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El Catoblepas
  El Catoblepasnúmero 3 • mayo 2002 • página 2
Rasguños

Mundialización y Globalización

Gustavo Bueno

Se intenta determinar un criterio objetivo que permita establecer una diferencia entre los términos, usualmente confundidos, de Mundialización y Globalización.

1. He aquí dos términos de máxima actualidad que en nuestros días están en boca de todos, tanto en las bocas de los altos funcionarios, políticos o banqueros que se reúnen en edificios bien protegidos policialmente de ciudades como Seattle, Davos, Gotemburgo, Génova, como en la boca de quienes acuden a esas ciudades a las manifestaciones «anti-globalización» (o, por un modelo alternativo de globalización) o, sencillamente, se reúnen en lugares elegidos por ellos (Portobello, por ejemplo).

«Todo el mundo» –puede decirse– tienen sus propios saberes y opiniones sobre la «globalización», otras veces designada como «mundialización». Pero ocurre que estos saberes y opiniones, ya sean técnicos, científicos o ideológicos, son muy diversos. Un teólogo católico, un teólogo protestante o un ortodoxo –por no decir un musulmán, un hebreo o un confuciano– tendrá probablemente un concepto de la globalización y de la mundialización muy distinto del que pueda tener un economista tecnócrata, demócrata y agnóstico, un marxista, un «demócrata participativo», un anarquista o un humanista-indigenista.

Tendría por ello poco sentido que, por mi parte, aprovechase esta solemne ocasión para exponer mis propias opiniones sobre el particular, como si los ilustres miembros de un auditorio tan distinguido como el presente, que ya tiene sus propias opiniones formadas al respecto, necesitasen conocer con urgencia una opinión más; una opinión que, ni ellos ni yo, podríamos en ningún caso considerar como sabiduría llovida del cielo, cuya importancia o novedad justificase o exigiese su inmediata revelación.

2. Entonces ¿por qué he aceptado una tarea tan comprometida, por qué me he decidido a enfrentarme, en general, con las ideas de mundialización y de globalización? Sencillamente porque yo no voy a hablar propiamente de la globalización, ni voy a hablar de la mundialización, en sí mismas consideradas. No se alarmen. No voy, por ello a «salirme» del tema anunciado: voy a hablar de las relaciones entre estas dos Ideas.

Es evidente que para hablar de las relaciones entre los términos de un modo que no sea estrictamente algebraico es necesario tener en cuenta la materia, significado o contenido de estos términos. Sin embargo, cuando nos mantenemos estrictamente en la consideración de sus relaciones, la materia, significado o contenido de los términos globalización y mundialización, aunque no pueda ser eliminada, si puede ser «desviada» en nuestro tratamiento de su posición frontal, de suerte que en lugar de ofrecérsenos como materia directa se nos ofrezca como materia oblicua. No es lo mismo tratar en directo del punto y de la recta como elementos de la Geometría de Euclides que tratar de sus relaciones, de suerte que puedan quedar desviados, en perspectiva oblicua (y acaso definitiva, según el formalismo de Hilbert) sus supuestos contenidos absolutos.

3. Ahora bien, ocurre que tampoco existe unanimidad, consenso o acuerdo en el momento de caracterizar la naturaleza de las relaciones que ligan a los términos mundialización y globalización. Nuestra primera tarea habrá de consistir, en consecuencia, en clasificar estas opiniones (o teorías para algunos) sobre tales relaciones.

Y el criterio de clasificación más inmediato que conozco es el que pone a un lado las relaciones de identidad (esencial, sin perjuicio de diferencias accidentales o secundarias) y al otro las relaciones que dicen diferencias. Podríamos entonces distinguir dos grandes familias o grupos de opiniones o teorías al respecto.

