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El Catoblepas, número 37, marzo 2005
  El Catoblepasnúmero 37 • marzo 2005 • página 20
Libros

El poder vacío y la construcción
del espacio político europeo

Tomás Valladolid Bueno

Sobre la edición de La incertidumbre democrática. Ensayos sobre lo político, de Claude Lefort, edición y traducción de Esteban Molina, Anthropos, Barcelona 2004

Con una muy buena edición y traducción, así como con una no menos excelente presentación de Esteban Molina, se ha publicado en Anthropos un libro (La incertidumbre democrática. Ensayos sobre lo político) en el que se recogen algunos de los ensayos más significativos del filósofo Claude Lefort. Éste ha tenido siempre como objetivo dotar a su deseo de escribir de un objeto que estuviese a la altura de la exigencia de expresar el acontecimiento por excelencia, es decir, de repensar lo político como la institución de lo social (las expresiones en cursiva a lo largo del texto son de Lefort). En concordancia con ello ha desarrollado una restauración de la filosofía política con la expresa finalidad de dar un nuevo sentido a la idea de libertad. El conjunto de trabajos dan testimonio de un tipo de escritura impresa como aventura del pensamiento, marcada por la inevitable demanda de establecer un vínculo entre la exigencia filosófica y la exigencia política: la tarea de pensar va unida al ejercicio de la palabra en la vida pública. Es precisamente este maridaje el que convierte el pensar en un riesgo interminable donde la escritura filosófica enlaza «la revelación» con «la creación». Se busca facilitar al lector la comprensión de lo que supone la democracia como una mutación de orden simbólico en cuyas antípodas florece el totalitarismo como la anulación de los signos de la división entre el Estado y la sociedad, y la de la división social interna. En efecto, la filosofía política de Lefort es expresión inequívoca de la característica esencial de lo político democrático: indeterminación última de fundamentos, imposibilidad de detener el debate sobre lo legítimo y lo ilegítimo, despedida de la ilusión de poseer la fórmula de la sociedad buena, disolución de referentes absolutos de certeza y, por tanto, descarte de la idea del cierre de una humanidad sobre sí misma. Quien se aventure por los caminos del pensamiento lefortiano habrá de retener esto último para comprender las razones por las que Claude Lefort fue llevado, desde el comienzo de su reflexión, a un lugar donde sólo cabría dejar que el punto de vista del otro tomara la delantera. Así, la escritura de Kantorowicz, Quinet, La Boétie, Michelet, Maquiavelo, Marx, Tocqueville y de Merleau-Ponty, sumergió a Lefort en unas reveladoras lecturas, cuyo fruto sería una obra creativa plenamente consciente de que no encontraba garantías en la naturaleza del lenguaje o, lo que es lo mismo, de que la retroalimentada vinculación entre desciframiento y expresión no es sino una ontología indirectaa desde la que formular, sin el más mínimo interés prístino, la pregunta ¿qué es pensar?

Ante la enorme fuerza crítico-comprensiva que aportan los análisis de Lefort no es muy sorprendente, pero sí reprobable, que las vedettes de la teoría política española hayan retenido a este filósofo en el espacio peri-urbano de la ciudad construida por los arquitectos reales de la ciencia política. Por eso es motivo de gozo reflexivo que, a partir de ahora, los lectores en lengua castellana tengan acceso directo a unas reflexiones que, sin necesidad de la bendición de la oficialidad politológica, les permitan –según decir de Esteban Molina– estar a vueltas con la democracia sin abandonar la cuestión del totalitarismo. Porque sin ese volver y con este abandono pudiera ocurrir que nos quedásemos en mantillas en esta gran hora de la gran construcción de Europa. Sepa pues el lector que, aunque ninguno de estos textos de Lefort esté dedicado a la reflexión sobre Europa como cuestión, no obstante le estimularán para que aborde desde otra perspectiva la problemática construcción europea de lo político.

