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El Catoblepas, número 105, noviembre 2010
  El Catoblepasnúmero 105 • noviembre 2010 • página 8
Historias del helenismo

Los maestros del jardín

José Ramón San Miguel Hevia

El atomismo teológico

Templo de Elea

Cuando en el año 546 el general medo Harpago conquista las costas del Asia Menor, toda la vida política y económica de Grecia sufre una brusca mutación. La aventura marinera de las ciudades jónicas entra en una decadencia tan lenta como imparable. Después que Cambises derrota a la dinastía saíta e incorpora Egipto al imperio aqueménida el comercio con la burguesía urbana de la delta del Nilo se hace cada vez más difícil. Y lo que es mucho más grave, cuando Darío el grande domina los estrechos que dan paso al Ponto Euxino, queda bloqueada toda la comunicación entre Mileto y las colonias y factorías que rodean el mar y se extienden a lo largo de los ríos del norte de Europa.

La Grecia continental y las islas del Egeo por oriente y Sicilia por occidente son a finales del siglo VI y principios del V zonas de alta tensión, pues están sometidas a la amenaza doble y complementaria de los persas y los cartagineses, y esta misión fronteriza, tan gloriosa como ingrata, les impide desarrollar con plena libertad una forma de pensar y de vivir propia, antes de las dos victorias gemelas de Salamina y de Himera, ya en el 480.

Mientras tanto las ciudades del golfo de Tarento en el empeine de la península itálica van a ocupar un lugar privilegiado desde el punto de vista político, e económico y cultural. Situadas en el centro mismo del Mar Mediterráneo, viven ale jadas del peligro bárbaro. Gracias a esta envidiable situación, las colonias de origen aqueo, Síbaris y su antepuerto de Laos en el Tirreno, Metaponto y Crotona, forman una confederación político-religiosa a la sombra de Hera, la antigua diosa de Argos.

Como estas comunidades son prácticamente equidistantes de los pueblos que rodean el gran mar, tienen relaciones pacíficas con todos ellos. Por otra parte su densidad de población y su cercanía las convierte pronto en el emporio comercial de occidente. Pero el florecimiento económico que es su efecto no se detiene en los intercambios comerciales, sino que se prolonga en lo que ahora llamaríamos una economía de servicios, centrada en la enseñanza y la medicina. Sus representantes son tan escasos como geniales y sus conocimientos se apoyan en los principios que la primera filosofía ha dejado libres, después de fundar la ciencia de los milesios.

La primera escuela, que convierte a la geometría en una teoría y la independiza de las aplicaciones a la técnica de navegación, que los filósofos de Mileto habían ensayado con tanto éxito es obra de un ciudadano de Samos, que se exilia de su ciudad natal y se establece en Crotona. Las ideas de los pitagóricos forman con el tiempo un corpus científico, que comprende también la astronomía, el cálculo, la teoría musical y un incipiente urbanismo, todo ello coronado por una filosofía que explica la constitución del universo a partir del principio de de lo mejor. La escuela de Crotona se disuelve después de una revolución democrática y sus miembros se esparcen por todas las ciudades del golfo y por Sicilia.

En cuanto a la medicina, después de que se seculariza, abandonando los templos y las curaciones atribuidas al dios Asclepios. aparece en muchas ciudades, Elea, Crotona, Tarento, Agrigento y Siracusa. Los médicos estiman casi universalmente que la enfermedad –por oposición a la salud– es efecto de una mezcla desequilibrada de los principios de que se compone el organismo. Consideran también que esos principios son semejantes a los que constituyen el universo : hasta el final de la Edad Media son llamados justamente físicos y los doxógrafos titulan invariablemente sus libros Peri Physeôs, acerca de la naturaleza. Estas primeras escuelas occidentales profesan una suerte de atomismo teológico, tanto más creíble cuanto que se presenta en múltiples variantes.

Parménides

Parménides, el más ilustre de los ciudadanos de Elea – una colonia focense situada en el mar Tirreno y cercana a las comunidades de Síbaris y Crotona – dirige en su comunidad natal una escuela, al parecer preocupada por la salud y la enfermedad, y compone un Poema que desarrolla en su primera par te, prácticamente íntegra, los principios sobre los que se funda la filosofía helena. Sus fragmentos finales, mucho más escasos, son un intento de revisión crítica de las ideas de los últimos epígonos de Mileto y de las prime ras escuelas pitagóricas, y a la vez una construcción rudimentaria de una teoría médica.

El Poema comienza proclamando cuatro veces en un breve pasaje. el principio fundamental, según el cual de la nada, nada nace, y a su vez el ser no puede anularse y pasar a la nada. Para quienes se apartan de ese camino – hombres ignorantes, sordos, ciegos y estúpidos, monstruos de doble cabeza – el ser y el no ser son lo mismo y no lo mismo. Resulta entonces que el ser es ingénito e imperecedero, porque ni tiene origen ni a su lado puede llegar a ser otra cosa, y por consiguiente la Dikê no le permite nacer o morir. Además, encerrado en los límites de poderosas cadenas, es inalterable y no conoce inicio ni final, y en fin si el ser empezó a ser y si va a ser en el futuro, en los dos casos no es propia-mente. Parménides enuncia de forma solemne la consecuencia de todos estos argumentos y el final de la doctrina del camino de la verdad: «En resolución queda anulado el nacimiento y la destrucción es increíble».

