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David Stoll · ¿Pescadores de hombres o fundadores de Imperio? El Instituto Lingüístico de Verano en América Latina

Los indigenistas dicen adiós

La pérdida del contrato estatal en México destrozó la imagen indigenista del Instituto Lingüístico, pero sólo una vez que el indigenismo mismo había entrado en crisis. La consagración del ILV como paria fue ratificada en Mérida, México, en el congreso de noviembre de 1980 del Instituto Indigenista Interamericano. Como cuerpo consultivo mal financiado de la Organización de Estados Americanos, el III había garantizado a los lingüistas como una organización internacional legítima por más de treinta años. Pero ahora un forum calificaba al ILV como “una institución ideológica y política” que encubre sus objetivos detrás de una fachada científica{135}. La delegación de Venezuela caracterizó a los traductores de la Biblia como un “incesante buscador de recursos naturales para el bien de las empresas trasnacionales” y “agente infiltrador de la ideología de EU”{136}. A pesar de la oposición y abstención –de Chile, Bolivia (cuya delegación estaba encabezada por un enlace gubernamental del ILV), Brasil, Costa Rica y Paraguay– el congreso acordó solicitar a los gobiernos investigar las actividades del ILV y, si fuera el caso, expulsarlo{137}. La mayoría de las delegaciones votó también por despojar a Guillermo Townsend de un honor concedido por el último congreso del III, en 1972, como “Benefactor de las poblaciones de América lingüísticamente aisladas”. El estaba presente cuando se planteó la moción y abandonó la sala tras siete minutos de ovación a favor de ella. El fundador “se creía un Bartolomé de las Casas y había usado el nombre de Lázaro Cárdenas… para neocolonizar América Latina, pero a partir de ahora los nombres de Townsend y Cárdenas quedaron separados para siempre”, declaró Félix Báez-Jorge, del Instituto Nacional Indigenista de México{138}. [340]

La credibilidad del Instituto Indigenista Interamericano no era mucho más alta. Como Townsend, los políticos indigenistas del III habían formulado planes para los indígenas, solicitado patrocinio oficial y servido de felpudo para la expansión estatal. No obstante las contribuciones sin par del fundador, su servicio final al indigenismo fue expiar sus pecados. Al tiempo que los delegados se hacían eco de la perogrullada según la cual el indigenismo había fracasado, un observador recordó la formulación hecha por Lázaro Cárdenas en el primero de estos congresos cuarenta años antes, cuando el futuro del compadrazgo entre gobiernos e indigenistas parecía tan promisorio. Consistía en que la meta del indigenista era buscar “la forma de emancipación efectiva del indígena”, una liberación atada a la del proletariado y basada en el derecho de los pueblos indígenas a su propia identidad étnica. Algo del éxito emancipador del III podía ser percibido en el hecho de que el congreso de 1980 fue el primero en incluir a representantes indígenas{139}. Previamente, algunos de los mismos consejos supremos mexicanos que habían hecho campaña contra el ILV denunciaron al III como “una farsa”, porque había fallado al no denunciar las atrocidades oficiales” contra los indígenas{140}. Si el III fuera a ofender a esos regímenes que habían violado sistemáticamente los derechos indígenas, pronto podría no quedar ningún instituto interamericano para organizar su próximo congreso. Aun así, con el apoyo del gobierno mexicano, la organización estaba experimentando nuevos métodos de recaudar fondos que podrían hacerlo más independiente{141}. Bajo ataque de indígenas y consciente de su historia como instrumento, hasta el III estaba tratando de escapar a la reputación indigenista al redefinir la antropología latinoamericana como una disciplina autónoma y crítica.

