Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas • número 46 • diciembre 2005 • página 7
Tercera y última parte de nuestra antología de textos escogidos
de Alexis de Tocqueville (1805-1859) en el bicentenario de su nacimiento
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Recuerdos de la Revolución de 1848 (RR1848)
1850-1851 {1}
«Estos recuerdos serán una liberación de mi espíritu, y no una obra literaria. Se escriben sólo para mí mismo.»
RR1848, Primera Parte, capítulo I
«Nuestra historia, desde 1789 hasta 1830, [...] había cerrado este primer periodo de nuestras revoluciones, o, mejor, de nuestra revolución, porque no hay más que una sola, una revolución que es siempre la misma a través de fortunas y pasiones diversas, que nuestros padres vieron comenzar, y que, según todas las probabilidades, nosotros no veremos concluir. Todo lo que restaba del Antiguo Régimen fue destruido para siempre. En 1830, el triunfo de la clase media había sido definitivo, [...] y se acostumbró a vivir casi tanto del Tesoro público como de su propia industria.»
RR1848, Primera Parte, capítulo I
«El país estaba entonces dividido en dos partes, o, mejor dicho, en dos zonas desiguales: en la de arriba, que era la única que debía contener toda la vida política de la nación, no reinaba más que la languidez, la impotencia, la inmovilidad, el tedio; en la de abajo, la vida política, por el contrario, comenzaba a manifestarse en síntomas febriles e irregulares que el observador atento podía captar fácilmente.»
RR1848, Primera Parte, capítulo I
«Yo no había querido mezclarme en la agitación de los banquetes. Había tenido pequeñas y grandes razones para abstenerme. Lo que yo llamo mis pequeñas razones –y debería decir, acaso, mis malas razones, aunque fuesen honorables y hubieran sido excelentes en un asunto privado– eran la irritación y el disgusto que me producían el carácter y las maniobras de los que dirigían aquellas actividades, si bien reconozco que es mala guía en política el sentimiento particular que nos inspiran los hombres.»
RR1848, Primera Parte, capítulo II
«Pero la pasión estalló, al fin, y lo hizo con una violencia insólita. El fuego extraordinario de aquellos debates olía ya a guerra civil, para quien supiese olfatear de lejos las revoluciones.»
RR1848, Primera Parte, capítulo II
«La verdad –lamentable verdad– es que el gusto por las funciones públicas y el deseo de vivir a costa de los impuestos no es, entre nosotros una enfermedad exclusiva de un partido: es el grande y permanente achaque democrático de nuestra sociedad civil y de la centralización excesiva de nuestra administración, es el mal secreto que ha corroído todos los antiguos poderes y que corroerá también todos los nuevos.»
RR1848, Primera Parte, capítulo III
«Yo he vivido con gentes de letras, que han escrito la historia sin mezclarse en los asuntos, y con políticos que nunca se han preocupado más que de producir los hechos, sin pensar en describirlos. Siempre he observado que los primeros veían por todas partes causas generales, mientras los otros, al vivir en medio del entramado de los hechos cotidianos, tendían a imaginar que todo debía atribuirse a incidentes particulares, y que los pequeños resortes que ellos hacían jugar constantemente en sus manos eran los mismos que mueven el mundo. Es de creer que se equivocan los unos y los otros.
Por mi parte, detesto esos sistemas absolutos, que hacen depender todos los acontecimientos de la historia de grandes causas primeras que se ligan las unas a las otras mediante una cadena fatal, y que eliminan a los hombres, por así decirlo, de la historia del género humano.»
RR1848, Segunda Parte, capítulo I
«Yo razono hoy muy cómodamente sobre las causas que originaron la jornada del 24 de febrero [de 1848], pero, en la tarde de aquel día, tenía una cosa muy distinta en la cabeza. Pensaba en el acontecimiento mismo, y me preocupaban menos sus orígenes que sus consecuencias.
Era la segunda revolución que yo veía con mis propios ojos realizarse, desde hacía diecisiete años.
