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El Catoblepas, número 85, marzo 2009
  El Catoblepasnúmero 85 • marzo 2009 • página 23
Libros

Un ideario para la ciudadanía y la nación española

José Manuel Rodríguez Pardo

Sobre el libro de Gustavo Bueno Sánchez y Santiago Abascal Conde, En defensa de España. Razones para el patriotismo español, Ediciones Encuentro-Fundación DENAES, Madrid 2008, y el revuelo producido a causa de su publicación

Gustavo Bueno Sánchez y Santiago Abascal Conde, En defensa de España: Razones para el patriotismo español

Cuando fue presentada la Fundación DENAES, para la Defensa de la Nación Española, muchos personajes, manifestando su ignorancia y mala fe, afirmaron que se trataba de «un submarino del PP». Razonando desde el dualismo maniqueo derecha/izquierda, bajo la forma del dualismo PP-PSOE, recelaban en base a apariencias y tópicos de los componentes heterogéneos que se manifestaban dentro de la Fundación DENAES. De hecho, muchos lo siguen afirmando atendiendo a determinados tópicos o apariencias externas, que pueden sin duda llevar a confusión pero que no pueden tomarse como medida general. De hecho, el libro que aquí reseñamos no está escrito desde la perspectiva del PP o de la Fundación FAES, sino desde la perspectiva del materialismo filosófico, aportada por Gustavo Bueno Sánchez y asumida por el Presidente de la Fundación DENAES, Santiago Abascal Conde.

Este libro, cuyos precedentes podemos encontrar en clásicos como España defendida de Francisco de Quevedo, toma como referencia otros publicados anteriormente por Gustavo Bueno, como España frente a Europa o España no es un mito. Su contenido consiste en un argumentario para la defensa de la Nación Española, lo que constituye un derecho y una obligación para todos los españoles, según señala el Artículo 30.1 de la Constitución Española de 1978, que los autores se cuidan de citar en la página 202 del libro. Para esta defensa dialéctica, los autores ofrecen una serie de argumentos para esos españoles que, por definición, han de posicionarse en defensa de España, tanto frente a indiferentes o incluso partidarios del secesionismo y fragmentación de la nación española. Argumentos que atacan a los que han asimilado la Leyenda Negra antiespañola y piensan que España ha de terminar disolviéndose en una metafísica «Europa de los Pueblos», pero también a quienes amenazan verbal y constantemente a España, buscando desde el nacionalismo la formación de naciones segregadas de ella. En defensa de España busca así ser un libro de cabecera para entender qué es España y por qué motivos hay que defenderla frente a amenazas externas e internas.

La Leyenda Negra, en el sentido que la definió Julián Juderías, como una forma de interpretar la Historia de España consistente en ocultar lo positivo y exagerar lo negativo que en ella existe, no sólo afectó al fenecido Imperio español o a la pretérita cultura española, sino que es claramente perjudicial para la actual Nación Española y también para la comunidad hispánica, para los «españoles de ambos hemisferios» de los que hablaba la Constitución de 1812. Leyenda Negra que si en un principio consistía en una crítica al poderío político hispano, con el nacimiento de la Nación española se convierte en desprecio a España, a la que algunos extranjeros fantasiosos consideran una sociedad africana o una suerte de prolongación de la península arábiga:

«Sobre todo desde el siglo XIX, principalmente de la mano de los viajeros ingleses, franceses o alemanes que recorrían la España que derrotó a Napoleón en la guerra de Independencia, éstos llegaron a caracterizar a la sociedad española como "africana" (lo que significaba, sobre todo, que España era una sociedad que se mantenía ajena al "Progreso" –industrial, tecnológico...–, a la "Razón", a la "Ciencia"... se supone cultivadas en el resto de Europa, pero no en España). El famoso "África empieza en los Pirineos", de Alejandro Dumas, fue un lema afrentoso, dirigido a España, precisamente para poner de manifiesto el supuesto «atraso» sufrido por la sociedad española (sobre todo en razón, según dijimos, de su identidad católica –hay que tener en cuenta que buena parte de tales viajeros eran protestantes–). Es decir, la caracterización de España como sociedad africana no es neutra (geológico-geográfica), sino valorativa: España es, para los viajeros ilustrados y románticos europeos, una sociedad bárbara, poco cultivada, pasional (Carmen es el canon, que alguno de estos viajeros, por otra parte, no van a dejar de ver con simpatía, bien que asumiendo el canon), desordenada, amorfa en fin» (págs. 100-101).

