David Stoll, ¿América Latina se vuelve protestante? Las políticas del crecimiento evangélico
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La lucha por el Compromiso Social

Cuando el alto mando expulsó a Ríos Montt del palacio, anunció que estaba rescatando al gobierno de los fanáticos religiosos.{63} El arzobispo de Guatemala realizó una misa al aire libre para el nuevo presidente e hizo un llamado por la reevangelización del país. Hubo policías que patrullaban los cultos evangélicos. Los funcionarios realizaban inspecciones de los templos. Las iglesias carismáticas profetizaron siete años de persecución. Con cierto temor, varios líderes protestantes se nombraron a sí mismos la Comisión Coordinadora de la Iglesia Evangélica (COCIEG) y fueron a visitar al nuevo jefe de estado, General Oscar Mejía Víctores. [250] Para su consuelo, Mejía se mostró aún más nervioso que ellos y pidió disculpas por los incidentes.

Dos años más tarde, los líderes evangélicos –al menos los no-pentecostales con quienes conversé– criticaban abiertamente a Ríos Montt. Es cierto, había puesto a la iglesia en el mapa, había proporcionado a sus hermanos un punto de reunión, y les había brindado la seguridad y confianza que necesitaban para evangelizar sin miedo. Y sí, su uso de la presidencia como púlpito, sus homilías semanales a la nación como si ésta fuese una gran congregación, eran tal vez designios del Señor. Pero algunos de estos hombres no estaban ni siquiera seguros de que la Iglesia del Verbo era evangélica. Por lo menos los ancianos de Verbo y Ríos nunca utilizaron ese término, describiéndose más bien como «cristianos», para evitar trazar una línea entre ellos y los católicos.

El estilo de Ríos Montt había ofendido a mucha gente, añadían los líderes evangélicos, y estaban cansados de ser culpados por su política. El mensaje básico era bueno, pensaban, pero no debía haberlo mezclado con la política. Mientras los protestantes apoyaban la separación de iglesia y estado, los sermones de Ríos Montt a través de la radio y la televisión hacían pensar a los católicos que él quería establecer una teocracia.{64}

Los líderes evangélicos también recibieron la impresión de que, a pesar de que Ríos pedía su oración y apoyo, él realmente no los estaba escuchando. «Los edificios no son realmente necesarios», respondió cuando se le comunicó que el ejército estaba destruyendo los templos protestantes en el área ixil. «En Verbo todavía nos reunimos bajo una carpa.» A los doscientos pastores presentes no les agradó esta afirmación. Puesto que Ríos generalmente estaba demasiado ocupado para reunirse personalmente con los líderes evangélicos, éstos habían presentado sus problemas ante los ancianos de Verbo, quienes habían demostrado ser «totalmente impenetrables» frente a sugerencias como terminar con las homilías dominicales de Ríos, con su tentativa de aumentar impuestos, o con sus tribunales de fuero especial.{65} {***} [251]

A los consejeros espirituales del presidente se los calificaba con las palabras más duras. «La gente de la que se rodeó eran extremistas», me dijo un miembro de la Misión Centroamericana. «Ellos andaban diciendo que tenían visiones. ¿Visiones? Una vez que las personas piensan que tienen visiones, se están alejando de la Biblia.» Los dos ancianos de Verbo que sirvieron como secretarios presidenciales, Francisco Bianchi y Alvaro Contreras, apenas controlaron al gobierno o al ejército, pero sí tuvieron considerable influencia sobre Ríos. De acuerdo a la doctrina del pacto según la interpretación de la Iglesia del Verbo, un nuevo miembro no sólo se somete a Cristo sino también a la iglesia, hasta el punto que se espera que consulte con los ancianos para cualquier decisión importante. Cuando Ríos fue al palacio nacional, lo hizo bajo la autoridad espiritual de su iglesia.

