David Stoll, ¿América Latina se vuelve protestante? Las políticas del crecimiento evangélico
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Sembrando iglesias

Detrás de los evangelistas como Luis Palau, cuya llegada era anunciada con afiches y propagandas, y que ocupaba temporalmente la atención pública antes de desaparecer hacia el siguiente compromiso, se encontraban numerosos avances en estrategia evangélica. Durante los años setenta, era obvio que las llamadas a los perdidos y la colección de decisiones a favor de Cristo no eran suficientes. Miles de congregaciones tenían que ser construidas, lo que significaba una organización sistemática e implacable en las bases. Debido a que únicamente legiones de latinoamericanos podían cubrir el territorio, muchos misioneros norteamericanos se retiraron de sus puestos de campo para convertirse en investigadores y planificadores. [154]

El nuevo papel de los misioneros norteamericanos estaba ejemplificado por los Ministerios O.C., a través de su Servicio Evangelizador para América Latina (SEPAL) en Brasil, Colombia, México, Guatemala y Argentina. Desde su origen en el Lejano Oriente a principios de los años cincuenta, O.C. se especializó en ayudar a otras agencias e iglesias a desarrollar el liderazgo nacional. Tres décadas más tarde, promocionó el reclutamiento de misioneros del Tercer Mundo, con la esperanza de incrementar el financiamiento norteamericano.{85} O. C. también era el canal principal para la ideología de iglecrecimiento en América Latina. Con un ingreso de 5,1 millones de dólares en 1985, su fuerte era unificar a otras agencias e iglesias en programas de crecimiento a nivel nacional. En efecto, estaba adoptando la función que la Misión Latinoamericana había dejado vacante cuando esta última abandonó las campañas de Evangelismo a Fondo. El método de O.C. era unir a los líderes evangélicos de un país, estimularlos para que comparasen sus tasas de crecimiento, y calcular el año en el que se convertirían en la mayoría del país –si las iglesias de crecimiento más lento lograban igualar a las de más rápido crecimiento.{86}

Para llegar a sus cifras, los expertos del iglecrecimiento sumaban, primero, los miembros reportados por todas las denominaciones en un país. Luego multiplicaban dicha cifra por otro número, para dar razón de los niños no bautizados, de los neófitos que asistían a los cultos pero que todavía no habían sido bautizados, y así. El multiplicador era generalmente 2,5, 3 o 4, dependiendo de «factores sociológicos», como quiera que éstos fueran interpretados. El resultado se suponía que era el total de la comunidad evangélica. En el caso de Guatemala, un investigador de iglecrecimiento llamado Cliff Holland se dio cuenta de que, en un censo gubernamental, el número de personas que decían ser cristianos no católicos era cinco veces mayor que la membrecía evangélica oficial. Para dejar a un lado a los grupos inaceptables, como los mormones, Holland multiplicaba las membrecías de las iglesias evangélicas por cuatro. Aquel fue el origen de la cifra ampliamente citada de que los evangélicos constituían un 22,4% de la población de Guatemala en 1982, con un total de 1,73 de 7,71 millones de personas.{87}

Lo que éstas cifras parecían ignorar era la «circulación de los santos», la cualidad de puerta giratoria de muchas congregaciones. [155] Numerosos neófitos parecían desertar del culto después de un corto período de tiempo, pero seguían describiéndose como evangélicos para evitar obligaciones católicas. Otros, que no deseaban identificarse como católicos, probablemente nunca tuvieron nada que ver con una iglesia no-católica. Aún otros iban de iglesia en iglesia en busca de diversión espiritual. Los pastores, presionados para demostrar estadísticas impresionantes, no purgaron las nóminas de miembros retirados. Entre los recientes inmigrantes a la ciudad, algunos perdían el interés a medida que iban prosperando, y muchos hijos se alejaban de las convicciones de sus padres. Debido a las vicisitudes de la fe, señaló un investigador evangélico, la base humana sobre la cual los expertos del iglecrecimiento calculaban sus cifras no era estable como la base financiera sobre la cual se incrementa el capital.{88} «A veces, en ciertos lugares», señaló otro, «nos llevamos la impresión de que existen más evangélicos fuera de las iglesias que dentro de ellas.»{89}