Es fácil descubrir en los versos iniciales del Poema una crítica a las teorías de las últimas escuelas de filosofía. Por una parte, a partir del carácter inalterable e internamente rígido del ser, se anula la teoría de Anaxímenes, que explica la composición del universo actual a partir de la condensación y la rarefacción del aire principio primero de todas las cosas. Por otra parte, Parménides –probablemente un miembro disidente de la escuela de Pitágoras– rechaza la cosmogonía de sus maestros, que afirman el nacimiento y el crecimiento del mundo por una inhalación del vacío.

Los últimos fragmentos, precisamente por llegar de testimonios independientes y aislados, referidos a zonas distintas de la realidad, pueden dar fe segura de la idea común a todos ellos. Como el ser es internamente inalterable, la composición de todos los cuerpos y la misma del hombre, sólo puede explicarse por una yuxtaposición y mezcla puramente exterior. Esta teoría de las mezclas que van a adoptar la mayoría de las escuelas médicas de Italia y de Sicilia , sólo está en contra-dicción con el principio de la eternidad del ser en la tosca interpretación de Simplicio, que supone al ser numeralmente uno.

La mezcla no es azarosa, pues está dirigida por una deidad, situada en el centro del sistema astronómico, que todo lo gobierna «pues al hacer que la hembra se junte con el macho y a su vez el macho con la hembra es el principio del apareamiento y del doloroso parto». Acusilao de Argos, de la misma generación de Parménides dice que primero existió el Caos y luego «la Tierra de amplia cabida casa segura de todos, y Eros» Y Platón en el Banquete atribuye al filósofo de Elea un texto cortísimo, pero muy significativo: «el primero de todos los dioses fue Eros».

Es difícil ponderar la importancia de Parménides en la historia de la filosofía. Por una parte establece el principio lógico desde el que se deduce la eternidad del ser y por consiguiente su carácter inalterable. Por otra parte desarrolla con su teoría de las mezclas el marco en el que se sitúan los pensadores y científicos del siglo V, lo mismo en la Magna Grecia que más tarde en Atenas y las ciudades del Egeo. Uno de los primeros que reciben el impacto de sus ideas es el filósofo y médico Empédocles en la ciudad de Agrigento, al sur de Sicilia.

Empédocles

Pertenece a una de las familias más ilustres de Akragas, una colonia fundada por los rodios de Gela en la costa suroeste de Sicilia y nace, según todos los testimonios, en la segunda década del siglo V , cerca del floruit de su maestro Parménides. A pesar de su talante aristocrático organiza en su ciudad natal un movimiento popular contra la oligarquía, que sustituye por una magistratura trianual donde tienen parte todos los ciudadanos. Su actividad política tiene todavía otras dos vertientes, pues es el creador y el maestro de una de las técnicas del lenguaje de la democracia, la retórica , y además consigue sanear los pantanos que rodean a Selinonte, mediante una complicada labor de ingeniería urbanística.

Pero Empédocles es además un fisiólogo insigne y el creador de una de las escuelas clásicas de medicina. Su obra fundamental es en rigor un tratado de biología en dos mil versos , pues los escasos fragmentos que se refieren al mundo físico sirven para establecer una rigurosa homogeneidad entre los componentes de toda la realidad y los de cada ser vivo. En cuanto a su obra específicamente médica, escrita en prosa es también considerable, si hacemos caso a Diógenes Laercio, pero se ha perdido o disuelto entre la inmensa enciclopedia del «Corpus Hipocraticum».

Los hexámetros que se conserva y que los doxógrafos bautizan con el nombre tópico de Peri Physeôs están fuertemente influidos por Parménides y siguen la misma métrica del Poema, aunque con un estilo infinitamente más variado y barroco que el modelo. Pero sobre todo los dos filósofos poetas coinciden en los principios que vertebran su pensamiento : el ser es, no solamente ingénito e inmortal, sino también internamente inalterable, y por consiguiente la aparición y desaparición de los seres compuestos y todas sus trasformaciones son en realidad una mezcla y una separación dirigida por una divinidad.

Desde este común punto de partida los dos tratados se diferencian por su esquema general y por su contenido. Mientras que el Poema desarrolla en la vía de la verdad todas las propiedades del ser en mutua conexión, Empédocles se limita a subrayar en pasajes tan breves como contundentes la imposibilidad de que nada comience ni se anule. « De lo que en modo alguno es, es inconcebible que nazca nada, y es tan imposible como increíble que se anule por completo cualquier cosa que sea». En cambio, la teoría de las mezclas, cuyas líneas generales trazan los escasos y escuálidos fragmentos que cierran el Poema tiene en Empédocles un tratamiento tan reiterativo y abundante que la mayor parte de su fisiología parece una formulación o una aplicación a cada viviente y a cada función biológica de esta hipótesis central.

