el padre de Ella es diamantista, y el de Lamblini comerciaba con perlas finas. Todo ello le lleva a concluir a Lamblini que si Simone de Beauvor había dicho de ella, en las cartas a Sartre, que ella tenía una inteligencia monstruosa, la inteligencia de Sartre y de Beauvoir, no sólo era monstruosa sino que estaba «lisiada»{36}.

Al respecto de todo ello, sólo cabe decir que el resentimiento de Lamblini hacia la pareja era muy grande, pues tachar a ambos de antisemitas es más que desproporcionado. Sartre adopta y cede los derechos sobre su obra a una mujer judía, de origen argelino. Además en los últimos años de su vida la relación con Benny Lévi, que se vuelve practicante ortodoxo del judaísmo es más fuerte que la que mantiene con Beauvoir, queriendo hacer del joven algo así como el heredero de su legado intelectual. Por su parte, Simone de Beauvoir convivió durante siete años con Lanzman, de origen judío, y admirador la polémica obra de Sartre con respecto a la cuestión judía{37}, a la que hemos aludido. Simone de Beuvoir, con respecto a Palestina, está a favor de Israel, de forma más beligerante que la propia Lamblini que adopta una postura más crítica, lo que es objeto de una fuerte discusión entre ambas: «Paradójicamente, la que estaba de forma incondicional a favor de los israelíes era ella mientras que yo me mostraba mucho más crítica en lo tocante a la política del gobierno de Jerusalén»{38}.

A partir de esta parte del libro, las últimas 25 páginas, Lamblini se dedica a cómo continúo su amistad con Beauvoir, una vez terminada la guerra, hasta el final de la vida de esta:

«Además de este implícito rechazo a mencionar lo que había sucedido en 1940, con frecuencia dejábamos pendientes algunos malentendidos. Nos dábamos cuenta de que, si llegábamos a un enfrentamiento, podríamos ponernos violentas y evitábamos deliberadamente las discusiones.»{39}

No obstante, el resentimiento al que aludíamos es evidente: sumariamente en estas páginas Lamblini acusa a Simone de Beauvoir de exhibicionismo en su obra{40}, de taimada por haber ocultado durante casi 40 años las cartas de Sartre, que la propia Lamblini la había dado a leer durante su affaire{41}. De vengativa furiosa con Arlette la hija adoptiva de Sartre{42}, y de borracha en su vejez{43}; además de elitista porque, a pesar de sus críticas antiburguesas, nunca utilizaba el transporte público y se desplazaba habitualmente en taxi. Con todo ello, no se sabe cuál de las dos es la peor parada. Es inevitable pensar que Lamblini, como después confesaría Lanzman, en relación a sí mismo, sufría de un especie de narcisismo que le llevaba a sentirse importante por tener relación con personajes importantes. Por eso, a pesar del resentimiento y del dolor acumulado tras la ruptura con Sartre, cultivó la amistad con su supuesta amiga, de cuyas revelaciones y confidencias escandalosas termina sacando partido en esta obra.

3.3 ¿Colaboracionismo, falta de libertad y de autenticidad? Beauvoir en todos sus estados de Ingrid Galster y Castor de Guerra de Danièle Sallenave

Las acusaciones al respecto sumariamente es la falta de compromiso de la autora con la resistencia durante la ocupación alemana (1) y el colaboracionismo, participando en un medio propagandístico como Radio Vichy (2) y la traición al principal axioma del existencialismo, la libertad, por el compromiso con el PC, con los maoístas, y con el Partido Comunista chino (3).

(1) Respecto a la resistencia durante la ocupación alemana, tanto en las memorias, como en los diarios aparece como Sartre, tras ser liberado del campo de trabajo, donde estuvo prisionero funda la organización Socialismo y libertad –en la que también participa Beauvoir– con no demasiado éxito, pero ahí está su intento{44}.

