Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas • número 48 • febrero 2006 • página 24
Al releer los Discursos parlamentarios de Antonio Cánovas del Castillo, editados por el Centro de Estudios Constitucionales (Madrid 1987, 425 páginas) con un estudio preliminar de Diego López Garrido
1. ¿Quién fue Antonio Cánovas del Castillo?
Don Antonio Cánovas del Castillo (1828-1897) fue el más grande político español de la segunda mitad del siglo XIX. Tal vez estemos ante uno de los más grandes estadistas de la historia de España. Nació el 8 de febrero de 1828 en Málaga y murió asesinado el 8 de agosto de 1897 en Santa Águeda (Guipúzcoa). Licenciado en derecho en Madrid en 1851, comenzó en seguida a destacar por sus novelas y por sus estudios de historia de España. Antonio Cánovas del Castillo podía haber continuado con su carrera literaria, pero en la España del siglo XIX difícilmente se podía escapar de la influencia que la política ejercía sobre todos los jóvenes en una situación de claro enfrentamiento entre los progresistas y los moderados. Cánovas buscó una solución conciliadora entre las dos tendencias, aunque con claro signo conservador. Esta búsqueda del equilibrio entre ambas tendencias tendría su fruto posteriormente en la Unión Liberal de O'Donnell.
Así, Cánovas se inicia en la vida política en las conversaciones previas a la revolución de 1854. Participa el 30 de junio de 1854 en la Vicalvarada; asimismo redactó el Manifiesto de Manzanares el 7 de julio de 1854, auténtico desencadenante del bienio progresista. El general O'Donnell le hizo diputado y en las Cortes Constituyentes de 1854 inició su experiencia parlamentaria.
Durante el Bienio Progresista, Cánovas es destinado a Roma como Agente de Preces ante la Santa Sede; con el gobierno de Armero es nombrado gobernador civil de Cádiz, y con la nueva escalada al poder de O'Donnell en 1858 se ocupa de la subsecretaría de gobernación. Aún cuando ya está plenamente dedicado a la política, Cánovas no abandonará jamás sus estudios históricos.
Los enfrentamientos con O'Donnell en cuanto a política exterior, llevan a Cánovas a abandonar todos sus cargos públicos, y no será hasta la subida de Mon en diciembre de 1864 cuando vuelva a la arena del poder político. Su regreso no pudo ser más fuerte, desempeñando por primera vez el cargo de Ministro de la Gobernación, logrando en esta etapa sonados éxitos como la ley de incompatibilidades parlamentarias o la ley de imprenta. Con la vuelta al poder de O'Donnell el 21 de junio de 1865, se le nombró ministro de Ultramar, cargo que tuvo que compaginar junto a la cartera de Hacienda tras la dimisión de Alonso Martínez.
Tras los sucesos del 22 de junio de 1866 es desterrado a Palencia. La revolución de septiembre de 1868 abre los ojos a Cánovas, quien ve que la única solución posible para España está en la renovación de la monarquía española, fuertemente desprestigiada por Isabel II. Se trata de restaurar la monarquía en la persona de Alfonso XII. Cánovas llegará a instaurar con la Restauración «un régimen parlamentario pseudoconstitucional, pero no identificable con las anteriores soluciones elementales del duro proyecto conservador.»{1}
Desde 1868 Cánovas se da cuenta de que la única solución es la Monarquía Constitucional en la persona de Alfonso XII. En 1873 Alfonso XII le autoriza con plenos poderes para preparar la Restauración.
El golpe de Estado del general Martínez Campos en Sagunto el 18 de diciembre de 1874 conduce a Cánovas al poder. Se forma el primer Ministerio-Regencia el 31 de diciembre de 1874, confirmado por Alfonso XII mediante Real Decreto de 9 de enero de 1875.
En el Manifiesto de Sandhurst de 1874, Cánovas pretendió articular una monarquía hereditaria y constitucional.
Cánovas deja la presidencia del Gobierno para ocuparse personalmente de la elaboración del proyecto constitucional, siendo sustituido por Joaquín Jovellar desde el 12 de septiembre de 1875 hasta el 2 de diciembre de 1875. Una vez aceptado tal proyecto retoma la presidencia y convoca elecciones generales, que se llevan a cabo el 23 de enero de 1876. Estas elecciones dieron una amplia mayoría a Cánovas y a su política; la nueva Constitución se promulga el 30 de junio de 1876, publicándose en la Gaceta dos días después.
Cánovas es el instaurador en España del llamado sistema de turno de partidos; con este método aseguró una dinámica en la vida política del país e intentaba evitar el desgaste político del Gobierno.
La Constitución de 1876 tiene una naturaleza pactada, siendo el resultado de un acuerdo entre la Corona y las Cortes; además, permite gobernar a distintos partidos, realizando políticas diferentes. La Constitución de 1876 garantizaba la tolerancia religiosa, pero declaraba a España como oficialmente católica. El sufragio universal desaparecía. El gobierno tiene grandes facultades para suprimir las libertades. La soberanía reside en las Cortes con el Rey. Esta constitución establecía una Monarquía Constitucional. Se establece la existencia del Gobierno y del Presidente del Consejo de Ministros, señalándose que ningún mandato real podía llevarse a cabo sin ser refrendado por un ministro.
El segundo eje del sistema político canovista será conocido como sistema de turno de partidos, con este procedimiento aseguró una cierta estabilidad política al Régimen. Este sistema se sustenta en el sufragio censitario y en la manipulación electoral. Comenzó a funcionar en 1881 cuando Sagasta es nombrado Presidente del Consejo de Ministros.
