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El Catoblepas, número 25, marzo 2004
  El Catoblepasnúmero 25 • marzo 2004 • página 21
cine

Julio Médem y los vascos

Iñigo Ongay

En torno a la película documental La Pelota Vasca: la piel contra la piedra,
rodada en 2003 por el cineasta vasco Julio Médem

Julio Médem, La Pelota Vasca: la piel contra la piedraJulio Médem

La Pelota Vasca: la piel contra la piedra (Una película documental de Julio Médem) da comienzo con la presentación cinematográfica de un partido de pelota enfatizado por una rigurosa edición sonora de la resonancia de la pelota del juego percutiendo implacablemente sobre la piedra del frontón. Inmediatamente, incrustado sobre el encuadre podrá comenzar a leerse el texto que hace de prólogo al filme, a la manera de una verdadera «declaración de intenciones» de sus responsables, veamos:

«Esta película pretende ser una invitación al diálogo.
Esta película se concibe desde el respeto a cualquier opinión.
Esta película, es independiente, se debe únicamente a una iniciativa personal
Esta película se solidariza con todos los que sufren la violencia relacionada con el conflicto vasco.
Esta película... siempre echará de menos a quienes no han querido participar.
»

Como puede comprobarse, el texto resulta bien significativo de suyo: estamos ante un documental sobre «el conflicto vasco» que, pretende invitarnos a un «diálogo» (acaso a sabiendas de que «hablando se entiende la gente») que presupone el «respeto» y la «tolerancia» debida a cualquier «opinión» relacionada con dicho «conflicto», y ello aunque se de también por supuesto que el contencioso vasco conlleva una violencia relacionada con él que afecta a determinadas personas con quienes la misma película se solidariza. Con todo, y sin perjuicio de estos propósitos tan intachables, algunas «opiniones», a las que Médem siempre «echará de menos», han preferido no imbricarse en esta democrática polifonía, cosa que la película lamenta; y sin embargo de lo que la película no parece darse cuenta es del grado en que esta misma negativa a participar pone sencillamente en evidencia los límites precisos, de estos habermasianos diálogos sobre el «conflicto» y ello por no advertir, de otro lado, que resulta realmente muy cándido (aunque sea una candidez interesada) presuponer a su vez que las «ausencias» de quienes no hayan querido participar (por dar nombres y apellidos: el Partido Popular) se explican por sí mismas - queremos decir que siempre cabrá preguntar en este contexto las razones por las cuales no ha querido tomar parte en la película de Médem la segunda fuerza política de las provincias vascongadas, y así: ¿no nos obliga semejante ausencia a reconocer que la «independencia» de La pelota Vasca no era, ni mucho menos tan evidente para los representantes del PP que eventualmente hubieran podido ser entrevistados por Médem? Tampoco creemos que esté precisamente demasiado claro que digamos lo que se pretende sostener con la apelación a la «violencia» con cuyas víctimas el filme se solidariza (y se solidariza ¿respecto a quién?); esta oscuridad y confusión acaso sea tributaria del habitual vicio de zambullir la especie (pongo por caso el asesinato) en el fondo del género (la «violencia») lo que permite por otro lado, confundir –y de un modo que no es inocente dicho sea de paso– las pistolas de la policía con las pistolas de la ETA, esto es: ¿se pretende referir Médem con esto de la «solidaridad», a los presos que sufren evidentemente la violencia legítima monopolizada (en el sentido de Max Weber) por Estado, o más bien a las víctimas de los asesinatos de una banda secesionista? Desde luego que la presencia del esclarecedor cuantificador universal presente en el texto (Todos los que sufren...) nos pone sobre la pista de las intenciones probables del autor de la película: ya se sabe «toda» violencia{1} es igualmente condenable si operamos en nombre del diálogo, la tolerancia y el respeto que merecen al parecer, todas las opiniones políticas sobre el nacionalismo vasco, por el mero hecho de ser «opiniones» de alguien (de Arnaldo Otegui pongo por caso, o de Javier Arzallus o Chema Montero).