Cuando la armada alemana ataca en mayo de 1940, Simone deja de tener noticias tanto de Bost, como de Sartre, esto la coloca al borde de una crisis nerviosa, nos cuenta sus peripecias huyendo de París. Se refugia en La Pouèze, en la casa de Madame Morel. En su regreso a parís encuentra por primera vez a los soldados alemanes y nos apunta en los diarios y en el segundo tomo de las memorias sus impresiones con respecto a ellos.

Después la vida en París sigue, el racionamiento y la falta de libertad condicionan la vida diaria, pero las salidas en la noche parisina, incluso las fiestas con improvisados ágapes continúan. No es así para Lamblini que, aterrorizada ante el avance nazi y los rumores sobre las deportaciones y los campos, se casa con Bernard –compañero de estudios y antiguo alumno de Sartre{45}–, para quedar protegida bajo un apellido tradicionalmente francés.

A su llegada, tras haber sido retenido en un campo de concentración, Sartre crea una célula de resistencia, afín al Partido Comunista, pero que mantuvo su independencia con respecto a este, denominada Socialismo y Libertad. La actividad de Sartre, Beauvoir y sus camaradas en dicha organización les parece a Lamblini y Bernard «presumida, irresponsable e ineficaz». Bernard, ella y sus amigos temían que tanta actuación de aficionados, tan imprudente, condujera a la catástrofe a alguno de sus conocidos{46}. Con mucha ironía comenta Lamblini el intento de Sartre de redactar una futura Constitución para Francia, en la que aparecía, por ejemplo, el derecho de los profesores escritores a disfrutar de permisos remunerados{47}. También es cierto que ella y su marido no entraron en ninguno de los circuitos de la resistencia: »Todas mis convicciones deberían haberme impulsado a entrar en algún circuito de la resistencia pero no acababa de decidirme»{48}.

(2) Más polémica es la participación de Simone en Radio Vichy, a la que ya aludimos, pero aparece no sólo en los diarios sino también en el citado segundo volumen de las memorias.

Simone de Beauvoir no oculta esta participación, al respecto podemos leer referencias como las siguientes:

«Los escritores de nuestra tendencia habían aportado tácitamente ciertas reglas. No se debía escribir en las revistas y en los diarios de la zona ocupada, ni hablar por Radio París; se podía trabajar en la prensa de la zona libre y en la Radio Vichy; todo dependía del sentido de los libros y de las audiciones.»{49}

No es tan novedoso, un poco más abajo Beauvoir continúa: «No sé por qué combinación obtuve un puesto de directora de ondas en la radio nacional; ya he dicho que, según nuestro código había derecho a trabajar: todo dependía de lo que se hacía. Propuse un programa incoloro: reconstituciones habladas, cantadas, sonoras, de fiestas antiguas, de la Edad media a nuestros días fue aceptado»{50}.

(3) La libertad, el axioma más importante de la filosofía existencialista, parece ser coartado por los compromisos con el PC y con los maoístas.

Las relaciones de Sartre y Beauvoir con el PC francés después de la guerra siempre fueron conflictivas, ya vimos que las críticas de este partido al Segundo sexo de Beauvoir fueron tan duras como las críticas provenientes de la derecha. Es cierto que a partir de 1952 las relaciones de Sartre con el PC (por entonces el más estalinista de Europa) comienzan a cambiar. Sartre escribe Les comunistes et la paix, cuando Beavoir se peleaba con Los mandarines, y las simpatías de Sartre por los comunistas comienzan a preocuparla. Mientras que antes Sartre y ella estaban convencidos de la necesidad de independencia de los intelectuales, a pesar de su compromiso con la izquierda, ahora con el ingreso de una generación más joven en Les Temps modernes (Lanzman y los otros nuevos miembros) la posición de Sartre comienza a cambiar y al poco también la de Simone; no así la de algunos de sus otros amigos como Merleau Ponty o Camus. Ya aludimos a como las desavenencias entre Sartre y Camus aparecen también reflejadas en Los mandarines.