Con esto en mente, es evidente que los ancianos de Verbo sirvieron como chivos expiatorios. Para los oficiales del ejército que consideraban a Ríos como a su jefe de estado personal, sus fervientes discursos sobre una nueva Guatemala parecían sospechosos. Obviamente, era más conveniente acusar a los consejeros de una religión minoritaria que a su colega. Para el clero católico, la prominencia de los ancianos del Verbo dramatizaba cómo habían sido marginados del estado guatemalteco y cómo su influencia había sido suplantada por aquella de una secta norteamericana. Cuando los oponentes militares pidieron el despido de los dos ancianos, se dice que fue con el apoyo de ciertos evangélicos. «Si se van», respondió Ríos, «yo me voy.»{66}

El descontento de los líderes evangélicos aumentó al descubrir, después de la partida de Ríos, que éste les había concedido menos acceso y menos favores que su sucesor católico. «Sí, Ríos nos recibía, y escuchaba nuestras peticiones, pero nunca recibimos nada excepto por una ocasión», afirmó un disgustado jefe evangélico –cuando Ríos generosamente cubrió un déficit que dejó el centenario protestante–. El no aceptaba a la gente que ellos le recomendaron para puestos oficiales. Contrario a la leyenda, pocos evangélicos formaron parte de su gobierno, [252] salvo por un número limitado de miembros de Verbo. Los evangélicos nunca recibieron de él la nueva frecuencia de radio que le solicitaron. Pero sí la recibieron de su sucesor, el General Mejía. Finalmente, se dice que era mucho más fácil hablar con Mejía sobre los secuestros.

Esta clase de actitud contradictoria –acusar a Ríos por mezclar la política con la religión y por no hacer los suficientes favores a los líderes evangélicos– no era nada nuevo, por supuesto. Algunos pastores estaban muy acostumbrados a decir a sus seguidores que ellos no tenían nada que ver con la política, para luego presentarse a solicitar favores al nuevo régimen.

Poco después de la caída de Ríos Montt, la comisión coordinadora COCIEG trató de regresar a los principios en la primera edición de La Palabra, un periódico evangélico co-fundado por uno de los secretarios de prensa del último presidente. La iglesia evangélica era apolítica, declaraba COCIEG, y prosiguió a afirmar que no se había hecho ningún compromiso político con el anterior gobierno.{67} Al reflexionar sobre el asunto, la idea de aclamar a un general del ejército como a un vicario de Cristo estaba fuera de lugar. Al haberse separado de la Iglesia Católica y todavía sentirse amenazados por ésta, muchos líderes protestantes continuaban siendo leales al principio de separación iglesia-estado. Por lo tanto, creían que los líderes de las iglesias debían restringirse a los asuntos espirituales.

Ahora que los evangélicos se estaban recuperando de Ríos Montt, la Misión Centroamericana –probablemente la misión norteamericana más influyente en el país– decidió que había dejado un vacío teológico para ser ocupado por visionarios irresponsables. Por consiguiente, ayudó a organizar una Comisión sobre la Responsabilidad Social de la Iglesia. Basada en una reunión de CONELA sobre el mismo tema, la comisión pandenominacional formuló lo que los misioneros deseaban se convirtiera en un precepto para toda la comunidad evangélica: mientras los cristianos tuvieran que cumplir con las responsabilidades cívicas, lo harían como individuos. Como institución, la iglesia debía permanecer lejos de la política. [253]

El recuerdo de Ríos todavía causaba tanta agitación que, para la campaña presidencial en 1985, no existían esperanzas fuertes de tener una nueva presidencia evangélica. Aún así, como los evangélicos supuestamente llegaba a un 25% de la población, hubo aspirantes políticos que se preguntaban si el Señor tocaría a su puerta. El mismo Ríos quedó fuera de la campaña: a pesar de que varios partidos políticos le ofrecieron una candidatura, eran considerados demasiado pequeños y poco representativos para sostener su peso, aparte de la posible aversión de los ancianos de Verbo, quienes todavía se estaban recuperando de sus heridas.