Sin embargo, las anfibologías del texto no se agotan en modo alguno con lo señalado y todavía cabe sin duda, dar más vueltas a la cosa, dado que entonces, lo que no se entienden son las razones que pudieron mover a Médem a «sentirse agredido» por la libre expresión de las «opiniones» de las asociaciones de víctimas del terrorismo, del PP o de Basta Ya sobre La Pelota Vasca: la piel contra la piedra{2} y todavía se entiende menos que Médem exigiera justamente respeto a su derecho a «expresarse» (como si la película hubiese sido censurada, retirada de las salas cinematográficas o algo por el estilo), y decimos que no se entiende dado que la única manera de poder justificar las protestas de Médem pasaría por alegar el siguiente principio: «todas las opiniones son respetables salvo cuando hacen referencia a las películas de Julio Médem en términos desfavorables.» Claro está que, suponemos, una añagaza de este cariz (con el insoportable narcisismo que lleva aparejada) no puede haber pasado por la mente de un «artista» comprometido como Médem, de un «intelectual» tan dialogante y progresista como lo es el autor de Vacas... ¿o sí? En fin, no sabemos, «esto nos pasa por un gobierno facha» como diría el clan de los Bardem.

Y aunque no pongamos, desde luego, en duda el derecho de nuestro realizador a sacar adelante la película que «le de la gana» (para decirlo con la fórmula de Pilar Bardem en la última gala de los Goyas) siempre claro está, que no recaiga en ninguna figura delictiva, ello no implicará en ningún caso, el desdibujado de la responsabilidad de Médem sobre los resultados o del mismo derecho a la protesta de quienes se hayan podido sentir ofendidos por sus contenidos si es que la película resultara de hecho ofensiva e insultante (y resulta, claro que resulta como esperamos poder ir mostrando a lo largo de nuestro trabajo).

Sea como sea; subjetivismos y narcisismos aparte, importa comprobar los modos como las ideas-fuerza que hemos visto representadas en el texto introductorio (a saber: «el diálogo», la «paz», la «convivencia», la «tolerancia», y otras muchas parecidas{3}) se articulan en el momento de su ejercicio cinematográfico y esto, tanto atendiendo a los contenidos que se trenzan en el documental de Médem como en lo referente a las propias hechuras de la puesta en escena de estos mismos contenidos.

El filme consta fundamentalmente de diversas entrevistas a una variada panoplia de figuras ligadas de algún modo al «conflicto vasco». De este modo, la respetuosa cámara del cineasta español se limitará a registrar (sin intervenir: efectivamente, los autores «brillan por su ausencia» y ni siquiera se hace uso de comentario en off alguno{4}) las opiniones de personajes tan variopintos como puedan serlo políticos como Carlos Garaicoechea, Javier Arzallus, Felipe González, Javier Madrazo, Pachi López, Chiqui Benegas, Arnaldo Otegui, Eduardo Madina o Julio Madariaga, sociólogos como Javier Elzo o Imanol Zubero, historiadores como Juan Pablo Fusi, víctimas del terrorismo como Cristina Sagargazo o Daniel Mugica, sacerdotes{5} como Sabino Ayestarán o Ander Manterola, músicos de Rock como Fermín Muguruza, escritores como Bernardo Achaga, Iñaki Ezquerra o Gochone Mora, periodistas como Iñaki Gabilondo, miembros de la Academia de la lengua vasca, familiares de presos etarras, &c., &c. Unas tales entrevistas, dispuestas en distintos bloques temáticos (dedicados a cuestiones como las correspondientes al diálogo, la tortura, el surgimiento del nacionalismo, el euzkera, el derecho de «autodeterminación» o la inserción del futuro estado vasco en la Unión Europea), aparecen engranadas unas con otras en virtud de un montaje en paralelo, y dejan ver una curiosa querencia del autor de Lucía y el Sexo por los exteriores naturales, por lo parajes campestres y rurales realmente muy prominentes a lo largo del documental, en cambio resulta llamativa la relativa escasez de paisajes urbanos, industriales, &c., que algunos secesionistas considerarán seguramente como algo «ajeno» a las señas de «identidad» eusquerianas. No podemos por nuestra parte, dejar de advertir a este respecto, que justamente las fábricas de Vizcaya, como ya lo supo ver Sabino Arana, fueron, en gran medida, las responsables desde mediados del siglo XIX, de la llegada a la idílica Euzkal Erria de aquellas catervas de maquetos descreídos cuya presencia tanto irritaba a los sectores más elitistas y conservadores e incluso reaccionarios de la «sociedad civil» del País Vasco –aquellos que concebían Vasconia como un territorio feliz consagrado al Sagrado Corazón de Jesús como entonces se decía– en torno a los cuales comenzaron a movilizarse los planes y programas secesionistas respecto a España{6}.