La comidilla de aquel verano en París fue el altercado entre Sartre y Camus. Este en su libro El hombre rebelde. Camus denunciaba los abusos del totalitarismo estalinista y veladamente a Sartre por simpatizar con él : «Según Camus el rebelde tiene una mente independiente, mientras que el revolucionario es una personalidad autoritaria que invariablemente racionaliza los asesinatos. Camus sostenía que la violencia es siempre injustificable, incluso como instrumento para llegar a un fin»{51}.

En las reuniones de Les temps Modernes hubo vehementes discusiones sobre el libro, que no le gustaba a nadie, finalmente fue Francis Jeanson el encargado de la reseña. Camus se sintió traicionado y respondió, pero no a Jeanson sino directamente a Sartre, a Monsieur Le Directeur: en opinión de Camus, al abrazar el estalinismo, Sartre estaba aceptando el servilismo y la sumisión. Sartre respondió con una diatriba de 20 páginas, que supuso la ruptura entre ambos. A partir de ahí Sartre y Simone no volvieron a dirigirle la palabra. En opinión de R. Gallimard, la ruptura con Sartre, para Camus, fue como el final de una historia de amor{52}.

Simone de Beauvoir tuvo que vivir la diferencia de opiniones entre los hombres que amaba pues, en relación al asunto Rosenberg en EEUU, escribió a Algren que la respondió que no había que confiar demasiado en la Unión Soviética, sin embargo Sartre cada vez estaba más implicado, así en 1954 Sartre fue invitado durante tres semanas para dar conferencias en la Unión Soviética. Sartre, que había trabajado en exceso durante ese año sufrió una subida de tensión{53} y fue ingresado en un hospital de Moscú, tuvo que permanecer diez días en el hospital y regresó a parís agotado. Años después diría que estaba demasiado enfermo para pensar con claridad, porque a la vuelta en un artículo en Libération afirmó que en la Unión Soviética había una total libertad de expresión{54}. Claro que en 1975, Sartre tuvo que desdecirse y admitir que había mentido. Es cierto que a partir de 1956, con la invasión soviética de Hungría, Sartre empieza a criticar a la Unión Soviética en sus declaraciones públicas. Por su parte, Beauvoir sólo aceptó una única entrevista para el periódico comunista Humanité Dimanche, en 1954, tras la publicación de Los mandarines y la obtención del Goncourt, para que quedara claro que el libro no pretendía ser anticomunista.

A principios de septiembre de 1955 Sartre y ella partieron para China, quedaron impresionados al ver la victoria de Mao sobre la malnutrición, las epidemias y la mortalidad infantil. Al volver de China, tras detenerse en Moscú, Sartre escribió el guión de la película Las Brujas de Salem, adaptación de la obra homónima de A. Miller, una alegoría de la caza de brujas anticomunista en EEUU. Beauvoir decidió escribir un libro sobre China, La Larga Marcha, en él especialmente es llamativa la defensa de Simone de la revolución cultural China. Pero sus motivos no se ocultan aparecen muy claros en el tercer tomo de las memorias:

«Por vez primera veía yo el Extremo Oriente. Por primera vez comprendí el sentido de la expresión: país subdesarrollado. Supe lo que significaba la pobreza en una escala de 600 millones de hombres. Por primera vez asistí a una dura empresa: la construcción del socialismo»{55}.

Conclusiones

Realidad o ficción, la mayor creación literaria de Beauvoir fue su vida, la que hizo real en el proceso de la escritura. Quiere contarlo todo, testimoniarlo todo, nos dice en sus memorias. Escribe sobre su vida, escribe sobre cómo escribe sus novelas, escribe sobre sus amantes, especialmente Sartre y Nelson Algren pero también sobre Bost, a quien le dedica El segundo sexo, y sobre Lanzmann, quien fue el primer hombre con quién vivió; y también sobre Wanda y Olga, entre la cantidad de amantes suyos y de Sartr

