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El Catoblepas, número 87, mayo 2009
  El Catoblepasnúmero 87 • mayo 2009 • página 8
Historias de la filosofía

Gaudeamus igitur

José Ramón San Miguel Hevia

Donde el lector podrá advertir el ridículo en el que incurren quienes mantienen sacralizado hoy este poema como himno universitario

Gaudeamus igitur

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Por los mismos años en que Jorge Manrique escribía las coplas a la muerte de su padre Don Rodrigo en todas las universidades de Europa los bulliciosos estudiantes y los clérigos vagabundos cantaban sus Carmina Burana, compuestos por autores tan desconocidos como excelentes. Las experiencias universales de que parten son las mismas de Manrique o de las Danzas de la Muerte –la fugacidad y la brevedad de la vida, el paso del tiempo desde la alegre juventud a la dolorosa ancianidad– sus consecuencias son del todo distintas: ya no se trata de una meditación sobre la muerte sino al revés, de una exaltación de la vida y de una llamada a aprovechar el tiempo y gozar de los placeres antes de que sea demasiado tarde.

Los protagonistas de estos cantares tiene una doble condición juvenil y coral. Efectivamente, en un determinado momento de la historia, pero en todo caso no antes de nuestra Edad Media, los jóvenes se independizan, viajan lejos de sus familias a toda Europa, sobre todo a las primeras Universidades, y adoptan un género de vida propio de su edad. Porque esos estudiantes, frente a las escuelas de la antigüedad por ejemplo, no se limitan a trasmitir un saber, sino que además expresan la situación por la que son depositarios de una experiencia común. No se trata cantores individuales, con nombres y apellidos y doctrina propia, sino de un colectivo, que llega a ser tal, a través de la consciencia de su situación común, en la que se descubren sus condiciones existenciales, el protagonismo plural de un nosotros y la forma coral del discurso, convertido en un himno.

El comienzo del comienzo del Gaudeamus, que todos hemos seguido cantando en nuestros años de universidad, parece resumir la filosofía de los Carmina Burana y sirve en este sentido, lo mismo de introducción que de resumen. Importa saber cuál ha sido el inicio de este himno, cuál su azarosa historia y sobre todo cuáles son las estrofas que originalmente le han acompañado, pues todas juntas hacen una pequeña y espléndida obra de arte.

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La doble sentencia que centra el sentido del poema es uno de los lugares comunes de la literatura universal: carpe diem y tempus fugit, que combinados vienen a decir: goza del presente porque el tiempo huye. Con esta o parecida fórmula aparece en la poesía de griegos y latinos. La formulación más conocida está en la Oda 11 de Horacio:

«Mientras hablamos huye el envidioso tiempo. Aprovecha el día y no confíes lo más mínimo en el mañana.»

Después de él, Ausonio complica y adorna el tema, haciendo intervenir la fugacidad de la rosa, que apenas dura un día:

«Corta las rosas, doncella, mientras está fresca la flor y fresca tu juventud, pero no olvides que igual que ellas se desvanece la vida».

Catulo es todavía más concreto, cuando invita a su pareja a la vida y al amor:

«Vivamos, querida Lesbia, y amémonos… Los soles pueden ponerse y volver a salir, pero nosotros, tan pronto acabe nuestra efímera luz, tendremos que dormir una noche eterna».

La misma fórmula del carpe diem y de la fugacidad del tiempo había aparecido ya en la poesía griega clásica, concretamente en la oda VIII de Safo:

«Bella joven, cuando mueras nada te habrá servido ser bella, y si no has gozado las frescas rosas de Pieria, tampoco sobre la tierra quedará memoria de ti»,

o en Anacreonte:

«Si el oro prolongase nuestra vida sin cesar lo estaría atesorando, y cuando tuviese ante mí la helada muerte le diría que lo tomase todo y me dejase en paz. Pero el oro no puede nada con la muerte, y si la muerte es impía e inevitable ¿para qué quiero acumular sin medida el oro? ¿Es que no son un tesoro de mucha mayor estima las delicias que se gozan en la mesa o los placeres del amante ante una mujer hermosa? ¿Qué otra cosa puede encontrar el hombre en su vida que le haga totalmente feliz?»

Los poetas griegos tardíos, algunos contemporáneos del Imperio registraron esta misma idea en sus epigramas, casi todos dedicados a una mujer, todavía bella. Así Rufino:

«Bañémonos, Pródica, ciñamos coronas y echemos sorbos de vino puro. Breve es el tiempo del placer, pues en el futuro la vejez, y la muerte que es el fin, lo interrumpirán.».

