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El Catoblepas, número 93, noviembre 2009
  El Catoblepasnúmero 93 • noviembre 2009 • página 14
Libros

Las mentiras del cambio climático,
un libro ecológicamente incorrecto

Felipe Giménez Pérez

Sobre el libro de Jorge Alcalde, «Las mentiras del cambio climático»,
Libros libres, Madrid 2007, 208 páginas

Jorge Alcalde, Las mentiras del cambio climático Una vez que ha caído el comunismo en su versión soviética en 1989-1992 en su versión soviética con el derribo del Muro de Berlín, los enemigos del capitalismo, del mercado libre, de la libre competencia, de la libertad económica tienen que organizarse para proseguir su tarea de topo y de zapa del sistema económico capitalista y de todo su modo de vida e instituciones políticas. La izquierda socialdemócrata versión Alicia forma un frente o bloque histórico de poder con sus compañeros de viaje, las izquierdas divagantes, extravagantes y bogavantes para conseguir sus objetivos. Ahora el enfrentamiento será ya no por subvertir el orden burgués mediante reformas o revoluciones y por la lucha de clases. Se tratará de proponer al vulgo objetivos concretos, nódulos ideológicos relativamente aislados y descentralizados para agrupar al vulgo y a los partidarios suyos en la lucha por conseguir unos objetivos comunes que sirvan como metas políticas para conseguir el poder así como para conservarlo. Muchos de estos tópicos ideológicos son mentiras difundidas por la propaganda y repetidas machaconamente hasta ganarse mayoritariamente a la opinión pública. La mentira se ha convertido en la técnica de la socialdemocracia degenerada para alcanzar el poder y mantenerse en él.

Uno de estos tópicos o nódulos ideológicos célebres e importantes de hoy en día es el relativo al presunto cambio climático o calentamiento global antropogénico. Se nos dice que hay una crisis medioambiental monumental en la Tierra por la acción humana y que esta crisis se expresa sobre todo en el calentamiento global de la Tierra por la emisión de CO2 y por el efecto invernadero producido por la emisión de CO2. Aumenta la temperatura global y esto tiene consecuencias catastróficas para la Tierra. Efectos indeseables de todo tipo que es menester evitar poniendo en marcha políticas destinadas a limitar las emisiones de CO2 gastándose así ingentes cantidades de dinero que podrían ser destinadas a otros fines y que además, sólo van a conseguir rebajar la temperatura en 1º C y retrasar el calentamiento global de la Tierra durante seis años.

El libro de Jorge Alcalde, Las mentiras del cambio climático, es un libro que resulta muy útil para esclarecer el entendimiento del público en relación con el tópico ideológico del llamado cambio climático o calentamiento global. Contiene afirmaciones este libro que desmontan el mito progresista del calentamiento global terrestre. Quien ose escribir estos libros o pensar en contra de las mentiras establecidas del cambio climático global está condenado a sufrir ostracismo, marginación, insultos e infamias sin cuento. Los científicos que son escépticos corren el riesgo de ser despedidos y de no encontrar financiación económica para llevar a cabo sus proyectos de investigación científica. En el asunto del clima se ha producido una progresiva politización y el clima se ha convertido en un campo de batalla ideológico y político utilizado por los progresistas para conseguir sus inconfesables fines: obtener mediante tales mentiras el poder político y llevar a cabo sus proyectos políticos. «Pocos asuntos científicos se han vuelto tan viscerales como el cambio climático. Pocos mueven tales cantidades de dinero, reciben la atención de personalidades de tamaño, brillo, suscitan pasiones tan cercanas a la emoción, a la causa política, a la profesión de fe» (pág. 211). Así se ha convertido el lenguaje científico en un lenguaje político. En España la historiografía se ha convertido en un campo de batalla político entre los historiadores basura progresista y los autores serios conservadores en lo que al tema de la II República, Guerra Civil y franquismo se refiere, preferentemente. En el asunto del cambio climático sucede algo parecido, pero a nivel mundial esta vez.

