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El Catoblepas, número 162, agosto 2015
  El Catoblepasnúmero 162 • agosto 2015 • página 7
La Buhardilla

El fin del mundo, una y otra vez

Fernando Rodríguez Genovés

Breve nota a propósito del libro de Tom Holland, Milenio. El fin del mundo y el origen del cristianismo

El fin del mundo, una y otra vez

Tom Holland, nacido en una población próxima a Oxford (Reino Unido) en 1968, titulado en latín e inglés por el King’s College de Cambridge, es novelista e historiador, pero, por encima de todo, un notable comunicador. Además de haber adaptado a Homero, Herodoto, Tucídides y Virgilio para la BBC Radio, ha demostrado ser un autor que controla hábilmente el momento y la circunstancia en la promoción de sus obras. El lanzamiento comercial de su primer estudio histórico, Rubicón: auge y caída de la república romana (2005), coincidió con la emisión de la celebrada serie televisiva Roma, coproducida por la BBC. Asimismo, Fuego persa. El primer imperio mundial y la batalla por Occidente (2007), su segundo ensayo, tuvo una especial difusión al compartir las situaciones ahí recreadas con el argumento de la película 300, centrado en la sangrienta batalla de las Termópilas.

Escritor preocupado por la épica, histórica y literaria, y, en particular, por el origen y destino de Occidente, no sorprende demasiado que haya sido seducido por el asunto del «El fin del mundo y el origen del cristianismo», subtítulo en la edición española de Milenio (2010). Iniciado el primer tramo del tercer milenio, y cuando todavía está vivo en el recuerdo el revival Nostradamus, así como la ansiedad asociada al «efecto 2000», que tanto impactó en nuestra actual sociedad informatizada, no resulta ocioso tampoco retroceder dos colosales peldaños con el propósito de examinar cómo concluyó el primer milenio de nuestra civilización, el Milenio por antonomasia.

Tom Holland

Fin del Milenio: ¿culminación o acabamiento del mundo? Este vencimiento de fechas en el calendario conmovió profundamente a nuestros antepasados. Al calor del fuego de espíritus atemorizados, prendió la llama del milenarismo, la angustia por el fin del mundo y el Juicio Final. El siglo V certificó la caída del Imperio romano en el área occidental, y, según mantiene gran parte de la interpretación histórica, hubo que esperar hasta el Renacimiento, la Reforma y la Ilustración para que Occidente asumiera la primera posición en el dominio global. Aunque tal vez tal acontecimiento ocurriese bastante antes. Sea como fuere, en el año 1000, el mundo no sólo no pereció, sino que, tras el temido y no consumado Apocalipsis, la Cristiandad protagonizó un siglo —el XI— en el que vemos asentarse los cimientos de nuestro modo de vida.

He aquí el criterio que Tom Holland defiende a lo largo de las más de quinientas páginas de Milenio. La cronología de nuestro primer milenio debería ser contabilizada desde año 33, fecha de la muerte y resurrección de Jesucristo, hasta el año 1099, cuando tiene lugar la toma de Jerusalén por los cruzados. En dicho intervalo de tiempo transcurre el relato de unos hechos cruciales, de invasiones y colapsos sociales, en el que surge la orden de la caballería y son erigidos los primeros castillos, y en el que, en suma, los califas musulmanes, los vikingos nórdicos y los abades cristianos se disputan el destino de la civilización.

Orden de caballería

La demarcación de fechas sostenida por Holland contiene un profundo sentido simbólico. Al margen de la posible disputa sobre cómputos y dataciones, cabría advertir al respecto una circunstancia notable, hecha patente en la crónica que firma sobre milenios, presagios y renacimientos. Es esta: la destrucción anunciada del mundo, unida a su posterior y efectivo resurgimiento, conforma un hecho fenomenal que atestigua la reunión en un mismo destino de la mitología y la metafísica del eterno retorno griego con el imaginario religioso cristiano. En el «oráculo milenarista», vale decir, tanto la Antigüedad clásica como la Cristiandad renacen de sus cenizas, se acrisolan y perpetúan en el tiempo, cual Ave Fénix de una civilización milenaria que bastantes cabezas, alucinadas u hostiles, daban por perdida.

En nuestros días, no falta otra casta de milenaristas. Por ejemplo, aquellos que podríamos denominar «cruzados de la paz verde», es decir, paladines de la renovada y reactiva religión del ecologismo que han sustituido el culto a la Cruz por una devoción compartida, a medias con la Tierra, a medias con la Luna. Son quienes en el tercer milenio anuncian, con su particular retórica catastrofista, la última hora del planeta azul. Acaso, inflamados por las tesis calamitosas del «calentamiento global» y el «cambio climático», no se den cuenta de que tras su sumarísimo juicio y su pregonado fin final, una nueva era de esplendor esté por venir.

 

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