Nódulo materialistaSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org


 

El Catoblepas, número 48, febrero 2006
  El Catoblepasnúmero 48 • febrero 2006 • página 18
Artículos

La Teoría política de Gustavo Bueno

Jose Andrés Fernández Leost

Intervención de lectura y defensa de su tesis doctoral, celebrada en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid el 31 de enero de 2006

[El 31 de enero de 2006 se celebró en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid la ceremonia de lectura y defensa de la tesis doctoral de José Andrés Fernández Leost, La teoría política materialista de Gustavo Bueno: gnoseología, Estado y moral, realizada bajo la dirección de Juan Maldonado Gago, ante un tribunal formado por Javier Roiz Parra, Consuelo Laiz Castro, Francisco José Martínez Martínez, Elena García Guitián y Gustavo Bueno Sánchez, que la calificó por unanimidad Sobresaliente cum laude.]

I. Introducción

I. 1. Presentación

Como introducción a la defensa de este trabajo me gustaría explicar las razones que me impulsaron a realizarlo. El origen se halla en las conversaciones con mi director de tesis a finales de 2000 y principios de esta década acerca de la relevancia de pensamiento de estirpe materialista en el panorama actual de la teoría política. A ello vino a sumársele el debate sobre la cuestión acerca del estatuto de la cientificidad de la politología y del lugar que ocupaba la ciencia política española en el tratamiento y resolución de tales asuntos. Fue entonces cuando surgió el nombre de Gustavo Bueno y la escuela de Oviedo, sobre todo a través de la obra que el profesor publicó en 1991: El Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas'; un tratado más que un ensayo que penetraba con rigurosidad y una sistematicidad ejemplar en el horizonte de lo político, desde una perspectiva materialista española. Al desafío de indagar en el alcance y repercusiones de una propuesta como la lanzada entonces desde Oviedo se le añadía el silencio que le acompañó, al menos desde las facultades de ciencias políticas. Prácticamente una década después de su publicación no existían casi estudios que discutieran o prosiguieran los razonamientos que en aquella obra se sostenían, salvo breves referencias y la honrosa excepción que suponían las actividades de la escuela de Oviedo.

Lo interesante del caso es que a lo largo de la década de los noventa el profesor Gustavo Bueno fue acumulando una serie de textos, artículos y libros que abundaban en la línea politológica materialista inaugurada y que venían a pedir todavía con más fuerza un análisis o una cierta recepción de su postura. Por si fuera poco, el azar quiso que la elaboración de mi trabajo coincidiera con la publicación por parte de Bueno de más libros referidos a la esfera de la política, lo que me ha mantenido en continua expectación y en una tensión intelectual confío que útil de cara al ámbito de la politología.

Debido a la fertilidad que está demostrando el planteamiento de Bueno, y no sólo desde su misma obra, sino asimismo a partir de los trabajos que han empezado a aflorar últimamente, mi objetivo, determinado en el enunciado general de la tesis (gnoseología, Estado y moral), ha pasado de procurar sopesar el alcance del aspecto político del materialismo filosófico de Bueno, al deseo de introducir parte de sus tratamientos en el campo político. Un tratamiento que simplificando al máximo se sintetiza en los siguientes puntos:

  1. El rechazo al estatuto de cientificidad de la ciencia política sin por ello dejar de exigir una elaboración sistemática del campo;
  2. La reivindicación del concepto de Estado como unidad de análisis central de la política y de la teoría del Estado como disciplina a recuperar;
  3. La propuesta del concepto de eutaxia como núcleo explicativo y fundamento moral del campo, aun como razón de Estado.

Estas consideraciones no dirían nada expuestas sin el amparo de aparato discursivo que las justifique razonadamente, y a ello ha dedicado uno su esfuerzo, extrayendo de la obra de Bueno un cierto orden que articule sintéticamente su pensamiento político, presentándolo de la manera más inteligible posible y sin mayor afán –insisto– que el de introducirlo y ofrecerlo desde este Departamento a la comunidad de los científicos y teórico-políticos.

En cualquier caso, mi papel no puede reducirse tampoco simplemente al de vocero de su obra pues incluso una mera reexposición no puede sustraerse de un componente interpretativo que sesga de alguna forma los contenidos de la obra analizada. Consciente de este hecho, por mi parte –y en ello se cifra la dimensión metodológica de la presente investigación– he intentado atenerme a una óptica hermenéutica distanciada a partes iguales del subjetivismo y del sociologismo, de tinte textual o tradicional si se prefiere, esto es, exclusivamente atenta a lo escrito y retomándolo desde un enfoque más sistemático que cronológico, por estimarlo más adecuado dada la propia naturaleza de la filosofía de Bueno. La interpretación resulta inevitable, pero a su vez mi trabajo, aunque es principalmente re-expositivo, también puede suponer una cierta ampliación o incluso rectificación de lo propuesto por Bueno. Personalmente, y en virtud del carácter sistemático más que programático de las tesis presentadas, lo que pretendo ante todo subrayar es la relevancia metodológica de su enfoque, e introducirla como una línea de investigación politológica de un enorme potencial.

Para ello, y según el criterio sistemático que ha guiado mi lectura, he considerado que el orden más oportuno para organizar el presente discurso había de desplegarse en tres bloques:

  1. Gnoseológico, que defina la visión filosófico-científica de Bueno y evalúe el estatuto científico de las ciencias políticas;
  2. Teórico estatal, que examine el concepto de Estado y despliegue los puntos fundamentales del campo, desde su formación, desarrollo y estructura, hasta la descripción de las capas que lo componen y las ideologías que lo envuelven (del Estado de derecho, de la sociedad civil y de la democracia);
  3. Filosófico-moral, que indague en las cuestiones referentes al poder, la igualdad y la justicia así como en el asunto de la legitimación moral que el campo suscita.

I. 2. Ontología

Siguiendo el hilo conductor del Primer Ensayo resulta oportuno partir de un bloque gnoseológico, lo cual puede parecer a primera vista impertinente, considerado desde un punto de vista formalmente político. Ahora bien, debo aquí enfatizar que sin pasar por esta parte es absolutamente imposible comprender la dinámica del pensamiento político de Bueno.

Antes de penetrar en la gnoseología materialista es además imprescindible advertir cómo el bloque gnoseológico se halla imbricado con la dimensión ontológica de su filosofía, de modo que es necesario esbozar siquiera unas pocas líneas acerca de ella. Asimismo será preciso delinear brevemente los rasgos genéricos desde los que opera la metodología materialista. De este modo podremos internarnos con más desenvoltura en la lógica de su pensamiento.

Al invocar la ontología de la doctrina materialista elaborada por Bueno se debe precisar su naturaleza pluralista, en las antípodas del monismo ontológico propio del positivismo y el materialismo del siglo XIX, así como de sus sucedáneos en el XX (marxistas-leninistas o neopositivistas), y aun del fundamentalismo científico que todavía informa la construcción de ciertos modelos científicos actuales. El materialismo ontológico pluralista parte de tres géneros de materialidades especiales o positivos —corpóreos, psíquicos y abstracto-operatorios– de cuya inter-colisión surge la idea de materia general, idea límite, dinámica y crítica, que conforma la medula del sistema que aquí presentamos. Esta idea de materia está perpetuamente alimentada y sometida a cambios por el incesante movimiento de una realidad que jamás se concibe como rígida ni dada de una vez por todas. A su vez, este pluralismo ontológico recupera como primer principio teórico el doble enunciado de la Symploké platónica, planteado en El Sofista y según el cual ni nada deja de estar conectado con nada (puesto que si no no podríamos acceder al conocimiento de ninguna entidad) ni todo está conectado con todo.

