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El Catoblepas, número 53, julio 2006
  El Catoblepasnúmero 53 • julio 2006 • página 18
Libros

¿Estamos locos? Una deconstrucción de la clasificación y tratamiento de la fobia social

Eloy Parra Boyero

Se comenta el capítulo dedicado a la fobia social en el libro titulado
Psicoterapia cognitiva de urgencia de J. Ruiz Sánchez,
J. Imbernón Gonzalez y J. Cano Sánchez (1999)

Este libro, Psicoterapia cognitiva de urgencia,{1} presenta un enfoque de la actual ortodoxia en cuanto a tratamiento de diversos tipos de trastornos clasificados en el ampliamente aceptado y usado manual de diagnóstico estadístico de los trastornos mentales DSM-IV-R. La técnica descrita, cognitivo-conductual, es una de las más eficaces y de las más usadas en la actualidad en el tratamiento de las fobias.

Estamos, por tanto, ante la tarea de deconstrucción de una parcela de la parte más sólida de edificio de la psiquiatría y psicología. Y ya que hablamos de edificios y de deconstrucción, es el momento de señalar que deconstruir no necesariamente significa derribar, significa, más bien, desvestir. Desvestir y mirar el material del que está hecha la estructura, ver cómo se sustentan unas plantas en las anteriores, comprender las razones por las que se levantó ese edificio. Y todo para comprender mejor la realidad del conocimiento psicológico, o incluso colaborar en su evolución al señalar sus fallas o sus problemas.

El texto que comentamos empieza con una referencia al DSM, como autoridad en la definición de la fobia social. Pero el DSM, en primer lugar, y como su propio nombre indica con la S de Statistic, utiliza agrupaciones artificiales de síntomas que suelen presentarse estadísticamente con regularidad, a juicio de las personas que trabajan en la elaboración del DSM. Y en segundo lugar recoge, señala y destaca, agrupaciones sintomáticas que se apartan de lo habitual, de lo más frecuente en nuestra sociedad. En otras palabras, no es más que una «fotografía subjetiva» de nuestra sociedad; fotografía en cuanto a que recoge lo que se sale de la norma, y subjetiva, por cuanto está hecha en base a apreciaciones de las personas que colaboran en su fabricación.

Una realidad subjetiva que pasa a convertirse en la verdad sobre la Psicopatología, adobada con el prestigio de las taxonomías científicas, y con el prestigio científico de quienes la han elaborado. La realidad pasa, de esta manera, a transformarse en una ideología. Una ideología que tacha de personas enfermas a todas aquellas que se apartan de lo normativo en esa sociedad. Y que además lo hace sin gradación alguna, sin matices, con un pensamiento manierista: si cumples todos los criterios de la fobia social del DSM estás loco, si cumples todos menos uno, estás cuerdo.

Una vez establecida una norma se crea y se forma toda una casta, la de los psicólogos y psiquiatras, a la que se concede en exclusiva el poder decidir si se cumplen o no esos síntomas. Y a esta casta se la encastra bien dentro del sistema: en cuerpos de peritos judiciales, en hospitales públicos, o bien situados dentro de la iniciativa privada en clínicas o en hospitales. Este grupo también cumple otras funciones dentro de las empresas como seleccionar los trabajadores más aptos (o más sumisos) para la producción, o «resolver» conflictos con los trabajadores, o ayudar a las empresas a lavarnos el cerebro con la publicidad.

El capítulo que comentamos sobre la fobia social continúa con una larga enumeración de tests psicológicos de aplicación en el diagnóstico de esta fobia. De los test se puede decir que, en el caso de que estén bien construidos, y bien aplicados, lo único que revelan es que alguien tiene un comportamiento o unas ideas que son poco frecuentes. Pero esta rareza estadística, es recalificada de manera automática como enfermedad mental, sin justificación alguna.

Esta falta de justificación es un buen indicio para descubrir funcionamientos ocultos en el edificio de la psiquiatría y la psicología, al que pertenece el capítulo sobre la fobia social. Como vamos a ver el objetivo oculto de la etiqueta «enfermedad mental» es la exculpación completa de la sociedad en la génesis y sostenimiento de los problemas de las personas raras en esa sociedad.

En primer lugar, mediante el DSM y los test psicológicos, se identifica, separa y etiqueta lo raro, pero ante todo se personaliza. De esta manera se oculta un fallo de peso de todo el proceso: la implicación del entorno en la problemática del individuo. Si hablamos de rareza, lo raro aparece siempre en relación con una población de objetos, se trata del objeto distinto. Pero si al raro lo llamamos enfermo, en ese momento dejamos de hacer referencia la población en relación a la que adquiere el epíteto de raro. Hemos individualizado el problema de forma espurea y artificial. Y con ello se separa el problema de gran parte de su causa, a la vez que se exculpa a la sociedad.

Pero una vez cometida la tropelía, conviene borrar toda pista para anular cualquier sospecha. El primero que podría sospechar es el propio perjudicado, el excluido, el estigmatizado con el apelativo de «fóbico social». Para que éste no sospeche, no se le atribuirá a él mismo el problema, sino que se biologizará, y se le dirá que es una desregulación orgánica de su funcionamiento neuronal, así en el caso narrado se puede leer «En las consultas con los psiquiatras me daban medicación». Cualquiera que tuviera duda sobre la influencia de la sociedad en esta fobia, debe abandonar esa idea, se trata de un problema bioquímico en el cerebro del paciente. Al ahora llamado paciente, exculpado de su problema, y tratado con cuidados por personal con batas blancas y títulos universitarios, no le queda más remedio que asumir el problema como interno e individual, y someterse y acatar el tratamiento que se le prescriba.