4. En el primer grupo incluiremos a todas las opiniones o teorías que defiendan de algún modo la tesis según la cual los términos mundialización y globalización son equiparables porque dicen lo mismo en esencia y porque sus diferencias no serían tanto reales (o conceptuales) cuanto verbales («semánticas», decían ya, en casos como éste, algunos procuradores en Cortes de hace treinta años y siguen diciendo hoy algunos diputados del Parlamento democrático). Algunos teóricos de este grupo precisarán el alcance de la expresión «diferencias verbales», a través de las diferencias que puedan existir entre dos lenguas reconocidas, como puedan serlo el inglés o el español. «Globalización», dirán algunos, sería término propio de la lengua inglesa y su utilización en español, en competencia con el término «mundialización», constituiría un anglicismo que muchos puristas desearían ver borrado (así se expresó el señor Enrique V. Iglesias, Presidente del Banco Interamericano de Desarrollo en una conversación que mantuvimos en Oviedo el día en que fue nombrado «Hijo adoptivo» de la ciudad). Decir «globalización» en lugar de decir «mundialización», sería como decir «oftalmólogo» en lugar de decir «oculista». Habrá matices diferenciales, sin duda (no hay dos términos enteramente sinónimos), pero estos matices serían considerados irrelevantes cuanto a las «esencias».

Ahora bien, las teorías u opiniones incluidas en este primer grupo no nos parecen bien fundadas. Ni siquiera en virtud de las adscripciones lingüísticas que se les atribuyen («globo» y «global» son términos del español de origen tan latino como «mundo» o «mundial»). La identidad entre las ideas de globalización y mundialización sólo puede mantenerse en el supuesto (que constituye una petición de principio) de una definición estipulativa de la mundialización por la globalización o recíprocamente. Pero una tal equiparación estipulada tendría que saltar por encima de las diferencias objetivas que cabe advertir y sobre las cuales se apoyan las teorías u opiniones que incluimos en el segundo grupo.

Por tanto, si reconocemos los fundamentos como nosotros lo hacemos de las opiniones o teorías del segundo grupo, la objeción fundamental que dirigimos contra las teorías de la equiparación no puede ser otra sino la de la ignorantia elenchi.

5. Nos atendremos, por tanto, a las teorías (u opiniones) del grupo segundo, que comprende a todas aquellas que sostengan la diferencia esencial entre globalización y mundialización. Ahora bien, los criterios para establecer y valorar estas diferencias pueden ser de muy distinto orden. Tendremos pues, ante todo, que clasificar estos diferentes «órdenes».

Acaso el criterio más profundo para establecer las diferencias entre estos órdenes sea el que distinga los fundamentos que se atienen, o bien, (A) a (supuestas) diferencias de orden material (categorial podríamos decir), o bien (B) las que se atienen a diferencias de orden estructural, es decir, que tengan que ver con ideas tan generales como las de todo y parte (lo que será pertinente, en principio teniendo en cuenta que la globalización implica operaciones de totalización).

En realidad, los criterios (A) vienen a presuponer que los procesos de mundialización y los de globalización tienen la misma estructura lógico-material, por lo que sus diferencias habría que tomarlas de los campos categoriales a los cuales se aplican. De este modo, entre los criterios (A) citaríamos, como los más utilizados, los dos siguientes:

(1) La mundialización y la globalización serían procesos operatorios de la misma estructura, que se aplicarían a dos campos o fases históricas, por ejemplo, diferentes (aunque formasen parte de una misma categoría): la mundialización designaría a los procesos de totalización (social, comercial, política...) que tuvieron lugar en la era de los descubrimientos modernos (América, principalmente), es decir, en la era de las tecnologías paleotécnicas (en el sentido de Mumford) aunque tuvieran precedentes; mientras que la globalización se utilizaría de hecho para designar a los procesos de totalización vinculados a las neotecnologías, principalmente a las que implican la energía eléctrica (telégrafo, teléfono, automóvil, avión, televisión, Internet...).

Esta distinción, que nos es propuesta de vez en cuando, tiene sin duda un fundamento cuanto a los conceptos asignados a cada término. Lo que carece ya de todo fundamento es la asignación a los términos de tales conceptos. Por la misma razón podríamos mudar esta asignación, llamando globalización a la mundialización o recíprocamente.

Las diferencias en este orden parecen por tanto lingüísticamente gratuitas o puramente convencionales. Pero sobre todo dejan escapar diferencias de concepto efectivas que están envueltas, como mostraremos, en los términos globalización y mundialización, y que no habría por qué desaprovechar.

