Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
Una mentira histórica que, cada día más, pretende tomar carta de naturaleza en la sociedad española, es la afirmación, carente de todo rigor, de que Cataluña es una nación, tan antigua que remonta sus orígenes al siglo IX, con Wifredo el Velloso y sus herederos, cosa harto más que incierta puesto que en el imaginario medieval el concepto de Patria y de Nación, son absolutamente distintos de lo que hoy entendemos por tales títulos históricos, o, por mejor decir, inexistentes.
Don Marcelino Menéndez y Pelayo, una autoridad tanto histórica como filológica, dice taxativamente:
«No hay Patria en la Antigüedad, tampoco en la Edad Media. No la hay, en rigor, hasta el Renacimiento»
Y en éste sentido la Patria o Nación catalana es una falsedad, porque Cataluña ni es una nación ni lo fue nunca, por mucho que se insista en decir lo contrario. La historia es clara y terminante, pero un grupo de ignorantes y radicales, impulsados por unos políticos sin conciencia y sin honor, asumiendo el viejo principio goebelsiano de que «una mentira repetida un millón de veces se convierte en una verdad», insisten machaconamente en la realidad nacional histórica de Cataluña, lo cual es absolutamente falso. No se bien por qué ni desde que extraños e incomprensibles intereses se insiste en tal insensatez, la cual, además, es contraria a los verdaderos intereses tanto morales como materiales de la propia Cataluña.
También, dígase lo que se quiera, la mayor parte del pueblo catalán se siente tanto española como pueda sentirse catalana, pues no hay ninguna contradicción entre lo uno y lo otro y buena prueba de ello es el escaso interés popular que suscitó el referéndum sobre el tan traído y llevado «Estatut», votado por una inmensa minoría, aunque la clase política haya hecho de él una verdadera bandera de combate. Así tenemos que oír todos los días un montón de consideraciones encrespadas y destempladas que para lo único que sirven es para dividirnos y para crear innecesarias reticencias que derivan en odios y rencores gravemente perjudiciales para todos y para poner en la calle a una multitud manipulada exigiendo la absurda independencia de Cataluña
¿Cuándo fue Cataluña nación?: Jamás. El Condado de Barcelona y con él toda Cataluña fueron desde el siglo XII (1164), y bajo el reinado de Alfonso II, primer rey de Aragón, parte de aquel reino que, desde entonces, se constituyó como unidad política, reuniéndose posteriormente con el de Castilla, mediante el matrimonio de Fernando V de Aragón y de Isabel I de Castilla, en la nueva unidad denominada España, reforzada con la conquista de Granada y con la anexión de Navarra. Así pues, Cataluña, desde siempre, históricamente hablando y desde que existe memoria de dicha región, al igual que las de Galicia, Asturias, León, Andalucía, Extremadura y todas las demás, son parte integrante de la única Nación política que las integra; es decir, España.
Pero, a mayor abundamiento, si repasamos la historia, (de la que tanto cacarean los nacionalistas) desde sus orígenes, veremos que tanto el catalanismo como el vasquismo son, en palabras de Unamuno, simples «pruritos nacionalistas» muy recientes, que en nada se corresponden con su pasado español perfectamente contrastado, sino que nacieron muy a finales del siglo XIX y que derivaron a posiciones antiespañolas que en nada se corresponden con su acendrada fidelidad histórica a España
Pondremos un ejemplo medieval (S. XIV) y par de ellos modernos (S. XIX) para no extendernos demasiado en algo que está perfectamente demostrado a pesar de la feroz posición contraria de los nacionalistas actuales:
Cuando las expediciones aragonesas a Grecia y a Turquía, donde Aragón fundó los ducados de Atenas y Neopatria, los soldados catalanes, llamados Almogávares, entraban en combate, no exaltando a Catalunya, sino al grito de: ¡Aragó, Aragó!
Cuando se convocan las Cortes de Cádiz, (1810) para tratar de organizar el desastre español que se produce con la invasión napoleónica, la Junta de Cataluña exige de sus diputados el siguiente juramento:
«¿Jura Vd. contribuir con todas sus fuerzas a que se verifique la unión de todas las provincias en un gobierno superior?»
