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El Catoblepas, número 52, junio 2006
  El Catoblepasnúmero 52 • junio 2006 • página 16
Comentarios

El mundanismo idealista de Julián Iglesias

José Manuel Rodríguez Pardo

Sobre el comentario realizado por Julián Iglesias acerca del materialismo filosófico, realizado desde la perspectiva del materialismo dialéctico y el pensamiento políticamente correcto

Hace ya al menos seis años, Julián Iglesias Álvarez (1971), militante de la coalición Izquierda Unida y del Partido Comunista de España, venía amenazando con realizar una crítica al materialismo filosófico desde la perspectiva del Materialismo Dialéctico o Diamat. Sin embargo, sus obligaciones como concejal de esta formación política en el Ayuntamiento de Carreño acabaron postergando esta titánica tarea. Pero el año 2005 todo cambió: abandonó, junto a otros compañeros miembros del «sector crítico», la militancia de Izquierda Unida y su puesto de concejal, todo a consecuencia de su oposición a la línea ideológica de la coalición en Asturias. Posteriormente decidió ingresar en el marginal Partido Comunista de los Pueblos de España, encontrándose así libre de las responsabilidades políticas que tanto tiempo le habían arrebatado. Esta liberación le ha permitido realizar su particular y doloroso «parto de los montes» que presenta en esta primera entrega que tendremos oportunidad de diseccionar, enlazando con la versión digital del Diccionario filosófico. Manual de materialismo filosófico de Pelayo García Sierra (Pentalfa, Oviedo 2000), para aclarar conceptos.

El título de este esperado artículo es «El idealismo pre-dialéctico y reaccionario de don Gustavo Bueno», y ha aparecido publicado en la Revista Propuesta Comunista, órgano de expresión del Partido Comunista de los Pueblos de España, que cumple ya una notable longevidad al alcanzar el número 46, correspondiente al primer trimestre de 2006 –la fecha del artículo es febrero de 2006–. Dado que su versión digital carece de paginación, iremos citando diversos fragmentos de «una serie de indicaciones y comentarios breves», como denomina el propio Iglesias a su obra, donde la retórica y el sarcasmo de inspiración marxista, ausente de contenidos filosóficos, se hace presente de forma constante, como podremos comprobar. Comencemos la crítica de este curioso texto.

«Hace unos cuantos años, en los pasillos de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Oviedo, se instalaron los retratos de algunos grandes pensadores de la historia. Y, bien por azar, bien por las inclinaciones del trabajador que colgó los cuadros, el retrato de Carlos Marx quedó situado al fondo del pasillo principal, mientras el resto se emplazó en las paredes laterales. De este modo, quienquiera que llegase a la facultad, veía, ante todo, y mientras recorría el pasillo entero, a Carlos Marx (por su situación privilegiada) y, sólo de forma secundaria, al resto.
A los pocos días, sin embargo, la disposición de los cuadros varió, pues alguien consideró que «aquello era dar demasiada importancia al marxismo». Ese «alguien» era nada menos que un acérrimo defensor del «materialismo filosófico y dialéctico» de D. Gustavo Bueno... Por simple curiosidad, indicaré que el personaje que entonces ocupó el privilegiado emplazamiento, fue... ¿lo adivinan? ¡el insigne Ortega y Gasset! Uno todavía se pregunta si eso no era «dar demasiada importancia a la derecha»...
Me permito empezar con tal anécdota porque encarna a las mil perfecciones el espíritu general de la filosofía y el enfoque ideológico y político del sistema de nuestro ilustre profesor. Gustavo Bueno ha definido su aportación teórica como materialismo filosófico, ha pasado para muchos, durante años, por pensador de la órbita marxista, y todavía sigue siendo así considerado por algunos que desconocen su obra o la conocen sólo de pasada.»

Esta anécdota, lejos de ser una ilustración del materialismo filosófico o de su escasa valoración del marxismo, constituye una constatación del tipo de enfoque utilizado por Julián Iglesias: un enfoque dogmático, en el que previamente ya se ha escogido el camino en el que Marx siempre estará al final del túnel, dejando los laterales con los retratos de otros filósofos sin mirar, pues la doctrina dogmática de Iglesias está ejerciendo el papel de yugo que orienta su camino, arando sobre caminos ya trillados y por lo tanto fácilmente reconocibles. A ello hay que añadir unas prominentes orejeras asnales que le impiden mirar hacia los laterales para tener una mínima orientación. Sin duda, no ha podido encontrar mejor metáfora ilustrativa de su propio proceder don Julián Iglesias. Metáfora que deja en entredicho el carácter «dialéctico» de su enfoque, puesto que ni siquiera se digna a analizar con un mínimo de seriedad a otros filósofos no marxistas, tachándoles con el adjetivo «de derecha» o «fascista», según convenga. La crítica de Julián Iglesias no puede resumirse mejor que con esta anécdota: como Bueno no sigue los caminos por los que previamente ha transitado Julián Iglesias, Bueno no es marxista. Un dogmatismo que nada tiene que envidiar al de la Iglesia católica, donde el garante de la ortodoxia es el Papa.

«En esa medida, sus coqueteos descarados con políticos de la derecha (Gabino de Lorenzo, alcalde de Oviedo por el PP, José María Aznar...), han provocado sorpresa, y más aún en la medida en que esas actitudes se acompañaban en el tiempo con críticas (generalmente desafortunadas) a organizaciones de la izquierda.
Sus posicionamientos asimilando insumisión ante los ejércitos imperialistas con delincuencia, a favor de la pena de muerte (¿a qué sectores sociales espera que se aplique?), su apoyo a la invasión estadounidense de Irak, su defensa de programas televisivos bochornosos o sus más recientes críticas a quienes defienden el fin de la monarquía y la instauración de la III República, son planteamientos que, de mano, no se entienden, dada la supuesta orientación ideológica del autor. Pero, en realidad, D. Gustavo Bueno no sólo no ha militado nunca en organizaciones de izquierdas, sino que, guiado por la «coherente desvergüenza» de muchas de sus posiciones, se ha ido acercando más y más al poder (la «Fundación Gustavo Bueno» es justamente la recompensa por los servicios prestados... ¡y por los potenciales!), pues sólo bajo el manto de la derecha más dogmática puede una filosofía como la del Sr. Bueno encontrar cobijo.»

El comienzo de Julián Iglesias es un conjunto de inexactitudes y afirmaciones tendenciosas que conviene refutar, más que nada para ir situándonos en la clase de Filosofía con la que pretende ilustrarnos este peculiar sujeto. En primer lugar, lo que llama «insumisión a los ejércitos imperialistas» es afirmar que existe un orden marcado por esos ejércitos imperiales, precisamente. Pues ¿quién si no lo va a marcar? ¿El propio Iglesias o el marginal grupúsculo en el que actualmente milita, más marginal aún que la coalición en la que militó y ejerció su cargo de concejal? Evidentemente, si Estados Unidos es quien mantiene el actual orden internacional es porque dispone de medios para lograrlo, y el objetivo de toda Filosofía mínimamente implantada en el presente político es analizar los motivos de esa superioridad, no lanzar lamentaciones subjetivas e idealistas.

Siguiendo con la crítica, hay que señalar que Gustavo Bueno nunca ha apoyado la invasión de Iraq, sino que la ha analizado en base a su Filosofía de la Historia (de la que tendremos que hablar posteriormente), y lo que habrá que juzgar es si su análisis es o no acertado, no si Iglesias se siente cómodo o incómodo con tal afirmación. Sospechamos que todo un materialista dialéctico como Julián Iglesias, apologeta de la revolución universal violenta, se sitúa del lado de quienes sufren el «Síndrome de Pacifismo Fundamentalista» que recorre el mundo cual fantasma, como diría Marx.

Por otro lado, su afirmación de que Gustavo Bueno «coquetea con la derecha» sitúa a Julián Iglesias como seguidor del pensamiento políticamente correcto de nuestra democracia coronada y no como un materialista dialéctico y autoproclamado comunista. Convendría recordarle a Iglesias, como bien señala Gustavo Bueno en El mito de la izquierda (libro del que sospechosamente Iglesias apenas cita algunos términos de su glosario, sin profundizar en las definiciones políticas de izquierda y derecha), esa distinción era indiferente en el caso del marxismo-leninismo y por supuesto del materialismo dialéctico: ni Lenin ni Stalin le dieron la más mínima importancia, salvo para criticar a los que denominaban «izquierdistas» como enfermos infantiles del comunismo, situación que caracteriza perfectamente a Iglesias. Mezclar el materialismo dialéctico con la izquierda o la derecha no merece más que una gran carcajada, o conminarle a leer la famosa obra de Lenin, La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo, para ver si le sirve de vacuna.

Tampoco estaría de más incluir un breve comentario sobre sus afirmaciones acerca de la pena de muerte (expresión contradictoria, pues es imposible castigar a un muerto). Si seguimos al pie de la letra sus comentarios, entonces la pena capital aplicada en el año 2003 en Cuba a tres negros de baja extracción social sería un caso de injusticia. Pero la cuestión es que la pena capital no puede analizarse desde una perspectiva clasista, puesto que en Cuba nunca será ajusticiado Fidel Castro ni en Estados Unidos Bush, por poner sólo dos ejemplos. Pero sí serán ejecutados sumariamente quienes intenten subvertir el orden establecido: los tres negros que señalamos fueron ejecutados sumariamente por intentar desestabilizar a Cuba, que había sufrido constantes secuestros de embarcaciones para huir a Estados Unidos durante aquellos días.

Y qué decir de sus afirmaciones por la concesión de un edificio para la Fundación Gustavo Bueno. Decir que fue concedido por lo que Iglesias denomina «la derecha» ya es propiamente una calumnia, pues debería saber este señor, más que nada por su militancia, que ese edificio fue concedido unánimemente por las fuerzas políticas que forman el Ayuntamiento de Oviedo, entre las que se incluye Izquierda Unida, su antiguo partido político. Lo de acercarse al «poder» resulta incomprensible. ¿Es que acaso Julián Iglesias y el PCPE son impotentes? ¿Lo era en IU con su puesto de concejal? No deja de resultar curioso que quien ha ejercido la política partidaria durante varios años acuse a otros sujetos de estar con «el poder».

También es curioso que diga respecto al materialismo filosófico que «sus raíces filosóficas nada tienen que ver con el marxismo, pues se sitúan en el entorno de la fenomenología, y, particularmente, en muchos temas, a la sombra de autores como Heidegger (militante convencido del partido de Hitler), o, más específicamente, Nikolai Hartmann», o que «sus posicionamientos políticos se encuentran enteramente al servicio del sistema, el capitalismo, el imperialismo, la derecha, y, a veces, hasta la derecha más dura: el fascismo».

Grandes afirmaciones, sin duda, pero que no demuestra en ningún momento, por lo menos en lo referente a Heidegger, el nazismo o Hartmann. Respecto a los posicionamientos políticos que atribuye a los materialistas filosóficos, habría que preguntarse de qué sistema habla, pues parece insinuar Julián Iglesias que es anarquista, opuesto a todo sistema político. ¿No recuerda Iglesias que Marx pedía a los comunistas aprovechar todo lo mejor del capitalismo? Menos respeto merece su afirmación sobre una «derecha dura», un argumento puramente psicológico, propio de hace cuarenta años, cuando algunos psicologistas distinguían entre partidos blandos y duros, tanto de izquierda como de derecha. Sin embargo, nuestro enfermizo izquierdista, el señor Iglesias, se deja llevar por el pensamiento políticamente correcto y no define con claridad izquierda y derecha, por lo que sus afirmaciones son vacías y nada hay más que decir de ellas, por el momento.

1. La ontología metafísica y dogmática de Julián Iglesias

Tras un primer preámbulo que ya hemos analizado, Julián Iglesias emprende su crítica al materialismo filosófico, centrándose en su Ontología, especialmente en Ensayos materialistas:

«Toda la filosofía de Bueno está atravesada por la contraposición entre monismo y pluralismo, asociando éste con el materialismo y al primero con el idealismo. El monismo supondría una visión armonicista de la realidad y, según nuestro autor, dicho planteamiento es indisociable del idealismo, la teleología, etc. Sorprendentemente, en este terreno sitúa, no sólo a autores como Hegel, sino al mismísimo Engels y al Diamat (materialismo dialéctico).
Por el contrario, del lado del materialismo, redefinido como pluralismo, sitúa Don Gustavo a autores como Platón, Kant, Plotino... ¡Fíjense ustedes el alcance de su revisión ontológica que, por arte de una «rigurosa re-interpretación de toda la historia de la filosofía», convierte a autores marxistas en idealistas, y a los idealistas los vuelve precursores de su «materialismo filosófico»!»