Cuando se inicia la Regencia de María Cristina, llegó Cánovas al acuerdo con Sagasta acerca de un mutuo apoyo político en el Pacto del Pardo, llevado a cabo el día anterior a la muerte del monarca, y que realmente se realizó en la Presidencia del Gobierno en la calle Alcalá, dejando el poder en manos de Sagasta.
Los ajusticiamientos de los ocho anarquistas de Montjuich, se pueden considerar como los desencadenantes de los acontecimientos que acabarían con su vida en el atentado que sufrió el 8 de agosto de 1897 durante su estancia en el balneario de Santa Águeda.
2. La doctrina política de Cánovas del Castillo en los Discursos
Dice Diego López Garrido en su estudio preliminar a los Discursos parlamentarios de Antonio Cánovas del Castillo que «Frente a la falta de elaboración del pensamiento liberal, muy rudo o elemental en sus esquemas, la izquierda española no ha producido tampoco verdaderos intelectuales.»{2}
Cánovas es un liberal doctrinario, un liberal conservador o un conservador a secas. Diríamos que es un liberal, un conservador y de orden. Desde un punto de vista social destaca en él la defensa a ultranza de la propiedad privada. No acepta una concepción democrática de la Nación, e insiste siempre en un enfoque historicista que le lleva a afirmar la teoría de la constitución interna de España que deriva en defender que la soberanía reside en el Rey y en las Cortes, pero siendo el Rey el elemento más fuerte del binomio. Las Cortes no son para que el pueblo participe en la conducción de los asuntos públicos: el régimen de la Restauración consiste en que el Rey es el elemento político fundamental. El sufragio universal está corrompido por la práctica del caciquismo electoral y del encasillado. Primero se nombra al Gobierno y luego éste organiza elecciones que forzosamente gracias a la manipulación debe ganar. Estas elecciones confirman al gobierno en ejercicio. La eficacia del Régimen era innegable en lo que respecta al mantenimiento del orden. Los problemas venían de su escasa capacidad de integración. El sufragio universal falseado se convirtió en el régimen desprestigiado de oligarquía y caciquismo que denunció Joaquín Costa. Unos meses después de la muerte del propio Cánovas, su creación política comenzó a revelar sus insuficiencias.
Cánovas se da cuenta de la importancia del dominio de clase. Se trata de reconocer la importancia de la constitución de la clase dominante, de una aristocracia «Las aristocracias políticas son sólidas, las aristocracias políticas son verdaderas, cuando se fundan no sobre los servicios, no sobre los nombres, no sobre las tradiciones, sino sobre los intereses, sobre una suma tal de intereses, que pueda pesar de un modo fijo y acaso decisivo en una sociedad determinada»{3}. La fuerza de la clase dominante «está en la clase entera, está en su propiedad, está en su poder y en su riqueza» (pág. 14).
El político de verdad, el estadista, es realista, está pegado al terreno. Es inevitable la transacción, el consenso. «Yo defiendo, yo proclamo frente a frente del señor Nocedal, con íntima y profunda convicción, la política de las circunstancias y de las transacciones. Sí; porque las circunstancias son las misma realidad, las circunstancias son la vida misma; huir de ellas es caminar hacia lo imposible, hacia lo absurdo» (pág. 22). Ni el mismo Ortega y Gasset lo expresaría mejor con su circunstancialismo.
Porque como afirma Cánovas en 1876, «El señor Castelar debe saber, porque he profesado esta opinión altamente muchas veces y la profeso con sinceridad profunda, que la misión de los hombres de estado y de gobierno no es realizar su ideal, sino acercarse lo más posible a él en cada momento histórico, teniendo en cuenta ante todo la realidad de los hechos.»{4}
Además, Cánovas proclama que sólo el progreso económico, el desenvolvimiento de las fuerzas productivas de la sociedad burguesa resolverá los problemas de España. «Hay que decir al país la verdad; hay que decirle que no es el recuerdo de Lepanto, ni el recuerdo de San Quintín lo que más falta hace, sino ejemplos de paciencia, de laboriosidad, de progreso y de virtudes civiles, que es lo que produce el desenvolvimiento de la prosperidad pública, por medio de la cual se alcanza sólo la grandeza que el pueblo español apetece, porque la echa de menos todavía.»{5}
Como Cánovas es liberal, lógicamente es individualista. «Yo soy de los que piensan que el ideal y el fin de la vida no están en la sociedad, sino en el individuo mismo. Yo soy, pues, fundamentalmente individualista;»{6} Cánovas da una marcada dirección individualista, liberal conservadora a su construcción política. Su punto de partida es la defensa de la propiedad y del orden social capitalista. El Estado tiene como misión el defender la libertad del individuo por tanto de la propiedad. «Es el establecimiento de los derechos individuales, inseparable de la manera en que se organice y constituya el Estado, porque éste ha de representar precisamente el derecho absoluto de cada uno delante del derecho absoluto de cada otro; y de la proporción en que se hallen las fuerzas del Estado, agente del derecho de todos en particular, con cada derecho aislado, ha de resultar en último término la verdadera medida de los derechos individuales que encierra cualquier Constitución política.» (pág. 57.)
Para que quede claro todo esto que afirmamos, nos permitimos la inserción de otro fragmento de un discurso de Cánovas: «El derecho absoluto en mí se limita por el derecho absoluto en otra persona; pero, ¿cómo se practica esta limitación? ¿Es que en cada momento de la vida hemos de emprender cada uno contra cada uno, todos contra todos, una lucha para mantener incólume nuestro derecho? No, esto no es posible; semejante anarquía no se ha intentado jamás.
