David Stoll, ¿América Latina se vuelve protestante? Las políticas del crecimiento evangélico
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Iglesia versus paraeclesia

Juventud con una Misión estaba lejos de ser la única agencia paraeclesial norteamericana acusada de seguir su propia agenda a costa de las iglesias locales. «El traer tu propio programa, hablar sobre colaboración, y terminar haciendo tu propio asunto, es de cada grupo que viene de los Estados Unidos», me dijo Washington Padilla{72}. Las organizaciones paraeclesiales más grandes, como la Asociación Evangelística de Billy Graham y la Red Cristiana de Transmisión de Pat Robertson, podían tener un gran impacto sobre los movimientos evangélicos locales. Otros promotores de alianzas evangélicas, como la Cruzada Luis Palau, y los Ministerios O.C (Cruzadas de Ultramar), también podían tener bastante influencia.

Para empeorar las cosas, ahora que algunas misiones establecidas aminoraban el paso y reflexionaban sobre sus experiencias, muchos ministerios domésticos norteamericanos lanzaban operaciones en el exterior, en una nueva ola de descarado empresarialismo. Por lo general, los nuevos grupos eran pentecostales o carismáticos. Cada uno justificaba sus ambiciosos planes de expansión como una humilde obediencia al mandato bíblico de evangelizar al mundo. Generalmente, las acusaciones más reveladores contra estos grupos venían de otros evangélicos. Quejas comunes incluían el no consultar con las iglesias establecidas antes de ingresar en las nuevas áreas; duplicar los esfuerzos de otros hermanos malgastando los recursos; atraer a los líderes jóvenes más prometedores con salarios más altos que lo que las iglesias locales podían ofrecer; y el no investigar el historial de los nuevos empleados, quienes a veces resultaban haber huido de su iglesia original debido a faltas morales. [120]

El enlistar a las iglesias locales en una campaña paraeclesial tras otra no era la solución, debido a que tales esfuerzos tendían a ser una tremenda carga financiera y psicológica. Pasado el entusiasmo, la agencia paraeclesial dejaba la ciudad, las iglesias locales quedaban agotadas, y sus miembros sentían la necesidad de nuevas formas de estímulo ajeno. Si eso no era suficiente, el impresionante número de decisiones a favor de Cristo generalmente no se traducía en nuevos miembros para la iglesia. No era raro que el 90% de tales neófitos se desvanecieran en el aire.

El objetivo de las agencias paraeclesiales era, por definición, multiplicar y fortalecer las iglesias locales. Sin embargo, solo podían justificarse al afirmar que las iglesias existentes no podían manejar solas la evangelización. De acuerdo a dos investigadores en India, Vinay Samuel y Chris Sugden, lo que ellos llamaban «misiones multinacionales» estaban dejando a un lado a las iglesias del Tercer Mundo, subordinándolas a sus propios planes, e imponiendo sus propios líderes. Tales agencias teóricamente reconocían la autonomía formal de las iglesias nacionales, afirmaban Samuel y Sugden, pero las estaban incorporando a una forma más sofisticada de dependencia.

Muchas denominaciones del Tercer Mundo descendían de lo que ahora eran las iglesias protestantes ecuménicas en América del Norte y Europa. Cuando llegaron las nuevas misiones evangélicas, de acuerdo a Samuel y Sugden, asumieron que el liderazgo de las iglesias hijas no era evangélico. Dejaron a un lado a las autoridades de la iglesia nacional, de quienes desconfiaban, y se dirigieron directo hacia los pastores locales. Reclutaron, entrenaron y financiaron su propio «liderazgo evangélico nacional», apoyado por las multinacionales pero sin una real responsabilidad hacia las denominaciones establecidas. Estos líderes eran «piratas evangélicos», decían Samuel y Sugden: «controlan los mares y se apropian los recursos, pero están más allá de la ley.»