Y efectivamente, el materialismo filosófico censura el Diamat por su carácter monista, pues como señala el propio Gustavo Bueno, «el análisis crítico-dialéctico de la propia realidad mundana nos arroja precisamente hacia el camino opuesto, el del pluralismo más radical» (Ensayos materialistas. Taurus, Madrid 1972, pág. 79). Apenas dos años después Gustavo Bueno señaló en La metafísica presocrática (Pentalfa, Oviedo 1974) que los filósofos que abarcan desde Tales hasta Sócrates se caracterizaban precisamente por ese monismo ontológico que defiende Engels en su Dialéctica de la Naturaleza. Frente a este monismo, en el que todo se relaciona con todo («Todo es agua» de Tales), Platón establece el principio de Symploké, en el que no todo se relaciona con todo, sino que determinadas realidades quedan canceladas y ya no se relacionan con otras; no tiene sentido suponer –por ejemplo– que una vez deducido un teorema matemático, de su conclusión haya que seguir derivando nuevas conclusiones: «no todo se relaciona con todo». Por eso la symploké platónica es reinterpretable desde una perspectiva materialista, sin que eso signifique negar el componente espiritualista existente en Platón. Desde este punto de vista, Platón es más materialista que Engels. El «idealismo» de Platón es una suposición heredada, precisamente, del monismo más radical, por lo que para Iglesias parece muy diáfano. Pero en realidad, Platón pone en evidencia el principio de Symploké, siendo mucho más materialista que quienes señalan la unidad metafísica del mundo. No obstante, estas cuestiones ontológicas las trataremos con mayor precisión.

No contento con sus afirmaciones, Iglesias señala que:

«Esta contraposición (monismo/idealismo), que nuestro académico practica sistemáticamente en todos sus escritos (ontología, antropología, gnoseología, filosofía política...), le permite ciertos éxitos en la crítica a la metafísica tradicional, pero, aparte de retorcer artificiosamente la historia de la filosofía, lo aboca, en múltiples casos, a clasificaciones rígidas, predialécticas, y a tratar como independientes aspectos que en la realidad de ningún modo se hallan disociados.»

Pero esta posición supuestamente rígida y predialéctica habría que probarla, pues la dicotomía monismo/idealismo no es la clave del materialismo filosófico, sino la doctrina de los tres géneros de materialidad. No olvidemos que la doctrina que no es precisamente un modelo de flexibilidad es el Diamat y su distinción rígida entre Materia, el Primer Género de Materialidad, (M1 ) y Conciencia (el Segundo Género de Materialidad, (M2), ignorando el Tercer Género de Materialidad, como veremos.

«Ciertamente, es razonable pensar que la armonía típica de la teología y la metafísica conlleva o implica, de alguna forma, una visión monista del mundo, pero, en cambio, suponer sistemáticamente que unidad implica armonía, que la unidad no entraña en sí misma incompatibilidad y contradicción, ¿no es situarse en una filosofía predialéctica?»

Esto es totalmente falso: ni Bueno ni el materialismo filosófico asocian sin más unidad a armonía, sino Metafísica a Monismo, algo que dejó claramente expuesto en su libro La metafísica presocrática basándose precisamente en la presentación de Ensayos materialistas. Y es que la posición de los presocráticos de que «todo se relaciona con todo» implica el monismo y en cierta medida un armonismo que se aprecia en Engels y el materialismo dialéctico, pues ¿acaso no defendió el Diamat con su monismo que, pasase lo que pasase, estaba garantizado el derrumbe del capitalismo y el advenimiento del socialismo? Si todo se relaciona con todo, entonces es indiferente la cadena causal que escojamos, pues llevará siempre al mismo destino, de forma armónica e inalterable.

Y precisamente Platón, frente a los presocráticos, descubre que eso es imposible, pues entonces ni siquiera sería posible el conocimiento o la ciencia. ¿Cómo deslindar distintas esferas del saber si está todo relacionado entre sí? Si tomamos en consideración las tres leyes de la Dialéctica que señala Engels, (y que Iglesias ni siquiera cita), es decir, el salto cualitativo, la interpenetración de opuestos y la negación de la negación, veremos que piden el principio: la interpenetración de opuestos o «acción recíproca» de Engels y su dialéctica de la naturaleza, en la que el movimiento se convierte en calor y el calor en movimiento; el salto cualitativo de la materia inerte a la materia viva; o la negación de la negación que permitiría la llegada del socialismo desde el capitalismo, son explicaciones gratuitas, pues ¿dónde establecer los nexos causales que producen el calor, los seres vivos o el advenimiento del socialismo a partir del capitalismo, si todo se relaciona con todo?

Únicamente desde las consideraciones subjetivas de los sujetos gnoseólogicos, según les convenga, podrían establecerse las cadenas causales de estas transformaciones. Como Pablo Huerga (persona nada sospechosa de militancia en lo que Julián Iglesias denominaría como derecha) señala en su importantísimo estudio sobre Boris Hessen y su materialismo dialéctico: «esta doctrina de la acción recíproca significa que se entenderá la función causal en términos puramente subjetivos, relativos a los cortes artificiosos dados por el cognoscente en la infinita cadena de la acción recíproca» (La ciencia en la encrucijada. Pentalfa, Oviedo 1999, pág. 348).

«En el fondo, se adopta aquí una visión exclusivamente negativa de la dialéctica: la dialéctica como destrucción e incompatibilidad entre realidades diferentes, pero nunca como transición o mediación. Vuelve, por tanto, a la dialéctica en el sentido de las antinomias kantianas, y ejercita, en cambio, el rechazo de toda dialéctica de inspiración marxista. Así, por ejemplo, trata de erradicar tajantemente toda contradicción interna de cualquier realidad, sustituyéndola sistemáticamente por lo que denomina «co-determinación dialéctica» entre realidades diferentes.»

Nueva falsedad: el materialismo filosófico no defiende esa posición negativa de la dialéctica, que es la propia de Aristóteles o Kant: la dialéctica como una pura apariencia, propia de los argumentos retóricos o sofísticos, pero que no aporta conocimiento. Sin embargo, el materialismo filosófico critica no sólo esa sino otras acepciones de la dialéctica: la Dialéctica en el sentido hegeliano y engelsiano, ligada a la Idea de Totalidad en su sentido monista, puesto que no es posible hablar de la Dialéctica como una ley absoluta de la realidad, como nos señala precisamente el principio platónico de la symploké [«Sobre la Idea de Dialéctica y sus figuras», en El Basilisco 19 (1995), págs. 41-50].

«En definitiva, su disociación sistemática de unidad y pluralidad, suponiendo que toda vinculación entre ambas es teleología, le lleva en numerosos casos a posturas irracionales y, políticamente, fascistas. Me permito un ejemplo, con implicaciones políticas evidentes: ¿Consideramos que el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones capitalistas de producción conducen a que el sistema económico se desarrolle a escala mundial, o suponemos que las diferencias culturales (espirituales) entre los pueblos hacen y harán imposible la existencia de un sistema internacional? Es decir, ¿debemos políticamente adoptar una posición internacionalista (lo que, desde luego, no significa ningunear la existencia de las naciones), o considerar que eso es una ingenuidad monista y aferrarnos al patrioterismo barato de los fascistas en nombre del «pluralismo» de Don Gustavo, la inconmensurabilidad y la inmiscibilidad de culturas o estados, etc.?»

Esa es una contraposición puramente falaz, que demuestra la cortedad de la peculiar Filosofía del señor Iglesias. El materialismo filosófico no defiende que sean las diferencias espirituales (propias del idealismo hegeliano), las que determinan los distintos grupos sociales (lo de la disociación entre unidad y pluralidad suena a mal chiste). Lo que hace el materialismo filosófico es negar la dicotomía Materia/Conciencia y Dialéctica de la Naturaleza/Dialéctica del Espíritu del Diamat, que desde tales posiciones dicotómicas reducía a elementos del Espíritu la ciencia y otras realidades terciogenéricas (M3), al modo de un reduccionismo de corte sociológico, ontológicamente traducible al formalismo bigenérico. Por seguir los argumentos anteriores: la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción del capitalismo que supo ver Marx en el siglo XIX han acabado cancelándose en el producto histórico del Estado del Bienestar. Sin embargo, esa contradicción inicial ha acabado cancelándose y no simplemente «a nivel global», sino en cada unidad política concreta, es decir, en cada Estado, sin que por eso tengamos que aceptar el epíteto de «fascista» que desdeñosamente lanza sobre el materialismo filosófico y la persona de Gustavo Bueno.

Además, la cuestión no es si el capitalismo se desarrolla a escala mundial, sino desde qué unidades, a qué escala, se da este conflicto. ¿Puede haber dialéctica de clases sin dialéctica de estados? A esta pregunta respondía afirmativamente Trotsqui. En cambio, Stalin, por otro lado acuñador de la expresión marxismo-leninismo, insistió siempre en el socialismo en un solo país y en la Unión Soviética como articuladora de la revolución universal a través del control de la Internacional Comunista. ¿Era Stalin «fascista» por ello? ¿Era un «patriota barato» el líder soviético? Sobre este tema tendremos ocasión de disertar con mayor profundidad, pues tiene consecuencias ontológicas evidentes.

Asimismo, tras escandalizarse al leer en Ensayos materialistas que si una realidad «se mantiene, es porque esa contradicción está cancelada» (pág. 389), y citar a Engels en el Anti-Dühring sobre la contradicción existente en las cosas y en los fenómenos mismos, contradicción que sólo cesaría con la muerte, nos dice Iglesias:

«La vida, como el movimiento en general, o el capitalismo, etc., aparecen en Engels como contradictorios en sí mismos, son procesos contradictorios... Cuando Heráclito afirmaba que 'no es posible bañarse dos veces en el mismo río', ¿no significa esto que es el mismo río, mientras existe como río, el que es internamente contradictorio? ¿No es el río, mientras es río, el que es y no es el mismo? ¿O sólo, Sr. Bueno, en la desembocadura o al secarse es contradictorio?»

Estas afirmaciones demuestran la gran ignorancia de Iglesias sobre la tradición filosófica, pues ni siquiera sabe que ese río en el que no puede uno bañarse dos veces no es una afirmación de Heráclito, sino una parodia realizada por Platón en el Cratilo para criticarle.

Y es que el río que constantemente fluye y cambia no existe ni ha existido jamás. Porque el río, aunque sus partes estén constantemente renovándose, debido a que la ley de la gravedad que provoca el movimiento fluvial, no por ello deja de ser río (como el famoso Barco de Teseo que renueva sus piezas sin dejar de ser el mismo barco), sin que haya ninguna «contradicción interna» en él. Si realmente fuera un continuo fluir y un río distinto cada vez, ni siquiera podríamos denominarlo como tal río. Por poner un contexto de análisis: ¿son contradictorias y «fluyen constantemente» los elementos químicos H2 y O2 que componen las moléculas de H2O que forman el agua del río? Si así fuera, entonces no habría enlaces entre esas moléculas y por lo tanto no habría ni agua ni por supuesto río. Si las palabras de Julián Iglesias fueran un continuo fluir e internamente contradictorias (cosa que empezamos a sospechar), entonces las leyes de la Gramática ni siquiera existirían y sería imposible escribir nada. Tiene que haber una cierta relación entre las distintas partes que componen una totalidad, pues si no sería imposible siquiera hablar de una totalidad.

Sin embargo, Iglesias no duda en afirmar que

«Don Gustavo no ha entendido una palabra de dialéctica, porque, sistemáticamente, contrapone (en términos absolutos) contradicción y verdad, contradicción e identidad, destrucción y permanencia, etc. [...]
Fíjense ustedes: Mientras toda la tradición dialéctica ha considerado que existen representaciones simultáneamente contradictorias y verdaderas (por representar contradicciones reales), y, en base a ello, ha procedido a discutir las limitaciones de la lógica formal (los límites de su alcance, de su aplicación), el Sr. Bueno, a fin de no cuestionar en lo más mínimo el alcance de dicha lógica formal, introduce un corte epistemológico entre contradicción y verdad que, sencillamente, echa por la borda todo el pensamiento dialéctico.»

Nueva falsedad, pues el materialismo filosófico insiste en los contextos determinantes en los que se realizan la contradicción, la verdad, &c., pues no pueden medirse en un sentido sustancial, absoluto, sino funcional. ¿Son las mismas verdades las leyes de la Mecánica de Newton que la Ley de la conservación de la materia de Lavoisier? Para Julián Iglesias, sí, dado el Monismo desde el que razona. Sobre la Identidad, más de lo mismo: la identidad para Iglesias, dado su monismo, debe ser una sola, puesto que la Materia es entendida de forma unívoca. Además, Platón, parte de esta «tradición dialéctica», no sólo defendió el principio de Symploké, sino que se burló de Heráclito, como hemos visto. ¿No será que lo que llama Julián Iglesias «tradición dialéctica» es en realidad una selección interesada de autores para que le cuadren las cuentas? 