En resumen, escribe sobre lo que no se escribe: lo privado. ¿Efectivamente, Simone de Beauvoir es una exhibicionista impúdica? Sus detractores, como hemos visto a lo largo de este capítulo, la acusan de contar su vida para crear una imagen pública de sí misma, y de Sartre. En nuestra opinión este no es el objetivo de Beauvoir, sino que su meta es captar lo imposible, captar el yo en su emerger, en su hacerse, en su permanecer. Especialmente en sus memorias, el yo es el protagonista y fuente de todo discurso. Lo que hace de ella la principal protagonista de todas sus obras. En las memorias autora y personaje se retroalimentan. El resultado es la construcción de un nuevo paradigma de mujer.

Hemos dicho, que más allá de cualquier moralismo hay que tener en cuenta que la narradora no es la Beauvoir autora, la autora construye un personaje. Pero también es cierto que hay un segundo movimiento al que no hemos aludido todavía: Simone, el personaje literario, construye también a la autora real; después la vida pública se encargaría de convertir a esta en una leyenda. Como decíamos en la introducción, la escritura de Beauvoir está encarnada en su posibilidad de ser. Escribió sobre su vida y, al hacerlo, se inventó a sí misma.

Resumiendo podríamos decir que:

—En el caso de Simone de Beauvoir la escritura no es un medio para comprender el mundo sino para hacerse ella misma. A través de la narración fue elaborando el discurso que sustentó su identidad.

—Ella misma, como creación alternativa a los modelos sexistas de mujer de su momento, pasa a convertirse después en un modelo a seguir por las generaciones venideras.

—Intentó una coherencia entre su vida y su literatura. Más allá de todas las críticas a las que hemos aludido hay que decir que junto a Sartre puso en marcha una ética de la autenticidad de corte kantiano: elegir los principios y vivir de acuerdo a ellos.

—Aunque, como ya dijimos, escogió la literatura para dejarle la filosofía a Sartre, porque afirmaba no tener imaginación, ella logra una filosofía que mantiene su actualidad, más allá de lo obsoleto del existencialismo: una hermenéutica de la facticidad del yo situado, y una hermenéutica de la sospecha.

—Tomó los conceptos de la filosofía como la moral kantiana, la dialéctica amo-esclavo de Hegel, la libertad del existencialismo y la interrogación por la existencia de Heidegger, además del deconstructivismo de Nietzsche, para erigir una propuesta de autonomía para las mujeres. Sexo, matrimonio, pareja, soledad, fueron resemantizados bajo el horizonte de la libertad.

Notas

{1} Cfr. Lourreiro, A. G., «Problemas teóricos de la autobiografía», en VVAA, La autobiografía y sus problemas teóricos. Estudios e Investigación documental. Suplementos Anthropos, nº 29, (1991), pág. 3.

{2} Cfr. Weintraub, K. J., «Autobiografía y conciencia histórica», en VVAA, La autobiografía y sus problemas teóricos. Estudios e Investigación documental, pág. 19.

{3} Pozuelo Yvancos, J. Mª, «La frontera autobiográfica», en Poética de la ficción, Madrid, Síntesis, 1993, págs. 185-186.

{4} Bajtín, M., « Las formas del tiempo y del cronotopo en la novela», en Teoría y estética de la novela, Madrid, Taurus,1989, págs. 237-409.

{5} Cfr. Smith, S., « Hacia una poética de la autobiografía de mujeres», en VVAA, o.c., 113-149, pág. 96.

{6} Gusdorf, G., « Condiciones y límites de la autobiografía », en VVAA, o.c., 9-17, pág.17.

{7} «Simone de Beauvoir: la escandalosa». Así titula la revista Le Nouvel Observateur el especial que, con motivo de su centenario, dedicó a la autora en Enero de 2008.

{8} De Beauvoir, S., Une mort très douce, París, Gallimard, 1964 (tr. esp. Una muerte muy dulce, Barcelona, Edhasa, 1987).

