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El Catoblepas, número 15, mayo 2003
  El Catoblepasnúmero 15 • mayo 2003 • página 1
Artículos

Las izquierdas satisfechas contra la guerra

Antonio Sánchez Martínez

Las izquierdas de los Estados de Bienestar son reticentes a la programación
de medidas políticas (incluida la guerra) para transformar el mundo, aunque
resulten imprescindibles para mantener las democracias capitalistas.
Se trata, en general, de ideologías relativistas que agradecen
un reduccionismo eticista de fácil propaganda

Gustavo Bueno, El mito de la Izquierda, Ediciones B, Barcelona 2003Pretendemos desarrollar, en la medida de nuestras posibilidades, tesis mantenidas por Gustavo Bueno en su libro El mito de la Izquierda (Ediciones B, Barcelona 2003) y en su artículo, «Las manifestaciones 'Por la paz', 'No a la Guerra', del 15 de febrero de 2003» de El Catoblepas, nº 13, con relación, sobre todo, a las corrientes de manifestantes «apolíticos», tanto a los que reducen su conducta a componentes éticos (como si la amistad, que es una relación no simétrica y no transitiva, bastase para ordenar las relaciones sociales de todo tipo de una sociedad concreta, e incluso de toda la Humanidad), como con relación a los que se atienen a declaraciones humanitaristas de cara a la galería (o que incluso hacen donativos caritativos cuya gestión es muy cuestionada), pero que, en el fondo, lo único que les mueve es la actitud (poco generosa) de que les «dejen en paz», de que cada cual se busque la vida como pueda o de que cada país viva en su mundo mientras no le moleste. Esta conducta se acoge a la típica definición de la libertad como «haz lo que te dé la gana mientras no perjudiques a los demás, mientras a mí no me impliques en tus guerras». Pero esta concepción de la libertad encierra presupuestos cuyas consecuencias políticas pueden resultar desastrosas a pesar de las «buenas intenciones» de sus defensores. Dicha libertad, muy querida hasta ahora en los Estados Unidos, encierra supuestos relativistas y es metafísica respecto a la concepción del sujeto libre –individual, grupal, estatal– al que entiende como «independiente» respecto a otros sujetos, y pretendiendo que la conducta se da de manera «indeterminada» respecto a los distintos contextos del Espacio Antropológico (en especial el circular).{1}

En Telebasura y Democracia (Ediciones B, Barcelona 2002), don Gustavo Bueno nos ha recordado el paralelismo entre la «Economía de Mercado Libre» y la Democracia. En el terreno político la democracia presupone (como ficción jurídica) que todos los ciudadanos son competentes para ser elegidos como gobernantes (o elegir a sus representantes) y para juzgar sobre múltiples asuntos (legales o no). Pero dicha democracia (que no significa que el «pueblo gobierne») sólo sería efectiva si dicho presupuesto de «capacitación ciudadana» se cumpliese en un determinado grado. La democracia capitalista puede funcionar mientras funcione el mercado con variedad de productos (pletórico lo llama Gustavo Bueno en el libro que va a publicar, Panfleto contra la Democracia, como nos dijo en una conferencia en Madrid el 1º de abril). Nuestras democracias garantizan (Estado de Derecho) la igualdad política para votar o la libertad para comprar, aunque persistan desigualdades económicas injustas, a través de herencias no merecidas. Pero las desigualdades se mantienen en niveles tales que casi nadie pase hambre (con un llamado «Cuarto Mundo» controlado). Pero eso se consigue desplazando las desigualdades hacia el Tercer Mundo, en el que millones de personas se mueren de hambre y en el que las injusticias son lo más común. Pero las izquierdas actuales prefieren apelar a la «independencia y autodeterminación de los pueblos», contribuyendo a mantener regímenes corruptos, antes que a promover revoluciones generadoras de civilidad que cambien la situación de los hambrientos. Y se despreocupan de la justicia moral y la política para centrarse en principios éticos que, sin el apoyo de un Poder eficaz, se reducen a simples donativos o actuaciones esporádicas de ONGs (con subvenciones gubernamentales). Se diría, como nos sugiere Gustavo Bueno, que las izquierdas están tomando el relevo de la Iglesia, de esa supuesta «Sociedad Civil» independiente de los estados que nos dibujaba San Agustín. Su tendencia al anarquismo es buena muestra de ello.{2} Un anarquismo que el mismo liberalismo también ha defendido en gran medida. Este fondo anarquista, tanto en la iglesia, como en la mayoría de los partidos políticos da como resultado el rechazo espontáneo a la guerra.

La guerra y el mercado democrático

Los partidos políticos de las democracias homologadas derivan hacia la indefinición política, pues en tales mercados vende más, a corto plazo, el que mejor propaganda hace de sus productos. Y si dichos bienes y servicios son de consumo inmediato (más ligados al sentimentalismo facilón, al eticismo genérico, a la sensualidad y la sensibilidad confusa) pues mejor que mejor.

Y en el tema de la guerra es a Aznar al que le ha tocado apechugar con la opción más realista, aunque de menos atractivo mercantil, pues se trata de la opción por la guerra que se cree necesaria para mantener el orden político establecido (otra cosa es que el asunto pueda complicarse más de lo que se esperaba). Para entender la opción por la guerra es preciso tratar de entender múltiples variables que la mayoría de los «compradores» no están dispuestos a analizar, aunque a medio y largo plazo les beneficie. Pero como las posibles ventajas sólo las verían al cabo del tiempo, y nadie nos puede contar (propagar) sus virtudes (porque tampoco están aseguradas), y porque, para entenderlas, es preciso un esfuerzo intelectual constante (para analizar anamnesis pretéritas y formar nuevas prolepsis, cosa que los llamados «intelectuales» y artistas no hacen), el producto se quedará en las estanterías, muy probablemente, arruinando, de paso, a su vendedor.

Por el contrario las izquierdas se están especializando en vender productos de consumo inmediato (fáciles de digerir) que apenas requieren esfuerzo para apreciar sus cualidades, aunque a largo plazo no garanticen la personalización del individuo, ni un mundo recurrente, sostenible. Es similar a lo que ocurre cuando un cocinero hogareño tiene que preparar la comida. Es mucho más cómodo recurrir a lo «preparado», o a productos fáciles de elaborar, que emplear mucho tiempo en un plato de compleja elaboración, pero cuyo disfrute es irremplazable. Las izquierdas venden el «no a la guerra» con la misma facilidad que algunos (normalmente de izquierdas) promocionan el consumo indiscriminado de todo tipo de drogas o de sexo rápido. Se vende solo. Pero aunque unos pocos se forren quizá suponga la distaxia social. Y si las democracias capitalistas se mantienen estables por algún tiempo, será a costa de comulgar (pero sin que se note) con la explotación despiadada (desde nuestro punto de vista) de la mayor parte del mundo.

A la gente se le está vendiendo que la oposición política «guerra sí / guerra no» se reduce a la oposición ética «matarás / no matarás». Y ante tal alternativa nadie, a no ser un asesino (como se llama a cargos del PP), se atrevería a elegir «matarás». Pero incluso dentro de este ámbito ético, algunos ni se plantean que tal oposición es genérica, pues en muchos casos específicos (suponiendo la voluntariedad del acto) la ética también admite matar por legítima defensa. Y los que se mueven en el plano político, como veremos más adelante, tampoco sacan todas las consecuencias de las premisas que admiten. Incluso Juan Antonio Marina, profesor de filosofía, no distingue entre ética, moral y política, perdiéndose en alternativas etológicas (de un «antinieztschismo» que presupone que la razón es de los débiles y que la fuerza está separada de la inteligencia), desenfocando totalmente la perspectiva política al no distinguir entre lucha y guerra (en El Mundo, 4 de abril de 2003).