Lo peor del asunto es que «invertir las ingentes cantidades de dinero que el cumplimiento del protocolo de Kioto exige, sólo servirá para mejorar un poco las cosas en los países más ricos. Cualquier análisis económico demuestra que será mucho más caro reducir las emisiones de CO2 que invertir en que los países del Tercer Mundo sean capaces de adaptarse a los efectos del cambio climático (si es que este se produce)» (pág. 13). Será un inmenso despilfarro económico que perjudicará al público y a todos los ciudadanos de todo el mundo y ello por un poco de calor menos. Afectará al nivel de vida y al bienestar del pueblo. Los progresistas esperan que todas estas mentiras del cambio climático les reportará beneficios políticos. Es una nueva revolución, pero silenciosa. Es éste un caso claro de politización de la ciencia al servicio de unos intereses inconfesables: la hegemonía política e ideológica del pensamiento Alicia sobre el mundo entero.

En el libro de Jorge Alcalde se nos muestran diversas posiciones científicas autorizadas y solventes al respecto: «Los hay que directamente niegan la existencia de un cambio climático. Los hay que aseguran que el cambio climático es real pero que es imposible demostrar que el culpable sea el hombre a través de su emisión de gases de efecto invernadero. Los hay incluso que creen que efectivamente el clima está cambiando y el responsable es el ser humano, pero advierten que la acción política y científica se ha vuelto ciertamente histérica y se preocupan por el grado de sectarismo y gregarismo que envuelve al tema y que impide la correcta toma de decisiones» (pág. 15). A todos estos científicos les une el escepticismo en torno al cambio climático y al calentamiento global terrestre y por eso son objeto de ataques, insultos, infamias, marginación, ostracismo... &c.

En marzo de 2007 se emitió en Channel 4 «El gran timo del calentamiento global» de Martín Durkin y Hamish Mykura. Desde entonces han recibido diariamente cientos de mensajes indignados «entre los que no faltan insultos, amenazas y acusaciones de fraude. Otra vez Durkin: «¿Lo más gracioso que me han llamado? Recibí un fax en casa que decía: «Que te jodan. Ojala te violen en una alcantarilla y te mueras de cáncer de colon» (pág. 18). Tan fuerte es la fe en el cambio climático y lo fuerte que ha arraigado en el vulgo.

Los grupos de presión partidarios del cambio climático son poderosos y populares y pueden movilizar a muchos intelectuales de esos inorgánicos, los abajo firmantes. De todos modos, no siempre ocurre así. Algunas veces estos intelectuales son independientes y contradicen al movimiento global. «Bob Dylan había exhibido su ácido escepticismo sobre la noción de que el cambio climático sea una catástrofe para la humanidad. Se trataba del 40 aniversario de la publicación. El director de la misma –Jann Wenner– preguntó al músico sobre sus preocupaciones en torno al calentamiento global. «¿Calentamiento? –contestó Dylan–, ¿Dónde está el calentamiento global? Si hace un frío de narices» (págs. 19-20). Partiendo de unas falacias, mentiras, datos insuficientes y repitiéndolas machaconamente durante años, se ha creado un estado favorable en la opinión pública a favor de tales mentiras y de dar carta blanca a los políticos para que adopten las medidas que crean más convenientes para combatir al cambio climático. Hay sin embargo un punto por el que el discurso progresista puede sufrir un serio revés: el bienestar del pueblo. No parece quedar garantizado el bienestar del pueblo por parte de los ecologistas y de sus secuaces: «El tema ha calado en la opinión pública de Estados Unidos porque si se siguen los dictados ecologistas y los países industrializados se proponen cumplir a rajatabla los acuerdos del protocolo de Kioto, millones de ciudadanos deberán ver reducida su calidad de vida en pos de una reducción drástica de las emisiones atmosféricas de gases contaminantes» (pág. 25).

La técnica usada por los ideólogos del cambio climático para enganchar al vulgo al carro de sus pretensiones es el alarmismo y el catastrofismo. El caos vendrá si no se adoptan medidas urgentes y radicales. «Bjorn Lomborg se ha referido a este asunto como «la cacofonía» sobre el clima. «Un aumento de 38,5 centímetros en el nivel de los océanos es un problema, pero ello ni significa que vaya a sucumbir nuestra civilización por ello» (pág. 27). Los océanos ya han aumentado de nivel en el pasado, en el siglo pasado y no ha pasado nada. El asunto del clima se ha convertido así en demagogia. Es demagógico hacer creer al público que del hombre depende el clima y que el cambio climático depende de lo que los hombres hagamos. El Club de Roma viene haciendo profecías catastrofistas desde 1972 y no ha pasado nada durante estos años transcurridos.

