Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 89 • julio 2009 • página 18
Gustavo Bueno presenta el libro de José María Laso
en la feria Libro Oviedo, el día 13 de mayo de 2009
Muy bien puede la famosa fórmula del Filebo platónico, «las maravillas en torno a lo uno y lo múltiple» (14 D), expresar el espíritu filosófico de este gran libro de José María Laso, Viajes por círculos extraños. Culturas diversas. Evidentemente, porque no es éste un libro de viajes al uso. Claro que se nos narran en sus páginas los viajes del autor en el Tansiberiano, por las rutas de Marco Polo y de la seda, por el Polo Norte, Japón y China, y por otros muchos círculos geográficos –de mayor o menor grado de extrañeza– donde florecen las diversas culturas a las que alude el título. Sin embargo apenas puede concebirse algo más ajeno a su pulso emocional, a su peculiar pathos podríamos decir (en el sentido acuñado por Aristóteles en la Retórica), que una narración apegada frívolamente a las seducciones del exotismo, por no hablar de la clase de descripción convencional de una guía de viajes. José María Laso es un hombre dotado de esa rara pasión por la búsqueda de las causas de los hechos que es el verdadero eros platónico. Y por ello este libro es tan ameno y de amable lectura como ilustrativo, al ser pródigo en interés científico y filosófico.
Las razones que impulsan a nuestro autor a realizar tantos y tan variados viajes son naturalmente múltiples, según nos explica en la Introducción a la obra, si bien acentúa que «una de las causas más relevantes ha sido convertir en realidad los sueños suscitados por mis lecturas de adolescente. Así, cuando leí Miguel Strogoff, de Julio Verne, soñé con viajar por Siberia, objetivo que conseguí en 1981, cuando viajé en el Transiberiano desde Moscú a las puertas de Vladivostok. Al leer de niño Las tribulaciones de un chino en China, también de Julio Verne, decidí viajar a China y así lo hice en 1980, 1985 y 1988, de tal forma que he recorrido ese país de norte a sur, de oeste a este y en diagonal».
Entre estas páginas encontramos, pues, junto a Verne –a veces nombrados y otras sin serlo– a Jack London, al legendario micer Polo, a nuestro Blasco Ibáñez, y a un sin fin de escritores conocidos y menos conocidos, como el rival político de Franklin D. Roosevelt, Wendell L. Willkie, quien recorrió en 1942 –en plena convulsión bélica– Oriente Medio, la URSS y China, entrevistándose con el mariscal Montgomery, el general De Gaulle, Stalin, Chang-Kai-Chek, y un largo etcétera de grandes personalidades. Las referencias a episodios de la Segunda Guerra Mundial y a las luchas revolucionarias del siglo XX son, por lo demás, abundantísimas en los capítulos que conforman el libro, algo que no puede sorprender en tan buen conocedor (siendo además tan representativo él mismo) de las epopeyas de su tiempo.
Viajes por círculos extraños es una obra difícil de clasificar por sus poco comunes cualidades, tan excepcionales como la misma personalidad de Laso. Destaca por su extremada versatilidad, sus referencias eruditas, su estilo llano y despojado de otras pretensiones que las propias de la claridad expositiva, su universal interés y su entusiasmo por la diversidad del mundo y de sus gentes. Una abigarrada diversidad en la cual la mirada sabia del autor encuentra siempre la unidad de lo humano, esa unidad que –como le complace repetir recordando a Terencio– nunca podrá serle ajena, y otorga al libro el anclaje de su dimensión filosófica.
Nuestro admirado Gustavo Bueno ha comparado reiteradamente a Laso con el filósofo estoico Posidonio de Apamea, ilustre representante del estoicismo medio que vivió en el siglo II a.n.e., y también a propósito de este libro resalta lo acertado de la comparación. Posidonio, maestro filosófico de Cicerón y de Pompeyo, ha sido elogiado por los estudiosos ante todo por la universalidad de su espíritu. Es obvio que no podemos detenernos aquí ni siquiera en un muy somero análisis de las aportaciones de Posidonio a la filosofía y a las ciencias, pero sí tiene sentido reparar en determinadas razones de esta semejanza. El filósofo griego fue un gran viajero que visitó y describió las sociedades bárbaras, se implicó en la política de su tiempo y cultivó, además de la filosofía, la geografía, la historia, la astronomía, la matemática, la retórica, &c., dejando patente en sus escritos un impresionante saber enciclopédico perfectamente organizado según criterios filosóficos. Por la geografía en particular albergaba una pasión tan viva que aprovechó sus vínculos con los dirigentes políticos romanos para sufragar los gastos de sus expediciones. El gran Posidonio se sentía ya, plenamente, un «ciudadano del mundo». No obstante, el contraste entre estas dos personalidades lo encontramos en ciertas orientaciones filosóficas, y especialmente entre el espiritualismo de Posidonio y el materialismo gramsciano de Laso.
Otra figura de la Antigüedad que inevitablemente es evocada por estos relatos viajeros es Pausanias, geógrafo y viajero del siglo II de nuestra era, conocido por su extensísima Descripción de Grecia. Con Pausanias coincidiría nuestro autor en el interés prioritario por los aspectos humanos de la geografía, en la minuciosa precisión de las descripciones, en la asombrosa erudición y en la ausencia de toda afectación estilística. Y, entre otras evidentes diferencias, la principal radica a mi entender en que, mientras Pausanias atiende sobre todo a los vestigios de un pasado glorioso, José María Laso, como filósofo y hombre de acción, recurre al pasado para explicar el presente.