Tanto indefinición respecto a la política contribuye a la ecualización de las izquierdas y la derecha, que está llegando a tal extremo que aquellas están asumiendo los mismos olvidos de éstas: ahora también ocultan (falsa conciencia) que el bienestar de las democracias capitalistas no se extiende al resto del mundo por arte de magia (ni por bienintencionada fraternidad), y que dicho bienestar depende, en gran medida, de la explotación de las partes del mundo que no pueden alcanzar a constituirse como tales democracias de mercado.

Las normas y el impulso efectivo

Las normas{3} son rutinas de conductas que se consideran válidas por un determinado grupo social (no por todos los hombres). Son fundamentales para entender la misma constitución de los hombres, de múltiples formas. En toda norma cabe diferenciar un contenido, una justificación o fundamento, más o menos racional, y un impulso o fuerza de obligar de la que depende en gran medida su vigencia, frente a otras normas. El papel de los impulsos es básico, pues a través de ellos se materializan los medios necesarios para alcanzar un determinado fin o contenido. Pues bien, las izquierdas suelen apelar a impulsos totalmente ineficaces (por idealistas o espiritualistas) para implantar distintas normas (aunque su contenido pueda ser razonable). En el terreno político la deriva pacifista y anarquizante nos da una buena muesta de ello. Los pacifistas actuales pretenden que todos los conflictos (entre distintas programas políticos) se pueden resolver a través del diálogo (democraticista), y por vías éticas. Pero esta indefinición no es admitida por todo el mundo.

Alain Finkielkraut en El Mundo del 3 de abril de 2003: «soy escéptico ante el sueño americano de resolver los problemas de Oriente Próximo a través de la guerra, pero soy totalmente incrédulo en cuanto a la posibilidad de transmitir al mundo tal cual el milagro europeo (...) La guerra es la única alternativa al embargo, que es una solución que todo el mundo considera mala (...) no hay otra salida para derribar el régimen que la guerra.»

Nosotros díríamos que, en este asunto, el Sr. Finkielkraut es prudente más que políticamente escéptico. Quien sí nos parece escéptico (políticamente) es Augusto Zamora R., que en un artículo titulado «Vuelve la geopolítica, vuelve el fascismo» (en El Mundo del jueves 3 de abril de 2003) nos viene a decir que todo imperialismo, como el actual de los Estados Unidos, es fascismo. No sólo reduce los imperios depredadores a fascismo, sino que además ni se plantea que pueda haber imperios generadores. Y concluye:

«Fracasaron Carlos V y Felipe II y arruinaron a España. Fracasó Napoleón y arrastró a Francia. Hitler fue una tragedia, sobre todo para Alemania. Los costos de cada intento han sido cada vez mayores para la Humanidad. De esa realidad pocos sacan cuentas. Del fascismo que asoma con furia tampoco. Está dicho. Lo único que enseña la Historia es que la Historia no enseña nada.»

¿Acaso todos esos imperios fueron del mismo tipo? ¿Fueron iguales el Imperio Inglés u Holandés que el Español? ¿Son fascistas los imperios de USA y de la URRS que se enfrentaron al nazismo y al fascismo?.

¿Acaso cree que USA perdurará más en el tiempo (eutaxia) cerrándose sobre sí misma que intentando controlar este mundo globalizado?

No me extraña que esta concepción de la Historia Universal (de los imperios) suman al Sr. Zamora en un escepticismo radical, y por eso nos dice que «lo único que enseña la Historia (la suya) es que la historia no enseña nada».{4}

El Sr. Zamora no nos dice los medios para afrontar la política actual, pero seguramente cree también ciegamente en los poderes de la ONU, frente al Poder fascista, aunque sólo sea para conservar su puesto de profesor de Derecho Internacional y Relaciones Internacionales.

Como anécdota (del ámbito pedagógico, pero con paralelismos con la política) contaré que, recién leído el anterior artículo fui a buscar al colegio a mi hijo. Mientras esperábamos varios padres, una madre, que había ido acompañada de una hija sin escolarizar, le decía a otra: «Cualquier día de estos me entierra (refiriéndose a la niña que deambulaba espontáneamente por donde le apetecía) . No me obedece nunca. A ver si viene al colegio a que la civilicen un poco.»

La madre seguramente era de ese 91% que está contra la guerra, como el Sr. Zamora. No pone ningún medio eficaz (impulso) para que su hija cumpla unas normas determinadas, pero, seguramente, luego llamará asesino o fascista a los profesores que intenten civilizar a su bárbara hija, cosa bastante difícil con padres así. Lo malo es que las consecuencias de estas distintas concepciones de la educación (y de la política) las pagamos todos, pues vivimos en sociedad (en un mundo globalizado).

Lo que parece ser generosidad (pacifismo) no es sino descarado egoísmo, porque «cambiar la realidad» es duro, y tiene sus inconvenientes y peligros. Ser persona, en una sociedad de personas, no es un milagro, sino que exige fortaleza ética, etre otras cosas. Pero, ¿acaso esta madre espera milagros de la escolarización de su hija cuando ella no hace nada, sino cerrarse en un pacifismo pedagógico? ¿Qué esperan para el mundo los pacifistas de buena voluntad? ¿que otros resuelvan los conflictos para luego recriminarles su violencia? No se molestan ni en analizar el concepto de violencia, para evitar que el género borre la distinción de las especies: ¿Acaso la violencia de un criminal es igual que la del policía que lo detiene?

Pedagogías y Poderes políticos

El trabajo y el esfuerzo siguen siendo necesarios en cada momento, y en la formación de cada nueva generación, para mantener la eutaxia de una determinada Sociedad Política. En el límite esta actitud de generosidad necesaria respecto a los demás sujetos (más allá de la Justicia) puede convertirse en sacrificio heroico: dar la vida por transformar al no formado o al deformado (siempre que éste pueda y deba ser recuperado). Así el cristianismo exigía, en principio, la salvación de todos los hombres, incluso de los infieles, aunque para ello hiciera falta la coacción (Vitoria, Ginés de Sepúlveda). En la labor «trans-formadora» era preciso reunir las cualidades propias del predicador misionero y del soldado, a pesar de la utilización humorística que algunos han hecho con esta idea utilizada por el franquismo. Por eso decíamos, después del 11-S pero antes de comenzar esta guerra, lo siguiente en relación a la oposición de Ginés de Sepúlveda a Bartolomé de las Casas respecto a la justificación de la Conquista de América{5}:

