Nódulo materialistaSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org


 

El Catoblepas, número 86, abril 2009
  El Catoblepasnúmero 86 • abril 2009 • página 8
Historias de la filosofía

Jorge Manrique

José Ramón San Miguel Hevia

Tempus Fugit

Jorge Manrique

1

Jorge Manrique recordaba aquellos días felices de su infancia, cuando en compañía de su hermano mayor, Pedro, escuchaba las batallas que les contaba su padre Don Rodrigo, al calor de la chimenea del salón de honor de su mansión solariega. La Orden de Santiago había conquistado Siles en Segura de la Sierra, y un siglo antes su castillo resistió victorioso el cerco del rey Yusuf. Des de entonces los moros estaban a la defensiva, y la villa se había convertido en una plaza fuerte, desde donde los caballeros cristianos iniciaban la conquista de los puntos de mayor valor estratégico del reino de Granada. Los dos hermanos escuchaban sobre todo una y otra vez con entusiasmo el memorable ataque que al mando de Don Rodrigo, había roto las defensas musulmanas, conquistando la plaza de Huéscar en 1434, seis años antes del nacimiento de Jorge.

Don Rodrigo mandó derribar la pared norte del castillo, que unía sus dos torreones, y el aljibe que recogía el agua de lluvia, trasformando lo que había sido una fortaleza defensiva en una residencia señorial de planta cuadrangular. Aunque era comen dador de Segura de la Sierra, instaló allí su residencia, edificando un granero, donde los caballeros de Santiago percibían de sus los diezmos en especie. A cambio de estas rentas proporcionaba a los vasallos y las tierras a que se extendía su encomienda, la defensa de sus fronteras y la seguridad de sus vidas y haciendas.

2

Don Rodrigo Manrique, además de pertenecer a la nobleza militar más poderosa de aquel siglo, pues lo mismo hacía guerra a los moros que tomaba parte decisiva en los innumerables conflictos dinásticos de los reinos cristianos, era miembro de una saga de hombres de letras, cosa tanto más importante cuanto que en aquellos años la literatura culta se trasmitía a través del doble estamento de clérigos y nobles. Su hermano Gómez Manrique era por su casamiento sobrino del Marqués de Santillana y nieto de Don Diego Hurtado de Mendoza, y él mismo alternaba el oficio de las armas con la dedicación a la poesía y a los dramas del nacimiento y pasión de Nuestro Señor. Los dos hermanos llevaban empresas militares idénticas, pues Gómez Manrique, cuando sólo tenía trece años, había acompañado a su tío el marqués en el sitio a la fortaleza de Huéscar, diez años antes de la campaña triunfal de Don Rodrigo.

En su juventud Jorge Manrique visitaba con frecuencia a su tío, y con esta ocasión consultaba su biblioteca. No tenía desde luego el aspecto imponente de la que en el palacio de Guadalajara guardaba el Marqués de Santillana, pero contenía los poemas escritos y cantados por aquellos años en Castilla : el amor cortés de los trovadores en busca de su dama, las Danzas de la Muerte con su burla a todos los estados, con destino idéntico en su día final y las canciones de los estudiantes, empeñados en gozar del presente, en vista de que a su muerte, por más que les busquemos todos los que vivieron antes que nosotros han desaparecido

3

Diego Gómez Manrique tenía gran cariño a su sobrino y celebraba su afición a las letras, y cuando compuso el «Planto de las virtudes y la poesía » en memoria de su tío el marqués de Santillana, quiso que el joven lo llevase en persona al palacio de Guadalajara. Con esta ocasión, Jorge Manrique tuvo acceso a la abundante biblioteca del marqués y allí completó sus conocimientos de historia y de literatura de Roma en recientes traducciones del latín. Además las letras italianas estaban representadas por Dante y Petrarca y. no faltaban los modelos franceses –el «Roman de la Rose» era la pieza más preciosa– . Allí estaban también las poesías en catalán de Ausias March, y por supuesto todos los poetas castellanos del siglo, desde Juan de Mena a la colosal obra del Marqués, que lo mismo popularizaba la poesía de los trovadores en sus cortejos a las pastoras de la serranía que componía grandes y severos poemas, imitando «La Divina Comedia» en «El infierno de los enamorados».

Cuando estuvo de vuelta en casa de su tío mostró su admiración por sus poesías cortesanas y sus autos teatrales , pero esta admiración subió muchos grados al leer su «Planto de María por la muerte de su hijo», que había escrito recientemente. Gómez Manrique le enseñó además –eran entonces los tiempos de Don Enrique IV – unas estrofas de pié quebrado que había dirigido al contador del rey, Diego de Ávila y que eran al mismo tiempo una sátira política contra la corrupción del reino y una reflexión sobre la vanidad del mundo y la fugacidad de la fortuna.