El libro se estructura en tres partes diferenciadas: la primera se centra en los asuntos «Sobre la existencia de España», donde se realiza un recorrido histórico por las distintas realidades históricas que aportan testimonio sobre la existencia histórica y en el presente de la Nación española. La segunda versa «Sobre la esencia de España», donde se analizan las distintas identidades de España a lo largo de su Historia, tanto desde su inicial proyecto imperialista de lucha contra el Islam en la Edad Media, época en la que los famosos «cinco reinos» combatían unidos solidariamente por la Corona de Castilla y sus reyes emperadores, posteriormente convertido en Imperio universal con el descubrimiento de América en 1492 y ya con la Constitución de 1812 en nación política. Sin embargo, España como nación política no podía surgir de la nada, sin una nación previa, una «nación histórica» como conjunto de personas que comparten unas costumbres e historia comunes, que pese a no ser política sin embargo estaba integrada en una sociedad política, en los reinos unificados bajo la Corona de España:

«Por último, la tercera especie dentro de este género de acepciones étnicas que llamamos «nación histórica» tiene especial interés por cuanto se confunde normalmente (no tanto interesadamente) con el género de las acepciones políticas de nación. Francia, España, Inglaterra, Alemania, Italia, al margen de su unidad e identidad políticas, eran consideradas como naciones, en sentido histórico, desde el siglo XV, lo que quiere decir que han tenido capacidad para envolver a otras naciones (integradas) y convertirlas en partes suyas.
Ahora bien, la «nación histórica» no es todavía política, puesto que en ella la soberanía no reside en la nación, sino en el Monarca (o Príncipe), autoridad que detenta el poder político y que, a través de sus empresas, en las que se integran las distintas partes de la nación, se consolida un proceso de homogeneización cultural (lengua, costumbres, religión, &c.) que permite distinguir a esa nación envolvente de otras de rango semejante. Se dirá «nación histórica» porque, aunque en ella no resida el poder político, sí se mueve en una perspectiva ya política, a diferencia de la perspectiva puramente «antropológica» de las dos primeras especies «periférica» e «integrada»». (pág. 113).

La tercera y última parte del libro versa «Sobre la defensa de España», donde los autores distinguen, para clasificar a los enemigos de la Nación española, entre amenazas formales y materiales que sufre actualmente España. Destaca como amenaza interna formal más importante el nacionalismo fraccionario de partidos como el PNV, CIU, Esquerra Republicana de Cataluña, &c., que verbalmente amenazan con la secesión si no se cumplen sus exigencias de financiación asimétrica respecto a otras regiones de España. Pero también existe una amenaza implícita externa que supone la disolución de España en Europa y también la amenaza islamista, normalmente difusa en la forma del terrorismo yihadista, y más concreta en el caso de nuestro vecino Marruecos, que aspira a poseer territorios periféricos de España como Ceuta, Melilla o las Islas Canarias.

El argumentario que constituye En defensa de España comienza con la definición de conceptos básicos como la propia España, la cultura española –difundida distributivamente entre miles de culturas regionales de Europa, América, África y Asia– o la lengua española, hablada por 400 millones de personas en todo el mundo con especial énfasis en Estados Unidos, segundo país hispanohablante del planeta.

Pero también los autores aclaran y refutan conceptos oscuros y confusos de nuestro presente, como el denominado «patriotismo constitucional», pues asumirlo es tanto como suponer que España nace con la Constitución de 1978 y no antes, seudoconceptos como «nación de naciones» (de entidad equivalente al absurdo «círculo de círculos»), «nacionalidad histórica» (usado para atribuirle Historia a Cataluña o al País Vasco y negársela a España) y otros muchos embrollos «semánticos» en los que se apoya el secesionismo para sus planes de segregación de España.

