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El Catoblepas, número 95, enero 2010
  El Catoblepasnúmero 95 • enero 2010 • página 11
Artículos

Herrera Oria, el cardenal periodista

José María García de Tuñón Aza

Esbozo biográfico de Ángel Herrera Oria (1886-1968)

Ángel Herrera Oria (1886-1968)

El cardenal Ángel María Rouco abría, el 25 de enero de 1996, el proceso de canonización de Ángel Herrera Oria, nacido en Santander el 19 de diciembre de 1886. Su padre José Herrera Ariosa era abogado sin haber ejercido nunca pues se dedicó a negocios de tabaco habiendo alcanzado una discreta fortuna. Su madre Asunción Oria Rodríguez, mujer muy bondadosa, era madrileña; trajo al mundo quince hijos y solamente la primogénita sería mujer, a la que pusieron de nombre Asunción como su madre. De entre todos los varones llegó a haber cinco jesuitas, y Angel ocupó el lugar número trece.

La familia pasaba los inviernos en Valladolid y los veranos en Santander. En la primera ciudad comenzó sus primeros estudios con los Hermanos de la Doctrina Cristiana y después el bachiller en el colegio San José de los jesuitas, donde terminó con excelentes notas en 1900. Se matricula en la Universidad vallisoletana en la facultad de Derecho realizando los primeros cursos, para finalizar en la Universidad de Deusto, regida por la Compañía de Jesús, aunque la falta oficial de un reconocimiento de los cursos realizados en Deusto obligaba a sus alumnos a ir examinarse a Salamanca. Finalizada la carrera en 1905 pensó presentarse a la cátedra de Derecho Político, pero abandonó esta idea para opositar al Cuerpo de Abogados del Estado. Oposiciones que saca en 1907 siendo su primer destino la Delegación de Hacienda de Burgos, en la que permanece muy poco tiempo porque pide la excedencia, que le fue concedida en octubre de 1908. Pero antes, en 1906, participa en el homenaje póstumo que la Academia de Derecho y Literatura de San Luis Gonzaga rinde al escritor José María Pereda, pronunciando un discurso que termina con estas palabras:

«Pereda, que levantando su voz de gigante sobre nuestros escritores contemporáneos, dejó oír en España entera el eco de su inspiración, tomada, no del realismo francés, sino descendiente en línea recta del Quijote y de las Novelas Ejemplares; Pereda, digo, que en el siglo XIX volvió a comunicar a nuestra lengua todo la fluidez y flexibilidad que supo darle Cervantes, el brillo y la transparencia de Granada, la propiedad y energía de León, el gracejo de Quevedo, la sobriedad y tersura de La Palma. ¡Dichoso el que tan fielmente llenó su misión en este mundo! ¡Dichosos también nosotros que comprendimos su labor literaria, y nos reunimos para honrar y venerar su memoria! He dicho.»{1}

El año 1908 marca la incorporación de Ángel Herrera Oria a la vida pública en la España de la Restauración comenzada por Cánovas, de quien aquél tenía un juicio bastante positivo, incluso contra la mayor parte de la opinión católica. Sobre este político y bajo el título «Por qué fracasó Canovas», escribiría después:

«Cánovas intentó realizar en España el ideal aristotélico tomista. Cánovas aspiró a conseguir el equilibrio de los tres poderes. Y en otras circunstancias, sin cuestión dinástica, tal vez lo hubiera conseguido, mas el pleito dinástico obligó a la Casa reinante a buscar su apoyo en fuerzas liberales que impusieron a Cánovas el sufragio universal. Si el sufragio universal se hubiese aplicado lealmente en la práctica desde el día en que se confirió por ley, la revolución de 1931 se hubiera anticipado en más de un cuarto de siglo.»{2}

A mediados de 1911, Herrera con José María Urquijo y Domingo Epalza, idean la fundación de un diario que representase la opinión católica. La decisión no era una improvisación ni tampoco una idea original porque el diario de Bilbao La Gaceta del Norte, en una línea católica, había sido fundado en octubre de 1901, y lo que se quería ahora era repetir la experiencia en la capital de España con el respaldo eficaz que podía prestar la Asociación Católica de Propagandistas. Se pensó desde el primer momento que el nuevo diario llevara el título de El Debate, pero existía el problema de que ya había otro diario con el mismo nombre cuyo primer número había aparecido el año anterior. La única solución para seguir con la idea de que el nuevo periódico se llamara como habían pensado en un principio, era comprar la cabecera, algo a lo que se llegó previo pago de 25.000 pesetas y con la condición de que los nuevos dueños imprimieran su periódico en los talleres en que hasta entonces venía haciéndose, al menos durante un año. El capital inicial fueron 100.000 pesetas de las que Urquijo aportó la mitad sin que Herrera pudiera conseguir la parte que correspondía a los propagandistas por lo que la Editorial Vizcaína, editora de La Gaceta del Norte, se hizo cargo de esa parte, recomendando al mismo tiempo la redacción a los propagandistas. Pero el entendimiento entre los propagandistas y la Editorial Vizcaína no duró mucho por discrepancias en la línea del periódico por lo que la editorial vasca «traspasó gratuitamente el periódico a los propagandistas»{3} y el 23 de noviembre de 1912 se constituía la Editorial Católica con un capital de 150.000 pesetas y con la entrada de nuevos socios.

Sería el director del nuevo periódico Ángel Herrera, «más por obediencia que por vocación» según el propio Herrera manifestó, poco antes de su muerte, al colaborador de un periódico de Barcelona, cuando le preguntó: «V.E, antes de sentir la vocación periodística fue universitario, hombre de Leyes; ¿qué le impulsó a abandonar la abogacía?». A lo que ya el cardenal Herrera había respondido:

«En realidad estudié Derecho para presentarme a unas oposiciones como abogado del Estado, que gané e incluso llegué a ejercer como tal unos meses en Burgos. Pero pronto regresé a Madrid para concluir Filosofía y Letras. Fue por aquel entonces cuando José María de Urquijo, propietario de la Gaceta del Norte de Bilbao, se empeñó en que debía dirigir un periódico que iba a fundar en Madrid: El Debate. Pese a su insistencia, no acepté y entonces recurrió al nuncio de Su Santidad, y más por obediencia que por vocación acepté el cargo.»{4}

El nombramiento de Herrera al frente del periódico fue un acierto rotundo. La mayoría de sus adversarios políticos no dejaban de leerlo todos los días. Así nos lo cuenta, por ejemplo, Indalecio Prieto cuando a la vuelta de haber asistido al entierro de Pablo Iglesias y presto a escribir un artículo acerca del acto en que acababa de participar, vio en su mesa El Debate «que, de conformidad con las mañas sinuosas de su director, don Ángel Herrera, dedicaba varios renglones desdeñosos a Pablo Iglesias Posse, achacándole falta de cultura. Aquel suelto del diario católico me sirvió de tema. ¿En qué Universidad –pregunté a El Debate– cursó Jesús de Nazaret? ¿Y qué aulas frecuentaron los doce apóstoles?»{5} Después de leer estas líneas esta muy claro que Prieto desconocía el Evangelio de Pentecostés cuando los apóstoles fueron iluminados por el Espíritu Santo.