Precisamente por esto, precisamente para esto, es absolutamente indispensable en la sociedad la institución del Estado. El Estado es el que se coloca entre el derecho de un individuo y la fuerza colectiva de todos, para defender el derecho de cada uno y mantenerlo dentro de sus naturales condiciones. ¿Es esto claro, señores? El Estado se levanta entre el individuo justo y el individuo injusto. Se coloca entre el derecho aislado y la colectividad agresora y perturbadora, en nombre del derecho de cada uno, en nombre de la personalidad de cada uno, para mantener a todas las demás personalidades en sus justos límites.
Y como esto no lo puede hacer el Estado por su sola moral existencia; como no lo puede hacer sin medios prácticos; como necesita realizarlo con alguna suerte, para esto está la ley. La ley, el derecho constituido representa aquel elemento común social, aquel derecho igual de todas las personalidades, que se opone a la invasión de una personalidad determinada.»{7}
Además, en la sociedad burguesa todo individuo con talento está llamado a triunfar. Nadie le prohíbe a nadie enriquecerse y trabajar: «Ya no está cerrado a nadie el camino de la fortuna: la libertad de trabajo, la igualdad de los derechos civiles, la constitución de las sociedades modernas para todos abiertas, la organización del Estado dentro de estas mismas condiciones, todo el mundo moderno tiende, en fin, a que igualmente sea posible el acceso al capital de todo hombre de bien.»{8}
La cuestión política central a decir de Antonio Cánovas del Castillo no es otra que la organización de la defensa de la sociedad burguesa, por tanto, la defensa de la propiedad privada, frente a quienes tratan de reformar la propiedad. Tal es lo que afirma en su discurso sobre la Internacional de 1871, al que también pertenece la cita anterior:
«No; ni puede perecer la sociedad, ni puede perecer la propiedad. La propiedad no significa, después de todo, en el mundo, más que el derecho de las superioridades humanas; y en la lucha que se ha entablado entre la superioridad natural, tal como Dios la creó, y la inferioridad, que, Dios también ha creado, en esa lucha, triunfará Dios y triunfará la superioridad sobre la inferioridad. Lo que temo es lo que antes he dicho: lo que temo es que estas sociedades que se desgarran persiguiendo vanos ideales, que estas sociedades que combaten la propia razón de su existencia, estén necesariamente condenadas a la dictadura y no haya nadie, absolutamente nadie, que de eso pueda libertarlas. Enfrente de la indisciplina social que vosotros provocáis se levantará el Estado a la alemana, que ya existe; por dondequiera se esparcirá un cesarismo formidable, y ese cesarismo será el encargado de devolver a la sociedad su disciplina. Y aun es posible que el sufragio universal, es posible que la concurrencia igual de todas las clases al Poder y al gobierno, cosa que en varias naciones de Europa se conoce ya hoy y que ahora tenemos nosotros en España, se convierta en el servicio militar universal y obligatorio, siendo también muy posible que lo saquéis de la lucha sea esa universalidad de servicio militar, perdiendo, en cambio, la universalidad de los derechos políticos (...).
Lo que más principalmente ha de dividir en lo sucesivo a los hombres, sobre todo en nuestras sociedades latinas..., no han de ser los candidatos al trono, no ha de ser siquiera la forma de gobierno: ha de ser más que nada esta cuestión de la propiedad. La propiedad, representación del principio de continuidad social; la propiedad en que está representado el amor del padre al hijo, y el amor del hijo al nieto; la propiedad, que es desde el principio del mundo hasta ahora la verdadera fuente y la verdadera base de la sociedad humana; la propiedad se defenderá, como he dicho antes, con cualquier forma de gobierno. Con todos los que real y verdaderamente defiendan la propiedad (que será defender la sociedad humana, y con ella todas sus necesidades divinas y materiales) se creará una grande escuela, se creará un grande y verdadero partido, que aun cuando entre sí tenga divisiones profundas, como todos los partidos las tienen, estará siempre unido por un vínculo, por un fortísimo lazo común, y enfrente de éste, tarde o temprano, y por más que habléis todos ahora una misma lengua de libertad, y por más que pretendáis en un mismo tecnicismo confundiros los unos con los otros, estaréis los que pretendéis haber penetrado ese misterio, los que imagináis haber descubierto ese nuevo mundo de la propiedad reformada o colectiva.»{9}
Esta resistencia frente a los enemigos de la sociedad burguesa, frente a los enemigos del orden y de la propiedad se ejercita en la Nación, entidad política natural que se ha forjado en la historia:
«Las naciones, fábricas lentas y sucesivas de la historia, nacen de una aglomeración arbitraria o violenta, la cual poco a poco se va solidificando y hasta fundiendo, al calor del orden, de la disciplina, de los hábitos correlativos de obediencia y mando que el tiempo hace instintivos, espontáneos y como naturales. Cuando tocándolas y retocándolas se llega una vez a poner en descubierto los cimientos de tales fábricas, difícil es que no queden cuarteadas, cuando no ruinosas. Levántanse las naciones como las rocas, y como toda obra de naturaleza, sin arquitecto; y al mirarlas por de fuera no sabe nadie cómo y por qué existen y están de pie (...).