El contenido de estos dos poemas complementarios es también distinto. Parménides demuestra a partir de su dilema inicial que el ser es eterno, sin principio ni fin. Empédocles se aprovecha de este descubrimiento y describe cómo es la realidad en el mundo y en el hombre : consiste en cuatro seres elementales – la tierra, el agua, el aire y el fuego – cada uno de ellos ingénito, indestructible e inalterable. Además el principio de este movimiento no es simple sino dual, pues al lado de la Philía cuya función es juntar elementos para formar un compuesto complejo, hay una fuerza opuesta , el Neînos o repulsión que es causa de su separación.

Resulta entonces que los cuatro principios están sometidos a fuerzas contrarias, que producen en el cósmos un doble movimiento alternante e inverso. También los seres mortales nacen primero, cuando sus elementos se combinan bajo la acción de la Philía y vuelven a separarse movidos por la Discordia. En este proceso interminable, el uno y lo plural se suceden continuamente, pero los elementos de que están compuestos, lo mismo que el Amor y la Repulsión y la eterna oscilación que producen, todo eso permanece inalterable, bien sea por su naturaleza o por su carácter circular.

El ámbito de acción de la Philía abarca sobre todo, según testimonio de los fragmentos, al mundo de los vivos, pues si las raíces opuestas se integran en una unidad, el nuevo ser crecerá hasta llegar a la plenitud de una vida floreciente. Así se explica la aparición de cada una de las formas de la vida –la infinita diversidad de plantas, los peces y los moluscos, las aves y las fieras, los varones y las plañideras mujeres– pero también la formación de los órganos y sus funciones biológicas –los huesos, la sangre y la carne, los incansables ojos, la respiración y hasta el pensamiento–.

Pero el Neíkos no es algo episódico y sin importancia ni mucho menos negativo, pues se trata de un principio decisivo y diferencial. Quien prescinda de este concepto volverá a la teología de las mezclas, tal como está insinuada en el Poema y después desarrollada por los filósofos de Siracusa. En cambio la existencia de dos potencias en conflicto imprimen un movimiento pendular y cíclico al universo y dan razones de su eternidad, de sus estaciones sucesivas, de las enfermedades de las cuatro edades del hombre, del proceso reiterativo de la vida y de la muerte, y todavía más, del círculo interminable de las encarnaciones, que escribe Empédocles en su segundo gran poema «Las Purificaciones».

Efectivamente, la Philía y el Neíkos no limitan su acción a la biología, sino que explican los movimientos , también pendulares de la historia, que empieza con un paraíso primero, marcado por la concordia de cada uno con todos los demás y de todos juntos con la naturaleza. El pecado original que obliga a abandonar esta edad feliz es obra del sacrificio sangriento, con el que el hombre, se olvi= da del parentesco con los demás seres vivos, y se dispersa en las formas de vida más contradictorias. La reforma religiosa, iniciada por Pitágoras y predicada por Empédocles, anuncia la vuelta al dominio de la Amistad y la vuelta al paraíso perdido.

Los pitagóricos

Cuando Pitágoras y sus discípulos itálicos descubren la geometría, no sólo dan razón gracias a ella del contenido de la astronomía y de la música, pues además explican el principio material de todos los seres físicos. Según el testimonio de Aristóteles los cuerpos se componen de una agregación de mínimos indivisibles que son un primer adelanto de los átomos y que fácilmente se asimilan a los puntos de la geometría. Precisamente las aporías de Zenón –la flecha disparada y quieta, los carros que se cruzan en el estadio, la pluralidad de tamaño nulo e infinito– están dirigidas contra la matemática discontinuista de los pitagóricos.

La primera escuela afirma la existencia del vacío, que al ser introducido en el cielo por medio de una suerte de respiración, limita la naturaleza de las cosas al ser un elemento separador del conjunto de los seres. Una teoría más tardía y más elaborada pone el comienzo de la naturaleza en el punto, que genera la línea, mientras que en momentos sucesivos la línea genera el plano, y éste por un movimiento hacia arriba y hacia abajo genera el sólido. Por lo que se refiere a las distinciones cualitativas habrá que esperar al diálogo de Platón, donde el pitagórico Timeo, define las propiedades de los cuatro elementos por la estructura geométrica de los sólidos regulares que los componen .

Al hablar de la naturaleza del alma, la corriente más arcaica la identifica con las partículas que hay en el aire, mientras que pensadores posteriores afirman que es ella la que las mantiene en constante movimiento. En todo caso se trata de una disposición de números, un páthos arithmôn, y de ahí nace con toda seguridad la tesis central de Alcmeón de Crotona, que pone la salud en la proporción y la isonomía de los humores contrarios, y la enfermedad en la monarkhía o predominio de una cualquiera de ellos. En cuanto a la creencia en la trasmigración, se retrotrae al mismo Pitágoras y es seguida a los largo de más de un sigo por la variante mística de los acusmáticos.

Ecfanto de Siracusa, un filósofo más conocido –igual que su maestro Hiceas– por defender la rotación de la Tierra, recibe esta variada herencia de los itálicos y de una forma expresa y precisa afirma que los principios de donde toman su origen las cosas sensibles son átomos indivisibles, diferentes por tamaño y figura, que se trasladan en un espacio infinito. Según esta nueva forma de atomismo teológico , los cuerpos son movidos por una fuerza divina, que él llama alma o mente, y así se explica que el mundo tenga forma de esfera y que todo dentro de él tenga una estructura regular.