Se quería, pues, un periódico católico, y El Debate lo fue, pero sin llamárselo, y no vaticanista, aunque se lo llamasen, ni episcopal, porque «generalmente fue por delante de los obispos y con la sensibilidad precisa para comprender hasta qué punto un extremado celo propagandístico podía ser contraproducente»{6}. Así lo demuestra, por ejemplo, cuando el director del Ya sacó una noticia en primera página relativa a la Acción Católica, que no gustó a Herrera. Por esa razón recibió una llamada suya desde Málaga, para decirle: «No hagas eso. La Acción Católica, en su sitio. Hay muchos lectores a los que no interesa nada. Y si se lo das así, rechazarán el periódico»{7}. Para Juan Ignacio Luca de Tena, «Don Ángel Herrera Oria era uno de los mejores periodistas que yo he conocido. No un escritor de periódicos como Azorín, Mariano de Cavia, Manuel Bueno, Pemán, Eugenio Montes, Cuartero y tantos otros, sino en el sentido de saber organizar y dirigir un periódico: como mi padre. Éste decía que no se puede ser, al mismo tiempo, primer violín y director de orquesta. Don Ángel Herrera no fue nunca primer violín, aunque lo tocara muy bien, pero era un formidable director de orquesta»{8}.

Sí, es cierto, fue «un formidable director de orquesta» como lo prueba la Escuela de Periodismo que Herrera fundó en 1926 y que tuvo actividad hasta que la guerra civil acabó con estos estudios que eran prácticamente los de una Facultad. Pero cuando en 1933 Herrera pasó a presidir la Acción Católica, cesó como director de El Debate y de responsable de la Escuela por la que habían pasado más de dos centenares de alumnos, entre ellos Dionisio Ridruejo que le recordaría más tarde diciendo que «lo había tratado en El Escorial, donde iba en 1931 los fines de semana y reunía, con aburrida paciencia apostólica, a tomar té con él, en el hotel Miranda, a los jóvenes que escribíamos en los periódicos»{9}.

El Debate fue para Miguel Primo de Rivera un periódico al que el general estuvo siempre muy agradecido. Herrera sentía por el insigne militar un gran afecto y así se lo decía un día en una carta que escribió a Pilar Primo de Rivera:

«Se han avivado en mí viejos recuerdos, especialmente de su ilustre padre, a quien tan de cerca traté y cuyas grandes dotes de caballerosidad, patriotismo y profunda fe cristiana pude apreciar directa y personalmente. De él guardo siempre el mejor recuerdo y la mayor gratitud por el mucho bien que hizo a la patria. No olvido el día en que su hermano José Antonio me presentó a Vd. en el Hotel Nacional con ocasión de una fiesta de El Debate{10}

Cuando llegan las elecciones del 12 de abril de 1931, El Debate rechazaba el que se les diese otro alcance que no fuera el puramente administrativo. «Era una opinión jurídicamente irreprochable, pero con escaso, por no decir nulo, sentido de la realidad»{11}. Por eso Juan Ignacio Luca de Tena cuenta que cuando visitó a Herrera aquel día:

«Él creía que, a la mañana siguiente, se formaría un gobierno de centro presidido por Cambó y del que formarían parte don Antonio Goicoechea y don Pedro Sáinz Rodríguez. Ante mi gesto atónito, me preguntó:
—Pues ¿cómo cree usted que puede solucionarse todo esto?
—No creo nada, don Angel –me atreví a responder tímidamente–. Yo tengo el convencimiento de que mañana será proclamada la República.
Don Angel Herrera se escandalizó; no lo creía posible. Y era tanta mi devoción por él y mi fe en su autoridad política y profesional, que salí de su despacho pensando si yo me habría vuelto loco. Antes de que pasaran veinticuatro horas, los hechos vinieron a tranquilizarme sobre el estado de mi mente. Pero entonces empecé a sospechar que, con todo su prestigio y experiencia, a don Angel Herrera le faltaba lo que yo llamaría un sexto sentido: el político.»{12}

Por su lado, José María Gil Robles cuenta que la noche en que Alfonso XIII abandonaba España para siempre, Herrera le comentó que «lo sucedido viene a probarme que me he equivocado al no seguir el camino que mi vocación me trazaba. Marcharé dentro de pocos días al extranjero para estudiar teología»{13}, en clara referencia a su vocación religiosa. En parecidos términos se expresaba el periodista Vicente Gallego cuando el futuro cardenal le dijo: «¿Qué te parecería que yo abandonara la dirección de El Debate»{14}. Francisco Cambó cuenta también que Herrera le dijo «que se retiraba de toda actividad política para iniciar sus estudios en la carrera sacerdotal»{15}. Sin embargo, tendrían que pasar dos años antes de que dejara la dirección del periódico y algo más en comenzar su carrera eclesiástica. Pero la llegada de la República tampoco representó para él –que seguía la enseñanza de León XIII sobre el acatamiento al poder constituido– un trauma como aparentemente pudiera parecer. Su biógrafo, José María García Escudero, piensa que el editorial, que inspiró Herrera y publicó El Debate el 15 de abril de 1931, fue, a su juicio, el más importante en la historia del periodismo español; reproducimos sólo los dos últimos párrafos:

«Malos españoles seríamos si nos gozáramos del mal del Gobierno o procurásemos su fracaso que no podrá producirse sin grave daño para España. En esta nuestra actitud quisiéramos ver a todos nuestros amigos; incorporados a la vida nacional, a la vida política, como actores y no como espectadores pasivos. Es claro que ni nosotros ni nadie debe renunciar al derecho de crítica, que es un modo de intervención; y, por nuestra parte, esa crítica será severa, si es preciso; nunca sistemática, y aun hemos de estar más prestos a la alabanza que a la censura, porque –repetimos– son muy graves los problemas ya planteados y no es lícito entorpecer con buscadas dificultades la acción del Gobierno. Ya encuéntrase éste frente al problema del mantenimiento del orden público, actualizado por algunos chispazos en provincias…
Nace, pues, el Gabinete republicano en situación muy difícil; claro que él se lo ha buscado…, pero no es patriótico derivar el razonamiento por ese derrotero. Deber de todos, interés de todos, es que el primer Gobierno de la República acierte en su cometido. Sin duda, ése es el anhelo de los nuevos ministros: es honrado creer, mientras no haya pruebas en contrario, que desean el bien de España. A ese designio nadie debe negarse a cooperar: hombres de la Monarquía, hombres de la República, han de juntarse en un ideal común, en un deber supremo, que es España. Por ello, el Gobierno debe buscar el concurso de los hombres capaces, estén donde estén. Y todos deben prestarlo lealmente, porque la nación está por encima de las formas de Gobierno. Proceder de otra suerte sería crimen de lesa Patria.»{16}

Fue, pues, un editorial muy estudiado que además venía avalado por conversaciones anteriores que Herrera había tenido con el nuncio Tedeschini, el cardenal Pacelli y hasta el mismo Papa Pío XI. Se lo recordaba años después en una carta que escribió en 1963 a José María Sánchez de Muniáin: «Todo tuvo su interés histórico y es además –sobre todo la conversación con Pío XI– plena confirmación de la sabiduría con que procedieron los propagandistas»{17}. Es decir, el editorial no había sido ninguna improvisación, sus principios ya habían sido estudiados por los propagandistas durante el curso 1929-1930, y el mismo Herrera los había anticipado en el propio periódico en anteriores artículos. «Era la doctrina –dice García Escudero– que León XIII había aplicado a la República francesa y que su discípulo había acomodado a la Monarquía española. Caída ésta, bastó la sustitución de la referencia concreta a la forma de gobierno para que aquello que había servido con Alfonso XIII se pudiera aplicar con la misma legitimidad a la República»{18}.

