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El Catoblepas, número 63, mayo 2007
  El Catoblepasnúmero 63 • mayo 2007 • página 14
Documentos

En la conmemoración en Oviedo
del 25 de mayo de 1808

Javier Neira

Discurso pronunciado en la Sala Capitular de la Catedral de Oviedo el 25 de mayo de 2007, en la conmemoración del 199 aniversario de aquellos sucesos decisivos para España, organizada por la Sociedad Asturiana de Amigos del País

Conmemoración en Oviedo del 25 de mayo de 1808 el 25 de mayo de 2007
La procesión cívica, encabezada por su Guardia de Honor, sale del Claustro de la Catedral de Oviedo tras celebrar, en su Sala Capitular, la ceremonia conmemorativa del 199 aniversario del 25 de mayo de 1808.

Dignísimas autoridades,
Señoras y señores,
Patriotas todos:

«Oigo, patria, tu aflicción,
y escucho el triste concierto
que forman tocando a muerto,
la campana y el cañón;
sobre tu invicto pendón
miro flotantes crespones,
y oigo alzarse a otras regiones
en estrofas funerarias,
de la iglesia las plegarias,
y del arte las canciones».

Amigos, estamos aquí para recordar, para conmemorar, uno de los momentos más importantes y transcendentes de nuestro pasado constitutivo. Dicen que la historia es maestra así que haríamos muy bien en aprender especialmente esa lección que se me antoja magistral y que en su día apenas logró asimilar una parte de la legión de destinatarios de tal página gloriosa.

En mayo de 1808 aquí, allí y allá se levantaron los patriotas contra la invasión de gentes foráneas que, por encima de todo, pretendían sojuzgarlos. Siendo muy benévolos solo se podría conceder a los franceses el beneficio de una duda, la correspondiente al despotismo ilustrado pero ya no eran tiempos para tales murgas y además puestos a semejante faena mejor un tirano castizo que cualquier perfumado con aromas cursis del Sena.

«Lloras, porque te insultaron
los que su amor te ofrecieron...
¡a ti, a quien siempre temieron
porque tu gloria admiraron:
a ti, por quien se inclinaron
los mundos de zona a zona;
a ti, soberbia matrona
que libre de extraño yugo,
no has tenido más verdugo
que el peso de tu corona!»

Se levantaron para defender la patria que desde siempre y sobre todo desde entonces solo tiene un apellido indisociable: libertad. Pero ¿qué es la libertad por no entrar ya en las disquisiciones leninistas sobre su utilidad?

Nuestro Gustavo Bueno señala con frecuencia que las palabras terminadas en ad como libertad, igualdad, fraternidad, maldad, bondad, lealtad y, no digamos, identidad tienden a la metafísica como la rata al arroyo. Que conste que la comparación, tirando a repugnante, es mía y la aplico por su fuerza pedagógica. Marica Andallón, Joaquina Bobela, Agustín de Argüelles o el Conde de Toreno sospecho que pensaban que la libertad en ese momento crucial consistía en echar a los invasores. Y de resultas a lo largo de todo el siglo XIX la división quedó establecida entre liberales y serviles.

Ahora, igual. O más que nunca y quien tenga dudas que abra los ojos siquiera un segundo.

Los liberales aparecían en todos los círculos sociales. Los serviles, lo mismo. Los patriotas –o sea, los liberales– corren desde las clases bien humildes como, mismamente, las heroínas de Oviedo que cité antes, hasta los intelectuales, más pobres que ricos, como el Divino riosellano llegando a la alta nobleza y a la inmensa fortuna de Queipo de Llano. Tanta diferencia en los dineros y en los pareceres y al tiempo semejante unanimidad en la fe patriótica es lo que define a una nación.

Libertad, sí, libertad y es que como dijo un esclarecido allá por las vísperas de la Pepa, si no hubiese esclavos no habría amos.

«Do quiera la mente mía
sus alas rápidas lleva,
allí un sepulcro se eleva
cantando tu valentía;
desde la cumbre bravía
que el sol indio tornasola,
hasta el África, que inmola
sus hijos en torpe guerra,
¡no hay un puñado de tierra
sin una tumba española!»

Libertad. El artículo 1º de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 dice que «todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos». Y Hannah Arendt como si por su boca hablase Flórez Estrada, afirma que «desde el principio de la historia lo que ha determinado la existencia de la política es la causa de la libertad versus la tiranía». Y sigue diciendo «bajo condiciones de tiranía es bastante más fácil actuar que pensar».

