Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 39 • mayo 2005 • página 22
Se comenta el debate suscitado por las críticas
de David Alvargonzález a El animal divino
La conferencia de David Alvargonzález titulada «El problema de las verdad en las religiones del paleolítico» y las críticas en ella contenidas hacia algunas de las tesis fundamentales en las que se sustenta la Filosofía Angular de la Religión que desarrolla Gustavo Bueno en su obra El animal divino, han venido siendo objeto, durante los últimos meses, de una intensa polémica en las páginas de nuestra revista. El lector interesado, habrá tenido ya sin duda ocasión de leer las contribuciones a la controversia debidas a la pluma de Alfonso Fernández Tresguerres, Joaquín Robles y José Manuel Rodríguez Pardo además de las correspondientes respuestas que el propio Alvargonzález dedica a sus críticos; el lector interesado tiene también a su disposición, en el número 37 de El Catoblepas, el texto original de la conferencia del profesor asturiano, así como la correspondencia que en torno a estos asuntos pudimos David Alvargonzález y yo mismo cruzarnos durante el verano de 2004. Suficiente material sin duda, para formarse una idea cabal acerca de las posiciones en liza y de la potencia que caracteriza a los argumentos arrojados desde cada uno de los lados de la querella. No me parece que esté de más en cualquier caso, ofrecer ahora, a la consideración de los lectores, unos breves comentarios dirigidos a bosquejar un análisis no tanto de las posturas de Alvargonzález (ya que sobre sus tesis dije, creo, todo lo que pude decir en su momento en las cartas{1}) cuanto de las líneas filosóficas de fondo que han venido estructurando el hilo del debate tal y como este se ha desarrollado en El Catoblepas.
Pues bien, en su última respuesta a David Alvargonzález, Joaquín Robles delimita, creo que muy bien, los términos en los que se ha planteado la controversia cuando advierte que en tanto que sus propias críticas a las tesis de David van dirigidas a cuestionar el carácter verdaderamente filosófico de su propuesta, en la medida en que este problema pueda quedar al margen de la verdad de la misma; las objeciones planteadas en este contexto por Alfonso Tresguerres hacen pie más bien, en el problema de la verdad de las tesis de Alvargonzález sea cuál sea la consideración de su estatuto filosófico (con lo cual, dicho sea de paso, si damos por buenas tanto las críticas de Joaquín como las de Alfonso, resultaría que la propia propuesta de David, no podría aparecer ya sin duda como verdadera filosofía, pero tampoco como filosofía verdadera por sus contenidos). En este sentido por mi parte optaré en el presente texto por dejar casi intactos los problemas discutidos por Alvargozález y Joaquín Robles (en los que últimamente ha insistido también, certeramente, José Manuel Rodríguez), y no tanto por que sobre ellos no tenga nada que decir si no por la sencilla razón de que todo lo que yo podría decir sobre ellos está ya expresado con toda contundencia en las profundas andanadas filosóficas que Joaquín Robles ha sido capaz de dirigir contra el mismo «corazón gnoseológico» de los planteamientos de David Alvargonzález. Ciertamente, yo mismo, como puede comprobarse en la correspondencia aludida, no había visto, con la claridad con la que ahora lo he podido llegar a advertir en gracia a las críticas tejidas por Robles, el grado en el que el profesor asturiano, al buscar atrincherarse en la «fidelidad» a la parte gnoseológica de la filosofía angular de la religión de Gustavo Bueno sin perjuicio de las «rectificaciones» ejecutadas sobre la parte ontológica de El animal divino, se estaba en realidad acantonando en una pretensión ella misma imposible, al menos toda vez que al desvanecerse el núcleo de la esencia, lo que con ello se hace impracticable es en suma, todo proyecto de verdadera filosofía de la religión (que inexcusablemente debe arrostrar ese núcleo, dar cuenta de él) con el resultado de que, ahora, serán propiamente las «ciencias de la religión» (y el que estas «ciencias» se representen –emic– a sí mismas como «filosofía» es otra cuestión diferente) las que positivamente, habrán de dar razón de ese delirio –por más que el propio David Alvargonzález quiera llamarlo «Ilusión trascendental»– de los hombres primitivos en el que tales tesis hacen consistir la religión misma. José Manuel Rodríguez Pardo, ha vuelto también sobre todas estas cuestiones; y, a la espera de las previsibles nuevas réplicas y contrarréplicas, considero necesario declarar que a mí particularmente, el diagnóstico de Joaquín Robles me parece sin duda tan sólido como profundo, es decir no sólo «convincente», sino además «verdadero lo que, por cierto significa al mismo tiempo que no estimo desde luego que David Alvargonzález pueda sacar fácilmente adelante una trituración adecuada de este «escollo» interpuesto en los raíles mismos de su propuesta.