Sin abandonar el plano ontológico hay que introducir desde aquí el concepto de espacio antropológico como mapa de coordenadas desde el que su sistema perfila los ámbitos en los que se desarrolla la vida humana. El concepto de espacio antropológico nos es útil para organizar las dimensiones de la realidad material, como por lo demás siempre ha hecho toda concepción filosófica que haya aspirado a explicar al hombre. Podemos referirnos a las ideas de Dios, Alma y Mundo que utilizaron Bacon, Wolff y Kant como ejes de sus sistemas. O citar la estructura bidimensional que se impuso a partir de Hegel y luego con Marx, distinguiendo entre el Hombre (espíritu) y la Naturaleza.

Recuperando la estructura trimembre, el sistema de Bueno organiza el espacio de los contenidos a los que puede acceder el hombre en tres ejes –circular, radial y angular– según hablemos de las relaciones que el ser humano trabe con elementos pertenecientes al orden humano personal (las otras personas); al orden no personal y humano (naturaleza); y al orden personal no humano (como las relaciones que establecemos con sujetos corpóreos como los animales, desde los que se funda, según su tesis, la religión). El conjunto de estos ejes constituye el mundo entorno que nos rodea y que hemos llegado a conceptuar. De hecho, es a través del espacio antropológico cómo Bueno ha regionalizado los planos de su materialismo filosófico, distinguiendo entre el materialismo histórico, el cosmológico y el religioso. En cualquier caso, esta triple dimensión teóricamente disociable se halla en la vida humana continuamente interconectada. Y su referencia preside, entre otros muchos, el análisis politológico de Bueno, por cuanto su teoría política exige la referencia continua a los tres ejes. Dicho esto podemos penetrar en el proceder metodológico materialista.

I. 3. Metodología materialista

Se puede empezar enunciando los rasgos de la metodología materialista hablando del componente crítico que la regula, crítico en el sentido etimológico del termino: como criba, discriminación y clasificación según determinados criterios y distinciones, la más importante de las cuales se localiza en la distinción que efectúa entre totalidades atributivas y totalidades distributivas, según el modo de unidad que conformen sus partes: a) unidades isológicas, que son aquellas en las que las partes del todo se muestran independientes las unas de las otras; y b) unidades sinalógicas, que son aquellas en las que las partes están referidas las unas a las otra simultanea o sucesivamente.

Inmediatamente se ha de hacer mención al cariz dialéctico que dirige el análisis del material que nos sale al paso y, más concretamente, de la ciencia o de las diversas ciencias con que nos topamos. Este rasgo se extrae del patrón científico de observación, experimentación y verificación que Bueno interpreta según la doble dirección que recorremos al manejar nuestro material de estudio: de análisis y síntesis, destrucción y construcción, o ya en su propio vocabulario de regressus y de progressus (de los fenómenos a las estructuras esenciales y viceversa).

Hay que subrayar cómo el soporte de esta dialéctica se encuentra en una comprensión de la lógica humana como lógica operatoria, genéticamente manual y quirúrgica, distanciada tanto de orientaciones idealistas como groseramente materialistas. Es importante resaltar además que la lógica materialista, aun partiendo de los círculos de investigación científicos, los desborda y pasa también a informar el análisis de ámbitos extra-científicos, por lo que más que científica una tal lógica está comprometida con una forma filosófico-sistemática de pensar. Se trata por lo tanto de una metodología basada en el canon procedimental científico por el privilegio gnoseológico que poseen los objetos corpóreos, pero que no deja de incorporar elementos de otros enfoques racionales: a) los recursos a la analogía de atribución o de proporcionalidad de la filosofía escolástica (muy fértil a la hora de estudiar conceptos no unívocos); b) la distinción entre conceptos sustanciales y conceptos funcionales debida a Cassirer; y c) una forma de clasificar plotiniano-darwiniano que completa y rebasa el modo clasificatorio porfiriano-linneano.

Sentadas estas cuestiones preliminares, pasemos a repasar el bloque gnoseológico, en tanto constituye la vía más adecuada para explorar la teoría política de Gustavo Bueno.

II. La Teoría del cierre categorial y la Ciencia política

II. 1. Qué es ciencia

Para conocer el diagnóstico sobre el estatuto científico del campo político según el materialismo filosófico no cabe otro rumbo que el de partir de la teoría del cierre categorial, a fin de comprender en primer lugar qué es la ciencia, conocer el criterio de cientificidad que de ella se desprende y, subsiguientemente, saber qué rol ocupaban las ciencias humanas en esta concepción.

Hágase notar que el punto de arranque de Bueno presupone la existencia de ciertas acepciones históricas del concepto de ciencia, según este término se haya referido a:

  1. Un saber hacer, tanto en el sentido de agere como en el sentido de facere;
  2. Un «sistema de proposiciones derivados de principios», procedente de los Segundos Analíticos de Aristóteles;
  3. La articulación positiva de contenidos según el método de observación y experimentación aplicado sobre campos naturales;
  4. Los intentos de hacer ciencia partiendo de contenidos sociales.

El análisis de Bueno se centra en la tercera de las acepciones y es a partir de ella sobre las que va a diseñar una teoría que identifique la estructura de las ciencias y defina el concepto de verdad científica.

II. 2. Premisas y familias gnoseológicas

Al iniciar este recorrido hay que subrayar ciertas premisas desde las que Bueno parte. La primera, en línea con el pluralismo ontológico descrito, es la constatación in media res de la existencia de una pluralidad de ciencias categoriales, lo que hace complicado hablar de la ciencia en general, como concepto unívoco. Esta constatación enlaza con la prioridad de Bueno de atenerse a dos principios básicos en el análisis de totalidades corpóreas: el principio de individuación, y el principio de unidad. A estas premisas se le suma una crítica hacia los planteamientos epistemológicos desde los que diversas disciplinas han tratado asuntos meta-científicos según enfoques lógico-formales, psicológicos, o sociológicos. El vicio de tales enfoques radica en partir de una noción de la ciencia como adquisición del conocimiento, vinculada a la investigaciones de Piaget, donde los elementos en juego son el sujeto cognoscente y el objeto de conocimiento.

La perspectiva gnoseológica remonta este plano para estudiar desde dentro las partes que componen los círculos científicos realmente existentes, distinguiendo entre ellos una materia y una forma. La potencia de una tal perspectiva estriba en trazar una teoría de teorías de la ciencia desde la que pueda erigirse contrastadamente una gnoseología y una idea de ciencia dialécticamente razonadas. Su estrategia consiste pues en catalogar un listado de familias de teorías de la ciencia según el cómo traten la materia (que procede de los hechos del campo investigado) y la forma en que el material se organiza y plasma. Según tal criterio, Bueno detecta cuatro familias: a) Descripcionismo (verdad como aletheia); b) Teoreticismo (verdad como coherencia); c) Adecuacionismo (verdad como correspondencia); y d) Materialismo gnoseológico (verdad como identidad sintética).

La peculiaridad del materialismo gnoseológico que Bueno plantea se cifra en el planteamiento conjugado con que percibe la relación entre materia y forma, de manera que tales aspectos nos son inteligibles no tomados separada sino conjuntamente. Las ciencias aparecen en esta concepción no como la descripción de hechos o realidades empíricas absolutas, ni como las resultantes de modelos lógicos formales elaborados a priori, ni siquiera como la mutua correspondencia entre ambos enfoques. Antes bien, las ciencias son construcciones holóticas cuyas partes formales se conforman conectivamente, estableciendo círculos de concatenación operatoria a medida que los elementos comprometidos en cada campo se van entretejiendo entre sí. Por ello, junto a las observaciones, proposiciones y definiciones científicas hay que contar con los aparatos, los laboratorios, las revistas y los sujetos operatorios implicados en la construcción. En definitiva, el materialismo gnoseológico no es sólo empirismo, sino que asimismo supone una tesis acerca cómo se organizan lógicamente los hechos.

