Nódulo materialistaSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org


 

El Catoblepas, número 75, mayo 2008
  El Catoblepasnúmero 75 • mayo 2008 • página 17
Comentarios

Los postulados de la razón poética
en Santiago González Escudero

Enrique Prado Cueva

Ante el fallecimiento de Santiago González Escudero

La filosofía en ademanes

La muerte siempre llega, avisando unas veces, inesperadamente otras. Su marcha es inexorable. Tanta es su fuerza que todos, tarde o temprano, habremos de rendirnos a su proyecto. Cuando Alejandro Rivas me llamó para contarme que Santiago se había muerto padecí, una vez más, el geométrico cumplimiento de esa inexorable certidumbre por la que el hombre no puede romper su pacto con la muerte. Ésta es un no-camino que por el propio peso de su gravosa puntualidad se precipita, como los caballos alados del Fedro platónico, sobre cada una de las almas de la ciudad en la que habitamos.

La polis, la ciudad, en su bullicio dialéctico es el motor de la filosofía de Santiago. Una filosofía esbozada en cada una de sus clases y aderezada por sus peculiares ademanes didácticos: abría sus manos con las palmas hacia arriba, las miraba como si de ellas emanara un guiño de la razón y proseguía desentrañando el logos de las cosas. Sus coletillas pedagógicas ya son proverbiales: «...la vida, chicos» para remachar una paradoja o una contrariedad, «…estos muchachos...» refiriéndose por ejemplo a los indoeuropeos o a la turbamulta que asedió la Bastilla y que para Kovaliov –autor de una Historia de Roma de corte marxista– hacía igual papel que los bolcheviques tomando el Palacio de Invierno. Todo ello, maneras y palabras, han pasado a sus alumnos por una mímesis platónica fácil de entender: Santiago encarnaba el logos griego en sus clases con un tamiz crítico y materialista –ambas cosas van unidas– que fracturó nuestros prejuicios cristianos como propedéutica necesaria, y obligada, para acceder al logos griego, en clara competencia con el Logos de San Juan.

Por aquel entonces, el ambiente de la Facultad de Filosofía era muy propicio para destramar la urdimbre de lo que una parte de la Facultad llamaba los grandes relatos y otra simple y llanamente escolástica. El materialismo filosófico de Bueno fue siempre punto de referencia para nuestros espíritus inquietos. Santiago proporcionó un horizonte griego a ese materialismo dialéctico. De ello surgió la tremenda fascinación que sus clases ejercían sobre unos jóvenes que, a su manera, estaban disfrutando, sin saberlo, de su peculiar mayo del 68. De esa fascinación era él mismo testigo: nunca conocí un profesor que durante prácticamente dos horas de clase recibiera tal cantidad de preguntas por parte de sus alumnos. Nos contó cómo en sus años de universidad asistió a una clase de metafísica que simplemente le espantó hasta el punto de que abandonó el aula sin esperar a que terminará el soporífero tostón. Me parece que esa fue la razón que le hizo matricularse en filología clásica. Visto con perspectiva decidió con acierto para beneficio de todos. Nunca ningún filósofo clásico resultó con él aburrido. A punto de escoger autor para la tesis, me advirtió de todos los pros y los contras de elegir a Aristóteles como autor. Pero nuestra decisión fue irrevocable y el resultado llegó con un trabajo sobre el color en Aristóteles que tuteló y dirigió con mimo: nada que ver con el Aristóteles rancio de la ontoteología.

Mientras impartía sus clases nunca se sentaba porque decía que la filosofía debía de estar en movimiento. Esta ironía socrática respondía a su peculiar forma de entender la docencia. Ejercía la kínesis aristotélica de un alma en perpetua enérgeia.

De este modo ejemplificaba cómo las ideas nunca eran producto de la quietud ni de la contemplación desinteresada sino que su origen estaba en la plaza pública, en el ágora de la ciudad, en su pertinaz bullicio, alimentado por toda suerte de prejuicios.

Santiago generó en nosotros la capacidad y la habilidad necesarias para investigar el mundo griego, su filosofía. Y lo que es más importante, nos preparó a conciencia para ello: «...de este modo, si algún día no estáis en disposición de que os ayude tendréis herramientas suficientes para salir adelante». A esto unía «...de la misma manera en que yo os echo una mano, vosotros haréis lo mismo con otros». Solamente se puede dejar una impronta tan decisiva en los alumnos si los presupuestos de partida son sólidos, ya no sólo en el ámbito ético sino también en el académico. Como alumno de Santiago, como doctorando suyo, puedo hacer memoria y constatar los frutos de su magisterio. Sus orientaciones a lo largo de la elaboración de la tesis doctoral, las innumerables charlas en su despacho, sus clases desinteresadas de griego durante los dos últimos años de carrera compartidas con María y Emilio… todo ello me ayudará, espero, a pergeñar lo que incidentalmente he dado en llamar «postulados de su razón poética».