A partir de aquí, el espectador que se acerque a La Pelota Vasca: la piel contra la piedra tendrá ocasión de asistir al tolerante encuentro de las «opiniones» de los entrevistados, estas «opiniones» conforman el material mismo sobre el que se ejecuta el «respeto» del cineasta (que sin embargo, entrampado en su culpable estulticia y en su falsa conciencia, no parece haber tomado en cuenta que de la mera adición de entrevistas inconexas no resulta otra cosa que un «diálogo de sordos», un coloquio «de besugos» por así decir.) al que según se ve, le dan lo mismo todas las posiciones que se regurgitan los participantes en la película. En definitiva: «todo vale», así sean las «opiniones» de Otegui quien afirma que los «vascos somos los últimos indígenas de Europa» (equiparando por lo tanto, este militante de la izquierda aberchale, a los habitantes de las provincias vascongadas con los yanomami o los bosquimanos del Kalahari) o las de Julio Madariaga (uno de los fundadores de ETA, reciclado, en nuestros días, en la pacifista y socialdemócrata Aralar) del ejercicio de cuya glotis emana lindezas tales como que «la relación de España con Euskal Herria tiene un carácter de sometimiento colonial» o que «los vascos vivimos cinco siglos bajo la soberanía del Reino de Navarra». Y ante semejantes asertos, con respecto a los cuales La Pelota Vasca pretende propiciar un «diálogo» enriquecedor, el espectador se ve obligado a guardar un respetuoso silencio desde su butaca aunque permanezca en ella, meditando sobre lo puesto en razón que andaba Unamuno al señalar aquello de que «en Vasconia hay mucha niebla... en el cerebro».

Pero bien, al fin de cuentas, se nos objetará, es lo cierto que Médem también ha permitido en su película la «libre expresión» del otro lado de la trinchera, es decir, de personalidades no nacionalistas que habrían tenido ocasión de desenmascarar en sus entrevistas las imposturas de los secesionistas. Y efectivamente así es, sólo que en lugar de denunciar tales imposturas, algunas de esas personas han juzgado más conveniente dedicar su participación en La Pelota Vasca a otros menesteres: verbigracia a «hacer sangre» contra el gobierno del Partido Popular (caso de Felipe González pongo por caso, pero también de Pachi López inter alia) o a pergeñar arbitrarias interpretaciones psicologistas sobre el «significado» del nacionalismo vasco (así Imanol Zubero: «todos los nacionalismos responden a un miedo al cambio»), o también a recomendar a los etarras que «lean y que viajen» (nos referimos al joven socialista Eduardo Madina que debe considerar que todo el problema se reduce a que el nacionalismo es fruto de la «incultura», una enfermedad que se cura «viajando»), &c., &c. Y claro, lo grave del caso, es que según nos pretende vender Médem, también debemos «respetar» afirmaciones como las anteriores.