Pero, como digo, en esta ocasión yo voy a centrarme más bien en la «verdad» de las críticas de David Alvargonzález, y en particular voy a hacerlo así, comentando las objeciones que contra estas mismas críticas, ha lanzado a su vez Alfonso Fernández Tresguerres. En principio, parece que, dado que yo no estoy en absoluto de acuerdo con muchas de las cosas que Alvargonzález defiende en su –por otro lado, magnífico (y que conste que lo digo así sin ningún género de reserva)– trabajo{2}, sí tendría que estarlo en cambio, al menos con las líneas generales de la terminante respuesta elaborada por Tresguerres. Y en efecto, así es en gran medida. A continuación, comprobaremos precisamente en qué medida; hasta qué punto llega este acuerdo general que debemos reconocer desde el principio.
En su texto «Sobre la verdad de la religión» Alfonso Tresguerres, lleva a efecto diversas arremetidas contra los pilares ontológicos de los planteamientos expuestos por David Alvargonzález a lo largo del texto de su conferencia. En particular, el autor de Los dioses olvidados señala que aquellas características –«mitológicas» cuando se atribuyan a los animales, y por tanto falsas «vistas desde el presente científico y filosófico»– exigidas por Alvargonzález para que los animales del Pleistoceno pudieran efectivamente convertirse en los númenes de la religión primaria no resultan en realidad, ni mucho menos necesarias; antes al contrario, los animales empíricos de la religión natural podrían haber necesitado –y de hecho seguramente necesitaron– bastante menos para llegar a tornarse númenes primarios a los ojos del hombre del paleolítico. Por otro lado, añade Tresguerres, aquellas características que en cambio, sí que habrían resultado imprescindibles en el proceso de conversión del animal en númen, pueden, precisamente a la luz de la etología y de las ciencias psico etológicas del presente, atribuirse a los animales reales sin que por ello, pueda detectarse resto alguno de «fantasía mitopoiética» en esta atribución. Y es que efectivamente, a la luz de la etología del presente puede sin duda afirmarse con todo rigor, que existe una «inteligencia animal» (aunque esta desde luego no pueda compararse en grado ni quizás tampoco esencialmente a la que es propia de nuestra especie), pero tampoco resulta descabellado decir –sin metáfora antropocéntrica alguna de por medio– que los animales «se comunican» tanto entre ellos como con los hombres, o que exhiben «conductas estratégicas» (inteligencia maquiavélica) de tal naturaleza que de desarrollarse entre los hombres llamaríamos sencillamente «mentiras», tampoco puede dudarse de las desarrolladas facultades «emocionales» de los animales o de sus variadas «culturas extrasomáticas» (cosa que sabemos muy bien por razón de los estudios de Jane Goodall o de Jordi Sabater Pi) y así las cosas, aunque por otro lado hayamos de dudar de otras «facultades» y «actividades» que algunas veces los etólogos predican confusa e ilegítimamente (por cuanto esta predicación sólo puede llevarse a término desde el etologismo) de los animales no humanos por ejemplo la «guerra», la «política» o el «arte»), esta «duda» (o más en rigor: esta recusación, porque desde nuestra perspectiva ni siquiera nos es dado «dudar» escépticamente de semejantes exageraciones) en modo alguno nos exime de la obligación de tomarnos en serio las facultades que realmente muestran los animales no humanos, y que, en este sentido, les posibilitan ejercer el papel de númenes primarios, de sujetos operatorios y prolépticos dotados de «inteligencia» y de «voluntad» con los que los hombres habrían mantenido durante el paleolítico, religaciones de cuarto género que nada tampoco, tendrían de «alucinatorias» o de «mitológicas» cuando son vistas desde la perspectiva del «presente filosófico y científico» de nuestros días; relaciones por religación que, constituirían además el núcleo de la esencia (procesual) de la religión, tal y como se puede analizar el problema desde las coordenadas establecidas por Gustavo Bueno en El animal divino.
Ahora bien, que ello sea así, que el núcleo de la religión haya que situarlo necesariamente (según una necesidad apagógica que es el resultado de la «reducción al absurdo» de las alternativas restantes) en el eje angular del espacio antropológico, no supone en absoluto sugerir que la entera esencia de la religión encuentre acomodo en ese eje, y que por tanto el eje angular mismo agote exhaustivamente la esencia procesual de referencia y ello porque el núcleo no puede identificarse sin más con la esencia, aunque sea su género generador, y cuando la esencia se desarrolle a través del curso y del cuerpo que le son propios, irá «desperdigándose»y «distribuyéndose», «cristalizando» por entre figuras de los tres ejes. Ninguna hipostatización por tanto, del eje angular, en la filosofía defendida por Gustavo Bueno en El animal divino. Tiene pues toda la razón Alfonso Tresguerres cuando afirma que, desde las premisas que nosotros (en este sentido: Tresguerres, Joaquín Robles, José Manuel Rodríguez y yo mismo) estamos tratando de ejercitar, ni siquiera resulta posible una tal hipostatización.
