Fortunata y JacintaFortunata y Jacinta
nodulo.org/forja/

Fortunata y Jacinta

Anticlericalismo en España, parte 1

Forja 016 · 23 diciembre 2018 · 19:23

¡Qué m… de país!

El anticlericalismo es un fenómeno especialmente arraigado en España y debemos tratar de entender los motivos. Analizar la cuestión tiene su complicación, entre otras cosas porque uno corre siempre el riesgo de ser descalificado por fanático ultracatólico por quienes no entienden que ciertas observaciones críticas pueden ser enunciadas perfectamente desde posiciones no creyentes.

Lo primero que debemos aclarar es que el anticlericalismo se opone, por definición, al clericalismo que es la doctrina que defiende la necesaria intervención de las instituciones religiosas en los asuntos políticos y en la sociedad. Pero esta postura habría sufrido distintos desarrollos a lo largo de la historia y de hecho habría un anticlericalismo creyente y otro no creyente.

Lo primero que debemos aclarar es que en este capítulo no abordaremos la problemática de la doctrina católica, es decir, el análisis filosófico de su conjunto de dogmas y creencias, sino que trataremos el asunto desde el punto de vista de la realidad empírica, práctica y positiva de la Iglesia Católica entendida como institución históricamente dada. Desde esta perspectiva, es necesario señalar que tanto la sociedad española, como la italiana, la portuguesa, toda Hispanoamérica, Polonia, Irlanda, varios países africanos y asiáticos, Filipinas e incluso Francia (aunque ya veremos que el caso de Francia tiene sus particularidades), son sociedades católicas y que lo son desde el punto de vista formal, material y objetivo. Esto es, su identidad (para entendernos rápidamente) se conforma históricamente desde coordenadas católicas, no desde coordenadas musulmanas, luteranas, budistas o confucionistas. Y estas coordenadas recubren todo el espectro social, económico, político, jurídico, artístico, moral y ético de dichas sociedades.

No se podría entender, por ejemplo, el arte del Barroco sin tener en cuenta su esencial vínculo con la Iglesia Católica (la Contrarreforma y sus preceptivas estéticas frente a la iconoclasia protestante, por ejemplo). Tampoco podríamos entender el Derecho moderno sin tener en cuenta a los juristas de la Escuela de Salamanca, que eran todos católicos. Todos los estudiosos de la materia aceptan que el reconocimiento del “otro”, del “distinto”, tiene su raíz en las doctrinas teólogo-juristas salmantinos y, en general, españoles de los siglos XVI y XVII como Vitoria, Sepúlveda, Suárez o Mariana. Lo que entonces se llamaba Derecho de Gentes, raíz del actual Derecho Internacional, está en la base de todas las posteriores declaraciones de derechos (la americana, la francesa, la ONU).

Podríamos decir, por tanto, que cada Estado es consecuencia de su propia historia y que la historia de Europa se ha forjado a partir del Derecho Romano, de la filosofía griega y de la religión cristiana, siendo la presencia histórica del cristianismo mucho más alta que la del judaísmo o la del islamismo.

Este vínculo, por tanto, no es una mera cuestión subjetiva, no es algo que se elija o que uno pueda despreciar por gusto o por voluntad. Uno puede declararse ateo o agnóstico y, en efecto, eso es una cuestión subjetiva. Podría declararse católico no practicante y también, según nuestra perspectiva, católico no creyente e incluso católico ateo sin incurrir por ello en un oxímoron. Lo que a nuestro juicio resultaría incomprensible sería que un italiano o un español se declarara “no católico”, porque desde el punto de vista formal, material y objetivo lo es y no puede dejar de serlo. Ya hemos explicado en otras ocasiones que ninguno de nosotros somos entes flotantes y abstractos, sino que siempre estamos situados en realidades concretas, realidades empíricas que nos envuelven y nos conforman.

Podríamos resumir, por tanto, que la lógica católica es distinta de la lógica protestante, de la musulmana, la judía o la budista japonesa y que, necesariamente, cada una de estas formas de interpretar el mundo da lugar a ordenamientos sociales, políticos y jurídicos diferentes; a usos, costumbres y normas morales distintas. Este vínculo formal, objetivo y material que la sociedad española mantiene con la tradición católica ha generado históricamente, sin embargo, un fuerte rechazo por parte de grupos importantes de población, grupos generalmente vinculados con las autodenominadas “izquierdas” políticas.