Más todavía. ¿Y qué decir, por otra parte, de los pelotaris –como Gochone Mora, Iñaki Ezquerra o Pablo Mosquera– que efectivamente se han señalado por oponerse decididamente a las mitologías nacionalistas durante su participación en el documental? Pues que esta misma oposición han tendido a sacarla adelante o bien en el nombre de principios éticos más o menos difusos («los derechos humanos», la «no violencia») o bien enfocando la cuestión desde perspectivas abstractas, genéricas (así la defensa de la Constitución, de la democracia o de la civilización frente a la barbarie según tematiza el asunto Iñaki Ezquerra manejando una oposición dilemática remitente a la fórmula de Sarmiento en su novela Facundo). Pero, la cuestión principal reside en este contexto, en que todas estas explicaciones por mucha «claridad y distinción» que afecten, resultan en realidad enteramente confusas cuando se tiene en cuenta que ni el PNV, ni Batasuna ni ETA se enfrentan directamente a la «Constitución» o a la «Democracia» in genere (ni mucho menos a la «civilización») ni tampoco tiene demasiado sentido oponerse a proyectos tales como el «Plan de Ibarreche» apelando a instancias como las mencionadas. En rigor, solamente de una manera muy confusa e inadecuada cabe situar en esos lugares la clave específica del problema discutido como si por condenar la «violencia» etarra en nombre de los «derechos humanos» –algo que por cierto, también hace el PNV aunque sea sólo «de boquita»– ya estuviera todo resuelto. El siguiente texto de Gustavo Bueno, creemos que pone el dedo sobre el centro de la verdadera llaga formalmente política (específica) de lo que queremos decir, atina a señalar Bueno:

«Decir que el secesionismo vasco es antidemocrático por relación a la 'democracia de 1978', no significa que sea antidemocrático en general; precisamente, los separatistas vascos han acusado en todo momento, como un vicio de origen (de génesis), el referéndum que apoyó la Constitución de 1978, por cuanto este referéndum tomó la forma de una consulta a los españoles, globalmente considerados, y no a cada una de las supuestas nacionalidades históricas, en particular. Por ello mismo, tampoco cabrá deslegitimar al escisionismo por 'anticonstitucional', o por 'deslealtad a la Constitución', como tantas veces se dice. Pues, ¿acaso no se opone explícitamente a la Constitución data pero en nombre de otra Constitución ferenda? Se tiene la impresión, en los debates de final de siglo, que los criterios que se utilizan contra el secesionismo ('es anti-histórico', es 'anti-democrático', es 'anti-constitucional') están movidos por la voluntad de mantener oculta la verdadera 'madre del cordero' de la cuestión, como si fuera una obscenidad presentarla a toda luz; una voluntad, por cierto análoga acaso, a la que inclina a condenar al terrorismo de ETA por su condición genérica de 'violento', como si se quisiera ocultar con ello la condición específica de su violencia, a saber, la condición de 'violencia asesina anti-española'. Porque la «madre del cordero» es ésta : que los separatistas vascos o catalanes no tienen por qué ser vistos desde España como anti-dmocráticos ni como anti-constitucionales (porque si se refieren a la Constitución de 1978 esto sería pura tautología), o como anti-históricos, sino sencillamente como anti-españoles, como enemigos de España. Por tanto, no es la democracia, ni la Constitución, ni la historia, ni la paz, lo que enfrenta a los españoles con ellos. Hay que calificar pura y simplemente a los nacionalismos separatistas de anti-españoles (aunque no utilicen la violencia). Y esto, ya debería ser suficiente para que los españoles (sean demócratas, sean aristócratas) se sientan dispuestos a defender los intereses políticos, económicos o históricos &c., que tienen puestos en el País Vasco, en cuanto lo consideran como una parte suya.» (Gustavo Bueno, España frente a Europa, Alba, Barcelona 1999, págs. 155-156.)

