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El Catoblepas
  El Catoblepasnúmero 10 • diciembre 2002 • página 14
Artículos

En la presentación del libro
Ideas para el inicio del milenio

Eduardo García Morán

Intervención del autor en la presentación de su libro, celebrada en Oviedo
el 25 de noviembre de 2002, en el salón de actos de la Fundación Gustavo Bueno

Eduardo García Morán, Ideas para el inicio del milenio, Pentalfa, Oviedo 2002, 184 páginasEl que un número tan significativo de personas estén proyentándome algún tipo de sentimiento al venir aquí, a arroparme, es una de las situaciones más bellas que, a mi juicio, pueda acaecerle a alguien en tiempos no fáciles, en tiempos de traiciones y de olvidos gratuitos. Así como puede ser válida la sentencia de Stevenson, en labios del doctor Jekill, que dice «quiéreme cuando menos lo merezca porque será cuando más lo necesite», así también puede ser válida esta otra: «quiéreme, pero, merézcalo o no, cuando más lo necesite, dímelo». Y bien parece que esta última fórmula se ajusta más al caso de hoy. Es por ello que la expresión «gracias, amigos», con la que os recibo, es de una fuerza y de una autenticidad límite. Gracias.

Saludo ahora con ponderación, antes de pasar a explicar el porqué del libro que estamos presentándoles, a las dos personas que me han precedido, José Manuel Vaquero y Gustavo Bueno, que son capitales en este acto.

José Manuel Vaquero es el responsable último de la La Nueva España. No obstante, con esta oración, no conseguimos significar adecuadamente ni el alcance de la responsabilidad ni el alcance del periódico, porque falta la referencia al contexto, el que nos apunta que este medio de comunicación ocupa el puesto número nueve entre los de más difusión del país. Pero, a su vez, en esta primera aproximación que hacemos al contexto, tampoco se enfoca con nitidad la cuestión, porque La Nueva España, si nos acogemos a los parámetros de número de lectores en relación con la población a la que va destinada y de porcentaje de crecimiento en el último decenio, aparecería en otro lugar, probablemente en el primero; de ahí, amén de otras consideraciones, que recientemente Juan Velarde Fuertes dijera de La Nueva España que «es una institución».

Pues bien, esta institución es obra de José Manuel Vaquero y del equipo que él formó, y es en ella donde me fue permitido escribir durante los últimos tres años, es decir, que el libro que protagoniza este acto sea un hecho, aunque sólo sea material. Por consiguiente, José Manuel, gracias por el hecho y enhorabuena por tu labor como periodista.

La materialidad del texto Ideas para el inicio del milenio (A propósito de Rut) ha sido posible, además, porque hubo un sujeto intencional último, el profesor Bueno, y unos sujetos operatorios, los que desde la Fundación Gustavo Bueno ejecutan los proyectos. Como acabo de hacer con el director general de La Nueva España, trazaré unas líneas muy principales del profesor, no tanto por cortesía cuanto por justicia, no en balde dosis de su filosofía han sido tomadas para dar vigor a la pluma insegura que compuso Ideas, y trazaré esas líneas partiendo del prólogo que ha escrito para el libro.

Bueno, creo, ha querido hacerme dos advertencias. La primera se dirige al tono político, de izquierdas, que registra en alguno de los textos, y, en efecto, así es, y, en efecto, su advertencia no es retórica. En los dos últimos años he podido constatar, de primera mano, que las formaciones denominadas de izquierda y los sindicatos denominados de clase están menos cerca de la decencia que de la obscenidad, por cuanto el mantenimiento de las estructuras de poder, como fin, y el mantenimiento de los lazos interpersonales interesados, como medios, entre otros muchos medios, algunos de los cuales incluso escapan a la imaginación, estrangulan la tarea cardinal que tienen conferida: una acción política y económica que establezca una sociedad más sana y que, por tanto, reduzca el protagonismo del último grito del capitalismo brutal, la ideología neoliberal, que está a punto de ser la única realmente existente, que está a punto de desmontar la democracia efectiva, que es donde encaja la aseveración de Chomsky en el sentido de que «a los ciudadanos se les permite acudir a las urnas y seleccionar a un representante de los empresarios».