«Ginés de Sepúlveda sabía que la generosidad eficaz sólo es posible y duradera desde instituciones morales y políticas, no desde el puro 'humanitarismo' ético. En el posterior Concilio de Trento, en 1546, D. Diego Laínez defiende la necesidad de las obras para la salvación. No basta con la ayuda (herencia) de Dios (o de los padres, o de la naturaleza), sino que hay que 'luchar con toda el alma' para obtener lo mejor, para ocupar el lugar que cada uno se merece. No basta con la predestinación, aunque se suponga 'igualitaristamente' para todos los hombres (como se hace con la injusta 'promoción automática'). La eficacia en las obras está más garantizada en su constancia y persistencia a través de instituciones y normas morales y políticas. Es decir, la misma generosidad ética es más eficaz desde una moral, lo más racional posible (...) Después del 11 de septiembre los Estados Unidos están viendo lo ilusoria de su pretensión de extender para toda la humanidad su sistema democrático a través de la ideología de los Derechos Humanos y del Estado de Derecho. Y es que su sistema político conlleva muchas más cosas de las que recogen dichas ideologías. Y tampoco se solucionan los problemas generados por sistemas políticos incompatibles basándose exclusivamente en lanzar bombas para transformar a los hombres en ciudadanos (por entenderse como formas de ser ciudadanos de manera incompatible). Dicha tarea 'civilizadora', como supieron ver los prohombres de la Monarquía Hispánica, es mucho más compleja e implica jugarse la vida a través de gobiernos 'directos' ('directivos') que construyen escuelas, hospitales, universidades, &c. Los gobiernos 'indirectos' son más propios de los imperios protestantes que, ante todo, buscan la depredación, aunque sea a través del exterminio de los conquistados (Ver España frente a Europa, op. cit.).»{6}

Las Juventudes Comunistas han repartido por ciertos lugares pancartas con la leyenda «Guerra no. En pie de Paz. Educación digna para tod@s». Es un buen ejemplo de lo que decimos. Muy buenas intenciones contra la violencia y a favor de la paz y la educación digna. Pero ¿De qué paz y educación nos hablan? ¿De la de Sadam Husein? ¿De la de Bush y la mayoría de los países capitalistas? ¿De la de de China?. Y, ¿cómo implantar tal o cual educación?¿Con qué medios?

Las políticas internacionales y las izquierdas satisfechas

¿En qué se parece la generosidad de raíces cristianas, que llega a ser heroica para salvar al prójimo, al suicidio guerrero de los muyahidín en la Yihad? Tanto el héroe cristiano como el kamikaze islámico pueden llegar a morir en el combate, pero para el primero la 'individualidad' humana es sagrada y está dispuesto a arriesgar su propia vida por salvar al prójimo (y en ciertos casos incluso al enemigo), pues su propia vida adquiere sentido (se salva) ayudando a salvar a los demás (dejando de lado los componentes metafísicos que dicha 'personalización' tiene para un creyente católico). Para un muyahidín, por el contrario, la vida individual, tanto la propia como, sobre todo, la de los infieles, no vale nada como tal, y por eso la personalización individual es insignificante (frente al 'entendimiento agente' colectivo). Por eso sólo buscan una compensación psicológica (un paraíso sensorial) promovida por una moral positivista transcendente..{7}

Como decía Gustavo Bueno, en una entrevista, poco después de los atentados del 11 de septiembre:

«—Hay que atacar las bases mismas del Islam. Como sucedió con la Iglesia en el siglo XVIII y la labor realizada entonces por la Ilustración. Pero mientras se ande con tolerancia no hay nada que hacer. Hay que destruir las raíces del Islam y eso sólo se puede hacer con el arma del racionalismo. La situación es gravísima, porque se descubre de repente una especie de organización terrorista que tiene unos procedimientos y raíces muy específicos. Son suicidas, ésa es la clave. (...) Es un error considerar que todos los terrorismos son iguales. (...) El terrorismo individual es de dementes y el de ETA, de estúpidos. Sin embargo, el terrorismo de las Torres Gemelas tiene unas raíces mucho más profundas. Todos los países aliados con EE UU en estos días son cristianos. Europa, Rusia, que es la tercera Roma, y EE UU, que se ven como herederos de Roma como se aprecia en la película «Gladiador». Comparan a los emperadores con Kennedy o Nixon, y ahí están el Capitolio y tantos edificios romanos. Así que tenemos a los cristianos frente a los orientales, que son budistas o islámicos. Se puede decir que esto es metafísica, pero no. Los denominamos por etiquetas religiosas, pero las religiones tienen otras realidades . (...) Es clave la idea de individuo corpóreo. Es algo enteramente del cristianismo. Y creo que está ligada a la razón. No podemos razonar sin remitirnos no ya a la conciencia, a la conciencia cartesiana, sino al cuerpo. Razonar es manipular, hace relación al cuerpo. Razonar es hacer cosas con las manos. Y la manipulación es individual, aunque pueden participar otros individuos. Cualquier acción de un individuo tiene que contar con la salvaguarda de su propio cuerpo. Ésa es la exigencia ética. Un terrorista del área cristiano-romana utiliza la alevosía necesariamente. Tiene que guardar necesariamente su propio cuerpo. Los de ETA tienen buen cuidado y eso que saben que no los van a matar.
—¿Qué hay funcionando en todo esto con un origen remoto en la historia del pensamiento?
—En todo esto sigue funcionando la disputa entre Santo Tomás de Aquino y Averroes. El entendimiento agente contra averroístas. Santo Tomás sostiene que la razón, el entendimiento agente, es individual. Dicho de otra manera, sostiene que es corpóreo. Mientras que Averroes sostiene que es supraindividual. Que nos envuelve a todos los hombres. Que alguien piensa por nosotros. Es la revelación. Es Mahoma. Es el fanatismo. Un terrorismo como el que hemos visto estos días en EE UU es de unos individuos que ponen entre paréntesis su vida. Eso sólo sucede entre los budistas, sean los bonzos que se queman o los kamikazes, y entre los musulmanes. Nunca se da en un europeo o en un americano. Así como el terrorismo individual o el de ETA es, hablando en términos matemáticos, propio de cantidades despreciables, el terrorismo musulmán es de otro orden, no se trata de cantidades despreciables. Eso es lo que aterra. El Islam no tiene faz visible. Pero la red está extendida por todos los países islámicos. En el planeta sólo hay un orden, el nuestro. Mejor o peor, sólo hay el orden de los EE UU y sus aliados, que somos nosotros. Está vinculado al capitalismo. Este terrorismo hace veinte años sería atribuido a la Unión Soviética. Y bombardearíamos Moscú. Pero ahora ya no. Por eso los EE UU tienen la impresión de ser los dueños del mundo y los garantes de la moral y de las buenas costumbres. Y todo lo que no es eso es terrorismo. No preveían un movimiento antiglobalización con una ideología compacta. Pero no es el Islam. Insisto en que no se debe echar la culpa al Islam como tal organización. Pero este terrorismo globalizador y organizado internacionalmente sólo se concibe en el Islam.
—Es que Oriente...
—Los japoneses también están dispuestos a morir, que, por cierto, es algo muy distinto a ser héroe. Héroe es el que está dispuesto a morir, pero no a matarse. Está dispuesto a que lo maten, pero no a matarse. Pero un musulmán está dispuesto a matarse, a inmolarse. Para nosotros inmolarse es pecado, es absurdo. Están dispuestos a inmolarse y eso es un arma de guerra eficacísima. No está en las reglas del juego. Se supone que nadie quiere morir. Estas cosas, como lo del entendimiento agente y el cuerpo parecen abstractas, pero resulta que funcionan cuando se estrellan dos aviones contra las Torres Gemelas. No hay nada más concreto que la abstracción. Eso es lo que aterroriza.
—¿Por qué ahora?
—Bin Laden se distanció de EE UU en la guerra del Golfo. Es un millonario del petróleo. Ven el petróleo como algo que descubrió Alá para ellos. Es falso, lo descubrieron los franceses y los ingleses. Ven el petróleo como un don de Alá para hacerse cargo de sus responsabilidades, que consisten en islamizar el mundo. Bin Laden tiene esa revelación y prepara con mucho tiempo el golpe del martes. Van a dar más golpes. No podemos extirpar el problema. No cabe un «Ad extirpanda». Por eso se busca un chivo expiatorio. Los americanos no digieren esto, no lo saben, no lo ven. Hace falta mucha abstracción para ver esto. Por mucho que se diga, los musulmanes no se pueden disolver en agua bendita.»{8}

Las izquierdas contra la guerra. Ortogramas y falsa conciencia

Aunque entre la población que se opone a la guerra hay votantes de todos los partidos políticos, sin embargo son las organizaciones de carácter político izquierdista las que con más énfasis defienden la oposición a la guerra contra Irak.