Son muchos los momentos memorables que pueden encontrarse en las narraciones de Viajes por círculos extraños. Destacaré, antes de concluir, algunos de mis preferidos.
Por ejemplo, esta descripción de la llegada al lago Baikal durante el primer viaje en el Transiberiano: «Ya la propia carretera que nos conduce de Irkutsk al lago permite contemplar un magnífico paisaje en el que los bosques y la taiga se contrapuntean con las límpidas y majestuosas aguas del río Angara. En la embocadura de éste, junto a la típica aldea de Lysvianka, topamos de bruces con el lago Baikal: el paisaje es impresionante, tanto por la inmensidad y limpieza de sus aguas como por el trasfondo de montañas nevadas que circunda el lago. Es éste otro de los momentos estelares de un viaje que colma una ilusión y asegura su perdurabilidad en el recuerdo».
Uno de los pasajes más representativos del libro y de las cualidades de su autor como erudito, divulgador de la historia de la ciencia y filósofo marxista, es esta explicación sobre la importancia de Samarcanda, tras aludir al inevitable reinado de Tamerlán: «El nuevo florecimiento cultural de Samarcanda está todavía más ligado al nombre de Mirza Mehmet Turgay (1394-1449), conocido en el mundo entero bajo el sonoro nombre de Ulug Beg –el célebre astrónomo– que al de Tamerlán, su abuelo, cuya potencia estaba basada en el pillaje y la explotación de sus pueblos sometidos. Ulug Beg, por el contrario, expresó en sus escritos una valerosa opinión insólita para su época: «las religiones se disipan, los imperios se hunden, pero la obra de los sabios subsiste en el tiempo ...». Ulug Beg, como heredero de su abuelo Tamerlán, reinó sobre Samarcanda y sus amplios territorios adyacentes. Empero fue, ante todo, un destacado matemático y astrónomo; en 1420 construyó el observatorio astronómico de Samarcanda. En él compiló sus catálogos de estrellas, donde situaba y describía 1018 cuerpos estelares. Allí calculó también la duración del año, con un error de sólo 1/25 segundos. Ulug Beg reinaba de día y estudiaba los astros por la noche. En una de esas noches fue asesinado por fundamentalistas musulmanes, debido a que negaba la existencia del séptimo cielo. Su observatorio fue incendiado por sus asesinos. Durante siglos el observatorio astronómico de Ulug Beg permaneció oculto bajo la arena (…)
«Ulug Beg es esencialmente el mismo tipo de persona que Galileo. Según nos recuerda el escritor alemán Peter Schutt, Ulug Beg nunca renunció al conocimiento científico que había adquirido, a pesar de las amenazas que recibió de los integristas musulmanes. Por ello, a pesar de ser el soberano de un imperio, fue acusado de herejía y pérfidamente asesinado por señores feudales reaccionarios. El asesinato de Ulug Beg –al que las autoridades soviéticas rindieron homenaje poco antes de visitar nosotros Samarcanda– es actualmente considerado como uno de los acontecimientos históricos más regresivos no sólo para el Asia Central sino para toda la Humanidad. Ulug Beg fue uno de los primeros dirigentes políticos que aspiró a un orden social basado en la ciencia y el progreso social y no en la guerra.»
Como a José María Laso nunca le ha faltado tampoco un peculiar sentido del humor, citaré por último un pasaje del viaje a la Península Indostánica en el cual, al norte de Agra, sucedió lo siguiente:
«Visitamos un templo donde nos extrañó que, contrariamente a lo que en general sucedía en la India, allí se sacrificaban diversos animales. Se lo dije al sacerdote que oficiaba en el templo y éste me contestó que no se sacrificaba ningún animal sin su previa autorización. Para comprobarlo, se le lanzaba un cubo de agua y si reaccionaba temblando, se consideraba que ya había concedido tal autorización. Como yo le dije que tal explicación me resultaba poco convincente, respondió: ‘Ustedes saben que nosotros, por razones religiosas, creemos en la reencarnación. Por lo tanto, entendemos que tales animales fueron anteriormente personas que, por sus pecados, se reencarnaron en animales. Como ya han purgado sus pecados, al degollarles se les hace un favor, ya que después pueden reencarnarse en personas purificadas’.»
La cuidada edición de Tribuna Ciudadana, patrocinada por la empresa Sedes, es excelente tanto por la reproducción del texto como por la de las fotografías, y el único reparo que puede añadirse se refiere a lo reducido de la tirada, de apenas 500 ejemplares. Confío en que, en lo sucesivo, este magnífico libro pueda reeditarse y alcanzar la amplia difusión que sin duda merece.
Para finalizar esta breve reseña, no se me ocurre nada mejor que citar los últimos versos del poema que dedicó a José María su gran amigo el poeta Marcos Ana, con motivo del treinta y tres cumpleaños del primero en la cárcel de Burgos. El poema está encabezado por la dedicatoria «A J.M. Laso, mensajero de vida»:
«Y en la palabra pura de tus ojos
El sol de otro paisaje rafaguea»