Las paraeclesiales estaban sobre todo interesadas en el crecimiento máximo. Por lo tanto, se sentían tentadas a sustituir los difíciles imperativos del evangelio, como arrepentimiento y justicia, por una forma de salvación fácil de comercializar. Por ejemplo, de acuerdo a los expertos en iglecrecimiento, era necesario mantener a la iglesia lejos de [121] los temas sociales controvertidos y minimizar las obligaciones sobre los nuevos creyentes, para atraer a un máximo número de conversos. Para apelar al espectro más amplio de donantes en los Estados Unidos, las agencias paraeclesiales tendían a adoptar las posiciones más inofensivas y ambiguas, al precio de no informar a sus patrocinadores sobre las realidades en el campo.

Las implicaciones de la dependencia en las agencias norteamericanas fue dramatizada por la crisis de la deuda latinoamericana. A pesar de que las denominaciones latinoamericanas habían adoptado medidas para nacionalizar las funciones misioneras, señalaba Al Hatch, ahora el colapso económico les imposibilitaba mantener el financiamiento. O cesaba el programa o se retomaba a la dependencia en fondos extranjeros. Mientras tanto, el poder adquisitivo del dólar norteamericano, cada vez más fuerte sobre la devaluada moneda latinoamericana, ampliaba la disparidad entre las instituciones extranjeras y las nacionales. Aunque para las organizaciones norteamericanas era fácil ampliar su infraestructura, para los evangélicos latinos era casi imposible aún organizar una conferencia –a menos que estuviera financiada por los norteamericanos. Como resultado, más líderes evangélicos decidieron que el Señor les estaba llamando para servir a los hispanos en los Estados Unidos.{73}

Las multinacionales evangélicas no sólo desplegaban un formidable apetito para aumentar su clientela; sino que también eran partidarios de ocultar sus ambiciones en el discurso de la Gran Comisión. Como señalaron Samuel y Sugden, siempre redefinían al evangelismo mundial, de forma que los requisitos para llevarlo adelante siempre estaban fuera del alcance de las iglesias nacionales, por lo cual éstas necesitaban de la intervención de las multinacionales. Si las iglesias nacionales respondían a la necesidad en los términos de estas agencias, se convertían en dependientes de los patrocinadores extranjeros en cuanto a la tecnología. Una vez que la iglesia nacional era equipada para realizar la tarea en los términos de las multinacionales, éstas últimas se adelantaban con nuevas definiciones de la tarea.

Por lo tanto, para Samuel y Sugden, las llamadas para la misión mundial sonaban sospechosamente a ofertas de venta para las mismas agencias misioneras. En lugar de servir a las iglesias nacionales, como [122] afirmaban las multinacionales, en realidad estaban persuadiendo a los cristianos del Tercer Mundo de que necesitaban productos que únicamente las multinacionales podían ofrecer. Al multiplicar la aparente necesidad de misiones extranjeras, y al asumir que las nacionales no podían realizar la tarea por sí solas, afirmaban Samuel y Sugden, las multinacionales estaban inventando justificaciones para dejar a un lado a la iglesia nacional.{74}

Discusiones sobre los grupos de pueblos no-alcanzados eran un buen ejemplo. La cifra de Ralph Winter de 16.750 «pueblos escondidos» resultó ser una táctica publicitaria más que una estadística verídica. Pero de acuerdo al editor de Evangelical Missions Quarterly, esta cifra impresionó a tantos evangélicos norteamericanos mal informados que las misiones, presionadas por sus patrocinadores para encontrar y evangelizar a los «pueblos escondidos», se estaban quejando de «estadísticas oscuras y raras».{75} La idea era tan elástica («las enfermeras de Saint Louis, Missouri» habían sido declaradas como un «pueblo escondido») que podía ser utilizada para justificar la intervención misionera en cualquier lugar.