«Pero veamos alguna otra «innovación» de nuestro académico. Sigue diciendo: «sólo cuando algún sistema se ha destruido podríamos pasar a analizarlo para demostrar... que era contradictorio». (p. 389). «De aquí –dice– obtenemos una conclusión crítica evidente: toda predicción sobre el fin de un sistema social (feudalismo, capitalismo) que no determine el tiempo, no es científica. Y es, por tanto, ideológica, o expresión de un deseo» (p. 389).
Es decir, ¿qué las contradicciones, por decreto de Don Gustavo, sólo pueden ser conocidas, analizadas, una vez que han pasado, una vez que han sido canceladas? ¿No resulta muy divertido representarse al señor Bueno diciéndole a Marx que no debería haber escrito El Capital, que debería haber esperado a que el capitalismo se hubiera destruido previamente? [...] Ahora bien, considerar que sólo cuando algo se ha destruido puede ser estudiado dialécticamente, ¿no es pretender eliminar toda crítica social?, ¿no se está buscando eliminar la lucha de clases en el terreno de la teoría?, ¿no se está despreciando de un plumazo todo estudio del sistema en el que se muestren sus contradicciones internas? ¿Pretende usted, señor Bueno, rechazar por decreto El Capital y el Manifiesto Comunista? ¿Qué clase de dialéctica reaccionaria es la suya? ¿Por qué disfraza como materialismo dialéctico lo que es conservadurismo predialéctico? ¿A quién está pretendiendo engañar?»

En contra de lo que piensa Iglesias, afirmar la importancia de la dialéctica no supone encerrarse en la ramplona versión que nos ofrece el Diamat. ¿Es contradictoria una deducción lógica? No, pero su ejecución puede implicar el uso de la contradicción, introduciendo el Principio de Contradicción (p ^ ¬p), lo que nos llevaría irremisiblemente a cualquier solución (ex contradictione quodlibet). Pero una vez obtenida la conclusión, la contradicción previa queda cancelada, sin que tenga que encontrarse «latente». Esa es la cuestión.

Y sobre las contradicciones del capitalismo analizadas por Marx y citadas por nosotros más arriba, hemos de decir lo mismo: sólo desde la perspectiva actual, donde se han cancelado las contradicciones en el Estado del Bienestar, podemos hablar de los procesos habidos entonces. El problema de Julián Iglesias reside en que parece tener las claves para llegar al comunismo final. ¿Cómo determinar el destino de una sociedad política o de un modo de producción si aún no ha concluido su marcha? ¡La Lechuza de Minerva emprende su vuelo al atardecer, señor Iglesias! Es imposible saber hacia dónde se dirige ningún proceso si no está cancelado, puesto que nuestros análisis sólo podrán confirmarse como ciertos o falsos una vez que los acontecimientos hayan concluido. Por eso sólo se puede escribir Historia sobre épocas que ya han concluido: el Imperio Romano, la Edad Media, &c. Salvo que seamos unos chamanes o santeros, no podemos ser tan soberbios como para predecir el futuro. Y si no, mire el señor Iglesias lo que sucedió con las predicciones del Diamat sobre el fin del capitalismo y el advenimiento del comunismo final: acabaron en la Perestroika y en la entrega del poder por el Partido Comunista en 1991, con la consiguiente disolución y secesión de las repúblicas que formaban la patria del proletariado. Iglesias insiste en uno de los grandes defectos del Diamat: su carácter gnóstico, que garantizaba la infalibilidad a quienes seguían la doctrina, como si de la Iglesia católica se tratase.

2. La confusión del ser social con el «mundo objetivo» de Julián Iglesias

La segunda andanada del señor Iglesias se lanza contra la distinción realizada en Ensayos materialistas entre una «filosofía mundana» y una «filosofía académica», apoyándose en supuestas tergiversaciones del marxismo realizadas por Gustavo Bueno. Comienza su crítica señalando la famosa frase marxista «el ser social determina la conciencia», de la que dice estar «eximido de citas concretas al respecto», para decir que Gustavo Bueno, «siguiendo a autores tipo Heidegger, ha rechazado la distinción entre ser y conciencia, pretendiendo situarse 'más allá' de la diferenciación entre objeto y sujeto, la afirmación esencial del materialismo histórico debe ser, en coherencia, rechazada». Y en efecto, Julián Iglesias está eximido de citar a Marx en este caso, pues la obviedad de que el ser social determina la conciencia la conoce cualquiera que haya estudiado mínimamente a Marx. Pero no está exento de citar a Heidegger para demostrar que Bueno le siga. De lo contrario, no podemos considerar su afirmación como mera falacia, si no como vulgar calumnia. De todos modos, el núcleo de su argumentación se encuentra más adelante:

«Voy a llamar la atención sobre un ejemplo. En el primer capítulo de «Ensayos materialistas», Don Gustavo asimila el «ser social», del que hablaba Marx, con la «filosofía mundana», de la que hablaba Kant. Como es sabido, Kant distinguió entre el filosofo académico, considerándolo «artista de la razón», y filosofía mundana, a la que atribuyó el papel de «legisladora de la razón».
A propósito de ello, afirma Bueno: «Lo esencial al concepto de filosofía mundana, como legisladora de la razón, sería que la razón –y en particular la razón filosófica– no funciona en un vacío intemporal, sino que brota del propio material social, 'mundano', históricamente dado». Y añade: «Esta es la tesis central, en realidad, del materialismo histórico: la conciencia humana está determinada por el ser social del hombre. Y esta es la tesis que está virtualmente contenida en el concepto kantiano de filosofía mundana».
Pero, en estas líneas, observamos una tergiversación escandalosa, una entre tantas, del materialismo histórico, al no distinguir dentro del «material social, mundano» lo que son opiniones e ideas de la gente (la filosofía mundana kantiana), de lo que es el ser social. Para el Sr. Bueno, lo mundano es nuestra concepción del mundo, nuestro «mapamundi», y no el mundo objetivo. En sintonía con ello, la confusión entre «ser social» y «conciencia social» campa a sus anchas.»

En contra de lo que señala el señor Iglesias, en Ensayos materialistas se dice que ninguna filosofía, por muy espiritualista que se conciba, está exenta del mundo entorno, es decir, del ser social, y esto le parece a Julián Iglesias «tergiversación escandalosa». En cambio, Iglesias dice que lo mundano es el «mundo objetivo», nueva limitación del Diamat, filosofía que aparece clasificada en Ensayos materialistas como mundanismo –de ahí su apelación al «mundo objetivo»–. La reducción de los elementos terciogenéricos (incluyendo también la Filosofía) a la Materia o a la Conciencia practicada por el Diamat, que ya citamos más arriba, incluye también la reducción de los tres géneros de materialidad, en tanto que componen el mundo de los fenómenos Mi = {M1,M2,M3}, lo que el materialismo filosófico denomina como la Ontología especial, es reducida a la Ontología general (M): como todo es Materia y todo puede conocerse, según el Diamat, entonces los caminos están prefijados en un gnosticismo donde la fase final siempre es la misma: la debacle del capitalismo y el advenimiento del comunismo.

Y si todo se relaciona con todo y la Materia es absoluta y perfectamente cognoscible, el materialismo dialéctico realiza la operación Mi=M, es decir, cae en un mundanismo donde se supone que la unidad del Mundo es solidaria de la unidad de la conciencia, lo que conduce a un espiritualismo vulgar. Pero la Materia ontológico general no se reduce a los contenidos del mundo, sino que se plantea como un término crítico regresivo: no se puede ir más allá de nuestros conocimientos del mundo entorno. Volviendo al famoso salto cualitativo: ¿cómo podemos saber cuándo se originó la vida? Aquí es donde interviene la Materia ontológico general como límite crítico regresivo, pues es algo que desconocemos: la Biología no explica cómo se originó la vida, sino que parte de los organismos vivos constituidos. Como el Diamat supone que no existen estos límites y dice poder explicarlo todo, cae en una ramplona Metafísica. Parece entonces que la tergiversación se encuentra en otro lado.

«Para el marxismo, y repugna tener que repetir cuestiones tan elementales a un catedrático de filosofía, el ser social no es una forma de conciencia (como podría considerar quien mantenga un punto de vista fenomenológico). Bueno está convirtiendo la expresión «el ser social determina la conciencia» en esta otra: «unas formas de conciencia determinan otras formas de conciencia»; o bien: «las formas de conciencia históricamente dadas determinan las posibilidades de desarrollo de la conciencia». Y, evidentemente, esto tiene mucho de cierto, pero no es ni mucho menos lo mismo que Marx ha dicho hablando del ser social (que no es ideal, que no es conciencia).»

Lo que debería explicar Julián Iglesias es qué sea esa cosa llamada conciencia, algo que ni Marx realizó en el caso de la falsa conciencia. Debido al carácter psicológico que tiene el término, el materialismo filosófico prefiere acudir al término ortograma, que designa materias formalizadas (es decir, con contenidos terciogenéricos) para definir la conciencia no en el sentido unívoco del Diamat sino respecto a distintos ortogramas (planes y programas en este caso particular, como veremos) en los que se encuentran inmersos los distintos grupos sociales. Sólo tras la confrontación de distintos ortogramas puede establecerse la conciencia: tenemos conciencia lingüística cuando comprobamos que existen más lenguas que la nuestra; tenemos conciencia política cuando sabemos que existen distintas ideologías políticas contradictorias entre sí. Pero cuando la asunción de determinados ortogramas impide reconocer otras alternativas más que la propia, entonces el grupo social de referencia se encuentra dentro de la falsa conciencia o «cerrojo ideológico» que impide rectificar los ortogramas. Algo de lo que participa Julián Iglesias, dada su anécdota inicial y sus argumentos retorcidos.

Y así, tras citar un fragmento de la página 325 de Materialismo y empiriocriticismo de Lenin para distinguir entre ser (materia) y conciencia, donde se dice: «Por ejemplo, cuando un campesino vende su trigo, entra en trato con los productores de trigo en el mercado mundial, pero sin tener conciencia de ello, sin tener conciencia tampoco de qué relaciones sociales se entablan con el intercambio», concluye Iglesias que «el ser social tiene que ver fundamentalmente con las relaciones sociales objetivas que mantienen los hombres entre sí, y que son independientes, no sólo de la filosofía académica, sino también de aquello a lo que Kant llamaba 'filosofía mundana'. Equiparar, por tanto, ser social y filosofía mundana, confundir ser social con las formas de conciencia social, o suponer que la filosofía mundana 'legisla' como pueda hacerlo el ser social, es una tergiversación idealista de mucho bulto».

Pero esto es una verdadera tergiversación, no sólo del materialismo filosófico, sino del propio Lenin y el materialismo dialéctico. Evidentemente, que un campesino no tenga conciencia de qué relaciones mercantiles se establecen con el trigo (dado que no conoce los distintos mecanismos del sistema económico mundial), no quiere decir que esas leyes económicas no intervengan en tal relación (Lenin era materialista, no como Iglesias). ¿Por qué considerar que la Filosofía no está presente en estos procesos, aun ejercitada, en quien establece intercambios con el trigo? ¿No utiliza el campesino concepciones sobre la igualdad o la desigualdad, que son ideas filosóficas, en sus intercambios? ¿Acaso los análisis de El Capital de Marx sobre la mercancía no están influyendo sobre los propios trabajadores o son meramente especulativos? Iglesias parece suponer que la Filosofía, en tanto que «forma de la conciencia» es algo puramente superestructural, un mero contenido de la falsa conciencia de unos sujetos liberados del modo de producción y que creen vivir de modo especulativo.

Pero el materialismo filosófico se cuidó mucho de señalar la implantación de la Filosofía al definir la filosofía mundana como legisladora de la razón, porque es esa filosofía mundana la que aporta el material para poder filosofar. Frente a las manipulaciones de Iglesias, hay que decir que sí son equiparables ser social y filosofía mundana, pues del mismo modo que el ser social determina la conciencia, también la filosofía mundana está determinando los contenidos de la filosofía académica, por más que ya tenga una tradición propia, pero nunca desconectada de los cambios sociales e históricos, pues entonces se convertiría en una filosofía gnósticamente implantada (que fue el destino del Diamat, dado su providencialismo anunciando el comunismo final). Por eso es imposible reducir la filosofía a ideología, que es en el fondo lo que está ejercitado en el texto de Julián Iglesias.

