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El Catoblepas, número 25, marzo 2004
  El Catoblepasnúmero 25 • marzo 2004 • página 22
Libros

Individualismo institucionalizado

Julián Arroyo Pomeda

Sobre el libro de U. Beck y E. Beck-Gernsheim, La individualización. El individualismo institucionalizado y sus consecuencias sociales y políticas, traducción de B. Moreno, Paidós, Barcelona 2003, 367 páginas

En cada uno de los trabajos editados por U. Beck (ahora éste también con su mujer) estamos asistiendo al proceso creador de un pensamiento cada vez más consolidado y potente, que, acaso, se esté convirtiendo en una teoría insustituible para poder entender la denominada «segunda modernidad». Con ello eleva la Sociología a su categoría propia en la línea de los padres fundadores, en lugar de rebajarla a categorías atomizadoras, como hacen tantos de sus cultivadores, desgraciadamente. Considera que la Sociología tiene que hacer una profunda reflexión crítica sobre los problemas surgidos del presente, relacionados con la desregulación, los dominios de decisión transnacionales, la dejación de los poderes públicos interesados casi exclusivamente en lo económico, &c. Todo esto produce inseguridad, riesgos, incertidumbre, en una palabra. Nuestras sociedades pueden hacer peligrar la supervivencia de la especie, aunque las retóricas oficiales proclamen mantenernos en un mundo seguro.

Este trabajo está construido mediante un conjunto de ensayos, que, sin embargo, aparecen tan bien enlazados que da la impresión de constituir un libro hecho de un tirón, a modo de investigación sobre una cuestión determinada. Aquí el tema es la individualización, que debe entenderse como individualismo institucionalizado. Este es su significado preciso. En síntesis el libro contiene dos prefacios, un prólogo, trece capítulos y una entrevista. En su prefacio, Scott Lash apunta que se trata de un «individualismo no lineal», que «es el resultado de la retirada de las instituciones clásicas» (página 13). Tales instituciones han ido delegando funciones en instituciones privadas, desnormalizando así sus roles tradicionales hasta entrar en crisis. Esto tendrá consecuencias importantes en la sociedad y en la política.

Por su parte, Z. Bauman acepta la individualización, que «ha venido para quedarse» (página 26), por lo que deberemos hacer frente a sus consecuencias, ya que «no tenemos otras condiciones en las que actuar» (página 26). Y es desde ellas y en ellas donde asistiremos a las consecuencias de las mismas.

Los autores de este texto mantienen que se ha producido una ruptura definitiva de los principios fundamentales sobre los que actuaba la ciencia social en la primera modernidad, que consiste en que las instituciones se orientaban al individuo, mientras que ahora los individuos se encuentran desincrustrados, desnormalizando sus roles, por vivir externamente a los mismos. De este modo nos encontramos con una desequilibración y vacío institucional en la «segunda modernidad», con valores mercantilistas, trabajos-basura, marginación, inestabilidad. Esto hace que crezcan las desigualdades sociales y que sea necesario hacer frente a la situación de desequilibrio porque las consecuencias políticas y sociales no se harán esperar. Vivimos en una sociedad de profundo riesgo.

Profundicemos un poco más en el término individualización, cuyo contenido es objeto de análisis. No hay que entenderlo en la línea neoliberal de la autarquía del individuo. Se trata de «una transformación estructural... de las instituciones sociales y la relación del individuo con la sociedad» (página 339). La segunda modernidad ha dicho «adiós a lo tradicional» (página 37), individualizando los estilos de vida, con libertades precarias. Mas la integración es necesaria y este es el problema de la estructura social en medio de una cultura autónoma.

No debe entenderse, pues, por individualización el individualismo egotista, la individuación, ni egoísmo mercantilista, ni tampoco emancipación. Se trata de que el individuo ahora no encuentra sistemas lineales y normalizados, sino desregulados y no lineales. Pues bien, aquí es donde tiene que hacer su vida con lo que Beck llama «categorías zombis» (página 340), entre las que se encuentran la familia, la clase social y el vecindario. En semejante situación el trabajo no es ya lo mismo, ni la división del trabajo tampoco. Cada vez el empleo será menos fijo, más precario y más flexible.

La familia tampoco es ya la de antes y va en aumento su inestabilidad humana y económica. Puede parecer una broma, pero hay niños que tienen ahora tres padres, y cuatro abuelas, &c., que, además, son relativamente jóvenes. El mundo en el que vivimos está bastante «desbocado» (página 69). Hay que trabajar en la línea de una posfamilia, que puede seguir siendo tan normal como la anterior en la que nacimos, pero, de momento, es en ella donde se manifiestan los conflictos, precisamente.

Se da en la actualidad un cambio histórico tan grande que ni siquiera hablamos ya de clase social, ni sabemos tampoco cuál es nuestro estatus, porque todo esto parece estar lejano y bastante superado.