República que Herrera estaba dispuesto a apoyar, no tanto por adhesión al Gobierno que se había formado, sino porque España necesitaba estabilidad en su régimen político. «Ser, pues, monárquico y no republicano –decía Herrera–, es cuestión de apreciación histórica y no cuestión metafísica y trascendental, como una religión, o al menos como una filosofía. Hacednos buena la república y la aplaudiremos y reconoceremos el error de que no era conveniente en España.»{19} Estas palabras que recoge Herrera muestran bien a las claras que no quería regatear esfuerzos de buena voluntad hacia la República, incluso iba más allá de lo que algunos de sus seguidores habían puesto como límite. El mismo Manuel Azaña, que le dedica bastantes líneas en sus Memorias y le llama «jesuita de capa corta», cuenta que cuando con motivo de la quema de conventos fue a verlo Herrera, éste le dijo «que él estaba dispuesto a colaborar con la República, trayendo a ella las masas de católicos que siguen la política de su periódico»{20}. Así y todo, la República nunca comprendió el ánimo de convivencia que ofrecía Herrera: «Eran dos idiomas distintos…Y dos propósitos inconciliables. Lo que tuvimos enfrente no podía desembocar sino en desastre.»{21}

Herrera encontró dentro de la derecha monárquica bastante oposición a la política que venía practicando, a pesar de que en cierta ocasión había escrito: «Destronar al rey sería un acto de vandalismo político, pues la corona no nos pertenece. Nos ha sido legada por nuestros antepasados y tenemos la obligación de transmitirla a nuestros hijos, pudiéndose decir sin temor a equivocarnos que la corona de Castilla pertenece a todos los pueblos que hablan el idioma de Cervantes.»{22} Con el Abc, periódico monárquico por excelencia, llegó a tener una polémica por culpa de que este diario no aceptaba algunos puntos de vista de El Debate. Por esta razón Herrera intentó convencer a Luca de Tena, con quien mantenía buenas relaciones, de que debía acatar el nuevo régimen, en evitación de mayores males. Como no pudo lograr su propósito, fue a ver a la madre de aquél para que intentara convencer a su hijo de que estaba equivocado. Pero la buena señora que, por otra parte, respetaba mucho a Herrera, le manifestó: «Todo lo que mi hijo haga en ABC, lo apruebo sin reservas.»{23}

Asimismo el monárquico Eugenio Vegas Latapie, que fundó la revista Acción Española con el propósito de combatir la República y que, por esta razón, no compartía el criterio de Herrera de «deberíamos aceptarla», le dedica un extenso párrafo, en uno de los libros que nos ha dejado, donde repasa, de manera muy crítica, la línea de El Debate durante algunos años:

«En el número de 23 de septiembre de 1922, cuando parecía inevitable el desenlace de una dictadura, se afirmaba: «Hay entre nosotros quienes han expresado su confianza en soluciones a base de la fuerza física. ¡Qué funesto error!...». Y cuando era inminente la caída del general Primo de Rivera, se declaraba el 21 de de 1929: «No es cristiano atacar a un Gobierno como autoridad sean cuales fueren sus principios». Desparecida la Dictadura, el 28 de diciembre de 1930 se proclamaba: «…creemos que hay que acatar los Poderes constituidos hoy en la forma que actualmente se encuentran entre nosotros…». Derrocada la Monarquía la doctrina se mantenía inmutable el 8 de septiembre de 1931: «…separado de todas las rebeldías, contrarias todas ellas, El Debate ha predicado y practicado la obediencia sincera y leal al Poder de hecho, cualquiera que fuese la persona que lo regentara». De ahí que, al fallar el golpe militar de 10 de agosto de 1932, el rechazo de El Debate fuese inmediato: “hemos sido y seremos los paladines de la lucha legal y del acatamiento a los poderes constituidos. Ante todo por razones morales. Respetamos otros criterios, pero nosotros creemos que la rebelión propiamente dicha, es ilícita.”»{24}

La formación política Acción Nacional, que después se convertiría en el partido que lideró José María Gil Robles, fue constituida, el mismo mes de llegar la República, por José María Valiente, Alfredo López, y Ángel Herrera. El 7 de mayo presentó su reglamento rechazando que fuese un partido político y queriendo figurar como una organización de defensa social que actuaría dentro del régimen político establecido en España, algo por lo que venía luchando Herrera desde los años veinte cuando proyectó una gran campaña cuya primera finalidad «era fundar una universidad social, que formara hombres preparados en ciencias políticas, administrativas y sociales para destinarlos a los cargos públicos, al periodismo, a la propaganda y a la acción social con inspiración cristiana. Debían ser, pues, católicos y competentes»{25}. Pero la gran campaña fracasó por varios motivos, aunque el principal fue que el Vaticano, que en un principio la apoyó, poco a poco se iría despegando de la misma, muy posiblemente influido por el nuncio Tedeschini que nunca creyó en ella.

El primer acto público de esa organización tuvo lugar el 12 de junio de 1931. Son días aciagos de la República. Había elecciones para las Cortes Constituyentes y nadie de los que formaban parte de lo que no querían fuese precisamente un partido político, se animaba a presentarse candidato para las elecciones. Es Herrera, contra su propia voluntad, quien ha de afrontar el reto. El primer mitin fue en Ávila y el candidato quiso que lo acompañara Luis Ortiz Muñoz, editorialista de El Debate. Iban los dos solos. «Todo está triste y arisco –escribe Ortiz–. Él va pensativo y preocupado. De pronto me pregunta: “¿Te acuerdas de la frase del cónsul romano derrotado por Aníbal en Cannas?”. Por fortuna la recordaba. Sí –le contesté–. Llegó huyendo y aterrado a las puertas de la ciudad. Decía, según refiere Tito Livio: Magna pugna victi sumus.(Hemos sido vencidos en una gran batalla). Y Ángel comenzó con esta frase su primer discurso electoral»{26}. Las elecciones tuvieron lugar el 28 del mismo mes y los resultados no pudieron ser más desalentadores porque el candidato por Madrid fue «vencido», aunque su «partido» consiguió seis escaños en otras provincias, entre ellas Salamanca donde obtuvo un acta José María Gil Robles, que sería elegido presidente de Acción Popular el 17 de noviembre de 1931. En realidad fue una decisión del propio Herrera que le conocía muy bien pues en ese momento formaba parte, desde junio de 1922, del Consejo de Redacción de El Debate y le había hecho subdirector.

