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El Catoblepas, número 170, abril 2016
  El Catoblepasnúmero 170 • abril 2016 • página 9
Artículos

La democracia ateniense

Felipe Giménez Pérez

La transición hacia la democracia y el imperialismo: De Clístenes a Pericles.

La era de Pericles, de Philipp Von Foltz, 1853

1.La democracia ateniense con Clístenes.

Clístenes, en el -510, según Heródoto, hizo entrar al pueblo en el consorcio político. Clístenes establece así lo que hoy llamamos la democracia ateniense. Este régimen político iba a durar hasta -262. Nos vamos a ocupar del período de la democracia ateniense que se extiende desde Clístenes hasta Pericles.

Clístenes abole el sistema de división del Ática en cuatro tribus y crea 10 nuevas tribus, cada una de las cuales contenía elementos pertenecientes a zonas muy diversas del país. Esto destruyó el sentimiento local como fuerza política.

Al mismo tiempo Clístenes reformó el antiguo Consejo, aumentando el número de sus miembros de cuatrocientos a quinientos para adaptarlo al aumento de las tribus a diez. El Consejo, en el que todas las regiones del Ática estaban representadas, era la autoridad administrativa suprema del Estado. Administraba las finanzas por medio de funcionarios especiales, poseía ciertos poderes judiciales y podía multar a los altos funcionarios. Entendía de obras públicas e incluso del desarrollo de la guerra, aunque no podía declararla ni negociar la paz. El Consejo era un órgano deliberativo y tenía la iniciativa en la legislación. Preparaba los asuntos para la Asamblea, a la que todo varón adulto y libre pertenecía y que no podía reunirse sin él. En sesiones plenarias el Consejo se abría con un número fijo de miembros para todo el año, pero, para decisiones inmediatas, el año se dividía en diez partes y los representantes de las tribus actuaban rotativamente, ocupándose de los asuntos durante la décima parte del año. Así, el Consejo se convirtió en un organismo representante del pueblo, pero la Asamblea, que decidía las cuestiones importantes, controlaba y moderaba sus poderes. La Asamblea tenía la última palabra.

En la democracia ateniense todos los ciudadanos tenían isonomía, isegoría e isocratía. La democracia ateniense fue una alianza entre la plebe y la aristocracia. La construcción de una flota supuso la constitución de una clase social correspondiente que fue una clase social comprometida con la democracia. Así lo afirmaba el Viejo Oligarca. Por lo demás, la democracia ateniense se basaba en la esclavitud y no podría haber existido sin ella además de sin el imperialismo.

Todos los ciudadanos participaban de los asuntos públicos pero no eran más que 20.000 ciudadanos sobre un total de más de 350.000 habitantes: todos los demás eran esclavos y metecos y desarrollaban la mayor parte de los trabajos y de las funciones que en nuestro tiempo corresponden al pueblo y a las clases medias venía a decir Tocqueville en La democracia en América para criticar a la democracia ateniense. Por esa razón Tocqueville sentenciaba así: Atenas, por lo tanto, con su sufragio universal, no era, en el fondo (apres tout), más que una república aristocrática en la que todos los nobles tenían igual derecho al gobierno.

Finalmente, se estableció para defender la democracia la medida política del ostracismo: consistía el ostracismo en desterrar a alguien que amenazara la democracia durante 10 años tras haberse decidido democráticamente por mayoría por parte de la asamblea popular en una votación.

2. La democracia ateniense bajo Pericles.

Efialtes (m. en -462) fue el primer reformador auténticamente democrático desde los tiempos de Temístocles y aún de Clístenes. Efialtes dejó al Areópago sin poderes judiciales ni constitucionales y estableció que en los jurados populares (Heliea) se pagaran dietas para facilitar que los ciudadanos formaran parte de ellos. Además, todos los cargos públicos tendrían remuneración. El arcontado pasa de ser cubierto por elección a ser cubierto por sorteo. La mayoría de los cargos pasan a ser cubiertos por sorteo de candidatos previamente elegidos para todas las magistraturas que no requerían una capacidad especial. Pericles heredó las reformas y restringió la ciudadanía a los atenienses que fueran hijos de padre y de madre ateniense (-451). Pericles estableció además el proceso por ilegalidad, la graphé paranomon para defender la constitución. Cualquier ciudadano ateniense podía denunciar como ilegal o inconstitucional leyes aprobadas por la asamblea popular y paralizar así su aplicación. Se suspendía la ley ya votada o se suspendía la discusión de una propuesta de ley hasta que se sustanciara la cuestión de su legalidad. Los atenienses, a diferencia de los romanos fueron siempre muy reticentes a conceder la ciudadanía a los extranjeros. En cambio, no ocurrió lo mismo con los romanos. A la muerte de Julio César ya había 5 millones de ciudadanos romanos. En el 212 Antonino Caracalla concedió la ciudadanía a todos los habitantes libres del Imperio Romano con su constitutio antoniniana. El Imperio Romano era un imperio generador, a diferencia del imperio ateniense.