Asclepíades, ya en el siglo IV insiste en el mismo tema:

«Ya veo que guardas celosamente tu virginidad, pero ¿qué ganas con ello? No vas a encontrar un amante, moza, cuando bajes al Hades. Los placeres de Cipris sólo están entre quienes viven, pues en el Aqueronte sólo seremos huesos y polvo.»

Otro poeta, Paladas invita entusiasmado a disfrutar del presente, el único tiempo del que con certeza disponemos:

«Esto es la vida y sólo esto: la vida es placer, así que fuera las penas. El tiempo de la vida del hombre es breve. ¡Pronto el vino, los coros, las guirnaldas de flores, las mujeres ! . Hay que gozar hoy de lo bueno, que nadie sabe nada del mañana.»

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En las nuevas naciones emergentes en Europa, después del paréntesis de la Edad Media, vuelven a aparecer los mismos temas de la fugacidad del tiempo, con formulas muy cercanas a las de sus modelos clásicos, aunque con menos desenfado y mucha más delicadeza. En la España del renacimiento, Garcilaso de la Vega escribe su, soneto a una dama anónima, retomando los temas del carpe diem y del paso del tiempo hacia la inevitable vejez:

«Coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto, antes que el tiempo airado
cubra de nieve la hermosa cumbre.»

En el barroco, Góngora contrapone el esplendor y el gozo del presente con la vecina muerte, más allá de cualquier momento de la vida:

«Goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue tu edad dorada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.»

En estos dos modelos la conjunción temporal (en tanto , mientras que) envuelve y da sentido a toda la estructura de los dos poemas.

En Francia y también en su renacimiento, Ronsard repite estas ideas en la oda a Cassandra:

«Mientras vuestro años florezcan en su más verde primavera, aprovechad vuestra juventud, pues igual que le sucede a esta flor la vejez hará que vuestra belleza se pierda»

o en el soneto a Helena:

«Quand vous serez bien vielle, au soir a la chandelle
assise auprés de feu, devidant et filant
direz chantant mes vers, en vous emerveillant
Ronsard me celebrait au temps ou j´etais belle…
vivez si m´en croyez, n´attendez a demain
cueillez des aujour´hui les roses de la vie.»

En todos estos casos, lo mismo que en los latinos y griegos los protagonistas del poema y de su historia son individuales, normalmente un amante, que de forma más o menos brusca, solicita el amor de su dama con la amenaza de que pierda su juventud y su belleza con el paso inexorable del tiempo.

A caballo entre la última Edad Media y el renacimiento esta vivencia de la fugacidad del tiempo quedará subrayada por la desaparición de quienes ya han muerto. En un primer momento los poetas –Manrique o Villon– se refieren a los hombres y mujeres ilustres –los caballeros y las damas de antaño– que al ser de todos conocidos, sirven de referencia y aviso a una colectividad. Pero también el renacimiento individualiza la vivencia del ubi sunt? cuando el enamorado echa de menos a la mujer perdida para siempre, completando y superando a sus modelos latinos . La mejor muestra es la Égloga de Garcilaso, cuando Nemoroso llora la muerte de Elisa:

«Los cabellos que vían
con gran desprecio el oro
como a menor tesoro
¿A dónde están, a dónde el blanco pecho?
¿Dó la columna que el dorado techo
con proporción graciosa sostenía?
Aquesto todo ya se encierra
por desventura mía
en la escura, desierta y dura tierra.»

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Los lugares comunes de la desaparición del pasado. la fugacidad del tiempo y la validez del presente, ocupan un lugar privilegiado en todas las literaturas, aunque se formulan de modo distinto en cada una de ellas. Además de los griegos y romanos y sus herederos humanistas del renacimiento los orientales semitas, tanto árabes como hebreos repiten en su poesía sapiencial el mismo tema, pero esta vez no se trata de la expresión de una vivencia directa del paso de la propia vida, sino de una reflexión, que un poeta filósofo dirige a quienes le escuchan o le leen en sus textos sapienciales. El mayor entre los árabes es el persa Omar Khayyam, pues en su libro Rubaiyat desarrolla hasta casi agotarlo, en epigramas de cuatro versos, el homenaje al vino y al amor y por encima de todo al momento presente:

«No te preocupes por el ayer, que ya ha pasado
No te angusties por el mañana, que todavía no llega
Vive, pues, sin nostalgia ni esperanza
pues tu única posesión es el instante.»