En estas afirmaciones, en las que insiste con toda razón Alfonso Tresguerres, estamos enteramente de acuerdo, así como también lo estamos en general con la lúcida advertencia que nos ofrece este mismo autor cuando subraya que negar que los animales no humanos muestren realmente características tales como conductas «comunicativas» (pero también por cierto, «lingüísticas» como sabemos por numerosos estudios llevados a cabo por los Gardner, los Fouts, Premak, Savage Ruambaugh, &c., que aunque no posean «validez ecológica» no dejan de resultar altamente significativas por ello), capacidad de «resolución de problemas» (es decir, «inteligencia»), e incluso «emociones», «disfunciones mentales», &c., es algo que, eo ipso, nos conduce a una situación bien próxima a la propia de la doctrina del automatismo de las bestias (y no estamos diciendo desde luego, que David Alvargonzález defienda esa doctrina; al contrario, sabemos muy bien que no la defiende actu signatu, pero ahora no es esa la cuestión). Es más, yo me inclinaría a sostener que sin estos desarrollos etológicos que han arrinconado enteramente las interpretaciones «automatistas» de la conducta de los animales, reintegrando de algún modo a los mismos «brutos» el alma que Pereira y Descartes se habían encargado de eliminar de un modo tan impío como espiritualista, una filosofía de la religión como la diseñada por Bueno en El animal divino no podría sencillamente haber sido sacada adelante. Y esto mismo lo ha reconocido el propio Profesor Bueno muchas veces.
Así mismo, coincido con Alfonso Tresguerres en que los propios teriántropos que David Alvargonzález maneja a modo de evidencias fisicalistas en las que apoyar su alternativa a la filosofía angular de la religión, no hacen en realidad demasiada fuerza contra esta (algo que yo traté por mi parte, de argumentar en varios lugares de mi correspondencia con el autor de Ciencia y Materialismo cultural), sobre todo cuando es el caso que el propio Bueno reconoce, en El animal divino, que en el mismo principio (lógico y no sólo cronológico diríamos) de la religión primaria, radica ya, in nuce, el «germen» del error secundario, la «actividad combinatoria» que dará origen al monstruoso hiperdesarrollo de la mitología secundaria. Es esto exactamente, lo que atestiguan los númenes facticios sobre los que hace pie David Alvargonzález a lo largo de su argumentación, sin darse cuenta –creemos– de las repercusiones que, de cara a sus propias críticas, puede tener la circunstancia de que tales númenes, efectivamente «mitológicos» y por ende «falsos» dado que no existen en la realidad (más que esculpidos) presuponen ellos mismos, el trato conductual previo (y decimos «previo» otra vez antes en un sentido lógico que cronológico) con los animales numinosos, pero es este trato el que constituye la relación nuclear a la luz de la cual, cobra sentido toda la «actividad mitologizadora» que David Alvargonzález quiera suponer actuante ya durante los primeros compases del paleolítico superior (y que nosotros, entonces, ya no tendríamos ninguna objeción de principio en reconocerle). Esto nos parece extraordinariamente importante, tanto es así que una vez asumido este extremo no veo yo la manera como pueda evitarse que muchas de las conclusiones a las que llega Alvargonzález al respecto del núcleo de la religión, se queden sencillamente en nada.
Me parece por lo demás, que es Gustavo Bueno quien nos ofrece la mejor pista para entenderlo así; concretamente en el siguiente pasaje de El animal divino que ya hemos sacado en varias ocasiones a colación en el contexto de la presente controversia:
«Pero la misma naturaleza operatoria de la esencialización contiene en sí un germen operatorio (combinación de esencias o arquetipos) que, por otra parte, habría que ver como la primera manifestación, en el período de la religiosidad primaria, de la actividad mitológica (cuyo monstruoso desarrollo dará lugar a los contenidos de la religión del segundo período). Como ilustración de esta fase de la religión primaria en la cual, los arquetipos, aún referidos a animales empíricos, aparecen ya en una mezcla combinatoria mitológica (fantástica), podría citarse el famoso hechicero magdaleniense de la cueva de Trois Feres (...).» (Gustavo Bueno, El animal divino, Pentalfa, Oviedo 1996, 2ª ed., pág. 259.)