Anaxágoras

La filosofía de Anaxágoras, que vive en Atenas en el siglo de oro y es el maestro y gran amigo del estratégos Pericles integra en una síntesis brillante todos los conceptos del atomismo teológico. En primer lugar, desde el momento en que niega cualquier posible trasformación y sin embargo respeta la existencia de todos los seres, cualesquiera que sean sus propiedades, llega a la conclusión de que los principios de todo son tantos como las realidades, por muy pobres y escasas que sean. Cada uno de estos elementos cualitativamente distintos, se compone de unas partes homogéneas, las y es internamente divisible hasta el infinito.

Aunque la gloria y la pesadumbre del filósofo se debe a sus descubrimientos de astronomía, su doctrina de las semillas es efecto de unas experiencias fisiológicas. Anaxágoras observa que un alimento cualquiera –la carne por ejemplo – se convierte aparentemente en el pelo, los huesos y la piel . Y como los principios son inalterables, hace falta para que este fenómeno se produzca que en cada partícula de carne exista ya de forma invisible todo el material orgánico en que se distribuye. Según la expresión de Anaxágoras –al parecer no puede ser de otra manera– «hay de todo en todo».

Igual que Parménides y luego Empédocles y los pitagóricos, Anaxágoras defiende la teoría de las mezclas y es el pensador que la expresa con mayor claridad. «Los griegos no aciertan cuando admiten el nacimiento y la muerte, porque ninguna cosa nace ni muere, sino que se compone y se disuelve a partir de sus componentes. Así que deberían llamar con todo rigor al nacer unión y al morir se-separación de lo que está unido «. . El principio tiene en el filósofo su máxima validez, pues cada cosa recibe el nombre de la semilla que predomina en ella, y ni siquiera existe la trasformación, que se reduce a lo que podríamos llamar un cambio de mayoría.

Anaxágoras exige también un principio que mueva y ordene el caos inicial y en este sentido es el último representante de un atomismo teológico. Entre todas las sustancias la Inteligencia es la única que no está contaminada con la presencia de todas las semillas y la que tiene poder sobre toda la realidad. Situada en el polo de los cielos imprime un movimiento de rotación cada vez más intenso a la masa informe, y va separando lo denso de lo raro, lo cálido de lo frío, lo brillante de lo tenebroso y lo seco de lo húmedo. En cuanto al Sol, la Luna y los planetas son piedras de fuego, desgajadas del conjunto por la violencia del giro. , y la Tierra es el lugar central, donde se condensan todas las semillas pesadas y oscuras.

El ocaso de los dioses

A principios del siglo V Atenas toma el relevo de las ciudades estado de la Magna Grecia y conoce medio siglo de plenitud política y cultural, sin que nadie pueda sospechar la amenaza de una crisis y menos de una desaparición de la pólis. Es verdad que a medida que pasa el tiempo y se aleja la memoria de los grandes sucesos de Maratón y Salamina, las ciudades costeras y las innumerables islas del Egeo que forman la confederación de Delos están cada vez más molestas por su situación semicolonial y por el permanente bloqueo de sus economías. Pero todavía el prestigio de la figura de Pericles y la potencia naval de los atenienses impide un levantamiento de todos sus aliados satélites.

En este estado de creciente tensión los espartanos rompen su aislamiento e invaden el Ática en una decisión de consecuencias incalculables Desde ese momento todas las ciudades de Grecia inician un conflicto civil, tomando partido por uno de los dos bandos. Como además los atenienses Son prácticamente invencibles por mar, y Esparta tiene una fuerza igual de poderosa por tierra, nada tiene de particular que lo que empieza siendo un conflicto local se convierta en una guerra interminable –casi treinta años– « causa de males infinitos para todos los helenos». Ante estas penosas condiciones, los filósofos de final de siglo, adoptan con relación a la ciudad y a sus dioses una nueva actitud, hasta entonces desconocida, el desengaño. Por lo demás los primeros años de la guerra coinciden con la muerte de Pericles, y su sucesión produce en el interior de Atenas un cisma semejante al que padece casi toda Grecia. La democracia ha mantenido hasta entonces un difícil equilibrio entre el pueblo llano y el estamento de los nobles, al que ha pertenecido siempre el jefe del partido popular, pero ese equilibrio se rompe precisamente en el momento más inoportuno y la ciudad se divide en dos facciones totalmente contrarias, los oligarcas y los demagogos. Este cisma se mezcla con la guerra del Peloponeso y la potencia, pues uno de los partidos es partidario de la paz con Esparta, mientras que los ciudadanos comunes son enemigos de los lacedemonios.

La guerra civil griega dura desde el 428 hasta finales del siglo V y tiene diversas alternativas. En un primer momento Atenas obtiene resultados felices en Tracia y en el golfo de Corinto y ocupa Pilos en el corazón del Peloponeso. La situación de debilidad de Esparta y la oportuna muerte del demagogo Cleon, permite que los conservadores pacifistas dirigidos por Nicias lleguen al poder y pacten la paz.