(2) Mundialización y globalización son procesos de similar estructura pero aplicada a campos categoriales diferentes. Por ejemplo, el término globalización se aplicaría a la categoría económica («globalización» designaría al proceso de totalización económica e instrumental, llevado a cabo sobre todo a raíz del hundimiento de la Unión Soviética y, con ella, la política bilateral de bloques de la «guerra fría» y la consolidación de un mercado mundial continuo, descolocación de las empresas multinacionales, abaratamiento de costos, &c.); otros dirán sencillamente que la globalización no es otra cosa sino la extensión planetaria del modo de producción capitalista. Esta extensión alcanza a la antigua URSS y a China. En cambio, el término mundialización, tendría que ver con categorías no estrictamente económicas, sino por ejemplo, políticas, religiosas, tecnológicas; mundialización equivaldría a «cosmopolitismo», si tenemos en cuenta que «mundo» traduce ya en los clásicos el termino griego «cosmos».

También esta distinción es gratuita, no cuanto a los conceptos desde luego, sino cuanto a la asignación de los nombres; puesto que si no se dan otras razones, aunque se admita la distinción de los conceptos correspondientes (lo que en cualquier caso no es muy claro: las categorías económicas no son independientes de las tecnológicas o de las políticas), tan gratuito sería llamar mundialización a la globalización así entendida, como a lo contrario. Y también quedarían eclipsados los conceptos obtenidos en ambos términos y que obran en ellos siempre de un modo más o menos consciente.

6. Estas consideraciones nos advierten sobre la naturaleza de nuestro propósito: lo que buscamos es una distinción conceptual, desde luego, pero tal que la asignación de los nombres («globalización», «mundialización») no sea gratuita, sino que esté justificada, en virtud de que la diferenciación de los términos corresponda a una diferenciación de los conceptos. ¿Cómo? De la única manera que cabe la justificación en este terreno: en la propia historia etimológica de los términos, pero en tanto que esta historia envuelve un proceso de desarrollo («noetológico», en algún sentido) de ideas holóticas, en este caso, y que suponemos obrando en dicho proceso. No se trata de apoyarnos simplemente en argumentos etimológico-históricos a fin de justificar, por así decir, la distinción por la etimología. No somos gramáticos y más bien al revés tratamos de justificar (o reinterpretar) la etimología y la historia de los términos por la distinción establecida en el terreno pertinente: aquel en el cual actuase (en los decursos empíricos de la historia de los conceptos) una lógica capaz de mantener «noetológicamente» el curso de ciertas relaciones vinculadas a determinadas estructuras (aquí las holóticas). La situación podría compararse con aquella en la cual el historiador de la Aritmética, va constatando los primeros y sucesivos conatos de simbolización numérica pero no como meros datos «empíricos», sino en la medida en la que la sucesión de los diversos intentos puede ser interpretada, al menos, parcialmente, como resultado de la «lógica interna» en virtud de la cual pueda decirse que es la estructura de la teoría de los números la que está guiando de algún modo, por razones objetivas, el curso empírico de los «ensayos» de simbolización numérica.

En nuestro caso, tal es nuestra tesis, la estructura desde la cual nos disponemos a reinterpretar los datos de la Filología, de la Etimología o de la Lexicografía, es la estructura holótica, de la que se ocupa la llamada «Teoría de los todos y las partes». Desde esta estructura los propios datos etimológicos o históricos que arrastran los términos de referencia se recomponen, al menos parcialmente. Sólo aparentemente podrá parecer, por tanto, que estamos siendo reabsorbidos por la Filología. La verdad es la contraria: intentamos reabsorber la Filología en la lógica material y reexponerla desde ella. Dicho de otro modo: de lo que tratamos es de establecer unas relaciones firmes entre mundialización y globalización tales que estando objetivamente establecidas de un modo riguroso, sean a la vez asignables a los términos de referencia (lo que nos permitirá a su vez concluir que estos términos envuelven ya de algún modo nuestras definiciones). Desde esta perspectiva tratamos de desarrollar una «teoría formal» y establecer finalmente algunas proposiciones desde las cuales sea posible reinterpretar algunos hechos.

7. Desde la perspectiva de la teoría holótica, las diferencias entre globalización y mundialización pueden ser expuestas de modo terminante –según diferencias, insistimos que habrían de quedar reflejadas en la historia misma de los términos respectivos– de la siguiente manera.