En efecto, los textos de Lefort aportan nuevas categorías para pensar las condiciones de la institucionalización democrática de las denominadas Uniones multirregionales. La juridización constitucional de éstas –como modo de resolver la globalización de la vida política– no basta con ser pensada desde las dispares concepciones participativas, representativas o deliberativas. Asimismo la alternativa bipolarización republicanismo-liberalismo tampoco resulta ya suficiente. Si la constitucionalización de una Unión ha tenido como antecedente inmediato el fenómeno totalitario sería algo más que beneficioso tener en cuenta las aportaciones conceptuales de Claude Lefort. En efecto, lo que en la jerga oficial se conoce como creación de espacios autónomos de formación de la voluntad política quedaría reducida a retórica procedimental, si no se asume que el poder, al ser democrático, hace manifiesto el exceso de la vida social sobre toda organización de hecho. La Unión Europea, como institucionalización de lo social vía constitucionalización de los Derechos Humanos, no puede ser afirmada sólo positivamente como post-nacional sino que también precisa de ser reconocida como una institucionalización post-totalitaria. Para dilucidar cuestiones referentes a los límites de la construcción de la Unión Europea, a la creación de un derecho cosmopolita, a la especificación de una identidad europea como criterio de pertenencia a tal Unión, es preciso no abandonar la reflexión sobre el totalitarismo. De lo contrario el asunto de la unión se convertirá en el asunto de la complicación. Por ello, el lector encontrará en este libro la posibilidad de pensar Europa desde una concepción del poder como un lugar vacío, es decir, no sólo desde la idea de que el poder no pertenece en exclusiva a nadie, sino que no debe haber condensación posible entre el poder, la ley y el saber, ni seguridad posible acerca de sus fundamentos. Si la construcción de la Unión Europea no olvida la experiencia del totalitarismo, y se hace con vocación de justicia histórica, entonces es necesario pensar de acuerdo con Lefort que, sea lo que sea tal Unión, nunca se deberá tratar confundiendo lo simbólico con lo real. Europa no debe percibirse como algo sustancialmente uno, ya que propiamente hablando no es reducible a una comunidad, puesto que el ejercicio del poder es siempre dependiente del conflicto político.

¿Cómo interpretar desde categorías lefortianas la apuesta por una construcción vía concertación más allá de la negociación? La lectura de estos textos obliga, en estos momentos de apelación oficial al renacer de la democracia, a tener en cuenta que la construcción de Europa como proyecto no puede permitirse el lujo de la más mínima permanencia de lo teológico-político. Quienes piensan y quienes ejecutan la construcción de Europa, como Unión constitucionalizada, han de tener presente que la mutación simbólica que es la democracia, el acontecimiento positivo de la humanidad, tiene como característica que la sociedad no sea representable como un cuerpo. Esto significa que construir democráticamente sea igual a desincorporar el poder, desincorporar el derecho y desincorporar el pensamiento. De no hacerse así estaríamos a las puertas de nuevas clausuras del espacio público, ocasionadas por haber cedido a la tentación de pensar Europa bajo las figuras imaginarias del Estado, la nación, el pueblo y la sociedad, así como desde una fatal entrega a la atracción del UNO. Estos textos de Lefort nos advierten de la ceguera que comparten los reformistas y los revolucionarios con respecto al dispositivo simbólico en que consiste la construcción de la democracia basada en los Derechos Humanos. Ese carácter simbólico es el que no se debe marginar a la hora de constitucionalizar la Unión puesto que los Derechos Humanos no son figurables en una formulación definitiva. Esta concepción permite considerar la construcción de la Unión como una historia que permanece abierta. Al aventurarnos a pensar lefortianamente la Unión Europea nos comprometemos a rendir cuentas ante la exigencia de explotar los recursos de la libertad y creatividad de los que se nutre una experiencia que acoge los efectos de la división y de resistir a la tentación de trocar el presente por el futuro. Constitucionalizar los derechos en la Unión es seguir aprendiendo a distinguirlos de lo que sólo es satisfacción del interés. Ciertamente, pensar con Lefort en esta hora de pensar la construcción de Europa, es aceptar que el individuo está llamado a permanecer sordamente trabajado por la incertidumbre y que, por tanto, el reconocimiento del semejante por el semejante pasa también por la ignorancia aceptada del otro, o que la verdad de la asociación puede ser pensada junto a la verdad del aislamiento. Ahora bien, afirmar la existencia de las ambigüedades de la experiencia democrática no impediría afirmar, al igual que Lefort, que la democracia es la única forma de sociedad deseable porque conserva la doble noción de la libertad política y de la libertad individual.

Quien haga suyo un proyecto de unión multirregional, y no sólo europea, ha de saber, que cualquier tentativa de sometimiento del individuo, por refinada que sea, se tropieza con un límite porque una parte de él mismo escapa a la objetivación. Este componente de indeterminación no es posible erradicarlo, por ello la construcción de toda Unión ha de ser vista, en términos lefortianos, como un espacio al que lo político le da forma. Es decir que la política de Unión deberá ser vista como la acción de dar sentido y poner en escena, lo que no quiere decir sino que la constitucionalización de toda Unión está referida a algo que se despliega como espacio de inteligibilidad que contiene una representación incompleta de sí mismo.

 

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