Muchos de los autodenominados «pacifistas» (contra toda guerra, incluso contra la guerra de Irak) son unos ingenuos o unos cínicos. Lo cual no quiere decir que los que creemos que la guerra es parte de la política, de la violencia política, sepamos las consecuencias últimas del conflicto, que puede complicarse mucho más de lo que algunos esperaban. Pero no por ello es tan criticable, frente a otras alternativas, la empresa asumida por el mismo Aznar. ¿Acaso fue reprobable la acción contra el nazismo, que tanta guerra dio, a pesar de sus complicaciones? ¿Acaso es reprobable la persecución de un criminal porque se tema su resistencia peligrosa? ¿Acaso es reprobable la corrección del sinvergüenza porque se tema su bárbara reacción?

Trataré de argumentar, por reducción al absurdo, que la mayoría de los que se oponen a la vía militar se están contradiciendo, y por lo tanto, su postura es engañosa y hasta falaz. Se trataría de poner en evidencia la falsa conciencia de los que defienden el «ortograma» pacifista en política internacional, y en especial en la guerra contra Irak.

Sin precisar mucho diremos que, en el ámbito conductual, un ortograma sería un conjunto de proyectos que guían nuestra conducta de manera recurrente. La «verdadera conciencia», o sana conciencia (que no significa que sea conciencia verdadera, pues siempre está en vecindad con el error) resultaría de la confluencia de distintos ortogramas al afrontar, y tratar de corregir, las contradicciones que se puedan producir entre ellos. Pero si en dicho sistema de ortogramas en confluencia se pierde la capacidad correctora de los errores, entonces se dice que se tiene «falsa conciencia». Buda tomó conciencia de que el mundo no era como creía, encerrado en su palacio, al salir y enfrentarse con la muerte, el hambre y la miseria, y por eso rectificó sus ortogramas personales anteriores. Si se hubiera encerrado en su palacio, negando la realidad, habría caído en una falsa conciencia «aislante», «alienante».

Si se persiste en dicha actitud de falsa conciencia, creando mecanismos que incluso imposibiliten la duda en el interior del sistema de ortogramas, entonces estamos ante un «cerrojo ideológico». El creyente que culpa al demonio de sus dudas sobre los dogmas de fe está utilizando dicho cerrojo «teológico». Así puede ocurrir cuando un teólogo tiene que conjugar la bondad y omnipotencia de Dios con el mal del mundo y la libertad humana. O cuando tiene que afrontar el Dogma de la Virginidad de María, &c.

En ideologías muy desarrolladas dicho cerrojo se convierte en un aparato transformador preparado para dar sistemáticamente la vuelta a cualquier argumento procedente del exterior, pero a costa de olvidarse de los aspectos fundamentales y aparentando asumir el resultado a través de rasgos secundarios. Así, por ejemplo, el racismo ario incluido en la ideología nazi, funcionaba claramente como un «ortograma» orientado a exaltar sistemáticamente todo logro o propiedad atribuible a los grupos o individuos de raza blanca (especialmente la aria) y a devaluar todo logro o propiedad atribuible a otras razas (judíos y negros, sobre todo). Si el «ortograma racista» de los nazis encuentra entre los hombres a un gran atleta o músico bantú, lo «procesará», o bien como una falsa información, o bien como indicio de que hay en su sangre mezcla de sangre aria.

En el tema que nos ocupa ocurre algo similar, sobre todo respecto la la ideología pacifista radical que suele partir de supuestos (ortogramas) que están estrechamente ligados al relativismo (megárico) o al multiculturalismo. Se presupone a los sujetos considerados (hombres, estados, culturas, &c.) como entidades «globales» e independientes. Y caben dos opciones. O bien la que supone que dichas entidades son desiguales (y hasta inconmensurables), como dice el relativismo cultural, sin haberlas conectado, pero suponiendo que todas son «valiosas» por sí mismas; o bien, suponer que son iguales colocando a unas entidades al lado de las otras, pero por yuxtaposición, sin que haya «influencias» que puedan transformar radicalmente los componentes de su realidad o «identidad» (racial, lingüística, cultural, política, &c.), como hace el multiculturalismo, fomentando los gettos.

La cuestión es que dichas identidades no son algo cerrado ni global (como también presupone el Monismo), sino entidades compuestas de múltiples partes que se pueden conectar (como ha ocurrido a lo largo de la historia), y que sólo a través de esa conexión pueden mostrar su mayor o menor potencia o verdad. Y esa conexión, en el terreno político, puede desembocar en enfrentamientos de todo tipo. Pero presuponer una armonía de entidades globales, cerradas y desiguales (individuos, grupos, estados, elementos culturales, &c.) o de iguales yuxtapuestos, es pretender no tocar nada esperando que todo marche por sí mismo hacia ese fin que ya se ha presupuesto como perfecto (pero dando de lado la utilización de reglas operatorias efectivas para transformar la vida de la mayor parte de la humanidad). Ahora bien, como indicó Marx, para bien y para mal, los propios estados se constituyen en el enfrentamiento y en el entrelazamiento (atributivo), y así es como se universaliza la idea de persona, a través de dicha dialéctica histórica. El pacifismo de estas izquierdas tiene mucho de idealismo y espiritualismo.

La falsa conciencia que no se rectifica

Como hemos dicho, de la demostración que pretendemos esbozar se pueden sacar distintos «corolarios» sobre la idea de «democracia», como supuesta «forma de gobierno», y sobre la responsabilidad que algunos partidos políticos tienen en la propagación de la ideología democraticista. No entraremos en el análisis detallado de las distintas posturas que la mayoría de los que se oponen a la guerra tienen para mantener su postura, sino en las tesis admitidas mayoritariamente. Este ejercicio de nematología tiene multitud de supuestos que sería muy difícil recoger en una demostración formal, pero creemos que es indicativo de líneas importantes de desarrollo que deben tenerse en cuenta. Creemos que la siguiente argumentación resume la situación actual:

«Si la mayoría de la población española dice 'no a la guerra contra Irak' y dicha mayoría admite que Sadam Husein, y su régimen, es un genocida que debería ser derrocado, juzgado y condenado, entonces dicha mayoría es incoherente, pues está contra la guerra, pero implícitamente la asume, y por lo tanto, no es aconsejable guiarse por lo que dice.» Si considerásemos la opinión de las poblaciones de otros países la argumentación se vería muy cambiada, sobre todo al considerar estados con intereses muy distintos a los de los Estados Unidos (y, en general, a las democracias capitalistas homologadas).

Premisas básicas:

—1. «Si la mayoría de la población española tiene razón y decide lo que hay que hacer entonces dice (pide) no a la guerra contra Irak (contra el pueblo iraquí).»

—2. «Si la mayoría de la población española tiene razón y decide lo que hay que hacer entonces dicha mayoría admite que Sadam Husein (y su régimen) es un genocida y que debería ser derrocado, juzgado y condenado.»