Pero la segunda fase es mucho más catastrófica para los atenienses. Mal aconsejados por los oradores, deciden llevar toda su armada a Sicilia para conquistar Siracusa. Para colmo de despropósitos hacen regresar a Atenas en plena campaña a uno de los generales, Alcibíades, a pesar de que ha sido elegido por el démos para dar la batalla. El efecto de todos estos caprichos es doblemente desgraciado, pues la expedición naval termina con la destrucción de toda la armada y la muerte de sus soldados y generales, incluido el propio Nicias.

Desde el año 406 se van a repetir estas circunstancias. Atenas obtiene una importante victoria naval en las islas Arginusas, pero sus consecuencias van a ser desgraciadas porque los demagogos acusan de impiedad y condenan a muerte a los diez generales vencedores al no cumplir los ritos funerarios. Y mientras los atenienses, a través de toda esta serie de errores van minando la fuerza política y mi-litar de la ciudad, Lisandro, general de los espartanos, establece en todas las plazas fuertes de Grecia y también en Atenas, sociedades secretas de partidarios incondicionales de Lacedemonia y de su propio jefe.

Cuando ya el cambio de régimen está maduro, Lisandro, en un golpe de mano tan decisivo como inesperado, se hace dueño de la armada de Atenas fondeada en Agios Potamos. La ciudad, privada de las naves y sitiada por hambre, tiene que rendirse. Un destacamento de espartanos ocupa la fortaleza y a su sombra y refugio los oligarcas organizan un régimen tiránico, mientras que los partidarios de la democracia, dirigidos por Trasíbulo, han de exiliarse a Tebas que les brinda asilo político. La derrota y la humillación de los antiguos vencedores de Salamina y Maratón es total.

Durante estos calamitosos treinta años, Atenas ha ensayado todos los sistemas políticos posibles, que terminan en un fracaso universal : la demagogia, el gobierno de los pacifistas conservadores, la oligarquía militar de los cinco mil hoplitas de Samos, el dominio de centro derecha de los caballeros, la actuación soberana del juzgado popular y la tiranía de los Treinta. Cuando los demócratas de Tebas consiguen hacerse otra vez con el poder sus principales enemigos son los intelectuales que critican la vida pública por caminos diversos, que después des-embocarán en el cinismo, el laconismo y el hedonismo.

Conocemos por razones muy diferentes a los filósofos que desde su floruit han asistido a estos años de descomposición de la ciudad estado . Del ateniense Sócrates hay noticias tan abundantes como contradictorias, según vengan de sus enemigos políticos o de sus discípulos. Si hacemos caso a la opinión pública de sus conciudadanos, tal como se conserva en las obras de teatro y en el acta de acusación presentada ante los jueces Heliastas, es culpable de un doble crimen político y religioso, pues enseña a sus amigos jóvenes de las futuras generaciones a negar la ciudad y sus dioses.

Hay que dar fe concretamente al testimonio de Aristófanes en las «Nubes», pues el teatro de la antigua comedia hace público, a través de la representación las circunstancias y los personajes con los que los atenienses se tropiezan en su vida diaria. Por otra parte, la doble caricatura del filósofo –estropear a los jóvenes para que desobedezcan y agravien a sus padres , y criticar los dioses de la mitología– se corresponden con los crímenes que se atribuyen a Sócrates, y es más creíble la opinión unánime de todo un pueblo que el homenaje de un solo hombre, por muy brillante que sea. Las palabras de Estrepsádes apuntan a una doctrina semejante a la de los atomistas ateos: «Esto me había pasado desapercibido, que Zeus no existe y en su lugar reina ahora el torbellino». Aparte de esta cita puntual, la sátira de Aristófanes invita a pensar en un ilustre contemporáneo de Sócrates, Diógenes de Apolonia, un fisiólogo del siglo V que según Teofrasto sigue de cerca de Anaxágoras y a Leucipo. Demetrio Falereo escribe de él que estuvo en Atenas y que su vida se vio en grave peligro por la envidia de sus ciudadanos. Según Diógenes, el aire es el principio de todas las cosas y también de los seres animados en la medida en que respiran y del hombre que respira y entiende. Esta noticia concuerda con el esperpento de Aristófanes, que presenta a Sócrates colgado de un cesto, no sea que la tierra absorba la savia de la inteligencia. y con las palabras del filósofo, que se siente en posesión de un «demonio « particular. Esta afirmación al propio tiempo individualista e negadora de los dioses públicos es doblemente escandalosa para sus vecinos atenienses.

Tras la muerte de Sócrates y a pesar de todos sus esfuerzos y sus dotes de propagandista, Platón no consigue desmentir estas primeras acusaciones. Después de una tímida defensa en su Apología –«yo no soy del todo ateo»– Sócrates aparece en sus escritos como una figura ambigua, que evoluciona desde una crítica a la educación de los nueva burguesía por los sofistas, a un laconismo desenfrenado, un pitagorismo vergonzante que sólo aparece en el momento de su muerte y una especie de presidencia honoraria . en los últimos diálogos.