Uno de los momentos más importantes de la obra es la definición del concepto de Nación como opuesto al Pueblo. Si bien el segundo designa a una muchedumbre capaz de expresar su «voluntad general», «la Nación no sólo designa al Pueblo que vive en ella, sino también a los muertos que la constituyeron y mantuvieron, y a los hijos que todavía no han empezado a vivir (o incluso a los que ya han nacido pero aún no tienen derecho a voto), pero que ya están, sin embargo, contemplados en los planes presentes dirigidos al mantenimiento futuro de la Nación». Quiere esto decir que la existencia de toda Nación, en nuestro caso particular de la Nación Española, no es sólo una voluntad coyuntural y personal que pueda manifestarse en las urnas o mediante otra forma, sino algo que constituye a los ciudadanos que la integran, lo quieran o no, al estar incluidos en su proyecto histórico.

«No cabe, en todo caso, confundir (reducir) soberanía nacional y soberanía popular (concepto de origen rousseauniano y de estirpe plebiscitaria –de plebe–, contractualista), como en cierto modo hace la Constitución de 1978, del mismo modo que no cabe reducir la Nación al Pueblo. En efecto «Pueblo» designa, ante todo, a una muchedumbre viva que, en el presente, es concebida como capaz de expresar su voluntad política («voluntad general») mediante el sufragio; pero la «Nación» no sólo designa al Pueblo que vive en ella, sino también a los muertos que la constituyeron y mantuvieron, y a los hijos que todavía no han empezado a vivir (o incluso los que ya han nacido pero aún no tienen derecho a voto), pero que ya están, sin embargo, contemplados en los planes presentes dirigidos al mantenimiento futuro de la Nación.
Por eso, el pueblo no puede decidir, y menos aún una parte suya, sobre la Nación española, aunque sí puede, si las divergencias entre sus componentes son muy fuertes, hacer inviable la recurrencia de la Nación, lo que implicaría a su vez la dispersión de la propia muchedumbre popular, y con ello su ruina» (página 148).

Constituye en definitiva un delito de lesa patria la colaboración con la desobediencia «canalizada a través de los partidos secesionistas, infiltrados institucionalmente en el cuerpo político español» (pág. 149), y que constituyen a día de hoy la principal amenaza interna tácita a la existencia de la Nación Española.

Sin embargo, de quedarse en este nivel argumentativo, el libro no sería más que un compendio de lo más importante de las citadas obras de Gustavo Bueno, sin más interés. Pero esta obra no sólo ofrece el argumentario ya señalado, sino también la materia acerca de la que se está argumentando. Los numerosos argumentos sobre la existencia histórica de España o las amenazas que actualmente sufre son acompañados no sólo de documentos históricos, sino también de intervenciones parlamentarias, documentos políticos (como el Pacto del Tinell, conjura en la que se forma la coalición de «todos contra el PP» para que nunca más vuelva a gobernar el Partido Popular en España) o entrevistas realizadas en los medios de comunicación a los políticos secesionistas, caso de los ya conocidos Carod Rovira, Maragall, Ibarreche o Puigcercós, donde se aprecian claramente las amenazas lanzadas por estos enemigos de la Nación Española.

En suma, el libro no sólo argumenta en defensa de España, sino que proporciona a quienes tienen la certeza pero les faltan las razones, argumentos para la defensa dialéctica de la Nación Española frente a quienes, en la vida diaria, la amenazan o, por mera ignorancia y panfilismo, la ponen en peligro.

Reseñas en la prensa digital

En defensa de España. Razones para el patriotismo español es una obra que ha merecido mención de algunos medios de comunicación, incluyendo referencias de varios Amigos de la Nación, como Alejo Vidal Cuadras, que ha mencionado la obra en su artículo publicado el 4 de enero de 2009 en La Razón, titulado «España, nuestra libertad». No obstante, las referencias más prolijas sobre el libro han aparecido en la prensa digital, destacando dos que vamos a comentar a continuación.