Bendita política, se podría añadir, sobre todo cuando a nuestro lado vemos y a diario otra, tan podrida, que solo sabe ondear la enseña turbia de la rendición ante matones, criminales y malvados.

«Tembló el orbe a tus legiones,
y de la espantosa esfera
sujetaron la carrera
las garras de tus leones;
nadie humilló tus pendones
ni te arrancó la victoria;
pues de tu gigante gloria
no cabe el rayo fecundo,
ni en los ámbitos del mundo,
ni en el libro de la historia»

«La libertad ha sido perseguida alrededor del globo» indica Thomas Paine, padre de la gran patria americana «oh recibid a la fugitiva y preparad con tiempo un refugio para la humanidad». Y en la Enciclopedia, Diderot anota: «la libertad es un don del cielo»; quizá por eso, creo, algunos de tan humanizada la han vuelto tiranía.

«Siempre en lucha desigual
cantan tu invicta arrogancia,
Sagunto, Cádiz, Numancia,
Zaragoza y San Marcial;
en tu suelo virginal
no arraigan extraños fueros;
porque indómitos y fieros,
saben hacer tus vasallos,
frenos para sus caballos
con los cetros extranjeros»

John Locke en el Segundo tratado de gobierno declara que «la libertad de los hombres bajo gobierno consiste en tener una regla fija con la que vivir, común a todos en la sociedad, hecha por el poder legislativo levantado sobre ella y no estar sujeto al inconstante, incierto, desconocido y arbitrario deseo de otro hombre». O si se quiere dicho en el registro mordaz del maestro Mark Twain: «por la bondad divina es por lo que en nuestro país tenemos esas tres innombrables y preciosas cosas: la libertad de palabra, la libertad de conciencia y la prudencia de nunca practicar ninguna de las dos primeras».

«Y aun hubo en la tierra un hombre,
que osó profanar tu manto...
¡Espacio falta a mi canto
para maldecir su nombre!...
Sin que el recuerdo me asombre
con ansia abriré la historia;
presta luz a mi memoria,
y el mundo y la patria a coro,
oirán el himno sonoro
de tus recuerdos de gloria»

«¿Cómo se mide la libertad en los individuos y en las naciones?» se pregunta Nietzsche para responder rotundo: «por la resistencia que ha de vencerse, por el esfuerzo que cuesta permanecer arriba.»

Aquí, en esta sala capitular, tal día como hoy de hace 199 años sin duda aquellos gigantes comprendieron lo que después fue recogido en ese aforismo: a más dificultades y esfuerzos más libertad.

«Porque en la libertad se depositan los más firmes cimientos de lealtad y orden, los más firmes cimientos para el desarrollo del carácter individual y la mejor provisión para el total desarrollo de la nación», sentenció no mucho después Gladstone.

«Aquel genio de ambición
que en su delirio profundo
captando guerra, hizo al mundo
sepulcro de su nación,
hirió al ibero león
ansiando a España regir;
y no llegó a percibir,
ebrio de orgullo y poder,
que no puede esclavo ser,
pueblo que sabe morir»

Amigos míos, todas la armas son de doble filo o de doble uso como se decía de la tecnología allá por los últimos años de la Guerra Fría –ahora parece que no y hasta la ciencia se viste con piel de cordero– así que la bellísima Madame Roland subió al cadalso y dirigiéndose al pueblo exclamó: «Libertad, Libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre.» Cuantos se siguen cometiendo ahora con el acompañamiento reforzado de la dictadura hipócrita de lo políticamente correcto.

«¡Guerra! clamó ante el altar
el sacerdote con ira;
¡guerra! repitió la lira
con indómito cantar:
¡guerra! gritó al despertar
el pueblo que al mundo aterra;
y cuando en hispana tierra
pasos extraños se oyeron,
hasta las tumbas se abrieron
gritando: ¡Venganza y guerra!»

Patria y libertad como sinónimos. Es así desde la sobriedad sentenciosa de los clásicos «Ubi libertas, ubi patria» o con la pirotecnia efectista de la piratería romántica: «Qué es mi barco, mi tesoro / qué es mi Dios, la libertad / mi ley, la fuerza y el viento / mi única patria, la mar».

Patria y libertad y esfuerzo como antes Nietzsche, como ahora Goethe al afirmar: «Solamente gana su libertad y su persistencia quien diariamente la conquista.»

Martin Luter King, mártir, decía que «la libertad nunca se da voluntariamente, debe ser exigida por el oprimido». Habitualmente terminaba sus enérgicos discursos con un frase de un canto espiritual que fue finalmente su epitafio: «por fin libre, por fin libre, gracias a Dios todopoderoso, por fin soy libre». Y en una ocasión comentó: «en esta generación habremos de arrepentirnos no solo por las odiosas palabras y acciones de las malas personas sino por el llamativo silencio de las buenas».