Las dos me habían afligido, ¡pero cuánto más amargas eran las impresiones causadas por la última! [...] Los príncipes que huían no significaban nada para mí, pero yo me daba cuenta de que mi propia causa estaba perdida.»
RR1848, Segunda Parte, capítulo I
«Había adquirido demasiada experiencia de los hombres para conformarme esta vez con vanas palabras. Sabía que, si una gran revolución puede instaurar la libertad en un país, la sucesión de varias revoluciones hace imposible en él, para mucho tiempo, toda libertad regular.»
RR1848, Segunda Parte, capítulo I
«Después de haber gritado mucho, los dos [Ampère y Tocqueville] acabamos remitiéndonos al futuro, juez esclarecido e íntegro, pero que siempre llega –¡ay!–demasiado tarde.»
RR1848, Segunda Parte, capítulo I
«El socialismo quedará como el carácter esencial y el recuerdo más temible de la revolución de febrero. La república no aparecerá más que como un medio, no como un fin.»
RR1848, Segunda Parte, capítulo II
«¿Quedará el socialismo enterrado en el desprecio que tan justamente cubre a los socialistas de 1848? Hago esta pregunta sin responder a ella.»
RR1848, Segunda Parte, capítulo II
«Bien quisiera investigar aquí las razones que entonces me decidieron, y, una vez encontradas, exponerlas sin rodeos. ¡Pero qué difícil es hablar acertadamente de sí mismo! [...] Pero aún cuando se quiera ser sincero, es muy raro que se consiga tal propósito. La culpa es, en primer lugar, del público, que gusta de que uno se acuse, pero no tolera que uno se elogie; los propios amigos tienen la costumbre de hallar candor amable al mal que uno dice de sí mismo, y molesta vanidad al bien que de sí mismo se cuenta, de tal suerte que la sinceridad se convierte, así, en una profesión muy ingrata, en la que sólo pueden tenerse pérdidas, y ninguna ganancia.»
RR1848, Segunda Parte, capítulo III
«Había acabado también por descubrir que carecía, en absoluto, del arte necesario para agrupar y para dirigir, unidos, a muchos hombres. Nunca he podido tener agilidad más que en el tête-à-tête, y siempre me he encontrado incómodo y mudo entre la gente. Esto no significa que, en un día determinado, no sea yo capaz de decir y de hacer lo que pueda agradarle, pero eso está lejos de ser suficiente: esas grandes operaciones son muy raras en la guerra política. [...] Me resulta incómoda la discusión sobre los puntos que me interesan poco, y dolorosa, sobre los que me interesan vivamente. La verdad es para mí una cosa tan preciosa y tan rara, que no me gusta ponerla al azar de un debate, una vez que la he encontrado: es una luz que temo que se apague al agitarla.»
RR1848, Segunda Parte, capítulo III
«Había encontrado, pues, tantas dificultades en asociarme como en bastarme a mí mismo, en obedecer como en dirigir, y había acabado por vivir casi siempre, en un taciturno aislamiento, en el que no se me veía más que de lejos, y en el que se me juzgaba mal.»
RR1848, Segunda Parte, capítulo III
«Siguiendo los ejemplos del pasado sin comprenderlos, se imaginaron, tontamente, que bastaba convocar a la gente a la vida política para unirla a su causa, y que, para hacer amar la república, era suficiente otorgar unos derechos sin procurar unos beneficios.»
RR1848, Segunda Parte, capítulo V
«La mendicidad política, en Francia, es de todos los regímenes, y se acrecienta incluso con las revoluciones que se hacen para acabar con esa venalidad, porque todas las revoluciones arruinan a un cierto número de hombres, y porque, en nuestro país, un hombre arruinado nunca cuenta más que con el Estado para rehacerse.»