Conviene también evitar que alguien, aparte del propio estigmatizado, pueda pensar que la sociedad produce desadaptación y marginación, y la mejor manera es dar la imagen contraria. Así se concede a los desheredados de la fortuna el apelativo de enfermos, y la sociedad empieza a tratarlos con caridad y consideración. Se le puede dar una baja por enfermedad, se les proporciona un tratamiento, se les perdona que no prosigan sus estudios o que no se incorporen al mercado laboral. Así la sociedad se viste de buena, cuando es esta sociedad, violenta, individualista e insolidaria, la que ha generado la desadaptación que llama «fobia social».

La propia designación de «fobia social» para un trastorno, nos está diciendo implícitamente que a la sociedad lo normal es quererla, que quien tenga rechazo o fobia a esta sociedad sólo puede ser porque está trastornado. ¿Por qué no le han llamado «fobia a la agresión»? pues en realidad esto es lo que tiene esta persona según se puede deducir del relato de su vida: «desde pequeño era muy tímido, le pegaban mucho en clase, no le dejaban en paz. Al comenzar a estudiar 1º BUP en Úbeda, sus compañeros se reían de él».

A pesar de todas estas medidas, todavía alguien podría pensar que el loco tiene algo de razón. Para evitar esto se etiquetarán los pensamientos del loco como irracionales. La psicología científica, ahora de la mano de Beck y de Ellis se encarga de identificar estas ideas y tacharlas de irracionales. Enseguida el texto que comentamos expone una amplia relación de ideas irracionales, con etiquetas como «inferencia arbitraria», «abstracción selectiva», «falacia de razón», «visión catastrófica», &c. Esta jerga viene avalada mediante publicaciones, libros, tesis doctorales, y toda la parafernalia con que la ciencia adorna, y en este caso esconde, verdades simples que van en contra del orden establecido. Se racionaliza la locura, y con ello se escinde aún más de lo etiquetado como normal, de lo racional y razonable. Lo racional es la ciencia creada por la comunidad científica y admirada por el resto de la sociedad, y lo irracional es exclusivamente el loco.

Otra manera de naturalizar y trivializar la existencia de la desadaptación social de la que en gran medida la sociedad es culpable, consiste en banalizar la solución. La solución de estos casos de fobia social, tanto desde el punto de vista preventivo, como curativo, implicaría seguramente importantes reajustes sociales. Pero lo que se hace es presentar la solución primero centrada en el paciente, y segundo presentarla como algo simple, como una receta de cocina. El libro que comentamos, Psicoterapia Cognitiva de Urgencia, despacha en cuatro páginas la solución a la fobia social, con ejemplo incluido, como si fuese un «manual de cocina rápida» y la descripción de cómo hacer el bacalo con tomate. El planteamiento es de un reduccionismo extremo: si esta persona sufre en nuestra sociedad y la teme, es porque le patina la cabeza.

¿En qué consiste la solución propuesta? Pues como era de esperar, no se trata de solución alguna. Es un parche, un repintado de la fachada, un camuflaje del fallo: se trata simplemente de tapar los síntomas. Como el propio texto dice, se trata de insensibilizar al individuo a las situaciones aversivas. ¿Cómo?, ¿con alguna sofisticada tecnología, o alguna sesuda metodología? En absoluto, la técnica no puede ser más primitiva y a la vez más despiadada: la insensibilización se consigue por exposición. En otras palabras, si te dan miedo los precipicios, te tiro de un avión, y si llegas vivo, dejarás de temer asomarte a un balcón, y serás normal.

Pero, ¿por qué llama esta sociedad locos a los que tienen los síntomas de fobia social? La sociedad racionalista occidental siempre ha excluido a quienes no se ajustan a sus sistemas de valores morales o a sus valores e intereses pragmáticos. La sociedad occidental tiene actualmente encumbrado al individualismo autosuficiente. El individuo es el ladrillo de la democracia, el individuo es la unidad moral ante el sistema penal humano y también ante el divino. El individuo, como consumidor independiente, es el objetivo de la diana de la sociedad capitalista. Pero la globalización y los cambios tecnológicos acelerados corroen la estabilidad, y para que el sistema pueda seguir reproduciéndose, al individuo, además de responsabilidad individual, racionalidad y productividad, ahora se le exige flexibilidad en la adaptación a un cambio constante. No solo tenemos un individuo atomizado en una sociedad competitiva, sino que ahora su propia identidad, y su forma de estar en la vida deja de tener continuidad. Los media se aprovechan de la crisis de valores, del desmoronamiento de los lazos sociales para hacer demagogia en vez de democracia, y para crear falsas necesidades consumistas. En estas circunstancias la respuesta normal sería la de la fobia social. Pero aceptar esto es aceptar los fallos estructurales del sistema, por eso a la vez que se fomenta la individualidad, se exige al individuo que no delate sus consecuencias, que aparente estar integrado, feliz y adaptado. Y aquel a quien el contacto con la agresividad e insolidaridad extendida le produzcan sudores fríos, debe ser rápidamente tratado: medicado, estigmatizado, reformado, y como difícilmente podrá recuperarse, debe ser tachado desde el principio y siempre como enfermo mental.

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{1} Disponible en junio de 2006 en:
http://www.psicologia-online.com/ESMUbeda/Libros/Urgencia/urgencia.htm

 

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