La filosofía como poética

Todos los postulados que citaré están formados por un núcleo nominal «razón», adjetivado a continuación por una idea rectora en cuyo ámbito Santiago fue capaz de generar ideas novedosas. De ellas encontraremos trazos en las tesis doctorales que dirigió, en la memoria de quienes fuimos sus alumnos, discípulos, y en algunos de los artículos que publicó. Se trata de un ensayo de axiomática incidental, una suerte de biografía intelectual elaborada desde el recuerdo y guiada por la imborrable huella que dejó en nuestra labor docente e investigadora e, incluso, en sus recomendaciones bibliográficas que, muy puntuales, nos fue dando a lo largo del tiempo.

Hablo more geométrico, de axiomas y postulados, con el único fin de articular una sintaxis de aquellos ademanes () que sus alumnos y discípulos heredamos y que, con el tiempo, hemos ido madurando hasta convertirlos en razón poética.

Santiago siempre ejerció su magisterio construyendo la idea, tan en boga ahora, de ciudadano. Ya en su día nos comentó –cuando no había aun llegado la moda de la ciudadanía; y de esto hace varios años– que no había asignatura más democrática que la propia Historia de la Filosofía. En ella, en el plazo de un curso completo los alumnos comprobaban la disparidad de opiniones –muchas de ellas encontradas–, perfectamente razonadas, sobre ideas que la propia dinámica social iba coloreando con sesgos y matices interesados. Este argumento, a mi juicio, sigue siendo decisivo para reivindicar la presencia de la Historia de la Filosofía en el curriculum del bachillerato.

Sobre esta construcción-reconstrucción-deconstrucción permanente del sujeto político –el que habita una polis– Santiago nos animó a que trabajáramos e investigáramos. Su filosofía no sistemática –no tenía por qué serlo– tenía un guión que iba cumpliéndose, a mi juicio, y que resumiré del modo siguiente: el construir, analizar y diseccionar dialécticamente la idea de ciudadano comparte operaciones y mecanismos constructivos con la idea de personaje; estas operaciones comunes podemos encontrarlas en el ámbito de la retórica y de la poética griegas; esto explica, a su vez, su gran interés por las artes y, muy concretamente, por el cine. Por esta razón, la poética y la retórica se convertirían en organon (una suerte de lógica material) de la filosofía. De ahí la importancia de Nietzsche en sus recomendaciones bibliográficas y en concreto el libro de Lynch Dioniso dormido sobre un tigre. A través de Nietzsche y su teoría del lenguaje.

Pasaré a citar muy brevemente los postulados esenciales de esa sintaxis u organon (instrumento) que, a mi entender, serían claves para comprender la labor filosófica y docente de Santiago.

Axioma de la razón utópica

La ciudad platónica era asumida por él como utopía constructiva y su marco de referencia era, sin duda, la República de Platón.

Nos recomendó que leyéramos los libros de François Choay, El urbanismo. Utopías y realidades, de Henry Lefvbre, La revolución urbana, de Havelock, Prefacio a Platón o el de Allam Bloom, El cierre de la mente moderna.

Apoyado en su conocimiento de la obra platónica, Bloom realiza una novedosa crítica de la sociedad americana, crítica que Santiago hacía extensiva en sus clases a la sociedad en que vivíamos y que era fundamento de su interés por el urbanismo. Todavía conservo una ingente cantidad de documentación que un redactor del diario El Comercio de Gijón me pasó entorno al polémico Elogio del Horizonte de Chillida. Por aquel entonces Santiago estaba muy interesado en terciar en la polémica surgida sobre la conveniencia, la oportunidad política, de este monumento que es hoy logotipo (un logos) del Ayuntamiento de Gijón y que él siempre defendió en consonancia con su idea de ciudad. Una utopía define un limes (frontera) dialéctico que al someterse a fuertes tensiones ideológicas, por la imposibilidad de su real plasmación, es capaz de generar discursos críticos muy eficaces, es decir, ideas que permiten urbanizar –no en el sentido de «especular» que está teniendo este concepto en la actualidad– el espacio ciudadano. La idea original –ya sea la de ciudad o ciudadano– aparece siempre, y en un primero momento, en grado cero, es decir, sin aparentemente matices ontológicos definidos. Platón se refiere a ello como grado cero de la escritura en un pasaje de la República dedicado a Homero. Toda idea elaborada en el seno de la utopía platónica está sometida a un proceso dialéctico de construcción-deconstrucción (plerosis-kenosis).

Este ciclo dialéctico kenosis-plerosis que conlleva la repleción y el vaciamiento de cualquier idea es, a mi juicio, uno de los modos en que Santiago ejercía su crítica hasta conducirnos a verdaderas aporías ciudadanas. Por eso, un día nos dijo «El cuerpo no nos pertenece. Tu cuerpo no es tuyo pues de serlo podrías evitar muchos de sus avatares y, sobre manera, el más definitivo de todos».