RR1848, Segunda Parte, capítulo VI
«Sin embargo, mi opinión entonces era, y ha seguido siendo después, que los principales demagogos no trataban de destruir la Asamblea y que no procuraban más que servirse de ella oprimiéndola. El ataque de que la hicieron objeto el 15 de mayo [de 1848] me pareció más bien destinado a amedrentarla que a abatirla; fue, por lo menos, una de esas empresas de carácter equívoco, tan frecuentes en los tiempos de agitación popular, cuyos promotores tienen buen cuidado de no trazar no definir exactamente, de antemano, ni el plan, ni el objetivo, a fin de poder detenerse en una demostración pacífica o llegar hasta una revolución, según las incidencias del momento.»
RR1848, Segunda Parte, capítulo VII
«Las teorías socialistas continuaron penetrando en el espíritu del pueblo, bajo la forma de las pasiones de la codicia y de la envidia, y depositando en él la simiente de revoluciones futuras, pero el partido socialista, en cuanto tal, quedó vencido e impotente.»
RR1848, Segunda Parte, capítulo X
«Todo aquello [Comisión constituyente de 1851] no recordaba a los hombres, tan seguros de su objetivo y tan conocedores de los medios que habían de adoptar para alcanzarlo, que, bajo la presidencia de Washington, redactaron, hace sesenta años, la constitución de América.»
RR1848, Segunda Parte, capítulo XI
«Es cierto que mi origen y el mundo en que había sido educado me daban para ello grandes facilidades que los otros no tenían, porque, si bien la nobleza francesa ha dejado de ser una clase, ha seguido siendo una especie de masonería en la que todos los miembros continúan reconociéndose entre sí por no sé qué signos invisibles, cualesquiera que sean las opiniones particulares que los hacen extraños o incluso adversarios los unos de los otros.»
RR1848, Tercera Parte, capítulo III
«Me doy cuenta de que no hay nada grande que intentar, que hay que esperar acontecimientos, conservar el carácter de una potencia liberal moderada.»
RR1848, Apéndice V
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El Antiguo Régimen y la Revolución (ARR)
1856 {2}
«(He emprendido) la tarea de conocer a fondo el Antiguo Régimen, persuadido como estoy de que las mayores revoluciones no cambian a los pueblos tanto como se pretende, y que la razón de lo que son se encuentra siempre en lo que han sido.»
Carta de Tocqueville a M. de Lavergne, 31 de octubre de 1853
«El destino de los individuos es aún más oscuro que el de los pueblos.»
ARR, Prólogo
«Nada más apropiado que la historia de nuestra Revolución para mantener a los filósofos y a los estadistas en la modestia; pues nunca hubo acontecimiento más grande, de antecedentes más remotos, mejor preparado y menos previsto.»
ARR, Libro Primero, Capítulo I
«La Revolución francesa es, pues, una revolución política que ha procedido a la manera de una revolución religiosa, y cuyo aspecto cobró»
ARR, Libro Primero, Capítulo III
«Era necesario echar esta rápida ojeada fuera de Francia para facilitar la comprensión de lo que habrá que seguir; pues me atrevo a afirmar que quien no haya estudiado ni visto más que a Francia nunca comprenderá nada de la Revolución francesa.»
ARR, Libro Primero, Capítulo IV
«En los tiempos feudales se consideraba a la nobleza más o menos como ahora lo es el gobierno: se soportaban las cargas que imponía a cambio de las garantías que brindaba. Los nobles tenían privilegios mortificantes, y poseían derechos onerosos, pero aseguraban el orden público, impartían justicia, hacían cumplir la ley, acudían en auxilio del débil, se encargaban de los asuntos comunes. A medida que la nobleza deja de efectuar estas cosas, el peso de sus privilegios parece mayor y su propia existencia acaba por resultar incomprensible.»
ARR, Libro Segundo, Capítulo I
«Estoy de acuerdo en que la centralización es una hermosa conquista, convengo en que Europa nos la envidie, pero sostengo que no es ninguna conquista de la Revolución. Por el contrario, es producto del Antiguo Régimen y me atrevería a agregar que es la única parte de la constitución política del Antiguo Régimen que ha sobrevivido a la Revolución, porque fue la única que pudo acomodarse al nuevo estado social que creó esta revolución.»