Derivación a:

—3a. Supongamos que es cierto que «la mayoría de la población española tiene razón en lo que opina y decide lo que hay que hacer» (en este asunto: fundamentalmente lo recogido en las dos premisas anteriores).

—4a. Si, una vez empezada la guerra, «la población iraquí (Irak) no defiende el régimen de Sadam Husein», sino que más bien aprovecha el ataque de la coalición de USA y de Gran Bretaña para ayudar a derrocar el régimen, entonces,

—5a. «El pueblo iraquí no se identifica con Sadam Husein y el régimen genocida que lo representa.» Y dicho pueblo se alegraría, en principio, de poder «ser liberado» de dicho dictador. Por lo tanto,

—6a. «El pueblo iraquí (Irak) debería ser liberado» de un régimen que lo tendría atenazado, y del que no podría librarse por sí mismo. Esto significa que:

—7a. «La mayoría (de la población española) admite implícitamente la guerra contra Irak. Es decir, dice 'sí a la guerra'.»

—8a. Conjuntando 1 y 7 obtenemos la siguiente contradicción: «La mayoría dice no a la guerra y sí a la guerra (contra Irak).» De lo que se obtiene la siguiente conclusión, por reducción al absurdo de 3 a 8:

—9a. No es cierto «lo que dice y opina la mayoría de la población española en este asunto». Y por lo tanto hay que cuestionarse la coherencia de los que defienden tal aserto al oponerse a la guerra contra Irak.

Derivación b:

—3b. Supongamos que es cierto que «la mayoría de la población española tiene razón en lo que opina y decide lo que hay que hacer».

—4b. Si, una vez empezada la guerra, «la población iraquí (Irak) defiende de manera pertinaz a Sadam Husein», entonces,

—5b. «El pueblo iraquí se identifica con Sadam Husein y el régimen genocida que lo representa.» Por lo tanto (sustituyendo los términos de tal identificación en 2):

—6b. «El pueblo iraquí (Irak) debería ser derrocado, juzgado y condenado.» Esto significa que:

—7b. «La mayoría (de la población española) admite implícitamente la guerra contra Irak» (contra el pueblo iraquí), Es decir, dice «sí a la guerra».

—8b. Conjuntando 1 y 7 obtenemos la siguiente contradicción: «La mayoría dice no a la guerra y sí a la guerra (contra Irak).» De lo que se obtiene la siguiente conclusión, por reducción al absurdo de 3 a 8:

—9b. No es cierto «lo que dice y opina la mayoría de la población española (en este asunto)». Y por lo tanto hay que cuestionarse la coherencia de los que defienden tal aserto al oponerse a la guerra contra Irak.

Lo más interesante, aparte del cuestionamiento de la «opinión pública» para hacer política, es que tanto si se supone que el pueblo iraquí está sometido por Sadam, como si se supone que lo apoya, la guerra debería tenerse en cuenta como la posibilidad más realista para transformar la situación. Otra cosa es que la «falsa conciencia» de muchos individuos no les permita corregir sus ortogramas (supuestos o conclusiones argumentativas) para evitar los absurdos, cegados por la ideología eticista de la «no violencia», del «diálogo indefinido», de la «tolerancia» abstracta, &c. A pesar de reconocer lo inadmisible del régimen de Sadam, no se atreven a asumir las responsabilidades que eso implica, y buscan en conceptos confusos o genéricos, la solución de todos los problemas. Permiten que los principios éticos más «genéricos» borren los principios morales y políticos que, en muchas ocasiones, son incompatibles con los anteriores. Los ejemplos son interminables. Basta con referirse a la fotografía de la niña iraquí con las piernas mutiladas por una explosión para mostrar la conmiseración ética que produce dicho hecho. Pero eso no significa que pierda su poder el recurso político de la guerra. La prueba es que la misma o mayor conmiseración produciría la visión de las víctimas del régimen de Sadam. Y otro tanto podría decirse de la contemplación de los cuerpos de los judíos masacrados por los nazis (cuando no los transformaban en jabón), y ¿quién se atreve, hoy en día, a negar la necesidad de aquella guerra? Pero, en 1939, los pacifistas también se oponían a la intervención bélica.

Algunos supuestos de la argumentación

Como hemos dicho, las anteriores líneas derivativas encierran múltiples supuestos que habría que determinar en concreto, frente a otras. Y además se pueden obtener distintos corolarios respecto al supuesto de que la «democracia» debe entenderse como una «forma de gobierno» en la que se haga «lo que dice la mayoría», saltándose, por tanto, las reglas de juego parlamentario, como algunos pretenden dar a entender cuando dicen que las manifestaciones deslegitiman al gobierno. Algunos (como Nuha Radi, El Mundo, 2 de abril de 2003) llegan a decir que «La población española, como la iraquí, no tiene elección. Más del 90% está en contra de la guerra y no puede hacer nada, no tiene elección. Los españoles también viven bajo una dictadura». Si se pretende cambiar las reglas de gobernación de un país que se diga el modelo a seguir. Quienes pretenden una democracia directa, asamblearia, a través de Internet por ejemplo, que nos digan cómo nos ponemos a hablar sobre múltiples asuntos millones de españoles (¿los niños también, como implícitamente admiten quienes les estimulan a hacer huelgas contra la guerra?) y cómo llegamos a acuerdos, y en cuánto tiempo. La democracia no es una forma de gobierno sino una técnica de elección de representantes del poder legislativo, y, a través de él, del ejecutivo y, en parte del judicial (teniendo en cuenta, además, que aparte de los poderes conjuntivos atribuidos a Montesquieu, también hay poderes «basales» y «corticales»). ¿Quién se va a encargar, como sugería Aristóteles, de sembrar los campos, fabricar mercancías, transportarlas, de vender, investigar, &c., si todos «gobernamos»? ¿Todos vamos a entender de todo, como el utópico «hombre total»? Tal propuesta es absurda para las sociedades políticas actuales con millones de habitantes, pero mucho más para la Humanidad. ¿En qué idioma se entenderán los hombres? ¿Se pondrán todos de acuerdo respecto a sus múltiples intereses gracias a la ONU? Pura utopía.{9}

De la Línea 1 deberíamos analizar las múltiples posturas, incluso incompatibles, de los que se oponen a la guerra (remitimos al lector al artículo citado de Gustavo Bueno en El Catoblepas, nº 13). La postura de los «pacifistas» apolíticos radicales (que dicen «no a todas las guerras») nos parece la más ingenua pero, por eso mismo, la menos cínica, pues no parece darse cuenta de que pide el principio al esperar un mundo sin enfrentamientos ni guerras: presupone lo que desea, que la Humanidad ya está dada de una manera armónica y en paz perpetua.

De la Línea 2 habría que discutir la posibilidad de que un individuo, o un determinado régimen mantenido por un pequeño número de sujetos, pueda gobernar un país. Quien piense que caben «gobiernos» unipersonales (ya sea de Luis XIV, Napoleón, Hitler, Franco, Bush, Chirac o Sadam) está muy confundido. No existen las llamadas «monarquías absolutas», como recuerda Gustavo Bueno en distintas obras (especialmente en Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', Biblioteca Riojana, Logroño 1991).

La posibilidad de que un Tribunal Penal Internacional pudiera detener y juzgar a Sadam Husein presupone que dicho tribunal, o la ONU, tienen un poder independiente de los distintos estados, y, además, con un poder ejecutivo a su servicio. Pero eso, como luego comentararemos, no dejan de ser (¿buenos?) deseos. Por lo que la única forma realista de derrocar a Sadam es la guerra, como hemos visto que reconoce, también, Alain Finkielkraut.

