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El Catoblepas, número 58, diciembre 2006
  El Catoblepasnúmero 58 • diciembre 2006 • página 18
Libros

Dos visiones de Stroessner

José Manuel Rodríguez Pardo

Con motivo del fallecimiento del dictador paraguayo, se reseñan y comparan dos libros homónimos dedicados a glosar su vida y obra: Sindulfo Pérez Moreno y Carlos Meo, Stroessner, Edición Latinoamericana, Asunción 1980 y Aníbal Miranda, Stroessner, Miranda y Asociados, Asunción 2004

El dictador paraguayo Stroessner durante una visita oficial a España, flanqueado por el dictador Franco y su señora, Carmen Polo, y por la Princesa Sofía de Grecia y el sucesor en la Jefatura del Estado, a título de Rey, el Príncipe de España, Juan Carlos de Borbón

El 16 de Agosto de 2006 fallecía en su exilio brasileño Alfredo Stroessner Matiauda, quien fuera el presidente de mayor duración de Paraguay desde el golpe que depuso a Federico Chávez en 1954 hasta el golpe de estado que le depuso a él en 1989, oficiado por su consuegro y hombre de confianza, el general Andrés Rodríguez. No era de extrañar que dictador de tan peculiares características –aun siendo casi desconocido fuera de su país y los limítrofes–, verdadero político de raza que se aferró a su puesto con ahínco, recibiera la atención de numerosas obras ya incluso durante su ejercicio del poder. Glosaremos aquí, coincidiendo con el reciente fallecimiento del político, dos que destacan por ser una el contrapunto de la otra: la primera escrita cuando aún ostentaba su poder y colmada de alabanzas, y la segunda publicada cuando ya habían transcurrido tres lustros desde el fin de su régimen, basada en archivos y testimonios contemporáneos y ofrecida en fascículos. Bien es cierto que ambos autores no han sido muy originales a la hora de titular sus obras, pero no puede decirse lo mismo sobre los contenidos de las mismas.

Sindulfo Pérez Moreno y Carlos Meo, StroessnerAníbal Miranda, Stroessner

El primer libro, como decimos, pertenece al género del panegírico, es decir, es una alabanza en toda regla al Presidente Alfredo Stroessner, que tiene el interés añadido de ser realizada desde un punto de vista filosófico. El de una filosofía espiritualista y metafísica, como veremos, pero ello no obsta siempre que se someta a la correspondiente crítica, como es nuestro caso.

El libro, publicado en un volumen único que unifica los tres tomos que lo componían inicialmente, es obra del General de Brigada Sindulfo Pérez Moreno y el Doctor en Filosofía Carlos Meo, quienes tratan distintos aspectos de la vida y obra del general. Como señala Juan Manuel Frutos –hijo del que fuera presidente de Paraguay desde las filas del Partido Colorado en 1948– en el prólogo al Primer Tomo, publicado en 1972, «sus autores, el General de Brigada (S. R.) Sindulfo Pérez Moreno y el Dr. Carlos Meo han escrito la más completa y mejor obra que se conoce hasta el presente sobre Stroessner forjador de la Paz y del progreso de su Patria», cuyas «virtudes y realizaciones valen para el Paraguay y valen para los pueblos de todo el Continente Americano» (pág. 12).

El Primer Tomo analiza la faceta de estadista de Stroessner con capítulos tan expresivos como el primero, «Stroessner en la Filosofía del Poder». Asientan sus bases teóricas los autores hablando del paso de los cazadores y recolectores a los Estados, la revolución agrícola-pecuaria, que permite al hombre entender, con el avance de la civilización, la existencia de Dios como creador del universo (págs. 25 y ss.). Los autores mantienen asimismo una Filosofía de la Historia de corte hegeliana, pues tras hablar de la hegemonía de Esparta y Atenas en la civilización helénica y llegar al Imperio Romano, al hablar del final de la Pax Romana señalan que se pasa a una época de oscurantismo, época en la que la razón según Hegel se había extrañado: «Su decadencia y caída [la de la Pax Romana] dan origen a otro período de mil años que se distingue por su obscurantismo filosófico, para desembocar, por último, con el Renacimiento, a la Nación-Estado, donde mejor se realiza una singular combinación de los Ideales Filosóficos con la Política y la Geografía» (pág. 33). Esto es lo que lleva a los autores a concluir que «De ahí que la libertad de la Humanidad en su expresión más amplia, está directamente condicionada y relacionada al desarrollo de niveles de poder siempre más y más altos» (pág. 37).

Semejantes posiciones filosóficas son utilizadas por Meo y Pérez Moreno para estudiar la Historia de Paraguay. Concretamente, en este primer tomo hablan de inicio acerca del Mariscal López, fallecido durante la Guerra de la Triple Alianza que llevó al país a la ruina y desolación total: «El sacrificio de Francisco Solano López y de las generaciones que con él se sepultaron, demuestra entonces la expresión máxima del Poder de una Raza que lucha y muere por una causa bella y justa: una causa profundamente filosófica porque el sacrificio fue por la razón misma de la existencia nacional» (pág. 43). Así, Stroessner se iguala a este personaje histórico porque salvaguarda los objetivos vitales orientados por instancias supremas. El hombre se considera, dentro de este vitalismo, como la unidad biológica y espiritual del Estado (pág. 65), cuyo destino (en el sentido heideggeriano), sólo puede ser desentrañado por los grandes estadistas, ya sea el propio López, Bernardino Caballero como fundador del Partido Colorado o Asociación Nacional Republicana en 1887 y Alfredo Stroessner como forjador de la unidad del partido, ambos seres superiores capaces de entender el pasado y ejecutar la acción política: «Pero, el conocimiento memorizado y narrativo de la Historia no es la única exigencia de la Política lo que en realidad afirmamos y sostenemos es que existen Hombres superiores, cuyas inteligencias privilegiadas les permite penetrar profundamente en la esencia misma de las cosas ocurridas en el pasado, para descifrar sus causas y sus efectos y traer estas causas y efectos hasta el presente, para integrarlos con su acción política» (pág. 73).