Martín Durkin ha sido el más valiente polemista en contra del cambio climático. «El polémico director de documentales no ha tenido empacho en declarar a quien lo haya querido escuchar que «la tesis de origen antropogénico del cambio climático es una soberana estupidez» (pág. 30). Durkin afirma que no pasa nada y que no estamos atravesando ninguna etapa de cambio climático. Todo es normal. «No hay nada inusual en el clima presente. La Tierra ha experimentado períodos de calentamiento mucho más graves a lo largo de su historia geológica. Y períodos de enfriamiento también. De hecho, el clima benigno que experimentamos los humanos es un plácido período de descanso interglacial. «Y ni siquiera es el más caliente de la historia», exclama Durkin» (pág. 34).

Los ideólogos del cambio climático no paran con su letanía de catástrofes y males de todas las clases que nos amenazan si no hacemos nada. Se nos dice que «convertir la lucha contra el cambio climático en nuestra prioridad es todo un reto moral para los hombres y mujeres del siglo XXI» (pág. 41).

En el caso español, pongamos por ejemplo el asunto de la catástrofe del Prestige. No hubo tal catástrofe. No pasó nada. Se armó mucho escándalo y ruido y al final todo volvió a la calma y se resolvió felizmente. Es éste un caso de ideología, de las pensamiento socialmente deformado por los medios de comunicación y por los ideólogos progresistas del pensamiento Alicia. Lo peor: Los periodistas no rectificaron su error dos años después, una vez que se comprobó que no había sido una catástrofe y que no pasaba nada. Se habían equivocado. Hubo mucho ecologismo y poca ecología, mucha pseudociencia y poca ciencia. Es que ocurre que «la ideología ecologista moderna, sea cual sea su manifestación, juguetea con demasiada asiduidad con un modelo de transmisión de la información más propio de la pseudociencia que de la razón científica» (pág. 45). Estamos sometidos a una dictadura de la ideología ecologista, como si tuviéramos que creer en los horóscopos o en los fenómenos paranormales o en las religiones o en los extraterrestres. Cualquiera que discrepe de las mentiras ecologistas es odiado y difamado por todos los medios posibles. Esto fue lo que le pasó al propio Jorge Alcalde. «En plena crisis del Prestige, abrumados por la marea negra mediática, escribí para Libertad Digital un artículo titulado «¿Qué es realmente una catástrofe ecológica?» en el que recogía las opiniones de quienes auguraban una recuperación de la Costa de la Muerte, desde el punto de vista ecológico y económico, en cuestión de un lustro. La mera exposición de los argumentos científicos que avalaban estas tesis me sirvió para recibir una plétora de cartas entre indignadas, amenazantes e insultantes desde las filas de los grupos ecologistas españoles. El tono y el método de comunicación de todas era idéntico al que años atrás recibía cuando publiqué en la revista Muy Interesante dos artículos consecutivos, uno exponiendo la invalidez científica de las creencias paranormales y otro denunciando las actitudes sectarias de la Iglesia de la Cienciología» (pág. 49). Los argumentos siempre son los mismos: 1. Se le acusa de ignorancia científica. 2. Intereses bastardos o espurios. 3. Insulto. Por cierto, ocurre también esto mismo entre nosotros a propósito de los ataques dirigidos a Pío Moa en el campo de la historiografía. Es lo mismo: Los escolásticos no quieren mirar por el telescopio: dicen que está trucado y que hay fraude.

Por lo demás, como las organizaciones ecologistas están teñidas de desinterés, romanticismo, idealismo, son bucólicas, idílicas y pastoriles, resulta entonces harto difícil convencer al público racionalmente de que también tales grupos de presión defienden intereses privados y políticos y que carecen de toda base científica en sus afirmaciones ideológicas. «¿Por qué será que hay tan pocos ecólogos afiliados a grupos ecologistas?» (pág. 51).