II. 3. Espacio gnoseológico y cierre categorial

Una vez entendido lo anterior, Bueno se ve facultado para delinear la estructura común a través de la que las ciencias organizan sus materiales, planteando un espacio gnoseológico erigido sobre sus partes formales que se articula sobre tres ejes y nueve figuras:

  1. Eje sintáctico: términos, relaciones y operaciones;
  2. Eje semántico, referencias fisicialistas, fenómenos y estructuras esenciales;
  3. Eje pragmático, autologismos, dialogismos y normas.

Las innovaciones de la concepción Bueno residen en la incorporación de un plano signitivo o sintáctico que medie entre el plano subjetual y el objetual y posibilite un juego de enlaces triádico que permita entender el papel constructivo que juegan las operaciones; y en la integración de los contenidos subjetuales del eje pragmático en el contexto del espacio gnoseológico, de modo que los aspectos socio-históricos de las ciencias no queden descuidados sin por ello recaer en una visión sociologista de las mismas. Pues bien, una vez dada la estructuración del espacio gnoseológico nos encontramos en disposición de definir una idea de la verdad en la ciencia inédita. La constitución de la verdad científica en tanto identidad sintética que la teoría del cierre supone resulta del sistema de operaciones en el que confluyen varios cursos operatorios, a partir de un racimo de teoremas capacitado para propagarse, de modo que se conforme un espacio de inmanencia –objetual y proposicional– que configure un circuito procesual impersonal. Su clave explicativa se halla en el rol que compete a las operaciones, que son siempre subjetivas. Y justamente, el criterio de cientificidad de la teoría del cierre categorial se coloca en la neutralización de las operaciones. En palabras del autor:

«Sin el sujeto la identidad no se produciría, pero la identidad no esta en el sujeto sino en las cosas hechas por el sujeto.»{1}

De ahí la caracterización de la teoría del cierre categorial como caso de verum est factum. Es importante recalcar aquí que el cierre no significa clausura, sino más bien apertura, puesto que sienta las bases desde las que las ciencias pueden empezar a desarrollarse. Relacionado con esto debemos recordar que su teoría jamás afirma que las ciencias constituidas agoten su campo.

II. 4. Las ciencias humanas: la relevancia del sujeto gnoseológico

Expuesto el criterio de cientificidad podemos hallar la distinción que separa a las ciencias humanas de las ciencias positivas. Este ya no se hallará en la normatividad que se le supone a las primeras, pues todas las ciencias, al ser genéticamente praxeológicas, incluyen en su misma conformación reglas o prescripciones cuando menos operatorias. El punto de distinción tiene que colocarse en otro lado, a saber, en la imposibilidad de las ciencias humanas para neutralizar al sujeto gnoseológico. El sujeto gnoseológico en tanto sujeto humano empieza moviéndose como sujeto cognoscente en el plano de los fenómenos, pero es también un sujeto dialógico en el plano pragmático y principalmente un sujeto operatorio inserto en el plano sintáctico. Las operaciones de análisis y síntesis en las que está involucrado el sujeto gnoseológico como sujeto operatorio son fenoménico-apotéticas (se efectúan a distancia espacial y temporal). No obstante las ciencias tan sólo cierran cuando las relaciones fenoménicas se convierten en relaciones físico-contigüas. Dicho de otro modo: la característica crucial de las ciencias humanas estriba en que los humanos forman parte de sus campos como sujetos gnoseológicos y como sujetos temáticos. Teniendo en cuenta que la teoría del cierre receta la neutralización de las operaciones que precisamente ejecuta el sujeto gnoseológico se comprende que las ciencias humanas no logren el estatuto de cientificidad óptimo para considerarlas positivas.

No por ello Bueno expulsa a las disciplinas humanas extramuros de la «república de las ciencias». Es mas, en el desarrollo de su teoría del cierre tratará de delimitar un marco gnoseológico que consiga discernir entre los diferentes estados por los que estas pueden transitar: estados alfa o beta operatorios, según el rol de actividad que despliegue el sujeto en el campo. De hecho, lo propio de las ciencias humanas está el doble plano operatorio en el que se mueven y del que no pueden desprenderse:

  1. Plano alfa-operatorio: que supone el regressus de los fenómenos a las estructuras esencias;
  2. Plano beta-operatorio: en el que se requiere la practicidad recurrente del sujeto operatorio, hasta el punto –y he aquí la clave– en que se produce una identidad metodológica entre el sujeto temático y el sujeto gnoseológico: los economistas se sitúan a un mismo nivel gnoseológico que los banqueros, el lingüista queda nivelado al hablante de la lengua que estudia, o «el cultivador de la ciencia histórica del Derecho Romano no procede de un modo muy distinto en cuanto SG a como procede el propio pretor de la época clásica»{2}.

II. 5. La situación de la ciencia política: la imposibilidad del cierre politológico

Llegados a este punto, podemos pasar a exponer la postura de nuestro autor acerca del primer asunto que nos ocupa, el de la cientificidad de la politología. Este tema ha suscitado múltiples debates que se han procurado solucionar delimitando el objeto de estudio de nuestra disciplina y el carácter de su método. Sin necesidad de recurrir a la historia de la politología se puede decir que su institucionalización académica y su potencia gremial se ha propagado a partir del momento en que sus trabajos han empezado a funcionar bajo el patrón del paradigma de las ciencias naturales, de signo particularmente popperiano: observación y verificación empírica hasta alcanzar ratificaciones experimentales generalizables en leyes. Sin embargo, ello no ha logrado clausurar el debate, polarizado ante todo sobre la distinción entre el enfoque descripcionista y el enfoque normativista. Huelga añadir que a la cuestión metodológica se le añade el problema de la delimitación del objeto, definido a veces como el «ámbito en el que se dirimen los conflictos entre los grupos sociales por los bienes colectivos»{3}, o bien por el fenómeno poder (que estudia su adquisición y utilización, su concentración y distribución, su origen y ejercicio).

El modo que tiene Bueno de afrontar este asunto rompe con el dilema dual, penetrando en el debate de mano de su teoría del cierre. Para empezar, desde su óptica debemos recordar que las ciencias no tienen objeto sino campo. El concepto de campo está destinado a desechar la idea de objeto como parte definitoria de la ciencia—por su falta estructura gnoseológica. En su lugar, el campo designa a un conjunto de elementos enclasados relacionados de tal forma que puedan realizarse operaciones entre ellos así como componer términos. Si nos centramos en la esfera de la política, observamos que la argumentación de Bueno persigue constatar de qué forma se distribuyen los contenidos del campo en los ejes y figuras de su espacio gnoseológico. Así, «a fin de registrar las diferencias y desajustes»{4} logrará calibrar hasta qué punto puede hablarse con propiedad de ciencia política. Su proceder detectará enseguida los problemas de categoricidad que contiene el campo, puesto que ni siquiera resulta claro con qué se identifican los términos del plano sintáctico (si con individuos, grupos, clases o Estados, y decidirlo ya implica una toma de postura ideológica). Los problemas se reproducirán en todas las figuras de todos los ejes, quedando demostrada la imposibilidad del cierre politológico, más que patente en el estudio del sector preocupado por dar con las estructuras esenciales. Básicamente, su conclusión de la imposibilidad del cierre politológico enlaza con la constatación de que los conceptos que maneja el campo atraviesan distintos dominios, abandonando la inmanencia propia de las ciencias genuinas. Ello no impide a Bueno trazar una clasificación de los saberes políticos según hablemos de:

  1. Los saberes políticos adquiridos por experiencia;
  2. Los saberes políticos en su fase empírica: sociología política (aritmética electoral), historia política y antropología política;
  3. Los saberes políticos en su fase doctrinal: el Derecho político y la Teoría del Estado;
  4. La filosofía política.