De todas formas se sabe demasiado de la figura humana de Sócrates, el filósofo que en vez de amontonar verdades sobre verdades, se esfuerza en desengañar a sus conciudadanos de sus falsas convicciones en sus largos paseos por la plaza pública. Se sabe en compensación muy poco con seguridad de su filosofía en vista de los documentos escasos y contradictorios de sus discípulos y de sus enemigos y acusadores, y en vista también del carácter negativo de su sentencia central :» sólo sé que no sé nada»

Demócrito

En cambio Demócrito es durante muchos años el gran desconocido, –«estuve en Atenas y nadie me conoció» dice en su única noticia autobiográfica– y el jefe de la Academia, desde luego su oponente ideológico, le condena a un silencio total. Tiene que ser Aristóteles, un provinciano venido de Tracia, la tierra natal de Demócrito, quien dé noticias sobre él ya muy entrado el siglo, pero sus testimonios son tan precisos que su figura histórica de médico, de filósofo físico y de moralista no tolera ninguna contradicción: No quiere participar en la política y cambia la vida en sociedad por la relación individual e inapreciable de la amistad, y sobre todo suprime toda explicación teológica cuando trata de la ordenación del cósmos.

Los documentos sobre la vida de Demócrito son ciertamente desconcertantes. Según Diógenes Laercio es un viajero incansable que visita todo el Oriente, Egipto, Persia, India y Etiopía, algo extraño cuando no se molesta en conocer Atenas, o por lo menos lo hace de riguroso incógnito, pero esta vida intelectual, aventurera y tumultuosa parece incompatible con el carácter introvertido y dado a la abstracción del filósofo. Una serie de anécdotas lo presentan pensando en la soledad e incluso encerrado en los movimientos funerarios y en su propia celda,

Sin embargo el catálogo de sus obras, elaborado por Trasilo , es mucho más seguro y sorprende por su carácter enciclopédico, apenas logrado por el mismo Aristóteles. Sólo queda el título de los libros de matemáticas (De Geometría, Geométrico, los Números, las Líneas irracionales y los sólidos, las Extensiones) los de astronomía (Tablas astronómicas, el Reloj de agua, el Pólos); los de música (el Ritmo y la armonía, la Poesía, Homero), los de gramática (Dialectos, los Verbos, los Nombres) y sobre todo los de medicina, que en todo caso aseguran que Demócrito se dedica a su teoría y práctica: De los humores, la Peste, el Pronóstico, la Dieta, la Calentura, las Toses , las Arrugas.

Mucha más suerte tienen sus escritos de física –Pequeña ordenación y el Tratado del alma–, que se conocen indirectamente, gracias a las noticias de Aristóteles y de sus sucesores. El desconocimiento de la vida y obra de Leucipo, de cuya existencia llegan a dudar algunos biógrafos antiguos es causa de que la Gran Ordenación, donde se completa la doctrina atomista se atribuya igualmente a su discípulo. Hay que decir que la mayoría de los escritos del filósofo se ocupan de la física, aunque casi todos tos fragmentos que ser conservan son breves sentencias de tipo moral.

Leucipo y su discípulo de Abdera van a partir del doble dilema del Poema, que llevan hasta sus últimas consecuencias el ser de los atomistas, igual que el de Parménides, excluye interiormente al no ser y no tiene ninguna solución de continuidad, ni admite el más mínimo trozo de vacío. Por lo mismo está totalmente lleno y necesariamente es indivisible –átomo– y no es producto de una mezcla, ni está sujeto a la descomposición y muerte. Así que decir ser, lleno o átomo es en rigor decir lo mismo, y de tal forma están en conexión mutua estas ideas, que ninguna es la primera, pues a partir de cualquiera de ellas se pueden deducir todas las de más.

Por su parte el no ser es tan incompatible de su negación que no tolera dentro de él ningún corpúsculo, por pequeño que sea, de ser. Demócrito lo llama vacío, y según el testimonio de Aristóteles, también nada e infinito. Ambos a dos, el ser y el no ser o lo lleno y lo vacío, cubren toda la realidad, sin que exista una tercera entidad distinta de estos dos principios complementarios. En esta distribución binaria del mundo los trozos de vacío se interponen entre los distintos átomos, y a la inversa los fragmentos indivisibles de ser se alternan con estos poros innumerables.

Demócrito simplifica su física de forma radical con relación a la de los primeros filósofos. No existe un principio animador e inteligente, ni el Erôs, ni la Philía, ni el alma y la razón, ni el Nous de Anaxágoras. Esta ausencia de una entidad ordenadora introduce un elemento de incertidumbre en la primitiva composición del mundo físico. Si todo es convención y sólo hay átomos y vacío, entonces no hay ninguna razón para que un sólido continuo tenga determinadas propiedades y se mueva en cierta dirección y no en otras cualesquiera.

Esta simplificación de la física se completa con otra igualmente radical. Los átomos no son cualitativamente distintos, como los elementos de Empédocles y. sus diferencias son puramente cuantitativas, de tal forma que todos ellos se pueden representar espacialmente. Tienen según esto una magnitud mayor o menor, aunque siempre invisible, una figura más o menos regular y un orden y una posición variable con relación a los demás átomos y a los fragmentos de vacío. En estas condiciones, en virtud de la contraley del azar los seres elementales tendrán infinitas figuras, casi todas irregulares por ser las más numerosas y movimientos mecánicos caprichosos y diversos por su dirección y velocidad.