Al Gore, o simplemente, Gore, afirma que el principal problema al que se enfrenta ahora la Humanidad es la lucha contra el cambio climático. Esta es una afirmación falsa de todo punto, primero porque la Humanidad no existe más que como concepto zoológico y segundo porque hay otros retos o problemas más importantes para los hombres, como el hambre, la pobreza, las contradicciones, la corrupción política, las guerras... &c.

Así, pues, el ecologismo es una ideología pseudocientífica que se alimenta de alarmismo y de catastrofismo y constituye un elemento fundamental del Pensamiento Alicia socialdemócrata actual. La lucha ideológica contra esta aberración pasa por la reforma del entendimiento y por la exposición de los argumentos científicos que contradicen sus falaces afirmaciones.

Podemos decir sin temor a equivocarnos que el tópico ecologista del cambio climático es un producto ideológico de ricos ociosos e ingeniosos. «El cambio climático no es más que un problema imaginario que reside en las mentes de la clase media acomodada del mundo rico. Nadie más se preocupa por él» (pág. 63).

Últimamente en España, el Gobierno del PSOE pretende establecer un decreto regulando y organizando la economía de acuerdo con los postulados verdes, ecologistas, buscando lograr una economía sostenible y que permita a España salir de la depresión económica. Eso debe ser terrible. Lo malo será para la industria. Desaparecerá. «Uno de los principales errores que el ecologismo occidental ha cometido tiene que ver con su equívoca definición del concepto «desarrollo sostenible», término tan utilizado en el discurso ambientalista de moda como carente de andamiaje intelectual e, incluso, ético. Wilfred Beckerman en Lo pequeño es estúpido, nos alertaba hace un lustro de que «la idea de desarrollo sostenible se ha definido de tal manera que o es moralmente repugnante o lógicamente redundante». Situar a la sostenibilidad como objetivo principal de cualquier desarrollo económico obligaría casi a negar la posibilidad de desarrollo: si los ecologistas hubieran tenido la voz que hoy tienen hace dos siglos, ahora no existirían la minería ni la industria porque son procesos evidentemente no «sostenibles» (pág. 67).

El conservacionismo de especies animales y vegetales en el Tercer Mundo es un imperialismo económico-ecológico sostenible que consiste en obligar a los países del Tercer Mundo a tener los monos en el jardín. Los países pobres, en virtud del culto a la sostenibilidad económica ecológica están condenados para siempre a tener que soportar a los monos en el jardín.

Los ecologistas están opuestos al uso de fertilizantes químicos. «La oposición radical de los ecologistas al uso de fertilizantes químicos desequilibra las expectativas de crecimiento agrícola en muchas zonas de África» (pág. 68). El conservacionismo extremo pretende convertir a los países del Tercer Mundo en un museo vivo de historia natural. La prohibición del DDT ha impedido acabar con la malaria. He ahí otro de los efectos del ecologismo. Al final, la cuestión política que se plantea en el asunto del conservacionismo de las especies animales y vegetales es la siguiente: ¿Quién tiene que controlar el medio ambiente? ¿Los propios Estados interesados del Tercer Mundo o el Hombre Blanco de Greenpeace con su pesada carga de responsabilidad de economía ecológica sostenible?

Debido al ecologismo, las diversas disciplinas categoriales que tratan el complejo asunto del clima se han politizado. El asunto del cambio climático se ha convertido en un asunto ideológico y político. Hay una lucha implacable entre ecologistas y no-ecologistas. Ahora bien, los ecologistas tienen más apoyo periodístico, institucional y simpatía del vulgo que los no ecologistas. Es pues una lucha desigual. Además, los ecologistas apelan al argumento de la autoridad y del consenso. Si sabios ilustres apoyan sus tesis, es que tienen razón. Si casi todos los científicos apoyan la tesis del cambio climático, será verdad entonces que hay cambio climático y que hay que adoptar las medidas que se proponen. Verdad como consenso y argumento de autoridad son ampliamente utilizados, amen de la mentira repetida incesantemente por los medios de comunicación que sólo quieren publicar doctrinas sencillas para la mentalidad del pueblo y recurrir a lo simple y fácil. Es más fácil ser catastrofista que argumentar matizadamente en un asunto esencialmente complejo como el del clima.