Por ello, no habría, ningún motivo para dudar desde luego ya en los propios orígenes de la religión de la presencia de la actividad mitológica, cuyo desarrollo, dará lugar a los númenes falsos de las religiones secundarias; bien que, unos tales elementos, se sitúan antes en el cuerpo que en el núcleo mismo de las religiones del paleolítico y, en esta medida, apenas puede decirse que sí hacen mella en la verdad de la relación angular misma que constituye el núcleo de la religión. Pero si esto es así, entonces cabe concluir, como concluye Tresguerres acertadamente, que las religiones primarias pueden perfectamente ser consideradas verdaderas en este sentido, y ello aun cuando tales religiones sean vistas desde las ciencias del presente. Ahora bien, precisamente en este sentido, no puede ya decirse en cambio que las religiones secundarias sean en modo alguno verdaderas (puesto que los dioses antropomorfos no existen en la realidad) y todavía menos que aparezcan como más verdaderas, a su modo, que las primarias; algo por cierto, que se desprende con toda claridad de las premisas entre las que se mueve David Alvargonzález e incluso de ellas se desprende, como lo advierte con toda claridad Alfonso Tresguerres, que a la luz del esquema presentado por el Profesor asturiano en su conferencia, la «verdad» (la verdad propia de la impiedad post-terciaria: ateísmo + etología), habría de volver a situarse –casi neo-comtianamente, mutatis mutandis al menos– al final del proceso, con lo que, acaso en este sentido, las religiones más verdaderas sean ahora las terciarias (en cuanto antesala del ateísmo) y las primarias, por su parte, la sede misma del error religioso. Pero esto no se puede plantear así, dado ante todo, que como señala de nuevo Tresguerres, en algún sentido los númenes infinitos de la religión terciaria conducen directamente a la impiedad, no tanto por resultar más «verdaderos» que los dioses antropomorfos del politeísmo, sino, en cierto modo, por la razón contraria: es decir por ser, si cabe hablar así, dioses todavía más falsos. No sólo falsos (inexistentes), diríamos en este contexto, sino además rigurosamente imposibles.
Bien pero, si esto fuera todo lo que yo tuviera que decir aquí, el acuerdo con Alfonso Tresguerres, resultaría efectivamente completo, tan completo que acaso alguien podría reprochar a mi artículo su entera futilidad, su trivialidad por redundancia. Sin embargo, lo que sucede es que, una vez culminadas todas estas objeciones a la argumentación de David Alvargonzález, Alfonso, termina por arribar a unas conclusiones que, de algún modo paralelas a las que también alcanza Alvargonzález en su texto, podríamos juzgar como sorprendentes, al menos en la medida en que evidencian el modo en el que Alfonso Tresguerres acaba por conceder ampliamente la razón a David (cosa de la que por cierto, el propio Profesor Alvargonzález se ha dado perfecta cuenta en sus respuestas a Tresguerres, y además con toda razón), aunque sin duda que por otros caminos, unos caminos que, paradójicamente, incluyen la propia crítica de la negación de la verdad primaria sólo –a mi juicio– para acabar por «destruir» de algún modo esta verdad tal y como Gustavo Bueno habla de ella en El animal divino. Expliquemos todo esto un poco más.
En particular Alfonso Tresguerres, concluye en su texto, que aunque las religiones primarias son verdaderas en la medida en que se constituyen en torno a una relación real de los hombres paleolíticos con unos númenes, que en tanto que podamos identificar con los animales también aparecerán como reales ellos mismos, esto no quiere decir que unas tales religiones sean completamente verdaderas (en algún sentido, todas las religiones son falsas en cuanto tales, y el sintagma mismo «religión verdadera» es, desde nuestras coordenadas materialistas y ateas, sencillamente inconsistente, improcedente por contradictorio) porque para ello haría falta que los animales fueran realmente númenes y no sólo los númenes reales. Ahora bien, está claro que, cuando se los contempla desde el punto de vista etic, los animales no son de ninguna manera dioses (¿cómo habrían de serlo?) y sí sólo animales, con lo cual, ya puede concluirse con comodidad que la religión nuclear es tan falsa como las otras (y aquí, añade Alfonso el siguiente matiz: por sus contenidos) aunque pueda sostenerse que resulta verdadera (por su forma) en cuanto que sustentada en una relación real. Y en fin, una vez que comprendemos que la religión es ante todo, religación, en la medida en que concedamos también –como a Tresguerres (y a mí mismo) le parece obligado conceder– que la religación contenida en las religiones del paleolítico es real en un sentido que no se puede atribuir (queremos decir: fuera de la «alucinación» o del «delirio permanente» como señala Bueno en su libro) a ninguna otra forma posterior de religiosidad, resultará ya evidente por sí mismo que las religiones primarias, y sólo ellas, son en realidad verdaderas religiones al ser las únicas fundadas sobre una verdadera relación y no tanto sobre una pseudorelación. Y ¿a dónde lleva todo esto?, pues lleva a un desenlace que me parece goza de un extraordinario interés, y es que las religiones primarias en cuanto tales son propiamente las verdaderas religiones, y este sería, de acuerdo a lo que Tresguerres sostiene, el preciso alcance de la fórmula que la filosofía angular utiliza cuando se refiere a las religiones del paleolítico en tanto que «religiones verdaderas».
