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El Catoblepas, número 58, diciembre 2006
  El Catoblepasnúmero 58 • diciembre 2006 • página 5
Voz judía también hay

Hegelianos de la tercera escuela

Gustavo D. Perednik

Sobre Hegel y el judaísmo

Jorge Guillermo Federico Hegel (1770-1831)Cementerio judío de Tarnopol, Polonia: lápida sepulcral del filósofo hegeliano Ranak, Najman Krojmal (1785-1840)

A partir de la muerte de Hegel en 1831 se observaron dos fenómenos en la historia del pensamiento. El primero fue que la filosofía cayó en una especie de depresión y por varias décadas el mundo académico cultivó casi exclusivamente las ciencias naturales. El segundo fue un choque que estalló en la Universidad de Berlín entre los Jóvenes y los Viejos Hegelianos.

Los primeros, llamados «de izquierda», eran ateos que creían que la sociedad se encaminaba hacia los cambios dialécticos anunciados por Hegel. Los segundos, «de derecha», rechazaban ese supuesto sendero: la dialéctica histórica ya había arribado a su culminación con la sociedad prusiana. Eran cristianos y eran políticamente conservadores.

A los efectos del cisma referido fueron primordiales sus sendas actitudes para con el cristianismo, enfrentadas una con otra sobre todo a partir de la obra de David Strauss La Vida de Jesús (1835) que dio impulso a llamada «demitificación» del cristianismo.

Este Joven Hegeliano sostenía que el mensaje del nazareno había estado originalmente destinado a los pobres, pero fue subsecuentemente distorsionado a fin de disuadir a las masas oprimidas de rebelarse, a cambio de una promesa en la vida eterna.

Los hegelianos de izquierda adoptaron ese libro como referente hasta que fue desplazado en ese rol por La esencia del cristianismo (1841) de Ludwig Feuerbach quien, tras examinar uno por uno los credos cristianos, los presenta como un culto al hombre.

En la controversia entre Jóvenes y Viejos, Bruno Bauer fue un caso especial: comenzó por liderar a los últimos en su diatriba contra Strauss y la desmitificación, y concluyó por ubicarse entre los más radicalizados de los primeros. Una vez colocado en la izquierda, llegó a negar la veracidad biográfica de Jesús en base de que no había rastros de ésta en la historiografía romana de marras. En 1842 fue separado de su cargo académico.

Aunque menos conocida, hay una tercera escuela con su propia lectura de Hegel: el hegelianismo judío.

Recordemos que el hegelianismo fue un sistema para entender el progreso de la historia. Como legítimo hijo del romanticismo, Hegel veía en todo conocimiento un conocimiento humano: no hay nada más allá de ese conocimiento y así se rechazaba «la cosa en sí» de Kant.

Por ello, el único punto al que la filosofía puede asirse es la historia, ya que no hay verdades eternas ni razón atemporal. La historia tiene un propósito: nos movemos hacia mayor racionalidad y libertad, y da luz a la totalidad de la creación humana, o «el Espíritu del Mundo».

Éste puede hallarse en tres etapas: 1) el individuo, 2) la familia y el Estado –cuando toma conciencia de sí mismo– y 3) el arte, la religión y la filosofía –cuando se autorrealiza.

Un pensador judío adoptó enteramente dicha cosmovisión y la aplicó al judaísmo: Ranak. Para introducirlo empecemos por recordar que la Hascalá o Iluminismo judío se desarrolló en tres marcos geográficos: nació en Alemania, de allí pasó a Austria y luego a la Galicia polaca.

Sus tres exponentes principales fueron respectivamente Moisés Mendelssohn, Shlomo Rapoport (1790-1867, precursor de la Ciencia Judaica) y su maestro Najman Krojmal ó Ranak (1785-1840).

Estudioso de la maimonídea Guía de Perplejos (1190), luego pasó a la filosofía alemana y el criticismo, y finalmente escribió en hebreo Moré Nebujei Hazmán (Guía de los Perplejos del Tiempo) publicado póstumamente en 1851 por su discípulo Leopold Zunz.

El ensayo consiste en una filosofía de la historia de Israel que aplica a ésta la que esbozara Hegel para la historia universal. Por ello Ranak es considerado «el Hegel del judaísmo». También es el único caso de genuino panteísmo judío: lo que existe es sólo Dios, el Espíritu Absoluto.

Asimismo, Ranak y su hijo Abraham Krojmal fueron los primeros en proclamar, después de Iehuda Halevi en su Cuzarí (1140) que la misión de Israel era introducir en el mundo la moral absoluta.

Hegel veía en el cristianismo la universalización de la contribución judía a la humanidad. Por ello, para él el judaísmo se había agotado. Circunscribió el mérito del hebraísmo a su descubrimiento –legado al cristianismo– de que el Espíritu era superior a la naturaleza. Pero consideraba la vida post-cristiana del judaísmo como una repetición muerta de una existencia sin significado.

Su biógrafo temprano, Karl Rosenkranz, definió que el judaísmo siempre fue para Hegel «un enigma negro»: a un tiempo lo atraía y repelía en una ambigüedad que nunca fue resuelta.

El cristianismo de Hegel es ético, y aquí refleja el estereotipo de que las enseñanzas éticas de Jesús contrastaban con la doctrina farisaica enteramente ritual.

Tanto para el helenista Hegel, quien veía a Jesús como una especie de «Sócrates de las masas», como para el mentado Bruno Bauer, el corazón del imaginario cristiano era grecorromano, nunca judaico, y rechazaron las profundas raíces hebraicas del cristianismo.

Las expresiones más judeofóbicas de Hegel las escribió en su juventud. Sus ensayos más tempranos abundan en el contraste entre judaísmo y cristianismo, en un período en el que Hegel opinaba que el único aporte del judaísmo al cristianismo habían sido sus defectos.