Los ecologistas reducen el complejo asunto del clima a un esquema monocausal: La causa del calentamiento global es la emisión por parte de los hombres del gas CO2. El clima es un concepto muy complejo y habría más bien que recurrir a la multicausalidad para explicarlo. De hecho la cosa es tan complicada que aún no hay una teoría del clima. Por lo demás, tampoco está claro que el CO2 sea la causa del presunto calentamiento global: «Lo que está claro es que no existe certeza absoluta de que el gas emitido por los humanos sea responsable directo del calentamiento global y, lo que es más significativo, de que recortar las emisiones como se propone en Kioto pudiera tener algún efecto enfriador de la atmósfera» (pág. 115).

Además, según una experta española, en un informe sobre el calentamiento registrado por 48 estaciones meteorológicas del mundo, «Ante la disparidad de tendencias parciales y globales, no es posible apoyar, basándose en los datos de la temperatura media anual de las estaciones meteorológicas, la tesis del cambio climático reciente y antropoinducido. Parece más lógico apuntar que la respuesta del incremento térmico se produce como consecuencia directa del crecimiento urbano, que responde de diferente manera según las características climáticas y geográficas de cada ciudad» (pág. 132).

En el tema de las ciencias del clima ha surgido un partidismo científico. O bien se está a favor de la tesis del cambio climático y del calentamiento global o bien, no se es partidario. La ciencia del cambio climático se ha vuelto pues, beligerante como ninguna otra.

El favor de la opinión pública para con los partidarios de la tesis del cambio climático y del calentamiento global antropogénico se debe a algunas explicaciones:

1. El vulgo está educado en los valores del ecologismo tras varias décadas de propaganda. Se ha generado una concepción romántica del medio ambiente, virginal, frágil, bucólica, idílica y pastoril. No ha de extrañar por eso la extravagancia de conceder los derechos humanos a los simios o el movimiento antitaurino.

2. Los medios de comunicación prefieren el catastrofismo para emocionar al vulgo. Gusta más el alarmismo que el realismo.

3. Los que no están de acuerdo son tachados de enemigos del medio ambiente y de la conservación de la naturaleza. Sus opiniones no son publicadas. Un periódico español de tirada nacional tiene como coordinador de las páginas de Medio Ambiente a un miembro de Greenpeace. Esto es algo contrario a la honestidad intelectual.

4. Los políticos progresistas socialdemócratas de tendencia pensamiento Alicia han encontrado en el cambio climático una oportunidad de poder llevar a cabo sus fines políticos, su revolución pendiente. Recordemos, en el caso español que la izquierda socialista y la comunista se han caracterizado por ser agitadoras e iletradas. Es el ecologismo un banderín de enganche una vez caído el Muro de Berlín. Se produce así la unificación en torno al Partido de las izquierdas, bogavante, extravagante y divagante.

5. El voto verde es un objetivo político común a la izquierda progresista socialdemócrata degenerada pensamiento Alicia y al centrismo blando progresista. Los líderes políticos se llenan la boca de ecologismo y de los peligros que conlleva el cambio climático como problema real, pero luego no hacen nada serio para evitarlo.

6. Muchos científicos colaboran en la campaña de propaganda ideológica ecoalarmista del cambio climático para atraerse las simpatías del Gobierno y conseguir así fondos para investigar. Las investigaciones científicas sobre el cambio climático son las que reúnen hoy más fondos.

7. Los ecologistas lo mezclan todo como en una olla podrida. Todos los asuntos que les interesan los ligan al cambio climático. Todos los temas ecologistas son ligados en la discusión sobre el cambio climático. Se asocia así a los que creen con el cambio climático con los defensores del medio ambiente y a los escépticos se les liga con el odio al medio ambiente.

8. La percepción social del problema climático está sesgada por la desproporcionada capacidad de influencia que tiene el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC) por sus informes difundidos mundialmente.