Pero lo que sucede sobre todo, es que semejante tesis a la que ha abocado la argumentación de Tresguerres (y contra la que David Alvargonzález parece que tampoco tiene ninguna objeción, pues éste mismo ya ha aclarado que sus argumentos no iban en absolutos dirigidos a poner en duda el carácter de «verdadera religión» de las religiones de fase primaria), pueda o no ser ella misma «verdadera» cosa que, por el momento, vamos a dejar al margen, resulta a nuestro juicio, literalmente incompatible con la filosofía angular de la religión defendida por Gustavo Bueno en El animal divino. Es decir, no discutimos (de momento) que las religiones del paleolítico, sin duda verdaderas religiones por su forma, puedan ser además religiones falsas por su contenido. No; lo que discutimos ahora es que sea exactamente esto lo que Bueno sostiene en El animal divino. Y si Tresguerres lo cree así, haría bien en explicarnos cómo puede interpretar desde sus propias posiciones, textos, como el siguiente:
«El núcleo de la religión se encuentra en el mundo de los númenes, en tanto estos envuelvan efectivamente a los hombres, porque sólo de este modo la experiencia religiosa nuclear podrá ser, no solamente una verdadera experiencia religiosa, sino también una experiencia religiosa verdadera.»
Ahora bien, adviértase que lo que Gustavo Bueno está ensayando aquí, en este «a la manera de prólogo» de El animal divino, es algo que suena, de algún modo en el sentido contrario a la tesis de Tresguerres, y ello por que en este contexto, Bueno no se refiere a la experiencia nuclear sólo como una verdadera –por su forma– experiencia religiosa, sino que pone buen cuidado, y a nuestro entender nada casualmente, en calificarla de experiencia religiosa verdadera –volviendo sobre la distinción de Tresguerres, por su contenido–. Y cuál es el fundamento de esta atribución de «verdad» a la religión primaria, nuclear; creemos que este fundamento sólo puede residir en la siguiente tesis ontológica: los númenes existen porque son los animales. Pues bien, esta tesis que dicho sea de paso resulta central de cara a la adecuada inteligencia de la Filosofía Angular de la Religión (en ella nos «jugamos» efectivamente mucho, de entrada el argumento ontológico religioso), es contundentemente afirmada en muchos lugares de El animal divino. No tiene sentido citarlos todos en esta ocasión, pero me parece reseñable el fragmento siguiente:
«Sostiene [la filosofía zoomórfica de la religión] que son los animales los núcleos numinosos de la propia idea posterior de divinidad. y que, por consiguiente, tendrá sentido afirmar que la religión es verdadera porque los númenes de la clase N existen –son los animales (ciertas especies, géneros u órdenes de animales) y no son fenómenos ilusorios propios de la menentalidad prelógica, de la percepción salvaje.» (pág. 184.)
Importa empero, darse cuenta de que todo esto no lo digo yo como si quisiera con ello «descalificar» las posturas de Tresguerres por «heréticas», ni tampoco cuestionar sus posiciones esgrimiendo para ello el socorrido «argumento de autoridad», al contrario, lo que el Profesor Tresguerres afirma puede por supuesto ser defendido con toda legitimidad (obviamente), pero cuando se defienda habrá que darse cuenta de que se estará defendiendo «contra» El animal divino y no, en modo alguno, «desde él»; lo que en todo caso no tiene desde luego excesiva importancia a efectos de la «verdad» de los asertos del propio autor de El signo de Caín. De otro modo: si la «lectura» que Tresguerres nos ofrece de El animal divino fuera la correcta, no se vería –al menos yo no lo vería– exactamente dónde reside la principal «novedad» aportada por las críticas de Alvargonzález dado que esta «novedad» –considerada desde El animal divino– sería en todo caso sólo relativa. Ahora bien, yo por mi parte atribuyo a las posturas sostenidas por David no sólo una gran «novedad», si no también, y principalmente, una importancia decisiva, aunque las considere falsas, precisamente en la medida en que El animal divino no puede mantenerse «en pie» si no es haciendo frente a las críticas que David Alvargonzález interpone contra –y creo que esto lo ha demostrado Robles– el proyecto mismo de una verdadera filosofía materialista de la religión.