Respecto a la Línea 4a, nosotros pensamos que en el gobierno de un país hay diversos grados de responsabilidad (de causalidad o culpabilidad en su mantenimiento). Lo que está claro es que un dictador no se mantiene durante mucho tiempo sin el apoyo de grupos poderosos (con capacidad de determinar el curso de la totalidad de las partes de la Sociedad Política). Y si no se inicia una «guerra civil» es porque incluso los grupos que menos lo apoyan no lo ven como una carga insoportable para sus vidas. A falta de encuestas concretas, o de consultas electorales bien estructuradas y detalladas, no cabe esperar una gran certeza sobre el asunto hasta que se derrumben las barreras a la libertad de expresión de los grupos divergentes con el régimen.

Algunos, antes de empezar la guerra, decían (con honestidad o con cinismo) que Sadam era un dictador genocida de manera aislada, desconectado del grueso de la población iraquí. En este punto coincidían los contrarios: a USA parecía interesarle decir esto para confundir la guerra con una acción «policial», más parecida a la desarrollada en Afganistán. Los que se oponían a la guerra (como Francia) decían que no se debía atacar al pueblo iraquí por culpa de un genocida. Otros, por el contrario, pensaban que Sadam tenía un apoyo considerable en dicha población. Pero lo que está claro es que hasta que no se pusieran «a prueba» dichas hipótesis no se podía comprobar su certeza. Una vez empezada la guerra puede comprobarse la intensidad del apoyo al régimen según las dos situaciones fundamentales:

Guerra de liberación o guerra de ocupación. En todo caso, guerra.

Si Sadam no tenía apoyos, entonces los grupos enfrentados a Sadam deberían haberse asociado a los invasores para derrocar lo antes posible al genocida (y sus cómplices) y evitar así una masacre de civiles. Los grupos opositores (e incluso los cómplices) verían con muy malos ojos a un ejército iraquí que los utilizase como «carne de cañón» para mostrar al mundo «las maldades éticas de los invasores» (provocando el rechazo de la población, norteamericana sobre todo, ante la guerra, como ocurrió en Vietnam). Y por eso mismo se rebelarían, si es que tienen posibilidades de triunfar frente a un ejército que utiliza a su propia ciudadanía como escudo. Incluso podría llegar a desencadenarse una guerra civil entre los supuestos bandos enfrentados. Si esta opción no se da, entonces se debilita aún más la postura de quienes suponían que Sadam podía caer por simples «inspecciones», o con buenas palabras y «diálogos» eternos, que parecían no precisar de las amenazantes divisiones militares.

En este punto tenemos que recordar que las expresiones «pueblo de Irak», o «sociedad civil iraquí», son muy confusas, y por eso es más pertinente referirse a grupos con divergencias objetivas, políticamente hablando, es decir, con cierto tipo de poder respecto a proyectos que afecten a la totalidad (según las ramas y capas de poder político que distingue Gustavo Bueno). La Sociedad Civil sólo se puede concebir (troceada) a través del Estado, así como éste sólo se da entre partes de la Sociedad Civil (familias, agrupaciones profesionales, educativas, sindicales, &c.). Pero no se puede considerar al «pueblo» o a la «sociedad civil» (a la totalidad de los individuos) como un «poder político» definido. Las partes (grupos divergentes) del poder político deben tener proyectos sobre la totalidad de la sociedad pero desde alguna parte de la misma (no desde la totalidad). Por eso es absurda la concepción de la democracia como «gobierno del pueblo». No cabe, por tanto, apelar al «pueblo iraquí» como sujeto cómplice o enemigo del régimen de Sadam. Serán distintas partes, más o menos estructuradas políticamente, las que tengan ese poder.

Las nuevas izquierdas del «Estado de Bienestar», de las democracias de consumidores satisfechos, apelan a un mundo sin Estado, a una «Sociedad civil universal». Por esto mismo, como nos sugiere Gustavo Bueno, la crítica principal que se le puede hacer a tal concepción es su «petición de principio»: suponer que una sociedad «política», una vez que se han eliminado el Estado y el Poder (como si existiera un tal Poder unívoco y absoluto), conducirá a una sociedad sin «divergencias formales objetivas» (acaso sólo con divergencias subjetivas que trataría el psiquiatra «normalizador»), pues el «poder» habría sido, según esta perspectiva, el generador de estas divergencias. Pero esto es lo que se trataba de demostrar (por lo que no se puede partir de ello como «premisa» o supuesto, aunque se desee mucho), y es enteramente gratuito (echando un vistazo a la historia) dar por supuesto que el desarrollo de la Humanidad implique un acercamiento «convergente» hacia la «paz perpetua» o la «armonía», como presuponen muchos partidarios de la «sociedad civil», del «hombre apolítico», tanto desde una perspectiva «capitalista» (Fukuyama y el «fin de la historia»), como marxista (el inicio de la «verdadera historia» del Hombre Total).

En la Línea 6a también hay supuestos que deben debatirse. Quienes dicen que los inspectores por sí mismos (con el apoyo «formal» de la ONU), hubieran conseguido derrocar al régimen de Sadam, son unos cínicos (o unos ignorantes). Ya se vio lo que ocurrió en 1998 cuando los inspectores fueron expulsados. Sólo se ha colaborado (a cuentagotas) con ellos por la presión militar (de manera similar a la que tiene de «colaborar» con la justicia el delincuente pertinaz). Y es que algunos pretender delegar en la ONU funciones que no debe ni puede cumplir. Quien apela tan entusiastamente a la ONU presupone, de nuevo, lo que quiere demostrar: que es posible un mundo sin estados. Pero no dice nada (salvo vaguedades «dialogantes») acerca de los medios para alcanzar dicho «fin». Mientras el mundo esté compuesto por cientos de estados con múltiples intereses , incompatibles en muchos casos, será imposible que lleguen a acuerdos de manera «neutral» (pues, además, la mayoría no garantiza la objetividad). Como ocurre ahora las coaliciones «interesadas» de distintos estados serían la clave de los acuerdos. Y por otra parte el cumplimiento de las resoluciones de la ONU, o de un Tribunal Penal Internacional (que algunos países no reconocen, quizá con muy buen juicio), no podrán ser eficaces sin el apoyo de un poder ejecutivo, que se prolongue hasta la policía o el ejército. ¿De qué sirve que un juez dicte todas las sentencias del mundo sin un brazo ejecutor? (Los que hablan de la «independencia» de los poderes la confunden con su «disociación».) Y dichas instituciones no se forman pidiendo «buena voluntad», porque, entre otras cosas, dichas voluntades no siempre son compatibles.

La otra situación es la que parece que se está confirmando: Sadam Husein, y su régimen, tiene un apoyo fuerte en la nación iraquí. Dicho estado de cosas sería más semejante, en este sentido, al que se produjo al atacar la Alemania nazi por parte de los aliados. La guerra, según esto, sería mucho más cruenta y duradera, pero, ¿quién se atrevería a negar su necesidad si casi toda la población iraquí (estructurada de distintas formas) se identifica y asume el proyecto expansionista genocida y depredador el régimen?