El propio informe del IPCC afirma con la letra pequeña que sus estimaciones son probabilísticas. Esto debería hacer reflexionar a los políticos antes de embarcarse en una política de gasto y de restricción de la producción y de evidente cercenamiento del desarrollo de las fuerzas productivas. En el informe se recoge la afirmación de que es el hombre el causante del cambio climático con una probabilidad de entre un 66% y un 90%, o lo que es lo mismo, con entre un 10% y un 44% de probabilidades de que tal afirmación de conexión causal sea falsa. «¿Deben los gobiernos de todo el planeta embarcarse en una política de racionamiento energético global que supondrá el recorte del crecimiento para millones de ciudadanos del mundo desarrollado y la obstaculización de las posibilidades de desarrollo para cientos de millones de habitantes del Tercer Mundo sobre la base de una probabilidad tan likely? Que cada uno extraiga su propia conclusión» (pág. 143).

Es normal que el clima cambie. Lleva cambiando millones de años. «La Tierra ha venido padeciendo calentamientos y enfriamientos cíclicos (los ya explicados períodos de glaciación y atemperamiento) durante los últimos millones de años que son provocados por las oscilaciones de la órbita terrestre que alteran la cantidad de radiación solar que nos llega» (pág. 158). Por todo ello, se impone la siguiente conclusión adversa a las tesis partidarias del cambio climático y de su catastrofismo adicional: «En definitiva no parece que vivamos, ni mucho menos, en un período excepcional de la historia climática de la Tierra. Lo único que nos diferencia de otras eras calientes es que en ésta es en la única en la que se puede echar la culpa del aumento de temperaturas al ser humano» (pág. 159).

Es imposible predecir la situación climática de la Tierra en el año 2100 como afirma el informe del IPCC. Además el clima varía por su propio devenir interno. La variabilidad natural del clima es un factor causa mucho más fuerte de lo que se creía antes. Lo mismo ocurre con la indeterminación e incertidumbre de los registros históricos de temperaturas.

Por lo demás, «Atribuir un cambio climático observado a una causa específica como el aumento de la emisión de gases de invernadero no es posible desde el punto de vista formal y dicha atribución sólo puede descansar en modelos simulados por ordenador» (pág. 165). La complejidad del clima exige que no se atribuya una sola causa a su modificación.

Los partidarios de la alarma climática desdeñan la influencia causal del Sol en la modificación del clima. Se niegan rotundamente a considerar al Sol como causa del calentamiento global.

Tras todas estas pruebas en contra o argumentos en contra bien fundados, cabe preguntarse por qué a pesar de todo, persisten creencias tan erróneas y semejantes actitudes histéricas en el asunto del cambio climático. Hay una verdadera moral de rebaño operando entre los sujetos dominados por tales supercherías. Tales creencias son infalsables porque los sujetos que las sostienen lo han decidido por una suerte de decisión metodológica. Es una verdadera moral gregaria la que opera en los partidarios del cambio climático. La fe en el cambio climático se refuerza por la presencia de otros muchos individuos que se lo creen. Todos esos sujetos que creen bobaliconamente en el calentamiento global son el resultado de muchas décadas de adoctrinamiento de las masas. Los medios de comunicación social han generado opiniones favorables al ecologismo. Ha sido realmente una propaganda intensiva. Esta falsa conciencia tiene consecuencias funestas: «Los datos cantan: millones de personas mueren de malaria por culpa de la prohibición del DDT; los países ricos hoy derrochan petróleo a causa de la mala prensa política de las centrales nucleares» (pág. 188). Recordemos qué pasó con el asunto de la capa de ozono, O3. En los años ochenta se nos bombardeó continuamente sobre el deterioro de la capa de ozono. Pues bien, eso se olvidó ya, porque era falso. La capa de ozono se volvió a recuperar y a restablecer. El último informe del IPCC, pasa de puntillas sobre tal hecho.

Docenas de gobiernos de todo el mundo se van a poner de acuerdo en gastar mucho dinero en un asunto incierto, por no decir falso y se va a obligar a los ciudadanos a vivir peor, a restringir su consumo en aras del bienestar de las generaciones futuras, al igual que hizo Stalin en la URSS. Restricción del consumo para edificar el socialismo. Restricción del consumo para frenar el cambio climático. Dos fines inciertos e inseguros por no decir utópicos y quiméricos. Reajustes en las empresas y en las plantillas, despidos masivos, cierres de fábricas y de industrias. El bienestar del pueblo va a sufrir un serio quebranto por la ideología ecologista Alicia.

 

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