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Los evangélicos en la guerra sandinista-contra
«Puedes pensar que el mundo tiene la respuesta para tus problemas. Pero te digo que La Habana no tiene la respuesta. Moscú no tiene la respuesta. Y Washington no tiene la respuesta. ¡Jesucristo es la única repuesta! Sólo Él puede cambiar tu vida y darte paz.» –Evangelista Alberto Mottesi, Managua, enero de 1984{1}
Si se tenía fe en el Pastor Fernando, éste había sido expulsado de Nicaragua dejando una estela de milagros tras de sí. De acuerdo a este joven predicador campesino, un pentecostal del norte del país, la Revolución Sandinista se había convertido en un campo de concentración. El había visto a asesinos sandinistas atacar a un avivamiento pacífico en Yali, el 8 de mayo de 1982, había visto golpear a las mujeres y poner ácido en los ojos de un pastor. Había solamente una cosa que los revolucionarios no podían resistir, y eso era el poder de Dios. Cuando los sandinistas enviaban informantes a los cultos, los cristianos únicamente los convertían. Una vez, cuando los sandinistas dispararon a un creyente, la bala se dio la vuelta y alcanzó al hombre que la disparó. En otra ocasión, cuando un agente de seguridad trató de disparar a una hermana que estaba orando, se quedó adherido al piso. Ahora, ese mismo hombre era un gran predicador del Señor. En cuanto al Pastor Fernando, había predicado en los batallones mismos de los sandinistas. En una oportunidad, trescientos hombres aceptaron al Señor, depusieron sus armas y desertaron. Esa era la razón por la cual los sandinistas lo querían vivo o muerto: los ángeles lo habían protegido de su ira.{2} [264]
Al momento, Fernando era un refugiado en Costa Rica. Sus problemas con los sandinistas habían empezado alrededor de julio de 1981, dos años después de que lideraron el derrocamiento del antiguo régimen, cuando él y su congregación se habían rehusado a unirse a la milicia. Para los sandinistas, aquello significaba rehusarse a defender la revolución frente a la contrarrevolución apoyada por los Estados Unidos. Después de una larga historia de enfrentamientos y de detenciones, Fernando escapó a Costa Rica. Pero sus problemas no terminaron allí. Debido a que testificó sobre sus experiencias en los cultos, fue entrevistado por un equipo de televisión estadounidense, de la Cadena Cristiana de Difusión, la cual utilizaba historias como la suya para solicitar apoyo para los contras. Aunque la intención de Fernando puede no haber sido participar en la guerra del Presidente Ronald Reagan en contra de los sandinistas, ahora lo estaba haciendo. Cuando lo entrevisté en julio de 1985, era un hombre atemorizado que afirmaba que los agentes sandinistas lo estaban amenazando aún en Costa Rica.
La interrogante sobre cuánto creer a este hombre era importante puesto que, en todo el hemisferio, los cristianos miraban a Nicaragua para inspiración o advertencia. Observaban la revolución sandinista porque se suponía que era diferente. A lo largo de América Latina, los activistas cristianos se habían unido a los movimientos revolucionarios. Después de tantas derrotas, ahora habían llegado al poder. Esta era la oportunidad para que las iglesias ayudasen a construir la nueva sociedad en lugar de que, como generalmente ocurre, se convirtieran en un refugio de ésta.{3} Aquí estaba una nueva clase de laboratorio para el cristianismo revolucionario, una forma de probar que una iglesia liberada y un estado revolucionario podían traer el reino de Dios a América Latina.
Los sandinistas alentaban estas esperanzas. Eran el primer régimen en el mundo en dar a la teología de la liberación una categoría oficial, como una fe apropiada para el nuevo orden. De pronto, la revolución en una república centroamericana poco conocida se había convertido en la prueba suprema para la teología de la liberación. Y una prueba cruel, porque cuando los profetas señalan la tierra prometida, tienden a ser vagos acerca del tiempo y lugar exactos para no desalentar a los fieles. Pero cuando los profetas aclaman a un movimiento político particular, arriesgan su credibilidad en el destino de éste. El acoger las revoluciones [265] es especialmente peligroso. El experimento sandinista era una oportunidad dorada para desacreditar las alianzas entre cristianos y marxistas, en una revolución social que podía fracasar como las anteriores.
El Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) se originó a principios de la década de 1960, dirigido por estudiantes que se consideraban la vanguardia del proletariado. Tal vez debido a que aquella clase escasamente existía en Nicaragua, tomaron el nombre de una figura más tradicional, el General César Augusto Sandino, el líder de la resistencia contra la ocupación estadounidense en los años veinte y treinta. Retomando la leyenda de Sandino, sus homónimos realizaron dramáticos ataques contra el régimen que dejaron atrás los marines norteamericanos, el de la familia Somoza. Cuando barrios enteros se levantaron contra la dictadura de Somoza en 1978-1979, los sandinistas bajaron de las montañas para liderar la lucha.
Pocos cuestionan el apoyo popular al Frente Sandinista en el triunfo sobre el antiguo régimen el 19 de julio de 1979; éste había llevado a todas las clases sociales hacia una victoria sobre una tiranía de cuarenta años. Durante aquella lucha, el FSLN convenció a la mayor parte de la élite del país, al aclamar haber trascendido sus orígenes marxistas-leninistas y de ser sandinista, no comunista. En el poder, no obstante, sus militantes no demostraron ser maestros de la negociación y del compromiso. Jóvenes y heroicos, los sobrevivientes de los años de conspiración y combate, no estaban dispuestos a entregar la revolución a políticos burgueses que atacarían a las terribles desigualdades sociales de Nicaragua. Más bien, al ser vanguardia de la revolución, se llevaron todo el crédito de la victoria sobre Somoza y afirmaron ser los únicos representantes del pueblo. Acusaron a los críticos de ser contra-revolucionarios, mientras que identificaban al nuevo estado revolucionario, a sus fuerzas armadas y a las campañas educacionales con el aparato de su propio partido.
Los aliados anti-Somoza que esperaban tomar el poder se encontraron marginados. Muy pronto se comenzó a acusar a los sandinistas de ambiciones totalitarias. A pesar del considerable espacio para la disensión, la idea sandinista de gobierno era centralizada. «Siempre tenemos que dirigirnos a un comandante para resolver algo, porque los niveles [266] intermedios no tienen ningún poder de decisión», explicó un empleado de una agencia cristiana pro-sandinista. «La línea del Frente Sandinista es lo que importa, no la opinión de las bases. El centralismo democrático es el modelo real.»{4} Una antigua dictadura familiar, descuidada e incluso indiferente en su actitud hacia gran parte de la vida social, fue reemplazada por militantes jóvenes, resueltos a revolucionarlo todo. A pesar de que los sandinistas sentían que estaban trayendo la justicia social a Nicaragua –y en realidad manejaban resultados impresionantes respecto a la organización popular, la distribución de tierras, y los servicios sociales– sus logros determinaron que todo se trasladase bajo su control personal. «Comandante» era bastante más que un título honorífico.
Una vez bajo el ataque de los Estados Unidos, los sandinistas no tuvieron otra elección que poner al país en pie de guerra. Al luchar por sus vidas en contra de la administración de Reagan, cayeron en un antiguo patrón de la vida nicaragüense, según el cual el poder sale del cañón de una pistola. A lo largo del siglo diecinueve, era la paz la que interrumpía la guerra, debido al interminable conflicto entre conservadores y liberales. El país se convirtió en el juguete de los intereses extranjeros.{5} En el siglo veinte, tal vez únicamente los marines norteamericanos y la dictadura de Somoza provocaron una suficiente reacción nacionalista, un suficiente sentimiento común entre las élites contendoras y sus peones, para que Nicaragua pudiera ser llamada una nación. Aún así, nadie podía esperar tomar el poder o retenerlo sin las armas, puesto que una alternación pacífica entre bloques electorales era desconocida. En un país en donde los políticos perdedores tenían el hábito de apelar a los poderes extranjeros para su regreso al poder, la oposición leal era un concepto improbable. La sedición era casi inevitable no sólo por la campaña del Frente Sandinista para monopolizar el poder sino por el lugar a donde éste sabía que sus oponentes pedirían ayuda, los Estados Unidos.
La contienda del FSLN con su principal enemigo religioso, el Arzobispo Miguel Obando y Bravo, ilustra la resultante espiral de desconfianza, violencia y profecías de auto-cumplimiento. Como cabeza de la Iglesia Católica, el arzobispo había ayudado ocasionalmente a los sandinistas durante la lucha contra Somoza. Cuando cayó el antiguo régimen, sin embargo, trató de impedir que los sandinistas tomasen el poder, al apoyar a una alternativa más conservadora. Al creer que una división en [267] la iglesia era inevitable{6}, los sandinistas dieron un paso del que más tarde se arrepentirían. Denunciaron a la iglesia contra-revolucionaria de los ricos, del Arzobispo Obando y Bravo. Proclamaron que los verdaderos cristianos se encontraban en el sector cristiano que apoyaba a la revolución, la iglesia de los pobres.