A pesar de lo cuestionable de muchas estadísticas, el crecimiento evangélico fue lo suficientemente rápido como para sobrepasar el suministro de líderes entrenados. Incluso los cursos bíblicos básicos no podían producir el suficiente número de graduados como para satisfacer la demanda. Los misioneros se estremecían frente a los resultados exegéticos de las prédicas de pastores sin preparación adecuada. Tampoco era probable que los líderes no-entrenados pudieran organizar congregaciones más allá de su propia red de parentesco. Los Bautistas del Sur encontraron que, sin entrenamiento pastoral, sus congregaciones se mantenían en un número de veinte a treinta personas.{90}

Detrás de la falta de entrenamiento existía un problema más profundo, la forma equivocada de entrenamiento, debido a la importación de expectativas poco apropiadas a las iglesias latinoamericanas. Un ejemplo de esto eran los seminarios e institutos bíblicos. A pesar de que las denominaciones financiaban una educación costosa para un reducido número de jóvenes escogidos, con frecuencia no conseguían mucho por su inversión. De los 264 estudiantes que asistieron al Seminario Presbiteriano de Guatemala durante más de veinticinco años, según Ross Kinsler, únicamente se graduaron cincuenta y dos. De éstos, tan solo quince se encontraban sirviendo a su iglesia a fines de los años setenta.{91} Muchos seminaristas del campo que se acostumbraban a la [156] vida urbana no deseaban regresar con su gente. Algunos incluso emigraban a los Estados Unidos. Aún si aceptaban permanecer en la iglesia, se profesionalizaban en la clase media, creando una brecha entre ellos y la mayoría de sus hermanos.

Esta no era la manera de evangelizar a las vastas clases populares de la sociedad latinoamericana. Mientras tanto, los que permanecían en su ambiente humilde eran incapaces de adquirir entrenamiento porque no reunían los requisitos educativos para el ingreso o porque tenían que mantener a una familia. Algunas denominaciones pentecostales encontraron una solución: en lugar de invertir en seminarios, mantenían a los pastores potenciales en largos aprendizajes, promocionándolos a través de una serie de niveles –predicación en las calles, enseñanza en la escuela dominical, &c.– de manera que reciban capacitación religiosa sin volverse profesionales.{92} Otra solución era abrir programas de extensión con menos requisitos de admisión. El primero de dichos esfuerzos se llamó Educación Teológica por Extensión (TEE). Iniciado en 1963 por misioneros presbiterianos para pastores rurales en Guatemala , sirvió de inspiración a muchos otros.

Las ciudades también se pusieron de moda durante la década de 1980, pues ya comenzaban a contener a la mayor parte de la población latinoamericana. La mayoría de las ciudades ya hervía con iglesias evangélicas. Pero las misiones norteamericanas habían sido lentas en definir a las urbes como nuevas fronteras de fe, de tal manera que el evangelismo urbano tendía a ser pentecostal o herético en naturaleza. Por lo general, estaba confinado a las clases populares, con un menguante compromiso espiritual a medida que los evangélicos ascendían a la clase media.

Por lo tanto, la salvación de almas en una escala social más alta se convirtió en un tema de gran interés. Solo al escalar en la estructura de clases, y al apelar por igual tanto a profesionales y ejecutivos como a la gente común, podrían los protestantes ganar una nación para su fe, en el sentido político y religioso. «Testimonio para las clases altas», como se conoce a esta rama agradable de misión mundial, era algo especialmente apropiado para los norteamericanos. Al ser personas de una posición social elevada, probablemente podrían apelar a las elites latinoamericanas [157] más efectivamente que evangelistas de una clase inferior del mismo país, sin importar cuán bien educado y presentables pudieran ser estos últimos. Basándose en «el principio de unidad homogénea» del movimiento de iglecrecimiento –de que las personas prefieren convertirse al cristianismo con miembros de su mismo grupo social– se volvió común apelar por separado a las clases altas. En el caso de uno de estos movimientos de club campestre, los líderes notaron que «tan pronto como las clases baja y media comenzaron a asistir a sus iglesias, cesó la llegada de nuevos miembros de la clase alta». Siguiendo el mandato del Apóstol Pablo de que hay que ser todo a todo, organizaron iglesias aparte para los plebeyos.{93}