3. Democracia e imperialismo.

El imperialismo ateniense estaba en marcha desde la época de los Pisistrátidas: conquista de Sigeon en la Tróade, colonización del Quersoneso por Milcíades. La Liga ático-délica, fundada en -478 se convirtió en una dependencia de Atenas. Esto fomentó el desarrollo de la democracia ateniense.

La guerra determinó el desarrollo de la democracia ateniense. También podemos decir que el imperialismo ateniense impulsó al régimen democrático y lo consolidó pero también que la democracia ateniense impulsó el imperialismo ateniense. Esta tesis la sostiene Gustavo Bueno, filósofo que ha criticado reiteradamente la ideología fundamentalista democrática en sus obras de filosofía política y ella abarca tanto la crítica a la democracia burguesa capitalista de mercado libre pletórico de bienes cuanto a la democracia antigua esclavista:

«Cuando Clístenes se hizo de nuevo con el poder, restaurando en el año -509 la constitución de Solón (aunque continuando las líneas políticas de Pisístrato, el tirano), logró frenar la pretensión de la nobleza, y borró definitivamente la organización todavía latente de las cuatro tribus. Sustituyó la organización heredada precedente por una organización basada en las naucrarias, que suponía una división de los ciudadanos según el lugar de su residencia: las diez tribus territoriales sustituyeron a las gentilicias. Lo que importaba ahora ya no serían las gentes sino el suelo; los habitantes de Atenas pasarán a ser políticamente un apéndice del territorio, que quedará dividido en cien municipios o demos (la base de la nueva democracia) y los demotes (ciudadanos) elegirán a su demarca (una especie de alcalde), al tesorero y a treinta jueces. Diez demos formarán una tribu local, no gentilicia; pero esta organización local desempeñará las funciones de un cuerpo militar con su filarca (que manda la caballería), su taxiarca (la infantería) y su estratego. Cada tribu local tenía que armar cinco barcos de guerra y elegía a cincuenta miembros del Consejo de los Quinientos; es decir, la estructura de la solidaridad de los atenienses tenía lugar, muy principalmente, frente a los enemigos exteriores. En la Asamblea cada ciudadano ateniense tenía entrada y voto, pero los atenienses no desarrollaron un cuerpo depositario del poder ejecutivo supremo. Crearon, sí, una especie de policía, pero reclutando a esclavos (a los atenienses les pareció indigno ser guardia de sus propios vecinos, y distinguían bien a los policías de los soldados).

Ésta es la misma democracia positiva, incipiente, instaurada por Clístenes, la que madurará a lo largo de un siglo en la democracia de Pericles. Pero esta maduración no fue un proceso meramente interno sino un proceso en el que tuvieron importancia decisiva los acontecimientos sucedidos en la capa cortical, acontecimientos que conocemos como «guerras médicas», gracias a las cuales se estableció una solidaridad especial entre los ciudadanos y entre los esclavos frente a los persas. Una solidaridad que dio lugar a la hegemonía de Atenas sobre el Mediterráneo oriental.

Pero antes de referirnos a la capa cortical conviene profundizar sobre los mecanismos internos (basales) que dieron lugar a la igualdad de la democracia de Clístenes. Estos mecanismos tienen que ver, según nuestro análisis, con la formación de una solidaridad, cada vez más fuerte, entre los miembros de un «bloque histórico» (para decirlo a la manera de Gramsci), entre la nueva clase plutocrática (de empresarios, mercaderes, partes reconvertidas de la antigua aristocracia) y los ciudadanos rasos (artesanos, pequeños agricultores, pescadores, plebe urbana, los penetai o pobres). ¿Solidaridad contra quién? ¿Cuál era el tertium de esta solidaridad democrática? Principalmente, desde el exterior el tertium estaba constituido por los espartanos o por los persas. Y en el interior el tertium estaba constituido, «por arriba», por los tiranos y por antiguos aristócratas de sangre, pero también, «por abajo», por los esclavos, cuya población llegó a alcanzar en el siglo V, según Rostovtzeff, hasta el 46 por ciento de la población ateniense.