La misión del gobierno siempre, pero mucho más en una nación libre, se cifra en concertar, armonizar y hacer compatibles los intereses, las creencias, las costumbres y hasta las preocupaciones mismas de todos los diferentes pueblos reunidos en cuerpo de nación. Al decir que gobernar es resistir, se ha querido dar a entender sin duda alguna que es primordial función del gobierno rechazar en provecho de la armonía general las violencias particulares y defender el orden común a toda acción o movimiento desconcertado, y que tienda a perturbar, destruir o hacer imposible la indispensable cohesión y combinación de las partes en el total organismo del Estado.»{10}
La soberanía nacional es una soberanía configurada por la historia, que ha configurado la «constitución interna» de España tal y como ha llegado hasta nosotros: La soberanía reside en el Rey con las Cortes. La soberanía es la coparticipación del Rey y de las Cortes, donde el primero es el término dominante:
«No le damos a la soberanía nacional el carácter que le dan otros partidos. Nosotros, sin negar que todo poder emana de la nación, porque no puede emanar de otra parte, entendemos que la soberanía se ejerce en muchas naciones, se ha ejercido siempre en España y actualmente se ejerce, con arreglo a la constitución del Estado, por la Corona y las Cortes, por las Cortes y la Corona; y que no hay más soberanía respetable que aquella soberanía que está constantemente representada y ejercitada por las Cortes con el Rey. Partiendo de este principio, no podemos tener, no podemos reconocer derechos jamás que no resulten de la unión permanente de la Corona con las Cortes.»{11} Ocurre esto sobre todo, por la llamada por Cánovas la constitución interna de España, por lo cual, «hay que reconocer el hecho de que existe: invocando toda la historia de España, creí entonces, creo ahora, que deshechas como estaban por movimientos de fuerza sucesivos, todas nuestras Constituciones escritas, a la luz de la historia y a la luz de la realidad presente, sólo quedaban intactos en España dos principios: el principio monárquico, el principio hereditario, profesado profunda, sincerísimamente, a mi juicio, por la inmensa mayoría de los españoles, y de otra parte, la institución secular de las Cortes.»{12}
El poder del Rey no depende ni de las Cortes ni del pueblo. El Rey es un poder independiente, soberano. El poder del Rey deriva de la Constitución interna de España, de la monarquía histórica. Esto es un producto que nos ha arrojado la Historia. La legitimidad del Rey es una legitimidad tradicional. Es el soberano en última instancia siguiendo a Carl Schmitt. Él, el Rey es quien decide en última instancia sobre el estado de excepción. No olvidemos que el régimen de 1876 es de monarquía constitucional, no parlamentaria:
«La Monarquía constitucional, definitivamente establecida en España desde hace tiempo, no necesita, no depende, ni puede depender, directa ni indirectamente del voto de estas Cortes, sino que estas Cortes dependen en su existencia del uso de su prerrogativa constitucional, porque el interés de la patria está unido de tal manera por la historia pasada y por la historia contemporánea a la suerte de la actual dinastía, al principio hereditario que no hay, que es imposible que tengamos ya patria sin nuestra dinastía (...). Todo cuanto sois, incluso vuestra inviolabilidad, todo está aquí bajo el derecho y la prerrogativa de convocatoria del Soberano. No sois simples ciudadanos, sois diputados de la nación, porque la convocatoria del Monarca legítimo os ha llamado aquí y sólo con ese derecho estáis.»{13}
Además, el Rey tiene que tener unas amplias prerrogativas políticas. El Rey reina pero sí gobierna.
«¿No es evidente que un monarca, sin bastantes medios propios para hacerse respetar de los partidos políticos militantes, será más bien juguete que moderador de ellos? No será, no, cualesquiera que sean sus buenos deseos, dentro de los límites que le traza la Constitución vigente, ni regulador ni moderador entre los partidos políticos, vencedores entre los hombres políticos, triunfantes entre las fuerzas políticas que actualmente hay organizadas en el país; y no digo más porque basta para entenderme en este punto.»{14}
Este poder del Rey es para garantizar la estabilidad política, el orden político y social, la libertad en última instancia. Sólo puede haber libertad si el poder estatal, el poder ejecutivo, es fuerte:
«¿No sabéis que no es posible el ejercicio de la libertad donde no exista un poder fuerte que sirva de eje a los varios movimientos y evoluciones de las opiniones públicas? ¿No sabéis que la libertad está en todas partes en razón directa de la fuerza que tiene el poder? ¿No sabéis que los poderes débiles, y menos en las Monarquías, no pueden dar la libertad? ¿No sabéis que la libertad no puede prosperar, sino al lado de los poderes inconcusos que están sobre todo?»{15}
De todos modos, para dejar claro esto, conviene citar al propio Cánovas del Castillo al respecto sobre la jerarquía de sus ideas respecto a la Nación y la Monarquía sobre todo:
«He dicho que lo primero era para mí la Nación o la Patria; que lo segundo era el principio monárquico constitucional; que lo tercero era la dinastía y la dinastía hereditaria.» (pág. 230.)
Está claro que el poder político está ligado a la propiedad y ello es la negación de la democracia y del sufragio universal:
«El sufragio universal será siempre una farsa, un engaño a las muchedumbres, llevado a cabo por la malicia o la violencia de los menos, de los privilegiados de la herencia y el capital, con el nombre de clases directoras; o será, en estado libre, y obrando con plena independencia y conciencia, comunismo fatal e irreductible. Escójase, pues, entre la falsificación permanente del sufragio universal o su supresión, si no se quiere tener que elegir entre su existencia y la desaparición de la propiedad y el capital; por lo menos del heredado y transmisible. Lo que hay es que del propio modo que la propiedad se democratiza, haciéndola asequible a todos por virtud del trabajo y del ahorro, el poder se puede democratizar legítimamente haciéndolo accesible en más o menos parte a todo el que sea propietario.»{16}
Además, los propios demócratas se contradicen al aceptar el voto de los menesterosos rechazar el voto de la mujer. Si todos los varones tienen derecho al voto, ¿Por qué no también las mujeres? Pregunta Cánovas del Castillo a los demócratas:
«¿Hay algún derecho, entre todos los demás que habéis consignado en el título de los derechos naturales o de los derechos individuales, ni el derecho de la libre emisión del pensamiento, ni el derecho de asociación, ni el de reunión, ni el de seguridad del domicilio, ni el de seguridad personal, que no alcance lo mismo a las mujeres que a los hombres en virtud del proyecto de Constitución que se discute?»{17}
Es una grave inconsecuencia de los demócratas el privar de derecho de sufragio a las mujeres. Lo mejor sería el sufragio capacitario o censitario para salir de esta aporía.