Cuatro años más tarde, el 28 de marzo de 1935, José Antonio Primo de Rivera escribió sobre Gil Robles, en el periódico Arriba, unas palabras sobre el nuevo líder de la derecha iniciado en la escuela de Herrera, y del que José Antonio, en clara alusión a éste, dijo que era el «alma de esa prodigiosa máquina frigorífica»; para añadir, en alusión ahora al periódico, que «aquello es una especie de monstruo de laboratorio químico: hombre que penetra en El Debate pierde la condición de ser humano para convertirse en un instrumento específicamente destinado a tal o cual misión hombre-fichero, hombre-prensa extranjera, hombre-propaganda u hombre-publicidad…»{27}:

«Gil Robles era uno de tantos, ni siquiera de los más relevantes. Joven, aparentemente inexpresivo, no contaba menos ni más que otro cualquiera de los jóvenes producidos en serie por la escuela herreriana. Al llegar las elecciones de junio de 1931 lo destinaron a luchar por la provincia de Salamanca. Allí fue el hombre, con cara de asombro y su inexperiencia. Al principio nadie le hizo caso. Un periodista salmantino ideó, fuera de los partidos en lucha, organizar a los agrarios. Se formó el Bloque Agrario, y entonces Gil Robles tuvo su primer acierto: se adhirió al bloque, juntamente con Lamamié de Clairac. Gracias al influjo de los agrarios triunfaron los dos. Triunfaron en algún punto de manera harto sorprendente: hubo sección que votó, con entusiasmo sufragista que envidiara Inglaterra, el 95 por 100 del censo. La cosa hubo de ser discutida en las cortes. Se impugnó el acta. Para defenderla pidió la palabra Gil Robles. ¿Quién era Gil Robles? Hasta entonces uno, ni siquiera de los más relevantes , de la escasa minoría de derechas; desde aquella tarde, su capitán. El discurso de defensa del acta le salió perfecto: toda la exactitud administrativa, toda la recortada precisión legal en que se educa a los jóvenes católicos se desarrolló aquella tarde en la Cámara con la puntualidad de un ejercicio de oposición. Los energúmenos de las Constituyentes, para quienes aquel alarde metódico resultaba sobrenatural, se quedaron estupefactos. Los no energúmenos le dieron su solemne visto bueno. Desde aquella sesión, cuando las derechas se jugaban una carta decisiva, encomendaban la jugada al diputado salmantino. Así apareció, en el retablo de las Españas, Gil Robles.»{28}

El 21 de diciembre de 1931 en un célebre discurso que Herrera pronunció en Valencia: Sobre la posición de la Derecha española en la política actual, insistía en la necesidad de la unión de las derechas, y muy especialmente en la reivindicación del voto femenino, «porque el problema no había que ponerlo –decía– entre monárquicos (de derecha) y republicanos (de izquierda), sino entre el socialismo masónico (el comunismo) y la burguesía y el catolicismo, propio de la España tradicional»{29}. El mes siguiente, El Debate sufrió la primera de sus suspensiones. Fue el 19 de enero de 1932 cuando el Gobierno decide la suspensión indefinidamente a causa de los continuos ataques que el periódico dedicaba a las Cortes republicanas; pero «el 20 de marzo, el diario reaparecía reivindicando su derecho a expresarse con libertad. Reafirmaba la trayectoria ideológica de El Debate y advertía que ejercería su libertad de crítica y su propósito de oponerse a la ley injusta y su perniciosa aplicación»{30}. La segunda vez sería el 10 de agosto de 1932 cuando la sublevación del general Sanjurjo que Azaña aprovechó para cerrar un centenar de periódicos.

Por otro lado, los hombres de Acción Española no entendían a los de Acción Popular porque éstos parecía que daban a entender que abandonaban la conquista del Estado, es decir, la tarea política, al menos resultaba evidente que los medios propugnados por ellos eran bien distintos a los que querían utilizar los primeros. A Víctor Pradera le sacaba de sus casillas Ángel Herrera. No era difícil conseguirlo. Sólo con citar su nombre delante de él comenzaba a despotricar sin freno contra quien «más tarde sería cardenal de la Santa Iglesia, a quien culpaba de ser uno de los mayores enemigos de España, por su disparatada tesis de adhesión a la República»{31}. Sin embargo la opinión que tenían los hombres Acción Española sobre Gil Robles era bien distinta, al menos la de alguno de ellos como era el caso de Eugenio Vegas Latapie que escribió, después de escucharle en un discurso en la campaña electoral de 1933, que había estado «espléndido» reproduciendo el discurso en Acción Española, lo mismo que el de José Antonio Primo de Rivera, que también reprodujeron el que pronunció en el teatro de la Comedia. «Ello demuestra –añade Vegas– que carecíamos en absoluto de sectarismo partidista y que no pretendíamos sino integrar a cuantos coincidieran con nuestra línea ideológica fundamental»{32}. En esas elecciones se produjo la victoria electoral de Gil Robles que significó el principio de la tensión creciente que venía habiendo entre Herrera y Gil Robles. El primero así dejó anotado lo que le dijo después de las elecciones:

«El porvenir de España depende de dos hombres. Todos los demás para mí no cuentan. Tú y Alcalá-Zamora. De la conducta que sigas personalmente con Alcalá-Zamora puede depender el porvenir de la nación. Hombre difícil de tratar, de psicología singularísima, vanidoso con vanidad pueril, femenina su quieres, y, sin embargo, es el jefe del Estado. Mi consejo es que procures complacerle en lo meramente personal hasta donde te sea posible. Gánate su confianza; que no vea en ningún caso, un enemigo, sino, todo lo más, un adversario político… Si Alcalá-Zamora ve en ti un adversario irreductible, puede cometer la mayor locura…No tiene este hombre más salida que la derecha, a la cual él fundamentalmente pertenece. Gil Robles me oyó atentamente, pero no me hizo el menor caso.»{33}

La realidad fue que entre ambos, según manifiesta Mariano Sebastián Herrador, hombre de El Debate, a García Escudero, hubo una desilusión mutua: «Angel se quejaba de que Gil Robles, no le hacía caso y Gil Robles decía que Ángel no entendía de política. Pero yo sospecho –termina diciendo Sebastián Herrador– que hubo algo más que eso; alguna cosa se quebró entre los dos.»{34} Por su parte, Gil Robles, manifestó: «Durante nuestros años de estrecha colaboración, sobre todo en los últimos tiempos, había observado yo las frecuentes equivocaciones de Herrera en la apreciación de las realidades de la vida pública. Con absoluta lealtad, me opuse más de una vez a alguna de sus iniciativas, aunque jamás lograra apartarle del camino trazado. Mientras fue director de un periódico del cual era yo redactor, acepté y secundé disciplinadamente sus directrices; pero al caer sobre mis hombros la responsabilidad de un partido, consulté con él rarísimas veces. Y no porque me dejara arrastrar por ningún oscuro resentimiento, sino porque Herrera, aun cuando me apoyara resueltamente desde las columnas de El Debate{35}, nunca estuvo afiliado al partido, no podía yo consentir, además, que sus equivocaciones alcanzasen a quienes habían depositado en mí su confianza»{36}.