«La virgen con patrio ardor
ansiosa salta del lecho;
el niño bebe en su pecho
odio a muerte al invasor;
la madre mata su amor,
y cuando calmado está
grita al hijo que se va:
‘¡Pues que la patria lo quiere,
lánzate al combate, y muere:
tu madre te vengará!’»

Hartley Coleridge poeta e hijo de gran poeta se preguntó «¿pero qué es la libertad?» para responder: «Bien entendida es la licencia universal para ser buenos». Y Bakunin afirmó que «la libertad, la moralidad y la dignidad del individuo consisten precisamente en hacer el bien no por que sea forzado sino porque así se concibe, desea y ama».

«Y suenan patrias canciones
cantando santos deberes;
y van roncas las mujeres
empujando los cañones;
al pie de libres pendones
el grito de patria zumba
y el rudo cañón retumba,
y el vil invasor se aterra,
¡y al suelo le falta tierra
para cubrir tanta tumba!»

Orwell tan actual, tan de aquí y ahora, consideraba que «la libertad es la libertad de decir que dos y dos son cuatro. Si esto está asegurado, se seguirá todo lo demás». Cierto, la libertad como suma y espesor de la historia, es lo que al ser juzgado plantea Sir Thomas Moro, en lo que afirma Santo Tomás Moro, quizá aún más actual que Orwell que ya es decir: «y por cada obispo vuestro yo tengo cien y por un concilio o parlamento vuestro, yo tengo todos lo concilios de estos mil años, y por este reino yo tengo todos los reinos cristianos».

Ahora como entonces estamos reunidos en la sala capitular de la Santa Iglesia Catedral Basílica Metropolitana de Oviedo por una sencilla razón, porque es templo de libertad, refugio seguro en tiempo de zozobras.

Y es así no por azar o porque nuestra percepción esté distorsionada. Solo en los países cristianos o judeo cristianos, si así se quiere ver, ha existido, existe y espero que exista siempre libertad.

En esos países y en las tierras a las que desde la cristiandad les llegó la libertad como fue el caso de toda América o de algunas áreas de Oriente o de Extremo Oriente con frecuencia, dicho sea de paso, a sangre y fuego.

¿Por qué ha sido así y aun lo es y esperemos que lo siga siendo por muchos años? La libertad, aun a pesar de su final silábico en ad, no es o no debe ser un concepto metafísico.

Cuando es real, y ahora mismo estamos ejerciéndola luego existe con la misma certeza y firmeza que los sillares que nos cobijan, pues eso, cuando es real responde a una dialéctica positiva, a una tensión en la que se gesta y hasta cumple la función de partera.

En la cristiandad siempre han existido dos instancias en relación de symploké: ni plenamente identificadas, ni completamente distanciadas. Dos instancias con perspectivas distintas, en relación de cooperación pero también de autoafirmación.

Dicho de forma sencilla: al lado o enfrente del Emperador siempre ha estado el Papa; del rey, el obispo; del alcalde, el cura párroco. Entre esos dos polos ha nacido la libertad y se ha abierto paso a lo largo de los siglos. Y sigue y sigue y sigue y seguirá.

Por eso mismo, todos los regimenes dictatoriales, del bolchevismo al nazismo –incluidas ciertas versiones postmodernas y ludicotemáticas– han perseguido las creencias cristianas. Y también se han ensañado con la familia, la otra gran institución irreductible por los Estados totalitarios.

Por eso también cristianismo y familia son necesariamente solidarios: en la desgracia, ya que los dos son diana de sátrapas; en la felicidad, porque los dos son fuente de dignidad. Y es que todo procede de la Biblia y de una frase capital que funda la libertad: «Dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César.»

La libertad, señores míos, como la proclamó el poeta Bernardo López en versos inmortales, sobre los que siempre habrá que volver. Como la ejercieron nuestros mayores reunidos en esta sala hace ahora 199 años. Como estamos obligados a ejercerla no solo por nuestra dignidad sino para salvar también el futuro de quienes están llamados a seguir el curso de nuestra historia común.

«Oigo, patria, tu aflicción,
y escucho el triste concierto
que forman tocando a muerto,
la campana y el cañón;
sobre tu invicto pendón
miro flotantes crespones,
y oigo alzarse a otras regiones
en estrofas funerarias,
de la iglesia, las plegarias,
y del arte, las canciones»

He dicho.

 

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