Curiosa resulta la referencia a la doctrina nazi realizada en la página 115, usando varios conceptos de la Geopolítica, como el Heartland, literalmente la «Tierra-Adentro», a la que los nazis le daban el significado de Lebensraum{1} o «Espacio Vital», caracterizado en esta ocasión como «Espacio Vital del Paraguay». En dicha página se dice que Stroessner eleva la concepción de espacio a la de tiempo, haciendo referencia a dicho Espacio Vital como si la raza guaraní se equiparase a la raza aria germana. No menos curioso resulta que la bibliografía utilizada para documentar y orientar la obra incluye a Augusto Pinochet y su libro Geopolítica, así como las Memorias del mariscal alemán Rommel, junto a clásicos como Platón, Aristóteles, Maquiavelo o Clausewitz, un panorama clásico mezclado con autores germanos y otros en boga durante la Guerra Fría ciertamente significativo.

Siendo Stroessner ante todo un militar, no podía faltar su semblanza como miembro del ejército, realizada en el Capítulo Cuarto de este primer tomo, «Stroessner en la Profesión Militar». Así, se realiza el inevitable enaltecimiento de la guerra como algo necesario, como el estado natural de la humanidad o el juicio de la Historia en el sentido hegeliano: según los autores del libro, en 6.560 años de vida de la Humanidad, sólo en 292 no hubo guerra (pág. 142). Pero una cosa es que la guerra sea una forma de continuación de la política, y otra que la guerra sea un estado normal y propio de una Historia perfecta y totalmente determinada. Sin embargo, la Historia Universal dista de estar cerrada y en ella se ven situaciones infectas, donde la provocación o evitación de conflictos dependen de decisiones prudenciales: ¿por qué exaltar la Guerra de la Triple Alianza propugnada por el Mariscal López cuando fue una locura imprudente y suicida que llevó a Paraguay casi a desaparecer? La doctrina espiritualista que sirve de base a este libro se muestra incapaz de explicar la Historia Universal y la génesis de los conflictos.

El Tomo Segundo es prologado por Sabino Augusto Montanaro, Ministro del Interior paraguayo en 1975, quien señala en el texto que «Stroessner llegó a la cúspide del poder político impulsado por el talento con el que nacen los predestinados. Cubierto de gloria luego de los duros años de la sangrienta guerra del Chaco, aquel joven militar que jamás conoció el miedo, estaba llamado por el destino a superar con patriotismo, sabiduría y criterio los inciertos años de la post-guerra para pasar más tarde a convertirse en el adalid de la paz y el más firme sostenedor de las Instituciones democráticas» (págs. 244-245).

En este tomo, dedicado a analizar el papel de «Stroessner y su Línea Política dentro de los Postulados del Partido Colorado», como reza su Capítulo Único, se ensalza la condición de Stroessner como soldado en la Guerra del Chaco entre Paraguay y Bolivia (1932-1935) y su forja como ser superior (en un sentido nietzscheano), añadido a figuras históricas como Bernardino Caballero, fundador del Partido Colorado, los próceres Carlos Antonio López y su hijo el Mariscal Francisco Solano López, y sobre todo el Doctor Gaspar Rodríguez de Francia, el precursor del integracionismo americano ya en la declaración de independencia de 1811 (págs. 254 y ss.). Asimismo, como todo ser superior, unificador del Partido Colorado, Stroessner realiza en sus razonamientos un curioso esquema psicológico: Sentidos-Percepción-Voluntad-Necesidades-Impulsos-Energía Psíquica-Impulso Patriótico (págs. 289-290). En la línea de la exaltación de la guerra en el Primer Tomo, se analiza la Guerra del Chaco, considerada producto de la deficiencia de la señalización de fronteras, al tiempo que se señala, citando a Federico Ratzel, que «Toda Frontera es Consecuencia de un Acto de Fuerza» (pág. 319).

Dada la época de enfrentamiento entre Estados Unidos y la Unión Soviética que se vivía entonces, no podía faltar el típico antimarxismo propio de la Guerra Fría en esta obra, afirmándose que «La filosofía marxista es incompatible con el concepto de verdad; y esa incompatibilidad radica en que el marxismo rechaza el principio de identidad, de no contradicción; y por tanto, para la filosofía marxista cualquier afirmación es verdad y no es verdad al mismo tiempo», así como que el marxismo es un relativismo absoluto basado en la propaganda y la mentira (pág. 379). Antimarxismo que se manifiesta ciertamente pueril, como el de todo espiritualista que reniega del materialismo histórico por poner en contexto las distintas formas de pensamiento en los condicionantes históricos y sociales en que se originan, mientras que idealistas como los autores de este libro hablan de principios unívocos y absolutos, al margen de cualquier situación histórica, en un caso ejemplar de implantación gnóstica de la conciencia filosófica, donde el principio de identidad o el de no contradicción serían considerados como intemporales y eternos.