Irónicamente insinúa Iglesias, tras citar nuevamente Ensayos materialistas, en concreto las páginas 35-36 que

«¡Qué más dará implantar la conciencia filosófica en la clase social (como sostiene el marxismo) que implantarla en otras formas de conciencia (como sostiene cualquier idealista de tres al cuarto)!»

Sorprendente. Ahora el marxismo pretende implantar la conciencia filosófica en la clase social. ¿Cómo puede implantarse algo que previamente se ha dicho que la clase social no tiene? Es tan absurdo como el ejemplo hegeliano de insuflarle el espíritu al perro a base de darle de comer libros. O como instruir a alguien tan ignorante como Julián Iglesias, añadimos. Aquí es donde se ve que Julián Iglesias no entiende lo que es la implantación política de la conciencia filosófica; es más, ni siquiera entiende la frase «el ser social determina la conciencia» que tanto ha repetido: no se trata de infundir nada a nadie, puesto que es imposible que la conciencia pueda asimilar nada que no esté ya implantado en el «ser social»: no puede enseñarse a nadie nada que no pueda aprender, como decía Platón a propósito del esclavo que resolvía problemas geométricos en el Menón. ¿Cómo explicarle a alguien que carece de los más mínimos rudimentos sobre el lenguaje, sobre las matemáticas, es decir, a un analfabeto funcional, la Idea filósofica de Igualdad, por ejemplo?

En el fondo, lo que pretende Julián Iglesias es lo mismo que decía Nicolás Poulantzas: infundir a la «clase en sí» la «clase para sí» a base de darle conferencias a los obreros. Pero estos obreros jamás tendrán conciencia revolucionaria si no existen unas mínimas condiciones objetivas. Como aviso a navegantes del PCPE señalo este ejemplo: es imposible realizar revolución alguna en una región como Asturias (o en un país como España, añado) donde sólo hay prejubilados, hoteles y playas, pues cualquier contestación social ha sido neutralizada (dialéctica cancelada) por medio del Estado del Bienestar y la destrucción del tejido industrial, con la consiguiente eliminación de la producción de mercancías y del proletariado. ¿Pretenden implantar la conciencia de proletarios a quienes son clases medias aburguesadas? Imposible veo el intento, salvo desde el idealismo que ejercita Julián Iglesias.

Asimismo, previendo posibles críticas, afirma Iglesias que «toda actividad humana conlleva aparejada, sin duda, una cierta conciencia, pero eso no significa que lo que creemos hacer sea exactamente lo que hacemos: creemos ayudar a alguien cuando en realidad lo perjudicamos, nos equivocamos respecto al alcance, a la trascendencia de nuestros actos, consideramos sólo algunos aspectos de nuestra acción y no somos conscientes de otros, etc. Justo por ello, la confusión entre ser social y conciencia es inaceptable [...]». Y efectivamente, Iglesias cree manejarse en el materialismo, cuando no hace sino que recaer una y otra vez en el idealismo más vulgar, tal y como vemos. Sin embargo, es incapaz de prever la más mínima crítica que pueda realizársele, pues carece de la más mínima capacidad dialéctica.

Posteriormente, cita España frente a Europa (pág. 281): «G. Bueno reconoce la 'debilidad en la historia' de los planes ideales que se plantean los sujetos al establecer que 'entre las razones de la limitación de un sistema de planes y programas dado, habrá de figurar también la acción de otros planes y programas de sentido opuesto'», para después decir que Engels afirma que «además de reconocer esta limitación a los móviles ideales de los hombres, 'hay que preguntarse qué fuerzas propulsoras actúan, a su vez, detrás de esos móviles, qué causas históricas son las que en las cabezas de los hombres se transforman en estos móviles'... 'La inconsecuencia no estriba precisamente en admitir móviles ideales, sino en no remontarse, partiendo de ellos, hasta sus causas determinantes' (p.386). Como es sobradamente sabido, para el marxismo, dichas causas deben buscarse en la estructura de clases, en las relaciones sociales de producción, etc.» y deducir que «Éstas no son, en cambio, las causas que G. Bueno encuentra. Por no salirnos de 'España frente a Europa', leemos allí, a propósito de la constitución histórica del imperialismo español: “Entre los determinantes de un sistema de planes y programas dado, figuran los planes y programas recibidos de la tradición histórica”, pero, es más, 'como causa principal, a la vez formal y eficiente, de la contextura imperialista que tenemos por característica del ortograma imperialista de la monarquía asturiana, ponemos al Islam' (!!!). Es decir, que la causa principal, no secundaria o subordinada, de la 'contextura imperialista' de España es la tradición, y la reacción frente a otra religión, frente al Islam. De planes a planes, y planes contra planes... ese es el círculo en el que se mueve la explicación buenista de la historia (¿dónde está aquí la diferencia entre el 'materialismo' de Bueno y el enfoque de la historia característico de cualquier forma barata de idealismo?)».

Sin embargo, llamarles «planes ideales» a los ortogramas de los que hemos hablado anteriormente y quedarse en esa fraseología facilona le delata: el Diamat, ontología monista que niega el tercer género de materialidad, reduciéndolo todo bien a la Materia, bien a la Conciencia, no puede dar cuenta de estos planes y programas, es incapaz de asumirlos, sólo puede reducirlos a elementos de la «conciencia», como vemos en la caricatura de Julián Iglesias. El disponer del tercer género de materialidad permite que los planes y programas no sean reductibles a meras superestructuras o ensoñaciones subjetuales. Son planes objetivos, históricos, no meramente «religiosos». ¿Acaso la Unión Soviética no disponía de planes objetivos sobre la revolución universal? Como ya señalaba Bueno en su crítica al trotsquista Bautista Fuentes, «percibir los ortogramas reconquistadores o imperialistas como si fueren superestructuras, es una reducción economicista/psicologista tan pobre y deslabazada como el panorama que él [Bautista Fuentes, en este caso Julián Iglesias] nos ofrece mediante esta reducción» [«Dialéctica de clases y dialéctica de estados», en El Basilisco, 30 (2001), pág. 85]. Por el contrario, en la filosofía política del materialismo filosófico se afirma que constantemente los ciudadanos entran en confrontación unos con otros, al tener distintos planes y programas, distintas ideologías. Pero Julián Iglesias, de tan limitado intelecto, cada vez que observa alguna cuestión que no se ajusta a la ortodoxia del materialismo dialéctico del siglo pasado, lo considera una forma de idealismo.

3. La vuelta al esquema base/superestructura

No podía faltar para nuestro «marxista» la crítica al tratamiento que el materialismo filosófico realiza sobre la distinción marxiana entre base y superestructura.

«Fíjense cómo innova teóricamente el Sr. Bueno en su obra «El mito de la cultura»: «...en lugar de la metáfora arquitectónica (base/superestructura), que ha tenido efectos tan perniciosos, sería preferible utilizar una metáfora orgánica, que nos permitiese advertir hasta qué punto un soporte básico (como puedan serlo los huesos de un vertebrado) no brota con posterioridad al cuerpo (a la carne, que va a apoyarse en él), puesto que procede de tejidos diversos originados de un cigoto común» (p.183).
¡Qué metáfora tan encantadora! La base productiva, material, que para el marxismo es motor de la dinámica social, ahora se convierte ¡en un esqueleto! ¿Y quién juega el papel de los músculos de ese cuerpo? ¿Quién mueve la sociedad? ¿La cultura? ¿Las ideas filosóficas? ¿El estado? ¿La religión? Si la base productiva es un mero esqueleto, ¿de qué depende la alimentación y la reproducción y la supervivencia de la sociedad? ¿De lo que el marxismo ha llamado superestructura con esa metáfora arquitectónica tan simplista?»

Aquí nuevamente comprobamos las limitaciones del enfoque de Iglesias, ignorando que la propuesta de Gustavo Bueno, precisamente a partir de la superación del dualismo Materia/Conciencia, es señalar que la sociedad política no está compuesta solamente por la base económica, lo que el materialismo filosófico denomina como capa basal, y una presunta superestructura ideológica, sino también de la capa conjuntiva, que incluye a todos aquellos que intervienen en la política (no sólo la clase dirigente, sino asociaciones, sindicatos, &c.) y la capa cortical, destinada a la defensa de la sociedad política. ¿Acaso no recuerda el señor Iglesias que Marx tituló a su obra cumbre El Capital. Crítica de la Economía Política? En ese caso, el dualismo base/superestructura es tan pobre que ni siquiera puede concebirse como materialismo histórico. Hay que analizar también las estructuras políticas que no son propiamente productivas y que son simplemente dependientes, no reductibles, de la Economía; son esas estructuras políticas precisamente las que definen y limitan la actividad económica. ¿Cómo explicar sin hablar de política el funcionamiento de la Unión Soviética o los estados capitalistas del bienestar?

Después, tras citar El mito de la izquierda, página 300: «El materialismo filosófico propugna la necesidad de una 'vuelta del revés' de la oposición entre base y superestructura» [...] El lenguaje no es una superestructura posterior a la producción, sino condición de la misma; la religión no es una superestructura de una sociedad organizada en clases ('el opio del pueblo'), sino una realidad previa a la misma 'producción' del hombre cazador», señala el señor Iglesias a propósito del lenguaje: 

«El lenguaje (al que, dicho sea de paso, Stalin no consideraba superestructura, pues no se modifica drásticamente al cambiar las relaciones de producción), según Bueno, es una realidad previa a la producción del hombre cazador. ¡Pues claro! ¿Cómo iban los hombres a cazar sin sentarse a charlar previamente sobre la caza? [...] Para Don Gustavo, no es el trabajo colectivo el que fue generando las condiciones para un lenguaje articulado, sino que el hombre rompió un día a hablar, y discutiendo con sus colegas, se dio cuenta de que tenía hambre y que cazar podía ser una opción. Hasta el momento en que consiguió hablar no se acordó para nada del hambre. Desde luego, Bueno ha superado, en este punto, al marxismo, y hay que reconocérselo. A Marx podemos disculparlo porque en el siglo XIX todavía no existían los dibujos animados de la televisión, que, junto con tantos idealistas que en la historia han sido, es la otra gran fuente de la que bebe el Sr. Bueno.»

Resulta desolador comprobar cómo manipula las afirmaciones que analiza don Julián Iglesias. Produce sonrojo afirmar que los hombres «se sentaran a charlar» cuando estaba en juego su supervivencia, y que semejante tesis sea atribuida al materialismo filosófico. Esa precisamente es la teoría de Engels en El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre, donde se supone que el lenguaje surje cuando los hombres se sentaron y empezaron a hablar, tesis por cierto idéntica a la del idealista Fichte. La cuestión es que el lenguaje no es algo que los seres humanos tuvieran previamente en su cabeza y que de repente exteriorizasen. Como bien sabemos hoy día, el lenguaje es una tecnología más, tan materialista como la construcción de herramientas, y comenzó siendo gestual (los experimentos con los chimpancés y el lenguaje de sordomudos así lo demuestran), y sólo tras la división del trabajo pudo perfeccionarse como hoy día lo conocemos. Lo que se niega es que pueda reducirse el lenguaje a sus condiciones iniciales de división de clases. El origen del lenguaje tiene un componente clasista, dependiente de la división del trabajo, pero su estructura actual no depende de ese origen, y esto es precisamente lo que percibió Stalin frente a la ramplonería de Marr, que parece seguir en el fondo Julián Iglesias sin darse cuenta.

«¿Y qué decir de la religión? Todo el mundo sabe que los hombres cazan, producen y comen por mandato divino: Los númenes animales de la prehistoria se aparecieron un día al hombre y le retaron a que les diera caza... Y así empezó la historia de la producción. ¿Acaso no es esa en esencia la teoría de Don Gustavo Bueno? ¿Precede la religión a la caza? ¿No han visto ustedes nunca a los chimpancés bendecir los alimentos antes de comérselos? ¿No les han enseñado los curas que el objeto del trabajo es en el fondo honrar al Señor nuestro Dios?»

Como no podía ser de otro modo, Iglesias se ha convertido en Feuerbach en pleno siglo XXI, intentando atemorizar, cual númen, a los integrantes del materialismo filosófico. Sin embargo, sus afirmaciones no pueden resultar más que jocosas para nosotros. En primer lugar, porque lo que el materialismo filosófico define como religión no es el culto a Dios. Dios y la religión no tienen nada que ver, pues la Iglesia católica y otras «religiones terciarias» son en realidad estructuras sociales que sólo conservan algunos rasgos de lo que fue el núcleo de la religión (de lo que se desprende que las tesis de Feuerbach o Marx no son filosofía de la religión, sino psicología o sociología a lo sumo). No obstante, como rasgo positivo de la «exposición» de Iglesias, al menos hemos de destacar que tiene la gentileza de citar los númenes, el núcleo de la religión según el materialismo filosófico. Pero que nadie se lleve a engaño: ni en El animal divino ni en ningún lugar se habla de que existan seres mágicos ni nada por el estilo.