El 10 de febrero de 1933 se hizo público el nombramiento de Ángel Herrera como presidente de la Junta Central de Acción Católica, y dos días después intervenía oficialmente en la celebración del aniversario de la coronación del Papa Pío XI. Así, pues, su vida entraba en un camino más próximo a su vocación sacerdotal que ya venía preparando desde hacía tiempo y que, por ese motivo, había presentado su dimisión como director de El Debate en el otoño de 1932, y aunque no fue aceptada sólo para que pudiese organizar con calma su sucesión que, después de barajarse varios nombres, recayó en el asturiano Francisco de Luis que hasta entonces venía ocupando el puesto de redactor jefe. Herrera siguió presidiendo el Consejo durante algunos meses, pero ahora su mayor preocupación era la responsabilidad adquirida en su nuevo cargo que había sido consensuado por los Metropolitanos que juzgaron provechoso su nombramiento. Pronto se echó encima la tarea de buscar hombres seglares para dirigir la Acción Católica. De manera similar a la formación cultural prevista para los sacerdotes, también se propuso iniciar actividades con los seglares, con la vieja idea de una «posible creación de una Universidad Católica, de la que el Centro de Estudios Universitarios (C.E.U.) debería ser el núcleo, hasta la constitución de sindicatos obreros».{37}

Esto último, es decir, lo de la «constitución de sindicatos obreros», no pareció gustarle mucho al sacerdote asturiano y deán de la catedral ovetense Maxilimiliano Arboleya, fundador de los Sindicatos Independientes –punto culminante de su labor social que aunque no llevasen el título eran sindicatos católicos–, quien al parecer se creía el artífice exclusivo de la creación de una organización obrera católica en España llegando a acusar de monopolizador a Herrera, según da a entender en una carta que más tarde escribió al político Ángel Osorio y Gallardo y que recoge su apasionado biógrafo el también sacerdote Domingo Benavides:

«Herrera cuenta con sus propagandistas, que no hacen nada en todo el año, pero que son maestros en la preparación de «actos» cuando él visita los pueblos […] Cuenta con Acción Popular, con El Debate y con todas las obras filiales de aquella Casa: Escuela de periodismo, Instituto social obrero, Ampliaciones universitarias, la mar y los siete ríos. Por medio de la Casa del Consiliario instalada en un magnífico primer piso, ocupando casualmente el segundo los padres de la Compañía, se acapara la Acción Católica hasta en los detalles, y por medio del flamante Secretariado social, instalado en la misma Junta Central, se domina toda la acción social […] Todo está, pues, acaparado.»{38}

También tenía otras discrepancias con Herrera que no dejaban de sorprenderle. Por ejemplo: cuando recién finalizada la Revolución de Asturias el Presidente de la Junta Central de Acción Católica declaró en Oviedo:

«Vamos a iniciar la campaña en Madrid con un homenaje a Vicente Madera{39} y a sus compañeros del Sindicato Católico de Aller que tan valientemente lucharon contra la revolución en Moreda. Este homenaje se celebrará en Madrid, un domingo. Al domingo siguiente se repetirá en Oviedo. Queremos que después Vicente Madera sea uno de nuestros propagandistas que recorra toda España como una verdadera figura nacional, que lo es por derecho propio.»{40}

A Arboleya según biógrafo:

«el proyecto le parecía absolutamente descabellado. Aparte la desorientada trayectoria de aquel sindicato, los acontecimientos de Moreda, por muy heroicos que fuesen, no dejaban de ser un episodio triste en la más reciente historia del proletariado asturiano. Un puñado de hombres que, acorralados por sus compañeros, se ven obligados a disparar sobre ellos… Esto era todo{41}. Por otra parte, aquello nada tenía que ver con el sindicalismo. Al contrario; el haber puesto al descubierto que el supuesto sindicato estaba convertido en un pequeño arsenal y el haberse defendido durante un buen rato a «tiro limpio», no era precisamente una carta de recomendación para convertir tales hombres en apóstoles sindicalistas.»{42}

En febrero de 1934 Ángel Herrera inició la campaña Pro Ecclesia et Patria con los siguientes objetivos:

«a) Formar y conservar la conciencia católica del país, dado que no puede quedar impasible ante tantos agravios al cristianismo, a la Iglesia y a la cultura histórica y de fe de tantos siglos.
b ) Manifestar el dolor y la protesta de los católicos españoles ante una Constitución laicista, secularizada de los matrimonios, sectaria, que niega o cercena la libertad de la Iglesia en el ejercicio del culto y la educación cristiana de los hijos de familias cristianas.
c) Protestar contra la tiranía de la conciencia y pisoteo de la libertad que produce aquella impía legislación.
d) Restituir la verdad de la historia de España mediante verdades incontestables, estudios con carácter de investigación que demuestren la verdad hecha historia, es decir, mostrar la influencia benéfica del principio religioso en el progreso de la vida civil española.»{43}

Además de todo lo expuesto, y de haber participado en la fundación del nuevo periódico que recibiría el nombre de Ya, y que se publicó por vez primera el 14 de enero de 1935, Herrera estaba detrás de crear una Universidad Católica. A lo largo de esos años le vemos informando a los propagandistas de su plan y el 8 de septiembre de 1935 les anuncia que por fin ha sido aprobado por la Junta de Metropolitanos y que al mismo tiempo contaba con el visto bueno del Papa Pío XI. Pero la victoria del Frente Popular en febrero de 1936 y próxima la Guerra Civil, hizo que no fuera posible que su mayor sueño acabara siendo realidad. En la primavera de ese año, Herrera se despide de sus propagandistas antes de marchar a Suiza el 10 de mayo – coincidiendo con el mismo día en que fue elegido presidente de la República Manuel Azaña–, donde pensaba realizar sus estudios de sacerdocio, y les hace dos recomendaciones: «Que sean menos y con más espíritu». Era su preocupación, la formación de sus propagandistas: «Es indispensable atender a la formación de minorías dirigentes antes de ir a la base popular. Se trata de formar verdaderos cruzados, como los de la Edad Media, no para rescatar tierra material, sino territorio espiritual. Estos han de ser los fundamentos de la futura sociedad»{44}.

Cuando se produce el Alzamiento, Herrera comete un grave error, felicita a Gil Robles pensando que éste había condenado el golpe militar, pero el líder de la CEDA estaba con los sublevados. Inicialmente, Herrera no pudo sino estar al lado de los defensores de la autoridad constituida y expresar al mismo tiempo su enfado con los militares sublevados. El problema que inmediatamente se le planteó fue la brutal persecución religiosa que empezó a practicar la República. No obstante, él sabía que, por su manera de pensar en un principio, la hostilidad que había en contra suya en la España dominada por los sublevados, era evidente. Fue el único hombre de la Editorial Católica, según ha dicho Vegas Latapie, que no llegó a entrar en territorio nacional durante la guerra. «No es prudente que cruce yo ahora la frontera», decía. En una carta que dirige a Martín Artajo, el 23 de mayo de 1937, advertía: «Ahora mi ida puede perjudicaros y perjudicarme»{45}. Así, pues, prefirió mantenerse aislado en Friburgo en una posición de neutralidad, aunque, todo hay que decirlo, contrario a la actitud que había tomado la Iglesia a favor de Franco. Esta postura adoptada por Herrera sirvió años más tarde para que en una nota que el cardenal Vidal i Barraquer envía al secretario de Estado del Vaticano, y haciendo referencia a la Guerra Civil, escriba: «Cuyos desastrosos resultados se van evidenciando cada día más, y de la cual un eclesiástico (Ángel Herrera) hombre de Dios y muy ponderado, conocedor cual más de las cosas de España, decía ya a raíz de la famosa Carta Colectiva del episcopado, que el día de mañana habría de constituir laboriosa tarea para los apologistas católicos justificar la actitud belicosa de la Iglesia española»{46}.

