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Fortunata y Jacinta

Masonería y anticlericalismo en España

Forja 060 · 15 diciembre 2019 · 33.31

¡Qué m… de país!

Masonería y anticlericalismo en España

Buenos días, sus Señorías, mi nombre es Fortunata y Jacinta, esto es “¡Qué m… de país!” y hoy iniciaremos este capítulo citando a Franco, más que nada porque Franco sabía muy bien una cosa: «La masonería es muy buena en Inglaterra y para Inglaterra. Lo malo es que en España sigue siendo muy buena para Inglaterra» (citado por Pío Moa, Los mitos del franquismo, La esfera de los libros, Madrid 2015, pág. 502). Y es que, entre otros servicios, la masonería cumple una función patriótica en el Reino Unido. De hecho, el Duque de Edimburgo, esposo de la Reina Isabel II de Inglaterra, es cabeza de la Masonería a nivel mundial junto al Príncipe Eduardo, Duque de Kent, Gran Maestre de la Gran Logia Unida de Inglaterra. Allí está ubicada la llamada masonería regular –la Gran Logia de Inglaterra–. También cumple una función patriota en Francia, donde en 1773 nace el Gran Oriente francés, organización clasificada ya dentro de la masonería irregular, lo que significa que el gran Oriente francés no depende de la Gran Logia de Inglaterra, aunque ambas mantengan similitudes ideológicas y rituales.

Pues bien, si como decimos la masonería cumple una función patriota tanto en Reino Unido como en Francia, cosa bien distinta ocurre cuando dicha institución ejerce su influencia sobre la realidad social, política y religiosa española, como iremos viendo a lo largo de los dos próximos capítulos. En esta primera entrega analizaremos algunos de los aspectos nematológicos de la masonería y dejaremos para el programa de la semana que viene un breve recorrido por la historia de la masonería en España.

¿Qué es la masonería?

Ya saben ustedes que en este canal somos conscientes del espíritu de partido: sostenemos que pensar siempre es pensar contra alguien o contra algo y que no se puede hacer filosofía sin filosofar contra otros sistemas. Planteado el caso que hoy nos convoca –masonería y anticlericalismo en España– cada uno de ustedes podría tomar partido por una filosofía: por un determinado materialismo o por un determinado espiritualismo, que son las dos grandes corrientes de la historia de la filosofía desde hace 2.500 años. Otra vía sería el escepticismo, pero el problema es que el escepticismo no es una filosofía sistemática: el escepticismo es asistemático por definición, aunque ya veremos que mantenerse escépticos frente a muchas de las interpretaciones que a menudo se ofrecen sobre la masonería parecería lo más prudente. La dificultad que entraña documentarse debidamente es grande, dada la enorme cantidad de información intoxicada que circula sobre el tema y el afán que ponen muchos conspiranólogos en exagerar la influencia de las logias masónicas en la vida política nacional e internacional. Para abordar tan complejo asunto, nosotros tomamos partido por el materialismo filosófico, que es una de las corrientes materialistas dentro de la historia de la filosofía. Y hay que aclarar cuantas veces sea necesario que lo hacemos no en un sentido dogmático o talmúdico, sino porque la filosofía de Gustavo Bueno está ejercitada y representada desde un racionalismo sistematizado y dialéctico. Es decir, el materialismo filosófico no se postula como un sistema filosófico único, perfecto y definitivo que niegue la validez o la existencia de otros sistemas (idealistas o espiritualistas): de hecho, el materialismo filosófico sólo es posible porque se nutre de la confrontación con otros sistemas y porque trata de recubrirlos y triturarlos dialécticamente, siguiendo la tradición platónica.

Y uno de los elementos que definen al materialismo filosófico es su antignosticismo, es decir, el materialismo filosófico niega tajantemente toda revelación sobrenatural como fundamento de conocimiento. Y este puede ser un buen punto de arranque para nuestro análisis crítico porque, tal y como dijo el Papa León XIII, la masonería es la versión moderna del gnosticismo ¿Y qué es el gnosticismo? Pues aquella secta cristiana del siglo II que es considerada por la Iglesia católica como la primera herejía.