En estos capítulos vamos a analizar someramente por qué este rechazo se justifica como una reacción “natural”. Examinaremos, asimismo, de dónde proviene este rechazo y por qué el anticlericalismo en España ha experimentado en los últimos años un intenso rebrote.

El anticlericalismo como una reacción natural

Parte esencial del problema tiene que ver con el hecho de que muchas personas aceptan acríticamente la idea de que la Iglesia Católica es una rémora reaccionaria y oscurantista del Antiguo Régimen que es necesario atacar y destruir. Se da por supuesto que, en nombre de la Razón y del Progreso, es necesario abolir cualquier vestigio de culto religioso (sea el que sea, pero principalmente el católico), porque las religiones, en palabras de Marx, son “el opio de los pueblos”, instrumentos del Poder para mantener el control sobre las masas.

También es habitual entender que las religiones son productos “irracionales” que defienden cosmovisiones mitológicas que tienden a fanatizar al personal o a mantenerlo en un estado de ignorancia perpetuo. Aquí vemos perfectamente operativa la dicotomía entre mitos y logos, olvidando que ya dentro del mito está el logos y que en el logos puede haber mitos. Por ejemplo, en el logos platónico está el archiconocido mito luminoso de la Caverna de Platón, del mismo modo que en nuestros logos posmodernos está el mito del armonismo universal, el mito de los Derechos Humanos o, incluso, el mito de la democracia como fórmula perfecta para el progreso y la felicidad del Género Humano (otro mito).

Otra versión señala que la Iglesia Católica es una institución decadente y profundamente corrompida que incurre en continuas y flagrantes incoherencias internas (abusos sexuales, injerencias en la vida política de los Estados, ostentación e injustificada riqueza patrimonial, etc.) y que, por tanto, es “natural” y lógico despreciarla.

Algunas de estas cuestiones (casi todas) tienen su raíz en la ideología negrolegendaria consciente o inconscientemente asumida por buena parte de los intelectuales y políticos españoles desde el siglo XVIII. En este sentido habrá que citar necesariamente a los Ilustrados franceses, pero también a los krausistas. Parte del problema tiene su origen, asimismo, en la fuerte impronta que filosofías con praxis política como el marxismo, han tenido en sociedades históricamente católicas como la española o la francesa. Recordemos que el marxismo excluyó cualquier religión por considerarla nociva para el pueblo e instituyó al ateísmo como un sistema.

Relaciones entre Estado y religión en la Unión Europea

Existe la creencia de que España representa una anomalía con respectos a otras democracias parlamentarias dada su “excepcional dependencia” de la Iglesia Católica. Pero lo cierto es que las Constituciones parlamentarias de la mayoría de los países occidentales mantienen vínculos mucho más estrechos con los poderes eclesiásticos que la española.

Esta confusión tiene que ver con el hecho de asumir acríticamente y, generalmente, por ignorancia el sofisma de que la laicidad del Estado es una exigencia de la democracia. Esta postura suele ser defendida, como ya decíamos, sobre todo por grupos autodenominados de izquierdas en los países del sur de Europa, sobre todo en España, que piensan en una Europa laica, mejor dicho, laicista, donde se produzca una separación completa entre Estado y religión.

Vamos a analizar brevemente esta cuestión: según sus constituciones y sus leyes sobre la religión, de los 28 Estados que componen la Unión Europea, seis son confesionales, veintiuno aconfesionales y uno laico o laicista, que es Francia aunque, es obligado señalar, que la radical separación entre la religión y el Estado en Francia es cada vez menor.

Los seis Estados confesionales son Gran Bretaña (anglicana) Suecia, Dinamarca y Finlandia (luteranas), Grecia (ortodoxa) y Malta (católica).

En el Reino Unido, por ejemplo, la Iglesia anglicana está protegida por el Estado y el jefe de dicha Iglesia sigue siendo el Monarca. Esto es, Isabel II del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte es la “papisa” de la Iglesia Anglicana con potestad para nombrar obispos y lo es por prescripción constitucional. Hay que recordar, por otro lado, que todavía sigue vigente el “Acta de Establecimiento” de 1701 que obliga a los miembros de la familia real británica a renunciar a cualquier derecho al trono si se hacen católicos o se casan con un católico. Esto dificulta mucho la sucesión al trono del príncipe Carlos de Inglaterra casado civilmente con la católica Camilla Parker. También hay que señalar que sigue muy arraigado entre el público británico el vínculo entre anglicanismo y patria, hasta tal punto que Tony Blair, primer ministro del Reino Unido entre 1997 y 2007, esperó a dejar el cargo para declarar públicamente que era católico.

