Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 12 • febrero 2003 • página 5
Desde Jerusalén, especial para El Catoblepas,
se inicia esta nueva sección de la revista
Escribió Werner Sombart que «Israel pasa por sobre Europa como el sol: cuando llega se produce una explosión de nueva vida. A su partida, todo cae en podredumbre». Sombart no reparó en que por más de un milenio venía refutándose su diagnóstico y habíamos padecido precisamente la experiencia inversa. Europa no le ha dado al pueblo de Israel un día de descanso: mientras por siglos nos asesinan, directa o indirectamente, mientras aclaman o condonan a quienes aspiran a destruirnos, los europeos se empeñan en ignorar que su odio por Israel es endémico. Suponen que es racionalidad o compasión lo que los lleva a la perenne conclusión de que el agresor, siempre es el judío.
Hay un pequeño Estado (treinta veces más pequeño que España) cuya creación era de apremiante necesidad para salvar cientos de miles de vidas de las garras de Europa (tierras germánicas, mares británicos, bancos suizos, silencio vaticano). Es curiosamente el Estado que despertó en Europa la más sostenida hostilidad, una que no se reservó a ningún otro. Es por ello que la cruzada de Arafat cosechó una popularidad desproporcionada a la urgencia de sus objetivos y a la virulencia de sus medios. Logró elegir al enemigo perfecto.
De las docenas de pueblos sin Estado que hay en el mundo (cachemiros, tamiles, kurdos, neocaledonios, tibetanos, surinamenses, aymaras, corsos y más) curiosamente, sólo los palestinos gozan de enorme simpatía europea. Europa sabe que Israel les ofreció todo el territorio que dicen reclamar, y que los líderes de éstos respondieron con treinta meses de bombas y atentados en pizzerías, en ómnibus escolares, en discotecas.
Que se les ofreció ingresar dignamente al concierto de los Estados del mundo, con ayuda económica y científica que sus hermanos petroleros árabes nunca les ofrecieron. Que rechazaron todo. Que han sido envenenados por la obsesión irredentista de destruir Israel, ni un milímetro menos. Europa hace la vista gorda, y así disfraza de perdón su resquemor antijudío.
Los líderes palestinos se comprometieron en reiterados tratados de paz con Israel a que no echarán más mano al terrorismo, sino que esgrimirían sus demandas en la mesa de negociaciones. Europa lo sabe pero prefiere excusarlos por el asesinato deliberado de niños y adolescentes. Cuando más, Europa se limita a condenar «la violencia» de todas las partes, la del agresor y la de la víctima agredida.
Sólo contra Israel se apresuran los medios europeos a lanzar el epíteto de «nazi». Que la abrumadora de las víctimas israelíes durante esta Intifada fueron mujeres y niños judíos, mientras la gran mayoría de las víctimas palestinas fueron hombres combatientes, para Europa es un detalle baladí. Que nunca hubo masacre en Jenín, no tiene importancia. Que fueron árabes cristianos (y no el demonizado Sharón) quienes hace más de veinte años perpetraron las matanzas de Sabra y Shatila, no cuenta. La mitología judeofóbica que había hecho del judío un ser vengativo y sanguinario, réprobo y deicida, pues debe hoy reeditarse con «el judío de entre los países».
Si los palestinos deben ser defendidos, es de sus propios cabecillas, que los empujan una y otra vez a baños de sangre, que los someten diariamente a un régimen de miedo y ejecuciones sumarias, a corrupción generalizada y falta de derechos, al envío de párvulos al frente como carne de cañón. Pero Europa condena a Israel.
Y si siempre se acusa a Israel de agresor, aun cuando se trate de las formas en que Israel se defiende, es porque se da por sentado (casi nunca explícitamente) que la mera existencia de Israel es el acto de agresión. En el pasado la mera existencia del judío individual requería de disculpas y explicaciones. Hoy le ocurre a la nación en su conjunto, y por ende la alternativa que se le ofrece al Estado hebreo es el suicidio.
Europa sabe que el quid del conflicto en el Medio Oriente no es el problema árabe-palestino, y que es un espejismo sostener que podríamos gozar de paz si el pueblo árabe palestino tuviera independencia política. Los regímenes árabes son feudales, esclavistas, belicistas, misóginos. No precisan de Israel para sus festivales de sangre. Pero Israel es su excusa perfecta, la que Europa puede aceptar y difundir.
Lo real es que el liderazgo palestino rechazó toda posibilidad de crear su propio Estado, cuando se percató de que para ello debía hacer las paces con los hebreos. El quid de esta guerra no es el problema palestino, sino la deslegitimación de Israel. Europa lo sabe y lo distorsiona.
Que no nos vengan con la abrumadora hipocresía de que el sufrimiento del pueblo palestino despierta misericordia. A Europa los palestinos le importan muy poco. Cuando Jordania mató a miles de ellos o cuando Kuwait expulsó a decenas de miles, no se escuchó ninguna voz de condena.
No son los palestinos los que motivan las críticas, sino el dudoso placer de castigar a Israel.
Una segunda manipulación es la de «territorios ocupados». Como si antes de la ocupación, el terrorismo árabe no se hubiera ufanado de matar judíos. La vociferada ocupación ocurrió en 1967, pero la OLP de Arafat había sido creada en 1964 (en los cálculos europeos, fue para liberar los territorios que serían ocupados tres años después). En 1965, los delegados soviéticos en las Naciones Unidas, no solamente se opusieron a que la Declaración de los Derechos Humanos incluyera la condena de la judeofobia, sino que propusieron que el texto condenara como crímenes raciales «el sionismo, el nazismo y el neonazismo» (en ese orden). Así, hubo un único movimiento nacional (el judío) al que se le atribuían los fines diabólicos de la conquista planetaria, y no su único objetivo: asegurar su patria renacida para el pueblo judío perseguido. La mitología judeofóbica transformaba al sionismo en un insulto, como previamente había hecho con el judío individual. Debe de haber en el diccionario alguna voz para definir tanta ciega obsesión.
En lugar de provocar la agresión palestina por medio de perdonarla, Europa podría hacer una contribución inmensa a la paz. Sólo si sus gobiernos se concentraran un poco en demandar el fin de la incitación en las escuelas árabes o censuraran el terrorismo (todo terrorismo, también el que mata judíos). Si se preocuparan por terminar con la violencia irracional que vino a suplantar las negociaciones (recordemos que hasta el día de hoy Israel ni siquiera figura en los mapas de los árabes, que los niños palestinos estudian en clase que Israel debe ser destruido, y que se les ofrece como modelo a imitar, no al médico o al hombre de bien, sino a quien se suicida haciendo explotar una bomba en un ómnibus de pasajeros judíos). Si, finalmente, invirtiera un poco en la democratización de los Estados árabes. Esos pasos constituirían un avance concreto hacia la paz; son el quid de la cuestión. Pero Europa tiene otras prioridades.