El Tercer y último Tomo, sin una fecha definida, está dedicado a valorar la importancia histórica de Stroessner en base a la teoría de las generaciones de Ortega y Gasset. Es prologado por el General César Barrientos, Ministro de Hacienda por aquella época, quien señala que

«la hipótesis de este trabajo biográfico tiene un punto de partida: LA FECHA DE NACIMIENTO DEL ESCLARECIDO ESTADISTA, O SEA EL 3 DE NOVIEMBRE DE 1912. Con este dato preciso y concreto en sus manos, los autores comienzan a movilizarla teoría filosófica de Ortega y Gasset sobre las generaciones y la aplican al Paraguay, detectando con ello, con una incuestionable exactitud, en primer lugar la estructura de cada generación paraguaya, luego la serie total de nuestras generaciones, después como se encuentra dentro de esta serie total una GENERACIÓN DECISIVA de un período dado y al Hombre CREADOR E INNOVADOR que se erige en el EPÓNIMO de ella, es decir el Hombre que da el nombre a dicha GENERACIÓN DECISIVA, y por último como una GENERACIÓN, cuando es verdaderamente DECISIVA, crea, conducida por su EPÓNIMO, una ÉPOCA CUMULATIVA, o sea una especial coyuntura histórica en la que las nuevas generaciones se sienten fuertemente ligadas y solidarias con los CAMBIOS RADICALES, EVIDENTES E INCUESTIONABLES realizados por la GENERACIÓN DECISIVA» (págs. 422-423).

En su Capítulo Único, titulado «Stroessner: 'Epónimo de su Generación...'» (págs. 427 y ss.), los autores entroncan a Stroessner en la Historia del Paraguay utilizando una peculiar teoría de las generaciones inspirada en la formulada por Ortega y Gasset, así como en la interminable y farragosa tabla que compuso para la ocasión su discípulo Julián Marías con posterioridad. En varios cuadros de fechas, y poniendo siempre los quince años de rigor que separan las distintas generaciones según Ortega, se comienza como referencia principal el año 1912, generación que siguiendo la «Ley del Automatismo Matemático» (resta de quince años) coincide con la 1792 (nacimiento de Carlos Antonio López, padre del Mariscal de la Guerra de 1870 y adalid de la generación de 1785-1799), con la de 1762 (nacimiento del Doctor Francia), con 1717, año de la revolución comunera que organizaron los criollos en el territorio Paracuaria contra el Rey de España, para desembocar en el año 1537, fecha de la fundación de Asunción y de la formación de la «raza paraguaya» de mestizos a partir de las políticas poligámicas de Domingo Martínez de Irala, culminando el retroceso en 1492, fecha del descubrimiento de América, con lo que presuntamente Stroessner se situaría en una línea del tiempo decisiva no sólo para Paraguay sino para toda América, siendo así el estadista principal del continente.

Sin embargo, aun siendo importante esa pretensión de unidad del continente americano en torno a hombres como Francia o el propio Stroessner, esta reconstrucción histórica y filosófica realizada a partir de la teoría de las generaciones orteguianas no hace sino demostrar el nulo valor de dicha teoría. En primer lugar, por las propias limitaciones de la filosofía orteguiana. Esta teoría de las generaciones no permite explicar la influencia que un autor determinado produce a lo largo de su vida sobre los demás, puesto que Ortega reconoce que la influencia de un autor sobre los demás se produce entre los cuarenta y cinco y los sesenta años, pasando al ostracismo de ahí en adelante. Asimismo, la recepción de esa influencia la reciben quienes se encuentran en la edad comprendida entre los treinta y cuarenta y cinco años, es decir, la generación anterior. ¿Qué hacer entonces con quienes aún siguen manteniendo influencias sobre otros y ya han superado las seis décadas de vida?

En definitiva, el problema de la teoría de las generaciones es su formalismo: independientemente de los contenidos impartidos o recibidos por una u otra generación, estas generaciones se suceden de forma rítmica y mecánica («Ley del Automatismo Matemático» de los quince años). De ahí que ya se hayan ensayado otros criterios mucho más objetivos respecto a otros sistemas filosóficos, como en el caso del materialismo filosófico, donde se propone como periodización las décadas y no las generaciones (ver el artículo de Sharon Calderón «El Congreso de Murcia y las oleadas del materialismo filosófico»).

En segundo lugar, un defecto de utilización de los propios autores, ligado estrechamente a las características de la propia teoría: Meo y Pérez Moreno mezclan en su periodización tanto fechas de nacimientos escogidas por ellos con fechas objetivas de la Historia (susceptibles de ser interpretadas desde la perspectiva de las décadas): la fecha de nacimiento de Stroessner se incluye como paradigma de una generación. Pero, ¿a qué generación pertenece la revolución de los comuneros de 1717? Propiamente no nació nadie ahí, sino que se produjo un acontecimiento histórico, la rebelión contra la Monarquía Hispánica que muchos consideran un anticipo de la independencia. En correspondencia, y siendo generosos con los autores, habría que ver la influencia de este hecho o esta generación sobre personas posteriores, antes que sobre la «generación decisiva» de 1762, algo que ni siquiera abordan. Lo mismo pero con mayor motivo cabría decir de la fecha de 1492. ¿Qué generación paraguaya se forjó cuando Colón llegó a la isla caribeña de San Salvador?

De hecho, los autores llegan al extremo de señalar la fecha de 1942, treinta años después de su nacimiento, para demostrar la validez de su teoría. El motivo es que en ella Stroessner comenzaría a demostrar un «espíritu innovador» (pág. 531) en el uso del arma de artillería, en la que hizo carrera como oficial tras la Guerra del Chaco, siendo comparado incluso con Clausewitz y otros grandes estrategas. Pero aquí queda en evidencia nuevamente la principal falla de la teoría, que no es otra que su formalismo: ¿por qué equiparar la fundación de la ciudad de Asunción al estallido de una revuelta o a la fecha de nacimiento de una persona en principio no más importante que cualquier otra? ¿Por qué además sumergir en algo tan genérico como las generaciones biológicas profesiones y saberes en principio heterogéneos como la política o la profesión militar? Además, si los autores fueran coherentes con sus propias palabras, hubieran jubilado a Stroessner, dado que en 1980 contaba ya con 68 años de edad, ocho años por encima de la época que Ortega supone de influencia. Por último, ¿qué criterio existe para determinar estas periodizaciones? Parece que cada autor lo realiza a su modo. De hecho, en el Averiguador del Proyecto Filosofía en español se ha ensayado otra periodización inspirada en la de Julián Marías en España que efectivamente es distinta a la que de forma interesada formulan los autores de esta obra.