4

Pero el gran acontecimiento en la vida de Jorge Manrique todavía no había llegado. Al volver, después de aquel año de aprendizaje, a su casa de Siles se sorprendió viendo la cantidad de curiosos que rodeaban el castillo. La cosa no era para menos : Don Rodrigo Manrique había empeñado todas las rentas percibidas aquel año –la cosecha de trigo había sido excepcional– para hacer venir de Francia una tropa de herreros dirigidos por un maestro en artes, buen conocedor del quadrivium , El Comendador quería instalar en su mansión, en su habitación más noble, un reloj doméstico, uno de los primeros, si no el primero en aquellas tierras. El joven caballero, después de la primera impresión, se puso a meditar en el increíble adelanto que en sólo unos años habían adelantado las artes.

Todavía en su infancia se orientaba por el gran reloj de sol, colocado en el castillo, y gracias a él se había sentido seguro y feliz, porque su marcha circular, interminable y eternamente repetida le garantizaba que todo permanecía igual en su vida y nada pasaba ni se perdía. A los pocos años su padre le contó cómo, hacía menos de un siglo, todos los pueblos de la cristiandad habían sufrido una peste que había matado a la mitad de sus gentes, y todos querían saber el día y la hora, porque sentían con más intensidad que nunca el paso del tiempo. Entonces se construyeron los primeros relojes públicos en las grandes catedrales y en los castillos, pero ya no dependían del giro engañoso del sol, sino de unos ingenios mecánicos, que por un arte misterioso, marcaban regularmente unos pasos que ya no se repetirían. Y de esta forma todos los cristianos abandonaron su primera ignorancia, y a la vez se sentían aliviados ante un destino común.

5

Jorge Manrique asistió en primera fila al montaje de aquella prodigiosa máquina, pues el maestro del quadrivium le enseñó pacientemente su funcionamiento Los herreros habían forjado un cilindro y en él arrollaron una cuerda movida por una enorme pesa que colgaba de su extremo. Una rueda dentada, fija al cilindro tras formaba su movimiento continuo en un otro discontinuo y regular mediante dos aletas en ángulo recto, sujetas a una varilla, cuyo giro hacía oscilar horizontalmente un balancín. La exactitud de aquel ingenio era pasmosa : sólo se desviaba una media hora diaria, pero gracias a los últimos inventos de los sabios y al buen oficio de los artesanos, la desviación podía reducirse a un cuarto de hora.

Aquel reloj, uno de los primeros domésticos, se fue convirtiendo en algo propio del más joven de los Manrique. En sus momentos de ocio, iba él solo al salón y pasaba horas viendo una maravilla, completamente distinta de los silenciosos relojes de su infancia, que como el sol giraban en el espacio en un movimiento interminable, repetido e intemporal. En esta nueva máquina, debajo de una calavera estaba escrito «tempus fugit». Y era verdad, pues gracias a ella se había descubierto que todo pasa, ya que su sonido, –las dos aletas producían en la rueda dentada un constante tic-tac– era entre todas las sensaciones, la única fugaz y temporal. Y Jorge Manrique experimentaba dos sentimientos contrarios, por una parte la admiración ante aquel prodigio, y por otra la angustia ante el paso inexorable del tiempo.

6

A sus treinta y cuatro años Jorge Manrique había conocido a dos generaciones de reyes, y había acompañado a su padre, sus tíos y hermanos en todas las querellas de los reinos de la península. Los Manrique, además de luchar contra los moros, tomaron partido por los infantes de Aragón, oponiéndose al rey Don Juan y a su valido Don Álvaro de Luna, fueron enemigos de Enrique IV, defendieron como sucesor a su hermano Alfonso hasta su muerte prematura y terminaron reconociendo al rey a condición de que nombrase heredera a su otra medio hermana Isabel frente a Alfonso de Portugal y su esposa Juana. En medio de esta continua guerra civil, el prestigio de Don Rodrigo siguió creciendo : a sus cuarenta y seis años adquirió el título de Conde de Paredes de Nava, a punto de cumplir los sesenta fue nombrado Condestable de Castilla y al estar presente en el pacto de los Toros de Guisando ganó el favor de la futura reina.

Aquel año de 1474 se precipitaron los acontecimientos políticos en Castilla. El 11 de Diciembre moría Enrique IV sin determinar claramente su heredero y dos días después Isabel fue proclamada reina de Castilla, con la oposición de Juana y de su marido Alfonso de Portugal. Dentro de poco comenzaría una guerra civil entre los dos pretendientes al trono, un conflicto que en aquellos momentos no se había decidido en ningún sentido. Ese mismo año Don Rodrigo había sido proclamado en Uclés Maestro de la Orden de Santiago, siendo ya un venerable anciano de setenta años y todo el clan asistió orgulloso a su nombramiento, en primerísimo lugar sus hermanos y sus hijos Pedro y Jorge.

