Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 41 • julio 2005 • página 20
Las consignas que se dieron en la concentración que tuvo lugar en Barcelona tras el asesinato de Ernest Lluch y la reciente petición de permiso para el diálogo con ETA del presidente Zapatero en el Parlamento, muestran que la actual postura socialista no se debe a un cambio radical, sino que se viene fraguando desde aquel día
Hace casi cinco años que mataron a Ernest Lluch. Lo sentí muchísimo, ni más ni menos que como sentía durante aquellos aciagos años todas las muertes de ETA, que no eran pocas. Pero casi tanto como los crímenes de la banda me indignaba el hábito que habíamos adquirido los españoles a la hora de condenar aquella infamia: manifestaciones silenciosas, manos blancas alzadas, carteles estúpidos «vascos sí, ETA no»... y lo peor de todo, los comunicados y manifiestos que ponían la guinda a tanta memez. El ritual parecía diseñado con precisión para desactivar toda expresión viva de la indignación; nada de algarabías callejeras, contención absoluta de la ira, gravedad en los rostros y silencio, mucho silencio, aplacando así cualquier intento de desahogo. Y de tanto representar el papel de corderos a punto de ser degollados acabamos por admitir impávidos el degüello continuo de compatriotas, carne sacrifical de nuestra Pascua nacional. La cosa fue degenerando poco a poco, y un día empezamos a oír súplicas en aquellas concentraciones, dando por hecho que el fin de ETA dependía de ETA. Para acelerar el proceso había que encender velitas, concentrar el dolor de miles de conciencias... y esperar el momento de la conversión, el milagro de la reforma de las voluntades de los asesinos y el perdón de los pecados. Lejos quedaba ya la noche del 14 de julio de 1997. En aquella ocasión la cosa se puso caliente y algunos jóvenes no pudieron más, salieron a la calle y durante unas horas, llenos de furia, lograron amedrentar a los verdugos. A punto estuvieron de destrozar sedes de Batasuna y herrikotabernas, tanto en Navarra (Sanfermines especiales los de aquel año) como en el País Vasco. Pero los llamamientos a la calma, la movilización de la policía y la fuerza de esa falaz consigna que dice que la violencia te pone a la altura de los terroristas (como si la distinción no fuera posible aquí) pudieron más; y para mi desesperación no pasó nada, nada de nada. Ver a los batasunos en apuros, escondidos como ratas era un gusto que no nos podíamos dar.
Si entonces no pudo ser, si lo de Miguel Ángel Blanco no había sido un acicate suficiente para la rebelión ¿qué podíamos esperar después? En efecto, sólo nos esperaban más humillaciones. Y llegaron.
El asesinato de Ernest Lluch fue uno más (no considero de buen gusto hacer distingos con los muertos), pero el capítulo que siguió a su muerte fue especial, por bochornoso y confuso. Cinco años después la confusión se deshace y el bochorno aumenta.
El caso es que tras el crimen se organizaron las concentraciones de siempre. La mayor tuvo lugar en Barcelona. Fue una concentración silenciosa, cívica (¿es concebible otra cosa?) y llena de cartelitos en español y en catalán que rezaban: «Diálogo ya.» Las hijas del muerto dieron ejemplo exhibiendo el lema (más bien consigna) ante los presentes y los telespectadores cuando subieron compungidas al estrado. El manifiesto final lo leyó la musa de la progresía polanquista Gemma Nierga.
No pude dar crédito a mis oídos: «Ernest Lluch hubiera dialogado incluso con los que le han matado.» ¡Qué fácil hablar por un muerto! Me acordé, salvando las diferencias, de Juan Pablo II conversando con Alí Agca. Quise también justificarlo de algún modo, y pensé que a lo mejor se trataba tan sólo de mera retórica para reforzar el mensaje «Diálogo ya», acudiendo a un ejemplo límite y casi paradójico que además ensalzaba al malogrado Lluch. Aun así las palabras de la periodista no me sonaban nada bien, sobre todo porque era inevitable conectarlas con la leyenda de los dichosos cartelitos. Pasé mala noche pensando en semejante majadería ¿Qué significaba aquello? Me preguntaba una y otra vez.