Dando un paso adelante como el nuevo ungido se encontraba Jorge Serrano Elías, un representante de las cámaras empresariales de Guatemala, que había servido en la administración de Ríos Montt. Se había salvado alrededor de 1977, en el despertar carismático en la capital. En la crisis de 1980-1981 se fue a la bancarrota, al igual que muchos otros en la industria de la construcción. Otro de sus infortunios pronto se convertiría en un honor: fue forzado a dejar el país por criticar al régimen de Lucas García. Bajo Ríos Montt, un lazo familiar con un anciano de Verbo le ayudó a obtener el nombramiento de jefe del Consejo de Estado, un cargo de asesoría que impulsó a sus ambiciones presidenciales. Impresionado por el discurso de Ríos Montt sobre el llamado divino, se dice que él se imaginó a sí mismo como el nuevo David que reemplazaría a Saúl.

Cuando Serrano se acercó por primera vez a los ancianos de la comisión coordinadora COCIEG, en 1984, le dijeron que las iglesias no estaban preparadas para otro presidente evangélico. ¿No podía esperar unos pocos años? A algunos les disgustaba la congregación a la que pertenecía, la superiglesia pentecostal Elim, la cual había atraído a miles de miembros de otras denominaciones con su prédica hipnótica y sus alucinantes dones de lenguas amplificados electrónicamente. Bajo Ríos Montt, Serrano era un «profeta» de Elim, uno de media docena bajo su líder máximo o «apóstol».

Para distinguirse de Ríos, el candidato citó su oposición a la elevación de impuestos y a los tribunales secretos de su jefe anterior. Para movilizar a los votantes evangélicos, sin embargo, también necesitaba [254] presentarse como su heredero espiritual. Por lo tanto, Serrano adoptó algo del mismo tono mesiánico, sobre la necesidad de crear un nuevo hombre y una nueva Guatemala. A pesar de que las iglesias evangélicas no lo aprobaban formalmente, la campaña de Serrano claramente deseaba engancharlas. «Todo esto es delicado», admitió uno de sus asesores, «porque es bien definido que la iglesia no participa en la política. Todos los interesados lo han acordado. Los líderes de la iglesia han apoyado a Serrano, los integrantes también, pero como organizaciones, no.»{68}

Los colaboradores de Serrano decían organizar únicamente fuera de las paredes de la iglesia y de confinarse a la orientación cívica, al pedir a los hermanos que oren, se registren y voten con discernimiento. Esta era la receta adoptada por evangélicos moderados en los Estados Unidos. No obstante, cuando la gente de Serrano organizaba desayunos de oración para los pastores de cada denominación y pedían orar por Guatemala, incluían al nombre de su candidato. En los departamentos, los propagandistas decían a los fieles que, si Serrano no ganaba, se desataría una terrible persecución. Los escépticos temían que la candidatura de Serrano fuera la que trajera problemas, frente al temor católico de que el evangelismo ocultaba una campaña por el poder político.{69}

Resultó ser que Serrano obtuvo el 13,8% de la votación en noviembre de 1985, colocándolo en un tercer lugar respetable pero desilusionante.{70} Muchos de sus hermanos votaron más bien por la democracia cristiana, la única opción de centro-izquierda en el limitado espectro que sobrevivía en el país. Los políticos evangélicos podían fantasear sobre la votación en bloque de una cuarta parte del electorado, pero sus iglesias no eran el público más prometedor. La política no era su fuerte.

«Si esta candidatura dependiera totalmente de nosotros», me dijo un evangélico en la campaña de Serrano, «estaríamos totalmente perdidos.»{71} Se estaba refiriendo a la tradición de condenar a la política como pecaminosa, de desalentar al activismo, e incluso de anular las votaciones. «Todos tenemos nuestras perspectivas políticas», explicó el anciano que presidía a la Iglesia del Verbo en Managua, «sin embargo, el Señor nos advierte que no nos preocupemos por las calamidades y guerras de [255] este mundo. Si nos alejamos de los principios del Reino, seremos arrastrados hacia los engaños de las persuasiones filosóficas de derecha o izquierda... Una cosa se debe aprender, y es que la esperanza no es un atributo de ninguno de los Reinos de la tierra.»{72}