En los libros sapienciales hebreos, el predicador del Eclesiastés presenta una teología terrena, que invita a gozar de la vida efímera que se le ha dado al hombre:

«Vete, come alegremente tu pan y bebe tu vino con corazón jubiloso, pues se agrada Dios con tus buenas obras. Vístete con albas vestiduras y derrama bálsamo sobre tu cabeza. Goza de la vida con tu compañera amada todos los días de la fugaz existencia que Dios te ha dado, porque esa es tu parte en medio de los trabajos que padeces bajo el sol. Haz con alegría todo el bien que puedas hacer, pues no hay en el sepulcro al que vas, ni obra, ni industria, ni ciencia, ni sabiduría.»

En cambio el autor del libro de Job el justo castigado, manifiesta sentenciosamente un parecido pesimismo existencial, pero además de la fugacidad del tiempo y la brevedad de la vida, no puede, en vista de su situación límite, ser sujeto del carpe diem. El Libro de la Sabiduría, escrito en griego en una momento en que el helenismo cobraba vigencia entre los judíos, critica la falsa ciencia de los necios –identificados con los filósofos epicúreos– en términos impersonales, aunque por su contenido muy semejantes a las vivencias concretas de Horacio o Catulo y de sus seguidores.

«Los que no razonan se dijeron neciamente: corta y triste es nuestra vida y no hay remedio cuando llega el fin del hombre, ni se sabe que nadie haya escapado del Hades… Venid y gocemos de los bienes presentes, démonos prisa a disfrutar de ellos en nuestra juventud. Hartémonos de vinos ricos y generosos y que no se nos escape ninguna flor de esa primavera. Coronémonos de rosas antes de que se marchiten, y no haya un solo prado que no haya sido hoyado por nuestro placer.»

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Cuando los estudiantes de todas las universidades de la Edad Media europea cantan el «carpe diem», su experiencia vital es muy distinta de las vivencias individuales de los poetas y epigramistas griegos y latinos y de los humanistas del renacimiento, que expresan una relación entre una primera y segunda persona. Pero tampoco tienen nada que ver con la reflexión filosófica y con el estilo sentencioso de los epigramas y los escritos sapienciales de los escritores árabes y hebreos. Para empezar –y esto es muy propio de todas las literaturas medievales– no utilizan el lenguaje escrito, y su sistema de comunicación es oral con una serie de graves consecuencias: sus autores son anónimos y su texto múltiple, lo mismo que sucede con los cantares de gesta y los romances.

Además el protagonista de este himno es colectivo y toma la forma de la primera persona del plural, y lo que es más importante la situación existencial de la que parte no se manifiesta expresamente en la letra del cantar, y sólo se descubre cuando conocemos la personalidad de los cantores, es decir, de los estudiantes universitarios que están empezando a vivir. De esta forma el Gaudeamus reconoce implícitamente la condición de quienes lo cantan, y se convierte en su mejor carta de identidad. Hablamos de la estrofa inicial, que da título al himno, y de las dos estrofas complementarias, una referida al ubi sunt? –un lugar común típico de la Edad Media– y al Venit mors velociter, que se corresponde con el título primero del poema: De Brevitate Vitae, todas en su versión más segura.

«Gaudeamus igitur
juvenes dum sumus
post jucundam juventutem
post molestam senectutem
nos habebit humus

Vita nostra brevis est
brevi finietur.
Venit mors velociter,
rapit nos atrociter,
nemini parcetur

Ubi sunt qui ante nos
in mundo fuere?
Vadite ad superos,
transite ad Inferos
hos si vis videre.»

Estas tres estrofas forman el núcleo inicial del poema y son netamente distintas de las seis restantes que se fueron añadiendo: 1. Desde el punto de vista gramatical son las únicas que respetan al sujeto colectivo, el nos. 2. Son también sólo ellas, las que responden al primer título medieval De brevitate vitae. 3. En ellas se expresan las dos ideas centrales, el «carpe diem» y el «tempus fugit» que en el resto del cantar desaparecen. 4. Su léxico pertenece plenamente a la Edad Media y su estilo literario es infinitamente superior al de los desgraciados ditirambos que vienen después. 5. La versión alemana de 1781 los coloca en primer lugar y se califica expresivamente como «la forma actual de una sentencia latina».