Esto demuestra que la igualdad democrática de los atenienses no surgió de las «tendencias naturales de la condición humana», que todavía «no se habían extendido a los esclavos»; surgió de la solidaridad de los hombres libres (del pueblo) frente a otros pueblos que amenazaban con dominarlos, de la solidaridad frente a los esclavos, cuyo trabajo hacía posible la forma de vida y el diálogo fecundo en el ágora de los hombres libres. Una solidaridad activa, fortalecida día a día, no tanto por la «pasión por el diálogo racional» de los ciudadanos en el ágora, que se habían decidido, vueltos de espaldas al campo, a formar un corro dialogante (el ágora, tal como la vio Ortega hablando acaso «a tontas y a locas»), cuanto por el dominio económico, social y militar de los hombres libres, día a día cultivado por los atenienses en sus gimnasios.» Gustavo Bueno, Panfleto contra la democracia realmente existente, La esfera de los libros, Madrid, 2004, págs. 179-181.

La democracia ateniense estuvo estrechamente unida al imperialismo ateniense. Por un lado fue un imperialismo generador de democracias satélites pensadas como el mejor instrumento político para apoyar la dominación ateniense. La introducción de regímenes democráticos en las polis aliadas llegó a convertirse en un elemento esencial de la política imperialista ateniense. Atenas prefería las democracias a las oligarquías.

El imperio ateniense también era un imperio depredador por las cargas que imponía a sus aliados. A pesar de las oportunidades que tuvieron de volverse contra ella cuando Atenas estaba en peligro, las democracias aliadas casi nunca lo hicieron hasta mucho después de la muerte de Pericles, y entonces siempre bajo la inspiración oligárquica.

El imperio se legitimaba en el presupuesto del prestigio y de la fuerza militar ateniense derivada de la victoria de Atenas sobre Persia y es dirigido desde la realpolitik desde una política de poder de manera tiránica por Pericles.

Al igual que hace Luciano Canfora, Bueno critica el uso ideológico de la filología clásica y de la historia para enjuiciar la democracia ateniense y justificar así el fundamentalismo democrático. Canfora así habla del mito de Atenas, Gustavo Bueno, del fundamentalismo democrático, presente en Adrados en su ya célebre libro sobre la democracia ateniense de 1972.

«Un ilustre filólogo (inspirado por la Idea fundamentalista de la “democracia europeísta») se asombra de la “paradoja” (dice él, Adrados) de que fuera precisamente la democracia ateniense aquella que apoyó, siguiendo a Isócrates, el imperialismo macedonio. Pero asombrarse ante una paradoja, aunque tiene el mérito de limitar un problema, no es explicarla; la explicación de la paradoja no puede hacerse sino desmontándola. Y para ello, en nuestro caso, hay que recurrir a la teoría de la solidaridad (basal y cortical) ante terceros, y a los cambios de solidaridades cuando la Realpolitik lo exige. Nada tiene entonces de paradójico que los atenienses, que veían amenazada su ciudad y su democracia por los persas o por los lacedemonios, recurrieran a Filipo o a Alejandro para salvar todo lo que fuera posible, y, entre otras cosas, el régimen esclavista, que formaba parte de su “cultura”.

Fue, en resolución, la misma armadura basal y cortical de la llamada democracia ateniense la que tuvo que evolucionar hacia su disolución relativa en las aguas del imperialismo para salvar lo más posible de sus instituciones democráticas, fundadas en la solidaridad frente a los esclavos. Engels, que no se había librado de una Idea fundamentalista de democracia (que él, junto con Marx, situaban en un futuro, más allá de la democracia burguesa y, por supuesto, de la democracia esclavista), se vio llevado a formular este diagnóstico que consideramos completamente erróneo y desorientado, sobre las causas que condujeron al eclipse de la Atenas democrática: “No fue la democracia la que condujo a Atenas a la ruina [...] sino la esclavitud, que proscribía el trabajo ciudadano libre.” Diagnóstico desorientado y erróneo. Desorientado porque comienza por tratar la democracia ateniense como si fuera una forma política separada, capaz de conducir a la ruina o al éxito de una sociedad, cuando la democracia, como forma separada, sólo existe como modelo ideal de un futuro utópico; porque la democracia realmente existente en Atenas fue la democracia esclavista. Erróneo porque atribuye al esclavismo ser la causa de la ruina de la democracia ateniense cuando, al menos según la tesis que venimos manteniendo, el esclavismo era la causa principal de su constitución, el tertium que alimentó la solidaridad originaria de los demócratas, sobre la que se estableció su igualdad política y su libertad.» Gustavo Bueno, op. Cit. Págs. 184-185.