{9} De Beauvoir, S., La cérémonie des adieux, París, Gallimard,1981 (tr. esp. La ceremonia del adiós, Barcelona, Edhasa, 1982).

{10} Cfr. De Beauvoir, S., La fuerza de las cosas, Barcelona, Edhasa, 1980, pág.159.

{11} De Beauvoir, S., La plenitud de la vida, Buenos Aires, Edit. Sudamericana, 1962, pág.264.

{12} Rowlwy, H., Sartre y Beauvoir, La historia de una pareja, Barcelona, Lumen, 2006, págs. 72-73.

{13} Lamblini B., Memorias de una joven informal, Barcelona, Mondadori, 1993, pág.39.

{14} De Beauvoir, S., La plenitud de la vida, pág.264

{15} Rowlwy, H., o. c., págs. 72-73.

{16} De Beauvoir, S., La plenitud de la vida, pág.285.

{17} «Querido pequeño ser: Quiero contarle algo extremadamente placentero e inesperado que me pasó: hace tres días me acosté con el pequeño Bost. Naturalmente fui yo quien lo propuso, el deseo era de ambos y durante el día manteníamos serias conversaciones mientras que las noches se hacían intolerablemente pesadas. Una noche lluviosa, en una granja de Tignes, estábamos tumbados de espaldas a diez centímetros uno del otro y nos estuvimos observando más de una hora, alargando con diversos pretextos el momento de ir a dormir. Al final me puse a reír tontamente mirándolo y él me dijo: "¿De qué se ríe?". Y le contesté: "Me estaba preguntando qué cara pondría si le propusiera acostarse conmigo". Y replicó: "Yo estaba pensando que usted pensaba que tenía ganas de besarla y no me atrevía". Remoloneamos aún un cuarto de hora más antes de que se atreviera a besarme. Le sorprendió muchísimo que le dijera que siempre había sentido muchísima ternura por él y anoche acabó por confesarme que hacía tiempo que me amaba. Le he tomado mucho cariño. Estamos pasando unos días idílicos y unas noches apasionadas. Me parece una cosa preciosa e intensa, pero es leve y tiene un lugar muy determinado en mi vida: la feliz consecuencia de una relación que siempre me había sido grata. Hasta la vista querido pequeño ser; el sábado estaré en el andén y si no estoy en el andén estaré en la cantina. Tengo ganas de pasar unas interminables semanas a solas contigo. Te beso tiernamente, tu Castor» (De Beauvoir, S., Correspondance croisée 1937-1940, París, Gallimard, 2004).

{18} La pequeña de las dos hermanas Kosakiewicz, de origen ruso, tuvo relaciones con ambas, primero con Olga y luego con Wanda. Se cuenta que siempre la mantuvo, lo cierto es que Sartre les conseguía a ambas papeles en sus obras de teatro.

{19} En 1945 Sartre conoce a Dolores Vanetti, norteamericana y le pagó su divorcio, después se mantuvo una relación que estuvo a punto de acabar en matrimonio y que le hizo sufrir terriblemente a Simone, que se arroja en los brazos de Algren. Luego en la vida amorosa de Sartre vino Michelle Vian, que también se estaba separando de Boris Vian. Según algunas fuentes, Michelle pudo haber abortado al quedarse embarazada de Sartre, y se cuenta éste se fue de viaje en vez de acompañarla. Aparentemente ella ya había tenido dos hijos con Vian y no quería tener otro con Sartre, luego para rematar el nudo amoroso, Michelle compaginó con otra relación con un ruso, a escondidas de Sartre, durante años.

{20} La relativa auténtica sinceridad entre ambos desde luego no afecta a los terceros implicados en sus relaciones, no sólo en lo referente a Simone y Algren, sino también en lo referente a Sartre y sus amantes: Por ejemplo, cuando Sartre deja definitivamente a Dolores, continúa a la vez su relación con Wanda y con la ex mujer de Boris Vian , Michelle, pero no les confiesa a ninguna de las dos que a la vez mantiene una relación con Evelyne, la hermana de Lanzaman. Cuando Michelle lo descubrió, en una entrevista tras la muerte de Sartre, casi se desmalla (cfr. Rowlwy, H., o.c., pág.343).