Lo que se dice es que los animales del Paleolítico, la fauna del Pleistoceno, los animales de los que procedemos por transformación y que por lo tanto son idénticos (genéricamente) en su conducta a nosotros, como bien nos han enseñado la Biología y la Etología desde Darwin, son el referente positivo que explica la religión y unas ceremonias que de otro modo sólo pueden entenderse en un sentido psicológico (proyecciones antropológicas al estilo de Feuerbach) o sociológico. Y por lo tanto, la religión lo que nos indica es la forma en la que el hombre se va constituyendo frente a los animales, no como una esencia que se exterioriza en el trabajo (como decían Engels y Marx siguiendo a Hegel, precisamente). Y tras esa primera etapa en la que el hombre está literalmente rodeado por los animales, la posterior domesticación animal es la que hace que la religión «desaparezca»: tras la extinción de la fauna prehistórica llega el delirio mitológico, eso sí, con el hombre representado como dominador de los animales (Hércules domando al León de Nemea, por ejemplo) y su posterior crítica con las religiones monoteístas terciarias, que son la antesala del ateísmo, donde los animales han sido literalmente demonizados. Sin embargo, el señor Iglesias, dada su incapacidad manifiesta, ni siquiera puede exponer la filosofía de la religión del materialismo filosófico sin caer en el chiste fácil.

4. Julián Iglesias y su propiedad privada previa al Estado

Como era de esperar, un marxista vulgar al estilo de Julián Iglesias tenía que sentirse ofendido por la tesis del materialismo filosófico que afirma que la propiedad privada no es previa al Estado. De este modo, tras citar el Primer Ensayo sobre las Categorías de las 'Ciencias Políticas', páginas 247 y 252, así como España frente a Europa, página 268-269, donde señala que el conflicto se da a escala de sociedades políticas y no de clases sociales, concluyendo que «Una vez más, sus planteamientos 'pluralistas' de la ontología general, y su absoluta incomprensión de la dialéctica, se trasladan a un ámbito particular», que según el materialismo filosófico el hombre no sería un producto del trabajo, y por lo tanto

«El planteamiento buenista sobre las relaciones entre propiedad privada y Estado sólo tiene algún sentido cuando absurdamente desvinculamos los conceptos de propiedad privada y explotación. Porque, ¿cómo es posible que el Estado cree la propiedad privada si no existe previamente una sobreproducción de la que surja una clase dominante, y de la que dicha clase dominante se pueda apropiar? ¿De qué serviría a nadie dominar nuevas tierras si de ellas sólo cabe obtener lo estrictamente necesario para que sobreviva quien trabaja la tierra? Sólo cuando, por el desarrollo técnico, surge una sobreproducción aparece una clase que vive de ella y que, por supuesto, tiende a extender esa explotación sobre todo territorio posible. Entre comunidades que carecen prácticamente de propiedad privada, de excedente, y de unas relaciones de explotación, las relaciones podrán ser de expolio, de robo, pero es absurdo suponer que ahí cabe un modelo de explotación sistemática y, por tanto, de unas relaciones de dominio político del tipo que constituye un Estado. Sólo porque se crea un sobreproducto y, sobre él, una desigualdad de clases, cabe suponer la creación de unas estructuras políticas que, ciertamente, no se limitan a una comunidad, sino que tienden a extenderse sobre otros pueblos. Pero, sin una sobreproducción, ¿qué sentido podría tener hablar de explotación, y, por tanto, de estado?»

Pero lo cierto es que Gustavo Bueno ya aclaró estas cuestiones al responder al trotsquista Bautista Fuentes:

«[...]¿autoriza este modo de orientar la teoría del Estado a presuponer, por vía sustancialista, que la división de la sociedad en clases hay que ponerla como una división previa al Estado, capaz de atravesarlo, como si el Estado fuese la expresión de la misma dominación de los propietarios sobre los desposeídos quienes, sin embargo, en tanto que partes de una «clase universal» sustancializada (la que en la sociedad industrial capitalista se identificará con los «proletarios de todos los países») conservaría la energía suficiente y aun la legitimidad moral para volverse contra los expoliadores? No, porque cada Estado, y más aún, los Estados imperialistas, no se constituyen únicamente en función de la «expropiación» de los medios de producción en el ámbito de su recinto territorial. Cada Estado [...] se constituye en función de la apropiación del recinto territorial en el que actúan y mediante la exclusión de ese territorio y de lo que contiene de los demás hombres que pudieran pretenderlo. El enfrentamiento entre los Estados, según esto, habría de ser ya considerado (aunque el materialismo histórico tradicional no lo haya hecho así) como un momento de la misma dialéctica determinada por la apropiación de los medios de producción (originariamente el territorio, sus recursos mineros, sus aguas, su energía fósil..) por un grupo o sociedad de hombres, excluyendo a otras sociedades o grupos congéneres. De este modo resultará que son ya los mismos expropiados de cada Estado aquellos que, por formar parte de él, están expropiando a su vez unos bienes a los cuales, en principio, tienen también «derecho» los extranjeros. [...] Y en la medida en que cada Estado sólo se constituye como tal y desarrolla sus fuerzas de producción en el proceso mismo de codeterminación (incluyendo los intercambios comerciales) con los otros Estados competidores, y en la medida en que la apropiación de los medios de producción, definidos dentro de los límites de cada Estado, sólo puede considerarse consumada tras la constitución del mismo Estado (cuya eutaxia sería meramente nominal si no contase con el consenso, espontáneo, obligado o aceptado de los mismos expropiados, que prefieren o necesitan mantenerse en el Estado a emigrar a otros Estados) habrá que concluir que la división de la sociedad en clases no es anterior al Estado sino, al menos lógicamente, posterior a él.» [«Dialéctica de clases y dialéctica de estados», El Basilisco, 30 (2001) págs. 88-89]

Por lo tanto, el problema es que los distintos movimientos sociales dados históricamente no buscaban tanto subvertir el Estado como huir de la opresión que sufrían o hacerse con el control del Estado. Además, otro problema es la ambigüedad del término «clase», tanta que Marx en El manifiesto comunista dice que las clases sociales son burgueses y proletarios (cosa normal, tomando como referencia la sociedad capitalista), pero también patricios y plebeyos. El análisis de El Capital, como bien señaló Marx, sólo sirve para la sociedad capitalista, y no puede ser extrapolado a otras sociedades, luego de la ambigüedad que utilizó Marx para hablar de las clases sociales no puede deducirse nada de lo que señala Iglesias. Situar las clases sociales en su contexto estatal es la única manera de poder hablar de Filosofía Política o de Filosofía de la Historia teniendo como punto en común la dialéctica de clases. ¿O es que acaso la URSS y el desarrollo del socialismo en un solo país no suponía una cancelación de la contradicción entre clases, en el sentido que hemos expresado más arriba a propósito de la dialéctica? Siguiendo la tesis de Iglesias, habría que suponer que la lucha de clases en la URSS seguía en plenitud, pero eso sería tomar un contexto puramente gnóstico en el que siempre está el proletariado triunfante a la vuelta de la esquina. Sería quedarse con Trotsqui y su fracaso y despreciar los avances de Stalin.

5. El proletariado internacional o la izquierda indefinida de Julián Iglesias

El artículo del señor Iglesias no se acaba aquí desde luego, sino que pretende tratar otro de los temas recurrentes del marxismo: la cuestión nacional:

«Gustavo Bueno ha defendido en varias de sus obras la idea de que la nación es un producto del estado. A diferencia de las naciones étnicas, dice Don Gustavo: «La nación política no es, por tanto, una entidad que pueda considerarse previa al estado. Es el estado, y el estado absolutista, el del 'despotismo ilustrado', el que se transformará en nación mediante una revolución...» (Panfleto, pp. 101-102). Por supuesto, al igual que para el Sr. Bueno el estado no depende de las relaciones de producción, de la sociedad, tampoco depende de ninguna nación: pre-existe a las naciones.
Sería enormemente instructivo poder contrastar con calma, en este punto, los planteamientos de Don Gustavo con los del insigne fascista Benito Mussolini, quien, sobre esta cuestión, afirmaba: «No es la nación quien ha creado el Estado, como en la vieja concepción naturalista que servía de base a los estudios de los publicistas de los estados nacionales del siglo XIX. Por el contrario, la nación es creada por el Estado, que da al pueblo, consciente de su propia unidad moral, una voluntad y, por consiguiente, una existencia efectiva».
Evidentemente, si el estado crea la nación y es, además, el marco en el que aparecen encerradas las luchas de clases, para el Sr. Bueno, como para Mussolini, no puede existir objetivo más elevado que la defensa del estado. Y es así que puede afirmar tranquilamente, en «España frente a Europa», que «las cuestiones relativas a la unidad y a la identidad de España no son cuestiones que puedan ser resueltas desde los principios de la democracia o de la antidemocracia, ni tampoco de los principios considerados de la “derecha” o de la “izquierda”. La izquierda, en cuanto a tal, o la derecha, en cuanto a tal, tienen poco que decir en relación con la cuestión de la identidad o de la unidad de España; son las premisas que se mantengan acerca de estas cuestiones las que tendrán mucho que decir, ya sea a la izquierda, ya sea a la derecha, ya sea a la democracia, ya sea al despotismo, o a la aristocracia, a la manera como los parámetros tienen que decir mucho a la función a la que pertenecen» (p.167).»

Tras esta parrafada, uno aún se pregunta de qué nación habla Julián Iglesias, porque ni siquiera distingue entre naciones étnicas, naciones biológicas y naciones políticas, como Gustavo Bueno sí hace en España frente a Europa. Ya que Iglesias, como todo infantil y enfermizo izquierdista, está aireando constantemente la distinción entre derecha e izquierda, hay que señalar que Gustavo Bueno habla de la nación en sentido político como una creación de la izquierda política, la jacobina concretamente, frente a los privilegios del Antiguo Régimen en 1789. Pero Iglesias, participando del pensamiento políticamente correcto que distingue entre derecha e izquierda sin señalar parámetros políticos, no duda en cometer la vulgaridad, propia de una ignorancia preocupante, de comparar con Mussolini a Bueno, de forma incluso aún más vulgar que Juan Bautista Fuentes cuando le asoció a Ramiro Ledesma Ramos en su crítica de la revista Anábasis. Pero qué se podía esperar de alguien que cree en la existencia de partidos duros y blandos. No obstante, la ceremonia de la confusión prosigue:

«El fin absoluto es, así, mantener el sistema político, el estado, España. ¿Qué importan los métodos que haya que emplear con esa finalidad? ¿Qué importancia tiene sitiar Euskadi cuando se trata de «salvar» España? ¿Qué importan los métodos policiales? ¿Qué importa la aplicación de la pena de muerte, o la guerra, o la manipulación ideológica? Cuando el objetivo supremo es mantener el sistema, el Estado o la Patria, todo lo demás debe subordinarse a ello. Se nos viene a la memoria aquella frase de, Heidegger, insigne militante del partido de Hitler: «Es necesario preservar la verdad del ser, sea lo que sea lo que les ocurra a los seres humanos y a todos los seres...»

Y tras confundir el marxismo con la derecha y la izquierda al señalar que «para el marxismo, la cuestión nacional no es independiente de la izquierda y la derecha, sino que es una cuestión subordinada a los intereses generales de la clase», nuestro infantil izquierdista señala una cita de Stalin (Fundamentos del leninismo, Akal 1975, págs. 91-92) sobre distintos movimientos nacionalistas, como el de los polacos y húngaros, frente a los de los checos, porque unos beneficiaban y perjudicaban, respectivamente, a la revolución mundial. Pero entonces, ¿es revolucionario destruir España permitiendo la secesión de lo que él denomina Euskadi y dejar desamparados a sus obreros? ¡Vaya revolución que pretenden Iglesias y sus camaradas! Eso es estar con la Europa del capital, que tendrá más fácil controlar a las pequeñas naciones resultantes de esa descomposición.