ARR, Libro Segundo, Capítulo II
«la intervención de la justicia en la administración sólo perjudica a los asuntos públicos, en tanto que la intervención de la administración en la justicia deprava a los hombres y tiende a convertirlos al mismo tiempo en revolucionarios y serviles.»
ARR, Libro Segundo, Capitulo IV
«Si prestamos atención a la lucha de los parlamentos contra el poder real, se apreciará que casi siempre se enfrentan en el terreno político y no en el administrativo. En general, las querellas nacen a propósito de algún nuevo impuesto; es decir, que ambos adversarios no se disputan el poder administrativo, sino el legislativo, del que tanto al uno como al otro poco derecho loes asistía para hacerlo suyo.»
ARR, Libro Segundo, Capítulo V
«Los funcionarios administrativos, casi todos burgueses, forman ya una clase con su espíritu particular, sus tradiciones, sus virtudes, su honor y su orgullo propio. Es la aristocracia de la nueva sociedad, ya establecida y viviente: sólo aguarda que la Revolución le despeje su lugar.»
ARR, Libro Segundo, Capítulo VI
«Se observa que la historia es una galería de cuadros en la que se exhiben pocos originales y muchas copias. [...] El Antiguo Régimen se exhibe aquí por entero: regla rígida y práctica blanda; ése es su carácter.»
ARR, Libro Segundo, Capítulo VI
«De ese modo, tras haber ocupado el gobierno el lugar de la Providencia, es natural que cada cual lo invoque en sus necesidades particulares. Así encontramos un inmenso número de solicitudes que, fundándose siempre en el interés público, no tratan, sin embargo, más que con mezquinos intereses privados.»
ARR, Libro Segundo, Capítulo VI
«Si lejos de hacer la guerra a la aristocracia las clases medias permanecieron tan íntimamente unidas a ella, sobre todo no fue porque esa aristocracia fuera abierta sino más bien, como ya he dicho, porque su forma era indistinta y su límite desconocido; menos aún porque se pudiera entrar en ella que porque no se supiera nunca cuándo se estaba dentro; de tal suerte que todo aquel que se le acercaba podía aún formar parte de ella, asociarse a su gobierno y adquirir cierto lustre o sacar algún provecho de su poder.»
ARR, Libro Segundo, Capítulo IX
«Para demostrar que va enteramente de acuerdo con el interés público crear inspectores para determinada industria, cierto señor Lemberville publica una memoria y acaba proponiéndose él mismo para el empleo. ¿Quién de nosotros no ha conocido a un Lemberville?»
ARR, Libro Segundo, Capítulo IX
«La mayor diferencia apreciable al respecto entre la época a que me refiero aquí y la nuestra es que a la sazón el gobierno vendía los puestos, en tanto que en la actualidad los da; para conseguirlos ya no se entrega dinero; se hace más, se entrega uno mismo.»
ARR, Libro Segundo, Capítulo IX
«Nuestros antepasados no conocían la palabra individualismo que hemos acuñado para nuestro uso, porque en su época, en efecto no había individuo que no perteneciera a un grupo y que pudiera considerarse absolutamente solo; pero cada uno de los numerosos grupitos que componía la sociedad francesa pensaba sólo en sí mismo. Era, permítaseme la expresión, una especie de individualismo colectivo que preparaba a las almas para el verdadero individualismo que hoy conocemos.»
ARR, Libro Segundo, Capítulo IX
«Si los ingleses, a partir de la Edad Media, hubieran perdido por completo como nosotros la libertad política y todas las franquicias locales que sin ésta no pueden subsistir por mucho tiempo, es muy probable que las diferentes clases que componen su aristocracia se habrían separado, como ocurrió en Francia, y en mayor o menor grado en el resto del continente, y que todas ellas en conjunto se apartaran del pueblo. Pero la libertad las forzó a mantenerse siempre unas cerca de otras con el fin de poder entenderse en caso de necesidad.»
ARR, Libro Segundo, Capítulo X
«Para pagar deudas de un día, veréis fundar nuevos poderes que perdurarán por siglos.»