II. 6. De la filosofía política a la teoría del Estado

La conclusión de la imposibilidad del cierre politológico establece la necesidad de recurrir a la filosofía, ahora bien, siempre que a esta se la entienda como método geométrico extra-categorial de organización lógica de los materiales de que se trate. Es pertinente en este punto recordar cómo para nuestro autor la filosofía es un saber de segundo grado, que tan sólo resulta posible dados unos saberes ciertos y previos, que son desde los que surgen los problemas que la filosofía debe tratar de resolver mediante un modo de pensamiento sistemático. Un modo de pensamiento el filosófico que no busca el saber más, sino el saber de otro modo, y cuyo forma de operar es análoga a la científica, determinando un tipo de verdad no científico, pero sí dialéctico, quizá provisional, pero que se pretende el más potente desde el presente al estar informado y reabsorber contrastadamente todos los demás puntos de vista: se trata de llegar a un tipo de verdad dialéctica, siempre relativa pero lo más objetiva posible. Puede que desde esta manera de entenderla, la filosofía no sea al cabo sino una ideología pero que sin embargo está radicalmente distanciada del sectarismo por cuanto procura incorporar públicamente todos los razonamientos posibles de la realidad estudiada y ofrecer una respuesta informada.

En nuestro caso, el materialismo filosófico considera que la única manera de articular un sistema desde la constelación de lo político es partiendo semánticamente (como punto de arranque) de las sociedades políticas ya constituidas, concepto que puede interpretarse en la obra de Bueno como equivalente al de Estado. La decisión de elaborar una teoría de la sociedad política o, vale decir, del Estado, no es por consiguiente gratuita, sino que se plantea como la única vía de esbozar una disciplina autónoma. Cabe por ello decir que filosofía política, teoría del Estado o ciencia política son tres formas que materialistamente vienen a decir lo mismo.

III. Teoría del Estado

III. 1. Inciso metodológico: programa definicional

La primera consideración que se ha de realizar quiere hacer hincapié en el tratamiento lógico-material que nuestro autor utiliza al abordar cualquier cuestión. Es un método que aspira a encajar la estructura lógica de los materiales con su historia, pero distanciándose tanto del idealismo hegeliano como de reduccionismos marxistas, abandonando implicaciones escatológicas. Desde luego su perspectiva pone en primer plano el proceso genético-estructural a la hora de entender las realidades estudiadas, conectándolo con el doble recorrido analítico-sintético en el que está envuelta toda investigación. Por ello hemos querido ver en el estudio de J. Zeleny sobre la estructura lógica de El capital una suerte de patrón –con todas las salvedades monistas que conserva tal visión– que en nuestro caso se traslada del plano de la economía al de la política. De ahí que haya estructurado la teoría del Estado de Bueno según:

  1. Una exposición conceptual;
  2. Una exposición histórica;
  3. Una exposición estructural.

Esta partición no hace más que reproducir los puntos centrales que toca todo tratado que verse sobre el Estado, distinguiendo entre formación, desarrollo y estructura. Gustavo Bueno plantea esto mismo partiendo de un modo de conceptuación propio, interesado en establecer definiciones marcadas por un núcleo, un curso y un cuerpo. Son definiciones reales y nucleares, y no nominales o estructurales, tipo las que operan con un género próximo y una diferencia específica. Frente a estas, el ángulo de Bueno flexibiliza las conceptualizaciones según una lógica transformativa, extendiendo la esencia del concepto desde su núcleo hasta su curso (o historia) y su cuerpo (o estructura). En realidad, podría asegurarse, esta forma de conceptuar que en principio tan sólo quiere definir qué es el Estado, le permite a la postre elaborar toda una teoría del mismo que aborda todos los puntos de la política.

III. 2. Núcleo: exposición conceptual de la formación del Estado

La definición del núcleo de la sociedad política es el primer paso con que inicia su propuesta. Embarcado en tal cometido, se pretende identificar una raíz o género radical que defina la infraestructura desde la que se levante conceptualmente el Estado. Tal infraestructura la encuentra en la sociedad humana natural, concepto prepolítico que marca un estadio antropológico intermedio entre lo zoológico y lo político, en el que sin embargo ya encontramos elementos co-genéricos (etológicos) que volverán a aparecer reorganizados en las sociedades políticas (como la jerarquización de la sociedad, las estructuras de dominación, &c.). En este estadio Bueno le presupone a los grupos sociales una estructura convergente que les mantiene unidos, a través de prácticas homínidas desarrolladas gracias a la doble articulación del lenguaje, el manejo de instrumentos, o la escritura. La lógica a la que responde estas sociedades es distributiva, por cuanto son autárquicas y el contacto con otros grupos no interfiere en sus patrones conductuales.

La constitución conceptual del núcleo de la sociedad política surgirá en el momento en el que se fracture este tipo de totalización, debido a divergencias colectivas procedentes del exterior, del interior, o de ambos lugares a la vez. La divergencias, causados por una parte del todo social producirán causalmente una recomposición más compleja de la intraestructura inicial dando paso a la configuración del núcleo de toda sociedad política. El núcleo de la sociedad política se forma pues a través de un grupo colectivo cuyos planes y programas de mantenimiento del orden suponen su propia supervivencia tanto como la del todo en el que están integrados. De ahí que para que aparezca la política, a estas partes no sólo se las presuponga una beligerancia para divergir, sino también la capacidad para reestructurar íntegramente al todo social, y transformar el formato lógico de tal sociedad de un formato distributivo a un formato atributivo: aquí radica el quicio lógico conceptual que marca el punto de inflexión entre lo apolítico y lo político. A su vez, en este punto Bueno ya pone sobre la mesa el concepto de eutaxia, que designa la verdad de la política en tanto recurrencia indefinida de la sociedad:

«El núcleo de la sociedad política es el ejercicio de poder que se orienta objetivamente a la eutaxia de una sociedad divergente según la diversidad de sus capas.»{5}

III. 3. Curso: explicación histórica de la formación del Estado

A continuación, la exposición histórica recurre al material empírico no tanto para ilustrar el aparato conceptual de su teoría cuanto para ensamblarlo con él. Insisto: empiria y organización lógica forman parte del mismo proceso. No tiene porque sorprender entonces que la exposición histórica en Bueno sea trifásica: a) pre-estatal; b) estatal y c) post-estatal.

Tras mostrar algunos ejemplos de la situación en la que se mueven las sociedades sin Estado, designándolas con el nombre de uniarquías y sociedades de jefaturas, lo decisivo está en entender el proceso mediante el cual se constituye bajo su teoría realmente un Estado. Vista la exposición conceptual, se comprenderá que el acento de la teoría sea expresamente conflictual. Aquí la divergencia toma el nombre de codeterminación, cuya expresión política es la guerra. El Estado, y junto con él la política, cobra entidad material cuando varios colectivos entran en contacto y pugnan por la apropiación razonada –en tanto implican planificación– de unos recursos necesarios (económicos, territoriales) para lograr su supervivencia. La hipótesis supone darle la vuelta del revés al marxismo en tanto la competición y la apropiación estatal resulta anterior a la propiedad privada. Es lo que Bueno llama la dialéctica de Estados frente a la dialéctica de clases. Lo cual no quiere decir que la dialéctica de clases quede rechazada. Este punto es crucial porque de él se infiere la autonomía que lo político cobra bajo su prisma. Asimismo su visión, como enseguida veremos, implica la formación de una capa socio-estructural ausente hasta entonces, y básica para completar la definición del Estado, la de la capa cortical.

III. 3. 1. Codeterminación parcial y total: Imperio y Nación

Se ha de mencionar brevemente como los tipos de codeterminación que Bueno delimita son dos: la codeterminación parcial, en la que los Estados pugnan con sociedades políticas pero también prepolíticas; y la codeterminación total, situación en la que los conflictos inter-estatales están globalizados, tal y como observamos actualmente el escenario internacional. Esta teoría se desplegó muy particularmente con la publicación de España frente a Europa (1999), donde se exponían con detalle los conceptos de Imperio y Nación como imprescindibles para entender la naturaleza de la formación de los Estados.