La primera de ellas fue publicada en El Semanal Digital, el 12 de Diciembre de 2008, firmada por Carmelo López Arias y titulada «Documentado alegato por España de Santiago Abascal y Gustavo Bueno», donde destaca positivamente la obra, y pese a manifestar formalmente algunas discrepancias sobre algunos conceptos filosóficos, el autor no abunda en sus críticas y se limita a señalar que el planteamiento del libro «agota el tema».

La segunda reseña a la que nos referimos fue publicada en el periódico digital Hispanidad, bajo el título de «Una aproximación objetiva a la Historia» y la firma Pablo Nuevo. En esta reseña el autor desnuda sus planteamientos metafísicos al realizar la crítica a los conceptos usados por Bueno Sánchez y Abascal, lo que resulta una ocasión interesante para poner a prueba la solidez del libro. Así, el autor de la recensión comienza señalando sobre los argumentos del libro que

«podemos apreciar que brotan con fuerza de un corazón apasionado, lo cual explica que en ocasiones se acumulen datos, razones, citas históricas y doctrinales de manera un tanto deshilvanada».

No se puede comenzar la reseña de forma más desafortunada, pues si por algo se caracteriza el libro es por enumerar de forma sistemática cuestiones fundamentales para definir España: su existencia, su esencia, sus amenazas. Y lo que el autor de la reseña denomina como datos deshilvanados no son otra cosa que ejemplos y razones que explican las teorizaciones. En suma, argumentos para quienes quieren defender España pero carecen de ellos.

Es más, esta afirmación tan curiosa no se puede equilibrar con el elogio a la labor política de Santiago Abascal, al menos doctrinalmente hablando. Sobre todo si los argumentos para explicar el motivo de la publicación de este libro son tan peregrinos como «llevar a España en el corazón». Algo que también los seguidores de Sabino Arana, con especial devoción los terroristas secesionistas de ETA, cumplen a la perfección: ellos también llevan a su Euskal Herria en el corazón, por lo que ambas perspectivas acaban estando empatadas.

«Una vez sentada la existencia de España, indagan cuál es su esencia. Coincidiendo con mucho de lo afirmado en el libro (España es católica, España es europea, España pertenece a la Comunidad Hispánica), a mi modo de ver es la parte más débil del libro, quizá debido a la metafísica que subyace a la misma.
De acuerdo con la filosofía clásica, la esencia de una cosa (aquello que la hace ser como es) es lo que le permite existir. Es decir, para poder existir algo debe, previamente ser. Y, si deja de ser lo que es, no puede seguir existiendo, porque sería algo distinto. En cambio, en algún momento parece que para los autores del libro España puede cambiar su esencia y seguir existiendo como España, en aplicación de una metafísica que prima la existencia por encima de la esencia.»

Siguiendo la estela argumentativa de Pablo Nuevo, podríamos concluir que Dios existe. Es decir, que si la esencia precede a la existencia, nos encontramos ante el argumento ontológico de San Anselmo que pide que el ser perfectísimo incluya entre tal cúmulo de perfecciones la existencia. Pero esencia y existencia no pueden considerarse desligadas o una brotando de la otra, y menos aún como entidades eternas e inmutables. España puede seguir existiendo pese a que se caracterice su esencia por otras cuestiones históricas: comenzó siendo un Estado imperialista en la Edad Media, que se consolidó como Imperio universal tras el descubrimiento de América. En el siglo XIX, la acción combinada de la derecha extravagante y la izquierda liberal produjeron la transformación de ese Imperio en un conjunto de naciones políticas cuya esencia es precisamente la lengua española, esto es, la Hispanidad que da nombre al periódico donde se publica la reseña.

«Es más, a mi modo de ver dar prioridad a la esencia de España (por tanto, también a la de sus partes) es una de las mejores armas para combatir el nacionalismo disgregador. Y es que el nacionalismo, en la medida en que necesita construir una identidad nacional desde el poder (por eso siempre es intervencionista), debe privilegiar aquel factor identitario que permita presentar su región como nación diferente de España, pero al precio de olvidar el resto de factores culturales que conforman la identidad de esa región. Por volver con el ejemplo catalán: si lo que define a la nación catalana es la lengua, la acción política debe privilegiar todo lo relativo a la lengua, con el resultado de acabar subvencionando cualquier manifestación cultural en lengua catalana, aunque el contenido de la misma sea completamente ajeno a la tradición catalana.»