Frente al gnosticismo esotérico, el materialismo filosófico postula que lo que es cognoscible para un sujeto operatorio tiene que ser potencialmente conocido por otro. Desde dichas coordenadas se niega tajantemente cualquier tipo de revelación sobrenatural o praeterracional, cualquier tipo de precepto dado a unos pocos privilegiados que se presentarían como confidentes de la divinidad o de cualquier entidad numinosa (telúrica o extraterrestre). Creer tal cosa nos colocaría fuera de la realidad material que nos envuelve, como si fuésemos sustancias megáricas, aisladas, cuando tal caso por metafísico es imposible. En resumen: desde las coordenadas del materialismo filosófico, sistema por el que apagógicamente y no sectariamente tomamos partido, la filosofía que envuelve a la masonería (o a las filosofías de las diferentes logias) es más bien una filosofía de estirpe idealista dada su metafísica. Aunque más que una filosofía, la masonería es una mitología. El Gran Arquitecto del Universo, el Dios de la masonería regular, es un Dios postulado desde una posición claramente monista: un monismo del orden e incluso de la sustancia, porque tal Arquitecto es entendido como el primer analogado de la realidad, el fundamento de la misma, que a su vez impulsa el orden al cosmos, la armonía del universo. El monismo de la sustancia sería como el arché de la metafísica presocrática: el caso de Tales de Mileto, quien postula que todo empieza y termina en el agua. Hay que aclarar, sin embargo, que este Dios de los masones es más bien un Dios deísta que no interviene en los asuntos mundanos y humanos. Por otro lado, en tanto arquitecto, tal Dios hace que todo esté conectado con todo, razón por la que habría un orden, una armonía, en el universo. Esto atenta contra el principio de symploké que postulamos desde el materialismo filosófico y que dice que ni todo está conectado con todo, ni existe nada absolutamente aislado y desconectado de lo demás.

Pero sigamos. La masonería, como todo el mundo sabe, es una sociedad secreta o discreta vinculada a un supuesto conocimiento profundosólo reservado a los iniciados en los misterios de las logias. Su pompa ritualística, siempre envuelta en inescrutables enigmas, podría explicar gran parte de su éxito, y así lo explica Ricardo de la Cierva, uno de los mayores expertos en masonería en España: «Parece mentira cómo personas serias han podido iniciarse en tales “misterios”; pero miles de ellas lo han hecho y lo hacen todavía hoy. Ese puede ser el más inextricable secreto de la Masonería» (Ricardo de la Cierva, La masonería invisible, Fénix, 2010, págs. 294-295). Todo el mundo sabe, asimismo, que la masonería aparece permanentemente contaminada por las teorías de la conspiración, vinculadas a su vez, con todo tipo de teorías sobre el nuevo orden mundial que, presuntamente, andarían cocinando los globalistas o presuntos globócratas. Pero como prudentemente advierte el filósofo Daniel López: “Conspiraciones hay en todas partes y siempre las ha habido. Ahora bien, hay que distinguir entre conspiración y conspiranoia. Creer que un grupo de hombres, unas élites globalistas multimillonarias, poseen la omnisciencia y la omnipotencia para controlar el Todo, para dominar el mundo, es conspiranoia, porque tal cosa es imposible y metafísica”. Por otro lado, López también señala que igual de imprudente es despreciar la influencia de organizaciones como la masonería, como pensar que estas lo explican o lo controlan todo. Ni tanto ni tan poco. Ni lo son todo ni son nadie. Ni todo ni nada.

En cualquier caso, frente a teorías conspiranoicas que con calzador hacen que todo esté conectado con todo, no hay que olvidar que la masonería es solo una manifestación entre otras tendencias sociales, no la única ni forzosamente la principal. Y en este punto habría que apelar de nuevo al principio de desconexión y conexión o principio de symploké al que aludíamos hace un momento, principio que enunció Platón y que incorpora el materialismo filosófico, según el cual las cosas (o las ideas) se relacionan unas con otras, pero no todas con todas porque entonces caeríamos en la metafísica. Podríamos poner un par de ejemplos expuestos por Platón en El Sofista: «Algunas cosas se combinan mutuamente y otras no, también en lo que respecta a las significaciones sonoras, por su parte, algunas no se combinan, y otras sí, dando de este modo origen al discurso» (262d-e), pues el discurso quedaría excluido «si admitiésemos que no hay ningún tipo de mezcla de nada con nada» (260b); dado que la completa aniquilación de todo discurso «consiste en separar a cada cosa de las demás, pues el discurso se originó, para nosotros, por la combinación mutua de las formas» (259e), y separar todo de todo es «algo desproporcionado, completamente disonante y ajeno a la filosofía» (259d). Y otro ejemplo: «Es músico quien posee la técnica que le permite conocer cuáles (significaciones sonoras) se combinan y cuáles no, y no es músico quien la desconoce» (253b).