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Afortunadamente disponemos la información suficiente para organizar estas tres estrofas iniciales y describir su historia. En el año 1267 aparece un texto escrito al que pertenece los lugares comunes del ubi sunt? y de la fugacidad del tiempo. Sobre estos dos primeros temas, que invitan al desprecio del mundo, de acuerdo con una de las tradiciones medievales, los rebeldes estudiantes goliardescos dan la vuelta al sentido de la primitiva «meditatio mortis « y extraen la provocativa conclusión de que en vista de la brevedad de la vida es preciso apurar el placer en los días de la juventud, antes de que lleguen la vejez y la muerte. De esta forma el «gaudeamus» ocupa en el poema un lugar central, como la conclusión imparable de dos premisas, pero además no es una creación de la iglesia, sino de los propios universitarios que la celebran como su actitud ante la vida.

De aquí el carácter paradójico de esta nueva estrofa: lógicamente ha de ir en tercer lugar, pero en cualquier momento se puede deslizar hasta la cabeza del poema y hasta alcanzar total independencia, como de hecho sucederá con el tiempo. Mientras tanto hay que mantener el siguiente orden: a) Ubi sunt qui ante nos? b) Brevis vita nostra est. c) Gaudeamus igitur.

Aunque naturalmente sólo conocemos la letra de este primitivo texto, es casi seguro que pertenece a la familia de los Carmina Burana, y que en este sentido es un canto coral, donde la música asegura su memoria, su carácter oral, su transmisión de una generación de estudiantes a otra, y hasta su sonoro desafío a las doctrinas y poderes establecidos.

Este núcleo inicial del Gaudeamus se hubiera perdido, o por lo menos no se habría extendido por todas las universidades de Europa, si no ocupase un lugar privilegiado en el repertorio de los goliardos, una secta de escolares vagabundos, especie de juglares o de bufones, que recorren todas las universidades de Europa durante la última Edad Media, parodiando los textos litúrgicos y burlándose de las salmodias de los monasterios. Como quiera que sea, ya en el siglo XVI es muy conocida en los estudios de Bolonia –se trata todavía de la primitiva canción de tres estrofas– y desde allí entra en Alemania, donde se convertirá en el himno universitario por excelencia, después de ser sometido a un doloroso tormento.

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En el año 1781 en el área de la Universidad de Halle, un predicador evangelista con fama de bebedor y pretensiones de literato, añade tres nuevas estrofas, que cambian el sentido del himno y lo introducen en su tercera edad. Sólo la combinación de la necedad del siglo de las luces y la docilidad germana han sido capaces de concebir esta continuación, que convierte un espléndido canto a la muerte –y a la vida–, con todas las contradicciones y la rebeldía de la Edad Media, en una especie de homenaje a la madre superiora. Por respeto a su autor, probablemente difunto, pongo aquí sólo la cabecera, suficientemente expresiva, de cada una de sus tres creaciones. Dicen sucesivamente: «¡Viva la Academia y sus profesores !… ¡Viva nuestro gremio y los estudiantes! …¡Abajo las penas y muera el diablo!»

Como las desgracias nunca vienen solas, solo un año después, aparece una nueva estrofa, que cambia totalmente el sentido goliardesco y protestante del cantar, e insiste todavía más en un tono académico, oficial, conformista y hasta suplicante:

«¡Viva el Estado
y quien lo gobierna
Viva nuestra ciudad
y la generosidad
de quienes nos protegen!»

Todavía el siglo XIX añade una nueva estrofa, mezcla de romanticismo y burguesía:

«¡Vivan las vírgenes
fáciles y hermosas,
vivan las mujeres
tiernas, amables
buenas y laboriosas!»

El siglo XX colabora a esta universal estupidez con una especie de recuerdo a los antiguos alumnos:

«Viva el Alma Mater
que nos ha educado
y que ha reunido
a los compañeros queridos
dispersos por regiones lejanas.»

Todos estos añadidos sólo tienen la virtud de conservar las tres estrofas iniciales y acompañar la vida de las modernas universidades, y en fin, hacer que no se olviden. Pero como su valor literario es nulo y además el traidor ya no es menester, siendo la traición pasada, lo mejor que podemos hacer es olvidarlas y volver al Gaudeamus inicial, que ese sí que vale la pena y además reproduce un lugar común de la literatura universal, con una originalidad y una brillantez comparable a la de sus mejores modelos. Además este brevísimo poema presenta al mismo tiempo la forma de pensar en tres momentos de las escuelas medievales y la estructura, también ternaria del tiempo de la vida humana.