ARR, Libro Segundo, Capítulo X
«Siempre habremos de lamentar que, en vez de someter a esa nobleza al imperio de las leyes, se la haya abatido y desarraigado. Actuando de este modo, se privó a la nación de una parte necesaria de su sustancia y se causó a la libertad una herida que no sanará jamás. Una clase que durante siglos marchó al frente, ha adquirido, en ese largo e indiscutible uso de su grandeza, cierto orgullo íntimo, una confianza natural en su fuerza y una costumbre de ser considerada, que hacen de ella el punto más resistente del cuerpo social. No sólo tiene costumbres viriles, sino que enriquece con su ejemplo la virilidad de las otras clases. Extirpándola, enervamos hasta a sus propios enemigos. Nada podría reemplazarla por completo, ni podrá renacer jamás; puede recobrar lo títulos y los bienes, pero no el alma de sus antepasados.»
ARR, Libro Segundo, Capítulo XI
«Por consiguiente, sería un grave error creer que el Antiguo Régimen fue una época de servidumbre y de dependencia. Reinaba mucha más libertad que en nuestros días; pero era una especie de libertad irregular e intermitente, siempre concentrada dentro del límite de las clases, siempre unida a la idea de excepción y de privilegio, que casi permitía desafiar tanto a la ley como a lo arbitrario, y que casi nunca llegaba al extremo de brindar a todos los ciudadanos las garantías más naturales y más necesarias. Incluso reducida y deformada de este modo, la libertad seguía siendo fecunda. [...] Por ella [por la gloria] se formaron esas almas vigorosas, esos genios altivos y audaces que pronto veremos aparecer y que harán de la Revolución francesa objeto tanto de la admiración como del terror de las generaciones siguientes. Muy extraño habría sido que virtudes tan viriles hubieran podido darse en un suelo en que no existiera la libertad.»
ARR, Libro Segundo, Capítulo XI
«Nada podría mostrarnos mejor la triste suerte de los campesinos: el progreso de la sociedad, que enriquece a las restantes clases, los desespera; sólo a ellos les perjudica la civilización.»
ARR, Libro Segundo, Capítulo XII
«Por consiguiente, carecían [los intelectuales del siglo XVIII] de esa instrucción superficial que la visión de una sociedad libre y el ruido de lo que en ella se dice dan incluso a quienes menos se interesan por los asuntos de gobierno. De esa suerte, fueron mucho más atrevidos en sus innovaciones, más amantes de las ideas generales y los sistemas, más despreciativos de la sabiduría antigua y aun más desconfiados en su razón individual de lo que comúnmente sucede entre autores que escriben libros especulativos sobre política.»
ARR, Libro Tercero, Capítulo I
«Esta afición se apoderó incluso de quienes por naturaleza o condición se mantenían alejados de las especulaciones abstractas. No hubo contribuyente lesionado por la inequitativa distribución de las tallas que no se enardeciera ante la idea de que todos los hombres deben ser iguales; ni pequeño propietario, cuyos campos devastaban los conejos de los gentileshombres de la vecindad, que no le gustara oír decir que la razón condenaba indistintamente cualesquiera privilegios. No hubo pasión pública que no se disfrazara de filosofía; la vida política refluyó violentamente hacia la literatura, y los escritores, tomando en sus manos la dirección de la opinión pública, se encontraron por un momento en el lugar que suelen ocupar los jefes de partido en los países libres.»
ARR, Libro Tercero, Capítulo I
«Con frecuencia nos ha asombrado ver la extraña ceguera con que las clases altas del Antiguo Régimen contribuyeron a su propia ruina; mas, ¿dónde habrían podido obtener tal clarividencia? Las instituciones libres son tan necesarias a los ciudadanos principales, para enseñarles los peligros, como a los menores para garantizar sus derechos.»
ARR, Libro Tercero, Capítulo I
«Esta circunstancia, tan nueva en la historia de toda la educación política de un gran pueblo, debida por completo a los hombres de letras, tal vez fue la que más contribuyó a dar a la Revolución francesa su carácter propio y a hacer surgir de ella lo que ahora vemos.»