Apuntemos ahora tan sólo como el concepto de imperio toma cuatro modulaciones, dos subjetivas y dos objetivas, hasta erigirse en un concepto filosófico político coronado por dos nociones límite y metafísicas, las de Humanidad y Dios, que hacen de todo proyecto imperial global un imposible sin dejar de informar normativamente la práctica real de los Estados. Desde mi lectura he creído ver esta noción como más cercana a la situación de codeterminación parcial. Anotemos asimismo cómo la idea de nación también incorpora varios significados –biológico, étnico, y político– y que sólo alcanza su sentido político tras los acontecimientos de la Revolución francesa, cuando la soberanía se traslada de la monarquía a la ciudadanía. Y decimos ciudadanía y no pueblo por la continuidad temporal que integra el primer concepto. Es interesante mencionar que la idea de nación, es oblicua y análoga (no es recta ni univoca) ya que necesita respectivamente de una plataforma exterior y previa para poder configurarse, y sus significados evolucionan, modulándose históricamente e incluso excluyéndose. La reflexión sobre el concepto de Nación política enlaza con la teoría de la izquierda al erigirse a juicio de Bueno como idea genéticamente republicana; de momento baste con hacer notar cómo en esta cuestión Bueno opta por una explicación que rechaza tanto la versión romántica del fenómeno nacionalista (basada en mitos étnicos), como la ilustrada –en tanto pacto racional–, inclinándose más bien por la vía intermedia del patriotismo republicano o cívico semejante al que Viroli esboza en su Por amor a la patria.

III. 3. 2. Modelos posteestales

Por último, antes de entrar de lleno en la elementos que definen el cuerpo del Estado con que Bueno completa su programa definicional, resulta interesante observar cómo sus razonamientos no pierden de vista la evolución futura a que puede estar sujeta el concepto de Estado. La fase postestatal contempla varias alternativas que pueden dividirse en dos: a) la alternativa postestal en sentido absoluto y b) la alternativa postestatal en sentido correlativo, según hablemos de desaparición total o no del Estado. Dentro de la acepción en sentido absoluto nos encontramos a su vez con dos opciones: la opción aestatal, informada por la idea de la municipalización reorganizativa universal y futura disolución del poder (visión anárquico-utópica que contienen tanto el liberalismo como el comunismo, y que supone una vuelta al formato lógico de la sociedad humana natural); y la alternativa supraestatal, que invoca la constitución de un Estado único universal de signo panárquico, con una estructura lógica que retomaría el formato de las uniarquías de las sociedades pre-estatales y que implicaría la desaparición de la capa cortical.

Finalmente, el sentido correlativo de un modelo postestatal nos lo ofrece la alternativa trans-estatal, dirigida por empresas internacionales pero también por la internacionalización de movimientos sociales y partidos políticos, pero que supondría el mantenimiento en parte de la estructura propia de los Estados. El autor advierte de la deriva hacia el supuesto supra-estatal en que puede caer esta opción. Por mi parte creo ver aquí un esbozo realista (que acaso el propio autor suscribiría) de un escenario político que puede estar dibujándose en el presente por la necesidad de que los Estados adquieran dimensión continental para defender sus intereses.

III. 4. Cuerpo: la estructura del Estado: el materialismo político

Dejando atrás la exposición histórica se puede ya pasar a desbrozar la teoría estructural que forma el cuerpo del Estado, con la que Bueno cierra su programa definicional y sienta las bases para el desarrollo autónomo de su teoría política. Es ahora cuando se enuncia la teoría de las tres capas que conforman el Estado junto con un cuadro analítico-sintáctico que define cuáles son los poderes bajo los que una sociedad política ejerce sus actividades.

III. 4. 1. El modelo gnoseológico como modelo canónico de la estructura estatal

Antes de pasar a desentrañarlos fijémonos en la perspectiva que Bueno escoge para delinear los resortes del aparato estatal. Su visión rechaza partir de enfoque jurídico, pero también del enfoque sistémico, predominantes en ciencia política. Su teoría opta más bien por recurrir a la analogía, tratamiento de apariencia menos científica pero que queda justificado no sólo por la tradición histórica de la disciplina (que ha recurrido a metáforas tales como las de gobierno, organismo, leviatán o la misma de cuerpo político), sino también por el modelo desde el que Bueno la construye: un modelo gnoseológico que presenta una analogía entre la organización sistemática de un ciencia con la estructura sistemática de un Estado. Según esto: «La categoricidad de una ciencia corresponderá a la soberanía de una sociedad política»{6}.

III. 4. 2. La teoría de las capas políticas

Pero, ¿de qué manera organiza Bueno el material político en vistas a estructurar un campo sistemático de estudio? Precisamente se nos revela ahora la importancia medular que en su teoría política poseen los conceptos de espacio antropológico y de espacio gnoseológico. En primer lugar los planos ortogonales del espacio antropológico fundamentan la teoría estructural del Estado, puesto que de la relación de sus ejes con el núcleo estatal obtenemos las tres capas que componen el Estado:

  1. La capa conjuntiva, que es la que se configura en el seno de la dimensión circular, integrando todas las relaciones interhumanas—que son las que usualmente se estudian en los tratamiento formales del campo (socio-jurídicos y comunicacionales);
  2. La capa basal, que nace del plano radial a través de los recursos energéticos indispensables para el mantenimiento del Estado, que estos extraen de sus fuentes naturales (del territorio en el que viven o que explotan), y a partir de las cuales pueden desarrollar su economía; y
  3. La capa cortical, vinculada al contexto angular que tiene una importancia de primer orden en el asentamiento constitutivo de un Estado (asentamiento cuya localización y tamaño no está predeterminado por nadie), como también en la legitimación del poder estatal y en las relaciones exteriores.

Mencionemos que esta estructuración morfológica enlaza con el modelo clásico de tripartición de sociedad en Platón, en filósofos, guerreros, artesanos; o bien en la clasificación estamental propia del medioevo en oratores, bellatores y laboratores.

Una vez determinadas las tres capas de conforman un Estado se debe aludir a la manera en que los elementos interconectan formando la trama que encarna la Administración Pública. Y el modo materialista de explicarlo pasa por recurrir a los ejes sintáctico-semánticos del espacio gnoseológico. Aludiendo, en primer lugar a la dinámica sintáctica en la que se mueve el campo –en términos, relaciones y operaciones– Bueno nos hablará del poder determinativo de definir y clasificar figuras (términos políticos); del poder estructurativo, de regulación (relacional) y planificación; y c) del poder operativo de interferencia real en la marcha de las relaciones proyectadas. Sin embargo esta clasificación nadaría en el vacío sin la referencia a una dimensión semántica que aporte los contenidos materiales al campo. De ahí la necesidad del cruce entre el espacio antropológico y el gnoseológico, a fin de ver plasmada la vertebración exhaustiva e interna de todo Estado:

Capas del Estado
Ramas del poder
ConjuntivoBasalCortical
OperativoPoder ejecutivo
Obediencia/desobediencia
Poder gestor
Contribución/Sabotaje
Poder militar
Servicio/deserción
EstructurativoPoder legislativo
Sufragio/abstención
Poder planificador
Producción/Huelga
Poder federativo
Comercio/contrabando
DeterminativoPoder judicial
Cumplimiento/desacato
Poder redistributivo
Tributación/fraude
Poder diplomático
Alianza/inmigración privada

III. 5. Repercusiones: Estado de derecho, sociedad civil y democracia

El planteamiento de Bueno desencadena múltiples consecuencias, entre las que queremos mencionar tres.