«Y bien, señores: ¿es que no existe la mujer? ¿Es que no vive en ella la conciencia humana? Nadie lo duda ciertamente. Lo que hay es que, a pesar de lo que dice el proyecto de Constitución, o más bien, de lo que queréis que diga, vosotros mismos reconocéis implícitamente al excluir de esta función a la mujer, que en el derecho electoral, hay y no puede menos de haber, fundamental y esencialmente, condiciones de capacidad. Suprimid estas diversas condiciones de capacidad, y tendréis que conceder de cualquier manera a la mujer el derecho electoral.» (pág. 69.)
Es que el derecho de sufragio es una función política, no es algo inherente a la personalidad humana. No es un derecho natural del hombre. Es un derecho político:
«No; no es el derecho a ejercer el sufragio, atributo de la personalidad humana; si lo fuera habría que concedérselo inevitablemente a la mujer, porque el negárselo sería mucha mayor iniquidad que la que verían los demócratas en que se negara a los que no pagan ninguna contribución, ni tienen instrucción alguna; porque hay un abismo entre consentir que se ocupe de los negocios públicos y del bien del país, una mujer ilustrada y culta y consentir que lo haga cualquier ignorante que, por su desgracia, y no por otra causa, se ocupa oscuramente en cultivar campos.»{18}
Esto está conectado con un evidente elitismo político. Las masas son un peligro público. Son un peligro para la seguridad, para el orden público. «Se ha dicho aquí ya muchas veces, aunque sea la primera vez que yo lo digo, que no hay despotismo peor que el de las masas.»{19} En el fondo se defiende la idea de la necesidad de unas minorías rectoras. Hay que defender pues, la libertad de la demagogia.
Se comprende la enemiga de Antonio Cánovas del Castillo contra el socialismo. El socialismo tiene que ver y deriva del sufragio universal y de la democracia a decir de Cánovas: «creo que el socialismo es hijo legítimo e inevitable del sufragio universal y de la descreencia religiosa, y que el socialismo es ya hoy una grande amenaza, tengo mucha fe aún en la eficacia que, a poco que la ayudéis, encierra una de las instituciones proyectadas: la institución monárquica.» (pág. 81.) Hay una conexión entre sufragio universal, ateísmo, materialismo, república y socialismo. En esto no andaba Cánovas del Castillo muy lejos de lo que había afirmado unos años antes otro célebre político moderado: Juan Donoso Cortés (1809-1853) al conectar el socialismo con el ateísmo. Es que ocurre según Cánovas del Castillo que «La libertad, la religión, la monarquía, preciso es estar ciego para no verlo, son los tres grandes y fundamentales sentimientos de que está poseída la Nación española.» (pág. 85.)
Cánovas del Castillo reconoce que la systasis política del Estado es anterior a la constitución escrita entendida como ley suprema de la que se derivan todas las leyes del ordenamiento jurídico.
«Porque yo sé que la Constitución de ningún país, absolutamente de ningún país, está ni puede estar dentro de un texto escrito, de un texto votado de una vez y en una sola ocasión determinada, sino que está, y no puede menos de estar en el desenvolvimiento político que van recibiendo sucesivamente, y por obra del tiempo y de la necesidad, los mismos preceptos textuales contenidos en la Constitución escrita.» (pág. 91.)
Su enfrentamiento ideológico y político con el socialismo le lleva a exigir la prohibición en España de la A.I.T. Los enemigos del orden social han de ser mantenidos a raya. El socialismo es un resultado de la existencia del proletariado, de la por entonces llamada «cuestión social». «Por descontado, señores, que para mí la Internacional, como dijo ya el señor Salmerón, y dijo con muchísimo acierto, no es más que una manifestación, o mejor dicho, una de tantas determinaciones, uno de tantos fenómenos como ha de producir la grande, la inmensa cuestión del proletariado.»{20} El problema para Cánovas respecto a la Internacional es que «es imposible, señores, negar de buena fe que la Internacional es un terrible foco de inmoralidad, que la Internacional es la negación de toda moralidad, que la Internacional es el más grande peligro que hayan corrido jamás las sociedades humanas. Esta es la verdadera historia de la Internacional; historia, digo y repito, relacionada con el movimiento general del proletariado.» (pág. 169.) La tolerancia tiene por lo demás límites. Nadie es tolerante en el fondo. «¿Qué derecho tenéis a sostener que profesáis la tolerancia absoluta? ¿La habéis practicado por ventura alguna vez o en alguna parte? ¿La ha practicado la Commune de París? ¿La tuvo la primera república francesa? ¿Con qué derecho os atribuís, pues, una tolerancia que no tenéis ni habéis tenido jamás?» (pág. 185.)
El mal social es irrebasable, insuperable. Siempre habrá dolor, miseria. El dolor es insuperable. En el fondo, el problema del marxismo es el mismo de la teodicea: ¿Por qué hay mal en el mundo? ¿Por qué existe el mal social?: «Pero entre tanto, existe el mal, existe hoy la miseria, existen las desigualdades, existe la perversidad en el fondo del corazón humano, existe la ambición y la lucha de las ideas y hasta nacerán quizá mayores enfermedades en lo futuro, y siempre habrá miseria, siempre: siempre habrá un bajo Estado, siempre habrá una última grada en la escala social, un proletariado que será preciso contener por dos medios: con el de la caridad, la ilustración, los recursos morales y, cuando éste no baste, con el de la fuerza.» (pág. 189.) En el fondo el pensamiento conservador sostiene un cierto pesimismo antropológico. En el fondo esto es querido por Dios, por eso en Cánovas hay una estrecha conexión entre la religión y el orden social. No puede conservarse el orden social sin religión. «Tengo la convicción profunda de que las desigualdades proceden de Dios, que son propias de nuestra naturaleza, y creo, supuesta esta diferencia en la actividad, en la inteligencia y hasta en la moralidad, que las minorías inteligentes gobernarán siempre el mundo, en una u otra forma.» (pág. 192.)