De acuerdo. Pero en este sentido, ¿no implica todo ello renunciar al ateísmo que nuestras propias premisas ontológicas de signo materialista hace justamente irrenunciable? Pues no. Y esto principalmente en razón de que la idea de «ateísmo» como la de «materialismo», también se dice de muchas maneras (e incluso las religiones terciarias se mantienen secundum quid, como ateas, en tanto que representan la corrección racionalista del «delirio secundario» al través de la negación de la existencia de los dioses falsos), pero a nuestro a-teísmo materialista le «basta» con aplicarse sobre los dioses, y resulta que, una vez hemos negado las deidades secundarias y por supuesto también la idea de divinidad terciaria, ya, diríamos, no nos quedan más dioses que destruir sencillamente por que los númenes primarios no son divinidades, no son dioses. Y, cabría preguntarse entonces, si no son dioses ¿qué es lo que son?, pues son simplemente númenes, que ya es bastante: es decir, sujetos operatorios no humanos dotados de «voluntad» y de «inteligencia», términos realmente existentes del eje angular del espacio antropológico, esto es: animales. En consecuencia, creo que si este es el problema, el «ateísmo» de Alvargonzález y de Tresguerres puede en efecto, quedarse muy tranquilo dado que nada hay en la afirmación de la verdad primaria de incompatible con la negación de los dioses mismos.
Si se nos permitiera explicitar todavía con mayor claridad nuestra perspectiva, nuestra propia «hermenéutica» de El animal divino, habríamos de reconocer, que Alfonso Tresguerres está muy cerca de acertar en su última respuesta a David Alvargonzález. Está muy cerca, cuando afirma por caso que:
«Pero aun podría intentar añadir alguna precisión sobre todo esto. Lo que quiero decir es que únicamente si se pudiera admitir que los númenes animales no resulta inseparable de su carácter divino, o lo que es lo mismo: si el animal puede ser entendido como un numen no sólo finito y personal (de lo contrario no habría relación religiosa), sino también natural, sin necesidad de atribuirle por tanto, una naturaleza sobrenatural y divina, únicamente en ese caso podría decirse que la religión primaria es una religión verdadera.» (Alfonso Fernández Tresguerres, «Espacio antropológico y númenes primarios».)
Pues muy bien, yo efectivamente estimo que ésta es justamente la lectura correcta de El animal divino y es en este sentido que digo que Alfonso Tresguerres ha estado muy cerca de «hacer diana» en este punto, aunque luego corrigiendo esta interpretación, da por supuesto que sólo «pasando de algún modo por dioses» pueden los animales convertirse en númenes. Ahora bien, es evidente que los animales no son dioses y que tampoco exhiben ningún carácter que no sea perfectamente natural, y entonces, sencillamente sería absurdo concluir otra cosa que la que concluye Tresguerres: la religión primaria es - por sus contenidos- una religión falsa. Al amor de este modo de razonar de Alfonso Tresguerres, podemos entender lo que antes sostenía por mi parte, que en su argumentación la verdad característica de la religión primaria («los númenes existen, son los animales») queda, de algún modo, enérgicamente «destruida».
Pero si no nos obligamos a admitir en modo alguno que los númenes primarios sean dioses (y Bueno en El animal divino supone que en efecto no lo son) las cosas se presentarán de otra manera, puesto que entonces, las vías de recuperación de la verdad religiosa quedarán de nuevo expeditas, liberadas del «escollo» que habría presentado Tresguerres desde su ateísmo de principio y por supuesto además, sin renunciar a este ateísmo con todas sus exigencias que, sin duda se mantienen inextricablemente vinculadas con el materialismo filosófico. ¿Y qué tendría que ver entonces la religión nuclear con las religiones secundarias?, ¿por que motivos llamar religiosa a la primera fase del curso de la religión? Justamente porque esta fase, es la nuclear diríamos. En ella se inserta el núcleo del que el propio curso procede, del que mana la esencia procesual misma sin perjuicio de que esta, llegada a algunas de las fases de su despliegue, acabe por negar el mismo núcleo, por cancelarlo dialécticamente como sabemos.
Dicho esto, me queda por añadir que por mi parte, no alcanzo a ver los motivos por los que a Alfonso Tresguerres le resulta tan endiabladamente difícil arribar a esta conclusión toda vez que él mismo admite muchas cosas que apuntan en esta dirección más que en cualquier otra: admite principalmente que aunque los hombres, para convertir a los animales en númenes{3} necesitaron desplazar a los animales a un nivel superior a aquel en el que ellos mismos estaban situados, un tal desplazamiento no es tampoco el fruto gratuito o incluso «delirante» de la falsa conciencia de los hombres primitivos o el resultado de su confusión al respecto de la «verdadera naturaleza de los animales». Al contrario Tresguerres, reconoce con toda claridad, que este desplazamiento, muy lejos de cualquier resabio de actividad mitologizadora, responde –respondía– a la verdadera situación dibujada a la altura del Paleolítico Superior.. Y entonces, lo que en este punto habríamos de preguntarnos es ¿qué es lo que falta pues para que los animales existentes se conviertan en númenes inexistentes?, y sobre todo ¿de dónde extrae el hombre paleolítico eso que según Tresguerres falta?; y todavía más: ¿cómo tienen los hombres primitivos la ocurrencia de «aplicar» sobre los animales reales los elementos sobrenaturales imprescindibles para volverlos númenes? Todas estas preguntas, me parece, revisten una importancia realmente capital dado que, si la respuesta a ellas fuese –y yo francamente no veo otra alternativa– señalar sencillamente que los primitivos «proyectaron» (y que se apele o no a este modelo por vía de la representación es algo hasta cierto punto irrelevante) sobre los animales la condición de númenes sobrenaturales, y que lo hicieron así equivocadamente –dado que los animales no son númenes– acaso sólo porque eran primitivos, si –decimos– esta es toda la solución del problema, en ese caso, volveríamos a zambullirnos en las coordenadas desde las que David Alvartonzález ha elaborado sus propias críticas a El animal divino... y ello además con todas las consecuencias «gnoseológicas» que Joaquín Robles ha espigado con hiperlúcida actitud trituradora.