Este axioma se ejerce en El Banquete de Platón en donde Sócrates reconoce que el hombre ha de darse, para ser un ser humano pleno, a la ciudad en la que vive. El pleroma del hombre, su gracia completa, su plenitud es su extrañamiento; su kenosis, su vaciamiento, su saberse dueño de nada es su plenitud. En este proceso dialéctico se movía Santiago, tanto en sus clases como en sus orientaciones en los trabajos de investigación y en las tesis doctorales.

Junto a este axioma, de capital importancia, citaré las matizaciones, los caminos (poroi) que conducían a su ejercicio efectivo.

Postulado de la razón poética

Nunca creyó que la filosofía griega pudiera darse al margen de la literatura, ni que la filosofía en general se substrajera a una exposición previa –al menos, didácticamente– de los avatares artísticos de su tiempo. Siempre dio, por ejemplo, gran importancia al estudio de la pintura en las vasijas griegas; la Ilíada, la Odisea, la poesía lírica griega eran lecturas obligadas para sus alumnos.

Postulado de la razón cinematográfica

La construcción de un ciudadano no es otra que la construcción de un personaje, de un thauma o muñeco articulado, de un Golem, de un robot o autómata como los que aparecen en el canto XVIII de la Ilíada.

La existencia de mecanismos dialécticos comunes, procedentes de la retórica y de la poética, para explicar la construcción de un sujeto-ciudadano y de un sujeto-personaje, le proporcionaron un instrumento eficaz y muy potente de análisis de la propia idea de ciudadano. Un análisis que Santiago ejerció en su docencia, en artículos recientes y en conferencias.

Un profesor suyo de historia, de su época de bachiller, les había inculcado el profundo interés por la Historia y el cine. Como ejercicio escolar les conminaba a que fueran al cine a ver tal y cual película que les presentaría –al modo platónico– las ideas de una época pero en movimiento, de forma cinematográfica. Nos ofreció como lectura interesante dos libros de Deleuze: La imagen-movimiento y La imagen-tiempo.

Postulado de la razón mítica

El mito nunca consistió para Santiago en un prejuicio del que fuéramos capaces de deshacernos. Europa, bien lo explicó, se construyó sin existir realmente como tal. Fue primero su esencia que su existencia, es decir, se hizo primero mito para luego, mediante la propaganda, habitar en nuestro imaginario común. Esta inversión de la esencia primando sobre la existencia (un hysteron proteron o post hoc, ergo propter hoc) es propia del argumento ontológico y constitutivo de la idea de Dios o de los dioses. En una de sus clases, nos recomendó la lectura de La presencia del mito de Kolakowsky y para que nos entretuviéramos y descansáramos nos propuso como lectura Los propios dioses de Isaac Asimov.

Postulado de la razón filológica

La verdad era una idea que había que desmitificar. Por eso nos contó, por ejemplo, que alétheia («verdad» en griego clásico –siglo V–) era el término con el que en el palacio de Cnosos –siglo XIII– se calificaba a los carros en buen estado, es decir, eran carros «verdaderos». Una explicación así siempre iba acompañada con algunas sonrisas que brotaban del placer que de forma inesperada nos proporcionaban sus análisis filológicos. El griego era un instrumento imprescindible para su docencia. Por esta razón accedió desinteresadamente a una petición mía de darnos clase de griego los sábados por la mañana. Aceptó sin reservas. El método fue increíble. Al segundo día estábamos ya traduciendo, una vez explicado y ejercitado el sistema vocálico griego –en la clase anterior–, suma de lo que él llamaba el sistema vocálico de la sociedad mediterránea y el sistema vocálico de la sociedad indoeuropea.

Postulado de la razón práctica

La inteligencia práctica (la metis griega) era el elemento revolucionario capaz de organizar la estructura ciudadana a partir, seguramente, del hombre de genio o del prostates, del ciudadano o ciudadanos con la habilidad suficiente para guiar a la ciudad por el entramado de las ideas platónicas. Este postulado lo ilustraba con alguna de sus lecturas recomendadas: Las artimañas de la inteligencia de Marcel Detienne y Pierre Vernant o Los orígenes del pensamiento griego de Vernant.

Postulado de la razón histórica

No entendía el estudio de la filosofía al margen de la historia aunque fuera en sus detalles más nimios. Cierta vez nos explicó cómo la falta de higiene en la Edad Media fue la causa de la Peste Negra que asoló Europa en el siglo XIV. ¿Dónde estaban las letrinas en los castillos medievales? Fue la pregunta clave, el detalle aparentemente superfluo que, en parte, explicaba las causas de la pandemia. Quizás por esto nos animó a que leyéramos la obra de Ivan Ilich, El H2O y las aguas del Olvido.

¿En qué nos hizo mejores Santiago? ¿De qué modo lo consiguió? Sólo si intentamos responder a estas preguntas encontraremos la mansedumbre necesaria para encarar su Ausencia. Lo que dure nuestra vida será tiempo y sazón para acordarnos del profesor, del amigo.

 

El Catoblepas
© 2008 nodulo.org