En definitiva, el panegírico a Stroessner, realizado desde el punto de vista de la filosofía idealista tan en boga hasta entonces y que desembocó en el nazismo (quizás traída a tierras paraguayas por alguno de los antiguos agentes nazis que circularon por Asunción durante la Guerra Fría), junto a interesantes refluencias de los clásicos filosóficos y con referencias a autores de mayor actualidad y extravagancia (caso de Pinochet), le presenta como ser superior, auténtico estadista digno del mayor crédito y héroe de la Historia, aun a costa de contradecir sus propias coordenadas. Se trata de un libro que en su contexto bien pudo producir admiración pero que hoy día sería visto como anacrónico, pese a su indudable interés filosófico. Interés que desde luego no negamos sino que incorporamos a la crítica correspondiente.

* * *

El segundo libro que aquí reseñamos es obra de Aníbal Miranda (1949-2006), autor curiosamente fallecido meses antes que el político de quien realiza la biografía. Su muerte se produjo en extrañas circunstancias: presuntamente se suicidó en su domicilio cortándose las venas con una cuchilla de afeitar, extraño final para un hombre que tenía con fines claros e inmediatos para su vida, que no eran otros que dar al público nuevas obras sobre la Historia reciente de su país y de las intervenciones de la CIA en su política y en la Operación Condor en general, lo que probablemente constituya el verdadero motivo de su muerte.

Esta segunda obra pertenece al género de «historiografía del presente», que puede comprometer (y de qué manera) al autor seriamente al tratar temas y personajes que aún siguen actuando a día de hoy. Este libro, al igual que otros anteriores, prosigue la línea trazada anteriormente en Dossier Paraguay. Los dueños de grandes fortunas. Publicado por el diario Última Hora en una serie de cincuenta fascículos, analiza cuatro aspectos de quien fue el hombre fuerte de Paraguay durante treinta y cinco años (1954-1989): su biografía particular desde su nacimiento y formación como militar y su experiencia en la Guerra del Chaco contra Bolivia (1932–1935) y en la guerra interna de 1947; su papel como político y sus actividades de propaganda, dentro del contexto de la Guerra Fría; las operaciones sucias y de contrabando realizadas bajo su mandato, casi siempre como apoyo y beneficio del tráfico de mercancías; y finalmente sus nexos y privilegios con mandatarios de todo tipo, principalmente norteamericanos y brasileños.

La infancia de Stroessner transcurrió en un país que estaba poco a poco levantando la cabeza tras su virtual destrucción en la guerra de 1870. En 1912 contaba con no más de 700.000 habitantes, cifra considerable respecto a los 200.000 que habían sobrevivido tras la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870), y conseguida en parte gracias a la inmigración europea, sobre todo italianos y alemanes. Precisamente el padre de Stroessner, Hugo, era un emigrante alemán casado con la paraguaya Heriberta Matiauda y dedicado al pluriempleo, ya fueran lecciones de matemáticas, contabilidad de empresas o destilación casera de cerveza (que le haría recaer en el alcoholismo) en la ciudad de Encarnación, fronteriza con Argentina.

En una zona de amplio comercio y con los ecos de los golpes de estado en el país, el joven Alfredo Stroessner habría forjado su carácter posterior en ese ambiente de violencia e inseguridad, en una explicación psicologista verdaderamente decepcionante que el propio Miranda reiterará más veces en su libro: «La visión lo condujo a ser un alumno ejemplar porque la grandeza siempre lleva consigo lo inigualado, lo más alto y excelso. Instintivamente o forzado por su propio impulso se dio a trabajar como ninguno hasta ser el más aplicado y puntual, el mejor de la clase. [...] Se inserta como personaje en ellas, sueña y les otorga una dimensión real, se identifica con alguien y quiere emularlo sea éste un santo, un guerrero, un arcángel, cenicienta o blancanieves, un príncipe o una princesa. El arquetipo queda grabado en su subconsciente» (págs. 18-19).

En 1929 Don Alfredo ingresó en la Escuela Militar de Asunción y en 1932, sin completar sus cuatro años de formación, ya era oficial, forjándose como militar en la Guerra del Chaco contra Bolivia, donde protagonizó una deserción a la desesperada (él y sus compañeros de unidad quedaron atrapados bajo fuego enemigo, por lo que el riesgo de ser abatidos era muy grande), abandonando su puesto de artillero y con él su armamento y munición –situación perfectamente comprensible y que los panegiristas de Stroessner en el anterior libro obvian para presentar un tipo humano perfecto–. No obstante, al no cesar las acciones, el incidente no se consideró deserción, y bajo las órdenes del Mariscal Estigarribia se mantuvo en todos los combates de su unidad, demostrando ser buen soldado y comando. Allí Stroessner forjaría estrechos lazos con quienes fueron sus compañeros hasta la vejez: César Barrientos, Alcibíades Brítez, Nicolás Bo, &c., con quienes trabó fuertes relaciones políticas y de negocio. Incluso a raíz de su heroísmo en el conflicto fue nominado para seguir instrucción superior en Brasil con apenas 28 años, ascendiendo a teniente coronel en 1945.