1) La crítica a la ideología del Estado de derecho. La contribución más importante de Bueno al presentarnos esta estructura radica en su rechazo al formalismo político, subrayando la involucración de la política en todos los planos de la sociedad. Desde esta concepción se comprende que se discutan los fundamentos formales sobre los que se diseñan los Estados contemporáneos, los del Estado de derecho –imperio de la ley–; sistema de derechos fundamentales; separación de poderes y soberanía popular (principios de la mayoría, pluralismo, competencia entre partidos y garantía de espacios públicos).

Su crítica al Estado de derecho cabe entenderla como la crítica concreta a la pretensión de hacer de ella la idea constitutiva de las sociedades políticas. Bueno interpreta la constitución de esta ideología como la sistematización normativa del enfoque jurídico, que parte de la doctrina de la separación de poderes y la producción jurídico-idealista alemana del XIX y llega al anhelo kelseniano de establecer un ordenamiento jurídico consistente, saturado y completo, identificado con el Estado. En cambio, su perspectiva parte de una concepción histórica que contempla el decurso independiente de las líneas de poder, conectadas con los estamentos correspondientes –clero, nobleza, burguesía– hasta un momento en el que estas confluyen y se integran en un mismo aparato burocrático. La cuestión crucial que se plantea entonces es la de hasta qué punto es posible analizar las funciones determinantes del Estado (identificadas con los poderes políticos) abstrayendo el plano de las partes morfológicas integrantes. Esto a juicio de Bueno no es posible. De hecho, al analizar la doctrina de Montesquieu{7} su postura consiste en no dejar de tener en cuenta la conexión entre unas y otras. Y así advierte cómo Montesquieu no hace sino reelaborar jurídico-formalmente la doctrina del gobierno mixto (Aristóteles, Cicerón). De ahí que Bueno se atreva a combinar en su perspectiva a las partes funcionales o determinantes del Estado (la constituida por los poderes políticos) con sus partes integrantes morfológicas (redefinidas bajo la conceptuación de las formas de gobierno –donde cada parte morfológica reflejaría los modos gubernamentales propios de la monarquía, la aristocracia o la democracia). A su vez distingue tres sentidos para entender la separación de poderes, bien como diversificación (varias funciones concentradas en una parte), bien como dispersión (una función en varias partes), bien como separación (una función para cada parte). La resultante combinatoria de su lectura de Montesquieu nos coloca ante un panorama de 142 tipos de Estado, entre los que tal vez podamos hallar la sociedad perfecta. Esto no es posible precisamente porque la doctrina de Montesquieu no es científica. Su crítica a la ideología del Estrado de derecho se completa con una denuncia a la supuesta independencia del poder judicial, debido a la necesidad que este tiene de contar con la ejecución efectiva de la sentencia. A ello se el añade el rechazo total desde las coordenadas de la teoría del cierre del establecimiento de una ciencia jurídica que quiera ir más allá del estado beta-operatorio.

2) La crítica a la idea de sociedad civil. Otra de las consecuencias de su teoría estatal estriba en la suspensión en que queda la idea de sociedad civil como ámbito autónomo de la actividad del Estado. A juicio de Bueno caben dos posturas a la hora de valorar la relación entre la sociedad civil y el Estado: a) la que le otorga un valor nulo en virtud del continuum que supone el término civis respecto al de polis; y b) la que confiere a la distinción un valor total, según las ideologías cosmopolita epicúrea; universalista-eclesial (agustinismo político), o bien escatológico-laica (liberalismo y marxismo leninismo).

En el fondo la visión de Bueno no niega que los ciudadanos ejerzan actividades externas al Estado (aquellas que marcan los vectores descendentes en el cuadro sintáctico-semántico); el problema reside en la falta de concordancia unitaria de los vectores multilineales implicados en la vida civil, imposible de lograr (y a este respecto podría decirse incluso que la posibilidad de lograr una tal concordancia no haría sino desencadenar a la postre la formación de un nuevo Estado). El concepto de sociedad civil sería por consiguiente un concepto no unívoco, hispostasiado en su uso. En este sentido, resulta de interés mencionar como botón de muestra el artículo que Bueno dedicó a la tributación{8}, figura que pone de relieve las contradicciones en las que continuamente se ve inmersa la sociedad civil. Según su argumentación, la función de la tributación no consiste tanto en redistribuir cuanto en consolidar la propiedad privada, siempre que entendamos la propiedad privada como una forma de participación en la propiedad pública estatal. La distinción entre el aspecto formal y material acentuaría las contradicciones del concepto.

En cualquier caso la orientación totalitaria que cabe atribuirle a un discurso que apura tanto la relación entre sociedad civil y Estado quedaría desvanecida a mi parecer debido a la concepción realista de la política que sostiene, ligada a la techné, en la que la realidad conflictiva no se plantea nunca como un objetivo a superar. Y aunque lo intente nunca lo lograría: así como el cierre categorial nunca agota el campo, el Estado total nunca agota a la sociedad de referencia que pretende abarcar.

3) La crítica a la idea de democracia. Finalmente, otra de las repercusiones polémicas que implica su teoría estatal se localiza en su interpretación de la idea de la democracia. Una lógica material como la de Bueno no puede dejar de analizar críticamente un concepto tan manido –idealistamente– como el de democracia. Su postura al respecto radica en atenerse a los hechos positivos, presentando una concepción en línea con la de Schumpeter, según la cual:

«El método democrático es aquel sistema institucional para llegar a decisiones políticas en el cual los ciudadanos adquieren el poder de decidir por medio de una lucha de competencia por el voto del pueblo.»{9}

Realmente, la crítica de Bueno parte del sentido etimológico (en tanto gobierno de todos) que suele darse al término, inviable desde sus coordenadas. La organización siempre la ejerce una parte del todo, por lo tanto la clave de la democracia habrá que ponerse en otro lugar, lo que por otra parte está comúnmente admitido: en el consenso según el cual se acepta que el principio de la mayoría se entiende como el gobierno de todos. La paradoja que inmediatamente denuncia Bueno es que aunque los acuerdos siempre implican un consenso, la reciproca no es cierta, por lo que ya tendríamos una primera inconsistencia de la idea. Su crítica pasa entonces a mayores, tildando de fundamentalistas todas las concepciones que presuponen que la democracia es la primera forma o bien la forma definitiva de gobierno, y se mueven en la constelación de ideas que gravitan en torno a la ideología del Estado de derecho descrita, como idea constitutiva del Estado. Frente a los discursos metafísicos, Bueno ofrece un tratamiento histórico de la democracia que encuentra su clave en el gradual establecimiento de la libertad de elección, paralela a la organización de sociedades de mercado. Aquí es cuando cabe ver en Bueno un teórico de la democracia próximo a Schumpeter o Lipset. Pero también de quienes entienden la democracia al modo de una poliarquía, tal y como la esbozó Robert Dahl (cargos electivos para controlar las decisiones políticas, elecciones libres y periódicas, sufragio universal, posibilidad de ocupar cargos públicos en el gobierno, libertad de expresión, &c.).

Su discurso sobre la democracia, contextualizado en el Primer Ensayo en la trituración de la taxonomía de las formas de gobierno aristotélicas, acaba por distinguir entre la democracia y la aristocracia (ambos son gobiernos de algunos), en virtud de una definición de la primera según la cual esta es un procedimiento técnico de generación de la clase política a partir de operaciones aplicadas por un subconjunto abierto –un cuerpo electoral no cerrado al contrario que en la aristocracia– susceptible de lograr y mantener su estabilidad. En este sentido la democracia ha de estar siempre referida a un material empírico determinado, esto es, a una sociedad política dada, sin la cual carece de sentido. Obviamente el problema de esta visión radica en la cuestión de la legitimidad. A ello vamos a aludir en el último bloque. Antes sin embargo veamos cómo la teoría trimembre de las capas del Estado desencadena una tipología propia de las formas de gobierno capacitada para plasmar el funcionamiento de las sociedades políticas tanto como para entender sus cambios{10}:

III. 6. Tipología de la formas de gobierno

Género 1º. Sociedades en cuya estructura una de las capas domina significativamente sobre las otras dos. La situación contiene tres tipos:

Tipo I. Sociedades políticas en cuyo cuerpo la capa basal predomina significativamente sobre las demás.