La globalización es una operación o conjunto de operaciones, realizadas por un sujeto operatorio o por un grupo cooperativo de sujetos (teniendo en cuenta que cooperación no implica siempre armonía, sino conflicto entre los sujetos cooperantes). Y es una operación de totalización cuyo resultado es la construcción de un «globo». Presuponemos, en esta caracterización, que las operaciones de las que hablamos son manuales («quirúrgicas») y, por tanto, se aplican a cuerpos, sin olvidar que los símbolos algebraicos o los mapas geográficos son también cuerpos que referimos a otros cuerpos; por consiguiente, que una totalización, en cuanto es resultado de operaciones «quirúrgicas» (manuales), ha de entenderse como construcción o configuración de un cuerpo a partir de partes suyas o de términos que una vez constituido el todo, puedan figurar retrospectivamente como partes.

¿Y qué es un globo, desde una perspectiva operatoria? Genéticamente, sin duda, es el resultado de una globalización, lo que significa (para quien creyese que estamos moviéndonos en un terreno de tautologías) que no cabe suponer dados «globos» previamente a las operaciones de globalización; sin perjuicio de que, una vez cumplido el resultado de la operación podamos segregar este resultado (el globo, en nuestro caso) de acuerdo con los principios generales de los cursos que venimos denominando alfa-operatorios. Por lo demás, las operaciones que se resuelven en la conformación de un globo pueden proceder de muchas maneras, ya sean componiendo, ya sean segregando (el «globo ocular» resulta sin duda de la disección de tejidos «adheridos» a él en el continuo orgánico). Pero no ya genéticamente, sino estructuralmente un globo es sencillamente una esfera (o un esferoide); al menos Cicerón dice que globus, en latín, se corresponde con el término sphairos, en griego. Estructuralmente por tanto, y cualquiera que haya sido la vía que haya conducido hacia él, un globo es un cuerpo esférico, de radio finito, cuyo contorno es la superficie esférica y su dintorno es el conjunto de «partes englobadas» en ellas. Su entorno es el conjunto de cuerpos (esféricos o no) capaces de incidir sobre el dintorno del globo, susceptible de recibir su influencia.

Por este motivo, una esfera de radio infinito ya no será un globo, sino un concepto geométrico límite, que no puede ser localizado en ninguna región del mundo «porque su centro estaría en todas las partes y su circunferencia en ninguna».

El concepto de «globo» no implica por tanto su unicidad y es compatible con una pluralidad de globos, de globalizaciones. Esto no quiere decir que los diferentes globos o esferas hayan de distribuirse siempre como una multiplicidad de partes diversas. Pueden estar éstas en contigüidad y, sobre todo, intersectadas y aun incluidas unas en otras, como si se tratase de estructuras o de capas concéntricas. Esta es la situación más interesante para nosotros porque en ella es donde aparece la distinción entre una esfera englobante y otra esfera o esferas englobadas; relación que en la Lógica de clases suele simbolizarse como relaciones de inclusión entre clases.

En realidad, las relaciones posibles que cabría establecer entre las esferas o globos son las consabidas relaciones que en la Lógica de clases se conocen como relaciones de disyunción, de intersección (parcial) o de inclusión; relaciones que Euler representó precisamente por medio de círculos o esferas (sin perjuicio de que las clases lógicas fuesen principalmente totalidades distributivas y los círculos o esferas de Euler fuesen totalidades atributivas).

Sin embargo, a través de la representación de Euler podemos establecer las conexiones entre las esferas englobantes (de otras esferas) y los géneros de Aristóteles-Porfirio; y, por consiguiente podremos redefinir el concepto aristotélico-porfiriano de Género supremo o categoría como una esfera englobante que, a su vez, no está englobada en otra de su materia, es decir, como una esfera englobante máxima. Pero este es justamente el concepto lógico-material (topológico) que preside la construcción del concepto de Civilización, tal como lo expuso Arnold Toynbee; concepto cuyas conexiones con los debates de nuestros días sobre la «globalización» económica y cultural son evidentes. En efecto, según Toynbee, las civilizaciones, en las que según él, se repartiría la integridad de la cultura humana, son «globales», porque ninguna de las unidades que las constituyen puede ser entendida plenamente sin hacer referencia a la civilización que las abarca. Huntington subraya cómo las civilizaciones, para Toynbee, «engloban sin ser englobadas». Y añade: una civilización es una «totalidad» que posee un cierto grado de integración, en la que sus partes están definidas (como dice Melk) por su relación recíproca con el todo. Una civilización es un «todo complejo», había dicho, un siglo antes, Tylor.