En 1947, cuando un golpe de febreristas (partido fundado en 1936 por el coronel Franco, héroe de la Guerra del Chaco), comunistas y liberales intentó evitar la agresiva campaña de coloradización de las Fuerzas Armadas, Stroessner tomó partido por los Colorados con su regimiento de Paraguarí junto a Morínigo, salvando el sitio de Asunción. Las tropas de Concepción y del Chaco, sublevadas por jefes de inclinación febrerista y liberales, fueron frenadas por Stroessner. «El papel que desempeñó Stroessner en aquel conflicto fue muy importante. De hecho decidió el curso del mismo. A la cabeza de sus artilleros, la mayoría de cuyos oficiales tenía experiencia de combate por haber peleado en el Chaco, desequilibró la balanza a favor del Gobierno –y de Morínigo» (pág. 34). Héroe coronado contra la coalición liberal, febrerista y comunista, Morínigo y sus seguidores le colmaron de alabanzas. La unión de Partido Colorado y fuerzas armadas fue ya un hecho. General de brigada en 1949 y general de división en 1951, Stroessner comenzó a conspirar para derrotar a Federico Chaves, a quien derrotó finalmente en un traspaso de poderes producto del arreglo entre las facciones del Partido Colorado:

«En el seno partidario, sin embargo, las aguas continuaron inquietas. Una puja entre caudillos Colorados, con repercusión en la milicia, dio la oportunidad a Stroessner para forzar el relevo de Chaves –y prevenir que Méndez Fleitas se le adelantara. Intensas negociaciones tuvieron lugar entre el 5 y el 8 de mayo 1954 entre mandos militares y cúpula partidaria. [...] Tanto por la medida como por los persuasivos argumentos de Méndez Fleitas, se arribó a un arreglo de caballeros. Fue nombrado para una breve transición el arquitecto Tomás Romero Pereira, presidente de la Junta de Gobierno, y como candidato oficial a las elecciones Alfredo Stroessner. La votación por un solo candidato, para llenar las formas nada más, transcurrió en total calma bajo estrictas medidas de seguridad.

El 15 de agosto de 1954 asumió el ganador» (págs. 117-118).

Una vez con el poder en sus manos, Stroessner anuló toda oposición interna y fue reelegido ocho veces consecutivas desde 1958 hasta 1988, aspecto sin duda fundamental, muy por encima del gran espacio que Miranda dedica a glosar la vida afectiva de Stroessner, incluyendo sus numerosas amantes y las más escabrosas relaciones con niñas del general y sus colaboradores bien documentadas, amén de los problemas de alguno de sus hijos con las drogas. Todos estos detalles sin duda demuestran que el general y sus familiares eran degenerados desde un punto de vista ético e incluso moral, pero eso nada nos dice de la importancia del sujeto como gobernante y menos aún de sus logros. No obstante, a pesar de sus reduccionismos psicológicos anteriores, Miranda los supera al afirmar con rotundidad:

«Con fundamento se puede afirmar que bajo Stroessner se hizo muchísimo más en lo material que durante las ocho décadas de precedentes gobiernos Colorados, Liberales, militares y de otro signo. Les superó largamente a todos ellos juntos» (pág. 87).

Bajo el lema Paz y Progreso, Stroessner realizó grandes obras públicas, como la instalación de agua corriente, construcción de planta de bombeo y depósitos en el centro y aledaños de Asunción, extensión y compactación del camino que se dirigía hacia Coronel Oviedo, creación del Banco de Fomento que asumió y estabilizó la deuda externa, servicio de energía eléctrica, formación de empresas cementeras y plantas siderúrgicas, red de hospitales, clínicas y puestos sanitarios proveídos por el Ministerio de Salud e IPS (Instituto de Previsión Social), &c. Todo ello coronado por dos gigantescas obras en lo arquitectónico y lo económico: las represas binacionales de Itaipú y Yacyretá, la primera de ellas la mayor del planeta.

En lo político, Stroessner consiguió la unidad del Partido Colorado, con la consiguiente desaparición de la inestabilidad política que le había caracterizado hasta entonces: lo convirtió en el aparato del estado y, por medio de la inclusión en el gobierno de militares como su amigo y compañero de campaña César Barrientos, la ANR y el ejército tuvieron una comunicación fluida: «Entre lo que se tenía en 1954 y lo que dejó aquella dictadura a principios de 1989 se nota una amplísima y fundamental distancia cuantitativa. Se nota asimismo que a diferencia de lo anterior, la estabilidad política fue la regla. Hubo ciertamente un precio que pagar y unos beneficios repartidos pródigamente por un extremo, estrechamente y con dificultad por el otro. Como el embudo» (págs. 89-90).

Todo ello se coronó con una aparente democracia pluralista (las elecciones realmente estaban trucadas) y supuesta libertad de partidos por medio de la Constitución de 1967, la Ley Electoral de 1968 y la colaboración y complicidad del otro partido tradicional, el Liberal, que permitía al Paraguay aparentar algo muy distinto a lo que eran las distintas dictaduras que se fueron formando en Hispanoamérica durante la Guerra Fría:

«Así como puso en pie una estructura y un aparato, Stroessner no dejó librado al azar la parte legal. Habiendo instituciones y autoridades, algún papel le cupo a la ley. Cuidadoso siempre de los formalismos, la utilizó para recubrir como un ornamento todo lo que fuera sucio, feo e ilegal de su régimen. Al mismo tiempo se sirvió de ella para dar una imagen de legitimidad a lo que hacía en representación del Estado, independientemente que el hecho en sí fuera criminal o violentara la Constitución y las leyes. Existía una jerarquía para su aplicación no por la prelación sino por el grado de cercanía de las personas al dictador y el poder delegado que éste les asignara. Lo que él ordenaba era ley» (pág. 93).

En definitiva, lo que importaba era el mbareté (fuerza, autoridad).