Bien se ve que si la ETA ejerce la «violencia» (el asesinato) sobre determinadas personas (concejales del PP o del PSOE, guardias civiles, &c.), estos asesinatos no se producen tanto en relación a «seres humanos» considerados a título de tales (es decir, en cuanto miembros de una totalidad distributiva de seis mil millones de individuos), como justamente, sobre ciudadanos españoles qua españoles. Esta circunstancia, que no debiera perderse nunca de vista, se olvida con demasiada frecuencia:

«Porque la condenación ha de fundarse en motivos políticos. Así, en el caso de España, hay que tener presente que ETA no sólo asesina a 'seres humanos', sino que, selectivamente, lo que asesina son 'seres humanos españoles', por lo que ETA no es tanto enemiga de la humanidad, cuanto enemiga de España.» (Gustavo Bueno, Panfleto contra la Democracia realmente existente, La Esfera de los Libros, Madrid 2004, pág. 21.)

En lo que concierne a la voluntad de «solidarizarse» con todos los que «sufren la violencia del conflicto» expresada por Médem en el prólogo de su película hemos de advertir que la secuencia más reveladora a propósito de las vías por las que una tal «solidaridad» toma cuerpo es sin duda la que nos muestra, por mediación del montaje en paralelo, las entrevistas dedicadas a la Cristina Sagargazo (viuda de un policía autónomo asesinado por ETA en el País Vasco) y a la esposa de un etarra encarcelado. Sin duda que la edición en paralelo busca poner en el mismo plano sendas «violencias» resultantes del «conflicto» y de este modo, expresar cinematográficamente, la «solidaridad» adoptada por Médem como principio rector de su documental; claro que nos parece enteramente tendencioso tratar de hacer ver que unas tales violencias pueden siquiera equipararse en su consideración, y ello aunque esta equiparación admita, desde luego, que «una» es mucho más grave que la otra. Lo que queremos señalar es que no cabe comparar ambas situaciones ni siquiera para decir que una de ellas sea más grave, y ahí (y no en la equidistancia entre víctimas y verdugos ni nada por el estilo) es dónde estriba la naturaleza especiosa de la secuencia en cuestión.

De otro lado, conviene detenerse un momento sobre los procedimientos empleados para engarzar los distintos bloques de entrevistas que estructuran el filme de Médem. Entre cada una de las baterías dialógicas aparecen intercaladas diversas escenas tanto «históricas» como «descriptivas» acotadas en cada caso por fundidos en negro. Estas transiciones, tienen un interés muy destacado en la medida en que nos ofrecen la oportunidad de observar en su ejercicio, los meridianos parámetros ideológicos desde los cuales Julio Médem interpreta la historia de España. Aportemos sólo dos botones de muestra:

A juzgar por la exposición desarrollada en la película, las guerras carlistas del XIX representarían algo así como una prefiguración de la «lucha política» del nacionalismo fraccionario con lo que, al parecer, las abundantes partidas legitimistas vasco- navarras que pudieron implicarse en aquellas contiendas, quedarían convertidas, en función de las curiosas coordenadas que maneja nuestro cineasta, en una suerte de anacrónicos militantes del MLNV (y sin embargo, lo que no hace Médem en este contexto, es detenerse a explicar desde estas mismas premisas cosas tan sorprendentes, según se ve, como la actitud adoptada por los propios requetés carlinos en el Alzamiento de 1936).

Además, y ya entrados en la guerra civil española, resulta ciertamente grotesco (por no decir otra cosa) que La Pelota Vasca sostenga, al través de los rótulos insertados en las imágenes, que en el conocido bombardeo de Gernica por parte de la Legión Cóndor, murieran nada menos que 654 personas (y ello contra las cifras arrojadas por revisiones historiográficas recientes tan sólidas como las de Pío Moa o César Vidal), en consonancia además con la solemne afirmación del clérigo Ander Manterola según la cual : «Franco aquí, entró a sangre y fuego». Sin embargo, la cuestión estriba en que ni en Gernica murieron seiscientas personas, ni la represión posterior al triunfo del bando nacional fue tan intensa en Vascongadas como en otras regiones liberadas{7} y ni siquiera puede alegarse, como suelen hacer los secesionistas cuando «leen»- pro domo- la historia de España, que el régimen de Franco procediese a la persecución sistemática de la lengua vasca dado sobre todo, que durante el «antiguo régimen» no dejaron de publicarse obras escritas en vascuence, de subvencionarse ikastolas y otros centros de estudios en lengua vasca, la Academia de la lengua vasca pudo continuar funcionando sin problema alguno, &c.