Sobre esta idea de las civilizaciones englobantes y no englobadas, y de la imposibilidad de que una civilización incorpore a su ámbito a otras civilizaciones englobantes, se apoya Samuel P. Huntington en el desarrollo de su teoría sobre el Choque de civilizaciones, a la que los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 dieron una inesperada actualidad ideológica. La teoría del choque de civilizaciones, en este caso el choque entre la civilización occidental y la civilización islámica, podía servir para «legitimar» y orientar la respuesta de los EEUU, de acuerdo con la llamada Carta de América, de 14 de febrero de 2002, suscrita también por Huntington.

8. La globalización dice, en resolución, multiplicidad de globalizaciones, y posibilidades muy variadas de relaciones (de asimilación, de conflicto, de intersección, &c.) entre ellas. Pero la Idea de Mundo, tiene una estructura muy diferente. Ante todo, el Mundo no es un todo, y si lo presentamos como tal, como complexio omnium sustantiarum, será en virtud de meras operaciones intencionales, y no efectivas, de operaciones metafísicas atribuidas a un Demiurgo divino.

Porque el Mundo es una pluralidad que propiamente, no tiene contorno ni, por tanto, entorno. La Idea de Mundo puede utilizarse en plural, pero con la condición de que esos mundos (otras veces llamados «universos») no queden «englobados» en los demás, porque entonces se reducirían a un único Mundo. Ni siquiera deben intersectarse: cada mundo «se vuelve sobre sí mismo» y precisamente entonces empieza a constituirse como tal, como un universo. No existe «comisario de exposición» de pintura, organizada en torno a Picasso, Antonio López o a Saura que no hable del «universo de Picasso», del «universo de Antonio López» o del «universo de Saura»; lo que quiere decir el señor comisario con ello es probablemente que fuera del conjunto de cuadros que él controla, los demás cuadros existentes no le interesan, que el conjunto de cuadros que él controla ha de considerarse por sí mismo, en el recinto de la exposición, y en el cual los visitantes deberían olvidarse de cualquier otra cosa y, si fuera posible, no salir jamás del recinto. Un Mundo, cabría decir, no tiene (como si fuese una mónada lebiniziana) «ventanas al exterior». Cuando Popper habla de «los tres Mundos», también estaba subrayando su presunta incomunicación; y cuando se habla de «pequeños mundos», «microcosmos», o en general de los «mundos económicos» se está aludiendo a las supuestas leyes autónomas que regirían para cada uno de ellos. El mundo es por tanto «autista», único, porque aun cuando reconozcamos algo fuera de él, no lo consideramos. «Cada persona es un mundo», se dice en este mismo sentido. Pero con el globo no ocurre esto, porque, como hemos dicho, los globos pueden estar encajados unos en otros, como en una caja china.

El autismo que es, según esto, constitutivo de la Idea de Mundo, cabe sin embargo considerarlo como resultado de una operación meramente intencional, puesto que no existe nada parecido a un «universo Picasso». La «mundialización local», si cabe hablar así, es, por ello mismo una operación que puede llegar a tener un signo opuesto a la operación globalización. Pues la globalización, en cuanto englobante, dice incremento o ampliación de materiales «exteriores» al conjunto inicial; pero la mundialización, si es local, dice restricción, abstracción de materiales externos. Solamente habría una posibilidad de que una mundialización no fuese realmente restrictiva, a saber, cuando el mundo sea único, dotado de unicidad. Y este es el caso del Mundo por antonomasia, el Mundo en cuanto término de la tríada de la metafísica tradicional: Mundo, Alma, Dios; el Mundo, como decía Mauthner, no admite plural, «por lo que sería una insolencia hablar de mundos, como si existiera más de uno».