Y durante la propia Guerra de la Independencia, en el Sitio de Gerona, glorificado hasta la máxima exaltación patriótica por todos los historiadores, las milicias catalanas cantaban (en su propio idioma):
«Digasmi tu Girona Si te n´arrenderás. ¿Com vols que me randesca si Espanya non vol pas?»
Queda, según esto bastante claro que la conciencia de entidad nacional catalana históricamente es una falacia propalada en 1830, con el romanticismo de la RenaixenÇa o con las Bases de Manresa de 1892, todo lo cual casaba bastante mal con la actitud proteccionista del gobierno de España hacia Cataluña y el País Vasco que en aquellas mismas fechas, creaba una legislación aduanera contraria al librecambio, que imponía fuertes derechos de entrada a las mercancías extranjeras, precisamente para favorecer a las industrias manufactureras de ambas regiones, fuertemente amenazadas por Inglaterra, Francia y los Estados Unidos.
En definitiva: ni la lengua, ni las costumbres, ni consideraciones de índole geográfica, étnica, comercial o sentimental alguna, son las notas constitutivas de una nación. La nación surge de las circunstancias políticas que la forman y la tipifican y, por ello es tan ridículo decir que Cataluña o Vascongadas son naciones, como atribuir a Ginebra o a Zurich igual calificativo, pues a pesar de las enormes diferencias que existen entre la región ginebrina y la zuriquesa, no hay allí otra nación que la nación Suiza, que es quien políticamente las une y las vertebra.
Igual consideración cabe hacer de la unidad nacional de China o India, países en que conviven más de cien lenguas diferentes y casi otras tantas razas, amén de distintas religiones, tendentes por su especial idiosincrasia a establecer notables diferencias entre el modo de pensar de unos y otros. Sin embargo nadie cuestiona la entidad nacional de los gigantes asiáticos y vamos a ser nosotros, los enanos europeos, para quienes el agrupamiento es vital, los que desechando el viejo principio de que «La unión hace la fuerza», queramos desgajar España, empezando por Cataluña y las provincias vascongadas, hasta independizar unas de otras a las diez y siete taifas en que insensatamente se ha dividido nuestro gran país.
Y, para terminar: esa bandera de la que tanto usan y abusan los nacionalistas catalanes y que llaman «senyera», no es catalana; es la bandera del antiguo reino de Aragón. A Wifredo el Velloso, a quien aludimos al principio, como parte de la visión de que fue el creador originario de Cataluña, se le atribuye también el origen de la bandera de las cuatro barras. Esta leyenda tiene su origen, en el historiador valenciano Pere Antoni Beuter, quien la incluyó el año 1555 en su obra Crónica general de España, inspirándose en una crónica castellana de 1492.
El texto de Beuter dice así:
...pidió el conde Iofre Valeroso al emperador Loís que le diesse armas que pudiesse traher en el escudo, que llevava dorado sin ninguna divisa. Y el emperador, viendo que havía sido en aquella batalla tan valeroso que, con muchas llagas que recibiera, hiziera maravillas en armas, llegóse a él, y mojóse la mano derecha de la sangre que le salía al conde, y passó los quatro dedos ansí ensangrentados encima del escudo dorado, de alto a baxo, haziendo quatro rayas de sangre, y dixo: "Éstas serán vuestras armas, conde." Y de allí tomó las quatro rayas, o bandas, de sangre en el campo dorado, que son las armas de Cathaluña, que agora dezimos de Aragón.
Fue revivida entre otros, por el escritor catalán Pablo Piferrer (1818-1848) reconocido como el gran recopilador de las leyendas catalanas tradicionales.
En términos estrictamente históricos, el escudo de las cuatro barras probablemente lo empezó a utilizar el conde Ramón Berenguer IV, después de la unión dinástica del condado de Barcelona con el reino de Aragón, siendo el símbolo y bandera oficial del linaje a partir de su hijo, el rey Alfonso II de Aragón, hacia el año 1170.
A mayor abundamiento, en el siglo IX, tiempos del Velloso, no existía todavía la Heráldica y, por lo tanto, no se pintaban escudos.
Otra mentira más, y van…
Fernando Álvarez Balbuena
Dr. en CC. Políticas y Sociología