Volviendo a la permanencia o no de Herrera en España durante le Guerra Civil, Vegas Latapie se equivoca y es posible que haya querido decir que no residió de forma permanente, como la mayoría de los propagandistas. Pero Herrera sí estuvo en España en ese periodo y a lo largo de un mes o mes y medio, entre diciembre de 1937 y enero del año siguiente. Vino con motivo de la muerte de su madre Asunción Oria, que falleció en su casa de Santander el 20 de diciembre. También lo testifica quien fue compañero de Herrera en Friburgo, Maximino Romero de Lema, obispo en España y arzobispo en Roma, y que fue soldado en la Guerra Civil{47}, cuando confiesa a José María García Escudero que Herrera estuvo en España «una vez, en plena guerra»{48}.

En Suiza permaneció cinco años. Su residencia fue el convento de los dominicos, el Albertinum, donde hizo todos los cursos de Teología. La vida, como seminarista que era, la desarrolló con arreglo a su nuevo estado, aunque no por eso dejó de relacionarse con mucha gente. Seguramente el gran nombre que hay que vincular a Herrera a lo largo de su estancia en Friburgo fue, sin duda, el de su amigo Francisco Cambó, refugiado en aquella tierra durante la Guerra Civil, y que según una hija de éste, Helena Cambó, su padre invariablemente se refería a Herrera como el «amigo de siempre»{49}. Se dedicó también a organizar encuentros para leer y comentar los Evangelios, con vistas a su preparación como futuro sacerdote. Mantuvo buena relación con los diplomáticos que en aquel país representaban a la España nacional.

El 28 de marzo de 1939 cuando las tropas nacionales entran en Madrid, un grupo de redactores del desaparecido diario El Debate, conducidos por Nicolás González Ruiz, lanzaron un número del periódico que repartieron por las calles. Al día siguiente, cuando estaban preparando un nuevo número, les llegó la prohibición de su aparición. La explicación que dieron las autoridades nacionales fue que ninguna empresa podía publicar más de dos periódicos. Pero la realidad fue que no perdonaban a El Debate su política durante la II República y ahora querían hacerlo desaparecer, lo mismo que anteriormente lo habían hecho los rojos cuando se incautaron de sus talleres para publicar Mundo Obrero. Solamente se permitió la publicación del diario Ya. En los años siguientes «no faltaron las peticiones para que se autorizase la reaparición de El Debate; Herrera con su comportamiento respetuoso hacia el régimen se había ido ganando el aprecio de Franco, se lo pidió, pero Franco prefirió eludir el tema, alegando escasez de papel»{50}.

El 14 de abril de 1940, en el noveno aniversario de aquella República a la que Herrera se había adherido, visitó a Cambó y hablaron del mundo y de España: «La conversación, naturalmente, no ha sido demasiado alegre. Al despedirme me ha anunciado que será la última vez que le vea vestido de paisano. Por dispensa especial de Roma, en pocas semanas será subdiácono, diácono y presbítero. Cuando nos volvamos a ver será sacerdote»{51}. Y lo fue el 28 de julio siguiente. En recuerdo de aquel día, el político catalán escribió más tarde esta reflexión:

«¡Curioso destino el de este hombre! Dotado de enormes cualidades para la acción (talento, dinamismo, dotes de seducción, tenacidad, abnegación), las consagró todas a crear en España unas derechas tolerantes, cultivadas, sinceramente católicas y caritativamente humanas y generosas. Trabajaba por la convivencia en el respeto mutuo de todos los españoles. Era comprensivo ante todos los problemas y especialmente los regionales y sociales. Por fortuna, antes que se produjera el cataclismo había emprendido ya la carrera del sacerdocio para consagrarse íntegramente a Dios. ¡Decididamente, la suerte de Herrera es envidiable! Ninguno, ninguno puede envidiarle tanto como yo.»{52}

En 1943 regresa definitivamente a España y es nombrado coadjutor de la iglesia de Santa Lucía del barrio pesquero de Maliaño, muy cerca de Santander, donde además había sido bautizado. Fuera de la iglesia desarrolló una gran actividad con jóvenes a los que reunía en su casa. Fundó también una escuela obrera de aprendices y una residencia para preparar a sacerdotes en materia social. Éstos últimos eran jóvenes con estudios universitarios, incluso con la carrera terminada algunos de ellos. Todos habían sido elegidos por Herrera y vivían con un horario estrecho, casi espartano. Ni en la comida ni en la cena podía hablar. Mientras unos comían, otro leía un par de páginas de un libro que después pasaba a un compañero. En Santander también desarrolló una actividad poco conocida de capellán de la cárcel.

El 12 de octubre de 1947, fiesta de la Hispanidad, fue consagrado obispo, dejando atrás un largo periodo de dedicación a las tareas puramente sacerdotales. Bastó este nombramiento para que alguna prensa mundial aplicase los más sensacionales calificativos al «obispo socialista», «obispo rojo», «campeón de la libertad», «líder del ala izquierdista de la Iglesia» o «de la democracia cristiana», y «principal enemigo del régimen de Franco»{53}. Algo que no es del todo cierto porque sí es verdad, como hemos estado viendo, que estuvo en contra del Alzamiento y que, incluso, durante su estancia en Maliaño criticó la política del régimen. Rafael González Moraleja, uno de los jóvenes sacerdotes que estaba con él ha contado a García Escudero que Herrera siempre terminaba diciendo: «observad lo que es una dictadura: todo está impuesto desde arriba y, con una visión cristiana, no se puede aceptar». González Moraleja añade también:

«En aquella época, los jóvenes sacerdotes que convivíamos con don Ángel éramos entusiastas de la situación y teníamos unas agarradas con él como no se puede Vd. imaginar; todos estábamos contra él, pero él no cedía. Lo curioso es que llegó el día, al cabo de muchos años, en que ocurrió lo contrario; nosotros estábamos en contra, pero él defendía ya a capa y espada lo bueno del régimen o, por lo menos, lo que él creía conveniente poner de relieve. Tal vez se atenía a la regla ignaciana de agere contra para venir al medio, porque yo no creo que hubiese olvidado sus anteriores críticas, y ahora había muchos más motivos que antes para hacerlas. Nosotros le replicábamos: pero Ángel (yo lo traté siempre de usted, aunque los demás lo tuteaban), no es posible que digas eso. Y él citaba a san Pablo, y aquello de que hay que obedecer al príncipe, aunque sea díscolo, que es el término que utilizaba el Apóstol. Y no había tampoco manera de que en ese aspectos nos entendiéramos.»{54}

