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Fortunata y Jacinta

Pacifismo: Israel y Palestina

Forja 110 · 16 mayo 2021 · 20.16

Un programa de análisis filosófico

Pacifismo: Israel y Palestina

Buenos días, sus Señorías, mi nombre es Fortunata y Jacinta y aquí da comienzo esta nueva entrega que, por prudencia, he titulado Pacifismo: el caso de Israel y Palestina, pero que habría preferido rotular de la siguiente manera: El pacifismo fundamentalista y tontorrón de Errejón (pero si pongo la palabra “fundamentalista” en el título YouTube me tumba el vídeo). Como ustedes saben, desde el pasado 10 mayo han vuelto a quedar al descubierto las “asperezas” existentes entre el Estado israelí y el proto-Estado de Palestina, una escalada bélica que regresa a niveles de violencia no vistos desde 2014. El capítulo de hoy no tiene por objeto tomar partido por uno u otro bando y sus respectivos aliados, ni tampoco realizar un análisis de las razones histórico-políticas de dicho conflicto, sino que me conformaré con hacer visible el Síndrome del Pacifismo Fundamentalista que practican muchos de nuestros políticos, periodistas, artistas y claraboyas intelectuales que generalmente se autoperciben como la vanguardia de la humanidad. Este Síndrome del Pacifismo Fundamentalista, definido por Gustavo Bueno en un artículo homónimo publicado en El Catoblepas en 2003, consiste, dicho de forma muy breve, en confundir la ética con la política, en asumir una actitud ideológica incapaz de concebir siquiera la existencia de alguien que argumente, no ya a favor de la guerra, sino tratando de entender, por ejemplo, las razones antropológicas o políticas de las partes contendientes. Y se trata de una actitud ideológica precisamente porque no atiende a contraargumentos o razones, simplemente considerará que aquel que no comparta su “no a la guerra” está dominado por la maldad, la necedad o la locura y que, por tanto, debe ser derribado. El Síndrome del Pacifismo Fundamentalista se caracteriza., además, por su infantilismo. A modo de ejemplo, leamos este tuit del pasado 12 de mayo del líder de Más País, Íñigo Errejón: “Ya van 35 muertos, entre ellos 12 niños y más de 233 heridos. Ni la comunidad internacional ni el Gobierno de España pueden mirar a otro lado. Israel debe cesar de inmediato los ataques contra el pueblo palestino”. Como digo, no vamos a entrar a valorar por qué Errejón no exige que Palestina cese de inmediato los ataques contra Israel, lo que nos interesa es su pacifismo tontorrón y su falsa conciencia o mala fe. Fueron muchos los que dieron cumplida respuesta tuitera a Errejón, entre otros Jacinta, que así escribió: “Deben cesar de inmediato las guerras porque yo, que soy muy buena persona, lo digo en un tuit”.

Esta proclama simplista y bobalicona de Errejón es puro pensamiento Alicia por cuanto no nos advierte sobre las dificultades insalvables que se interponen para alcanzar la situación que él propone: la paz. Simplemente nos introduce en su mundo pacífico irreal a la manera como Alicia visitaba el País de las Maravillas: “Israel debe cesar de inmediato los ataques contra el pueblo palestino”. Pues muy bien, señor HappyFlower, ya nos explicará usted cómo se hace eso. Esta forma de conciencia simplista que nosotros llamamos pensamiento Alicia pretende organizar el mundo en virtud de ciertos ideales siempre «confortables, amables, pacíficos» encubriendo la realidad en lugar de analizarla. Simplemente se dice, como si fuera un clamor universal, “¡No a la guerra! ¡Sí a la Paz! ¡Deben cesar los ataques de Israel!”, que suena muy bonito en Twitter y en los mítines políticos, pero que no explica los increíbles obstáculos de la dialéctica de Estados, ni la tremenda complejidad a nivel de fronteras y defensa, ni las variables económicas ni las espinosas cuestiones religiosas, culturales e identitarias que se dan en dicha región desde hace siglos. Este tipo de proclamas errejonianas nos recuerdan a las soflamas pacifistas del año 2003 a propósito de la Guerra de Irak que fueron enunciadas con un marcado acento antinorteamericano y anti-OTAN: “No a la guerra. Paz entre los hombres”. También nos trae resonancias del “Haz el Amor y no la Guerra” que funcionó desde finales de los 60 como eslogan panfletario de la contracultura americana tras la guerra del Vietnam.