7

Cuando Don Rodrigo se trasladó a Ocaña, residencia de los Maestres de la Orden de Santiago quiso que toda su familia participase del homenaje que se había rendido a su persona, y conociendo la afición de sus hermanos y su hijo menor a las letras decidió organizar en la villa unos juegos en que todos mostrasen su maestría. Primero cantó Jorge unas coplas de amor cortés, que glosaban una sentencia breve desarrollada en estrofas de cuatro versos, y sobre todo dos de ellas fueron muy celebradas. »Ni miento ni me arrepiento», decía una de ellas, pero la otra era más conocida y había servido de pié forzado en muchos torneos de trovadores: «Sin Dios y sin vos ni mí». Después Don Diego Gómez Manrique dijo que no era aquélla ocasión de representar sus autos, pero a requerimiento de su sobrino había encargado a un juglar que recitase sus burlas al rey Enrique y a su contador Diego de Ávila y cómo la muerte termina con toda la gloria mundana.

También Don Pedro quiso tener parte en la fiesta y a su requerimiento y dineros, una compañía de cómicos de la legua representó una Danza de la Muerte que se había compuesto hacía sólo cuatro años, y el maestre de Santiago, tuvo un gran contento, pues dijo que en los grandes encumbramientos es necesario recordar cuál es el destino de todos los hombres. La composición era muy larga, rimada en pesadas estrofas de arte mayor, pero el continuo paseo de personajes de todos los estados la hacía muy llevadera y hasta agradable : y todos veían que ni siquiera el Papa podía censurar aquella afrenta, pues que debía morir era manifiesto y negar suceso tan evidente sería ocasión de risa y hasta desprecio.

8

En Febrero de 1476, ya en plena guerra civil, Rodrigo Manrique, manteniendo su fidelidad a la reina Isabel, se enfrentó a Téllez Girón, Maestre de Calatrava, consiguiendo romper el sitio de Sabio te. La operación militar dejaba temporalmente fuera de combate a uno de los puntales del rey de Portugal, facilitando el triunfo decisivo de Isabel unos días después, el 1 de Marzo en la decisiva batalla de Toro. La reina será generosa con los Manrique, otorgando a Diego Gómez el cargo de corregidor en Toledo, a Jorge la capitanía de la Santa Hermandad en la misma ciudad, y a su padre la Encomienda de Santiago con plenos poderes . Todavía el 30 de Julio, el incansable anciano nombraba regidor de Úbeda en sus dominios de Jaén a Don Antonio de Valencia.

Dos meses después Don Rodrigo se sintió enfermo, retirándose a la residencia del maestrazgo, y soportando allí los dolores cada vez más agudos de su dolencia. Sólo cuando, ya en Noviembre, vio que su muerte se acercaba, se decidió a llamar a Don Diego Gómez y sus otros hermanos, y a Pedro y Jorge para que le acompañasen en lo que él decía su última batalla.

Cuando Jorge Manrique llegó a Ocaña, quedó impresionado ante la figura de su padre, cuya cara estaba toda roída por un cáncer. En las imágenes que él había visto en las ilustraciones de las Danzas, la Muerte aparecía con la cabeza revestida de piel muy delgada, con los huesos de la nariz y de los ojos al aire, con la piel apergaminada sobre las costillas y sobre el esqueleto de los brazos y piernas: así vio al invencible Don Rodrigo, y era como si la muerte se hubiese apoderado de él.

9

El 11 de Noviembre moría Don Rodrigo Manrique, rodeado de toda su familia, que le veló durante aquella noche. Cuando fue el turno de Jorge Manrique, empezó a recordar todo el tiempo feliz que desde su niñez había disfrutado, gracias a su padre, y las continuas empresas que harían por siempre famosos a los Manrique. En todo aquel otoño había compuesto unas coplas de amor de las que estaba orgulloso por su altísimo nivel literario, que le reconocieron los trovadores compañeros y rivales, y estuvo tentado de dedicar al maestre aquellas muestras de su ingenio, para hermanar las carreras de armas y letras.

Al final decidió bajar de aquellas alturas a una prosa más humilde, pues pensó que bien merecía la memoria de Don Rodrigo este sacrificio. Cuando le sustituyó su hermano Pedro, bajó al escritorio que en la casa de Ocaña tenía la Orden de Santiago, y olvidándose por unas horas de los lances de amor, repasó las Danzas de la Muerte, los plantes de que su tío Diego escribió para el Marqués o que puso en la boca de María, los Consejos al contador de Don Enrique, y la Consolación a Doña Juana Mendoza, y suspirando, porque no siempre se puede ser poeta, empezó a escribir.

Recuerde el alma dormida…

 

El Catoblepas
© 2009 nodulo.org