Mientras tanto, los colegas de este hombre en Guatemala trataban de justificar su repentina promoción en un reino de este mundo. Tomando una escritura de la derecha religiosa en los Estados Unidos, decidieron que, al igual que Nehemías en el Antiguo Testamento, ellos estaban reconstruyendo las murallas de Jerusalén. Sin embargo, para evangélicos acostumbrados a pensar que el mundo estaba inevitablemente perdido, la idea de construir una Guatemala nueva y reformada les tomó un poco hasta acostumbrarse. Habían apoyado a Ríos Montt porque Dios lo había colocado milagrosamente en el poder, no porque habían cambiado su forma de pensar sobre la futilidad de la política.

Ahora, en un cambio de la posición tradicional, gran parte del liderazgo evangélico se refería al deber de los cristianos de involucrarse. La Fraternidad Teológica Latinoamericana había estimulado el compromiso social por más de una década. En Guatemala, algunos de los mismos argumentos estaban aflorando en un nuevo grupo social, los profesionales evangélicos, quienes miraban a un futuro limitado en un país gobernado por militares. Hablaban como reformadores y encontraban audiencias en las congregaciones de la clase media alta, quienes también eran algo nuevo. Entre esta clase de cristianos que tenían mucho que perder, estaba el presentimiento de que, si no levantaban a Guatemala ahora, la perderían completamente. Ellos eran, de acuerdo a Marco Tulio Cajas, «la minoría mejor organizada de la nación», con la responsabilidad de ofrecer una alternativa a las escuálidas normas reinantes.{73}

Desde este sector evangélico, varias de cuyas iglesias oraban cerca o en los hoteles lujosos de la ciudad, se escuchaba poco sobre la justicia social.{74} Sin embargo, los líderes estaban impresionados por la pérdida de congregaciones mayas enteras al movimiento revolucionario. Ahora que éste había fracasado, los indígenas estaban en peor situación que nunca. Con tantos pobres que profesaban ser evangélicos, la responsabilidad social claramente incluía hacer algo por ellos, lo que forzaba a las iglesias evangélicas hacia lo que un misionero presbiteriano llamó [256] «un dilema político interesante.»{75} Debido a que el ejército y los terratenientes parecían encontrar un intento subversivo en cualquier esquema que beneficiara a los indígenas, los evangélicos conservadores se enfrentaban a una decisión difícil. Podían no hacer nada y arriesgarse a perder sus nuevas clientelas indígenas; o podían tratar de ayudar, lo que levantaría sospechas por parte de la clase gobernante y empujaría a los evangélicos hacia el mismo camino que la Iglesia Católica.

La obra presbiteriana entre los mayas kekchís ilustra el problema: los kekchís tienen una larga historia de colonizar nuevas tierras –a lo cual tienen derechos legales– únicamente para ser expulsados por los terratenientes, quienes utilizan sus conexiones en la capital para obtener el título de propiedad. El protestantismo fue introducido por los dueños de plantaciones, quienes esperaban que el evangelio volvería más confiables a sus resentidos trabajadores kekchís. El déspota que trajo a los presbiterianos se consideraba un cristiano consagrado, a pesar de que gozaba de los privilegios sexuales típicos de un terrateniente. De acuerdo a las palabras irónicas de un escritor presbiteriano, su amenaza de dar de latigazos a los peones que no asistiesen a los templos que él construyó provocó un «despertar religioso extraordinario».