Tipo II. Sociedades políticas en las que predomina la capa cortical.

Tipo III. Sociedades políticas en las que predomina la capa conjuntiva.

Género 2º. Sociedades en cuya estructura dos capas dominan significativamente sobre la tercera.

Tipo IV. Sociedades políticas en las cuales la capa conjuntiva y basal predominan sobre la cortical.

Tipo V. Sociedades políticas en las cuales predominan las capas conjuntiva y cortical.

Tipo VI. Sociedades políticas en las cuales predominan las capas basal y cortical.

Género 3º. Sociedades en cuya estructura ninguna de las capas puede considerarse que predomine significativamente sobre las otras.

Tipo VII. Sociedades en las cuales las capas conjuntiva, basal y cortical son equidominantes o no tienen diferencias remarcables.

IV. El concepto de eutaxia: entre la razón de Estado y la idea de moralidad

IV. 1. Eutaxia y poder

De mano del concepto crucial del campo político en Gustavo Bueno, el de eutaxia, se examinará en este último bloque filosófico moral las ideas a las que usualmente se recurre para dotar de legitimidad a la praxis política —fundamentalmente a las de igualdad y libertad. De esta forma podremos sopesar hasta qué punto el planteamiento teórico-político del materialismo filosófico desarrolla un discurso que justifique moralmente las propuesta expuestas.

Comencemos definiendo el concepto de eutaxia observando cómo hace referencia al conjunto de relaciones entre un sistema proléptico de una sociedad política y el proceso según el cual tal sociedad se desenvuelve. Se trata pues de un concepto límite, semejante al de entalpía en termodinámica, que mide la magnitud de un cuerpo físico o material equivalente a la suma de su energía interna más el producto de su volumen por la presión exterior. En nuestro caso la eutaxia resulta mensurable a partir del criterio de la permanencia en el tiempo. Restringiendo su significado al orden etimológico estamos delante de un concepto que sencillamente apela al estado de buen orden y que requiere un mínimo de duración temporal para poder predicarse de un Estado dado; duración cuya cota mínima sería la de un siglo (que es el tiempo necesario para que se sucedan las categorías históricas de una escala temporal). Obviamente estos rasgos nos remiten a un significado primordialmente pragmático-técnico guiado por la racionalidad instrumental.

No obstante, el componente moral que guarda la eutaxia se nos aparece en cuanto la enlazamos con el ejercicio del poder político, que debe orientarse precisamente hacia ella. Como sabemos, el problema que nos sale al paso con el concepto de poder político es el de su definición, puesto que no se puede precisar lo que es el poder tal y como se pueda hacer con el concepto de aceleración. Una manera de intentarlo es decir que el poder consiste en la propiedad relacional de un sujeto o grupo de sujetos para influir en la conducta de otro u otros. A partir de aquí pueden surgir distinciones más o menos pertinentes entre, por ejemplo, el poder así entendido y la autoridad (instituida constitucionalmente). Sin embargo estas definiciones se mueven a juicio de Bueno en un terreno cogénerico (etológico). Precisamente, su significado cobra dimensionalidad política en tanto relacionado con la eutaxia. Por nuestra parte hemos querido retomar la distinción entre poder sobre alguien –de corte instrumental, basado en los recursos adecuados para implementar una norma– y el poder para algo, que se funda en las reclamaciones racionales de la sociedad, debidamente canalizadas e institucionalizadas. Lo oportuno de esta distinción entre detención y ejercicio es que está ligada a la distinción entre libertad negativa y positiva, distinción ampliamente tratada por Bueno y que nos pone sobre la pista del significado moral de la eutaxia; sólo de esta forma podremos detectar la dimensión de la legitimidad que anda tras su conceptuación estatal.

IV. 2. Eutaxia, justicia y libertad

Según nuestra interpretación, por lo tanto, estimamos que la clave para entender el razonamiento político-moral de Bueno se haya en el significado que cobra bajo su óptica la libertad. Sin embargo, antes de exponer los razonamientos que nuestro autor aduce, se ha de hacer mención al lugar que en todo esto ocupa la justicia política, en tanto que idea ligada a la igualdad. En este punto la argumentación de Bueno se basa –como es habitual– en un tratamiento histórico-conceptual del término, por lo que para empezar a comprender que sea la igualdad hay que referirse primariamente a las propiedades relacionales que contiene: simetría, transitividad y reflexibilidad. A su vez, el uso del concepto de justicia asimismo tendrá que atenerse a unas premisas, en función de que nos refiramos a las partes enclasadas de una sociedad (hablaremos entonces de una justicia geométrica o distributiva) o a los elementos internos de las partes (regulados por una justicia aritmética o atributiva). Sólo desde aquí cabe iniciar el análisis de la idea de justicia política.

Tramo interesante de su discurso radica en el cotejo con la obra de Rawls, Teoría de la Justicia (1971), que Bueno rechaza por varias razones: el presupuesto del estado de naturaleza, la mezcla de dimensiones de la que se ocupa su concepto (social, económica y política); y el sesgo psicológico al que se presta su teoría de la negociación. Desde su perspectiva Bueno nos presenta una teoría opuesta, que parte de las desigualdades de toda índole que se le presuponen al estado originario. A partir de aquí desarrolla un modelo socio-político transformativo de la justicia que concede en la existencia de la igualdad en el interior de las clases (en el sentido de que es la pertenencia a una clase la que determina la igualdad de sus miembros y no a la inversa), y que considera que a medida que se vaya formando por encima de las desigualdades estamentales una clase abstracta de electores –a través de la participación política que posibilita el sufragio universal–, y se desdibujen las fronteras que distinguían la procedencia de sus elementos, la justicia política esta terminada en su plano. Democracia y justicia política irían de la mano.

Nuestro autor es consciente de que ello no resuelve el problema de la justicia social; no obstante la cuestión es que este asunto requiere incorporar una temática que ya no es estrictamente politológica. Quiero insistir en que ello no cancela el componente de legitimidad que contiene su teoría. Nuestra mirada tan sólo tiene apuntar hacia el concepto de libertad para comprobarlo. Por cierto que incluso para el mismo Rawls la igualdad estrictamente política se centraba en el grado de libertad para acceder equitativamente a los cargos públicos, además de en la capacidad de influencia de los individuos sobre el resultado de una decisión política.

Pero pasemos sin más dilación a su tesis sobre la libertad: el estudio que nos presenta Bueno, recogiendo la distinción entre la libertad positiva (libertad para) y libertad negativa (libertad de) tiene la virtud de poner sobre la mesa la importancia de nuestro poder hacer, lo que rebasa el mero aspecto técnico-instrumental de la política, sin tener que recurrir a una noción hispostasiada de la sociedad civil. Este poder hacer equivale al aspecto positivo de nuestra libertad que es al cabo el que prima cuando nos detenemos a analizar la dinámica de la libertad humana. Dada la distinción entre las dos libertades mentadas, Bueno propone un análisis dialéctico que las relacione, de manera que se demuestre que la una no se puede explicar sin la otra. Es más, para percibir las limitaciones que la libertad de delimita, previamente tenemos que activar nuestra libertad para, positiva, que es la que verdaderamente se topa con las trabas. Es en esta libertad donde reside precisamente el aspecto moral de nuestra actividad política. Ahora bien, es imprescindible entender que la libertad es según Bueno un concepto consecuencialista, de manera que se excluya toda interpretación formal o idealista del mismo. Y ello en tanto en cuanto la libertad tan sólo puede constatarse según el circuito global de nuestros actos globalmente considerados, hasta el punto de que estos comprometen nuestra vida como persona. Es decir, no somos libres por ser la causa de nuestros actos, sino que somos libres porque nuestros actos son los que nos constituyen como personas capaces de convertirnos en causa de nuestros actos. Y ello lo podemos lograr tan sólo en el contexto de una normas heterogéneas que regulan las sociedades. Nuestra libertad pues no se funda, tal y como estipuló Kant, en la obediencia a las precondiciones a priori de la razón formal, ámbito en el que queda resguardada nuestra autonomía y por consiguiente garantizado nuestro libre albedrío. Antes bien, sólo somos autónomos en función de los procesos de causalidad que podamos desarrollar frente a un grupo que codetermina nuestra conducta. Dicho esto comprendemos que la legitimidad de un Estado no dependerá de los resortes que articule en aras de garantizar el ejercicio individual de la libertad, ya que será su ejercicio efectivo de la libertad –en concordancia con la permanencia del Estado– la que nos muestre el carácter del mismo.