{21} Ibidem, pág. 105.

{22} Ibidem, pág. 15.

{23} Idem.

{24} De Beavoir,S., Lettres à Sartre , 1930-39, París, Gallimard,1990, vol. I, págs. 357-8 (tr. esp. Cartas a Sartre, Barcelona, Edhasa, 1991).

{25} Ibidem, págs. 372-373.

{26} Ibidem, págs. 388.

{27} Ibidem, vol II (1940-1963), pág. 96.

{28} Ibidem, vol II (1940-1963), pág. 113.

{29} De Beauvoir, S., Journal de guerrre (September 1939-Janvier 1941),París, Gallimard, 1990, pág. 264 (tr. esp. Diarios de Guerra (Septiembre 1939-Enero 1941), Barcelona, Edhasa,1990).

{30} Ibidem, págs. 192-3.

{31} Lamblini, B., o. c., pág. 87.

{32} Bair, D., París, Fayard, pág. 279.

{33} Sartre, J. P., «L´Âge de raison», Les Chemins de la Liberté I, L’âge de raison, París, Gallimard, Le livre de poche, 1945 pág. 51 (tr. esp. de M.R. Cardoso, Los caminos de la libertad I. La edad de la razón, Buenos Aires, Ed. Losada, 1959).

{34} Sartre, J. P., «Le Sursis», Les Chemins de la liberté II, París, Gallimard, Le livre de poche, 1945, pág. 73 (tr. esp., «El aplazamiento», Los caminos de la libertad II, Buenos Aires, Losada, 1948).

{35} Ibidem, pág. 79.

{36} Conversaciones de Jean Paul sartre con Benny Lévy, publicadas en Le Nouvel Observateur a partir de marzo de 1980 ( Cfr. en Lamblini, B., o.c., págs. 90-91).

{37} Idem.

{38} Ibidem, pág. 92.

{39} Rowley, H., o. c., pág. 326.

{40} Cfr. Lamblini, B., o. c., pág. 170.

{41} Ibidem, pág. 165.

{42} Ibidem, pág. 198.

{43} «Debí prestar tales cartas al castor para que las leyera, probablemente durante el otoño del 39 y la única explicación de este misterio es que se le olvidaría devolvérmelas, y que yo no me acordara de pedirlas. Lo cual quiere decir que las había tenido en reserva durante 40 años pata volverlas a sacar cuando la conviniera» (Ibidem, pág. 194).

{44} Cfr. Ibidem, págs. 187-192.

{45} «Pedía una botella, es decir, que comía muy poco pero se bebía una botella entera» (Ibidem, pág. 184)

{46} Cfr. Ibidem, pág. 116, y De Beauvoir, S., La plenitud de la vida, pág. 543.

{47} «Casarse con Bernard, desde el punto de vista del Castor, era algo así como rebajarse» (Lamblini, B., o.c., pág. 165).

{48} Ibidem, pág. 116.

{49} Idem.

{50} Ibidem, pág. 133.

{51} De Beauvoir, S., La plenitud de la vida, pág.559.

{52} Ibidem, pág. 587

{53} Rowley, H., o. c., pág. 320.

{54} Ibidem, pág. 321.

{55} Posiblemente producida por su adicción a la coridrina, que posiblemente encubría una depresión crónica. Con la coridrina podía conservar sus sueños de grandeza, sin los cuales le era imposible escribir. Más allá de sus declaraciones públicas, Sartre se cuestionaba a todas horas la inutilidad de la escritura, sino podía cambiar el mundo entonces no merecía la pena escribir.

{56} Cfr. Ibidem, pág. 34

{57} De Beauvoir, S., La fuerza de las cosas, pág. 392.

 

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