Todavía otro problema era cómo definir a los «no-alcanzados». ¿Qué hacer con las muchas iglesias indígenas que se habían rebelado en contra de los misioneros, que se habían vuelto heréticas y ahora eran inmunes al evangelismo porque insistían en que su propia interpretación era la correcta? ¿Era alcanzadas o no-alcanzadas?{76} Las distinciones entre cristianos «verdaderos» y «nominales» se estaban realizando arbitrariamente. Mientras Peter Wagner aclamaba la afluencia de los africanos hacia las iglesias independientes, algunas de las cuales consideraban a sus líderes como mesías, en América Latina excluyó a todos los católicos romanos de sus cálculos de iglecrecimiento.{77}

Los estrategas evangélicos expandieron, implacablemente, su definición de la necesidad del trabajo misionero. Una reunión de Lausana decidió que los no-alcanzados consistían en cualquier grupo social con un 20% o menos de cristianos, lo que motivó quejas de que dicha definición incluía a todos afuera de las regiones mas evangélicas de los Estados Unidos.{78} Hablando de manera general, los entusiastas estaban ampliando el significado de «inalcanzable» desde «no-tocados» hasta [123] «no-transformados». La simple transmisión del mensaje ya no era suficiente; más bien, los evangelistas deberían continuar dirigiéndose a un grupo aunque éste hubiese rechazado al cristianismo.

A pesar de los equívocos, la mayoría de las misiones adoptaron la lógica de los pueblos escondidos. Su característica más fascinante era la forma en la que expandían la necesidad de sus servicios. En cuanto al cargo de inventar justificaciones para dejar a un lado a iglesias tercermundistas que no quisieron colaborar, los ideólogos del movimiento no se disculpaban. En 1979, el Centro de Investigaciones Avanzadas de Misiones afirmó que cualquier pretensión de ser la iglesia nacional, con jurisdicción sobre las nuevas iniciativas misioneras, estaba bloqueando la evangelización de cientos de pueblos no-alcanzados.{79}

Como política, las Asambleas de Dios se rehusaban a «sucumbir... frente a intereses nacionalistas, los mismos que impedirían cumplir con la Gran Comisión». Peter Wagner desacreditó la «hipersensibilidad hacia... el nacionalismo eclesiástico».{80} Era verdad que algunas de las denominaciones protestantes más establecidas no eran evangelistas vigorosas. Así como la estructura católico-romana había sofocado la autonomía de las dependencias locales durante siglos, señaló Willian Burrows, el someterse a la elite protestante en las capitales latinoamericanas podría ahogar la evangelización de las bases. Los críticos evangélicos de las misiones norteamericanas ¿deseaban en realidad la autoridad centralizada en lugar del evangelismo independiente?{81}

No obstante, para los evangélicos preocupados por la influencia estadounidense y por el surgimiento de la derecha religiosa, era fácil adivinar motivos políticos dentro de las agencias paraeclesiales. ¿Qué tal si estaban contribuyendo menos para el crecimiento de la iglesia que lo que obtenían de ésta, utilizando los logros de los cristianos del Tercer Mundo para obtener dinero en los Estados Unidos, luego gastarlo para subordinar a aquellos mismos cristianos para sus propios planes? Tal vez estaban tratando de socavar los niveles intermedios de liderazgo y de reemplazarlos con los suyos, para establecer un control directo de los evangélicos latinoamericanos a través de personalidades de la farándula, como los televangelistas.{82} Al aplicarla a algunas de las misiones más [124] antiguas y más cautas, esta clase de especulación parecía paranoica e injusta, hasta que la llegada de la derecha religiosa pareció confirmarla.

Notas

{72} Entrevista del autor, Quito, 15 de mayo de 1985.

{73} Al Hatch, «What's Coming in the Light of Current Money Squeeze», Pulse, abril de 1983, pp. 2-4.

{74} Samuel y Sugden 1983.

{75} Reapsome 1984.

{76} El ejemplar de enero de 1985 de Missiology se dedica a esta pregunta.

{77} Alan Neely, reseña de Wagner 1983, International Bulletin of Missionary Research, julio de 1985, pp. 133-134.

{78} Wagner y Dayton 1981: 27. Dayton y Wilson 1983: 33.

{79} Citado por Samuel y Sugden 1983: 152.

{80} Wagner 1973: 97, 114.

{81} William R. Burrows, en Samuel y Sugden 1983: 156.

{82} George Pixley, citado en Mondragón 1983: 158-162.

 

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