IV. 3. Moralidad y razón de Estado

Esta conclusión enlaza con la idea de moralidad que tiene el autor, que polemiza directamente con el formalismo ético kantiano que deposita en la conciencia pura del sujeto formal el fundamento racional del comportamiento moral. Frente a esto, el materialismo trascendental de Bueno sitúa no al sujeto formal cuanto al sujeto corpóreo en la base de su teoría. Y a partir de aquí enuncia la ley normativa fundamental de la vida moral como sigue:

«Obro moralmente en la medida que mis acciones puedan contribuir a la preservación de la existencia de los sujetos humanos y yo entre ellos en cuanto que son sujetos actuantes que no se oponen con sus acciones y operaciones a esa misma preservación de la comunidad de sujetos humanos.»{11}

Esta ley es deudora de la argumentación materialista de Spinoza, cuya Ética trata de los afectos desde el punto de vista racional. Así la virtud moral por excelencia es la fortaleza que aplicada sobre uno mismo es firmeza y aplicada sobre los demás es generosidad. El problema principal de esta ley es que contiene dos planos, según su objeto sea bien el individuo (ante lo cual estaríamos hablando de ética) o bien sea el grupo (ante lo cual estaríamos hablando de moral). Y más aun, el dilema se agudiza si tenemos en cuenta que históricamente el plano grupal ha sido prioritario pues es allí donde la ley ha podido empezar a activarse efectivamente. Por si fuese poco, resulta que para adquirir una conciencia moral tiene que ponerse en juego la fuerza de obligar, que tan sólo puede poner en marcha el grupo o ya directamente el Estado a través de un ordenamiento jurídico que no sólo condicione la conducta a través de un Código Penal sino que asimismo lo haga mediante de las leyes de educación, que nos adiestran.

Desde mi interpretación estimo que podemos pensar que la cuestión de la legitimidad del Estado queda solventada desde un punto de vista moral materialista, aun cuando se acoja a la perspectiva grupal. En definitiva la teoría de Bueno convierte en perfectamente moral el lema: salux populi suprema lex romano. Esto no es sino una constatación materialista, perspectiva que creemos haber demostrado que no descuida el punto de vista individual. Es más, esta perspectiva es la única que explica históricamente el surgimiento de los derechos humanos desde una argumentación no metafísica.

IV. 4. La teoría de la izquierda

Para completar está reexposición no quiero dejar de hablar de la teoría de la izquierda que Bueno nos ha propuesto en una obra más reciente, y que viene a ilustrar el problema dilemático que enfrenta a la ética a la moral. En El mito de la izquierda (2003) vuelve a presentarnos un concepto no univoco –el de izquierda política– que necesita de una lógica transformativa plotiniana que de cuenta de su evolución. A su vez se trata de un concepto funcional cuyos valores se obtienen a través de un parámetro y un conjunto de variables que precise la característica general de la noción. Esta característica consiste ante todo en la racionalidad que la izquierda le presupone al ser humano. Ahora bien, esta tan sólo cristaliza realmente –y aquí radica el origen de la idea política de izquierda– a través de la idea de Nación, en tanto la Nación política se configura de una manera análoga a la de las ciencias positivas constituidas en la Ilustración: a través de una racionalización por holización que fractura y recompone los elementos de un campo determinado. Aquí la fractura se realiza sobre los componentes del Antiguo Régimen y la recomposición supone trasladar la soberanía a todos los hombres, en tanto que son ciudadanos de un Estado concreto (ya que la holización tiene que realizarse sobre un campo de referencia que no puede despreciarse tras la fractura inicial). Dada la primera generación de izquierda, nacida con la Revolución francesa, Bueno delinea otras cinco generaciones más según un tronco común que no excluye el conflicto entre las distintas modulaciones. Lo que más nos interesa ahora es comprobar que el parámetro de la izquierda retoma el concepto de Estado-nación –tachando de indefinidas, divagantes o extravagantes o directamente irracionales a las izquierdas que no se atengan a tal parámetro– y cómo la contradicción entre ética y moral se reproduce entre los derechos que se le reconocen a los ciudadanos y al hombre

V. Final

Con esto doy por finalizada mi ponencia. Pero no quiero hacerlo sin subrayar cómo los tratamientos realistas de Bueno –gnoseológicos, teórico-estatales y filosófico-morales– dibujan un campo de actividad potenciado para cultivar con fertilidad las cuestiones que nos ocupan a los politólogos. Quizá una buena manera de caracterizar esta forma de entender la racionalidad política sea la de definirla como un saber estratégico afín a un discurso legitimatorio superior –mantenere lo Stato–, con una capacidad para armonizar provisionalmente las tensiones, sabiendo que los conflictos políticos no pueden dejar de reproducirse, indefinidamente. No querría finalizar mi exposición sin reiterarle mi gratitud al profesor Juan Maldonado Gago por su apoyo a lo largo de la realización de esta investigación, y agradecer la presencia en esta sala de mis familiares y amigos así como la del propio profesor Gustavo Bueno, lo que constituye para mí un honor inestimable. Agradecer finalmente al tribunal –de quien espero sus sin duda interesantes aportaciones y comentarios– su disponibilidad y el tiempo para enjuiciar el trabajo.

31 de enero de 2006: Jose Andrés Fernández Leost y Gustavo Bueno, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, tras la lectura y defensa de la tesis doctoral 'La Teoría política de Gustavo Bueno'

Notas

{1} «Entrevista a Gustavo Bueno», por Luis Arenas, Ricardo Clemente y Fernando Muñoz, Anábasis (1ª época) nº 6, agosto 1996.

{2} Gustavo Bueno, «En torno al concepto de 'ciencias humanas'», El Basilisco (1ª época) nº 2, 1978, pág. 25.

{3} Ramón G. Cotarelo, «Objeto, método y teoría», en M. Pastor, Ciencia política, MacGraw Hill, 1989, pág. 7.

{4} Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', Biblioteca Riojana, Logroño 1991, pág. 52.

{5} Gustavo Bueno, Primer ensayo..., pág. 181.

{6} Gustavo Bueno, Primer ensayo..., pág. 289.

{7} Gustavo Bueno, «Crítica a la construcción (sistasis) de una sociedad política como Estado de Derecho», El Basilisco (2ª época) nº 22, 1996.

{8} Gustavo Bueno, «El tributo en la dialéctica sociedad política / sociedad civil», El Basilisco, 2ª época, nº 33, 2003.

{9} J. Schumpeter, Capitalismo, socialismo y democracia, Folio, Barcelona 1984, pág. 343.

{10} Reexponemos el desarrollo planteado en: Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', Biblioteca Riojana, Logroño 1991, págs. 384-385.

{11} Gustavo Bueno, El sentido de la vida, Pentalfa, Oviedo 1996, pág. 57.

 

El Catoblepas
© 2006 nodulo.org