Con esta artillería crítica estamos en condiciones de sostener que tan imprudente es pensar que la masonería controla completamente la realidad política en España desde la implantación de los talleres masónicos allá por el siglo XVIII, como despreciar su influencia, dado que tanto la masonería como el krausismo, por poner otro ejemplo, son movimientos anticatólicos. Otra cosa es que haya católicos masones (pero ese ya es el lío que tengan ellos en la cabeza), pero, como institución, la masonería está pensada objetivamente contra la Iglesia católica y no hay que olvidar que tanto la unidad como la identidad de España se conforman históricamente desde coordenadas católicas. Buena prueba de esta dialéctica fue el tremendo peso que tuvo la ideología masónica en la redacción de la Constitución española de 1931 a propósito de las nuevas relaciones que, desde la república, interesaba establecer entre la Iglesia y el Estado. Les remitimos al FORJA 44: “Preparando la Constitución de 1931: la cuestión religiosa” y al FORJA 45: “Segunda República española: Constitución de 1931” donde tratamos la famosa frase de Azaña “España ha dejado de ser católica”. También tratamos allí el decreto de disolución de la Compañía de Jesús y confiscación de sus propiedades, decisión motivada por considerar a esta Orden religiosa como un “peligro” para el Estado, más que nada por la tremenda influencia que ejercía en los ámbitos educativos y por el poder económico que les proporcionaba su riqueza.

Asimismo, tan problemático es entender la política en el sentido totalizador de los globalistas que creen poder controlar el Todo, como entenderla en el sentido armonicista que propugnaban los krausistas y muchos socialdemocrátas en la actualidad. Todas estas posturas carecen de realismo político: ninguna tiene en cuenta que entre los Estados y los Imperios (y dentro de ellos también) siempre se da una lucha dialéctica donde unas partes se enfrentan a otras, limitándolas, deteniéndolas. Recordemos que para los krausistas, la Humanidad era entendida como una sola y toda igual, y que la tal Humanidad caminaba amistosamente –”progresaba”– hacia un destino común gracias al impulso del amor universal (señalemos, por cierto, que Krause era masón, aunque luego se salió). La tesis socialdemócrata apunta en esa misma dirección: propugna un avance paulatino, gradual y pacífico de las sociedades según el cual la “Humanidad” iría integrándose poco a poco en una unidad armónica primordial perdida, buscando recuperar la síntesis absoluta del ideal de la Humanidad, de la perfección del ser humano. Asimismo, las teorías del nuevo orden mundial postulan que habría ciertos grupos o familias conspirando, manejando los hilos del mundo y configurando el futuro de la “Humanidad”. Recordemos que “conspiración” significa “respirar juntos”. Pero tanto la idea krausista de una Humanidad que camina de la mano hacia un destino común, como la idea del gobierno del nuevo orden mundial o la idea del Imperio universal –el proyecto romano, el español, el islámico del medievo, &c.– son imposibles políticos e intoxicaciones metafísicas, tal y como explicamos en el capítulo 33: “¿Qué es España? Parte segunda”.

Pero sigamos. No es difícil perderse en la pluralidad de Potencias y ritos masónicos. En principio existen centenares de obediencias y aun de ritos. Pero tal diversidad sin orden jerárquico es solo una apariencia falaz. La inmensa mayoría de esas obediencias y de esos ritos son puro humo. Según fuentes masónicas más o menos fiables, el 90% de los masones de todo el planeta están involucrados en el sistema de Grandes logias que se reconocen entre sí y están vinculadas, histórica y simbólicamente, a la Gran Logia Unida de Inglaterra, matriz de todas las Grandes Logias de lo que se conoce como «masonería regular» (de ahí que la de Inglaterra reciba también el nombre de Logia Madre del Mundo). El 10% restante no vinculada a la Gran Logia Unida de Inglaterra es considerada «masonería irregular», una especie de herejía sometida a excomunión. A pesar de ello, la masonería irregular dispone de logias poderosísimas como la Skull & Bones (la masonería estadounidense, muy vinculada al poder político que tiene su sede en la Universidad de Yale), la B’nai B’irth (la masonería judía internacional), o el Gran Oriente de Francia (que tuvo como jefe al ex primer ministro francés Manuel Valls, ex naranjito y ahora concejal del Colaudísimo Ayuntamiento de Barcelona). En definitiva, una cosa es la masonería aparente, visible, llamada “azul”, y que se corresponde con los tres primeros grados (aprendiz, compañero y maestro), y otra bien distinta es la llamada masonería invisible, la de las élites, a la que no accede cualquiera y que comprende los grados 4 al 33.