Con todo, lo que más llama la atención es la intercalación de imágenes documentales de corte rural, dedicadas a la descripción de los paisajes vascos, ya sean boscosos o marinos, o a la exhibición de los diversos deportes folclóricos propios de estas partes de España: así, la película de Médem, está jalonada por la intermitente inserción de planos dedicados a individuos levantando piedras, serrando troncos o practicando la llamada soca-tira. Todo ello –para no mencionar el plano general sobre un dolmen milenario que cierra el documental– no hace otra cosa, sin duda, que ratificar el marchamo ruralista que Médem ha querido imprimir en La Pelota Vasca; ahora bien, podríamos preguntarnos lo siguiente, ¿cuál es el significado político de semejantes accesos campestres por parte del realizador? Sin duda que el problema se hace muy difícil de sondear a no ser que admitamos que Médem está procurando recorrer una inferencia tan curiosa como la que sigue: «puesto que a nosotros, a los vascos nos gusta levantar piedras, se ve claro que tenemos derecho a tener un estado.» Claro que a lo mejor hemos de atribuir a los contenidos campestres tan preeminentes a lo largo del desarrollo de la película, la función de colorear sentimentalmente un proyecto como el del nacionalismo fraccionario, que por sí mismo, resulta políticamente huero, vacuo, irrelevante; veamos lo que dice Gustavo Bueno en un párrafo que realmente se ajusta «como un guante» a algunos de los pilares estilísticos de La Pelota Vasca. La piel contra la piedra (Una película documental de Julio Médem):

«Es la vacuidad del proyecto específico de esta nación futura (sin contenido específico nuevo, porque su contenido es, por decirlo así, a lo sumo meramente numérico, el que es propio de un 'Estado más') lo que obliga a tratar de rellenar, o bien por imágenes poéticas de paisajes vividos en la adolescencia de los creadores (verdes helechos, recuerdos infantiles, como si esto tuviera algo que ver con la nación política), o bien con mitos históricos o con invenciones de naciones políticas dadas in illo tempore (por ejemplo, de la Atlántida). La mentira histórica es sólo, en realidad, la proyección hacia el pasado histórico de la vacuidad del proyecto futuro. Se pretende retrotraer los tiempos pretéritos los contenidos con los que se quisiera rellenar el porvenir: a veces la recuperación de una raza pura imaginaria (la raza vasca, la raza celta,...); otras veces ese proyecto raza se suaviza como 'proyecto de etnia' (la etnia vasca, la etnia celta, la etnia layetana...). Al final, se acaba concretando este contenido con el nombre sublime de la 'cultura propia' reducida, sobre todo, a la lengua existente o regenerada supuestamente por la 'normalización' ('vasco es quien habla euskera, aunque haya nacido en Extremadura' –aunque es más dudoso que pudiera extenderse el beneficio a quienes hayan nacido en el Senegal–; y 'no es vasco quien no hable euskera, aunque tenga dieciséis apellidos vascos').» (Gustavo Bueno, España frente a Europa, Alba, Barcelona 1999, pag. 143.)

Manifestación el 31 de enero de 2004, mientras se celebraba la ceremonia de entrega de los premios de la Academia española del cine, en la que la película del 'pelota vasco' no obtuvo ningún premio

Notas

{1} Y así podemos comprender por ejemplo, qué mecanismos ideológicos llevaron, hace un año, a Javier Madrazo, coordinador general de Izquierda Unida/ Ezker Batua (aunque no sólo a él), a afirmar «alegremente» (ya conocemos el grado de raciocinio que suele alcanzar esta gente) que Aznar es un terrorista igual que los de ETA. Más claro –diríamos– agua: Aznar «nos metió» en una guerra inmoral, ilegal, injusta, desproporcionada y violenta, ahora bien, es el caso que todas las violencias «son iguales»; ergo... Lo que nos parece verdaderamente sorprendente es que alguien pretenda decirnos que debemos tolerar «opiniones» como esta emitida por el representante del socio menor del tripartito que dirige el gobierno vasco, y aun que estamos obligados a respetarla como si fuera respetable que Madrazo, consejero de vivienda de un «ejecutivo autonómico», acuse de asesinato al presidente del gobierno de la nación o que lo equipare con los asesinos de ETA.