La justicia llegó a finales de los años sesenta, en forma de guerrillas que obligaron al terrateniente a salir de la zona. Irónicamente, también abrieron el camino para una iglesia kekchí autónoma. Los evangélicos se multiplicaron, y la nueva religión solidificó la resistencia kekchí frente a más expropiaciones. Con la violencia política en aumento, un alarmado pastor de la capital señaló que los conversos estaban listos a defenderse empleando la fuerza. ¿Cómo se podía convencer a los evangélicos kekchís de que la lucha armada no era necesaria?{76} Bien, los presbiterianos podían ayudarles a defender sus tierras a través de la ley. Y si aquello fracasaba, tal vez podrían ayudar a una o a dos comunidades a comprar la tierra en cuestión. Pero a medida que la recientemente organizada Comisión Presbiteriana de Defensa ayudó a una primera comunidad y luego a otras dos, los desilusionados monopolistas de la tierra los acusaron de subversión.{77}

De acuerdo a una fuente, la violencia de 1981-1982 en la zona (la mayor parte proveniente del ejército) costó a los presbiterianos seis de [257] sus diecisiete iglesias kekchís y dejó más de quinientas viudas y miles de huérfanos. En agosto de 1982, los soldados detuvieron a un pastor kekchí que servía en las patrullas de defensa civil de Ríos Montt y lo torturaron repetidamente antes de darse cuenta de que tenían al hombre equivocado. Desgraciadamente, ahora que habían abusado del pastor, no podían simplemente dejarlo ir. Después de todo, Ríos Montt proclamaba cada semana en la televisión que esta clase de cosas ya no ocurría.{78} {****}

En varias ocasiones, Ríos había solicitado a dichas víctimas que se acercaran y presentaran cargos: él los protegería. Después de que el pastor logró escapar, sus colegas tomaron la decisión de presentar al incidente como un caso de prueba. Pocas semanas después, en septiembre de 1982, un misionero norteamericano conectado con los demandantes fue secuestrado y colocado en la parte trasera de una furgoneta, sucia de vómito y sangre. Durante el interrogatorio le amenazaron con instrumentos de tortura, colocaron una pistola sobre su sien y halaron del gatillo. La presión de la embajada estadounidense lo salvó pero no a dos obreros indígenas presbiterianos –Ricardo Pop y Alfonso Macz–. Un año más tarde se informó que uno había sido visto en una celda subterránea, en donde se había vuelto loco y sollozaba por ver a su esposa e hijos. El comité presbiteriano que trataba de proteger los derechos kekchís fue forzado a disolverse, y cuatro de sus cinco miembros abandonaron el país.{79} Los oficiales presbiterianos decidieron no buscar a sus desaparecidos obreros. Un oficial del ejército les había informado que, debido a que los dos eran guerrilleros, un excesivo interés por su destino significaría que la Iglesia Presbiteriana también era guerrillera.{*****} [258]

El número de víctimas de pastores y congregaciones evangélicas bajo Ríos Montt nunca fue reportado porque las iglesias tenían temor. Dejad que los muertos entierren a los muertos, era su actitud. De otro modo, era probable unírseles. Sin embargo, ya que la guerrilla era ahora una presencia distante, el principal enemigo, incluso para muchos empresarios, parecía ser el alto mando del ejército –por su incompetencia económica, su saqueo del tesoro nacional y su brutalidad–. Para 1985, la jerarquía militar había llegado al punto de matar a varios voceros del sector privado, así como también al cuñado de Ríos Montt, el General Sosa Avila, aparentemente por consultar con jóvenes oficiales sobre un nuevo cambio de gobierno.

A principios del año siguiente, bajo un electo pero débil gobierno demócrata cristiano, el presidente de la Alianza Evangélica de Guatemala (AEG) realizó un acto sin precedentes para esta conservadora organización: denunció las continuas depredaciones del ejército. «El asesinato de líderes evangélicos es ahora un acontecer casi diario», declaró el Pastor Guillermo Galindo. Si la Alianza Evangélica no obtenía una respuesta del gobierno, se uniría a las protestas de los derechos humanos del Grupo de Ayuda Mutua, la organización de los familiares de los «desaparecidos».{80}

Notas

{***} Los tribunales enviaban a los criminales acusados al pelotón de fusilamiento sin todas las garantías constitucionales. Las ejecuciones se cerraron al público después de que el primer grupo de hombres condenados incluyó a un evangélico que cantó «tengo una corona en el cielo» para las cámaras de televisión (Pixley 1983: 10). De acuerdo a Amnistía Internacional, unas trescientas personas detenidas en los tribunales especiales resultaron desaparecidas después del derrocamiento de Ríos Montt. Hay sobrevivientes del sistema que afirman haber sufrido torturas sistemáticas (Amnistía Internacional 1987: 101-112, 123-125).