Asimismo, los reyes de Dinamarca y Suecia están obligados por ley a profesar la religión protestante luterana evangélica.

Podemos atravesar el Atlántico y recordar que todas las salas de juzgados de EEUU están presididas por la sentencia “In God we trust” (“En Dios confiamos”), lema que aparece también en los billetes de 1 dólar. Dicho rótulo fue reconocido por la Constitución de EEUU como lema nacional oficial el 1 de octubre de 1956 desplazando así al anterior y secular “E pluribus unum” que significa “de muchos, uno” o bien “Uno hecho de varios”, para afirmar así la idea de que los Estados están mejor y son más fuertes cuando están unidos. También hay que recordar que el “Juramento de Lealtad” suele recitarse en las aulas de los colegios públicos como ritual matutino: “Juro lealtad a la bandera de los Estados Unidos de América y a la república a la que representa, una nación, bajo Dios, indivisible, con libertad y justicia para todos”. Hay que recordar que esta iniciativa fue propuesta por las iglesias protestantes de EEUU, a día de hoy todavía hegemónicas en esos Estados, y no desde los sectores católicos.

También podemos recordar aquí que muchos países mantienen en sus ceremonias de toma de posesión de cargos públicos el juramento sobre la Biblia (EEUU, Canadá, Australia o Reino Unido) todos ellos de tradición protestante. Países de tradición católica como Francia, Italia, Portugal y ahora también España por iniciativa de Felipe VI, dejaron de utilizar símbolos religiosos en estas ceremonias.

En contra de lo que se cree habitualmente, el protestantismo operó una fusión completa entre la Iglesia y el Estado de manera que la discrepancia religiosa no era solo un pecado o un delito religioso, sino un crimen contra el Estado. ¿Por qué? Pues porque todas las religiones protestantes se utilizaron como instrumentos políticos para la construcción de las emergentes identidades nacionales. Estos países nacieron como teocracias, iglesias nacionales que sometían el poder religioso a los reyes, al Estado: el anglicanismo para Inglaterra; el luteranismo para Alemania; el calvinismo para Holanda y Suiza, etc. Obsérvese que el catolicismo es, por definición, universal y que por ese motivo es necesariamente transnacional.

Podemos recordar también que el himno nacional holandés dice: "Mi escudo y mi confianza, sois Vos, Dios mi Señor, en Vos confío y me sostengo. Nunca me abandonéis”. También se evoca a Dios en el himno nacional de Suecia, en Islandia, Noruega, Italia, Inglaterra, Letonia, Rusia, Georgia, Polonia, Estonia, Sudáfrica, Andorra, Suiza, Canadá, México, Turquía, etc. La laica Francia también mantenía una referencia a Dios en La Marsellesa pero ese fragmento ha quedado actualmente en desuso.

Los himnos nacionales tratan de reflejar la unión, el sentimiento de solidaridad y la glorificación de la historia y las tradiciones de un país. Muchos tienen su origen en canciones de guerra compuestas contra un viejo opresor o la metrópoli, suelen ser reconstrucciones históricas de corte oportunista que utilizan la figura de un enemigo opresor para justificar sus ansias nacionalistas. Tal sería el caso del canto “Els segadors” utilizado actualmente por el separatismo catalán y que dice así: “Cataluña, triunfante, ¡volverá a ser rica y plena! ¡Atrás esta gente tan ufana y tan soberbia!” para referirse, por supuesto, a los castellanos.

Sin embargo, el himno nacional de España no tiene letra: no nombra a Dios ni a ningún supuesto opresor, ni archienemigo ni nada. Solo hay cuatro naciones en el mundo en esa situación: San Marino, Bosnia y Herzegovina, Kosovo (no reconocida como tal por muchas otras naciones) y España.

¿De dónde viene, por tanto, este furor anticlerical en España? ¿Ese convencimiento de que en España perviven las rémoras del Altar del Antiguo Régimen más que en ningún otro país occidental? Ya les avisé de que el tema era amplio así que continuaremos con estas cuestiones en próximos capítulos.

Se despide de sus señorías Fortunata y Jacinta y recuerda: “Si no conoces al enemigo ni a ti mismo, perderás cada batalla”.

 



un proyecto de Paloma Pájaro
© 2018