En 1947, al ser nombrado obispo, tuvo que prestar el reglamentario juramento de fidelidad al jefe del Estado. Herrera recordó más tarde la conversación que mantuvo con Franco, aunque muy posiblemente no haya sido el primer encuentro que mantuvieron si hacemos caso a uno de los ministros que tuvo Franco, José Luis de Arrese, que cuenta que en el año 1945 el Caudillo le hizo un comentario de haber recibido a Ángel Herrera que iba acompañado de Alberto Martín Artajo{55}. Al ver la cara de extrañeza que puso Arrese, Franco, añadió: «Pues están en muy buen plan de colaboración»{56}. A lo largo de los años siguientes, Herrera tuvo siempre buenas palabras para el jefe del Estado. En el discurso que pronunció en el homenaje al nuncio Tedeschini, el 8 junio de 1949, se refirió a Franco diciendo que «sería por mi parte una ingratitud y hasta una cobardía si yo, con santa libertad apostólica y obediencia al mandato de mi conciencia, no recordara aquí el que, en la cumbre del Estado, el primer magistrado de la nación da a diario un alto ejemplo al pueblo por el honrado cumplimiento de su deber»{57}. En 1961, como obispo de Málaga, recibe a Franco con esta salutación que sería bastante criticada: «Me ha parecido que, cuando vuestra excelencia avanzaba por la nave os ha acogido benévola desde su trono la imagen de Santa María de la Victoria, patrona de Málaga. Ha sido sin duda una muestra de gratitud, una muestra de especial asistencia. Inmensos son los servicios prestados por vuestra excelencia a la Iglesia y a España. Pocos podrán estimarlos en su conjunto como el prelado que os habla» (pág. 234).

En 1963, en el mes de junio, pronunció estas palabras: «Seríamos inconsecuentes e injustos si no sirviéramos con la misma lealtad al egregio varón que ha dado a su patria más de veinticinco años de paz; sinceramente amante del pueblo; que ha logrado elevar el nivel de vida nacional; fomentador de la educación nacional en todos sus grados, y que emplea, con la más recta intención, todas las competencias políticas y técnicas que España le ofrece. Respetuosísimo, en fin, de los derechos de la Iglesia y colaborador con ella en la evangelización» (pág. 234). En 1964 dice que «merece la gratitud de todos el hombre providencial que durante estos veinticinco años ha llevado el timón de la nave». En 1965: «Yo le he servido y le sirvo con fidelidad, porque es el ministro de Dios. Le he prestado siempre mi modesta colaboración, porque representa el bien común de mi pueblo» (pág. 234). Este mismo año fue nombrado cardenal por Pablo VI en el consistorio del 22 de febrero. El jefe del Estado le impuso la birreta cardenalicia en la capilla del Palacio de Oriente, de Madrid, el 1 de marzo siguiente. A los pocos días, el 6 de marzo, Franco comenta al teniente general Francisco Franco Salgado-Araujo:

«El nuevo cardenal; Herrera Oria, me agrada bastante; y está dispuesto a hablar con los clérigos extraviados que demuestran sus simpatías por las ideas comunistas. Los antiguos compañeros del cardenal en Acción Católica y en El Debate también guardan excelente actitud; entre ellos el señor Martín Sánchez Juliá{58}, aun cuando recomienda la reforma del sindicato universitario, lo que hará el gobierno sin permitir presiones de ninguna clase. Saqué muy buena impresión del cardenal y también el ministro de Educación Nacional.»{59}

El 4 de marzo Málaga lo recibe con enorme entusiasmo y el Ayuntamiento de esa localidad lo nombra hijo adoptivo. Su vida activa como cardenal fue muy corta porque en agosto del año 1966 se publicó el motu proprio en el que se recomendaba a los obispos que presentasen la dimisión al cumplir los setenta y cinco años. El nuevo cardenal tenía ya cerca de los ochenta y presenta su dimisión que le fue aceptada por el Papa, algo que le costó más de una lágrima, según declaró uno de sus secretarios, Antonio Ocaña: «La aceptación le costó tal impacto, que todos comprendimos que no logaría recuperarse. Al contrario; aquella decisión le hundió para siempre […]. Recuerdo que me dijo: ya no sirvo para nada»{60} Se fue a Madrid y el 28 de julio de 1968 falleció. Mucha gente se acercó a despedir el cadáver, que sería llevado a Málaga. Entre ellos se encontraba José María Gil Robles que recuerda así aquel día: «Después de regresar yo a España, en junio de 1953, nada hicimos por volver a vernos. La última vez que estuve cerca de Ángel Herrera Oria fue el día 29 de julio de 1968, al salir su cadáver del Instituto Social León XIII, de Madrid, para ser trasladado a Málaga, en cuya catedral sería enterrado. Ya entonces percibí el dolor agudo que aún siento de no haberle visitado alguna vez, aunque sólo hubiera sido para recordar el pasado»{61}.

Hacia las nueve de la noche llegaron sus restos mortales a Málaga y seguidamente trasladados a la catedral donde quedó expuesto a la veneración de los fieles. Como representante de Franco acudió Federico Silva Muñoz, entonces ministro de Obras Públicas. Éste, que había tratado bastante al cardenal, recuerda en ese momento unas palabras que en cierta ocasión le había escuchado: «A la vida pública se va como a la cruz, se sube desnudo y se baja desnudo». A las que el ministro añade: «¡A qué sonará esto en la España de hoy!»{62}. Estas palabras las escribió en 1993, y, desde entonces, las cosas no han ido a mejor, más bien todo lo contrario.

Notas

{1} Publicado por la Imprenta y Encuadernación de La Editorial Vizcaína en el homenaje póstumo en honor de José Mª Pereda. Bilbao 1906, pág. 15.

{2} José María García Escudero, El pensamiento de Ángel Herrera. Antología política y social. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid 1987, pág. 207.

{3} José María García Escudero, De Periodista a Cardenal. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid 1998, pág. 50

{4} Juan Enrique Juncá, Una de las últimas entrevistas con el cardenal fallecido. Diario La Vanguardia Española Barcelona 1-VIII-1968, pág. 6.

{5} Indalecio Prieto, De mi vida. Ediciones Oasis. México, 1965, pág. 206.

{6} José María García Escudero, De periodista….:Op. cit. págs. 52-53.

{7} Aquilino Morcillo, Un periodista excepcional. Diario Ya, Madrid 19-XII-1986, pág. 32.

{8} Juan Ignacio Luca de Tena, Mis amigos muertos. Editorial Planeta. Barcelona 1972, pág. 311.

{9} Dionisio Ridruejo, Casi unas memorias. Editorial Planeta. Barcelona 1976, pág. 39.

{10} José María García Escudero, El pensamiento…: Op. cit., pág. 209.

{11} José María García Escudero, De periodista…: Op. cit., pág. 137.

{12} Juan Ignacio Luca de Tena, Op. cit., pág., 313.