Pero es que además, el socialismo es una ideología de la guerra y de la dictadura. El socialismo conduce a la guerra civil:
«Temo que la inevitable consecuencia de todo eso sea la imposibilidad de la libertad. Cuando las minorías inteligentes, que serán siempre las minorías propietarias, encuentren que es imposible mantener en igualdad de derechos con ellas a la muchedumbre; cuando vean que la muchedumbre se prevale de los derechos políticos que se le han dado para ejercer tiránicamente su soberanía; cuando vean convertido lo que se ha dado en nombre del derecho en una fuerza brutal para violentar todos los demás derechos; cuando vean que todo lo inicuo puede aspirar al triunfo con la fuerza desencadenada por los apetitos sensuales; cuando todo eso vean, buscarán donde quiera la dictadura y la encontrarán. Tal es la historia eterna del mundo.» (pág. 193.)
Por esto Cánovas del Castillo además de por otras razones más arriba mencionadas, se opone decididamente al sufragio universal. La democracia es la antesala del comunismo. Hay una estrecha solidaridad entre democracia y comunismo. Ello ocurre porque «el sufragio universal no es nada sin el comunismo; que el comunismo y el sufragio universal son dos tesis que se resuelven y no pueden menos de resolverse en una sola síntesis; allí se vio que la democracia, entendida de esa manera, no era más que la guerra de los pobres contra los ricos.»{21}
Por esto, la tolerancia política e ideológica es limitada. Sólo se puede tolerar a los partidos del Régimen: «Lo he dicho el otro día, y lo repito ahora: quien quiera que fuera de aquí, directa o indirectamente, hubiera osado decir respecto del actual régimen lo que aquí se ha dicho, ese habría sido arrastrado por el Gobierno ante los Tribunales y condenado allí sin duda con arreglo a los artículos definidos del Código Penal.»{22} Para Cánovas, la tolerancia política es limitada, pues «lo que no puede de ninguna manera concebirse, y menos realizarse, es que gentes que aspiran a cambiar la forma actual de gobierno puedan entrar en los principios de una legalidad común con los que aspiren a defender y a sustentar para siempre esa forma de gobierno.» (pág. 253.)
Por esto, algunos partidos, algunas ideologías son incompatibles con el régimen político de la Restauración establecido en la Constitución de 1876:
«...el sistema monárquico-constitucional. Ese sistema no está hecho para que pasen por él aquellos que tienen ideas radicalmente distintas sobre las formas de gobierno, ni siquiera aquellos que no las creen esenciales y que las creen contingentes; no está hecho para los que profesan respecto de las diversas cuestiones a que se presta la organización de la administración pública ideas tan totalmente diferentes. Ideas que se contradigan de tal suerte que cada cambio de Ministerio signifique una revolución en el país.
Para eso, para esa clase de luchas, triste es decirlo, no hay otro teatro, no hay otro Congreso, no hay otro Parlamento que los campos de batalla. Entre los carlistas y nosotros, por ejemplo, no ha cabido nunca discusión fuera de los campos de batalla. Pues otro tanto digo de los partidos que en sentido contrario significan una oposición tan radical como la que ha significado entre nosotros el partido carlista. Partidos de esa especie no pueden con su representación, con sus doctrinas, alternar jamás en el poder; triste es decirlo, pero están hechos únicamente para la guerra civil.»{23}
Palabras proféticas a nuestro entender leído tal discurso desde el año 2005 y con todo lo que ha llovido desde entonces.
Algo muy importante en el pensamiento político de Antonio Cánovas del Castillo es el papel de la religión como ideología que sirve para legitimar el orden social y político. En el fondo Cánovas concibe a la religión como opio del pueblo. La entiende desde una funcionalidad social. Napoleón decía que un cura le ahorraba cien gendarmes y de alguna manera Cánovas piensa así. En el discurso sobre la Internacional sostiene la necesidad de la religión para que el liberalismo esté bien asentado en la sociedad. Si no hay Dios, todo es posible, todo está permitido y de ahí se avanza hacia el caos, hacia el socialismo:
«Mas supone que llega un día en que se esparce y se generaliza por los pueblos esa teoría de que todo cuanto hay que hacer en el mundo es gozar de la vida; que todas las aspiraciones del hombre están encerradas dentro de la tierra: suponed que el hombre crea como generalmente creen las turbas en Francia, que detrás de esta vida no hay otra, que no hay justicia suprema, que la actividad y la inteligencia del hombre no tienen mejor cosa en que emplearse que en satisfacer todas sus necesidades presentes. Poned luego a este hombre enfrente de las dolorosas pero inevitables penalidades de la vida; ponedle enfrente de la injusticia, de la mala fortuna, de la miseria, de las enfermedades; ponedle enfrente de su limitada y transitoria naturaleza, y ese hombre será indisciplinable, y llevará su ateísmo, no ya sólo al cielo que le es indiferente, pues para él no existe, sino a la familia, a la patria y...acabará por afiliarse a la Internacional.»{24}
En el fondo así argumentaba por aquellos años Nietzsche en su crítica al socialismo. Al querer establecer el paraíso en la Tierra, el socialismo promete los goces intelectuales al obrero, pero para el obrero, con su jornada laboral, con su trabajo alienante y desagradable, la cultura y el saber proporcionados al obrero, harán si cabe aún más insoportable su existencia. Si Dios ha muerto, puede ser sustituido por el Socialismo o por el Progreso, o por la Democracia o por el culto a la felicidad, al pequeño placer por el día y al pequeño placer por la noche y a cuidar la salud.