También son consideradas instituciones masónicas, o paramasónicas, Think Tanks de ideología globalista como son el Council on Foreign Relations de Estados Unidos, el Royal Institute International Affairs de la pérfida Albión, la Comisión Trilateral, el Club de Roma y el famoso Club Bilderberg: una trama de financieros alcoholizados del mito aureolar de la globalización. Precisamente Daniel López dará una conferencia sobre este tema el próximo 20 de enero en la Escuela de Filosofía de Oviedo. En resumen: se calcula que existen alrededor de ciento sesenta Grandes Logias de la Masonería Universal dentro de la masonería regular. Estas logias se vinculan a los Supremos Consejos del Grado 33 para la Masonería Regular del Rito escocés y los Supremos Capítulos del Arco Real, así como los organismos rectores de los Cuerpos Colaterales reconocidos.

Respecto a su relación con el comunismo realmente existente, es menester señalar que la masonería fue erradicada de la Unión Soviética. La última logia que quedó en suelo soviético fue descubierta y clausurada por la GPU (la Cheka), que no dudó en fusilar al Venerable y enviar al resto de hermanos a Siberia, como era de rigor. La masonería no volvería a Rusia hasta la caída del Imperio Soviético. No obstante, fuera de la URSS el Komintern veía pertinente que, dada determinada coyuntura, los masones pudiesen ingresar en el partido comunista, como así se lo hizo saber el secretario de la Komintern al secretario general del PCE, José Díaz, en un telegrama enviado el 29 de enero de 1937: «Sería conveniente la entrada en el Partido de oficiales honestos pertenecientes a la Masonería» (citado por Ricardo de la Cierva, La masonería invisible, Fénix, 2010, pág. 541).

En relación al papel de la masonería en España cabe adelantar, a la espera de la segunda entrega sobre esta temática, que la Segunda República vendría a ser el tercer apogeo masónico en la historia de España. De hecho, las grandes potencias masónicas del extranjero felicitaron a la Segunda República porque había sido un rotundo éxito de sus colegas. Pese a que desde mediados del siglo XVIII ya hay registro de masones en España, no está confirmada la existencia de instituciones organizadas. Los registros que pueden rastrearse remiten en su mayoría a comerciantes, militares o marinos extranjeros residentes en la bahía gaditana, sede entonces del comercio con América, súbditos en su mayoría, como pueden imaginarse, de Inglaterra y Francia. El primer apogeo masón ya fuertemente organizado en España tuvo lugar entre 1820-1823 (el llamado trienio liberal de Riego) y el segundo entre 1868-1874, con la Revolución Gloriosa y la Primera República. El tercer apogeo, el de la Segunda República, concluyó de manera abrupta el 18 de julio de 1936, cinco días después del crimen masónico perpetrado contra José Calvo Sotelo, uno de los líderes de la oposición. Como ya indicamos en el capítulo 50 “El fin de la Segunda República española”, tal crimen precipitó la Guerra Civil en España. Curiosamente, los dos apogeos masónicos anteriores también desencadenaron guerras civiles: el de 1820 derivó en la llamada Guerra Constitucional contra los rebeldes de Cataluña y el Ejército de la Fe; y el de 1868 se resolvió con tres guerras civiles: la cubana, la cantonal y la carlista.

Anticlericalismo en España

Antes de iniciar este apartado, queremos invitarles a revisar el capítulo 16 “Anticlericalismo en España: parte primera”. Arrancábamos dicho programa señalando que tanto la sociedad española, como la italiana, la portuguesa, toda Hispanoamérica, Polonia, Irlanda, varios países africanos y asiáticos, Filipinas e incluso Francia (aunque hay que advertir que el caso de Francia tiene sus particularidades), son sociedades católicas y que lo son desde el punto de vista formal, material y objetivo. Esto es, su identidad se conforma históricamente desde coordenadas católicas, no desde coordenadas musulmanas, luteranas, budistas o confucionistas. Y estas coordenadas recubren todo el espectro social, económico, político, jurídico, artístico, moral y ético de dichas sociedades, al margen de que luego haya españoles católicos creyentes y españoles católicos ateos, españoles judíos practicantes o españoles judíos ateos, españoles luteranos creyentes o españoles luteranos ateos. Y es que no es lo mismo un ateo socialdemócrata que un ateo comunista, porque todo depende del acento de la religión o de la ideología de donde venga el ateo: no es lo mismo el ateísmo de Espinosa que el ateísmo de Lenin.