Su texto antijudío más virulento es El espíritu del cristianismo y su destino (1795) en el que contrasta al helenismo como espíritu de la unidad y la armonía, con el judaísmo que es una fractura entre el hombre y todo, incluso él mismo. Veía al espíritu inmutable del judaísmo personificado en el patriarca Abraham, un pertinaz errante que corta lazos con la vida, el terruño y la familia, y por eso se aliena y deshumaniza.

Por otra parte, el joven Hegel no esconde su admiración por la resistencia judía contra Roma, cuando los hebreos superaron la pasividad y empuñaron las armas.

Sus escritos posteriores dan paso a una apreciación más equilibrada del judaísmo, al que llega a denominar «la religión de la sublimidad» (aunque el sentido del término no parece ser enteramente positivo).

El hegelianismo judío

El mundo en el que creció Hegel, quien fue toda su vida luterano, era de gobiernos cristianos. A diferencia de la constitución norteamericana, que no menciona motivos cristianos, las europeas sí lo hacen, incluso después de la Revolución Francesa.

A lo largo de la historia europea los judíos usualmente carecieron de derechos civiles. Hegel siempre bregó por concedérselos; fue favorable a la emancipación de los judíos, a su integración social, a su admisión a las asociaciones estudiantiles y a puestos académicos. Pero de su sistema no emerge ningún rol para ellos como judíos: según Hegel su historia había concluido. Cada forma cultural contribuyó a la historia humana para luego desaparecer, y los judíos se empecinaron en sobrevivir mucho tiempo después de que su raison d’être se desvaneciera. Pasaron a ser una especie de cadáver vivo.

Krojmal cuestiona ese esquema: si ya no tenían misión ¿por qué los judíos seguían existiendo? Su respuesta es que la historia judía está formada por ciclos, y cuando parece que va a desaparecer se regenera.

A diferencia de la contribución griega en la estética y la romana en la política, que se refieren a partes de la experiencia humana, el aporte judío se refiere a lo esencial, a la idea absoluta. Por eso continúa y perdurará por siempre.

De los diecisiete capítulos del libro de Krojmal, los seis primeros tratan de la religión en general y el séptimo describe la proclividad religiosa de Israel. Los capítulos subsiguientes ofrecen una filosofía de la historia judía, en tres estadios (cada uno con sus ciclos respectivos):

  1. Desde el patriarca Abraham hace cuatro mil años hasta la destrucción del Primer Templo en el 586 a.e.c.;
  2. desde el retorno a Sión hasta la rebelión de Bar Kojva en el 135; y
  3. desde la redacción de la Mishná hasta las matanzas de Chmielnicki en 1648.

Krojmal fue uno de los fundadores de los estudios judaicos modernos; se destacó entre sus contemporáneos en que unificó la investigación histórica con la interpretación filosófica de ese proceso histórico.

En rigor, en su mentada obra magna Guía de los perplejos del tiempo hay más páginas históricas que filosóficas, y en apariencia los capítulos filosóficos son una mera introducción a los capítulos históricos. En rigor, empero, constituyen la base del libro.

Mientras que en Hegel los judíos son particularistas, para Krojmal son los verdaderos portadores de la universalización. El judío es Am olam, el pueblo del mundo o pueblo eterno.

La historia de los judíos es interpretada como la relación entre éstos y el Espíritu Absoluto, por lo que no están limitados por el tiempo.

La doctrina de Krojmal sobre la naturaleza de la religión y su relación con la filosofía, fue enteramente tomada de Hegel: la religión bíblica es el más alto eslabón de la religión, donde la fe está dirigida hacia el Espíritu Absoluto, causa de todas las causas.

Medio siglo después de la muerte de Hegel se publicó un libro en el que un pensador israelita retomaba uno de sus conceptos referidos a los judíos: el del «pueblo cadáver» o «fantasma». Fue León Pinsker (1821-1891), autor del ensayo Autoemancipación, publicado anónimamente en alemán el 1 de enero de 1882. Allí Pinsker, médico, prefirió el término «judeofobia» al equívoco «antisemitismo» que había sido acuñado tres años antes por Wilhelm Marr. La judeofobia era para Pinsker un derivado milenario de la demonología y del miedo irracional a los fantasmas.

Dos décadas después se revivificó otro canal hegeliano: el de la polémica en torno del cristianismo. Un estudioso de la nueva historia neotestamentaria, Adolph von Harnack (m. 1930) dio conferencias en Berlín que eventualmente se publicaron bajo el título homónimo del de Feuerbach: La esencia del cristianismo (1900). Allí el credo cristiano es sintetizado como la vida eterna en medio del tiempo, e incluye nuevamente una crítica contra el «petrificado» judaísmo.

Dos plumas judías se dedicaron a responderle: Joseph Eschelbacher en El judaísmo y la esencia del cristianismo, y fundamentalmente Leo Baeck en La esencia del judaísmo, que ha sido traducido al castellano y es aún considerado un clásico del tema.

Baeck denuncia en Harnack el viejo síndrome de omitir las raíces judaicas del cristianismo. En su monoteísmo ético, Baeck sigue la línea de Hermann Cohen, pero añade la dimensión del misterio. Mientras Cohen se basó en los aspectos cognitivos de la religión, Baeck se centró en los emocionales. La esencia del judaísmo era para él, precisamente, una polaridad dialéctica entre el misterio y el deber.

Leo Baeck se transformó eventualmente en uno de los líderes la judería alemana durante su martirio, y en 1933 declaró fatalmente que el milenio de historia de los judíos alemanes había llegado a su fin.

 

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