Sin embargo, pese a las afirmaciones del autor de la recensión, dar prioridad a la esencia aporta argumentos al nacionalismo disgregador de catalanes y vascos. Siguiendo el argumento de que la esencia implica la existencia: ¿acaso no existe ya «en esencia» la Cataluña independiente o el Euskal Herria en el que Adán balbució sus primeras palabras en eusquera? Pensar que privilegiar un elemento como la lengua acabará por destruir al propio nacionalismo es ser muy ignorante: precisamente, en el momento que sólo se hable catalán en Cataluña y no español, no será posible decir que haya algo común a España en Cataluña.

«Esta metafísica lleva a los autores a sostener, por ejemplo, que «amenazar a la esencia de España no tiene por qué suponer amenazar su existencia». Ahora bien, imaginemos que por algún fenómeno dejara de haber españoles, subsistiendo todo el patrimonio histórico-artístico de España, y la península ibérica pasara a ser habitada por treinta millones de chinos. ¿Podríamos seguir hablando de la existencia de España? En mi opinión, esta pregunta sólo puede responderse de forma negativa.»

Pero quienes están presos de la metafísica esencialista más acusada son los autores de Hispanidad, pues ¿en qué sentido los presuntos chinos seguirían siendo chinos y no españoles, una vez que hayan asimilado la lengua y el patrimonio histórico y artístico de España? Evidentemente, si en España nos ponemos a hablar chino mandarín, entonces seguramente dejaríamos de ser españoles y nos encontraríamos bajo la órbita del Imperio del Centro, pero evidentemente ese no es el caso que plantea Hispanidad. Los autores, como no podía ser de otro modo, aportan un razonamiento muy importante al respecto que sin embargo Pablo Nuevo no ha sido capaz de percibir salvo a grandes rasgos:

«Pero además, entre las amenazas dirigidas contra España, hay que distinguir entre aquellas que van dirigidas contra su esencia de aquellas que van dirigidas contra su existencia, pues dirigir amenazas contra la esencia de España, según ésta se conciba, no tiene por qué suponer amenazar su existencia. Así, por ejemplo, se puede amenazar a España, desde el comunismo, por ser (esencialmente) un país capitalista (un «estado burgués»), pero ello no implica amenazar su existencia; al contrario, se pretende, desde esa amenaza, salvar la existencia de España por entender que el capitalismo terminaría por arruinar su existencia. La amenaza iría dirigida contra el capitalismo en España, pero no contra España en sí, cuya unidad se trataría de salvaguardar para convertirla, vía revolucionaria («dictadura del proletariado»), en un «estado socialista» (otra cosa es que lo que termine siendo ruinoso sea el comunismo).
Distinto sería el sentido de las amenazas si éstas vienen dirigidas desde el anarquismo, pues éstas estarían motivadas por la esencia estatal de España (por ser España un Estado, entre otros), y por tanto, aquí sí, amenazar su esencia supondría también amenazar su existencia como sociedad política (y es que amenazar a España en tanto que sociedad política es amenazarla formalmente en su existencia)» ( págs. 154-155).

De hecho, las posiciones que defiende el autor de Hispanidad son las propias de organizaciones encuadradas en lo que denominaríamos como «derechas no alineadas», como Democracia Nacional, quienes consideran que la inmigración, por sí misma, es un ataque a la identidad de España. Pero la inmigración hispanoamericana no puede considerarse un ataque a la identidad española, en tanto que es un momento más de los constantes flujos migratorios que se han producido entre España e Hispanoamérica desde hace más de quinientos años. Sólo desde una metafísica esencialista ligada además a una derecha no alineada, con connotaciones racistas, podrían defenderse semejantes tesis. No afirmamos que Hispanidad sea un periódico racista, ni mucho menos, pero las tesis que usa el autor de la reseña entroncan con esas posiciones «identitarias».

 

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