ARR, Libro Tercero, Capítulo I
«¡Aterrador espectáculo!, pues lo que es cualidad en el escritor, en ocasiones es vicio en el hombre de Estado, y las mismas cosas que inspiraron buenos libros pueden conducir a grandes revoluciones.»
ARR, Libro Tercero, Capítulo I
«Pero en la Revolución francesa, como las leyes religiosas se habían abolido al mismo tiempo que se trastocaban las civiles, el espíritu humano se desquició, no supo ya a qué aferrarse ni en dónde detenerse y entonces vimos surgir revolucionarios de una especie desconocida, que llevaron su audacia hasta la locura, a los que no sorprendía ninguna novedad ni detenía escrúpulo alguno y que jamás vacilaron ante la ejecución de un designio. Pero no se crea que estos nuevos seres fueron creación aislada y efímera de un momento, destinada a desaparecer con él; a partir de entonces, constituyeron una raza que se perpetuó y se diseminó por todos los rincones civilizados de la tierra, y que conservó por doquiera la misma fisonomía, las mismas pasiones y el mismo carácter. La conocimos cuando vino al mundo y aún la tenemos frente a nosotros.»
ARR, Libro Tercero, Capítulo II
«Le cautiva [a Voltaire] la filosofía escéptica que se predica libremente entre los ingleses; pero sus leyes políticas le interesan poco, y de éstas percibe mejor sus vicios que sus virtudes. En sus cartas sobre Inglaterra, una de sus obras maestras, lo que menos menciona es el Parlamento; en realidad, envidia a los ingleses sobre todo su libertad política, como si la primera pudiera existir mucho tiempo sin la segunda.»
ARR, Libro Tercero, Capítulo III
«Aún más, en sus libros [de los economistas o fisiócratas del s. XVIII] ya se reconoce ese temperamento revolucionario y democrático que nos es tan familiar; no sólo odian ciertos privilegios, sino que la misma diversidad también les resulta odiosa: adorarían la igualdad hasta en la servidumbre. Lo que se interpone a sus designios no merece sino ser suprimido. Los contratos les inspiran poco respeto; los derechos privados, ninguna consideración, o, mejor dicho, para ellos ya no existen realmente los derechos privados, sino sólo la utilidad pública. Sin embargo, son hombre por lo general de costumbres dulces y tranquilas, gente de bien, magistrados honrados y hábiles administradores; pero los arrastra la índole particular de su obra.»
ARR, Libro Tercero, Capítulo III
«El Estado, conforme los economistas, no sólo tiene que mandar a la nación, sino también conformarla de cierta manera; a él le corresponde formar el espíritu de los ciudadanos de acuerdo con cierto modelo adoptado de antemano; su deber consiste en imbuirle ciertas ideas e inculcar en su corazón aquellos sentimientos que considere necesarios. En realidad, no existen límites para sus derechos ni linderos para lo que puede hacer; el estado no sólo reforma a los hombres, sino que también los transforma; ¡podría, si así lo deseara, convertirlos en otros! 'El Estado hace de los hombres lo que quiere' dice Bodeau. Esta frase resume todas sus teorías.»
ARR, Libro Tercero, Capítulo III
«Esta forma particular de tiranía que se denomina despotismo democrático, y de la que ni idea tuvo la Edad Media, a los economistas ya les era familiar. No más jerarquías en la sociedad, ni separación de clases, ni rangos fijos, tan sólo un pueblo compuesto por individuos casi semejantes y enteramente iguales, sólo esa masa confusa reconocida como único soberano legítimo, pero cuidadosamente privada de todas las facultades que podrían permitirle dirigir e incluso vigilar por sí misma su gobierno. Por encima de ella, un mandatario único, encargado de hacerlo todo en su nombre sin consultar con nadie. Para controlarlo, una razón pública sin órganos; para contenerlo, revoluciones y no leyes: de derecho, un agente subordinado; de hecho, un amo.»