Sadam Husein, adalid del BAAS, Partido Arabe Socialista del RenacimientoSadam Husein, adalid del BAAS, Partido Arabe Socialista del RenacimientoSadam Husein, adalid del BAAS, Partido Arabe Socialista del Renacimiento

Respecto a la línea 6b algunos dicen que la mayoría de la población iraquí apoyaría a Sadam porque «le han comido el coco», a pesar de ser un dictador sanguinario, megalómano y narcisista (con 24 millones de retratos). Pero entonces llegamos a la misma conclusión: ¿cómo evitar tal situación si no es a través de una revolución que cambie las mismas estructuras educativas del régimen? ¿O es que debemos dejarles sumidos en su ignorancia y su irracionalidad? ¿O es que, como pretenden los relativistas, tal irracionalidad lo es sólo para nosotros, no para ellos? Lo que está claro es que se trata de una razón política que se opone frontalmente a la razón política de los Estados Unidos, y, en gran medida, de las democracias capitalistas.

El hecho de que parte de los «exiliados» iraquíes estén volviendo a defender «las cadenas» de Sadam frente a un invasor extranjero demuestra que dichas ataduras no eran insoportables, o que temen que Estados Unidos utilice grilletes peores. Muchos suponen que, incluso en la distribución económica, Estados Unidos va a ser peor que Sadam. Se dice que USA sólo busca expoliar al pueblo iraquí de su riqueza. Pero es algo que sólo podrá comprobarse con certeza una vez acabada la guerra. Ahora bien, ¿alguien cree que USA puede distribuir la riqueza peor de lo que lo ha hecho el régimen de Sadam? Sadam no ha dejado de utilizar la riqueza del país en fomentar un expansionismo depredador, que, al principio, decía favorecer la implantación de un socialismo laico, pero que, tras sus fracasos belicistas, derivó hacia el integrismo islámico. Además la corrupción y prebendas son monumentales. La construcción de palacios suntuosos para los amiguetes ¿qué tiene de justa redistribución de la riqueza?

Quienes hablan de que hay otros regímenes injustos en el mundo tienen razón (desde nuestro punto de vista). Pero aquí hay que tener en cuenta la «presión» y el peligro que suponen para otros estados. ¿Acaso cabe en el mundo actual una política racional, con la intención de perdurar en el tiempo, que no tenga en cuenta a todos los países del mundo? ¿Acaso no hay múltiples problemas ecológicos (Chernobil), demográficos (hambre, inmigración), militares, &c. que precisan de la intervención de las naciones que pretendan perdurar en el tiempo?

Una política imperialista generadora debería ser más expansionista aún para transformar dichos estados, no para dejarlos en su paz y su justicia. Pero eso no significa que puedan afrontarse todas las empresas a la vez, como tampoco puede detenerse a todos los delincuentes y por eso no se deja de perseguir a los más peligrosos.

El Imperio de los Estados Unidos y la Historia Universal

El problema, como nos decía Gustavo Bueno, es que no se trata de una simple cuestión económica, pues nunca está desconectada de los proyectos superestructurales que canalizan dicha economía. Se trata de que múltiples raíces del mundo islámico son distintas, y a veces incompatibles, respecto a las raíces occidentales, sin que eso signifique que se pueda conceptualizar y valorar de manera global tanto a la cultura Islámica como a la Occidental{10}, pues tales «culturas» globales no existen, sino los múltiples elementos o rasgos culturales presentes en múltiples sociedades, integrados de distintos modos, pero también en proceso de conflicto (como las conocidas costumbres de la ablación, o de la lapidación, propias de ciertas sociedades e incompatibles con las costumbres de otras muchas sociedades políticas).

Aunque no fuera oportuno el momento elegido para iniciar esta guerra, tarde o temprano las contradicciones se pondrían de manifiesto. La misma URSS sufrió en sus carnes las consecuencias de una política de expansión «generadora» de civilidad (a pesar de los oscuros lastres de un utópico «igualitarismo», de los gulags y de las contradicciones, internas y externas, que marcaron su derrumbe). Los Estados Unidos (tanto si se les interpreta como Imperio depredador o como Imperio generador) se habían acostumbrado a la Guerra Fría (con fases calientes), en que buena parte del mundo estaba bajo su control. Después del hundimiento del Imperio que concebía como su peor enemigo (con su correspondiente dejación de responsabilidades) por fin llegaba el «fin de la historia», y la tarea de expandir la Democracia capitalista, el Estado de Derecho{11} y el Derecho Internacional (¿neutral?). Era cuestión de coser y cantar. Pero dichas realidades no son perfectas, ni son modelos homologables en cualquier lugar, ni comunicables de forma automática. Tal expansión, más aún si es generadora, precisa de poderes (imperialistas) que transformen los elementos incompatibles de las sociedades con las que entra en contacto, que a su vez también provocan cambios en la sociedad moldeadora, como ocurrió con el Imperio Romano o con el Imperio Español.

Los Estados Unidos se están viendo en la necesidad de asumir las responsabilidades abandonadas por la URSS, si es que quieren controlar antes que ser controlados. No caben, hoy día, más alternativas (aislacionistas). Pero dicho control, más aún si pretende ser generador (con sus elementos lingüísticos, culturales, institucionales, &c.), conlleva también un desgaste que tendrá que poder soportar para no caer en la distaxia disolutiva (como nos sugiere Gustavo Bueno en España frente a Europa). Además dicho control implica, por lo general, la inevitabilidad de la guerra (dependiendo del tipo de ortograma político de las sociedades que entren en contacto: aislacionista, ejemplarista, imperialismo depredador e imperialismo generador){12}.

Ahora bien, lo que más nos preocupa es que gran parte de los izquierdistas actuales (antaño defensores de un Imperio generador como la URSS) hayan derivado de forma tan alarmante hacia posturas «indefinidas» políticamente, hacia eticismos genéricos que nos dejan en la peor de las incertidumbres. Supongamos que, como muchos desean, los Estados Unidos se debilitan hasta ceder gran parte de su control del mundo ¿Acaso alguien sensato puede pensar, como piensan Gaspar Llamazares y Zapatero, que por fin sería posible el mundo armónico multipolar que la orquesta sinfónica de la URSS no pudo componer?¿También identifican a los Estados Unidos con el Gran Satán, como hacen los integristas islámicos? ¿Se puede permitir este tipo de argumentación metafísica o teológica en el siglo XXI?

La alianza con los Estados Unidos y la Eutaxia de España

Los europeos occidentales, en general, viven en un Hotel Glamour de abundancia y bienestar que les ha vuelto indolentes respecto a lo que ocurra en el resto del mundo. Las izquierdas ya no quieren revolucionar políticamente nada. Ahora son el diálogo habermasiano y la tolerancia las armas de un futuro maravilloso sin violencias ni guerras que parecen vislumbrar como nunca. Basta con dejarse guiar por la ONU y sus Derechos Humanos (que la misma URSS y China se negaban a suscribir por su generalidad individualista).