Las corporaciones de los políticos y de los sindicalistas, que en eso han convertido su actividad pública, ha hecho suya una premisa inherente a los miembros de toda corporación, la de ganar dinero, y cuando digo ganar dinero, digo hacer dinero, e implico en este hacer a una mayoría suficiente de estos autoproclamados políticos y a una minoría suficiente de estos autoproclamados sindicalistas, y esto es una villanía. La izquierda, y es vergonzoso que tengamos que recordarlo, está a la izquierda de los villanos. Acaso la consideración siguiente haga esto más conocible: tomando a estos villanos como paradigma, Dios es de izquierdas.

Más urgentemente: Mi caída del caballo, causada por lacerantes circunstancias, en el sentido orteguiano, censuraron dos de los escritos políticos que tenía seleccionados para este volumen, porque vi que eran el resultado de un acceso, por un lado, de cretinismo y, por otro, de delirio, y no quiero ni pensar que el acceso estuviera engarzado en razones repugnantes.

La segunda advertencia del profesor Bueno está en el ámbito de la Gnoseología, al observar que varios de los planteamientos que formulo caen en el reduccionismo. Y de nuevo acierta en el diagnóstico, porque yo no había detectado que una determinada ciencia, digamos la física, no puede servir de explicación plena a fenómenos complejos posteriores. Sistemas con un mayor número de partes, relaciones y funciones, aun evolucionando desde la física, o desde la química, o desde la biología, dan cuenta más exactamente de la realidad que las citadas ciencias categoriales. Acaso puedan sernos útiles para, al menos, despejar las boscosas proximidades de cuestión tan debatida entre científicos y filósofos las siguientes palabras del propio Bueno, palabras que traigo a colación menos por su exactitud matemática y más por su cierto aire poético, por ser éste muy escaso en su obra, henchida como está de rigor lógico. Son éstas: «El alma humana es el campo virgen que, mediante la ocupación y el aprendizaje, se cultiva y adquiere más hábitos, que se sobreañaden a su naturaleza».

Y en este punto estoy felizmente obligado a proclamar que el distanciamiento que he efectuado en relación al reduccionismo se inserta en la malla del materialismo filosófico de Gustavo Bueno. El materialismo filosófico es un sistema de ideas por el que se puede interpretar el Mundo; dicho inversamente: no es una filosofía académico-universitaria, no es una especialización en el ámbito, pongo por caso, de la lógica o de la fenomenología, no es un conjunto de saberes enciclopédicos; el materialismo filosófico es una filosofía total, a la manera de Platón o de Kant; esto es: Bueno es el filósofo y su filosofía, la más potente del momento.

Su cuerpo teórico es un racionalismo que pone los pies en los materiales o prácticas concretas del campo al que se dirige para su exploración, y pone los pies sólo en los materiales porque niega lo inmaterial; es una suerte de coordenadas capaces de moler, desde la crítica dialéctica, conceptos tan problemáticos como los de, entre otros, Hombre, Historia, Ciencia o Bioética; unas coordenadas que, en síntesis, diseccionan los fenómenos como método de regreso a las esencias, o punto de partida para progresar a aquellos fenómenos diseccionados, y ahora rehechos desde dentro, para comprenderlos; unas coordenadas que diferencian la Epistemología de la Gnoseología y la Forma de la Materia, desde luego siempre a favor de las segundas; en fin, unas coordenadas que, en el plano intelectual, me están otorgando un modo de estar en el mundo, un modo que calificaría como uno de los más inteligentes y honestos que se han dado en la Historia de la Filosofía. Por todo ello, profesor, gracias.