Una vez señalado que la dialéctica de clases está modulada por la dialéctica de estados (algo en lo que estaría de acuerdo Stalin) no deja de resultar sintomático que un militante del Partido Comunista de los Pueblos de España, cuyo propio nombre ya denota las intenciones separatistas que se esconden en su ideario, carezca de plataforma política y lo demuestre mencionando a Euskadi, que es inexistente como Estado. Claro que esa es la misma política que la de la patética y ridícula coalición Izquierda Unida, auténtico apéndice del PSOE al que pronto se unirá indisolublemente y en la que militó activamente Iglesias. Difícilmente nadie puede hablar de defender a los obreros españoles cuando se desprecia España como plataforma política, cayendo en la indefinición más escandalosa. Al menos el PCE tradicional era centralista, como señalaba Stalin, y defendía a muerte la unidad nacional, sólo despreciada para incorporar a España al bloque socialista, como señala Gustavo Bueno en la pregunta «¿España es Idea de la Derecha o de la Izquierda?» de su libro España no es un mito.

Sin embargo, el materialismo filosófico sí dispone de criterios para distinguir derecha e izquierda en sentido político, como se señala en El mito de la izquierda, respecto a la holización de la sociedad política y la eliminación de los privilegios del Antiguo Régimen, cosa que parece molestarle en exceso a Iglesias, pues si no al menos lo hubiera abordado más allá de la cita de la página 300 que ya señalamos. Ya es sospechoso que el señor Iglesias hable desde distinciones tan políticamente correctas de derecha e izquierda, que al menos el marxismo leninismo y el materialismo dialéctico se cuidaron mucho de evitar, so pena de caer en el infantilismo y la enfermedad ideológica, y que en consecuencia no haga referencia a estas cuestiones que sí aparecen en El mito de la izquierda. Claro que esto se entiende en función de ese mismo pensamiento políticamente correcto de Iglesias: si tuviera que citar ese libro, en el que se critican todas las falsedades y tópicos que subsisten desde hace cuarenta años en España, entonces su propia posición indefinida políticamente quedaría en entredicho, por lo que es mejor para él evitar cualquier comentario extenso sobre el libro para así quedar en apariencia salvado de la crítica.

«Probablemente, en el fondo, el Sr. Bueno también es consciente de la conexión entre la cuestión nacional y la alternativa imperialismo/anti-imperialismo... Lo que ocurre es que ahora el posicionamiento, lejos de ser marxista, es pro-imperialista: su enfrentamiento a la Unión Europea, en nombre de la idea de España, ¿acaso no se halla «políticamente implantado» en la estrategia de acercamiento del Partido Popular al imperialismo de los EEUU? ¿O acaso no conviene al imperialismo estadounidense que la Unión Europea no se consolide como potencia imperialista rival...? ¿Espera el Sr. Bueno terminar su carrera, como Aznar, dando conferencias en los EEUU?»

La cuestión (y téngase en cuenta que hablamos desde una perspectiva de la izquierda definida políticamente) es que si, a costa de permitir que la Unión Europea se consolide como potencia imperialista (cosa también difícil, pues sus ejércitos dependen de la OTAN y del orden internacional sostenido por Estados Unidos), hay que permitir la destrucción de España y la indefensión de sus ciudadanos para mayor gloria de la Unión Europea comandada por Francia y Alemania. A Julián Iglesias, vistas sus extravagancias, hemos de situarle dentro de las izquierdas indefinidas, de aquellas que carecen de parámetros y proyectos políticos claros, y que se convierten en tontos útiles de la Europa del capital. Al menos, parece uno de tantos que aún no saben qué hacer una vez que les cayó encima el Muro de Berlín y desapareció la Unión Soviética.

También es reseñable que Julián Iglesias confunda la elección de partido político con la implantación política de la Filosofía. Gustavo Bueno nunca apoyó la guerra de Iraq (ya está bien de calumniar y de injuriar sin pruebas), sino que analizó lo que sucedía en torno a ese conflicto, y nunca tomó partido por Aznar; todo lo contrario, señaló que «A mi juicio, la política de Aznar, alineándose con la 'Europa peninsular e insular', es tan prudente, en función de los intereses de España, como pueda serlo la política de alineación en la 'Europa continental'. Sólo retrospectivamente cabrá evaluar este juicio; lo que me parece absurdo es una descalificación a priori, impulsada por motivos éticos –sino ya electoralistas– más que políticos» («Las manifestaciones 'Por la paz', 'No a la Guerra', del 15 de febrero de 2003», en El Catoblepas, nº 13, marzo 2003, pág. 2.)

6. Julián Iglesias al servicio del pensamiento políticamente correcto

Para proseguir su diatriba, no duda Julián Iglesias en alinearse cada vez con más fuerza con el pensamiento políticamente correcto, sobre todo en lo relativo a los atentados del 11 de Septiembre de 2001:

«En una entrevista a un diario asturiano («La Nueva España» 16-09-01), Bueno sintetiza la idea (defendida en su Apéndice I de «La vuelta a la caverna», etc.) de que los atentados encuentran sus raíces ¡en la filosofía de Averroes! Dice nuestro «materialista»: «En todo esto sigue funcionando la disputa entre Santo Tomás de Aquino y Averroes. El entendimiento agente contra averroístas. Santo Tomás sostiene que la razón, el entendimiento agente, es individual. Dicho de otra manera, sostiene que es corpóreo. Mientras que Averroes sostiene que es supraindividual. Que nos envuelve a todos los hombres. Que alguien piensa por nosotros. Es la revelación. Es Mahoma. Es el fanatismo».
Es decir, que... ¿las raíces de los atentados están en la filosofía de Averroes? ¿El fanatismo y el terrorismo deben ser explicados como producto de una filosofía poco racional? Y, entonces, los expolios imperialistas, las agresiones militares estadounidenses, las condiciones de ruina, miseria y desesperación en las que se ven sumidos la mayoría de pueblos del mundo, ¿qué son, elementos secundarios a la hora de entender los conflictos mundiales? Y, a esta explicación del terrorismo, que convierte a Santo Tomás en modelo de racionalismo, ¿se puede tener la desfachatez de llamarla «materialismo»? En realidad, es una explicación idealista de una falsa conciencia bochornosa. Las ideologías existen, se mantienen y se radicalizan por algo, no porque la gente sea imbécil, o espontáneamente fanática. Pero la cohorte de los buenistas (que no saben una palabra de economía ni jamás han leído El Capital), exhorta desde las cátedras a sus estudiantes: ¡cuán difícil resulta mantener una postura racional sin haber leído a los santos de la Iglesia católica, apostólica y romana!»

Hay que decir sobre esto que la referencia de Bueno no busca hacer apologética del catolicismo, sino señalar que los católicos ponen énfasis en el cuerpo, cosa que el Islam no hace. Si no, ¿cómo explicar la existencia de terroristas islamitas dispuestos a matarse? En una cultura de raigambre cristiana se supone que nadie quiere morir, y de hecho la ETA o el IRA jamás han utilizado de la inmolación para cometer sus atentados. De ahí que las afirmaciones de Averroes sobre el entendimiento agente separado del cuerpo sean muy aclaratorias de por qué se producen esos actos terroristas de los islamitas. Respecto a la burla final de Iglesias, hay que señalar que al menos Marx leyó a Aristóteles y sabía de escolástica. ¿No funcionan relaciones de la Lógica aristotélica, de igualdad, reflexividad, en El Capital?

«Ahora bien, a una explicación bochornosa, corresponde una posición política vomitiva. Dice nuestro «tomista», sin complejos: «En el planeta sólo hay un orden, el nuestro. Mejor o peor, sólo hay el orden de los EEUU y sus aliados, que somos nosotros. Está vinculado al capitalismo. Este terrorismo hace veinte años sería atribuido a la Unión Soviética. Y bombardearíamos Moscú. Pero ahora ya no».
¿Quiénes somos los aliados de los EEUU? ¿Quiénes bombardearíamos Moscú? ¿Nuestra patria y el capitalismo están por encima de nuestra clase? Y respecto al orden, ¿está Bueno justificando la guerra contra Afganistán, contra Irak, etc., etc., en base al orden del imperialismo norteamericano? G. Bueno ha sido siempre crítico con los «pacifistas», a los que considera ingenuos. Pero, una cosa es criticar el pacifismo en abstracto y, otra, criticar a los que se oponen a una serie de invasiones imperialistas cuya finalidad es esencialmente económica y de dominio político. Una cosa es criticar la ingenuidad desde el materialismo, y, otra, apoyar el imperialismo, las atrocidades y la explotación internacional, y, para más inri, ¡desde el racionalismo de Santo Tomás!¡Qué bajo ha caído nuestro personajillo! ¿En esto consistía «volver del revés» algunos aspectos del marxismo?»

Los aliados de EEUU son los países miembros de la OTAN, entre los que se incluye España, el Estado en el que vive Iglesias por mucho que se indigne y sufra psicológicamente. Lo de la clase a la que se adscribe Iglesias produce un cierto estupor: licenciado en Filosofía, militante de un partido con clara vocación socialdemócrata... Un profesional liberal en toda regla, un representante de la burguesía y la traición de la socialdemocracia en sus instituciones políticas. ¿Desde tales posicionamientos de clase pretende realizar la revolución el señor Iglesias? Mal le vemos.

«Hablar de imperialismo no significa desconocer que existen varias potencias imperialistas (que es la revelación en que se apoya Don Gustavo para criticar, en «La vuelta a la caverna», a todo crítico de la globalización). El marxismo del siglo XX ha tenido muy en cuenta la existencia de varias potencias imperialistas, así como la contradicción entre ellas. En este sentido, nuestro profesor está hecho 'todo un marxista'. Sin embargo, existe una diferencia 'de matiz': Mientras que Lenin aprovechó las contradicciones interimperialistas para impulsar la revolución proletaria, el Sr. Bueno las utiliza para defender que hay que alinearse con un imperio y no con otro: lógicamente, con el de Santo Tomás, Aznar y G. Bush. ¿Les parece un matiz relevante?»

Tal grado de villanía y tergiversación no puede proceder de una persona mínimamente racional: ¿desde cuándo el imperio EEUU es el de Santo Tomás? Y la cuestión no es simplemente apoyar o no apoyar. La cuestión es que, querámoslo o no, como españoles estamos en la OTAN y en el Mercado Común europeo, y las fabulaciones de Iglesias no lograrán sacarnos de esos acuerdos. Poco marxista es el voluntarismo de Iglesias. ¿Desde qué plataforma política, una vez fenecida la Unión Soviética, pretende sacarnos de la situación actual? ¿Qué «contradicciones interimperialistas» se supone que deberían explotarse? Expláyese, señor Iglesias, que ahora que no es concejal no tiene a nadie obligándole al silencio.

«El Sr. Bueno defiende de manera abierta «la tesis de la incompatibilidad entre las identidades de España (y de su imperio) y del Islam». Esta tesis, según Don Gustavo, no implicaría menosprecio por el Islam. «Significa simplemente escepticismo ante el eclecticismo y, por tanto, exhortación a tomar partido» (p.430). Es decir, que las relaciones con los países islámicos no deben ser consideradas en función de cuestiones sociales, ni sería seguramente posible la admisión de aspectos culturales de estos pueblos, pues sus identidades parecen actuar, para nuestro profesor, como todos orgánicos. Se trataría de «dos modos de vivir, dos morales, dos sistemas de costumbres o de pensamientos, dos religiones, radicalmente distintas, incompatibles e inmiscibles» (p. 431).
¿No recuerdan estas tesis a toda una tradición germánica de carácter nazi, xenófobo, que subraya que la principal decadencia de una cultura es la mezcla de las culturas? Y, a su vez, la «exhortación a tomar partido», con estos planteamientos, y en el actual contexto internacional, ¿no es un canto a la agresión militar y al sometimiento imperialista de los países islámicos? ¿No ven todos los buenistas que aquí lo que se está justificando es el fascismo puro y duro, la invasión de territorios, las cruzadas en nombre de la 'cruz del capital'?»

Resulta enternecedor leer a Julián Iglesias: no duda en defender el Islam, bajo la coartada políticamente correcta de luchar contra la xenofobia, a una religión que mantiene a sus fieles en la más pura Edad Media y que mantiene una teocracia retrógrada: esto es lo que sostiene Julián Iglesias. ¡Menudo «marxista»! Esto no tiene nada de marxismo: es la tolerancia de las culturas defendida por nuestro pensamiento políticamente correcto, propio de nuestra democracia coronada, propio de socialdemócratas, como bien sabemos. 

Las tesis de Iglesias amenazan con ser una auténtica locura objetual, propia de su cerrojo ideológico: en sus fabulaciones pretende atribuir al materialismo filosófico una concepción de la cultura como algo estático, una Idea metafísica de Cultura que es propia del idealismo alemán y conduce a Hitler y el nazismo, como bien ha señalado Gustavo Bueno en El mito de la cultura. Parece olvidar, o simplemente es incapaz de entender, que Gustavo Bueno defiende las culturas objetivas como sistemas morfodinámicos, siendo las sociedades imperialistas, tanto depredadoras como generadoras (entre las que incluye a la Unión Soviética, por si Iglesias no se había dado cuenta) las que van expandiéndose y engullendo a otras, de tal forma que las numerosas y aisladas sociedades humanas iniciales van convirtiéndose en sociedades cada vez más complejas pero de menor número: las culturas primitivas han desaparecido, engullidas por las sociedades imperialistas que se expandieron por América, África, Asia y Oceanía.