Uno de los errores fundamentales de los Estados Unidos, y del Gobierno de Aznar, ha sido su confianza (de cara a la galería política) en las bondades y poderes de la ONU. Esta organización ha sido utilizada, siempre, en interés de los más poderosos, sobre todo de los cinco con derecho de veto, y sus alianzas estratégicas. Y, dentro de estos países, Francia es la más beneficiada, por ser la más débil (pues Gran Bretaña siempre suele estar vinculada, como es natural por su historia, con los Estados Unidos). Y en este sentido apela a la ONU, y a su derecho de veto, para desarrollar sus proyectos frente a los más fuertes. Siendo un país sin apenas méritos propios en la victoria contra Alemania e Italia, sin embargo sacó buen provecho de la situación de postguerra. Y, lo que resulta curioso, siendo un país que no ha llegado a forjar un gran imperio (a pesar de Napoleón) es que sin embargo se mofa, en nuestros días, de uno de los grandes imperios generadores: el imperio romano. No conozco a ningún otro país que habiendo sido parte del imperio romano reniegue de él de una forma tan narcisista y chovinista. Los dibujos animados de Asterix y Obelix son un claro ejemplo de estupidez política y de carácter desagradecido y resentido. Pero tales dibujos no son tanto una desfachatez histórica como parte de un proyecto político en el que es fundamental el desprestigio del Imperio actual. El Imperio romano representa, en realidad, al Imperio de los Estados Unidos, que así será despreciado en la conciencia o en el inconsciente colectivo de los franceses y de los que odian al Poder. Las reticencias de Francia con la OTAN y sus manejos en Europa, África y Medio Oriente son buena prueba de lo dicho.

Los afrancesados (y germanófilos) españoles actuales han escogido a unos compañeros de viaje que quizá no sean tan de fiar. Las vinculaciones entre Francia y Marruecos deberían desengañar a algunos (como a Manuel Chaves) de sus proyectos de recuperación de una supuesta identidad andalusí, tan querida por algunos dirigentes cordobeses para Andalucía.

La mayoría de los dirigentes políticos españoles, sobre todo de las izquierdas, apelan a la importancia de la Unificación Europea, frente a USA. Luego mencionan, si se acuerdan, nuestros especiales vínculos con Hispanoamérica. En la presente crisis se dijo, desde las izquierdas y en especial por el mismo Felipe González, que Aznar había roto con los últimos años de política exterior, y que era el perro sumiso de Bush. Pero, ¿no será que Felipe González captó hace tiempo, sin importarle, que a Alemania y a Francia les interesa mucho que España no se vincule con un país fuerte como USA para así someter mejor a sus aliados europeos y repartirse sus áreas de influencia? El hecho de que la mayoría de los países europeos se unieran a la propuesta de Bush, Blair y Aznar indica que tampoco se fiaban mucho del eje franco-alemán, a pesar de que muchos dependan de él para entrar en el Club Europeo.

No creemos que el ortograma pacifista y eticista (que suele estar combinado con el ortograma nacionalista fraccionario) garantice la persistencia de España en el tiempo (eutaxia) mejor que nuestra vinculación a Estados Unidos. No será a través de la ONU como realicemos, ni nosotros ni nadie, nuestros propios proyectos frente a los de otros estados. Confiar demasiado en la generosidad de los demás no es aconsejable. Será desarrollando nuestra propia fortaleza, y aliándonos con aquellos países cuyos ortogramas tengan más elementos racionales y comunes con nosotros, como podremos esperar perdurar en el tiempo. Y aquí la lengua (el español) es fundamental, y comparable a cualquier otra lengua universal.

Tanta falsa conciencia no podrá mantenerse indefinidamente, sobre todo si empiezan a fallar las Bases en las que se asientan las democracias capitalistas y los utópicos proyectos democraticistas. En la revista Tribuna de abril de 2003 podemos leer:

«La sociedad civil contra la guerra. CCOO estará en la vanguardia con todas las organizaciones civiles democráticas en las movilizaciones para detener la guerra.»

¿Acaso dichas organizaciones no van a depender del estado, incluso a través de subvenciones, como las actuales ONGs, o los mismísimos sindicatos (teniendo en cuenta, además, que alguno es una modificación de los sindicatos verticales franquistas a través del entrismo)? ¿Acaso sus integrantes no serán ciudadanos que paguen sus impuestos, que se beneficien de la seguridad social, de la educación pública, de una pensión, &c.? Pero el texto continúa con los tópicos aquí mencionados y concluye:

«En estos días se pone en juego la eficacia de la denominada nueva potencia emergente, la opinión pública internacional. Pero esta realidad, recién descubierta por los medios de comunicación, esta nueva potencia emergente se juega –nos jugamos todos– en la situación límite de la guerra recién iniciada una apuesta transcendental por la paz. Porque no se oculta a nadie que si la opinión pública, la lucha pacífica de la sociedad civil ejerciendo su derecho de expresión, de manifestación e incluso de desobediencia civil, no logra modificar las decisiones de los poderes políticos y detener los procesos antidemocráticos, existirá la tentación de buscar la alternativa de la violencia como instrumento de cambio. Y el pacifismo como medio legítimo y moral para la transformación social sufrirá un gran varapalo. Y eso podría ser el inicio de espirales que tristemente conocemos como concluyen. La respuesta es luchar pacíficamente a favor de la paz.»{13}

¿Caben tantos pseudoconceptos en menos espacio? ¿Y dicen que el gobierno nos engaña? Pero no son tontos y, a pesar de su apariencia pacifista ya están justificando su posible respuesta violenta. ¿No eran los paladines de la «no violencia»? Pero vuelven a matizar el asunto no sea que alguien se asuste ante la violencia (y rectifique su ortograma pacifista). Y para eso está la metafísica más oscura y contradictoria, contribuyendo en la función de cerrojo ideológico: «La respuesta es luchar pacíficamente a favor de la paz.» La «paz» gana en apariciones (2 a 1) a la «lucha», aunque no hay sujeto humano que entienda lo que quieren decir (salvo aquellos que se empeñan en no rectificar los errores). ¿Quién engaña a quién?

Cuanto más tarden las izquierdas en salir de la falsa conciencia apolítica, del humanitarismo utópico, en que están sumidas, más lo pagaremos todos, aunque les muevan las mejores intenciones, cosa que dudo mucho. En términos generales, en las democracias capitalistas hay muchas posibilidades para salir de tanta ignorancia, y el que no lo hace, es culpable.

Notas

{1} Nos remitimos a las entradas con relación a la Libertad del Diccionario filosófico de Pelayo García Sierra, Pentalfa, Oviedo 2000. Versión en internet.

{2} Ver de Gustavo Bueno: La Nostalgia de la Barbarie como antiglobalización.

{3} Ver este concepto, lo mismo que el de Ortograma y Falsa conciencia en el Diccionario filosófico mencionado.

{4} Aquí creemos que se ha colado una errata, y que la segunda «historia» es con minúscula.

{5} La perniciosa sacralización de los Derechos humanos, en Jornadas del 1 y 2 de marzo de 2002 sobre «Educación y Educador», Consejo Escolar de la Comunidad de Madrid, Colección Educación y Participación, nº 3, pág. 200.

{6} Hacía referencia a la obra de Gustavo Bueno, Alba, Barcelona 1999.

{7} Ver dicho término en el Diccionario Filosófico mencionado.

{8} Ver La Nueva España, Domingo 16 de septiembre de 2001.

{9} Ver de Gustavo Bueno: La democracia como Ideología.

{10} Me remito a los artículos de Gustavo Bueno, «Mundialización y Globalización» y «Etnocentrismo, relativismo y multiculturalismo», así como el artículo de David Alvargonzález, «Del relativismo cultural y otros relativismos», en El Catoblepas, nº 2, 4, y 8.

{11} Ver Gustavo Bueno, Crítica a la construcción (sistasis) de una sociedad política como Estado de Derecho, en El Basilisco, nº 22.

{12} Ver Gustavo Bueno: Principios de una teoría filosófico política materialista.

{13} Tribuna de la Administración Pública, nº 154, sección Tema, pág. 2. Las cursivas son mías.

 

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