Para Obando, esta clase de lenguaje comprobaba que los sandinistas no sólo estaban consolidando un estado unipartidista. Como defensor celoso de las prerrogativas de la jerarquía católica, temía que también se encontraran organizando su propia «iglesia popular» para «confiscar» la religión,{7} en una transición inexorable hacia una sociedad totalitaria marxista-leninista. Mientras tanto, su propio comportamiento confirmaba las sospechas sandinistas de sedición eclesiástica. A pesar de que el arzobispo afirmaba ser neutral y estar trabajando por la reconciliación, aprovechaba cada oportunidad para atacar a los sandinistas, mientras que se refrenaba de condenar a los contras y al apoyo que éstos recibían de los Estados Unidos. Mientras tanto, los contras lo aclamaban como a su líder espiritual y reclutaban a miembros de su clero.{8} Al observar la secuencia de los eventos, parece que tanto Obando como los sandinistas hubieran moldeado su propia némesis a partir de la acumulada traición de la historia nicaragüense y de la intervención norteamericana.
El principal grupo contra, la Fuerza Democrática Nicaragüense (FDN) apoyada por los Estados Unidos, incluía a políticos, empresarios y campesinos alienados por el proceso sandinista. Pero el gobierno de Reagan ocupaba un papel tan prominente en la organización, financiamiento y reajuste periódico de la FDN que parecía ser poco más que un enorme y mal controlado frente de la CIA. Los líderes de peso –los comandantes militares que sobrevivieron a las remociones impuestas por los Estados Unidos– provenían de la Guardia Nacional del antiguo régimen. Su comportamiento era tan malo que a su lado los sandinistas se veían como modelo de moderación. Durante una incursión en Nicaragua con las fuerzas de la FDN en 1983, el periodista Christopher Dickey vio a hombres cargando Biblias en sus mochilas. En la noche, sus ex-comandantes de la Guardia Nacional admitieron la práctica de matar a sus prisioneros.{9} [268]
En los Estados Unidos, mientras tanto, el gobierno de Reagan y la derecha religiosa bautizaron a la FDN como «luchadores cristianos para la libertad», culpando a los sandinistas por todos sus abusos. Si los contras eran acusados de atrocidades, debía ser propaganda comunista. Tal vez los sandinistas llevaban uniformes de la FDN y cometían atrocidades únicamente para desacreditar a los luchadores para la libertad.{10} Los evangélicos de la derecha que apoyaban la guerra describían a la Revolución Sandinista como a un horno de la persecución religiosa. Decían que los pastores eran mutilados en frente de sus congregaciones. Que los creyentes eran encerrados en sus iglesias e incinerados. Que los ministros cristianos eran asesinados por miles{11} –en una época en la que únicamente habían mil seiscientos pastores en todo el país–.
Los evangélicos nicaragüenses eran de especial importancia en la propaganda de guerra. Se pensaba que constituían el 15% de la población. No tenían un liderazgo centralizado ni una tradición de activismo político, y no eran una fuerza cohesiva en el mismo sentido que el ala de la Iglesia Católica encabezada por el Arzobispo Obando. No obstante, muchos evangélicos no estaban entusiasmados con la revolución y profesaban neutralidad en la guerra contra, forzando a los sandinistas a cuestionar su lealtad. También tenían muchos lazos institucionales con evangélicos norteamericanos, es decir, con partidarios de un presidente norteamericano que había emprendido una guerra contra su gobierno. Para los mismos norteamericanos, los evangélicos nicaragüenses eran el más importante índice del apoyo popular a la revolución y su legitimidad –o la falta de éstos dos{12}–. Debido a su posición, los evangélicos se convirtieron en figuras claves en las demandas y contrademandas de la guerra ideológica. Mientras que los sandinistas utilizaban a los más colaboracionistas para la tarea de defender la imagen de la revolución, la administración de Reagan utilizaba a los menos colaboracionistas para justificar una guerra.