Termina esta parte Iglesias con un juego de palabras que desde luego no tiene desperdicio:

«España, como unidad indisoluble de destino en lo universal, el capitalismo, el imperialismo norteamericano, la xenofobia, la agresión militar al mundo islámico, son las proclamas del Sr. Bueno. A ello debe subordinarse todo lo demás, por las buenas... o por la aplicación de la «eugenesia procesal» (eufemismo para hablar de la pena de muerte), la represión de los insumisos, etc., etc. ¿No es deliciosa la «reforma del entendimiento» que proponen nuestros queridos buenistas en institutos, facultades y foros públicos de todo tipo?»

7. Julián Iglesias al servicio del mercado, el consumismo y la manipulación ideológica

Por último, Iglesias se dedica a criticar uno de los más famosos libros de Gustavo Bueno, Telebasura y democracia:

«En esta obrita, la posición de partida de Don Gustavo es muy clara: quienes critican los contenidos y/o los formatos televisivos presuponen la imbecilidad de los espectadores. Si no hay esta presuposición, habrá que decir que existe la televisión que los telespectadores quieren y que lo democrático es respetarlos.
Evidentemente, la «demanda» es libre, libre para cambiar de canal, para encender o para apagar el televisor. Pero, decimos nosotros, ¿es libre la oferta? Tal vez cabe considerar la idea de que hay la televisión que los ciudadanos eligen entre la basura (en gran parte) que se programa. Pero, ¿no hay una selección previa? ¿O piensa Bueno que existe una competencia perfecta, sin monopolios, sin orientaciones ideológicas, políticas...?»

Esto es una falsedad (otra más) que demuestra que ni siquiera ha leído las cubiertas del libro que señala: lo que se señala (pero no sólo en Telebasura y democracia, sino en el Panfleto contra la democracia realmente existente, aunque Iglesias se ha empeñado en ocultarlo) es que, si la democracia de mercado fuera ese sistema tan justo y perfecto que se dice, entonces los ciudadanos deberían elegir siempre lo mejor. Y se ve sin embargo que se elige lo que muchos consideran grosero, estúpido, vulgar... con la contradicción de que estas personas son también las que votan, dentro de la estructura isomorfa de la democracia de mercado, donde existe una plétora de bienes.

Pero sigamos, que Iglesias no se cansa de darnos argumentos para seguir criticando su ideología políticamente correcta:

«En la obrita que comentamos, después de criticar hasta la saciedad la supuesta falta de criterios de todos aquellos que pretenden poner límites a la «telebasura», acusándolos de no tener un concepto de la misma «claro y distinto» (es decir, criticándolos por no explicitar filosóficamente sus criterios, caso de tenerlos), establece el suyo propio, que no deja lugar a dudas: serán telebasura aquellos contenidos de la televisión que obren en menoscabo de la libertad de consumo y de elección en la «sociedad de electores-consumidores libres de la sociedad de mercado» (p. 216). Este es el concepto «racional», «filosófico» de nuestro «materialista». También podría haberlo expresado de forma más directa: telebasura es la televisión que no está al servicio del capitalismo.»

Si el señor Iglesias tuviera un mínimo de conocimientos filosóficos, sabría que la Basura es una idea filosófica fundamental en la tradición, desde el Parménides de Platón (de la basura también hay Ideas). Bueno en el fondo está señalando, al igual que hiciera Marx, la estafa del capitalismo y su consustancial estafa en la democracia de mercado. En ningún momento Bueno no se ha moderado respecto a esta cuestión; incluso ha señalado que la bolsa de valores es una basura, sin que por ello sea indigno analizarla. El mismo Marx vio claramente que el capitalismo era una basura por el grado de explotación al que sometía a los proletarios, y no por eso dejó de observar y analizar con la precisión de un entomólogo el modo de producción capitalista. Observar la basura es analizar la realidad, pero esto parece molestar demasiado a Julián Iglesias, quien prefiere manipular la realidad para no tener que realizar tales análisis.

Al ser la Basura un tema filosófico fundamental, y ligado a un filósofo dialéctico como Platón, no podemos ignorar que la actividad del reciclaje y la trituración de basuras es un verdadero ejercicio dialéctico. Siendo la basura un concepto trascendental, constitutivo de nuestro mundo, puede haber no sólo «televisión basura», sino también «filosofía basura». La pseudofilosofía de Iglesias es basura filosófica: materialismo dialéctico mezclado con tópicos del pensamiento políticamente correcto de nuestra democracia coronada, como la distinción derecha/izquierda en el sentido divagante que la utiliza Iglesias, así como la distinción entre partidos duros y blandos y otros tópicos propios de la política española de los últimos cuarenta años. Y desde un punto de vista dialéctico, es necesario tener en cuenta al resto de posturas filosóficas, por muy degradadas que se encuentren y sólo sirvan para reciclarse (como la que aquí tenemos). Reciclar esa basura filosófica para contribuir a la crítica es una tarea muy necesaria.

Por cerrar el comentario de este fragmento, habría que añadir que el criterio de telebasura que ofrece Gustavo Bueno al menos tiene una perspectiva concreta: la actual sociedad de mercado. Julián Iglesias no aporta perspectiva alguna, salvo un criterio anticapitalista, pero ¿quién vive hoy día al margen del capitalismo? ¿Dónde se encuentra su paraíso anticapitalista con el que tanto se llena la boca? En ninguna parte. Por lo tanto, no hay por qué retirar el criterio de telebasura del materialismo filosófico; sería el colmo que sujeto tan arrogante no sólo no se digne a mostrar sus definiciones, ocultando así su supina ignorancia sobre las cuestiones televisivas, sino que además se adueñe del derecho a negar los criterios de los demás sin ofrecer alternativas. Por matizar un poco más, la definición que da Iglesias es una tergiversación, pues Bueno no dice que la telebasura sea lo que no está al servicio del capitalismo. Muchos programas televisivos son basura, y si tienen tanta audiencia programas tan infames, será porque ni los audímetros ni tampoco la democracia de mercado son un sistema fiable de elección. Por eso Gustavo Bueno señala que hay que darle criterios a la gente para poder elegir mejor. Lo que se dice es que no hay criterios objetivos establecidos desde los que juzgar la telebasura, pues cada uno juzga según sus propias preferencias (según su propia «ideología de clase», para que personas tan analfabetas como Iglesias puedan entendernos sin problemas), salvando el Código Penal. 

«Por otra parte, decir que las cadenas buscan, por encima de todo, la audiencia es radicalmente falso. Las cadenas buscan el beneficio económico, y ello significa buscar una relación determinada entre la audiencia y los costes de producción. Es decir, que muchos canales podrían tener una audiencia mucho mayor produciendo más calidad, pero con menores beneficios debido al incremento de costes de producción, lo que no quiere decir que no obtuvieran beneficios. La simplificación del tema es escandalosa por parte de nuestro catedrático.»

Debería saber Julián Iglesias, tan marxista que se proclama, que las leyes de la oferta y la demanda no son lo básico del mercado, sino la producción de mercancías. En este caso, si se producen programas baratos es porque se incrementan los beneficios y porque gustan a la audiencia, no porque tengan más audiencia a costa de menos beneficios. Además, para hablar de mayor calidad de los programas, habría que establecer primero unos criterios desde los que juzgar semejante calidad. ¿Dispone de ellos Julián Iglesias? En ningún momento nos los presenta.

Por otro lado, los programas televisivos pueden considerarse como mercancías (muchos de ellos son comprados o vendidos por distintas cadenas), pero no necesariamente. Los programas prototipo de telebasura son los del corazón y de testimonios, realizados en televisión formal, en directo (para poder hablar con algo de conocimiento de causa Julián Iglesias debería leer Televisión: Apariencia y Verdad, aunque ya sabemos que es mucho pedir que este señor lea algo, dadas sus grandes anteojeras). Y esos programas en directo ofrecen una información que caduca una vez presentada (¿qué sentido tiene ver un programa de noticias si éstas ya han perdido actualidad?), por lo que dependen no tanto de la producción, que es común y genérica a otros tipos de programas televisivos, sino de la promoción de otras mercancías ya fabricadas entre su audiencia: los espacios publicitarios en esos programas ocupan muchísimo de la emisión. Si por lo tanto lo que importa para sostener esos programas son los espacios publicitarios, entonces la audiencia que vea esos anuncios es fundamental; sin audiencia, los patrocinadores no dan más dinero, y el programa en consecuencia se hunde.

Entonces, ¿cómo podría un programa de televisión producir más calidad teniendo más costes de producción y lograr una mayor audiencia? Preparar un programa de televisión en directo no es producir una mercancía, sino que pone en marcha el proceso de circulación de mercancías en el mismo sentido que lo presenta Marx en El Capital, por lo que los cálculos de coste de los programas no sirven para evaluarlos. Además, ¿producen algo los invitados a los programas del corazón? No, simplemente ofrecen un servicio, pues estos invitados son normalmente miembros de las profesiones «liberales», es decir, personas que no se encuentran dentro de la cadena de producción, sino que ofrecen sus testimonios como un servicio a una parte de la sociedad, a la audiencia, que demanda esos mismos programas. Quien realmente simplifica los análisis, hasta demostrar una ignorancia preocupante acerca de El Capital, es Julián Iglesias. Debería tragarse de inmediato, si tuviera un mínimo de honestidad intelectual, las palabras que escribió más arriba:

«Pero la cohorte de los buenistas (que no saben una palabra de economía ni jamás han leído El Capital), exhorta desde las cátedras a sus estudiantes: ¡cuán difícil resulta mantener una postura racional sin haber leído a los santos de la Iglesia católica, apostólica y romana!»

Así, continúa escandalizándose porque en Telebasura y democracia se señala que la publicidad falsa sólo puede juzgarse como nociva respecto al mercado y su posición negativa o positiva respecto a él, señalando: «Es decir que ¡los engaños publicitarios sólo son telebasura si perjudican al mercado! ¿Y, en caso contrario, la mentira está justificada? Estos posicionamientos no sólo prueban el alineamiento de Bueno con la sociedad de mercado, sino con sus mecanismos de manipulación y engaño. ¡Cómo el Partido Popular no le va a regalar Fundaciones!», y cuando se refiere a la corrupción política y la necesidad de ocultar determinadas corruptelas para evitar el escepticismo del cuerpo de electores, apareciendo el problema de si debe haber o no censura en la televisión, señala: «¡Sed prudentes con la censura! Al autor sólo le falta por especificar qué tipo de pucherazos y corrupciones deben ser ocultados y están justificados, pero, evidentemente, deja esa decisión en otras manos... ¿en las de los gobiernos, o en sus afines de la cúpula judicial de turno?»

Sin embargo, Gustavo Bueno no aprueba, en contra de lo que se puede llegar a creer, el propio hecho de censurar, sino que señala que cualquier régimen político necesita censurar determinados contenidos. ¿O es que cree Iglesias que la información debe aparecer de manera limpia y cristalina, «tal y como nos lo han contado»? No, pues hacen falta criterios desde los que juzgar esas informaciones. ¿Cree Iglesias que en China deberían presentar la información tal cual aparece? En ese caso, lo más probable es que sucediera algo parecido a lo que pasó en el bloque socialista en 1989, pues bajo la apariencia de veracidad se ofrecía un futuro mejor al otro lado del Muro que no ha resultado tal. Por eso en China, que no es una sociedad democrática, se censura y controla la información para evitar la contrapropaganda de sus rivales políticos, como Estados Unidos. Lo del nuevo comentario acerca de los regalos de fundaciones parece suponer que el PP es el único que defiende y se beneficia de la democracia de mercado, como si el PSOE, IU o los propios militantes del PCPE vivieran en el limbo o en la clandestinidad política intentando derrocar el capitalismo. 

«Pero, después de todas estas lindezas, que harían las delicias del mismísimo Franco, Bueno se atreve a afirmar que los que acusan al gobierno de manipulación mediática es porque consideran a los televidentes como sujetos pasivos y moldeables. Pero, ¿qué más da que los televidentes sean activos y tengan criterios si la mayor parte de la información que reciben es parcial o simplemente falsa? Bueno debería saber que con información falsa no sólo se manipula a los tontos, sino también a los listos.»