A pesar de las críticas de que los evangélicos estaban «comprando gente», muchos misioneros reconocieron que regar dinero y ayudas se volvía en contra de la obra. Salvo para el entrenamiento pastoral y ciertos gastos estratégicos, los subsidios tendían a matar la voluntad necesaria para el evangelismo. «Cada vez que se iniciaba un nuevo trabajo, disminuía el subsidio que otras iglesias estaban recibiendo», explicaba un Bautista del Sur en Guatemala. «No había iniciativa... para expandir la obra». Al igual que las Asambleas de Dios, los Bautistas del Sur descubrieron que una de las mejores formas de hacer crecer sus iglesias era rehusar a pagar salarios a los pastores. Aquello forzó a los aspirantes a ampliar sus contactos personales, golpear las puertas, iniciar estudios bíblicos y atraer a un suficiente número de gente como para poder subsistir.{94}

En Lima, Perú, la Regions Beyond Missionary Union (Unión Misionera para las Regiones Lejanas) llegó de la selva para llevar a cabo un programa típico de propagación de iglesias urbanas. Comenzando con una cuidadosa selección de áreas, planificaron ir de puerta en puerta, montar campañas de evangelización intensas y cortas, seguidas por estudios bíblicos para los nuevos creyentes y un entrenamiento más largo para los líderes potenciales. Todo el esfuerzo debía estar dirigido por misioneros, idealmente, un grupo formado por un evangelista, un profesor de Biblia, un pastor y un director de la juventud, quienes gradualmente debían trasladar el liderazgo hacia los latinoamericanos que habían entrenado, antes de repetir el proceso en otro barrio. [158]

Lo ideal en estas operaciones, al menos al comienzo, era un alto perfil sin levantar barreras sectarias. En un texto de las Asambleas de Dios sobre cómo sembrar iglesias, el evangelista David Godwin enfatizaba la importancia de mantener la cruzada lo más abierta posible para los que llegarían en el futuro. Por ejemplo, una buena manera de iniciar era recitando las doctrinas principales compartidas con la Iglesia Católica; a toda costa se debían evitar las campañas en contra del clero católico. De acuerdo a Godwin, el evangelista modelo incluso trataba de evitar la clasificación prematura como un nuevo grupo religioso. La construcción del nuevo templo debía ser aplazada el mayor tiempo posible, aún por varios años, para evitar levantar barreras que pudieran desalentar a otra gente de asistir a las reuniones festivas.{95}

Para mantener a la iglesia y a sus miembros cerca de la vida cotidiana, en donde podían ganar nuevos adeptos, Regions Beyond planificó la organización de pequeños estudios bíblicos en las casas durante la semana, en un medio familiar no-intimidante, más apropiado para atraer a los vecinos. Durante el fin de semana, todos debían reunirse en la iglesia central para la enseñanza proporcionada por la religión profesional. A la larga, algunos de los estudios bíblicos –también conocidos como iglesias satélites, hijas o de casa– podían madurar hasta convertirse en iglesias centrales con su propia descendencia. Tales grupos celulares eran una forma popular no sólo de mantenerse cerca de los neófitos, sino también de impedir que éstos les fueran arrebatados por las sectas rivales.{96}

Notas

{85} Entrevista a Lawrence Keyes, presidente de Cruzadas de Ultramar, «Getting the Whole Story», Mission Frontiers, febrero de 1983. pp. 8-11.

{86} Núñez C. et al. 1983 fue publicado para una conferencia de esta naturaleza en 1984.

{87} Núñez C. et al. 1983: 128-134.

{88} W. D. Smith 1978: 114.

{89} Piedra S. 1984: 7.

{90} Martha Skelton, «Guatemala City: Wide Open for Witness», Commission, enero de 1984, pp. 28-44.

{91} Kinsler 1978: 182.

{92} C. P. Wagner 1973: 94.

{93} Clyde W. Taylor, «An Upper Class People Movement», Global Church Growth, marzo-abril de 1980, pp. 22-23.

{94} Skelton, «Guatemala City», pp. 31-32, 36.

{95} Godwin 1984: 37, 119.

{96} «Starting City Churches» [folleto] RBMU Intemational (Filadelfia), 1982.

 

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