Situándome ahora en el libro que nos reúne, un libro que, inmediatamente, he de tildar de menor porque menor en su autor, habré de subrayar dos términos del título, el de ideas y el de Rut. Quise incorporar el vocablo ideas porque ellas son, quizás, lo más potente que tiene el hombre, siempre y cuando que sean nucleares y con capacidad de relacionarse para atravesar las distintas esferas de realidad. Y el de Rut, por ser ella, mi hija, la destinataria primera de las reflexiones contenidas en el texto, un destino intencionado en momentos tan poco exigentes con el esfuerzo por saber, por analizar, por recomponer... Y, a la vez, una manera de agradecerle a ella que, con su presencia, me está ayudando a contemplar la muerte como un final ontogenético y filogenéticamente lógico, y no me quedará otra opción que esforzarme por aceptar el trance, cuando llegue, con dignidad, porque, de lo contrario, o no seré digno, o seré un estúpido.

Ahora bien, qué ideas basales transmito a Rut y al lector al inicio del tercer milenio, el decimoprimero desde que el hombre comenzó a ser hombre civilizado con el ensayo de vida en la ciudad. Desde luego, ninguna nueva, porque las que tenemos son lo suficientemente potentes como para repetirlas una y otra vez con el fin de que el mundo deje de ser un lugar sucio y feo. Hablo, entre otras ideas, de libertad verdadera, de justicia verdadera y de fraternidad verdadera. Hablo de ideas que tienen más de doscientos años y que, empero, hoy sigue siendo necesario reivindicar y defender, explicando los motivos, aunque, como más adelante indicaré, ni la reivindicación ni la defensa servirán de nada.

A modo de ejemplo de los motivos que impelen a aquellas ideas, alegaremos que en el nuevo Imperio, en Estados Unidos, en los últimos veinte años, justamente cuando se dio el pistoletazo de salida al neoliberalismo, el uno por ciento de la población se quedó con el setenta por ciento de la riqueza generada, y que, si sumamos los dineros que tienen el cincuenta y cinco por ciento de los estadounidenses menos favorecidos, la cifra resultante es, aproximadamente, igual a la de uno solo de sus conciudadanos: el de Microsoft. Entretanto, en Argentina, una de las naciones con más recursos naturales de América, los niños pobres están muriendo a centenares y los papás de los niños ricos han llegado a evadir más dólares que la cantidad total que resulta del Producto Interior Bruto del país. Y en España, dos de cada cuatro personas, o tienen el empleo en precario, o sus ingresos están en el límite de la pobreza, o en la pobreza, o no ingresan nada: están en la pobreza absoluta.

Dar datos de lo que está ocurriendo en las zonas más depauperadas del mundo es, en sí mismo, un sonrojo. Sin embargo, permitidme decir, con Haro Tecglen, que «cada día aumentan más los malditos y las superficies que ocupan, y disminuye el número y la porción de tierra de los ricos».

Varios de los artículos contenidos en Ideas subrayan cómo la lucha por las ganancias a cualquier precio, cómo el libertinaje comercial y financiero y cómo el hurto del producto del esfuerzo del trabajo, por vía de un aumento del porcentaje adjudicado a las plusvalías, están siendo introducidos como paquetes culturales comestibles, para fundar un espíritu fresco, por el que el valor y la dignidad de la persona dependen de la recompensa económica recibida. Y para que esto sea así, se precisa una educación adecuada que integre a los individuos en el nuevo orden, una educación que parte de una muy acertada premisa puesta de relieve por el sociólogo británico Zygmunt Bauman: «El deseo desea el deseo», o de la siguiente reflexión de nuestro Pedro de Silva: «Las ideas han de estar asociadas a una determinada concepción, el mercado».

Las heterías que están promoviendo este estado de cosas, además, juegan con las palabras, una vez que las cultas han sido hurtadas, especialmente a los jóvenes, para que no se enteren de nada, para que sean unos moniatos seguidores de mostrencos mediáticos convertidos en cuerpos de culto para un mejor llenado de bolsillos terceros. Así, al consumismo lo llaman felicidad y al totalitarismo, neoliberalismo, acusando, en paralelo, de totalitaria la regulación del mercado, cuando si un mercado de capitales carece de controles, ocurre lo que adelantó Keynes: «El empleo y el bienestar se convierten en simple efecto secundario de la actividad de un casino». Todavía más atrás en el tiempo, hace unos dos mil trescientos años, Aristóteles indicaba, en su Política, que la economía debía estar subordinada a la ética.