En el fondo, para Cánovas el descreimiento religioso, el ateísmo, el escepticismo, el abandono de la fe católica lleva al socialismo. Decía Donoso Cortés que cuando hay religión hay poca es los socialistas tienen razón a decir de Cánovas. Por eso cuando hay religión disminuye la represión y cuando hay muy poca religión aumenta la represión. Así parece que está razonando Cánovas en el tema de la conexión entre el descreimiento religioso y la expansión del socialismo.
Además, si Dios no existe, entonces debe existir para poder defender desde un punto de vista práctico el orden social como algo que merece la pena defender. Es una especie de postulado de la razón práctica. Si Dios no existe, entonces el socialismo es la mejor opción, Si Dios existe, la sociedad burguesa es la mejor opción.
«Porque en realidad, señores, y permitidme que lo diga: si no hubiera más vida que ésta, si no hubiera Dios, como se dice y se proclama con tristes voces, yo no sé qué tendríamos que decir al socialismo; yo no sé con qué razón un hombre que vive esta vida transitoria le diría a otro hombre a quien también ha de tragarse la tierra, «sufre y padece, y lucha y muere». ¡Ah señores!, si es verdad que no hay Dios; si es verdad que no hay justicia divina; si es verdad que no hay otra vida, ¿a qué esta lucha impía? Entendámonos con la Internacional y el socialismo, porque yo declaro que si no hay Dios, el derecho está de su parte.» (págs. 165-166.)
Es que la religión es un elemento importantísimo en la política, en el Estado. Es una cuestión de Estado. En el discurso pronunciado el 8 de abril de 1869 sobre el proyecto de Constitución define a la religión como el opio del pueblo, como el cemento necesario para sostener la cohesión de los ladrillos del edificio social. La religión pasa a ser considerada como religión civil, como una ideología funcional socialmente hablando:
«A mi juicio, sería el mayor de los defectos de esta Constitución, tal que la haría completamente imposible en España, el que en ella desapareciera no sólo la concordia del sacerdocio con el imperio, sino la protección del Catolicismo por el Estado.
Porque si dejamos caer, perecer la religión, única que aquí existe, ¿qué vínculo moral, qué lazo moral queréis que tenga con sus semejantes ese átomo individual que os he descrito, ese proletario legislador que antes os he dibujado, ese personaje anti-economista que no comprende de lo ajeno sino el deseo de poseerlo? ¿Con qué vínculo queréis ceñirle, con qué lazo pensáis atarle, si permitís o procuráis destruir completamente el sentimiento religioso, cuando vosotros, los sabios, cuando vosotros, más modestos maestros, cuando los más osados de los metafísicos no se atreve a borrar al Ser Supremo de sus libros y, aunque lo afirmen como una hipótesis, aunque lo presenten sólo como un momento de la especulación, aunque lo denieguen en la única sustancia o le reserven un papel subalterno en el organismo general de la naturaleza, no se determinan, sin embargo, a relegarlo al olvido?»{25}
Sin embargo, paradójicamente, Cánovas afirma que él no pretende en modo alguno mezclar la religión con la política: «Y por mi parte, no pretendo ahora, ni he pretendido jamás, ni pretenderé un solo momento en mi vida pública, mezclar para nada la religión con la política.»{26}
Sin embargo, en su discurso sobre la cuestión religiosa de 3 de mayo de 1876, Cánovas renuncia a imponer el catolicismo por vía penal. El Estado ha de ser confesionalmente católico, teniendo al catolicismo como religión oficial pero manteniendo la tolerancia religiosa. «Yo no defiendo, pues, hace mucho tiempo, yo no defenderé ya jamás la intolerancia religiosa. A la Iglesia no la protegeré manteniendo la penalidad para los nacionales, que consigna aún en sus páginas el Código vigente.»{27} Es partidario pues Cánovas de proteger al catolicismo, considerarlo la religión oficial del Estado pero con tolerancia religiosa.
El régimen de la Restauración establecido por Antonio Cánovas del Castillo ciertamente no es democrático, pero es que ni aún siendo censitario es un régimen con limpieza electoral. El cuerpo electoral no tiene nada que ver con los parlamentarios. Si el Rey es quien decide el Gobierno que tiene que haber, los parlamentarios no dependen de las elecciones, sino del Gobierno. No es el Parlamento quien designa al Gobierno, sino el Gobierno quien designa al Parlamento.
«Si hubiera en nuestro país un cuerpo electoral capaz de formar candidaturas para los Ministerios, un cuerpo electoral independiente que derrotara a los Ministros mientras lo son y que cambiara las mayorías y las minorías, todavía podría discutirse esa doctrina, aunque siempre poniéndole límites muy estrechos. Pero estamos en un país en que no hay nada de eso, en que lo mismo que vosotros tenéis esta mayoría, cualquiera que se encargara del gobierno la tendría; y en un país de esta clase, hablar de imponer el Parlamento Ministros a la Corona, es anárquico y revolucionario.»{28}
De ahí la necesidad de la Corona, del Rey para nombrar al Gobierno, porque el Parlamento está hecho a la medida del Gobierno. El parlamento no tiene nada que ver con los electores. Las elecciones son muñidas por el Ministro de la Gobernación de turno. El Gobierno depende del Rey. Y el Parlamento depende del Gobierno. Las elecciones son sistemáticamente falseadas. Es un sistema político representativo virtualmente porque está falseado deliberadamente.