En esta parte de su relato, Miranda vuelve a caer en una explicación psicológica de tipo freudiana, al clasificar a Stroessner dentro del calificativo de criminal múltiple: «El criminal múltiple es aquel que no se encasilla en tipificación única de los hechos penalmente sancionados, sino que va incurriendo en la medida de la impunidad que lo rodea en tantos actos contra la ley como él mismo se permita. Puede ser un asesino que en otras oportunidades roba y lava dinero, que secuestra en complicidad con terceros armados, saquea la casa de su víctima, toma de rehén y tortura a los hijos para que nunca ninguno de ellos pueda vengarse» (pág. 102). Incluso llega a atribuir a sus frustraciones biográficas la violencia y represión posterior, añadiendo «además un complejo de humillación reprimido de aquel día que dejó abandonado su puesto en Boquerón, cuando huyó en pánico ante el vendaval de la poderosa artillería enemiga. Tuvo que soportar adicionalmente la burla de sus amigos por haber huido como conejo cuando falló el alzamiento contra Natalicio en 1948» (pág. 103).

Pero esta explicación es nuevamente decepcionante, porque ni el reduccionismo psicológico explica la conducta de Stroessner (algo impropio de un análisis riguroso de Historia), ni tampoco pueden considerarse ilegalidad sus acciones. ¿Desde qué instancia superior al propio Stroessner cabe juzgar sus acciones como justas o injustas? De hecho, los paraguayos aceptaron lo sucedido de manera cómplice y sumisa, tanto implícita como explícitamente: «Para cuando el número de afiliados según registros de la ANR del año 1967 llegó a los 500.000 –militares, policías, empleados públicos, mujeres que habían obtenido sus derechos políticos desde principio de aquella década, informantes, vendedores ambulantes y buscafortunas, campesinos pobres y terratenientes, pequeños, medianos y grandes comerciantes, contrabandistas y demás– la organización mafiosa se había tornado imbatible. Stroessner podía sentirse orgulloso y protegido por su portentosa obra» (pág. 111). En resumen, Stroessner podía hacer de todo mientras no pusiera en peligro el progresivo bienestar de sus súbditos.

Asimismo, la apariencia política de democracia ya señalada se culminó con la red de medios de comunicación que Stroessner fundó por medio de sus amigos de confianza: Aldo Zuccolillo, fundador de ABC, Alejandro Cáceres, director de Radio Nacional y uno de los mayores panegiristas del dictador, o el periodista Humberto Rubín en Radio Ñandutí, emisora financiada por el coronel Pablo Rojas, administrador de parte de los bienes desviados por Stroessner. Posteriormente estos medios superaron los límites de lo que toleraba el estronismo y sufrieron interferencias, suspensiones y cierres –caso de ABC en 1984– que no impidieron su reflote mediante financiación externa, sobre todo de fuentes norteamericanas.

Tampoco parece acertar Miranda al juzgar la importancia de Stroessner, a quien critica por no preparar una sucesión de su régimen: «Habida cuenta lo que era Paraguay en proporciones, población, y recursos físicos mejor comparación cabe con el nunca bien ponderado Bokassa, emperador de la República Centroafricana, un enfermo total» (pág. 117). Pero esta afirmación es ridícula, pues las cifras de población y proporciones son abstractas si no se plantean en un contexto determinado: ni siquiera las mayores represas y usinas del mundo sirven para que Paraguay a la postre tenga algo tan elemental como la iluminación nocturna. No hay que olvidar que la situación geográfica de Paraguay propició que el cuartel general de la CIA se situara en Asunción y que allí se organizara la Operación Condor y el golpe militar contra Allende, actividades que ni en sueños hubiera dirigido el servil oficial del ejército francés amigo de Giscard d´Estaign. Quizás no podamos elevar a Stroessner a los niveles que Meo o Pérez Moreno han intentado postular en su libro, pero de ahí a homologarlo a un títere de la irrisoria y caníbal política francesa en África media un abismo.

Gracias a los acuerdos con EEUU Stroessner y Paraguay obtuvieron grandes beneficios. «El 4 de mayo de 1958 el vicepresidente Richard Nixon llegó en un vuelo especial. Aquella fue la primera y hasta entonces única visita de un vicepresidente norteamericano al Paraguay (ningún presidente de aquella nación hizo visita de estado aquí). Entre sus actividades, aparte de la entrevista con Stroessner y una recepción de gala, estuvo la inauguración de las facilidades de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en el predio de la misma Embajada Americana» (pág. 281). A consecuencia de ello, por Asunción pasaron muchos agentes norteamericanos, incluyendo antiguos nazis como José Mengele (nacionalizado paraguayo), todos ellos instrumentos útiles para la Guerra Fría. De esta relación privilegiada con Estados Unidos Stroessner consiguió numerosos fondos, al tiempo que rompía relaciones con Cuba y comandaba la retórica anticomunista en la Primera Conferencia Panamericana de Panamá en 1956, convirtiéndose así en verdadero «soldado anticomunista» en el continente americano. Siguiendo la Alianza para el Progreso comandada por el presidente de Estados Unidos Lyndon Johnson, Paraguay envió tropas a Santo Domingo para frenar la rebelión cívico-castrense de 1965 en una zona caribeña donde el comunismo ya había triunfado.

