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El Catoblepas, número 174, agosto 2016
  El Catoblepasnúmero 174 • agosto 2016 • página 60
Artículos

Permanecer e interpretar

Manuel Llanes García

Don Gustavo nos mostró la magnitud de nuestra ignorancia. Y ese es un hallazgo liberador que muchos pueden encontrar insoportable.

Gustavo Bueno

En los libros, las conferencias y los artículos de Gustavo Bueno percibo una generosidad enorme: la de quien entregó su vida a la filosofía y comprendió que el oscurantismo era mucho y el tiempo siempre escaso. Por eso en las tertulias televisivas es común verlo repetir: «¡Qué horror, qué horror!», justo en la cara de los charlatanes. Se nota que quienes interpretan su imperioso llamado como una descortesía no saben nada de la urgencia de lo verdadero. No había, no hay tiempo que perder, de ahí la impaciencia del maestro. Pero ni siquiera ahora, cuando es demasiado tarde y no lo tenemos ahí para alertar a quien se precipita con alegría hacia el abismo, se acaban las críticas de quienes no supieron valorar la importancia de sus reprimendas, de sus llamados de atención. ¿Qué significa esa deuda impagable? No hay que darle más vueltas: don Gustavo nos mostró la magnitud de nuestra ignorancia. Y ese es un hallazgo liberador, está claro, pero que muchos pueden encontrar insoportable. Eso ocurre cuando se mira de frente al basilisco. Pero quienes hayan sobrevivido pueden volver, maltrechos, hasta su obra.

La obra de don Gustavo, como puede corroborar cualquier discípulo suyo, es de esas que te cambian la vida. No exagero si digo que hay un antes y un después de la lectura de El mito de la izquierda, por ejemplo. Don Gustavo desmontó la estructura de nuestras conversaciones, envueltas en los mitos más poderosos del presente. Habían sido años y años de hablar y no decir nada. ¿Quién podría seguir como si nada después de leer lo siguiente?: «El hombre hizo a Dios a imagen y semejanza de los animales». Escribo lo anterior y casi escucho las fuertes pisadas de la megafauna del Paleolítico, tierra de dioses. En una sociedad cifrada por el anticlericalismo, don Gustavo nos recordó que la sociedad civil era la secularización de la Ciudad de Dios de San Agustín. Así como el hombre ya no recibe la Gracia en el templo los domingos, porque para eso ahora tiene el potente mito de la cultura y a sus nuevos sacerdotes, los artistas.

Recuerdo un viaje por carretera, justo en la víspera de la publicación de un nuevo ensayo de don Gustavo, la conclusión de su serie «Identidad y Unidad», en marzo de 2012, para esta revista. Tengo presente el atardecer, el tráfico y el ansia de llegar hasta mi casa para leer las palabras finales de ese ensayo. ¿La identidad? La muerte de don Gustavo me sorprende (esa es la palabra más apropiada) justo cuando estudio, para mis clases en la universidad, la literatura mexicana de principios del siglo XIX, así como la literatura española de la generación de 1898. Curiosa coincidencia: cada día, a las 7 de la mañana, la Nueva España comienza su emancipación y a partir de las 10 analizamos las consecuencias que tuvo en las letras españolas el hundimiento del Maine. Antes de las 12, México es «independiente» y España ha perdido sus últimas provincias. Es 2016 y apenas está por reconfigurarse la trascendencia de España entre nosotros, después de siglos de Leyenda negra.

En los días que precedieron a su muerte, cada mañana había estado llena de referencias a la obra de don Gustavo y a los temas que ocuparon sus lecciones: el mito de las dos Españas de Machado (así como su confusa idea de camino), las generaciones de izquierdas enfrentadas durante la guerra civil española, Ortega y su europeísmo... Doy explicaciones y las palabras de don Gustavo vuelven de nuevo hasta el aula, en este caso de Literatura española V. ¿Y en Mexicana IV y las letras de la Independencia? Lo mismo: el imperialismo depredador, fray Servando y sus delirios, el cura Hidalgo como reivindicador del Antiguo régimen. La obra de don Gustavo y su sistema le dan densidad a los debates ideológicos que no pueden faltar cuando se habla de cultura, nación, historia, ficciones. Por eso, porque había una clase que era preciso preparar y un mito debajo del reflector del materialismo filosófico, el luto de estos días se ha mezclado con la comprobación que llevamos a cabo, de forma cotidiana, los discípulos de don Gustavo: la pertinencia, actualidad y vigor de un sistema que propicia el despertar violento de lectores y escuchas en esta región dilatada de mitos oscuros, en la cual, como no puede ser de otra forma, buscamos permanecer e interpretar. Descanse en paz, maestro.

 

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