Y en ese sentido resultaría prudente atender, aunque con todas las cautelas, a las posibles infiltraciones de la masonería y de otros movimientos en la Iglesia católica, pues podrían explicar la sospechosa deriva ideológica de esta Institución desde el Concilio Vaticano II: por ejemplo, la Iglesia de Roma ya no habla de superstición vudú, sino de espiritualidad vudú; prácticamente han desaparecido los confesionarios de las iglesias; se celebra a la Pachamama; se estudia la posibilidad de instaurar un nuevo pecado (el pecado ecológico); se rinden homenajes a la protestante Casa Orange de los Países Bajos (familia que lideró la rebelión contra su Señor natural: Felipe II) al tiempo que el Vaticano decide no inmiscuirse en la polémica exhumación de Franco, distinguido con la Suprema Orden de Cristo, la más elevada distinción pontificia creada para premiar especialísimos servicios prestados a la Iglesia católica. El materialismo filosófico toma partido por el catolicismo como mal menor frente al irracionalismo protestante y frente al fanatismo musulmán. El catolicismo es, por así decir, la religión más materialista dados los dogmas de la eucaristía, la Iglesia como intermediario entre Dios y los hombres, la superioridad del hombre respecto a los ángeles (porque Dios se encarna en un hombre, el hijo de María) y la resurrección de la carne, aunque sea en forma de cuerpo glorioso, porque para vivir y operar se está postulando la condición corpórea del sujeto cognoscente.

La propaganda de las logias masónicas en España siempre tuvo un tinte marcadamente anticlerical, como hemos ido observando en capítulos anteriores, y el anticlericalismo en España es un fenómeno que brota con intensidad a partir del siglo XVIII. Quizás el primer fenómeno anticlerical masivo de la historia de España fue el de la expulsión de los Jesuitas decretada por Carlos III. Dicha supresión fue firmada en 1773 por el papa Clemente XIV debido a la presión que ejercieron sobre él algunos monarcas católicos en defensa de las regalías, esto es, en defensa de ciertos derechos y prerrogativas que consideraban exclusivas de los reyes, inherentes a la soberanía del Estado, y que chocaban con los derechos del Papa y con el excesivo poder que las órdenes jesuíticas habían ido adquiriendo. Antes de esto, los jesuitas ya habían sido expulsados de Portugal y de sus dominios de ultramar (Brasil). Más tarde de Francia, conocida entonces como la «hija mayor de la Iglesia» y cuyo rey era llamado «el Rey Cristianísimo». Recordemos que Francia era católica pues había expulsado a los hugonotes liquidando de esta forma al protestantismo, pero es que la relación entre el poder político y el poder religioso en Francia resultaba bastante inestable. Y por eso, entre otras cosas, han surgido tantos movimientos revolucionarios en Francia.

Lo que sucederá es que a partir del siglo XVIII la moral en Francia empezará a ser administrada por una nueva clase social e intelectual, los ilustrados franceses, que sustituirán un mito por otro: La Diosa-Razón, la ciencia, la Razón, la Ley Natural. Así, Voltaire atacará al catolicismo por considerarlo el enemigo de la Razón y del Progreso y al judaísmo por ser “el pueblo más abominable de la Tierra”. Con intención geopolítica evidente, los ilustrados franceses empezaron a interpretar el mundo hispanocatólico como la representación de la ignorancia, de la irracionalidad, del fanatismo y del oscurantismo, razón por la que estaría incapacitado para el pensamiento científico y filosófico. Este tipo de pensamiento prendió rápidamente en la mente de la nueva dinastía de la monarquía española, los Borbones de ascendencia francesa, así como en ciertas élites. Hubo una asimilación acrítica de los prejuicios de los ilustrados franceses y empezaron a practicarse políticas antiespañolas y anticatólicas: pretendían amordazar al clero, apoderarse de las escuelas y de la educación en general, marginar a la Iglesia de la vida pública, reducir la religión a lo escondido de la conciencia individual, en sintonía con el protestantismo.

Este anticlericalismo explica, asimismo, el enorme éxito del krausismo en España, una filosofía importada desde el norte de Europa para combatir a la presunta España castrense y frailuna. Esta corriente filosófica contó con el apoyo expreso del gobierno liberal, ya que le ofrecía herramientas teóricas muy precisas para enfrentarse a la influencia de la Iglesia y para luchar contra los socialismos revolucionarios. Los krausistas sostenían que, en esa búsqueda de una alianza mundial, la masonería purificada resultaría un buen punto de partida.

Agradecemos su apoyo a todos nuestros mecenas, nos vemos en el próximo capítulo y recuerda: “Si no conoces a tu enemigo ni a ti mismo, perderás cada batalla”.



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