Para persuadir a los feligreses norteamericanos a apoyar la intervención militar, Washington necesitaba hacer que Nicaragua se ajustara a los estereotipos de una tiranía comunista. Para lograrlo, tenía que demostrar que los sandinistas eran culpables de persecución religiosa. Pero la única forma de producir la evidencia necesaria era incitando a los sandinistas a tomar medidas de seguridad mucho más severas. [269] Por lo tanto, si los sandinistas sospechaban que los evangélicos tenían vínculos contra-revolucionarios, el gobierno de Reagan podría denunciarlos por perseguir cristianos. De acuerdo a Puertas Abiertas con el Hermano Andrés, los evangélicos de América Central estaban atrapados en un «cruce de fuego» entre la derecha y la izquierda.{13} Pero el gobierno de Reagan parecía utilizar a los evangélicos nicaragüenses para dirigir un «cruce de fuego» hacia otro gobierno. Sufriendo en proporción a los ataques norteamericanos contra los sandinistas, se utilizaba a los evangélicos nicaragüenses para polarizar la situación. Al presentar a los evangélicos nicaragüenses como a víctimas de la persecución religiosa, la derecha religiosa les estaba exponiendo a una persecución real, en una profecía de auto-cumplimiento.
Para entender la situación evangélica en la guerra sandinista-contra, este capítulo evitará reducir su situación a concepciones monolíticas de izquierda y derecha. Por lo menos en cuanto a mí, esto requiere un paso doloroso: dejar preguntas abiertas como la responsabilidad por la guerra civil que ocasionó el derramamiento de sangre en la Nicaragua de los años ochenta. ¿Fue únicamente el gobierno de Reagan el que lanzó la contrarrevolución, o ésta se generó también por la mano dura de los sandinistas? ¿Eran los sandinistas revolucionarios pragmáticos que, al reprimir a sus opositores, simplemente reaccionaban a una situación de guerra? ¿O eran marxistas-leninistas encubiertos que estaban construyendo un régimen autoritario?
Las respuestas a estas preguntas no eran simples, salvo en las polémicas entre los sandinistas y el gobierno de Reagan. Las respuestas dependían de testimonios contradictorios y de cómo las distintas facciones respondían y se daban forma una a otra en una serie interminable de reacciones polarizantes. Las respuestas también dependían mucho de las experiencias personales. Mi propio punto de vista fue influenciado por una serie de eventos a finales de 1985, cuando los sandinistas arrestaron al ala conservadora del liderazgo evangélico en la capital. Incluidos entre los detenidos se encontraban cinco hombres que, pocos meses atrás, me habían ayudado a comprender el punto de vista de los evangélicos, opuesto al gobierno sandinista. [270]
Uno de los pastores detenidos me había invitado a sus enfrentamientos con los burócratas sandinistas. En dos ocasiones, me había llevado a la Embajada de los Estados Unidos, en donde tenía la costumbre de intercambiar chismes con un miembro de la sección política Mis notas de estas visitas no hacen constar nada de gran importancia. Pero en una situación de guerra, los agentes de seguridad sandinista se veían forzados a sacar sus propias conclusiones. Aquí estaba un líder evangélico que proporcionaba información a una potencia extranjera hostil. Como se esperaba, los contactos del pastor con la embajada surgieron durante su interrogación, al igual que su relación conmigo. ¿No era yo su contacto CIA? En cuanto a la forma en que estos eventos influyeron sobre lo que sigue, los lectores tendrán que juzgar por sí mismos.
Notas
{1} Rafferty 1984:23.
{2} «A Nicaraguan Pastor Reveals the Horrifying Atrocities of the Sandinista Regime in Nicaragua» [comunicado de prensa], Trans World Missions –Misiones Trans Mundiales–, julio de 1985. Complementado con mi entrevista de 17 de julio de 1985 al mismo hombre y su testimonio en «From Tyranny to Triumph», un vídeo de Misiones Trans Mundiales que circuló en 1986. Su nombre ha sido cambiado.
{3} Berryman 1984:226.
{4} Entrevista del autor, Managua, agosto de 1985.
{5} Millett 1979.
{6} Margaret Randall (1983:116) cita para el efecto a Ernesto Cardenal.
{7} Alaníz Pinell 1985:83.
{8} Eich y Rincón 1985:143, 146-147, 151-152; Belli 1985:225-227.
{9} Dickey 1985:180, 184-186; véase también Eich y Rincón 1985.
{10} John G. Olson, transcripción de una entrevista telefónica al Hermano Bob, Misiones Trans Mundiales, mayo de 1986.
{11} Gerald Derstine, «The Truth... Nicaragua» [folleto], Gospel Crusade (Bradenton, Florida), 1986. «Missionary Blends Christianity with Marx», The Voice of the Martyrs (Glendale, California: Jesus to the Communist World), noviembre de 1985, págs. 1-2.
{12} Beth Spring, «Does the Sandinista Regime Promote Religious Freedom?» Christianity Today, 23 de noviembre de 1984, págs. 43-44.
{13} Open Doors 1984b.
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