Sin embargo, todavía quedaría una objeción en pie contra mi interpretación, una objeción por cierto, en la que David Alvargonzález se hace verdaderamente muy fuerte y a la que desde luego nosotros atribuimos un gran peso. Me refiero a la que indica que dado que en nuestro presente no es posible construir una religión primaria verdadera, eso mismo nos ha de forzar, de la mano de la lógica realmente impecable que Alvargonzález ejercita en su trabajo, a admitir que por lo tanto, tales religiones tampoco fueron posibles como absolutamente verdaderas. Ahora bien, que yo asigne una potencia «casi» demoledora a este argumento –y así lo declaré también en la correspondencia– no significa tampoco que me parezca concluyente, o que no quede otra opción que recorrer las mismas consecuencias que Alvargonzález extrae del mismo. Véamos:
En efecto, dejando de lado el problema de los extraterrestres (en los que, por cierto, el propio don Gustavo Bueno pone el pie –creemos que «completamente en serio»– a la hora de determinar las vías posibles por las que pueda transitar una religión primaria verdadera en el futuro{4}) a los que por cierto, ni Tresguerres ni Alvargonzález parecen dedicar la debida atención (y, para el caso de Tresguerres, esto lo ha visto con total precisión José Manuel Rodríguez, recusando los argumentos del profesor ovetense); nosotros no tenemos absolutamente ninguna objeción que plantear si con la afirmación de que «en nuestros días no cabe una religión primaria verdadera» lo único que se quiere decir es exclusivamente que en el presente no es posible reinstaurar las religiones del paleolítico. Ello desde luego es cierto (otra cosa es el interés de semejante constatación equivalente me parece, a la operación de «redescubrir el Mediterráneo»), y lo es, entre otras cosas en razón de que sin duda nosotros no podemos ser paleolíticos piadosos precisamente porque no somos paleolíticos. Es decir que sepamos o no «más etología» que los paleolíticos (y naturalmente que sabemos más, dado entre otras cosas que ellos no sabían ninguna etología en absoluto), lo que a nosotros no nos es dado en modo alguno hacer, es precisamente «fingir» que la revolución neolítica con todas sus consecuencias nunca tuvo lugar... lo que no nos es hacedero sencillamente es por así decir «saltar» por sobre la domesticación, el asentamiento urbano, la ganadería, &c; y ello sin que tampoco se quiera decir con esto que los granjeros neolíticos conocían «mejor» a los animales que los cazadores paleolíticos dado por el contrario, en muchos sentidos los conocían muy mal, «mucho peor» en realidad (lo que por cierto, también es el caso de los filósofos y los médicos XVII sostuvieron el automatismo de las bestias, y de este modo, aquí la «máxima impiedad» contra los númenes, coincide al mismo tiempo con el «máximo desconocimiento» de su verdadera naturaleza, de su alma). Con todo ello, lo que en realidad quiero decir es que lo que verdaderamente resulta imposible en nuestros días, es que los animales nos «envuelvan» como podían envolver efectivamente a los paleolíticos sin perjuicio, de que no podamos desconocer el hecho de que esta imposibilidad tampoco se puede mantener como absoluta.