Ya estaba acostumbrado (creo que lo estábamos todos) a consignas absurdas por lo genéricas: «Paz», «Libertad»...; pero «Dialogo ya» superaba mi paciencia ¿Cómo no alterarse oyendo a personas aparentemente respetables pedir «diálogo» y pedirlo «ya», así sin más, como el que pide pan, haciendo un silencio tenebroso precisamente sobre aquello que más importa, a saber ¿quiénes tienen que dialogar? ¿sobre qué? ¿con qué fin? Todos sabemos que en España no hay bachillerato, pero es que no hace falta haberlo estudiado para darse cuenta que un «diálogo» necesita, como mínimo, dos partes; también necesita, al menos, un tema; y, aunque bien pudiera tener como única finalidad el mero entretenimiento (en cuyo caso lo llamaríamos «charla» o «palique») la mayoría de las veces el diálogo está dirigido a fines bien precisos. De eso nada se dijo, acaso porque los promotores lo juzgaban innecesario por obvio, o porque quisieron sembrar confusión, o acaso porque ,en un rapto de platonismo mal entendido, querían así invocar al Demiurgo para que proyectase sobre este mundo tenebroso un poco de luz del arquetipo celestial del Diálogo, confiando en algún filósofo-rey que fuese capaz de verlo, entenderlo y aplicarlo(hace falta ser sabio para algunos menesteres) Quizás lo hicieron por las tres cosas a la vez, o por ninguna.
Paz, Libertad, Diálogo, la Santísima Trinidad del borreguismo democrático español, bee, bee, bee, y al matadero ¿qué otra cosa se puede esperar?
Como el insomnio es pródigo en cábalas me entretuve con esta combinatoria:
Uno: Cualquier humano debe dialogar con cualquier otro, acerca de cualquier cosa en la primera ocasión que se presente, o sea, ya, y sin límite de tiempo. Mientras dialogamos no comemos, no copulamos, no matamos...
Dos: Todos los políticos deben dialogar entre sí, acerca de los múltiples asuntos que nos preocupan a todos.
Tres: Todos los políticos deben hablar entre sí acerca de la violencia (violencia en general, por supuesto)
Cuatro: Los políticos con responsabilidad en el Gobierno Central (¿puede un gobierno no serlo?) deben dialogar con los políticos responsables en los gobiernos autonómicos, especialmente del Gobierno Vasco, sobre la violencia (llamar al asunto de otra forma puede ser sospechoso) de ETA y las posibles vías para conseguir su erradicación. Condición: no se puede excluir la posibilidad de las concesiones políticas soberanistas, de lo contrario no habría «auténtica disposición al diálogo» sino «inmovilismo de Madrid»
Cinco: Los políticos vinculados al partido gobernante deben dialogar con los políticos vinculados al principal partido de la oposición, con el fin de aunar posturas contra ETA.
Seis: Los políticos no nacionalistas deben dialogar entre ellos para frenar la ofensiva nacionalista, y a ETA (parecida a la combinación cinco, pero no exactamente igual)
Siete: Los políticos no nacionalistas deben dialogar con los nacionalistas , bajo el doble supuesto de que se pueden acercar posturas y de que ese acercamiento favorecerá el fin de la violencia .
Ocho: Los nacionalistas deben dialogar con ETA para que deje de matar, convenciéndoles de que la independencia del País Vasco, cuyo objetivo comparten, se puede conseguir más fácilmente sin muertos (Se trata simplemente de una combinación más...)
Nueve: El Gobierno debe negociar con ETA el fin de la violencia. No hace falta decir que si hay negociación hay concesiones.
Diez: España debe reconocer la soberanía del País Vasco para acabar con el problema de una vez. Esta combinación deja en el aire el asunto de la Comunidad Foral de Navarra, también reivindicada por los terroristas, y del País Vasco Francés y la entrada en liza del Gobierno de Francia...
Al final me dormí, naturalmente, pero la inquietud que me produjeron aquellos cartelitos seguía intacta cinco años después. Hasta que el otro día, José Luis Rodríguez Zapatero, a la sazón Presidente del Gobierno de España, redujo a cero todas mis dudas, aumentando, eso sí, la vergüenza y la zozobra, ya que no el asombro ¿de qué nos podemos asombrar ya?