{2} Que al parecer, lograron que nuestro desdichado cineasta pasase «el peor día de su vida» mientras unas tales asociaciones se manifestaban, frente al salón donde se estaba celebrando la gala anual de los «Premios Goya» (véase en este número el análisis de Sharon Calderón) a los que Euskal Pilota (sic) estaba nominada en la categoría de «mejor documental» según pudo lamentar Médem en un manifiesto sacado a la luz con ocasión de la protestas de las asociaciones de víctimas. Lo que en el fondo, vendría a querer decir todo esto es que el autor de La Pelota Vasca, cree posible desconectar su persona de los cursos operatorios por ella emprendidos, es decir, que no sólo podría realizar libremente la «película que le venga en gana», sino además (¡qué caramba!) realizarla «sin consecuencias» y decimos esto, en la sabiduría de que resulta sencillamente increíble que todo un profesional de la «cultura» como nuestro cineasta haya incurrido en esquemas tan palmariamente metafísicos, pero en fin, cosas más raras se han visto...

{3} Unas ideas por cierto que vienen a coincidir puntualmente, como el lector podrá advertir por sí mismo, con los lugares comunes a los que suele apelar el Partido Nacionalista Vasco, Esquerra Republicana o Izquierda Unida y ello hasta el punto que se ha llegado a ver –con acierto a nuestro juicio sin duda ninguna– en la película de Médem una suerte de escenificación cinematográfica del «diálogo hasta el amanecer» que Juan José Ibarreche propone como receta para la consecución de la paz en el País Vasco (una consigna por cierto, que ya debería sorprendernos –aunque de hecho no sorprenda a casi nadie– al menos en la medida en que nosotros no conocíamos que se diera la circunstancia de que España estuviera en guerra, ¿contra quién?). En la campaña electoral de 2003, el PNV ha tenido a bien presentarse al electorado como la «fuerza del sí» (se sobreentiende : la fuerza del «entendimiento», del «diálogo», del «pluralismo».) frente al frente del «no» que habría según esto, de quedar representada por el PP. Sin embargo es por sí mismo bien diáfano, que tales imposturas no tienen más alcance que el que es propio de una mera increpación propagandística enteramente gratuita toda vez que por ejemplo, el PNV (o para el caso Izquierda Unida) dice «no» a muchas propuestas a las que el PP habría dicho «sí» (pongo por caso: la ley de partidos, la disolución de Sozialista Abertzaleak y la expulsión de sus representantes en el Parlamento Vasco, la presencia de España en la «Declaración de las Azores», &c.

{4} Lo que, dicho sea de paso, no quiere decir que la ausencia sea efectiva por supuesto (ya sabemos que necesariamente alguien tiene que haber rodado la película, alguien tiene que haber seleccionado los entrevistados y las ubicaciones por no hablar de la planificación de las tomas y del montaje final).

{5} Entre los protagonistas de La Pelota Vasca (los pelotaris tal y como se los denomina en la página web oficial de esta película) figuran además de tres sacerdotes «en activo» (Sabino Ayestarán, Ander Materola y el irlandés Alejandro Reid), otros dos antiguos clérigos ya secularizados a los que el carácter impreso en su día todavía acompaña como marchamo indeleble (Javier Arzallus y José Antonio Ardanza, ambos provenientes de la Compañía de Jesús) y otras personalidades muy anejas a la Iglesia como es el caso sin ir más lejos del buen Madrazo (fervoroso católico creyente y practicante amén de antiguo profesor de religión)sin perjuicio de que hoy milite en las filas de la «izquierda transformadora» y de un partido marxista revolucionario como lo es el PCE si hemos de juzgar por sus estatutos. Todo ello, por cierto, muy en consonancia con el aroma a sacristía que ha venido envolviendo las andanzas del PNV a lo largo de su historia. Y es que, como quería Sabino Arana en su conocido eslogan, «euskaldun, fededun », es decir, «el vasco es meapilas»; ¿será a eso a lo que se le llama «hecho diferencial?