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El núcleo inicial del Gaudeamus analiza la estructura ternaria del tiempo existencial de una generación. La primera dimensión de la existencia es el pasado, que tiene dos caracteres: en primer lugar desaparece cada uno de sus momentos, que ya no podremos encontrar, porque han ido no sabemos dónde (ubi sunt?). Pero esto, que es verdad de cada uno de los momentos del tiempo individual, es también verdad del horizonte colectivo de la generación a que pertenecemos, pues los hombres –y particularmente los hombres ilustres por su condición, que pueden servir de referencia a cada tiempo histórico y a la comunidad que vive en él–, también han desaparecido. Las dos variantes, igualmente probables del texto (si los queréis ver retiraos a las tumbas); o bien (id a los cielos o viajad al infierno), aluden a la doble ausencia de ellos y de su mundo y son en este sentido complementarios. La vida es según esto una experiencia compartida, siempre por un nosotros, pero esta dimensión colectiva del tiempo sólo sirve para acentuar su fugacidad.

La segunda estrofa: Brevis vita nostra est, responde al título del escrito penitencial del siglo XIII, De Brevitate Vitae, y además ha permanecido invariable a través de ocho siglos, aunque la petulancia de los modernos cometió el imperdonable delito de trasladarlo al cuarto lugar de la composición, por detrás del ripioso Viva la Academia y los profesores. En este punto el poema declara que el futuro de la vida, y mas concretamente el futuro absoluto de la muerte, tiene dos caracteres; la subitaneidad (venit mors celeriter) que deja reducida la existencia a un segundo de duración, y la universalidad y forzosidad (nemini parcetur), en virtud de la cual tanto ella como la vida correspondiente pertenecen a una colectividad, representada nominalmente por un nosotros.

La tercera dimensión del tiempo, la que verdaderamente nos pertenece, es el presente, en vista de la transitoriedad de la vida, que parte de un pasado que continuamente va desapareciendo, y es devorada por un futuro que termina en la muerte. El presente tiene según esto un doble modo de ser, que lo opone a los otros dos tiempos, y se puede expresar alternativamente por los adverbios temporales ya y todavía: ya llegó, pero todavía no ha desaparecido, y en este sentido es el rey del tiempo. Pero además, dentro de esta aventura común de la vida su lugar privilegiado es la juventud. En la medida en que ya somos jóvenes –y este es el caso de los estudiantes goliardos, que han dado este giro al poema– tenemos que gozar de la existencia, cuando todavía no ha llegado la infeliz vejez, y todavía más la muerte y la tumba.

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La gran aportación del Gaudeamus al tema universal del carpe diem consiste en la misma composición del cantar, donde coinciden el contenido que describe la dimensión ternaria del tiempo –futuro, pasado y presente– con la forma, también triangular del razonamiento medieval con sus dos premisas de donde se deriva una conclusión imparable. La primera estrofa corresponde a la premisa mayor, pues el ubi sunt? establece la fugacidad de todos los tiempos que hemos conocido en el pasado. Es uno de los temas predilectos de la literatura medieval, y más que nadie Manrique lo ha desarrollado hasta lograr por inducción una proposición general:

«Tantos duques excelentes
tantos marqueses y condes
y barones
como vimos tan potentes
dí muerte dó los escondes
y traspones?»

La segunda estrofa –la premisa menor– es un caso concreto de este enunciado general . Si la muerte ha hecho desaparecer a todos los hombres del pasado, también nuestra generación estará sometida a su imperio. Con la misma velocidad con que ha hecho desaparecer a quienes vivieron antes que nosotros y con la misma ferocidad y falta de consideración, vendrá sobre quienes ahora estamos viviendo sin hacer diferencia. Y nuestra existencia será tan breve que, otra vez según las coplas,

«daremos lo no venido
por pasado.»

Y llega por fin el fin del razonamiento el que da título al poema , cuyo carácter conclusivo se expresa por el igitur que acompaña al gaudeamus. Si esto es así, si todo desaparece y la vida es tan breve como un soplo, entonces aprovechemos el momento presente y disfrutemos de la juventud, porque de otra forma nos encontraremos –pues tal es la común condición de todos los hombres y la nuestra– penando en la vejez y terminando en la tierra. Así se cierra esta pequeña obra maestra, antes de que lo estropease la estupidez de los tres últimos siglos.

Gaudeamus recibido con emocionado fervor en una ceremonia universitaria del presente

 

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