La cuestión es entonces desde qué criterios se debe juzgar la telebasura. Una persona corriente, que no dispone de conceptos claros, estará en manos de opiniones partidistas. Además, Iglesias, quien dudo mucho que se considere «tonto», no aceptará estar manipulado, pues él posee la verdad absoluta propia de su conocimiento del «mundo objetivo». Pero entonces, ¿por qué decir que a los «listos» se les manipula? Si tales personajes son listos, será porque disponen de criterios claros desde los que juzgar la información que reciben.

Eso sí, Iglesias no duda en volver a soltar su coletilla: Gustavo Bueno no es un pensador dialéctico.

«Evidentemente, una vez más, el problema de los análisis de Bueno radica en que están situados al margen de la dialéctica entre clases sociales, entendiendo el sistema como algo dado y no en desarrollo. Así, lo que realmente hace es considerar el sistema de manera metafísica, estática, sustancializada, para luego construir el concepto de telebasura más coherente con los intereses de la clase dominante y sus representantes políticos.»

Y así sigue el autor, tras una serie de «críticas» como que para Gustavo Bueno telebasura es lo que no es opio del pueblo, &c., culminando con un párrafo final que no tiene desperdicio:

«A estas alturas, ya nadie debería escandalizarse de tal tipo de planteamientos. Al fin y al cabo, la propia «filosofía verdadera» de Don Gustavo Bueno es un intento (sin duda, meritorio y no desprovisto de cierto éxito) por manipular a generaciones y generaciones de estudiantes a favor del fascismo, el imperialismo, la explotación, la xenofobia, la mentira y la ideología de la derecha española pura y dura. Y todo ello de manera coherente con su pre-dialéctico «materialismo filosófico». En fin, ¡una delicia de filosofía!»

Julián Iglesias, a pesar de su aparente querencia materialista y dialéctica, no hace sino rememorar el idealismo dogmático en el que cayó el mundanismo del Diamat, que ya fue criticado en Ensayos materialistas en 1972. Sin embargo, el Diamat es una filosofía que tuvo un mínimo de coherencia y aportó un sistematismo con su vocabulario propio, sus tesis, &c., que al menos permitían definir los conceptos de manera mínimamente rigurosa, al igual que sucedió con la filosofía escolástica. Hundidos ambos sistemas filosóficos, queda la posmodernidad filosófica, un galimatías sofístico donde todo vale y por lo tanto nada puede definirse. Por eso el materialismo filosófico tiene especial querencia por la escolástica y el Diamat, aunque sea para criticarlos y triturarlos, pues es necesario disponer de alguna claridad conceptual que aún es posible encontrar en tales sistemas.

Sin embargo, Julián Iglesias no ha tomado ninguna de estas virtudes que posee el Diamat y se ha quedado precisamente con sus peores defectos: monismo ontológico. Además, su discurso es en realidad el del pensamiento políticamente correcto que lleva martirizándonos en España durante aproximadamente cuarenta años: la distinción derecha/izquierda sin referentes políticos definidos, la existencia de partidos «duros» y «blandos», el diálogo de culturas... sólo faltaría la tan manida memoria histórica, de la que esperamos nos aporte algún comentario futuro para poder triturarlo. Bien podría decirse que para Iglesias el Diamat no es sino una pura verborrea vacua que le sirve para conducir su pensamiento políticamente correcto, propio de quienes vieron cómo el Muro de Berlín y la URSS se les cayeron encima y se quedaron en la indefinición política, ecualizados con la socialdemocracia. Por lo tanto, en el año 2006, a quince años de la caída de la Unión Soviética, el último imperio universal que tuvo una doctrina filosófica en su ejercicio y representación, podemos decir de Julián Iglesias como dirían los clásicos: nihil novo sub sole.


Julián Iglesias Álvarez El Comercio, martes, 13 mayo 2003:
Julián Manuel Iglesias Álvarez.
Candidato de IU en Carreño

«Tenemos opciones de ganar con propuestas muy serias»
Considera difícil formar gobierno con otros partidos, aunque no renuncia a llegar a acuerdos puntuales. Defiende la construcción de viviendas sociales y una residencia para la tercera edad
(por Armando Rodríguez.)
Julián Iglesias, de 32 años, licenciado en Filosofía, no reniega del talante combativo y vehemente que le caracteriza. Es de los que piensa que al Ayuntamiento hay que llegar con las ideas claras y empuje para resolver problemas. Sostiene que si se está a la expectativa o en actitud pasiva, la maquinaria técnica impide los avances y acaba devorando cualquier iniciativa.
¿A IU sólo le queda ya el recuerdo de sus gobiernos en Carreño?
—Nos presentamos con opciones de ganar porque nuestras propuestas son muy serias y la candidatura equilibrada. A parte de eso, el PSOE gobernó mal y no vemos más alternativas ni a la izquierda ni a la derecha. Creemos que tenemos muchas posibilidades, aunque los vecinos dirán.
¿Cuáles son los mayores retos que tiene planteados el concejo?
—Hay grandes problemas, pero por concretar un poco, en las parroquias hay que resolver el saneamiento, el medio ambiente y el transporte. A parte de centros sociales y obras menores, hay cuestiones generales como negociar con las grandes empresas la contratación de vecinos en paro. En Candás, en urbanismo hay que poner un límite razonable a las constructoras y dar un vuelco en cultura y festejos.
¿Quien será el mayor rival de IU el próximo 25 de mayo?
—El resultado se juega entre el PSOE e IU, pero, evidentemente, nuestro mayor rival son las políticas de derechas del PP.
¿Estaría dispuesto a formar gobierno con otros partidos?
—Vemos difícil llegar a pactos de gobierno porque las formaciones más representativas tienen planteamientos con los que no estamos de acuerdo, aunque sí podríamos coincidir en temas puntuales. De todas formas, veremos qué es lo más favorable para Carreño.
¿En IU están todos los que son o son todos los que están?
—La gente que tiene una aptitud coherente, cercana a IU, está en la coalición. Hay otras organizaciones con gente que pasó por IU, pero también estuvieron en URAS, PSOE o Andecha Astur.
¿Y sus objetivos prioritarios?
—Respetar a los ciudadanos, romper con listas de espera a la hora de poder ver al alcalde y contar con la opinión de las asociaciones. El concejo tiene una situación privilegiada, aspiramos a dinamizar su actividad con un consenso amplio, ya que Carreño podría estar a la cabeza de Asturias.
Diga sus proyectos clave
—Adquirir la fábrica Ortiz para el museo de la pesca, más viviendas sociales, residencia para la tercera edad, una casa de la juventud y una ludoteca para los críos.

* * *

La Nueva España, domingo, 3 abril 2005:
Adelantamiento por la izquierda
La cúpula local de IU abandona la coalición y se pasa al PCPE al ver «traicionados» los ideales comunistas. IU se ha roto en Carreño. La dirección local, incluidos dos de sus tres concejales, ha abandonado el PCE y la coalición. Junto a casi medio centenar de personas, se han dado de baja en IU y han pedido el alta en el PCPE. Acusan a los responsables regionales y nacionales de IU de haber «traicionado el comunismo».
Candás, David ORIHUELA
La cúpula de IU de Carreño ha abandonado la coalición y sus cargos en la dirección del PCE local y en el Ayuntamiento de Carreño. También han dejado de ser representantes en los patronatos municipales (polideportivo, teatro Prendes y Museo Antón).
Durante 20 años, la izquierda gobernó en Carreño en las figuras de José Luis Vega Fernández, «Pelís», y Joaquín Raimundo Fernández, «Canales». A mediados de los años noventa del pasado siglo la estructura local de IU saltó por los aires, y el socialista Ángel Riego se hizo con la Alcaldía en 1999. En ella sigue, con el apoyo de IU.
Julián Iglesias y Ana Turrero, los dos concejales que la coalición mantenía en el Ayuntamiento (Nicolás Ibáñez, el tercer edil de IU, se niega a a sentarse junto a sus compañeros de partido), abandonaron el pasado jueves el Pleno con el puño en alto. Era todo un símbolo. Los ediles han dejado no sólo la Corporación, sino también el PCE, a través del cual habían llegado a IU. Ahora son miembros del Partido Comunista de los Pueblos de España (PCPE).
Iglesias, que fuera coordinador local de IU y portavoz municipal de la coalición durante los últimos seis años, explicó en el Pleno sus postulados ideológicos. Con su dicción y sus argumentos de profesor de Filosofía, Iglesias recurrió a la base del pensamiento comunista para justificar ese «adelantamiento por la izquierda». En sus últimas palabras en el Pleno, Iglesias criticó a los líderes regionales y nacionales del PCE y de IU por «haber traicionado los ideales comunistas».
De este modo, Iglesias ejercía no sólo de portavoz, sino también de altavoz del sector más crítico con la gestión de Gaspar Llamazares al frente de IU. El abandono de casi medio centenar de personas en Carreño generó un efecto de empatía en otras agrupaciones asturianas, que celebraron reuniones de urgencia para analizar la situación.
La dirección regional de IU asegura que todo se solucionará sin mayores problemas. Dos nuevos concejales de IU tomarán posesión, y así se garantizará la estabilidad municipal en Carreño, con un complicado equilibrio de fuerzas en la Corporación, de la que forman parte seis grupos políticos (PSOE, PP, UICA, IU, URAS y Andecha Astur).
Aunque el problema no radica en la estabilidad en Carreño, sino en la fuerte división interna que hay en IU, y que los dimisionarios han sacado a la luz pública. La situación recuerda a la ya mítica crisis del PCE en Perlora en los primeros años de la transición. En los salones de la Ciudad de Vacaciones, el PCE asturiano saltó por los aires por las mismas cuestiones que ahora han disgregado a IU en Carreño: las diferencias entre los que se consideran poseedores de los valores comunistas y aquellos que, a su entender, han dado un brusco giro hacia el socialismo cristiano.
Ya lo dijo en el Pleno la portavoz del PP, María Elvira Suárez: «Que Dios les bendiga».

* * *

La Nueva España, sábado, 18 junio 2005, página 23:
Entrevista a Julián Iglesias.
Ex coordinador y portavoz municipal de IU en Carreño

«El debate sobre el matrimonio gay sólo busca bloquear un derecho»
«Los homosexuales no pueden vivir ochenta años en la clandestinidad»
Candás. David ORIHUELA
Son ya muchos años viviendo en la clandestinidad. «Siendo discreto.» Julián Iglesias, ex coordinador de IU en Carreño, portavoz municipal y candidato a la Alcaldía en las últimas elecciones, se ha visto obligado a dar a conocer públicamente lo que él denomina «una opción sexual poco convencional».
¿Por qué lo cuenta ahora?
—Precisamente por gente como la que hoy se manifiesta contra los matrimonios entre personas del mismo sexo. Porque la homosexualidad esta criminalizada. Hemos llegado a un momento en el que ya está bien de represión e intolerancia. No se puede vivir ochenta años en la clandestinidad.
Al margen de orientaciones sexuales, el debate se ha desviado hacia la palabra «matrimonio».
—Ese debate es una excusa para tratar de bloquear el derecho de que se permita reconocer legalmente una situación que ya existe.
Usted es un personaje público. En los últimos años ha sido uno de los políticos de Carreño con más presencia en los medios. ¿Le ha condicionado alguna vez su tendencia sexual?
—Socialmente hay discriminación y eso también se traslada a la política, pero yo siempre he separado mi vida pública de la personal.
¿Se ha tenido que esconder?
—He tenido que ser muy discreto. Hay un montón de gente, y también en Candás y en todo Carreño, que tiene una orientación sexual que no es la mejor vista socialmente y eso te obliga a ser discreto.
Y más en una localidad pequeña como Candás.
—La orientación sexual no es una elección, no se elige como una corbata. Es una forma de ser y de entender la vida. Lo único que va «contra natura» es la abstinencia y el celibato, una opción que yo respeto. Yo no organizo manifestaciones en contra de la castidad.
¿Cree que le servirá de algo hacer pública su orientación sexual?
—Creo que puedo ayudar a alguna gente a sentirse más libre. Creo que los derechos o se pelea por ellos o se pierden.
¿Y en lo personal?
—Me quito un peso de encima. Lo cuento por dignidad y por poder mirarme al espejo.
¿Lo ha pasado mal?
—Dentro de poco cumpliré 34 años y siempre estuve en opciones que no eran las de la mayoría. Me fui de IU por comunista, estudié Filosofía y ahora esto. Hay que ser un poco valiente en la vida.
¿Es consciente de la repercusión que puede tener esta entrevista?
—Sí. Sé que mañana (por hoy) habrá gente que ni me salude, pero estoy acostumbrado por mi actividad política.

 

El Catoblepas
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