{6} Veamos cómo nos resume este trasfondo, Jesús Laínz en su extraordinario y completísimo libro Adiós, España: «La opinión de los nacionalistas sobre el socialismo estaba clara. Por ejemplo, Arturo Campión declaró en una conferencia el 27 de abril de 1901 en el Centro Basko de Bilbao:

"Entre el genio euskaro y el socialismo media repulsión absoluta e irreductible. Así se explica que los propagandistas, los fautores, los secuaces de esas ideas, oprobio de Vizcaya, sean los advenedizos, los nómadas de la inmigración servil. Esta es la última invasión del extranjero que padecemos. Y de igual suerte que atentan a la pureza de nuestra raza y a la integridad de nuestra fisionomía castiza con sus oleadas de detritus étnico, masa híbrida de celtas bastardeados, de latinos decadentes y de moros corrompidos, todavía pretenden, señores, causarnos un daño mayor, envenenándonos las almas con un grosero ideal, propio de envidiosos esclavos."

La mayoría de simpatizantes del socialismo en los primeros años del siglo XX en Vizcaya fueron, lógicamente, los obreros, llegados muchos de ellos de otras partes de España para encontrar trabajo en las minas y fábricas vizcaínas. Esto probaba, según los nacionalistas, la inferioridad racial de los maketos. Pues según Arana y sus discípulos, las perniciosas ideas socialistas, sólo podían ser adoptadas por gente de inferior valor racial y educacional que los vascos. Sólo éstos, por su superioridad, serían capaces de resistirse al veneno socialista.

Unamuno recordaba por aquellos días que el motivo de rechazo a los trabajadores de otras provincias de España no era un antagonismo racial que no podía existir, sino un rechazo a los campesinos y proletarios forzados a emigrar, de aspecto exterior evidentemente menos acicalado que los señoritos de la burguesía bilbaína. Obviamente, los castellanos que se acercaban a la costa vasca a veranear, aristócratas y burgueses madrileños en su mayoría, no habían causado rechazo.» Jesús Laínz, Adiós, España. Verdad y mentira de los nacionalismos, Encuentro, Madrid 2004, págs. 250-251.

{7} Y si Médem se extrañase acríticamente de esto, debería recordar los manejos del PNV durante la guerra civil, las rendiciones de Santoña y otros muchos sucesos que no hablan, que digamos, demasiado bien de la valentía de los heroicos gudaris nacionalistas. Además de ello, debemos tener en cuenta, que, en definitiva: «(...) los nacionalistas –sobre todo los vascos– eran gente de derechas, que iban a misa y que estaban bastante mejor situados socialmente que los izquierdistas. Muchos destacados nacionalistas pudieron vivir en España las largas décadas del franquismo. Y otros muchos lo hicieron tras unos primeros años de exilio o prisión en la inmediata postguerra, como, por ejemplo, el dirigente peneuvista Juan Ajuriaguerra Y Bernardo Estornés Lasa, el autor nacionalista que tanto nos ha acompañado en capítulos anteriores. En 1958, en pleno franquismo, Estornés regresó a España y se dedicó a una inmensa labor editorial sobre temas vascos y en vascuence. En 1966 fue nombrado miembro de la Real Academia de la Lengua Vasca. Pantaleón Ramírez Olano, el furibundo hispanófobo autor de Los vascos no son españoles, también pudo vivir y morir tranquilamente en la España franquista. Con los dirigentes izquierdistas no se tuvieron tantas contemplaciones.» Cfr Jesús Laínz, Adiós, España. Verdad y mentira de los nacionalismos, Encuentro, Madrid 2004, págs. 278-279.

 

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