La “nueva antropología” mexicana parecía ofrecer la visión más optimista del futuro, conforme al rol intelectual de vanguardia que el indigenismo mexicano siempre ha jugado. Félix Báez Jorge podía mirar al porvenir de “una antropología que… cumpla funciones de apoyo en dos direcciones: por una parte orientando y cuestionando críticamente (por el momento hasta donde las limitaciones lo permitan) las acciones oficiales; por otra, apoyando a quienes constituyen su objeto de estudio… en [341] sus reivindicaciones y demandas, con… los conocimientos que requieren para hacerlas efectivas, en el contexto de la lucha de clases”{142}. Incluso habría alguna oportunidad de combinar ambas, como en el programa piloto de la Secretaría de Educación para entrenar a etnolingüistas indígenas. A través de la concientización como fuera diseñada por el educador católico Paulo Freire, el programa fomentaría la “conciencia de la dominación”, que a su vez alentaría a los indígenas a revalorizar sus idiomas y culturas y poner la lucha por la liberación en buen pie{143}. Ya que el gobierno estaba concediendo a los indígenas el derecho al pluralismo étnico y a un mayor rol en programas para su beneficio, podía pretender apoyar la lucha de los indígenas por sus derechos humanos y culturales. Aquellos indígenas que tuvieran ganas de ratificar el ejercicio podían jurar luchar por no sólo la liberación de sus propios pueblos sitio también por la transformación revolucionaria de la sociedad latinoamericana.

En otros lugares era más difícil para los indigenistas presentar una familia antiimperialista grande y feliz. En Colombia, por ejemplo, había menos campo de maniobra entre el Estado y los pueblos indígenas, Carlos Uribe señaló que las críticas de parte de su propia generación más joven aceleraron el retiro de antropólogos veteranos, permitiéndoles capturar la profesión. Pero “todavía no hemos tenido el tiempo suficiente para madurar como antropólogos”, confesó Uribe, “y nos falta claridad sobre la orientación que debe imprimírsele a la ciencia en un país como Colombia”, sabemos que la opción académica no es satisfactoria, pero también desconfiamos de un 'activismo antropológico' irresponsable. Y, lo que es peor, hemos descuidado la investigación seria por temor a contaminarnos de academicismo… Resulta claro que cada vez es más difícil hacer antropología en el país, especialmente en ciertas regiones conflictivas. Los misioneros desconfían de los jóvenes antropólogos, lo mismo que los organismos de seguridad y los representantes de ciertos estamentos gubernamentales. Hasta muchas comunidades son escépticas de los beneficios que para ellas pueda reportar la investigación y acción antropológica, y resienten la 'invasión' de antropólogos a su territorio. Y es que paulatinamente se afianza en el país la represión y la persecución políticas. Reflexionar sobre lo humano y lo social en Colombia puede resultar ahora subversivo”{144}. [342]

Un nuevo aliado había sido ganado, sin embargo. El Instituto Lingüístico “no pretende inocentemente estudiar nuestros idiomas”, afirmó el periódico indígena Unidad Indígena. Ellos están convencidos que nuestras costumbres, como tomar chicha o mascar coca, son cosas del diablo… Lo que quieren en verdad es que nos pongamos a cantar salmos y nos olvidemos que somos gentes de carne y hueso, y que necesitamos nuestras tierras invadidas por terratenientes y ya no nos avergonzamos de nuestra cultura y costumbres… Son unos fanáticos que desprecian nuestras creencias… [Pero] el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC) mira con buenos ojos que investigadores sociales como los antropólogos se reúnan para… conocer nuestra situación y apoyar efectivamente las luchas que hoy en día adelantamos los indígenas de todo Colombia”{145}.

Notas

{135} III 1980: 219-20

{136} pp. 1, 6 Uno Más Uno 22 de noviembre 1980

{137} III 1980: 248 pp. 4-6 Latinamerica Press (Lima) 1 de enero 1981: y p. 6A Excelsior 25 de noviembre 1980.

{138} pp. 1, 6 Uno Más Uno 22 de noviembre 1980.

{139} José Carreño Carlon, p. 3 Uno Más Uno 19 de noviembre 1980.

{140} p. 4 Uno Más Uno 17 de noviembre 1980.

{141} III 1980 explica estos cambios.

{142} Baez-Jorge 1980: 374-5,

{143} Anguiano 1979: 582. Para críticas marxistas a las posiciones “neoindigenistas” o “populistas” ejemplificadas por el III renovado, ver Universidad Nacional Autónoma de México, 1980.

{144} Uribe 1980: 305

{145} p. 13 Unidad Indígena (Bogotá), noviembre 1980.

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