Que nadie se llame a engaño: el PSOE no ha dado un giro radical en su política antiterrorista. El giro se produjo, aparentemente, cuando el propio Zapatero propuso el famoso Pacto, pero sólo aparentemente, llevado más bien por la inercia de las circunstancias, y porque de ninguna manera iba a permitir que el PP capitalizara en solitario el éxito evidente en la lucha contra ETA. Así el PSOE se sumó a las iniciativas del Gobierno de Aznar de ilegalizar Batasuna a través de la Ley de Partidos Políticos y de hacer reformas legales para el cumplimiento íntegro de las penas por parte de los terroristas. Tampoco hay que olvidar los acuerdos PP-PSOE para hacer un frente común en los ayuntamientos e instituciones del País Vasco y de Navarra con el muy loable fin de que los proetarras no tocaran gobierno de ningún tipo. Pero hagamos memoria: esos acuerdos fueron incumplidos sistemáticamente por el PSOE en muchos ayuntamientos de renombre, empezando por el de San Sebastián. Y fue entonces también cuando se gestó otra ignominia: la liquidación del proyecto político de Nicolás Redondo Terreros, que básicamente consistía en ir de la mano del PP mientras en el País Vasco fuera prioritario luchar no por tales o cuales ideas políticas, sino por la posibilidad misma de la política. La situación política vasca era, y es, tan perversa, que las diferencias entre PP y PSOE deberían ser anecdóticas en comparación con lo que les debería unir; sin olvidar los muertos. Redondo fue sustituido por López, que presentó inmediatamente un plan calcado en lo fundamental del plan Ibarretxe e inspirado además en las propuestas de Maragall para Cataluña. Si a lo anterior le añadimos otras lindezas que se produjeron en Cataluña alrededor de señores que se cambian el apellido y los coqueteos con los independentistas de otras partes de España como Galicia o Mallorca , que nunca fueron abandonados por el PSOE, se demuestra bien a las claras que la lealtad que Zapatero dice haber guardado al gobierno del PP en estos cruciales asuntos, no era tal, sino trampa encubierta que se ha hecho patente a las primeras de cambio.
Lo que el PP podía esperar del PSOE respecto de esos temas tabú por los que ahora reclaman lealtad los socialistas, como el terrorismo o la política exterior, se vio bien claro cuando, en plena crisis diplomática con Marruecos (los preparativos de Perejil) Zapatero visitó este país siendo recibido con honores de primer mandatario. No deja de ser irónico que ahora haya tantos reproches al PP sólo porque éste denuncia de vez en cuando las torpezas de Moratinos, que dicho sea de paso, se ha empeñado en ser protagonista de la mayor antología de disparates diplomáticos jamás vista, y eso a pesar de las floristerías de Israel.
No hay tal giro en la política antiterrorista del PSOE, sino el desenmascaramiento de una línea que se ha mantenido viva, al menos desde que se repartieron los carteles en la concentración por la muerte de Lluch. «Diálogo ya», «Ernest hubiera dialogado incluso con los que le han matado». Ahora lo entendemos todo; mis cábalas fueron inútiles. Lo que se pedía precisamente era dialogar con los que habían matado a Lluch y a toda una muchedumbre de policías, guardias civiles, militares, políticos, viandantes, niños... La petición no era retórica, sino directa. Lo que se pedía era una rendición; la elevación a categoría política de las pretensiones de una banda de cobardes asesinos que odia a España y a los españoles.
Y en esas estamos. Ahora el Presidente escenifica la farsa de que, por medio del Parlamento, ha recibido del pueblo soberano el permiso para hacer y deshacer con ETA. No voy a hacer vaticinios (hoy mismo la banda ha hecho explotar una bomba en Madrid), ni comentarios sobre las maniobras de despiste del Presidente, sólo una reflexión: ¿cuál sería la materia de la negociación-diálogo? De nuevo aparece la palabra «diálogo», con su poder narcotizador, y de nuevo el silencio sobre el asunto a tratar ¿acaso serán diálogos mayeúticos donde un Zapatero suplantador de Sócrates intenta sacar a la luz la buenísima pasta de unos pistoleros descerebrados que nunca hicieron el mal a sabiendas? ¿O será un mero regateo sobre el número de kilómetros que tendrán que recorrer los familiares de los etarras presos para ir a ver a sus hijos? ¿Irán en autobús subvencionado por el Gobierno Vasco, o en taxi urbano subvencionado por el Gobierno Español? Lo mismo se acuerda poner el nombre de etarras muertos y vivos a todas las plazas y avenidas de Vasconia y de Navarra... Si Hobbes levantara la cabeza...
Lo peor de todo, lo que más me acongoja es, no obstante, otra cosa: la enfermiza indiferencia que nos aqueja a los españoles, la pasividad intelectual y emocional que nos hace tragar con todo. Es como si se nos hubiese vacunado, o como si se nos hubiese adormecido con auténtico «opio para el pueblo», dosificado con sutil maestría. ¿Quién o qué ha atontolinado a tanta gente en España? Vuelvo al principio: ¿Tendrá algo que ver esa cultura de la concentración silenciosa, plagada de simbología infantiloide y rituales de humillación? ¿Tendrán algo que ver los tópicos sobre la violencia y la paz que se han propagado como la peste entre la «ciudadanía»? ¿Habrán sido los pseudointelectuales subvencionados por el Ministerio de Cultura? ¿Será la falta de bachillerato? ¿Será...? Pero eso es otra historia.