Incluso la intervención en Chile tuvo gran peso llevada desde Asunción, a pesar de las tradicionales relaciones de amistad entre ambos países, producto del apoyo político y diplomático recibido de los chilenos durante la Guerra del Chaco. En la prensa respectiva jamás hubo propaganda contraria a Stroessner o hacia Allende, pero

«Silenciosa y sigilosamente, el régimen paraguayo se involucró en la intervención político-económico-militar contra el Gobierno de Chile. Su papel fue múltiple.
En primer lugar el tráfico entre Inteligencia Militar (II Departamento), Relaciones Exteriores y la estación de la CIA en Asunción con apoyo de la Embajada Paraguaya en Santiago permitió a los norteamericanos obtener y chequear información sobre alianzas y divergencias de agrupaciones políticas y sus autoridades, deliberaciones en la Presidencia de la República y el Gabinete de Ministros, posición y tratativas de los jefes de las Fuerzas Armadas, movimiento y contactos de las agrupaciones paramilitares, transferencia de activos de y hacia el exterior, comunicaciones por radio y telefónicos, gestiones de las distintas representaciones diplomáticas en Asunción y Santiago, &c. [...]
En segundo lugar y en relación a lo anterior, el canal bancario en Asunción y la Embajada Paraguaya en Santiago sirvieron para mover dinero en efectivo y de cuenta a cuenta destinado a huelgas, especialmente la de camioneros, comprar o sobornar autoridades civiles y militares, líderes políticos, de empresa, sindicales, de opinión y financiar operaciones paramilitares en Chile. [...]
En tercer lugar, el aeropuerto Presidente Stroessner quedó en los planes del Pentágono como estación de soporte logístico hacia Chile. El tráfico de aviones militares norteamericanos entre Panamá y Asunción se incrementó sustancialmente, y con él los cargamentos de equipos de comunicaciones, armas y pertrechos ingresados luego a territorio chileno en cargas menores para los complotados militares y células paramilitares ya instalados allá. Un coronel de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, William Meyer, estuvo encargado de la coordinación de tareas en el mismo aeropuerto durante las semanas previas al golpe» (págs. 302-303).

Miranda no se para en barras analizando la corrupción de la que el propio autor habló años atrás en el ya citado Dossier Paraguay. A las gigantescas obras de las centrales hidroeléctricas Ytaypú y Yacyretá siguieron las correspondientes sacas de dinero por parte de los políticos encargados de su ejecución. Y por supuesto un gran negocio de narcotráfico dirigido principalmente por el General Andrés Rodríguez y Gustavo Stroessner, hijo del dictador, de cara a posicionarse para sucederle: «Pasaban cada vez más droga y químicos por Paraguay. Estaban envueltos por un lado Andrés Rodríguez con un grupo de generales de Caballería bajo su mando, por otro lado Gustavo Stroessner con otro grupo de autoridades del Ministerio del Interior, Policía, Ministerio de Defensa y Estado Mayor General de las Fuerzas Armadas. Alrededor de ambos grupos se desarrolló la pugna por ocupar la mejor posición dentro del Partido Colorado, en preparación para la sucesión» (pág. 229). A tanto llegó el contrabando, que Paraguay registraba el más alto índice de compra de whisky, pero no para consumo interno, sino para revenderlo a otros países de la zona. De hecho,

«La economía de privilegios funcionó como un oligopolio que distorsionó cualquier atisbo de libre competencia, permitió que el ahorro en el estrato de altos ingresos se tornara sideral y que parte significativa del mismo fuera transferida libremente al exterior. No había una ley que previniera el lavado ni institución alguna que rastreara el origen de los fondos, situación que convirtió a Paraguay en plaza financiera privilegiada para blanquear dinero. Los traficantes usaban las facilidades disponibles, bancos incluidos, para sus operaciones» (pág. 243).

Pese a la oposición interna que se avecinaba, Stroessner, insiste Miranda pese a sus opiniones anteriores, fue un gran anticipador en política, lo que le mantuvo en el poder pese a varios intentos de derrocamiento: «Un jugador de ajedrez posee por experiencia la habilidad de la anticipación. [...] Stroessner cultivaba el ajedrez aparte de estar familiarizado con las matemáticas de su paso por los cursos de cálculo, tiro y balística cuando joven. Tenía la ventaja de anticipar y mediante ello ganó como ningún otro en los campos de la política y la guerra, siendo ésta para él nada más que otra forma de la primera» (pág. 81).

Sin embargo Stroessner, débil por los achaques físicos y por su avanzada edad, fue derrocado por una conspiración alentada desde Estados Unidos. Tras la presidencia de Carter, con Reagan las relaciones Washington-Asunción se volvieron fluidas, pero con posterioridad Stroessner no se avino a negociar con EEUU una transición a un nuevo régimen más acorde con el final de la Guerra Fría, cosa que sí hicieron otros como Pinochet. Ello provocó el golpe de su consuegro, el General Andrés Rodríguez, siendo Stroessner expulsado del poder. El levantamiento fue exitoso gracias a que la CIA le negó al dictador información que antes le suministraba: «En cuanto a inteligencia, la CIA cegó al blanco, es decir dejó de enviar al presidente los informes que por largo tiempo fueron constantes. Stroessner tenía como fuente principal aquellos informes, a los que siempre acudía antes de tomar las decisiones de relevo y promoción de cuadros superiores. Una serie de fricciones entre la cúpula militante y Washington a raíz de ataques al embajador Taylor habían tensionado las relaciones bilaterales de alto nivel. Antes que advertir a Stroessner, los norteamericanos colaboraron con el equipo Rodríguez y esto lo hicieron de diversas maneras –facilitando equipos de comunicación, información precisa, contactos militares. Estaban de por medio sus intereses de largo plazo» (pág. 319).

El final del estronismo, producto del final de la era de enfrentamientos EEUU-URSS, de la política de bloques propia de la Guerra Fría, pone en cuestión si Stroessner, a pesar de su inteligencia y sus logros, fue un personaje insustituible en la Historia de Paraguay como sí lo fueron otros como el Dictador Perpetuo Doctor Francia. Precisamente, cuando Miranda analiza si Stroessner fue títere, centinela o aliado, concluye de forma rotunda que:

«Stroessner no era títere de nadie. Diestro en el manejo de la política del poder (realpolitik), se agenció lo que buscaba: ayuda en dinero y pertrechos, préstamos a bajo interés y a largo plazo, apoyo político y diplomático, inversiones directas de parte de Estados Unidos y Brasil. De complemento atrajo créditos de otros países como Japón, Alemania, España, y más adelante Sudáfrica, Taiwán, Corea del Sur. Tampoco se volvió mandadero de nadie, tanto que cuando desde Washington se produjo presión contraria a lo que él tenía como “principios rectores” libró batalla en ese frente contra los gobiernos Carter y Reagan a través de su prensa, sus lugartenientes y sus huestes. No calculó bien y a la larga perdió en su enfrentamiento con el “hermano mayor” del Norte» (pág. 363).