{****} «[Los soldados] dicen que los guerrilleros son los asesinos, pero ellos son los que matan», reportó después el pastor. «Así me dijeron cuando fui su prisionero. Dijeron que la orden viene del General Ríos Montt, que tienen libertad para matar a quienes quieran. Ellos vienen a 'salvar', pero vienen a matar y a causar pánico y terror... Mucha gente pobre ha huido a las montañas por miedo. Otros están en las montañas porque han sido abandonados. Hombres sin niños o mujeres. Las mujeres sin niños y sin nadie que las ayude. El ejército busca a esta gente en helicópteros. Los matan como si fuesen animales, haciéndolos pedazos y lanzando los pedazos en fosas. Las mujeres son violadas por muchos soldados» (In Communion, julio 1983, pág. 3).

{*****} Toda esta sangre y llanto debió haber dado a una congregación kekchí su título de propiedad, a través del programa de compra de tierra. Desgraciadamente, después de que los presbiterianos invirtieron sesenta mil quetzales en la hipoteca, se descubrió que el terrateniente –el mismo Manuel de la Cruz que había sido expulsado por la guerrilla a finales de los años sesenta, todavía aceptado como un presbiteriano bueno– había vendido una parcela que no existía. Si la iglesia demandaba a Cruz por fraude, él podía presentar una contra-demanda por los sesenta mil quetzales que todavía le debía en hipoteca; así que la iglesia abandonó el asunto y perdió su dinero.

{63} United Press International, «Guatemalan Army Topples President in a Brief Battle», New York Times, 9 de agosto de 1983, pág. 1.

{64} Entrevistas del autor, Ciudad de Guatemala, agosto de 1985; Tulio Cajas 1985:6-7.

{65} Entrevistas del autor, Ciudad de Guatemala, agosto de 1985.

{66} Anfuso y Sczepanski 1983:166.

{67} Tulio Cajas 1985:16-17, 37-41.

{68} Entrevista del autor a la Organización Cívica Cristiana de Guatemala (OCCG), Ciudad de Guatemala, 19 de agosto de 1985.

{69} Entrevistas del autor, Ciudad de Guatemala, agosto de 1985.

{70} Stephen Sywulka, «An Evangelical's Bid for the Presidency Falls Short», Christianity Today, 13 de diciembre de 1985, pág. 69.

{71} Entrevista del autor, Marco Tulio Cajas, Ciudad de Guatelama, 26 de agosto de 1985.

{72} Bob Trolese, «Persecution Strengthens Church in Nicaragua», International Love Lift 8(7), 1983.

{73} Tulio Cajas 1985:4-5.

{74} «Whose Gospel?» In Communion (Philadelphia: Fellowship of Evangelicals for Guatemala), febrero de 1984, pág. 1.

{75} David Scotchmer al autor, 4 de mayo de 1985.

{76} Mardoqueo Muñoz, pastor presbiteriano, «Kekchi Church Thrives in Guatemala's Jungle», Global Church Growth, julio-agosto de 1982, págs. 199-20l; Muñoz 1984:142-143, 154-155.

{77} «Protestants Are Drawn into Vicious Guatemala Crossfire», Christianity Today, 4 de septiembre de 1981, pág. 58; In Communion, febrero de 1984, págs. 2-3.

{78} Jim Dekker, «Guatemala: A Test of Faith», The Other Side (Philadelphia), febrero de 1983, págs. 26-27.

{79} «Christian Tribe in Guatemala Faces Oppression», Missionary News Service, 1º de abril de 1984 [¿1983?], pág. 2.

{80} La Palabra (Ciudad de Guatemala), 15 de marzo de 1986, citado en «Testimonies of the People of God», In Communion, junio de 1986, pág. 2.

 

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