En este marco general aparecen cuatro desafíos que nos interpelan con urgencia. El primero es el de la individualización, cambio fundamental donde los haya. El otro es mucho más conocido por los riesgos que nos hace soportar ya con su peso económico, social y cultural. Se trata de la globalización. Igualmente sufrimos el desempleo o los empleos precarios, subempleos y demás escalas sociológicas de medida, que no se superan fácilmente, como puede comprobarse en países como España, por ejemplo, que llevan ya bastantes años creando empleo y produciendo por encima de la media europea y, sin embargo, su nivel de paro es uno de los mayores de Europa, especialmente en el trabajo femenino. Aun en el caso de una situación muy favorable y de la inversión en la tendencia, los problemas continúan, sin que valgan las presunciones al uso de tantos políticos que se empeñan en que la gente se lo crea, porque entonces gastarán más interiormente y seguirá el crecimiento un tanto artificial.

El cuarto desafío es la crisis ecológica. Sorprende que, probablemente, nunca haya existido más conciencia y sensibilidad medioambiental en el conjunto de la sociedad, aunque tampoco nunca hubo una crisis ecológica tan profunda y con tan escasas ganas de resolverla.

Pasando a un plano mucho más concreto, ¿qué ocurre en nuestras sociedades, cuya población decrece, en general? Hemos pasado en unos pocos años desde el boom de la natalidad de los años 50 y 60 a su caída a partir de los 70 y 80 ¿Hedonismo, emancipación de la mujer, píldora, costes, menor influjo religioso? De todo esto se ha hablado, pero contradice los deseos de las personas que aspiran a tener hijos. Actualmente hay más actividad que nunca en técnicas de reproducción asistida, igual que en el caso de las adopciones, cada vez más numerosas. También es cierto –y constituye un hecho explicativo indiscutible, aunque se suele ocultar– que la economía de mercado enseña a las mujeres que «la maternidad limita sus posibilidades en el mercado laboral y las madres solteras, en particular, se ven excluidas y marginadas» (página 225), escribe Beck, tomándolo de Brossman y Hurh. Que los hijos constituyen un riesgo laboral resulta un pensamiento espeluznante, pero es así.

¿Qué sucede con la salud en la época de la ingeniería genética? El capítulo 9 ofrece una respuesta firme: «Los aparatos no pueden cuidar a las personas» (página 231). En relación con la tercera edad, «hay falta de dinero, sin duda, pero, sobre todo, de imaginación y determinación política» (página 245).

Y la política, ¿es capaz de responder a todas estas situaciones problemáticas? Según Beck, hay que «democratizar la democracia» (página 349), sustituyéndola por una alternativa que Kant propuso hace más de dos siglos y que parece seguir vigente, el republicanismo cosmopolita. Beck valora muy positivamente el ensayo filosófico de Kant, La paz perpetua. Recuerda que la paz tiene que suceder necesariamente, sólo que si no ocurre la utopía del filósofo, entonces se dará únicamente en las tabernas o en los cementerios, de acuerdo con la conocida leyenda del local holandés con que Kant empieza su obra. En efecto, cuando se vacían de contenido los derechos fundamentales de la ciudadanía se destruye igualmente la dignidad de los individuos y su libertad para actuar. Restan entonces los cementerios y estamos aproximándonos recientemente a este tipo de acciones, que contribuyen exactamente a la barbarie, en contra de una necesaria política de racionalidad, tal y como el viejo Kant propugnaba. Por eso es necesario crear un Estado cosmopolita, abierto al diálogo y la cooperación internacional, aunque sin olvidarse de mantener su propia autonomía. A algún conocido gobierno podríamos restregarle esta idea por los morros, exigiéndole la pronta recuperación de la autonomía perdida y total para casi nada porque en el ámbito internacional cada uno es como es, a pesar de todo

Después de leer semejante panorámica descrita por los Beck, uno podría caer en la tentación de pensar que estamos ya enterrados en el abismo. Sin embargo, los autores no profesan el pesimismo por sistema. Al contrario, U. Beck, aun reconociendo las oscuridades de la individualización, protesta contra semejante interpretación: «Pero no puedo por menos de sentir aburrimiento ante la manía de tanta gente de obsesionarse con las catástrofes que parecen amenazarnos. Esto no nos empuja a pensar. ¡Cómo saber si todo va a peor! Ni el pesimista ni el optimista pueden vaticinar el futuro» (página 355).

Hay una nueva ética, que consiste en descubrir el «nosotros», en lugar de entregarse a lo colectivo. Necesitamos el apoyo de los demás idénticamente a como ellos necesitan del nuestro. Por tanto, no estamos solos y podremos descubrir cómo combinamos nuestra individualidad y autonomía con las individualidades y autonomías de los otros, negociando entre todos. Aquí tienen un papel clave los medios de comunicación al servicio de la sociedad civil y no al de las poderosas empresas controladoras de la información. Optimismo y esperanza, pues, ante el futuro.

Soy de los que piensan que nos encontramos en la sociedad del riesgo y de la individualización, pero también en una nueva modernidad ilustrada. Kant nos sigue interpelando todavía con su Sapere aude. Estamos dotados de la razón como capacidad e instrumento humano por excelencia, con el que podemos superarlo todo, por difícil que sea. La cultura europea continúa en el horizonte, aunque en su paisaje despunten campos de batalla en el fondo, y poseemos también el resto de las experiencias de la humanidad, que tienen incrustrados muchos símbolos antropológicos, que deben descubrirse. Únicamente desaparecerá la humanidad cuando aquellos se pierdan.

 

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