Y si decimos que no puede mantenerse como absoluta, ello es debido a que en algunas ocasiones es también en nuestros días, perfectamente posible que ocurra lo contrario. De otro modo: Tresguerres y Alvargonzález pueden tranquilamente suponer desde su ateísmo que los animales no son más que animales; sea, pero, ¿podrían David Alvargonzález o Alfonso Tresguerres (o para el caso yo mismo) cancelar en gracia a sus conocimientos etológicos las estrategias «envolventes», «operatorias» y «prolépticas» de un león hambriento o de un rotweiller enfurecido? Pensamos desde luego que muy difícilmente podrían hacerlo así, porque entonces sin perjuicio de que ellos o yo mismo desde luego conociéramos perfectamente la circunstancia de que un león no es más (ni menos) que un mamífero placentario y por más que fueran los conocimientos que sobre el etograma de este gran felino tuvieran ellos acumulados, o también por mucho que ellos o yo pudiésemos dominar los «secretos» de la etología canina, todos esos conocimientos categoriales apenas podría servirnos de nada ante el trámite de neutralizar las operaciones de sujetos tan poderosos. Todavía más: si tuviésemos que admitir que la etología sirviese de algo en esa ocasión, sólo será en vistas a «operar etológicamente» sobre las propias «operaciones» de nuestro león o de nuestro rotweiler, procurando pongamos por caso, «envolverlas» (y en ese sentido, la sabiduría del etológo, por ejemplo la de Lorenz en Cuando el Hombre encontró al Perro, es al mismo tiempo la sabiduría del teólogo primario), lo de algún modo implica por cierto la «comunicación» con tales bestias, a sabiendas de que ellas pueden «entender» nuestras palabras y ante todo nuestros gestos; pero, y aquí reside lo principal, todo ello nada tiene que ver sin duda ninguna con tratar con tales animales como habríamos de tratar con una máquina, o con una piedra. Bien, y así las cosas: ¿no representa este trato operatorio con tales sujetos una relación por religación con entidades al tiempo personales y trascendentes al campo antropológico? ¿no es esto por tanto ya una religación de cuarto género (que además sin duda incluiría el «paso» de la «súplica», pero también del «ruego», &c., igual que si del cazador de la película El Oso{5} se tratara)?, ¿no es esto una experiencia a la que vale calificar no sólo de verdadera experiencia religiosa (nuclear) sino también de experiencia religiosa verdadera? La religión primaria no ha desparecido sin dejar rastro.{6}
Notas
{1} Aunque será inevitable, claro está, volver a referirme a ellas; aunque sólo sea in oblicuo.
{2} Es decir, dado sencillamente que yo no creo que sus tesis puedan constituir una teoría filosófica verdadera sobre la religión nuclear, dejando en este momento de lado, la cuestión de si ellas constituyen o no una teoría verdaderamente filosófica.
{3} Porque, y esto me importa mucho dejarlo diáfanamente señalado, yo no sostengo que los animales sean númenes al margen de su relación con los hombres, en y por sí mismos por así decir.
{4} Lo que ciertamente no dice Gustavo Bueno es que un «futuro con extraterrestres» haya de llevarnos necesariamente a la revitalización de la religión de los númenes. Y desde luego yo tampoco lo sostengo así; la cuestión principal residirá en este punto más bien, en si estos extraterrestres (de los que se podrá decir en todo caso, casi cualquier cosa excepto que son «hombres» y por tanto que quepa establecer con ellos relaciones «circulares»: por ejemplo éticas, tampoco propiamente políticas, pero ni siquiera bélicas, &c.) nos «envuelven» a los hombres, o más bien si son los hombres los que les «envolvemos» a ellos, &c.
{5} Por cierto que a la «herméneutica» que sobre los motivos de esta película elabora Gustavo Bueno hay que concederle en este contexto –me parece– una gran importancia, muy difícil ella misma de exagerar; como es también el caso del «relato» que sobre su propia «experiencia» religiosa ofrece Gustavo Bueno en otros lugares. Confesamos que no sabríamos muy bien como interpretar unos tales pasajes, de no ser precisamente desde una lectura de El animal divino como la que aquí defendemos. La única alternativa, creo yo, es suponer que semejante «relato» no es otra cosa que una suerte de irónica boutade que Bueno ha intercalado en Cuestiones cuodlibetales con el mero propósito de añadir algo de «amenidad» a un libro tan secamente académico. Pero eso nos parece muy difícil de mantener. En efecto, Bueno dice lo que dice, creemos, completamente «en serio», por más que algo de ironía haya en la primera lectura de las Cuestiones cuodlibetales, pero esta va dirigida principalmente contra la idea de «experiencia».
{6} ¿Y qué decir por otra parte del actual interés –siempre renovado– por el «mundo animal», por la «cuestión animal» para decirlo con el título de uno de los libros de la ideóloga animalista italiana Paola Cavalieri? Aunque el problema de los pretendidos «derechos de los animales» no pueda sin más considerarse como una suerte de «regreso» de la religión primaria, teniendo en cuenta además que los propios defensores de tales «derechos» suelen plantear el asunto como si fuese una cuestión ética; es también evidente que el eje angular no puede quedar al margen de un análisis referido a estos asuntos, aunque ellos mismos se planteen fenoménicamente como instalados en la inmanencia del eje circular. Pero dado que este problema no es –ni puede ser– una cuestión ética más que emic, sólo queda que en realidad aparezca –etic– como una cuestión religiosa, una cuestión en la que lo que nos sale abiertamente al paso es precisamente la piedad, la piedad primaria refluyente. De este modo, el «enigma» de la teología vuelve a resolverse en etología.