Ahora bien, este Mundo único ha de carecer, como ya hemos dicho de exterioridad y, por tanto, de contorno. Luego, según lo dicho, no puede considerarse como resultado de una totalización efectiva. El Mundo, en cuanto se concibe como un todo, resulta de una totalización imaginaria que sólo puede llevarse a cabo «gracias a Dios». En efecto, «mundo» designaba originariamente el cofre de la novia, todavía hoy llamamos mundo al baúl. Las joyas y otros útiles heterogéneos, que constituían el ajuar de la novia, se guardaban en un mundo, en un receptáculo, cerrado en el entorno, acaso vacío. La metáfora que suponemos pudo dispararse a partir de esta operación fue la siguiente: ampliar el mundo, el cofre, a extremos infinitos; considerar al espacio vacío, al receptáculo como un lugar en el que Dios fue depositando su obra de los seis días, a la manera como la novia depositó sus joyas en el cofre o el emigrante sus enseres en el baúl. Y con todo esto queremos decir que el Mundo sólo alcanza su sentido como totalidad «a través de Dios»; pero esta totalidad es imaginaria, porque el Mundo no tiene límites. Ni siquiera en el caso en el que él se suponga finito: como es sabido Einstein recogió estas ideas estableciendo que el Mundo es finito pero ilimitado. Y en tanto que los globos o esferas pueden englobar a otras esferas, como ocurría con las esferas homocéntricas de Eudoxio que, con el centro en el globo terráqueo iban envolviéndose unas a otras y eran envueltas por la última esfera englobante o cielo de las estrellas fijas, formaban el Mundo, el cosmos, un sólo Mundo; porque si un Mundo mayor envolviese al Mundo efectivo, lo refundiría en él formando un único Mundo. No cabe hablar pues de mundo de mundos como tampoco cabe hablar de nación de naciones.

La mundialización es, según esto, un proceso literalmente opuesto al de la globalización. Y el único criterio de distinción relativa será éste: el globo es cerrado en sí mismo, mientras que el mundo desborda toda globalización. Por ello, si la globalización se aplica a las categorías económicas, la mundialización desbordará estas categorías y acogerá a otras diferentes, de carácter social, político, religioso, cultura, &c.

9. De lo que precede deducimos que así como para hablar de mundialización estricta no es preciso dar parámetros, porque sólo existe una mundialización, para hablar en concreto de globalización, englobante o englobada, hay que dar parámetros, porque sin ellos el concepto pierde todo su sentido; además, un cambio de parámetros altera también las relaciones de globalización que habíamos considerado.

Es obvio que en los debates de nuestros días sobre la globalización, el parámetro es el Género humano como totalidad que vive precisamente en el Globo terráqueo (en «el Globo», a secas, como se decía a título de galicismo, en el siglo XVIII); es decir, en la Tierra anterior a los viajes interplanetarios y a la «colonización de las galaxias», de las que ya se hablaba en el Viaje a la Luna de Cyrano de Bergerac.

En este terreno hablaríamos mejor de mundialización, en sentido ampliativo. Pero la globalización, referida a Gea (que algunas escuelas, como las de Lovelock y Margulis, han considerado como un todo orgánico autoregulado) y a los hombres que viven en ella constituyen hoy por hoy la globalización límite (englobante y no englobada) si dejamos de lado cualquier «contacto en la tercera fase». Una globalización que ha de verse como resultado de procesos de globalización ampliativa sucesiva, procesos cuyo límite sólo tiene sentido positivo si van referidos a la esfericidad de la Tierra, que puede ser compartida con otras globalizaciones de su ámbito. Como esquema prototipo de globalización político geográfica de la Humanidad terrestre podríamos citar el esquema que ofreció Kelsen: un globo terráqueo cuya superficie esférica esté dividida en círculos (proporcionales a las dimensiones territoriales de cada Estado) y en círculos que no sean sino las bases de otros tantos conos cuyos vértices confluyan en el centro de la Tierra.

Desde esta perspectiva el primer proyecto de globalización que podríamos citar habría sido el del Imperio de Alejandro; y la primera globalización efectiva habría tenido lugar en el siglo XVI, cuando Carlos I, pudo dar a Juan Sebastián Elcano un «globo terráqueo» con la divisa: Primus circumdedisti me. Por supuesto esta globalización no podría considerarse como desarrollada en un terreno estrictamente económico, implicaba también una intención de globalización política y, por supuesto, cultural y religiosa.