Adrados sostiene que hay una contradicción entre la política interior y la exterior de Atenas. La democracia, dice es incompatible con los métodos necesarios para mantener un imperio y con el mero hecho del imperio. Según esto, no podría haber un imperio democrático. Esto es idealismo fundamentalismo democrático. Se olvida Adrados o no sabe o ignora que el poder político siempre funciona de la misma manera y ello con independencia del régimen político del que se trate y que la política exterior está abocada necesariamente a la guerra como desembocadura necesaria de las relaciones internacionales entendida –como hay que entender- como política de poder y como no podía ser de otra manera en un pluriverso político de unidades políticas independientes en conflicto permanente. Hay que decir a este respecto que la democracia no es más que un procedimiento para seleccionar a los miembros de la clase política y por ello la democracia no es en modo alguno incompatible con el imperialismo. La democracia sólo es válida en el interior de un Estado. Las relaciones entre los Estados permanecen en el estado de naturaleza y por ello no son democráticas y siguen las mismas reglas siempre.

Como bien señala oportunamente Gustavo Bueno a este respecto, C. M. Bowra ya había explorado (en La Atenas de Pericles, 1970; libro publicado en España en el tardofranquismo por quienes alentaban la reorganización de España en unidades derivadas de sentimientos territoriales) la conexión de la democracia de Clístenes y el imperialismo ateniense, subrayando la importancia de la abolición del sistema de las cuatro tribus áticas como fuente de discordia, no tanto derivada de aversiones entre clases sociales propiamente dichas, sino por diferencias regionales [territoriales o autonómicas, diríamos en la España de hoy], no menos difíciles de controlar. Clístenes, dice Bowra, abolió este sistema y creó diez nuevas tribus, cada una de las cuales contenía elementos pertenecientes a zonas muy diversas del país:

«Pero lo era y, en consecuencia, era una fuente de discordia y desórdenes, no por aversiones entre las clases sociales propiamente dichas, sino por diferencias regionales no menos difíciles de controlar y en gran parte condicionadas por el poder y prestigio de los propietarios. Clístenes abolió este sistema y creó diez nuevas tribus, cada una de las cuales contenía elementos pertenecientes a zonas muy diversas del país. Esto hizo desaparecer la importancia del sentimiento local como fuerza política, puesto que dejó de ser relevante en las acciones de las diversas tribus. La desaparición de las viejas fronteras tribales supuso que el Atica respondiese con mayor facilidad a la llamada a una unidad nacional que trascendiese las adhesiones particulares y que la influencia de los señores terratenientes se viese considerablemente reducida. Atenas no sólo era una verdadera democracia, sino que estaba bien organizada contra las disensiones internas.» C.M. Bowra, La Atenas de Pericles, Alianza, Madrid, 1974, pág. 21.

No fue, según esto, la democracia ateniense de Clístenes-Pericles la que condujo a la victoria de los atenienses sobre los lacedemonios o los persas; fue la lucha victoriosa contra los lacedemonios o los persas lo que condujo a los atenienses a la democracia periclea y, después, al imperialismo macedónico. Fue la dialéctica de Estados más bien y antes bien que la dialéctica de clases el motor de los cambios democráticos, de la transición democrática ateniense.

A todo esto cabe añadirle además que la democracia ateniense descansaba sobre la esclavitud como una inalterable condición de la sociedad y como tal era aceptada.

El hacer depender el poderío de Atenas de la flota, tripulada por la última clase de los ciudadanos, hizo ascender la influencia política de las clases inferiores.

Efectivamente, tenemos que decir que Bueno tiene razón al señalar la que Adrados declara como contradicción ente la política interior democrática y la exterior imperialista de Atenas. Adrados está preso de la ideología fundamentalista democrática y ello constituye lo que Canfora denomina el mito de Atenas.

La democracia ateniense necesitaba el imperio para posibilitar el mejoramiento del nivel de vida del pueblo, del Estado del Bienestar ateniense. El partido demócrata fue el más imperialista. El bienestar del pueblo ateniense se asentaba sobre la depredación imperialista y en detrimento de otras ciudades. He ahí el carácter depredador del imperialismo ateniense. El imperialismo ateniense era necesario para la financiación de la democracia. El tributo de los aliados era el alimento del Estado del Bienestar ateniense. La democracia ateniense fue una forma de repartirse el botín. Los tributos y las tasas derivadas de los aliados de Atenas servían para alimentar a más de 20.000 personas.

El mito de Atenas como dice Luciano Canfora está expresado en algunas frases del epitafio de Pericles. Es un texto parafraseado o inventado por Tucídides. Se omite por parte de filólogos e historiadores lo desagradable del discurso de Pericles, esto es, la exaltación de la violencia imperialista. Platón fue el primero en comprender plenamente el profundo carácter mistificador de este importante discurso en su diálogo Menéxeno.

Felipe Giménez Pérez, Pioz, febrero de 2016.

 

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