Llaman poderosamente la atención varios aspectos, en primer lugar que muchos de los que claman por la paz portan camisetas con la imagen del Ché Guevara, por ejemplo, o con la hoz y el martillo, como si el asalto al Palacio de Invierno y la Revolución de Octubre se hubiera llevado a cabo con margaritas, u olvidando que los logros de la Revolución Francesa se alcanzaron a través de la guillotina. Es muy interesante, por otro lado, observar que este Síndrome del Pacifismo Fundamentalista suele ser más intenso en los llamados Estados del Bienestar, de tradición secular belicista, y resultantes (estos Estados con mayor índice de bienestar) precisamente del colonialismo abrasivo y depredador del siglo XIX. Por último, señalaremos la tremenda contradicción en que incurren muchos de estos pacifistas observando este vídeo que la semana pasada se hizo viral en redes sociales. En la parte superior de la pantalla vemos a un grupo de termitas y en la parte inferior a un grupo de hormigas. Como podemos observar en el centro de la imagen, ambos bandos de insectos han situado hileras de guardianes para evitar, podríamos deducir, que se maten unos a otros. Salvando todas las distancias respecto de las sociedades políticas humanas, podríamos decir que aquí hay una suerte de representación de la capa basal del Estado (territorio y sus riquezas) y de la capa cortical (fronteras, ejércitos). Pues bien, llama poderosamente la atención que muchos que en redes sociales se maravillaban por este comportamiento animal, clamaban enardecidos por la desaparición de las fronteras y los ejércitos entre los grupos de hombres.

Sin pretender analizar los pormenores del conflicto entre palestinos y el Estado de Israel, hoy queremos centrarnos en el carácter ético que subyace a un problema que es más bien de corte político. Y es que el mensaje de Errejón destila una ideología donde la guerra aparece a ojos de nuestros representantes como vestigio de una barbarie ajena al mundo de los hombres, ajena a la civilización, y así algunos exclamarán, escandalizados, que no se puede tolerar la barbarie de la guerra en pleno siglo XXI. La guerra será vista, como decimos, como vestigio de una conducta infrahumana, miserable, que nunca podrá ser solución de nada, verdad esta que sólo los progresistas serían capaces de comprender. Desde esta perspectiva, la Paz (con mayúsculas) quedaría no sólo como un concepto disociado de la guerra, sino también “separado” de ella, puesto que los caminos que conducirían a la Paz no tolerarían el empleo de las armas y de la violencia. Al considerar a la guerra como algo inútil e irracional se obligan a considerar inútil e irracional prácticamente toda la historia de la humanidad. Prefieren despreciar a entender porque resulta que la Civilización está siempre asociada a la guerra, con todos los dolores y tragedias que ella comporta. Por cierto, con todo este puritanismo que vivimos actualmente, una especie de neocatarismo que pretende purificarlo todo, en breve alguno tendrá la luminosa idea de expurgar de los museos cualquier obra que exalte los valores guerreros y las virtudes bélicas, con lo que los museos quedarían vacíos.

Sin embargo, como ya manifestó Gustavo Bueno en su obra de 2004 La vuelta a la caverna, guerra y paz no se dan como ideas opuestas o como enemigos irreconciliables, sino más bien como las dos caras de una misma moneda, puesto que la paz sólo se mantiene a través de la guerra, es decir, siempre es la paz “de unos” contra la paz de “los otros”. Decir esto no significa, como algunos tontos piensan, que a nosotros nos chiflen las bombas o que nos recreemos gustosamente en el conflicto, pero sí queremos dar a entender que la ética, esto es, el sostenimiento de la firmeza de los cuerpos, no es un criterio válido para juzgar la política. No se puede reducir la política a la ética o, dicho en otras palabras, gobernar se gobierna desde la política, no desde la ética aunque, desde luego, un gobernante no puede estar falto de ética. Recordemos que la ética hace referencia al conjunto de normas que tienen por objeto salvaguardar la vida de los individuos (la profesión ética por definición sería la del médico). Mientras que la ética tiene como fin preservar la vida de los cuerpos individuales, la moral, en cambio, tiene por objeto preservar la vida del grupo. Esto es, la moral sería el conjunto de valores o de normas que ya son grupales, no individuales, que son aceptados por costumbre y que varían de unas culturas a otras. Unas veces los valores éticos coinciden con los valores morales y otras las normas éticas y las normas morales entran en conflicto y ocultar estas contradicciones objetivas sólo puede explicarse desde la mala fe. A propósito de esta cuestión aprovecho para anunciaros que he iniciado una colaboración con el periódico El Liberal y que hoy domingo saldrá allí publicado un vídeo mío de unos diez minutos que lleva por título Líder saharaui hospitalizado en España: cuando la ética y la política entran en conflicto. Ética, moral y política son cosas distintas y ninguna de ellas puede reducirse a categorías puramente psicológicas y subjetivas porque entonces no entenderemos nada, como le sucede a Errejón. Aunque no descartamos, como decimos, que Errejón actúe desde la mala fe al exigir el cese de los ataques de Israel sobre el pueblo palestino y no al revés. Podría ser que el imperativo ético de Errejón no se alimente tanto de combustibles éticos como políticos.