ARR, Libro Tercero, Capítulo III
«Hay la creencia de que el origen de las teorías destructivas a las que en nuestros días se designa con el nombre de socialismo es reciente; pero ello es un error: son teorías contemporáneas de los primeros economistas. Mientras éstos empleaban al gobierno omnipresente con el que soñaban cambiar la forma de la sociedad, los otros se apoderaban con la imaginación del mismo poder para destruir sus bases.»
ARR, Libro Tercero, Capítulo
«es el placer de poder hablar, actuar y respirar sin coacciones, bajo el solo imperio de Dios y el de las leyes. Quien busca en la libertad otra cosa que no sea ella misma está hecho para servir»
ARR, Libro Tercero, Capítulo III
«No siempre sobreviene una revolución cuando se va de mal en peor. La mayoría de las veces ocurre que un pueblo que había soportado sin quejarse, y como si no las sintiera, las leyes más abrumadoras, las repudia con violencia cuando se aligera su carga. El régimen destruido por una revolución casi siempre es mejor que el que lo había precedido inmediatamente, y la experiencia enseña que el momento más peligroso para un mal gobierno suele ser aquel en que empieza a reformarse. Sólo un gran genio puede salvar a un príncipe que se propone aliviar el agobio de sus súbditos tras una larga opresión. El mal que se sufría con paciencia, como algo inevitable, se antoja insoportable en cuanto se concibe la idea de sustraerse a él. Los abusos que se van eliminando parecen descubrir mejor los que quedan y hacen el sentimiento más insufrible; el mal ha disminuido, es cierto, pero la sensibilidad está más viva. El feudalismo en su pleno apogeo no había inspirado a los franceses tanto odio como en el momento en que iba a desaparecer. Las más leves arbitrariedades de Luis XVI parecían más difíciles de soportar que todo el despotismo de Luis XIV. El breve encarcelamiento de Beaumarchais produjo en París más emoción que las dragonadas.
ARR, Libro Tercero, Capítulo IV
«¿Cómo se hubiera podido escapar a la catástrofe? Por una parte, hay una nación en cuyo seno se va difundiendo día tras día el deseo de hacer fortuna; y por la otra, un gobierno que alienta continuamente esta nueva pasión y que al mismo tiempo la perturba, la enciende y la desespera constantemente, empujando así por ambas partes hacia su propia ruina.
ARR, Libro Tercero, Capítulo IV
«Como el pueblo no había hecho acto de presencia ni por un instante desde hacía 140 años en la escena de los asuntos públicos, se había cesado de creer que pudiera reaparecer en ella; al verlo tan insensible, lo juzgaban sordo: de modo que cuando su situación empezó a despertar cierto interés, se hablaba en su misma presencia de su suerte como si estuviera ausente. Parecía que únicamente hubiera que hacerse oír por quienes se hallaban por encima de él y que el único peligro que recelar fuera el de no ser bien comprendido por ellos.»
ARR, Libro Tercero, Capítulo V
«Entre las diferencias que pueden encontrarse entre la revolución religiosa del siglo XVI y la Revolución francesa, hay una que resulta sorprendente: en el siglo XVI, la mayor parte de los grandes aceptaron el cambio de religión por cálculo ambicioso o por codicia; en cambio, el pueblo la abrazó por convicción y sin esperar ningún provecho. En el siglo XVIII, las cosas fueron diferentes; creencias desinteresadas y simpatías generosas conmovieron entonces a las clases ilustradas y las involucraron en la Revolución, en tanto que lo que agitó al pueblo fueron el sentimiento amargo de sus agravios y el deseo ardiente de cambiar de posición. El entusiasmo de los primeros acabó por encender y armar la cólera y la avidez del segundo.»
ARR, Libro Tercero, Capítulo V
«Me atrevería a afirmar, porque dispongo de pruebas, que numerosos procedimientos empleados por el gobierno revolucionario extrajeron sus precedentes y ejemplos de las medidas adoptadas en lo tocante al bajo pueblo durante los dos últimos siglos de la monarquía. El Antiguo Régimen proporcionó a la Revolución muchas de sus formas; ésta no hizo sino agregar la atrocidad de su genio.»