«Es preciso que todos reconozcamos que mientras no se fortifique el cuerpo electoral, que mientras en España no se constituya un cuerpo electoral como el que hoy existe en Inglaterra, la Corona está llamada, no digo sin peligro suyo, pero esta es la fatalidad que nace el estado de nuestro país, la Corona está llamada, la Corona está obligada a dirimir y dirimirá todos los grandes conflictos parlamentarios. La Corona en España tiene que intervenir en esto más que en Inglaterra.» (pág. 411.)
Cánovas es un político liberal doctrinario, el principal representante en España del moderantismo liberal. Constructor de un régimen liberal conservador en el que el fraude electoral impedía que el Parlamento representara a los ciudadanos. La composición de la clase política era muy estrecha, reducida. Los dos partidos del Régimen de la Restauración representan a la oligarquía política, esto es, a sí mismos. La clase política se coopta a sí misma y las elecciones son simplemente una fachada antidemocrática y un elemento teatral de legitimación del Régimen. Los partidos del Régimen de la Restauración sólo se representaban a sí mismos. La deslegitimación del régimen fue intensificándose sobre todo a partir de la muerte de Antonio Cánovas del Castillo en 1897, asesinado por el anarquista italiano Angiolillo.
Notas
{1} Diego López Garrido, «Estudio preliminar» de los «Discursos Parlamentarios» de Antonio Cánovas del Castillo, Centro de estudios Constitucionales, Madrid 1987, pág. XI.
{2} «Estudio preliminar», op. cit., pág XXXVII. Por una extraña paradoja, Diego López Garrido ingresó hace unos años en un partido sin ideología, el PSOE, que gobierna sin ideología España desde 2004. Al final, muchas críticas que Diego López Garrido formula contra Cánovas se le podrían devolver a él.
{3} Antonio Cánovas, «Proyecto de ley de abolición de la reforma constitucional de 1857». DSC de 11 de abril de 1864. «Discursos parlamentarios», op. cit., págs. 13-14.
{4} Antonio Cánovas, «Ley municipal y provincial», DSC de 17 de noviembre de 1876, op. cit., pág. 296.
{5} Antonio Cánovas, «Proyecto de Ley de abolición de la reforma constitucional de 1857», op. cit., pág. 26.
{6} Antonio Cánovas, «Proyecto de Constitución», DSC de 8 de abril de 1869, op. cit., pág. 57.
{7} Antonio Cánovas, «Discurso sobre la Internacional», DSC de 3 y 6 de noviembre de 1871, op. cit., pág. 160.
{8} Antonio Cánovas, «Proyecto de ley de imprenta», DSC de 25 de noviembre de 1878, op. cit., pág. 364.
{9} Antonio Cánovas, «Discurso sobre la Internacional», op. cit., págs. 171 y 172 y pág. 176.
{10} Antonio Cánovas, «Introducción a «Los Vascongados», de M. Rodríguez Ferrer, Madrid, 1873 (reimpresión, Bilbao, 1976), págs. XLIX, L, LIV y LV.
{11} Antonio Cánovas, «Discurso pronunciado en el Congreso de 6 de abril de 1883, cit. en Díez del Corral, L., «El liberalismo doctrinario», pág. 562.
{12} Antonio Cánovas, «Discusión del proyecto de contestación al discurso de la Corona», DSC de 8, 11 y 15 de marzo de 1876., op. cit., pág. 215.
{13} Antonio Cánovas, «Proyecto de Constitución: Principio monárquico», DSC de 8 de abril de 1876, op. cit., págs. 240 y 241.
{14} Antonio Cánovas, «Elección del Rey por las Cortes», DSC de 6 de junio de 1870, op. cit., pág.121.
{15} Antonio Cánovas, «Discusión del proyecto de contestación al discurso de la Corona», DSC de 8, 11 y 15 de marzo de 1876, op. cit., pág. 234.
{16} Antonio Cánovas, «Discurso segundo del Ateneo (1871) en «Problemas contemporáneos», Madrid, 1884, Vol. I, op. cit., pág. 96.
{17} Antonio Cánovas, «Proyecto de Constitución», DSC de 8 de abril de 1869, op. cit., pág. 68.
{18} Antonio Cánovas, «Discusión del proyecto de contestación al discurso de la Corona», DSC de 8, 11 y 15 de marzo de 1876, op. cit., pág. 227.
{19} Antonio Cánovas, Ibíd. «Proyecto de Constitución» DSC de 8 de abril de 1869, op. cit., pág. 72.
{20} Antonio Cánovas, «Discurso sobre la Internacional», DSC de 3 y 6 de noviembre de1871, op. cit., pág. 167.
{21} Antonio Cánovas, «Discusión del proyecto de contestación al discurso de la Corona», DSC de 8, 11 y 15 de marzo de 1876, op. cit., pág. 229.
{22} Antonio Cánovas, «Proyecto de Constitución: Principio monárquico», DSC de 8 de abril de 1876, op. cit., pág. 241.
{23} Antonio Cánovas, Discurso de DSC de 17 de julio de 1878.
{24} Antonio Cánovas, «Discurso sobre la Internacional», op. cit., págs. 162-163.
{25} Antonio Cánovas, «Proyecto de Constitución», DSC de 8 de abril de 1869, op. cit., pág. 78.
{26} Antonio Cánovas, «Discurso sobre la Internacional,», op. cit., págs. 190-191,
{27} Antonio Cánovas, «Proyecto de Constitución: Artículo 11, Cuestión religiosa.» DSC de 3 de mayo de 1876, op. cit., pág. 269.
{28} Antonio Cánovas, «Contestación al discurso de la Corona» DSC de 7 y 8 de febrero de 1888, op. cit., pág. 411.