Pero volvamos a nuestro asunto de hoy porque, guste o no guste, la paz es siempre la paz del vencedor y cualquier institución que alardee de pacifista se asienta sobre un suelo conseguido previamente a través de las armas y del derramamiento de sangre. Y ni siquiera en tiempo de paz la fuerza desaparece, aunque permanezca en un segundo plano. Por eso mismo decimos que esta idea de Paz abstracta se ha convertido en un mero formalismo, un término sin parámetros que ignora el “para quién” sea esa paz y, por ende, el “contra quién” se establece dicha paz. No es casualidad que esta idea sea subsidiaria de otra igualmente metafísica, la de “humanidad” en abstracto que ya hemos tratado en otros capítulos, una idea según la cual los hombres, a través de su buena intención “o voluntad ética”, deberán conseguir la paz no ya desde un Estado y para un Estado, sino a pesar precisamente de los Estados. Este sí a la paz perpetua, universal y trascendental procedería de las mismas entrañas del Género Humano como si emanara de la misma conciencia de la humanidad y así dirán: “Me avergüenzo de la guerra en cuanto hombre”.

Podríamos resituar esta concepción irenista y armonista de la paz en términos errejonitas o laclaunianos y definirla como un significante vacío en el que todos aquellos que la piden pueden sentirse reconocidos porque en lo que está “hueco”, todo y todos, cabemos. Los movimientos sociales del “no a la guerra” ignoran que detrás de las distintas formas de paz realmente existentes siempre están los Estados. La falsa conciencia sentimentalista de estos movimientos pacifistas se pone de manifiesto a la hora de concretar por la vía de los hechos una idea de paz ya hipotecada, necesariamente, con una realidad siempre dialéctica y conflictiva. Dicho de otro modo: la paz nunca puede ser propuesta al margen de la política, esto es, sin tener en cuenta la coyuntura internacional. Pedir la paz desde la conciencia de la humanidad o desde la conciencia divina es un acto que roza con el infantilismo, descontando la mala voluntad. Pedir la paz nunca es algo “neutro” pues, para conseguirla, todos partimos de unas condiciones históricas que confrontan los intereses de unos frente a los de otros. Porque, insistimos, lo que tenemos no es a la Humanidad actuando histórica o políticamente, sino que lo que tenemos son españoles, franceses, alemanes, colombianos, marroquíes, rusos, chinos, estadounidenses y también israelíes o palestinos, que buscan un territorio donde imponer su paz; una paz donde desarrollar sus intereses éticos y sus propios intereses morales y políticos, que nunca pueden ser simultáneamente los de todos los hombres. Y esto a pesar de que, quienes gritan “no a la guerra” declaren que lo hacen por una decisión íntima, tomada reflexivamente y en conciencia.

Regresando al conflicto que nos atañe, es absurdo querer resolver un conflicto político (sí, con consecuencias éticas evidentes), apelando a una ética sentimentaloide de carácter lisológico que para hacer política requiere armonizar antes las cuestiones éticas. ¡Porque en tal caso no habría política, señores! A veces, una guerra es necesaria para mantener una ética. Que nos digan los pacifistas en qué se apoyan para pedir la paz: ¿Acaso en la autonomía moral, como decía Kant? ¿Es que puede conseguirse la paz sólo con la voluntad de quererla, prescindiendo de la realidad material de dónde parte dicha voluntad? Porque resulta que la “buena voluntad” no es autónoma, es siempre heterónoma y depende de lo que ya no es ella misma. En definitiva, si somos prudentes las decisiones políticas no han de dejarse arrastrar por las imágenes desagradables de quienes mueren o son asesinados. Precisamente porque aunque no se pretenda, tales imágenes están ya al servicio de los intereses de unos pero no al servicio de los intereses de todos y el tratamiento mediático que los medios de comunicación están haciendo de la reciente escalada bélica entre Israel y los palestinos da buena muestra de ello.

Como conclusión, podemos asegurar que la escalada bélica en Oriente Próximo no es un conflicto dado entre un Orden (el israelí) y La Justicia (con mayúsculas, una Justicia superlativa que, supuestamente, ampararía los derechos del pueblo palestino), sino que el conflicto se da entre un Orden y otro Orden que trata de sustituirlo. Y para cerrar, voy a leer este fragmento de Bueno: “Es muy difícil que los más exaltados de los voceros de la paz, por vía ética, adviertan que los instrumentos de su protesta no funcionan sin petróleo: un petróleo que no se produce, refina y distribuye con consignas éticas, sino con recursos técnicos y políticos”.

Y hasta aquí este capítulo de Fortunata y Jacinta. Agradezco su apoyo a todos los amigos mecenas y recuerda: “Si no conoces al enemigo ni a ti mismo, perderás cada batalla.”



un proyecto de Paloma Pájaro
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