ARR, Libro Tercero, Capítulo VI
«En fin, si pensamos que esta nobleza, separada de las clases medias, a las que había rechazado, y del pueblo, cuyo afecto había dejado perderse, esta nobleza se encontraba totalmente aislada en medio de la nación, aparentemente como cabeza de un ejército, pero en realidad como un cuerpo de oficiales sin soldados, se comprenderá que, tras haberse mantenido mil años en pie, haya sido derribada en el término de una noche.»
ARR, Libro Tercero, Capítulo VIII
«París se adueñó de un país del que hasta entonces no había sido sino la capital, o mejor dicho, por sí solo se constituyó en el país entero. Exclusivos de Francia, estos dos hechos bastarían para explicar por qué un levantamiento pudo destruir de pies a cabeza una monarquía que durante tantos siglos había soportado golpes tan violentos y que en vísperas de su caída parecía inquebrantable aun a aquellos mismo que habrían de derribarla.»
ARR, Libro Tercero, Capítulo VIII
«Como ya no existían instituciones libres, y por consiguiente tampoco clases políticas, [...] la dirección de la opinión pública, cuando ésta pudo resurgir, recayó únicamente en los filósofos; era de esperar que la Revolución fuese dirigida con base en principios abstractos y teorías muy generales y no de acuerdo con ciertos hechos particulares; se podía augurar que en vez de atacar por separado las malas leyes, se arremetiera contra todas, y se quisiera sustituir la antigua organización de Francia por un sistema de gobierno totalmente nuevo, concebido por estos escritores.»
ARR, Libro Tercero, Capítulo VIII
«¡No obstante, del seno de costumbres tan moderadas habría de surgir la revolución más inhumana!»
ARR, Libro Tercero, Capítulo VIII
«Es el 89, sin duda, tiempo de inexperiencia, pero también de generosidad, de entusiasmo, de virilidad y de grandeza, tiempo para el recuerdo imperecedero, hacia el cual se volverán con admiración y respeto las miradas de los hombres mucho tiempo después de que quienes la vivieron y nosotros mismos nos hayamos ido.»
RR, Libro Tercero, Capítulo VIII
«La Revolución francesa no representará sino tinieblas para quienes la consideren por sí; la única luz que puede iluminarla ha de buscarse en los tiempos que la precedieron. Sin una visión clara de la antigua sociedad, de sus leyes, de sus vicios, de sus prejuicios, de sus miserias y de su grandeza, nunca se entenderá lo hecho por los franceses en el transcurso de los sesenta años posteriores a su caída; pero ni siquiera esta visión bastará si no se penetra hasta ahondar en la misma naturaleza de nuestra nación. Cuando considero esta nación en sí misma, me parece más extraordinaria que ninguno de los acontecimientos de su historia.»
ARR, Libro Tercero, Capítulo VIII
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Tocqueville en la buhardilla
«Mi mansarda era un pequeña habitación en la calle Verneuil, donde trabajaba envuelto por una densa oscuridad en la obra que debía hacerme salir de esa oscuridad.»{3}
Notas
{1} El texto tomado aquí como referencia es la traducción española que responde a la siguiente referencia: Alexis de Tocqueville, Recuerdos de la Revolución de 1848. Edición preparada por Luis Rodríguez Zúñiga, Editora Nacional, Madrid 1984. Se han introducido algunas pequeñas correcciones de estilo.
{2} Las citas de este libro remiten a la siguiente edición: Alexis de Tocqueville, El Antiguo Régimen y la Revolución. Prefacio, tabla cronológica y bibliografía de Enrique Serrano Gómez, Fondo de Cultura Económica, México 1996.
{3} Carta inédita de 19 de abril de 1858 (citada por A. Jardin, Alexis de Tocqueville 1805-1859, Fondo de Cultura Económica, México, 1988, págs. 484 y 485).