Demócrito niega toda entidad distinta de los átomos y el vacío, pero mantiene los otros dos principios de las escuelas médicas, la homogeneidad de los componentes del universo y del hombre y la teoría de las mezclas para dar razón de los cuerpos. Además su filosofía no se detiene en una presentación de los seres indivisibles, porque además asiste a la formación del mundo, explicando razonadamente cada uno de los pasos que determinan el dinamismo de la realidad, sin acudir a la acción misteriosa de una divinidad. Conseguir esta hazaña después de entregar «il mondo al caso» es uno de los méritos centrales del atomismo.

Los átomos tienen infinidad de tamaños y de figuras desde el momento en que no hay razón para que unas magnitudes espaciales existan en un número mayor que otras, y tienen también una posición mutua caprichosa. Ahora bien, las figuras irregulares, en virtud de este rudimentario cálculo de probabilidades son las más frecuentes –en esto se aparta del patrón geométrico de los pitagóricos– sus movimientos son erráticos y no circulares y perfectos y su disposición se aparta del intervalo musical de los astros. Tampoco esta especie de stoikheia, letras del alfabeto, conocen una inteligencia que les dé sentido y ordene, y su universo se parece más bien a la infinita y azarosa biblioteca de Borges.

El movimiento eterno de los átomos concretamente la traslación mecánica en el vacío, es el único que se puede representar espacialmente. En principio los indivisibles aislados pueden dar origen a la complejidad del universo. Pero cuando un número abundante de seres elementales se encuentra con un gran vacío, todos ellos se precipitan atropelladamente en él, dando lugar a un torbellino, cuya función no es separar y ordenar los contrarios, como había hecho el Nous, sino al revés, complicar las cosas y dar nacimiento al cósmos.

En este proceso, los átomos que tengan figuras espaciales complementarias chocan entre sí y se engarzan firmemente, formando complejos en virtud de esta mezcla rudimentaria. Así nacen los cuerpos, y su infinita variedad es una manifestación de la casualidad que los ha producido. De todas formas los compuestos no tienen el carácter indivisible de los primeros principios y cuando sus partes se separan, más tarde o más temprano, según sea la firmeza de su unión, desaparecen totalmente y mueren, ellos y las funciones que cumplen en su existencia.

Demócrito, igual que todos los filósofos médicos de Grecia, está convencido de que el nacimiento del hombre, su composición y su muerte reproduce en pequeña escala toda la estructura y la formación del universo. Su cuerpo está formado por un conjunto de átomos, que se engarzan y se integran en una unidad superior en el momento de nacer y que se mantienen estables mientras el organismo es joven y sano. Entre los libros del filósofo que se ocupan de las enfermedades, hay nada menos que tres, cuyo tema es el tratamiento de una anomalía, las arrugas, que a pesar de su nimiedad rompen la regularidad espacial de los átomos de la piel y es el primer aviso de su separación.

Cuando se produce esta disolución, los primeros principios se esparcen otra vez por el vacío y los seres vivos mueren por un proceso inverso al del nacimiento. Por lo que afecta al hombre –y esto es una novedad de los atomistas– el alma está también constituida por partículas indivisibles mucho más sutiles, que entran y salen alternativamente del organismo a través de la respiración. La expulsión total de estos átomos en el momento de expirar, conlleva necesariamente su dispersión por el espacio y de rechazo la desaparición definitiva del ser humano entero. Es posible que Demócrito haya tratado de esta enfermedad final en su escrito Sobre el Hades, y es seguro que lo ha hecho en unos cuantos de los fragmentos originales, felizmente conservados.

Esta biología desemboca –igual que sucede en Parménides y Empédocles– en una teoría del conocimiento que es su consecuencia inevitable. Según Demócrito las distintas sensaciones se pueden explicar a partir de una de ellas, la más rudimentaria y elemental, el tacto. Sólo hay sensación cuando los átomos externos penetran en el cuerpo y afectan a los órganos de los sentidos, afectándoles y estimulando su acción. Esta impresión es al parecer suficiente y necesaria para dar razón de todos y cada uno de los conocimientos.

Sobre todo el filósofo se detiene en aquellas informaciones que vienen de los ojos, los oídos y la lengua y que respectivamente son origen de la astronomía, la música y la medicina humoral. La visión es producida por imágenes (eídola) que arrancan de los objetos y percuten la pupila. Análogamente la causa del sonido es el aire, que penetra en el cuerpo por la oreja y des de allí se condensa y golpea violentamente el interior de la cabeza. En cuanto a los sabores son efectos de las distintas figuras de los átomos cuando entran en contacto con el órgano del gusto. En todo caso, por encima de todas estas sensaciones que son una pura convención sólo quedan los dos principios que son explicación universal de cuanto conocemos, los átomos y el vacío.

Los fragmentos que se conservan –muchos coleccionados por Estobeo y otros tantos atribuidos a un tal Demócrates que es un alias del filósofo– tratan de la ética entendida como medicina existencial. Es cierto que su física y su biología, que suprimen toda referencia a una instancia ordenadora y entregan el mundo al azar, es el necesario fundamento de esta nueva forma de vida. Pero no se puede pasar por alto su dimensión moral, porque es el corolario de todo su pensamiento, coincide con las preocupaciones de la última sofística y de Sócrates y responde a las necesidades de la nueva situación histórica, nacida de la crisis de la ciudad estado.