La ética la hemos arrojado al infierno para generar pobreza y dolor y, de tal magnitud, que no hay atisbo de remisión: hemos llegado al punto crítico a partir del cual no es posible el retorno, no es posible la esperanza, nada más es posible que el pesimismo, que ya es sinónimo de realismo.

La pobreza es el fracaso de la civilización, porque, aparte de negar el alimento a organismos biológicos, les niega la libertad; y es una ofensa constatar cómo los dueños del mundo, y sus eficientes servidores prácticos e ideológicos, esgrimen precisamente la libertad como coartada de la aflicción de tres de cada cuatro personas del globo. Aseveran que es la libertad quien pone a cada cual en su sitio, que es la libertad la que puntúa los méritos de cada uno. Parece como si se quisiera que la Historia fuese la historia de los mataderos, porque arrebatar el pan de las manos, o negar el tratamiento al enfermo, o sustituir la enseñanza verdadera, que hago descansar, como rampa de salida, en la paideia, por la enseñanza no verdadera, la que se extiende, desde uno de los extremos, con la inoculación de los valores del tecnicismo y de los valores globalizadores del postmodernismo que se desprenden de ese tecnicismo, hasta, por el extremo contrario, con la inoculación de los valores inherentes a las identidades nacionalistas y localistas insolidarias con el destino del hombre universal y con el ideal platónico del Bien; arrebatar ese pan, esa sanidad y esa educación, decía, es propio de mataderos.

Cuando afirmo que la pobreza es el fracaso de la civilización estoy afirmando que la cultura griega, que para Kant impulsó la idea del bien absoluto, ha muerto, que es tanto como afirmar que el hombre ha muerto. Pero, ¿qué hombre ha muerto? Ha muerto el hombre que se veía como una responsabilidad hacia sus semejantes y hacia la naturaleza; ha muerto el hombre que, necesariamente, para serlo, tenía que manejar los conceptos de virtud y de justicia, de buen gobierno y de generosidad. Y de esto se hablaba constantemente en la Atenas de Pericles. Hoy ya no se habla de estas categorías. Hoy se habla de pésimos gobiernos, de perversas empresas, de pánico laboral, de corruptos, de avaros, de subyugar, constante y sin mala conciencia, al otro. Por eso a los muchachos se les priva del griego y del latín, de la filosofía y de la ética. El hombre ha muerto y ya está reinando otro hombre, que está construyendo otra civilización, precisamente la que trataron de evitar Sócrates y sus discípulos, la que se rige por las leyes de la ignorancia y la depredación.

La ética, de la que yo, en ocasiones, he abjurado, la habremos de entender, primordialmente, como el cuidado de los cuerpos, de los cuerpos de los demás, partiendo del propio. No parece que los ejecutivos de las multinacionales de las finanzas, del comercio, de las nuevas tecnologías, de las armas, de las drogas y del tráfico de seres humanos cuiden de los cuerpos de los demás; más bien los descuidan, para cuidar mejor de los suyos y de los de sus clanes, constituyéndose en la auténtica especie elegida y relegando a los demás a la condición de subespecie. Quiero decir: la globalización económica tiene tanto que ver con la ética como el Teorema de Pitágoras o el Teorema de la Evolución de Darwin con el misterio de la reencarnación.

Y termino, y lo hago con una definición de filosofía, en honor a la Fundación que hoy nos acoge y para no contradecir al profesor Bueno, para quien Ideas para el inicio del milenio está compuesto de «artículos filosóficos». La definición, muy personal, aunque mediatizada por lo expuesto hasta aquí, es verdadera desde el punto de vista emic, y dice así: «La filosofía es la asignatura que he elegido para tratar de ser una buena persona.» Gracias.

 

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