10. Las ideas expuestas sobre la estructura lógico-holótica de la globalización nos permiten formular tres proposiciones (referidas a la globalización, relativa al parámetro «género humano terrestre») con las que pondremos fin a nuestro análisis.

Proposición I. La globalización no se termina en la constitución de alguna esfera sustantiva con «identidad propia». Una globalización, como proceso operatorio es siempre una concatenación abstracta, morfodinámica, que logra, a partir de una zona previamente configurada, extender un circuito o torbellino cuya recurrencia o sostenibilidad ampliativa depende, no solamente de las partes internas de la zona de origen, sino de la capacidad de absorción de energías del medio o de otras zonas subordinadas.

Proposición II. La globalización, en cuanto totalización, afecta al todo; pero no a la integridad de sus partes. En la globalización se nos ofrece el todo pero no todas las partes: totum, sed non totaliter. Aunque cabe advertir una tendencia entre quienes utilizan el término globalización, sobre todo si lo utilizan críticamente, al suponer que la globalización es totalitaria, en el sentido integral de todas las partes, de suerte que pueda decirse que «todas ellas han de estar en todas». Pero muchas de estas partes concatenadas por la globalización, quedarán sin globalizar; más aún, la globalización próxima a sus límites máximos, puede determinar un número cada vez mayor de unidades políticas globalizadas (de «globos políticos autónomos»: antes de la «globalización» de la que hoy hablamos había 80 estados en la ONU; en nuestros días el número asciende a 184). Todavía más: aun suponiendo que la globalización de un campo material dado llegase a borrar a otras posibles líneas de globalización, y actuase como globalización única, no por ello el campo total quedaría «agotado» en el circuito de la globalización de referencia, porque (en virtud del principio de symploké) muchas partes permanecerían «deslocalizadas» de ese supuesto circuito globalizador y totalizador.

Proposición III. La globalización del género humano terrestre sobre la Tierra es una totalización operativa cuyo sujeto operatorio no puede ser el propio Género humano como totalidad, puesto que este Género humano es antes un resultado, a lo sumo, que un principio de la operación. Por consiguiente la globalización, y aun las globalizaciones máximas, han de correr a cargo de sujetos operatorios parciales. Pero el nombre que mejor conviene a estas partes orientadas a globalizar a la Humanidad de un modo real es el nombre de Imperio.

Ahora bien: como las globalizaciones máximas pueden partir de «centros diferentes», los procesos «imperialistas» de globalización si son simultáneos darán lugar necesariamente a conflictos que no tienen por qué ser interpretados como «conflictos de civilizaciones», sino como conflictos de proyectos de globalización, si es que a cada proyecto de globalización dado puede corresponder uno alternativo, una antiglobalización, que casi siempre incluye un proyecto de globalización alternativa. Una vez terminada la II Guerra Mundial los dos proyectos de globalización enfrentados durante los largos años de la Guerra Fría fueron el de la Unión Soviética y el de los Estados Unidos. Derrumbada la Unión Soviética el único proyecto de globalización efectivo que permanece es el de los Estados Unidos, actuando en funciones de Imperio universal. Esta es la razón por la cual la globalización por antonomasia puede situarse a comienzos de los años noventa. Pero otros proyectos de globalización se preparan en contra: algunos, sin adscripción estatal fija, aunque sean internacionales (como ocurre con los movimientos «antiglobalización»); otros con adscripciones políticas más o menos precisas, que podemos llamar el Islam o China.

11. Concluiremos diciendo que una globalización, que tiene como radio un círculo máximo, por mucha capacidad englobante de otras que posea, siempre podrá ser englobada o intersectada por otras globalizaciones. Es decir, jamás podemos considerar que, tras una globalización máxima, habremos conseguido agotar la realidad y dar «fin a la historia». Cualquier globalización podrá quedar siempre desbordada por otras globalizaciones o por otros procesos que ni siquiera lo son: cualquier globalización quedará siempre desbordada precisamente por la realidad misma del Mundo.

Intervención en el acto de recepción del premio Paul Harris,
concedido al autor por el Rotary Club de Oviedo,
ceremonia celebrada en el Auditorio de Oviedo
el sábado 6 de abril de 2002.

 

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