David Stoll, ¿América Latina se vuelve protestante? Las políticas del crecimiento evangélico
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Soldados de Cristo

Hace cincuenta años, mientras los fundamentalistas reñían entre sí al margen de la vida norteamericana, habría sido difícil preveer su fuerza actual en el campo misionero. Pero a finales de los años cuarenta, una generación de fundamentalistas jóvenes marchó al exterior con el fin de ganar el mundo para Cristo. Muchos eran veteranos militares, en una ola de interés misionero que se remonta a los avivamientos de la Segunda Guerra Mundial. Muchos estaban inspirados por una organización llamada Juventud para Cristo. Joel Carpenter ha señalado que, en una época de catarsis nacional, los evangelistas de Juventud para Cristo tomaron las técnicas y las imágenes de la cultura de consumo para dar publicidad a la religión fundamentalista entre una audiencia mayor.

Billy Graham salió de Juventud para Cristo, al igual que los fundadores de otras misiones conocidas. Simbólicamente, estos hombres transformaron a la guerra contra el fascismo en una campaña para evangelizar al mundo.{7} Un resultado fue el idioma paramilitar –«cabezas de playa», «invasiones», «avances»– las cuales todavía son utilizadas por muchas misiones. Otro resultado fue una identificación defensiva con los Estados Unidos, en contraste con la actitud cuestionadora desplegada por muchos misioneros de las décadas de 1920 y 1930 hacia los intereses norteamericanos.{8} A medida que los evangélicos luchaban por unirse nuevamente a la sociedad norteamericana, abrazaban el nuevo papel de su país como potencia mundial.

Identificarse con la potencia norteamericana podía, por supuesto, atraer neófitos. Pero en una era de descolonización, esto también volvía [93] a las misiones más vulnerables al nacionalismo del Tercer Mundo. Hacia el final de la Guerra de Vietnam, aún los conservadores empezaron a sentir que estaban quedándose atrás de los tiempos. Un creciente número de países –sesenta y siete de acuerdo a un censo de 1980– no permitía la entrada de misioneros o restringía sus actividades.{9} Incluso fuertes aliados de los Estados Unidos, como Taiwán e Israel, estaban ocasionando problemas. No obstante, los gobiernos desconfiados era menos problema que los neófitos inquietos. Muchos misioneros evangélicos no estaban preparados para aceptar la descolonización eclesial; permanecían profundamente involucrados en la administración de las iglesias, las cuales, de acuerdo a su punto de vista, todavía no tenían la madurez suficiente para su independencia. A pesar de su intención de quitarse el trabajo de encima, no delegaban sus funciones en las personas a quienes habían entrenado. De los conflictos resultantes, los más frecuentes eran sobre la inmensa brecha en la remuneración entre los misioneros y los pastores nacionales.{10} Para los misioneros que habían idealizado su trabajo, las disputas sobre dinero eran una completa desilusión.

No menos dolorosa era la esterilidad de tantos esfuerzos misioneros. El fracaso en fundar iglesias florecientes era la regla, no la excepción. Por cada victoria publicitada entre los patrocinadores norteamericanos, existían otras misiones locales en las que poco o nada se había logrado. Las cosechas espirituales estaban llenas de mala hierba –interpretaciones nativas inaceptables de la doctrina– ya que la gente había asimilado solo unas partes y trozos de la enseñanza misionera dentro de su propio sistema de creencia. En lugar de conquistar a continentes para Cristo, muchos misioneros se habían atado al servicio de pequeños enclaves de clientes. Las campañas para la evangelización del mundo habían degenerado en insignificantes sistemas de paternalismo. En donde se estaban convirtiendo numerosos grupos de personas, generalmente, era bajo los auspicios de las iglesias nacionales, las mismas que tendían a ser pentecostales, difíciles de aceptar teológicamente por la mayoría de los misioneros evangélicos. A juzgar por los lugares en donde las iglesias tenían un mayor crecimiento, parecería que la receta para el éxito era la partida de los misioneros.

Luego se dio la pérdida de entusiasmo misionero entre el público evangélico norteamericano. Los evangélicos afirmaban que el [94] liberalismo teológico tenía la culpa, pero el entusiasmo por las carreras misioneras disminuía incluso entre su propia juventud. En la convención de la Inter-Varsity Christian Fellowship (Fraternidad Cristiana Interuniversitaria), la reunión tradicional para los estudiantes universitarios que se dirigían hacia las misiones, existía menos entusiasmo por la ganancia de las almas que por el cambio social.{11} En la convención de 1970, los activistas jóvenes denunciaron el racismo de sus iglesias y el militarismo de su país.{12} El porcentaje de convencionistas que se comprometían a servir en el extranjero declinó hasta el 8%.{13} A pesar de que la fuerza misionera continuó creciendo en los años sesenta y setenta, el apoyo de sectores clave parecía estar estancado.

Notas

{7} Joel A. Carpenter, «From Fundamentalism to the New Evangelical Coalition», en Marsden 1984: 15, y «The Parachurch Vision», Christianity Today, 8 de noviembre de 1985, pp. 44-47.

{8} Un ejemplo es la carrera temprana del fundador del Instituto Lingüístico de Verano, William Cameron Townsend (Stoll 1982: 69-70). Otro es el pionero presbiteriano en Guatemala, Edward Haymaker (Scotchmer 1985), así como Paul Burgess, un misionero presbiteriano posterior en el mismo país, cuya carrera ha sido descrita por su nieta (Dahlquist 1985).

{9} Barrett 1982: 17.

{10} Cf. Hatch 1981.

{11} Peter Wagner, «The Greatest Church Growth is Beyond Our Own Shores», Christianity Today, 18 de mayo de 1984, pp. 25-31.

{12} Quebedeaux 1978: 83.

{13} «Urbana '84: Biggest and Best Yet», Mission Frontiers (Pasadena, California: U.S. Center for World Mission), enero-marzo de 1985, p. 19.

 

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