Un abundante número de fragmentos tratan de un tema, desarrollado después de una forma sistemática por Epicuro y sus seguidores. Es preciso eliminar los deseos desmesurados, que son propios de un niño y no de un hombre, y así intentar lo que es posible y contentarse con lo que está al alcance de cada uno. Efectivamente sólo es rico el que no carece de cuanto desea y es pobre en cambio, aunque nade en oro, quien no ve satisfechos sus deseos. Por eso, si un hombre no aspira a tener grandes cosas ni a gozar de placeres exagerados, lo poco le parecerá mucho y pasará su vida con un buen ánimo (euthimía) y con sosiego.

La actitud ante la muerte es la consecuencia de la particular forma de ver el mundo y el hombre del atomismo. La falsas y angustiosas historias que inventan algunos sobre el más allá son efecto de su mala conducta en esta vida y de la ignorancia de su naturaleza, llamada a descomponerse en sus principios indivisibles. En cambio el sabio no se angustia ni pierde el sosiego ni el buen ánimo, porque sabe que la muerte no es nada y que sólo la vida tiene contenido positivo, si verdaderamente es vivida como se debe.

A partir de aquí, Demócrito hace una magistral descripción existencial del insensato, que está privado de esta sabiduría. En principio esos hombres desean la vida porque tienen miedo a la muerte, pero aunque la temen quieren envejecer y de esta forma, en su huída de ella, terminan alcanzándola. Ciertamente, el destino del sabio y el del necio es el mismo, pero mien tras uno lo acepta con gozo, el otro lo soporta con angustia, sin poder disfrutar de lo mismo que continuamente está deseando. Esta actitud ante la muerte se completa con tres escuálidos aforismos, dos de ellos incompletos, que, referidos a la religión, sugieren una crítica a la mitología clásica y a las ceremonias oficiales.

En la ciudad estado griega y sobre todo en su plenitud, el criterio de justicia es el sometimiento externo a la ley, de tal modo que la ética queda subordinada a la política. Hay que esperar a la aparición de la segunda gene-ración de sofistas, coetáneos de Demócrito, para que el carácter sacral y absoluto del nómos sea puesto en entredicho. En ese momento el criterio moral se desplaza desde el cumplimiento externo de la ley hacia el interior de cada individuo.

Para el filósofo el principio y el criterio de la ética es el Aídos. la vergüenza y el respeto hacia sí mismo. Ser bueno –escribe con su estilo sentencioso– consiste en no cometer externamente la injusticia, y además en no querer hacerlo siquiera, y en consecuencia un individuo es digno o indigno no por lo que hace, sino sobre todo por lo que pretende. Así que sólo el valor de cada uno puede ser fundamento de su vida moral. »Nunca hagas ni digas que una acción es censurable, aunque estés solo, porque tienes que sentir más vergüenza ante ti mismo que ante todos los demás».

El programa político de Demócrito se parece mucho al de su conciudadano Aristóteles y es una respuesta a la continua guerra civil que sufren los griegos. En primer lugar concede una importancia muy relativa a la ciudad estado y no le preocupa cuál ha de ser su régimen ideal, sino primero y principalmente que tenga asegurada su existencia, gracias a la concordia interna y a la anulación de todos los conflictos. La preocupación por la seguridad hace que el filósofo sea extraordinariamente duro con quienes la amenazan : es preciso dar muerte al que hae daño in justamente, tratándole igual que a una alimaña, y en concreto cualquiera puede matar a un salteador de caminos y quedar libre de culpa.

Los hombres buenos deben dedicar una atención mínima a la política, simplemente para que no caiga en manos de ignorantes y de miserables, pero tampoco conviene que tomen parte en las demás pequeñas sociedades. Recomienda evitar el matrimonio, pues como la mujeres están especialmente dotadas para las extravagancias, , su gobierno es la mayor afrenta para el varón. Tampoco es partidario de tener hijos, pues traen con ellos muchos peligros y disgustos y muy pocas satisfacciones, pero si alguno desea un hijo, el filósofo le aconseja que tome uno de sus amigos, pues así puede elegir entre muchos el que más le convenga.

En cambio Demócrito se va a ocupar ampliamente de la única relación social natural e individual, la que se establece entre amigos. y es total mente libre. Un número abundante de aforismos, casi veinte, trata de este tópico, que después de él van a heredar las escuelas helenistas. Según el fragmento 99 no vale la pena vivir, si no se tiene por lo menos un buen a-migo, bien entendido que la compañía de un solo varón sensato vale más que la de todos los necios. Además la amistad ha de ser recíproca, pues quien no quiere a nadie por nadie es querido,

La leyenda presenta a Demócrito como un varón entregado a una continua hilaridad, por oposición al siempre quejoso y malhumorado Heráclito. Efectivamente, la liberación de los deseos inútiles, del miedo a la muerte y al castigo de la ley, la supresión de cualquier relación social que amenace el sosiego y la convivencia libre entre amigos, producen un estado de ánimo, la euthimía, que es una vivencia gozosa de la libertad individual, capaz de sustituir a todos los ideales colectivos, definitivamente frustrados.

 

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