{13} José María Gil Robles, La fe a través de mi vida. Desclée de Brouwer. Bilbao, 1975, pág. 98.

{14} Vicente Gallego, Diario Abc, Madrid, 3-XII-1978, pág. 22.

{15} Francisco Cambó, Memorias (1876-1936). Alianza Editorial. Madrid 1987, pág. 453.

{16} Diario El Debate, Madrid: Ante un Poder constituido, 15-IV-1937.

{17} José María García Escudero, Conversaciones sobre Angel Herrera. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid 1986, pág. 34.

{18} José María García Escudero, Conversaciones sobre Angel Herrera….pág. 35.

{19} Ángel Herrera Oria, Obras selectas. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid, MCMLXIII, pág. 116.

{20} Manuel Azaña, Memorias políticas 1931-1933. Grijalbo. Barcelona 1996, pág. 137.

{21} José María García Escudero, El pensamiento…: Op. cit., págs. 219-220.

{22} Cf., Ramón Garriga, El cardenal Segura y el Nacional-Catolicismo. Editorial Planeta. Barcelona 1977, pág. 150.

{23} Juan Ignacio Luca de Tena, Op. cit., pág. 312.

{24} Eugenio Vegas Latapie, Los caminos del desengaño. Memorias políticas (II) 1936-1938. Ediciones Giner. Madrid 1987, pág. 303.

{25} Vicente Cárcel Ortí, Historia de la Iglesia en la España contemporánea. Ediciones Palabra. Madrid 2002, pág. 437.

{26} Cf., José María García Escudero, Conversaciones…: Op. cit., págs. 154-155.

{27} José Antonio Primo de Rivera, Obras completas. Edición textual, introducción y notas de Rafael Ibáñez Hernández. Plataforma, 2003. Madrid 2007. Volumen II, pág. 913.

{28} Ibid., pág. 914.

{29} Gustavo Bueno, El mito de la derecha. Temas de Hoy. Madrid 2008, pág. 245.

{30} Cristina Barreiro Gordillo, y otros: Angel Herrera Oria y el diario El Debate. Eds. Juan Cantavella y José Francisco Serrano. Edibesa. Madrid 2006, pág. 120.

{31} Eugenio Vegas Latapie, Memorias políticas. Planeta. Barcelona 1983, pág. 270.

{32} Ibid., pág. 188.

{33} Ángel Herrera Oria, Obras completas. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid, MMII. Vol. II, pág. 508.

{34} Cf., José María García Escudero, Conversaciones…: Op. cit., pág. 476.

{35} En este punto creemos que sus palabras no son del todo exactas por dos razones: primera porque Herrera desde febrero de 1933, como vamos a ver, ya no controlaba el periódico. Y en segundo lugar, porque el nuevo director, De Luis, secundó, es cierto, a la CEDA y a la política realizada por Gil Robles, pero no siempre.

{36} Cf., por José María García Escudero, Conversaciones…: Op. cit., pág. 133.

{37} Gonzalo Redondo, Historia de la Iglesia en España 1931-1939. Ediciones Rialp. Madrid 1993. Tomo I, pág. 203.

{38} Domingo Benavides, Maximiliano Arboleya (1870-1951) Un luchador social entre las dos Españas. BAC. Madrid 2003, pág. 197.

{39} Líder de los Sindicatos Católicos de Moreda que durante la Revolución de Octubre, él y varios compañeros más, tuvieron que defenderse de los ataques de los revolucionarios, quienes además les causaron varios muertos. Para más información sobre este acontecimiento ver mi libro, El socialismo contra la ley.

{40} Domingo Benavides y otros, Octubre 1934. Siglo XXI de España Editores. Madrid 1985, pág. 264.

{41} Pues no, eso no era todo. Lo que no dice el biógrafo apasionado es que fueron asesinados cuatro compañeros de Madera y también el sacerdote Tomás Suero Covielles que enviado por los insurrectos para que se entregaran, prefirió correr la misma suerte que los del Sindicato Católico.

{42} Domingo Benavides, Octubre…Op. cit, pág. 265.

{43} Cf., José María García Escudero, De periodista…Op. cit., págs. 180-181.

{44} José María García Escudero, El pensamiento…: Op. cit., pág. 179.

{45} Cf., Eugenio Vegas Latapie, Los caminos…: Op. cit., pág. 314.

{46} Cf., Ramón Muntanyola: Vidal i Barraquer, el cardenal de la paz: Editorial Laia. Barcelona 1974, pág. 426.

{47} Cuenta Vegas Latapie que recibió de Romero de Lema una carta que le escribe desde Friburgo pidiéndole consejo si debería o no «marchar inmediatamente al frente» ya que su quinta había sido oficialmente llamada, pero «personas nada sospechosas me aconsejaron que me quedara». Y Vegas Latapie, añade: «No dudé que una de las personas nada sospechosas que le aconsejaban no incorporarse al frente era Ángel Herrera. Siempre había sostenido la ilicitud moral de toda sublevación». Ver Eugenio Vegas Latapie, Los caminos… Op. cit., pág. 135.

{48} José María García Escudero, Conversaciones… Op. cit., pág. 438.

{49} Cf., Jesús Pabón, Cambó. Parte Segunda 1930-1947. Editorial Alpha. Barcelona 1969, pág. 517.

{50} José María García Escudero, De Periodista… Op. cit., pág. 217.

{51} Cf., Rafael Salazar, La Segunda República española. Personajes y anécdotas. Editorial Católica. Madrid 1975, pág. 44.

{52} Cf., José María García Escudero, De periodista… Op. cit., págs. 209-210.

{53} Cf., José María García Escudero, Conversaciones… Op. cit., pág. 69.

{54} Ibid., De periodista… Op. cit., págs. 225-226.

{55} Esta entrevista sirvió para que al poco tiempo –a punto de finalizar o de haber finalizado la Guerra Mundial–, Franco, que deseaba darle otro rumbo a su política exterior, nombrara a Martín Artajo, en ese momento presidente de Acción Católica, ministro de Asuntos Exteriores en el nuevo Gobierno que formó el 20 de julio de 1945. Fue sustituido cuando se produce la crisis ministerial del 57, y, según Girón de Velasco, «la sustitución de la influencia del cardenal Herrera por monseñor Escrivá de Balaguer». José Antonio Girón de Velasco, Si la memoria no me falla. Planeta. Barcelona 1994, pág. 201.

{56} José Luis Arrese, Una etapa constituyente. Planeta. Barcelona 1982, pág. 272.

{57} Cf., José María García Escudero, El pensamiento… Op. cit., pág. 233.

{58} Fernando Martín-Sánchez Juliá, fue fundador de la Confederación Nacional de Estudiantes Católicos.

{59} Francisco Franco Salgado-Araujo, Mis conversaciones privadas con Franco. Planeta. Barcelona 1976, págs. 443-444.

{60} José María García Escudero, De periodista… Op. cit., pág. 329.

{61} José María Gil Robles, Op. cit., pág. 109./p>

{62} Federico Silva Muñoz, Memorias políticas. Planeta. Barcelona 1993, pág. 187.

 

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