Incluso parece que Miranda no le considera tan cruel como lo han considerado otros estudiosos que elevan a decenas de miles sus víctimas:

«Stroessner fue un genocida selectivo que prefería destruir a sus enemigos y adversarios encerrándolos por años en prisión o con detenciones en serie, mediante la tortura, la interdicción para ganarse la vida y el exilio. Mandaba asesinar como último recurso y no pasaron de dos mil las personas ejecutadas, desaparecidas o muertas directamente a consecuencia de tormentos» (pág. 6).

Por lo tanto, Stroessner es un personaje fundamental en la Historia de su país, gracias a sus treinta y cinco años de gobierno y sus numerosas acciones, mientras que quienes le derrocaron fueron simples títeres que no hicieron sino continuar la misma política estronista. El Partido Colorado siguió al frente y el Partido Liberal, que perdió en su apuesta por la influencia de Argentina en el país, aceptó la situación a cambio de recibir su parte de la corrupción. Planteados estos nexos causales, es discutible la esperanza de Miranda cuando dice que «bajo estado de derecho [Stroessner] no hubiera podido emerger como presidente de la República» (pág. 382), puesto que tal estado de derecho no dice nada de la capacidad coactiva de las leyes para frenar esos abusos de poder que denuncia Miranda. Siendo la ley auténtica el mbareté, difícilmente podría atribuirse capacidad coactiva a un derecho formal e inerte, sin nadie capaz de aplicarlo para frenar los abusos.

Sin embargo, a pesar del exilio en Brasil y posterior fallecimiento de su fundador, el régimen estronista continúa, y aparte de sus notables avances ha dejado en Paraguay una situación de privilegios y dominio de una oligarquía, situación que por desgracia caracteriza a las repúblicas hispanoamericanas, como sentencia Miranda al final de su libro: «quizás se comprenda mejor a partir de esta lectura el trasfondo y las motivaciones ulteriores de sus actos, las formas y los símbolos del poder inmenso que manejó, las circunstancias o razones que le permitieron acumular y abusar de dicho poder como lo hizo, y en qué magnitud cambió la historia de Paraguay. Quizás no haya cambiado sino nada más haya perfeccionado las miserias de la política criolla como coto de facciones y caudillos en pugna con absoluta desconsideración a leyes y reglas, ninguna limitación, practicada a espaldas de los intereses nacionales y de contramano al progreso de la sociedad» (pág. 379).

Nota

{1} «Unida a la idea de comunidad racial, iba la del Lebensraum, o espacio vital. Fue elaborada a partir de ideas conocidas hacía tiempo en Europa y, fundamentalmente, pretendía una Alemania poderosa en la Europa central y oriental que se extendería en tanto lo permitiera el poder militar. Rudolf Kjellen, un teórico político sueco, había estructurado el plan de expansión en una filosofía a la que llamó Geopolitik, nombre con el que la doctrina sería popularizada por los nazis y, en particular, por Karl Haushofer.

El elemento distintivo de la geopolitik nazi fue tomado de la obra de un geógrafo inglés, Sir H. J. Mackinder. Este había sostenido que gran parte de la historia europea podía explicarse desde categorías de presión ejercida por los habitantes de las áreas puramente continentales de la Europa oriental y Asia central sobre los pueblos costeros. Las “tierras-adentro” (Heartland), como denominaba a esta área, eran el núcleo de la “isla mundial” (World-Island), que constaba de Europa, África y Asia; a Australia y las Américas las consideraba islas exteriores. Resumía su propio argumento así: “Quien gobierna en Europa oriental, manda en la Heartland. Quien gobierna la Heartland manda en la World-Island. Quien gobierna la World-Island, manda en el Mundo”. Mackinder había abogado por una alianza con Rusia ante estadistas de la Inglaterra eduardina, pero su mensaje pareció igualmente válido para la Alemania de 1918. Resolvía el conflicto entre el énfasis prusiano oriental, cargado en el poderío de la tierra, y el énfasis de los industriales de Alemania occidental en el poderío marítimo. Ambos eran importantes, pero la expansión territorial por el este alcanzó prioridad. En la práctica, el problema era Rusia; y el problema podía ser resuelto, bien por una alianza en la que Alemania fuera parte dominante, bien por la conquista.

El apoyo pseudo-científico que se otorgó a la geopolitik, estaba en gran parte basado en el concepto de lucha. Se mantenía la idea de un proceso natural de selección que destruiría el Estado débil o no expansivo. Los Estados vigorosos realizarían su expansión de un modo natural, por lo que las fronteras estáticas apenas tenían significado; nunca pasarían de ser avanzadas de un ejército desplegado. En realidad, estos demoledores sentimientos serían usados, principalmente, como propaganda para provocar en los alemanes una “conciencia espacial”.

El razonamiento más eficaz, presente en la geopolitik, descansaba en la sutil apreciación de Hitler de la primacía del poder político sobre la prosperidad económica. El desarrollo económico, sostenía, está basado en un control político y uno y otro dependen del poderío militar». (M. J. Thornton, El Nazismo. 1918-1945. Auge y caída del Partido Nacionalsocialista Alemán, Globus, Madrid 1994, páginas 17-18.)

 

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